CAPÍTULO 38
Nordlund se dijo que los ánimos empezaban a decaer. Llevaban varias horas sin hablar, exceptuando alguna breve pregunta contestada de manera igualmente lacónica. El crujir de las rocas por encima de ellos había disminuido, aunque sin desaparecer por completo, y todos se estremecían nerviosamente cuando un ruido alarmante sonaba más agudo. Las luces de las linternas estaban puestas al mínimo, de modo que sólo había un poco de alumbrado en el centro de la cueva, mientras las paredes quedaban sumidas en las tinieblas. Todos estaban reunidos en aquella parte central, incluido DeFolge, agitado y sudoroso, con las pupilas fijas en el techo cada vez que se producía un rumor.
Cyd había encontrado una baraja en su bolso y estaba haciendo solitarios. Nadie disponía de la concentración suficiente como para iniciar una partida de gin o de póquer.
— ¿Cuánto vamos a estar aquí todavía? —preguntó Swede.
Nordlund hizo un gesto negativo con la cabeza.
— No lo sé. Tendrán que perforar algunas toneladas hasta alcanzarnos. No va a ser fácil.
Cyd barajó los naipes sin levantar la mirada.
— ¿Cuál es la situación real?
— Metcalf y los suyos saben que estamos aquí. Y encontrarán el medio para llegar hasta nosotros. Entretanto, la cueva parece haberse vuelto más segura y al menos podemos respirar. Dentro de un par de días habrán logrado hacernos llegar una tubería por la que mandarnos alimentos y agua.
— Es usted muy optimista, ¿no cree? —comentó Nakamura.
— Quizá —respondió Nordlund secamente—. Pero es mejor que andar por ahí diciendo que estamos perdidos. —Se estremeció por causa del frío—. Lo siento, Hideo. No debí haberle contestado de ese modo.
Nakamura se encogió de hombros.
— Como jefe, se encuentra usted sometido a una fuerte presión. Por mi parte, siempre he procurado tener una visión realista de los peligros y actuar con pleno conocimiento de causa. No me parece bien actuar sobre supuestos.
— Ha dado en el clavo —comentó Cyd, divertida—. ¿Qué hacemos, jefe?
— Esperar, confiar y rezar. No nos queda más remedio. —La miró—. Lo estás soportando muy bien.
Cyd jugueteó con las cartas que tenía en la mano y luego las dejó en el suelo.
— La verdad es, Dane, que siento un pánico espantoso, y si sirviera de algo correr de acá para allá, gritar y lanzar alaridos, lo haría de buena gana. Vuélvemelo a preguntar dentro de algunas horas y quizá no hará falta que alguien me anime a ello.
Se echó hacia atrás y cerró los ojos. Swede recogió las cartas y se dispuso a jugar él también. Pero desistió a los pocos minutos y se quedó mirando la entrada de la cueva. Nordlund no hubiera podido adivinar sus pensamientos, aunque, de vez en cuando, Swede miraba a DeFolge como si quisiera asesinarlo.
Ahora todo dependía de Metcalf. Era preciso que el pequeño irlandés ideara algo para que todos saliesen de allí.
Nordlund permaneció sentado cinco minutos. Luego miró a Cyd y pudo comprobar, asombrado, que se había dormido. También Swede tenía un aire soñoliento; en cuanto a Nakamura, parecía haberse retirado a aquel mundo suyo tan particular. Se incorporó lentamente y se acercó a Derrick y a Kaltmeyer. Diana estaba también allí.
— ¿Tienes miedo, Derrick?
El jovencito lo miró al tiempo que hacía una señal de asentimiento.
— Claro. ¿Usted no?
— Saldremos de aquí, Ricky —le aseguró Kaltmeyer—. Lo peor ha pasado.
Nordlund hubiera deseado sentirse también tan seguro.
— ¿Qué tal, Frank?
— Me duele mucho el costado. Aunque es natural, ¿verdad?
— ¿Y tú, Diana?
Ella se enjugó la frente, apartándose un mechón de pelo rubio.
