CAPÍTULO 24
Moloney trajo la cámara de proyección y la pantalla, y Metcalf lo arregló todo con Briggs para mandar la señal hasta el puesto central desde el camión de la WBBM Visión Instantánea, aparcado cerca del pozo de acceso. Movieron las mesas, quitándolas del centro de la habitación, trajeron sillas plegables y colocaron la pantalla en el muro de partición del despacho de Nordlund.
— ¿Ha pedido champán, Jan?
— Está en el balcón de Dane. Hay dos cajas… Creo que será suficiente para ustedes, fanáticos del alcohol.
Iba vestida como una reina, luciendo un conjunto de lana gris y un chal encarnado, y llevaba las gafas con montura de oro colgando de una cadenita alrededor del cuello. Llevaba el pelo recogido en una nueva permanente y estaba bien claro que había pasado largo rato maquillándose aquella mañana. Se dijo que la ceremonia de conexión de los dos túneles le estaba costando la mitad de su salario mensual.
— Se va a helar.
— Sólo lo puse ahí hace diez minutos. Encontrarán también algunos bocadillos en una bolsa sobre mi mesa. Jamón y queso suizo con pan de centeno suave y salchichón con el de centeno completo. Los he hecho yo misma, así que no se quejen. —Estaba muy emocionada y las pupilas le resplandecían—. ¿Cree que podrá encargarse de todo esto?
— No tan bien como usted, pero lo intentaré.
Ella sonrió, halagada.
— ¿Tengo buen aspecto?
— Está usted deslumbrante.
Volviéndose de espaldas con una expresión repentina mente melancólica, dejó que Metcalf le pusiera el abrigo.
— Han sido cuatro años muy cortos, ¿no le parece?
— Usted es una de las razones por las que todo se ha hecho tan de prisa —repuso él medio en broma, medio galanteándola. De pronto, Jan se empinó sobre las puntas de los pies y lo besó ligeramente en la mejilla. Conforme se dirigía a la salida, él la advirtió—: Va a llegar con media hora de adelanto.
— Quien llega antes ocupa mejor sitio, Troy. Quiero ver qué aspecto tengo en televisión.
Él regresó al redil de trabajo y estuvo observando cómo el cámara colocaba los focos a distintos niveles y probaba el enfoque automático sobre la fina capa de roca que Kaltmeyer echaría abajo con su martillo. El local se estaba llenando de técnicos libres de servicio, ingenieros y personal de oficina: secretarias, empleados del archivo y media docena de contables. Incluso el viejo Samuel Wilcox se había colocado discretamente a un lado, llevando amorosamente en la mano un vasito de lo que Metcalf sospechó que era bourbon.
— Troy.
Nordlund se encontraba justamente en la puerta del despacho de Janice y Metcalf se apresuró a acudir allá.
— ¿Qué pasa? —preguntó mirando al otro más de cerca—. ¿Ocurre algo malo? Parece como si acabara usted de perder a su mejor amigo.
— Sí, lo he perdido —asintió Nordlund con una mueca, al tiempo que efectuaba un ademán en el que incluía a todo el sector—. Dentro de una hora aproximadamente todo quedará en manos de usted.
Metcalf lo miró inexpresivamente.
— No entiendo nada.
— Ayer presenté mi dimisión. Pero DeFolge no ha querido aceptarla hasta después del acto.
Metcalf no lo podía creer.
— ¿Qué ha ocurrido?
— Parece que no sirvo para los politiqueos de la empresa. Ya se lo contaré después. ¿Ha visto a Cyd y a Nakamura? Tenia que haberme encontrado con ellos aquí.
— Están en su despacho… probablemente mirando por el balcón cómo toda esa tropa baja por el pozo. —En realidad no sabía qué decir—. ¿Después de eso va a usted a bajar?
Nordlund se encogió de hombros.
— No quería, pero se lo prometí a Cyd. Por otra parte, los hombres se sentirían decepcionados si no me vieran.
Desapareció en el interior de su despacho, seguido por la mirada perpleja de Metcalf. ¿Qué diablos había ocurrido? Nordlund no era un político de empresa, pero siempre había salido airoso de sus problemas. Quizá el fracaso de su matrimonio con la hija de DeFolge estaba obrando finalmente su efecto negativo. Pero ¡qué momento más poco oportuno!
¿Le ofrecería ahora DeFolge el empleo a él? Ya lo había rechazado una vez y DeFolge a lo mejor estaba molesto. Luego se preguntó si realmente le interesaba. Cuando tenía cuarenta años hubiera sido así. Incluso cuando tenía treinta y cinco. Pero ahora no estaba seguro. Igual que otras muchas cosas en la vida, lo había deseado cuando era inalcanzable, cuando había pertenecido a otra persona. Además, aunque no quisiera admitirlo, entonces tenia aún mucho que aprender. De nada hubiera servido recibir algo de modo prematuro para que luego se volviera contra él. Lo primero quizá formara parte de su juego, pero no lo segundo, desde luego.