— Me encuentro bien, Dane. Gracias por habérmelo preguntado.
Se sintió afectado por el tono de ligera irritación que sonaba en su voz.
— ¿Qué te preocupa, Diana?
Ella miró a su alrededor, haciendo rodar sus pupilas.
— Aparte de esto, nada, Dane. Nada en absoluto. —Y con aire titubeante añadió—: Es bastante guapa.
— Es muy guapa, Diana. Sé generosa con ella.
— Supongo que además sabe cocinar.
— Casi tan bien como tú.
Ella sonrió forzadamente.
— Por regla general, una mujer mayor no puede competir con una joven.
— Cyd no tiene competidora.
Ella miró hacia otro lado.
— Tus gustos han cambiado —comentó con expresión glacial.
— Creo que sí.
Pensó que aquélla era una de las discusiones habituales con Diana, pero ahora sin la acritud de otras veces. Por regla general, ella no cedía tan fácilmente. Parecía deprimida… lo que no tenía nada de extraño. Empezó a notar entonces algunas leves señales de advertencia. Cyd y Swede estaban amodorrados. Miró a Kaltmeyer y observó que respiraba con una rapidez y una profundidad extrañas.
Lo mismo le pasaba a él. En realidad le era difícil aspirar el aire. Inhaló profundamente, pero observó que el resultado no era satisfactorio. Además, flotaba en el ambiente un olor mohoso, como de petróleo.
Al verle tragarse el aire, Derrick hizo lo propio.
— No es que sea muy fuerte, pero se nota cierto olor a podrido.
Nordlund volvió a hacer una prueba. Bajo el olor mohoso como de petróleo se percibía ahora un efluvio como a huevos podridos, débil pero perfectamente discernible.
— ¿Nota usted algo? —preguntó volviéndose hacia Swede.
El aludido husmeó lentamente, como si sorbiera con avidez.
— Gas. Y creo que va en aumento.
Se acercó a la puerta clausurada de la cueva y, arrodillándose, olió las fisuras entre las rocas caídas. En seguida volvió a su punto de partida.
— Ahí, junto a la entrada, el olor es mucho más intenso Me parece que el colapso del túnel ha abierto otra bolsa de gas, que está penetrando en la cueva.
— ¡Todo el mundo de pie! —ordenó Nordlund levantando la voz—. Hay que retirarse hacia el fondo.
DeFolge se incorporó dificultosamente.
— Hace unas horas nos dijiste que estábamos atrapados aquí en compañía de un loco que debía permanecer oculto en algún lugar remoto de la cueva. Ahora nos ordenas retirarnos al fondo. Entonces ese hombre no estará detrás sino delante de nosotros. ¡Y nos vamos a dar de bruces con él!
— No tenemos otra solución, senador. Está entrando gas. ¿No se ha dado cuenta de lo difícil que se hace respirar?
DeFolge parecía haberse puesto muy nervioso.
— No estás en tus cabales. Aquí respiramos perfectamente. Dentro de poco harán llegar otro tubo e intentarán hablar con nosotros; pero si no les contestamos creerán que hemos muerto.
— No hay más solución. Si nos quedamos, es la muerte segura.
— ¡Pues yo no me voy! —se obstinó DeFolge enfurruñado.
— Como prefiera, senador. Swede, hágase cargo de las linternas.
Empezaron a avanzar lentamente hacia el interior de la caverna. Swede iba el último con una luz y Derrick y Nakamura ayudaban a Kaltmeyer. El suelo se fue haciendo más accidentado, con multitud de rocas y de piedras sueltas. De pronto, Cyd soltó un alarido de dolor, al tiempo que profería una interjección de sargento.
Estaban remontando una áspera pendiente cuando Nordlund oyó un grito. Al volverse vio que Swede enfocaba su linterna a DeFolge, que se afanaba por trepar tras ellos.
— Hijo de perra. Te has quedado con todas las luces. ¡Y sabes que no podía permanecer sin ellas!
— Nuestra supervivencia depende de esas luces, senador. Disponemos de dos faroles y de una linterna de mano. No puedo privarme de ninguno de ellos.
— Como salga con vida de ésta, te aseguro que no volverás a trabajar.
— ¡Cállese, DeFolge! —gruñó Swede.
Había recorrido unos treinta metros de pendiente cuando Diana se acercó a Nordlund.
— No estás siendo muy amable con mi padre —le reprochó.
— No tengo motivos para ello.
— Por lo menos podrías suspender las hostilidades hasta que salgamos de aquí.
— He contado los cadáveres que hay en el túnel. Ciento seis. Y probablemente quedan el doble enterrados bajo los escombros.
— ¿Le echas la culpa a mi padre?
— Claro que sí.
— Me parece un juicio muy apresurado, ¿no crees? Uno es inocente hasta que se demuestra que es culpable.
Imaginó las pupilas de Diana relampagueando en la oscuridad.
— No soy un juez, Diana. Y no se me puede pedir que me muestre imparcial. Conocía a muchos de los que han muerto. Y conozco la empresa mucho mejor que tú.
Ella se volvió sin hacer comentarios y acercóse a su padre, dando un traspiés. Él se dijo con amargura que Diana nunca se había apartado por completo de su padre. Ni siquiera cuando se casó. Y que nunca lo haría.
Se estaban acercando a una pequeña cueva donde podrían descansar unos momentos. El aire seguía siendo viciado, aunque no tanto como antes. Y Nordlund necesitaba algún tiempo para pensar lo que harían a continuación.
No podía permitirse olvidar que en algún escondrijo, frente a ellos, un loco los estaría observando.
— ¡Dane! —lo llamó Cyd. Y había tal tono de alarma en su voz que Nordlund corrió hacia donde ella estaba arrodillada junto a Kaltmeyer—, Empieza a sangrar otra vez. Creo que se ha desplazado la compresa. Con tanto trajín, era de prever.
Deshizo los vendajes y retiró suavemente la sucia compresa. La herida sangraba y parecía haberse inflamado. El orificio de salida estaba cubierto por un espeso coágulo. Al parecer no existía filtración.
— Ha sido culpa mía —reconoció Nakamura—. Pesa mucho y no pude prestarle el apoyo necesario. Insistió en caminar sin ayuda, y de vez en cuando dejé que lo hiciera.
— No se recrimine nada porque un loco disparó sobre él, Hideo. —Volvió a examinar la herida—. Necesito más tela para otra compresa.
Cyd se agachó y, utilizando la navajita, se cortó el bajo de la falda. Diana, que se encontraba al lado, ofreció:
— Dane, si necesitas más tela me lo dices.
— Sí. Necesito otra tanta. Nos va a hacer falta.
Dobló el pedazo de falda que le había dado Cyd y lo puso sobre la herida. Luego tomó la tela que le ofrecía Diana para confeccionar una venda con la que apretó el hombro del herido. Por de pronto bastaría con aquello, pero si no recibían ayuda pronto, Kaltmeyer se iría desangrando lentamente.
— Puedo andar apoyándome en alguien —afirmó Kaltmeyer con la voz alterada por el dolor.
Nordlund hizo una señal de asentimiento.
— Desde luego, Frank —le contestó. Y añadió dirigiéndose a Swede—: Si es necesario, déjelo que se apoye en usted. Hideo, ayude a Swede como pueda. Derrick llevará la linterna.
Swede ayudó a Kaltmeyer a ponerse de pie.
— No hay problema —afirmó—. Es un peso ligero, jefe.
— Dígaselo a mis médicos —comentó Kaltmeyer con expresión angustiada.
Nordlund lo miró dubitativo.
— ¿Seguro que puede aguantar?
— Me duele horrores —jadeó Kaltmeyer—. Pero lo aguantaré.
Subieron otros tres metros. Nordlund se dijo que se encontraban va a una altura en la que el aire debería ser relativamente más puro. Luego tratarían de sobrevivir hasta que acudieran los equipos de rescate. Porque cuando Metcalf y sus hombres no dieran con sus cuerpos, los buscarían en las cavernas.