Se metió de nuevo en el redil de trabajo y estuvo mirando la pantalla unos momentos. El cámara había escogido un ángulo que evitara la zona entablada que destacaba como una enorme mancha en la pared lateral del túnel. En aquellos momentos la cámara estaba dando una imagen muy clara del estrado y del muro rocoso situado tras él. Algunos invitados habían empezado ya a afluir y Metcalf pudo distinguir a DeFolge y a Kaltmeyer en la primera fila, donde también estaba Derrick, el hijo de Kaltmeyer, que contaba doce años.
— ¡Eh, Moloney! Écheme una mano con el champán, ¿quiere?
Entraron en el despacho de Nordlund cuando éste salí, seguido de Cyd y Nakamura. El último tenía un rostro impasible como siempre, pero Cyd fruncía el entrecejo y Metcalf intuyó que Dane ya se lo había dicho. Cyd le dirijo una brevísima sonrisa y le advirtió:
— Vaya con cuidado, tigre.
Luego, todos ellos desaparecieron abriéndose camino por entre los reunidos en dirección a la puerta.
Cuando entró llevando el champán, le sorprendió ver a Cyd todavía allí en animada conversación con Harry chards junto a las ventanas. ¿Sabía Dane que también tuvo relaciones con Richards?, se preguntó Metcalf. La señora sabía arreglárselas muy bien en algo que, a su juicio, no parecía correcto. Según rumores, Richards era un viejo amante suyo, pero hubiera jurado que Nordlund no lo sabía.
Casi se tropezó con Evan Grimsley al salir del despacho de Jan con la bolsa llena de bocadillos.
— ¿Le importa si veo la ceremonia en la pantalla, señor Metcalf?
Grimsley estaba pálido y sus ojos aparecían ligeramente hundidos en su rostro de facciones prominentes. Parecía como si hubiera perdido al menos cinco kilos.
— No, ni mucho menos. Hay champán ahí dentro y Jan ha preparado estos bocadillos. —Arrugó la frente—, Pero podrá verlo desde abajo si quiere… Desde luego, le dejarán entrar.
Grimsley movió la cabeza.
— No quiero bajar. No paro de acordarme de Felton y de Expósito —respiró profundamente—. Me parece que no voy a tener ganas de trabajar nunca más en un túnel.
— Ya se le pasará —afirmó Metcalf pensando que Grimsley probablemente volvería a lo suyo aunque fuera sólo por escapar de sus mujeres: una latina y la otra vietnamita—. Y llámeme Metcalf, sencillamente, cuando me trata de «señor» me da la impresión de que está hablando con otra persona.
Grimsley lo miró con expresión incierta. De pronto, sonriendo, exclamó:
— ¡Vávase al carajo, Metcalf!
— Así está mejor… me parece —murmuró Metcalf.
Podía oír cómo los tapones empezaban a saltar por los aires. Moloney debía estar ya sirviendo el champán. Había suficiente, de modo que podían permitirse empezar pronto.
Se había comido la mitad de uno de los bocadillos de salchichón con la mirada fija en la pantalla del televisor, conforme, más abajo, el túnel empezaba a llenarse de gente. De pronto, alguien tras de él murmuró en voz muy baja:
— Tengo que hablar con usted, Troy.
Se volvió en redondo. Era Zumwalt.
— Es importante.
Suspiró, dejó el bocadillo sobre el sillón y siguió a Zumwalt hasta el despacho de Nordlund.
— ¿Qué pasa, Rob? Sólo faltan veinte minutos para que se efectúe la conexión y no quiero perdérmelo.
Zumwalt estaba nervioso.
— No sé qué hacer; pero tenía que decírselo a alguien y como Dane ha dimitido, me pareció oportuno hablar con usted.
— ¿Le ha dicho él que acudiera a mí para comunicármelo?
Como de costumbre, era el último en enterarse de las cosas.
Zumwalt leyó la expresión de su cara.
— No creo que se lo haya dicho a nadie más todavía. Estuve ayer con él poco antes de que subiera a ver a DeFolge.
Metcalf se sintió indeciso entre seguir oyéndolo o perderse alguna parte de la ceremonia. Quizá Zumwalt pudiera enterarle de ciertos detalles que Nordlund no había tenido tiempo suficiente para revelarle.
— ¿No puede esperar un poco?
Aun cuando la habitación estaba muy fría, la cara de Zumwalt aparecía cubierta de sudor.
— No lo creo… tengo esposa y un hijo y estoy hecho polvo de miedo.
Metcalf le puso una mano sobre el hombro.
— Tómeselo con calma. ¿Qué diablos ha ocurrido?
— Creo que tiene algo que ver con la cinta grabada por Styron.