Al oír un rumor tras de sí, se volvió. DeFolge estaba casi junto a él.
— Lo he dicho de veras, Nordlund. No volverás a trabajar.
— No creo que se encuentre en situación de poder contratar o despedir a nadie, senador.
— ¿Crees que iré a la cárcel, Dane? Yo no he hecho nada. Y si alguien dice lo contrario, tendrá que demostrarlo.
— No bromee, senador —le contestó Nordlund en voz baja—. Ni Lammont ni Kaltmeyer se van a sacrificar por usted. Lo cantarán todo con tal de salvar el pellejo.
— No te olvides del trust, Dane. No estás limpio del todo. —Y añadió con voz más débil conforme se iba quedando atrás—: Algún día necesitarás a un amigo influyente. He ayudado a Frank. Y he ayudado a Murray… y podría ayudarte también a ti.
— El beso de la muerte —murmuró Nordlund—. No, gracias.
Se detuvo para cobrar aliento y Cyd se puso a su altura.
— ¿El suegrecito la ha tomado contigo?
— Ese hijo de perra es capaz de comprar y vender hasta a su madre.
— Probablemente empieza a darse cuenta del lío en que se ha metido. —Hizo una pausa—. Si se encontrara en algún lugar fuera de aquí podría resultarle peligroso.
Empezaron a andar otra vez. En cierto lugar, Nordlund dirigió la luz de su linterna hacia un lado de la cueva donde le había parecido oír un ruido. Al momento siguiente perdió pie de improviso, y al agarrarse frenéticamente a la pared tuvo que soltar la linterna. Pudo ver cómo ésta caía por una fisura, iluminando progresivamente sus costados rocosos hasta estrellarse a cinco metros de profundidad.
— Derrick, dame tu linterna.
El muchacho se acercó al momento y Nordlund dirigió el haz luminoso hacia la hendedura. El borde contrario se encontraba a menos de dos metros, y aunque relativamente liso, tenía algunas protuberancias rocosas que permitían agarrarse. Podían quedarse en el lado de acá, pero el de enfrente era más seguro porque allí el terreno ascendía notablemente, con lo que quedarían situados a buena altura sobre el nivel del gas.
Los demás se reunieron detrás de él. Y Derrick levantó la linterna para que pudieran ver mejor la hendedura. Nordlund retrocedió unos pasos, retuvo el aliento y traspuso el obstáculo. El espacio a salvar era breve y puso pie al otro lado sin dificultad.
— Cyd, ¿podrás hacerlo?
Ella se quitó los zapatos, tomó carrerilla y saltó. Nordlund la retuvo en sus brazos. Un salvamento fácil. Diana titubeó unos momentos, pero luego se lanzó también con ímpetu. Al poner pie en el otro lado vaciló y estuvo a punto de caer hacia atrás. Pero Cyd la agarró por un brazo. Derrick salvó el obstáculo con facilidad, yendo a caer asimismo en brazos de Nordlund.
Swede fue el último, dejando al otro lado a DeFolge y a Nakamura, con un Kaltmeyer casi inanimado entre los dos.
— El problema será el señor Kaltmeyer —musitó Nakamura—, Imposible hacerlo pasar.
Nordlund buscó el rollo de cable telefónico que había tomado de la caja de herramientas. Era grueso, de los de tres alambres con una dura envuelta de plástico. Arrojó un extremo a Nakamura y a DeFolge.
— Atelo a la cintura de Frank y páselo por encima de su hombro sano. Apártese unos tres metros para poder retener usted también. —Esperó a que sus instrucciones fueran llevadas a cabo, y añadió—: Swede, necesitaré todo su peso para sujetar mis piernas. Se tendió boca abajo y avanzó poco a poco hacia la grieta—. Hideo, senador, tensen la cuerda, aunque no demasiado, pero estén preparados para ejercer toda su fuerza si empiezo a ceder.
Notó cómo Swede lo agarraba por las piernas, y empezó a avanzar una vez más.
— Muy bien. Acérquenlo al borde, pero sin soltarlo. Frank, mantenga las piernas todo lo rígidas que le sea posible.
Kaltmeyer jadeó al tiempo que extendía las piernas sobre el borde de la hendedura. DeFolge y Nakamura lo sostenían por el tronco. Nordlund se adelantó sobre el borde hasta casi el ombligo.
— ¡Dispuestos! —advirtió avanzando todavía un poco más.
— Está usted en el límite —le advirtió Swede—. Empieza a resbalar.
Nordlund rodeó con sus brazos las rodillas de Kaltmeyer.
— Ya lo tengo —jadeó.
Parte del peso de Kaltmeyer descansaba ahora en el cable, retenido por DeFolge, mientras Nakamura seguía sujetando a Kaltmeyer por los hombros… Las rodillas de éste se doblaron, y Nakamura lo soltó. Nordlund sintió gravitar sobre sus brazos todo el peso del herido, que pendía cabeza abajo sobre el abismo.
— ¡Sujete el cable, Hideo! ¡Levántelo!
Ayudado por Swede, empezó a retroceder notando cómo los músculos de su espina dorsal se tensaban por el esfuerzo.
De pronto, Kaltmeyer exhaló un quejido y se retorció. Nordlund empezó a notar que sus piernas le resbalaban de entre las manos.
— ¡Sujeten el cable, maldita sea!
Nakamura y DeFolge se asieron al cable, lo estiraron, y la espalda de Kaltmeyer volvió a elevarse. Nordlund cambió de posición para poder agarrar el cable que pasaba por el hombro sano del herido.
Lo tenía ya casi sujeto cuando Kaltmeyer empezó a resbalar por el borde de la hendedura. En el lado opuesto, Nakamura se echó hacia atrás sujetando el cable con todas sus fuerzas. Pero DeFolge perdió su asidero y el cuerpo se vino abajo de improviso. Sus piernas colgaban ahora sobre el precipicio. Nordlund lo agarró por un tobillo, pero Kaltmeyer siguió cayendo. Nordlund logró atraparlo por un zapato, pero se quedó con éste en la mano. Kaltmeyer pendía sujeto sólo por el cable.
En el lado opuesto, DeFolge había retrocedido dando contra la pared de la cueva, y el cable se deslizaba ahora por entre los dedos de Nakamura.
Nordlund alargó las manos hacia el cable, que era retenido por Swede, Diana y Cyd. Kaltmeyer pendía sobre la hendedura, sujeto sólo por el cable del que tiraban Nordlund, Swede y las dos mujeres.
— Actúen como si fueran un ancla. Yo intentaré subirlo.
Nordlund, de pie junto al borde de la grieta, empezó a izar al herido. Pero pudo comprobar horrorizado que el cuerpo de éste no se movía del mismo sitio porque las vueltas del cable recubierto de resbaladizo plástico iban pasando unas sobre otras.
Kaltmeyer levantó la mirada y murmuró:
— Ricky…
Pero el extremo del cable había pasado ya por los diversos nudos y el herido se desplomó al abismo. Nordlund lo oyó golpear dos veces contra las paredes, hasta que su cuerpo dio en el fondo. Kaltmeyer no había exhalado ni un grito.
— ¡Dios mío! —exclamó Swede con voz ahogada.
Nordlund se retiró unos pasos, aturdido, sujetando aún el precioso cable. Tras él, Derrick sollozaba.
Al otro lado de la hendedura, Nakamura preguntó:
— ¿Por qué ha hecho eso?
El hombrecillo se enfrentaba a DeFolge con una expresión acusadora en su rostro.
— He perdido la sujeción —jadeó DeFolge.
— No lo creo —afirmó Nakamura moviendo la cabeza consternado.
DeFolge se sonrojó.
— ¿Insinúa que lo hice a propósito?
— Estoy seguro de ello —fue la respuesta de Nakamura.