— ¿A qué se refiere?
— A la dimisión de Dane. Le dije lo que había en la cinta y le mostré los gráficos.
Metcalf sintió que le invadía una primera oleada de inquietud.
— ¿Qué cinta?
— Styron grabó una cinta con parte del programa de la computadora, la información colateral sobre los sondeos realizados por Lammont. —Zumwalt tragó saliva—. Pero Lammont nunca efectuó dichos sondeos. Los amañó. Todo el programa era un puro engaño. Durante cuatro años hemos tenido suerte. Dane afirmó que Del pudo haber sido asesinado porque intentaba chantajear a alguien con esa cinta.
¡Cielos! ¿Adonde iría a parar Zumwalt?
— ¿Dónde está ahora la cinta?
— Dane me dijo que la iba a guardar en una caja fuerte Pero yo grabé un duplicado y ahora no sé qué diablos hacer con él. Si lo guardo me la puedo ganar. Aunque en realidad ya me la estoy ganando probablemente.
Metcalf se acordó en seguida de Richards. Harry sabría seguramente cómo salir de aquel puro.
— Muy bien, muy bien, Rob. Ya nos apañaremos. —Echó una ojeada a su reloj. Faltaban quince minutos—. Presencia, remos la conexión y luego iremos en busca de Harry.
— Hay otra cosa.
La mirada de Zumwalt se posaba insistentemente en la puerta. Metcalf se acercó a ella y la cerró. ¿Dónde diablos guardaría Jan su Valium?
— La conexión. —Zumwalt disparaba las palabras como si fueran balas—. Esta mañana he hecho que la computadora extrapolara los estratos adyacentes no sólo donde hemos excavado, sino en toda la zona que rodea el túnel utilizando las capas realmente perforadas mediante sondeos y no las cifras proporcionadas por Lammont. Luego utilicé un programa gráfico para trazar un perfil geológico.
Estaba pálido de miedo.
— ¿Y qué ha averiguado?
— Eche una mirada. —Zumwalt lo empujó hacia la mesa luminosa donde había desenrollado un enorme plano impreso—. Intenté ponerme en contacto con Dane, pero ya se había ido. —Encendió la luz superior y pasó un dedo sobre una de las zonas del plano—. Toda esta sección carece por completo de homogeneidad. —Volvió a tragar saliva—. Es la que se encuentra alrededor del frente del túnel.
Metcalf miró la gráfica largamente, intentando orientarse. Luego notó cómo la piel se le ponía tensa. Toda aquella zona era porosa, síntoma indicador de que probablemente estaba llena de materia orgánica. Quizá incluso se tratara de un lecho de turba o de un pozo de petróleo en embrión, si la zona superior estaba compuesta de dolomita plegada. Aquello era probablemente lo que explicaba la bolsa de gas de sulfuro de hidrógeno que había matado a Felton y a Expósito.
Luego recordó cuando Dietz le había llamado dos días antes para informarle de un derrumbamiento de poca importancia en el que parte de la pared del túnel en la parte oriental se había venido abajo. Pero el resto de la perforación parecía suficientemente sólido y nadie hubiera aprobado que se aplazara la ceremonia por tal causa.
— ¿Ha intentado ponerse al habla con Lammont?
Porque quizá Lammont tuviera una explicación… Pero luego se lo pensó mejor. Aquello no era ninguna fantasía. Zumwalt no se estaba inventando nada. Por motivos que sólo Lammont debía conocer, el muy bastardo había falsificado los sondeos.
— Tendremos que trazar un mapa de toda la zona —declaró lentamente—. Practicar cortes laterales y sacar muestras continuas de gas. Donde hay sulfuro de hidrógeno puede haber también metano o monóxido de carbono o incluso cianido de hidrógeno procedente de la masa de materia orgánica.
Zumwalt lo miraba como si estuviera loco.
— ¿Cuándo diablos piensa hacer eso?
— Ahora mismo. Vamos a suspenderlo todo.
No estaba loco. Dentro de diez minutos se provocaría el derrumbe de la pared que separaba los dos tramos, el túnel quedaría completo y todo habría acabado. Pero en modo alguno podía considerarlo así.
La zona era insegura y existirían probablemente en ella bolsas de gas a fuerte presión. El perforar los estratos porosos había debilitado todavía más la roca en la que las bolsas estaban contenidas, y algunas de ellas podrían explotar cuando menos se esperase.
La cabeza le daba vueltas. Era necesario cerrar el túnel, trasladarse abajo y ponerse en contacto con Dane. Pero Dane había presentado su dimisión. Bien, hablaría con Kaltmeyer. Éste se haría cargo del caso.
Luego pensó, sudoroso, que se estaba engañando a sí mismo. Que nadie clausuraría la ceremonia sólo porque existía la sospecha de que quizá pasara algo.
Quizá.