Capítulo 13
21 de Mirtul, Año de la Magia Desatada
Dando un manotazo al símbolo de protección de la pared, Vala agachó la cabeza, salió de la pequeña guarida y se escabulló a toda prisa por la antigua red del alcantarillado. Tenía un bulto palpitante del tamaño de un puño en la parte superior del muslo, y la propia herida rezumaba un líquido caliente. Por fortuna, el que había ocasionado las heridas de Vala había muerto sin depositar su huevo. Encontró la cosa en la cola del phaerimm cuando cortó el aguijón para añadirlo a su colección. Cuando la magia de levitación por fin hubo cesado, cayó sobre la criatura muerta y tuvo que esperar a que se pasara el efecto del veneno de paralización. Si el huevo hubiera sido implantado, todavía estaría encima del phaerimm muerto con la cara enterrada en sus entrañas.
En las circunstancias actuales, estando Vala atenazada por la fiebre, era impensable dar caza a su presa. Necesitaba todas sus fuerzas para avanzar cojeando por el túnel y evitando salpicar el vendaje con el líquido estancado en el fondo. Aunque la red de alcantarillado llevaba seis siglos sin usarse para el fin con el que había sido construida, la basura acumulada por tantos años de muerte y decadencia olía todavía peor que el contenido que le hubiera sido normal. Llegó a una «T» en el pasadizo, y cuando apenas había recorrido diez pasos por la bifurcación de la derecha, atisbo el extremo de una cola espinosa que desaparecía por otra esquina.
Vala entró en la bifurcación opuesta, frotó la mugrienta pared con el hombro y el brazo, dejando una marca bien visible en el moho, y luego volvió a la intersección y pegó bien la espalda al muro. Habiendo previsto que el pequeño phaerimm huiría hacia la derecha, Corineus estaba esperando cien pasos túnel arriba dispuesto a hacer volver a la criatura a su guarida. Vala habría preferido empujarla hacia la emboscada del baelnorn, pero su aura de frío hacía imposible que el lich-elfo tomara a nadie por sorpresa en las mazmorras.
El retumbo y el crepitar de una batalla de conjuros cada vez más próxima anunciaban el regreso de los phaerimm. Vala besó la hoja de su espadaoscura y elevó una plegaria por su hijo por si Tempus decidía llamarla a sus filas, después mantuvo el arma preparada junto a la intersección. Poco después, una brillante luz anaranjada irrumpió desde la boca del túnel, cegando a Vala y quemándole la piel. La mujer se apartó y levantó su mano libre para protegerse la cara mientras una crepitante bola de fuego pasaba silbando y desaparecía en el pasadizo opuesto.
Vala abrió los ojos y lo único que vio fueron círculos anaranjados que estallaban como burbujas. Era posible que los phaerimm estuvieran a menos de diez centímetros de su cara disponiéndose a clavarle el aguijón de la cola en la garganta, o que se mantuvieran al acecho tres metros más arriba, esperando a ver qué sacaba el conjuro de su escondrijo. Suponiendo que los phaerimm vendrían un poco por detrás del conjuro, contó tres segundos, descargó un golpe con su espada y dio contra algo sólido.
Una feroz ráfaga de viento recorrió la alcantarilla y se disipó casi de inmediato. Al ver que la espada caía libremente y tocaba el suelo y que ella todavía estaba viva, dedujo que al menos había herido a la cosa, y empezó a lanzar estocadas al azar en la intersección, trazando con la espada una figura defensiva en forma de ocho a la espera de que los puntos anaranjados se disiparan de su vista.
—Has matado al phaerimm —dijo Corineus desde su posición pasadizo arriba—. ¿Quieres matar también a su fantasma o es que ya no te sirvo de nada ahora que hemos destruido al último phaerimm?
—¿Está muerto? —Vala dejó de mover la espada pero no la volvió a su funda. Los phaerimm eran criaturas traicioneras, y aunque el casco shadovar la protegía de su control mental, no les resultaría difícil usar su magia para hacerse pasar por el baelnorn—. ¿Estás seguro?
—Lo estoy. —Una mano helada cogió la suya y guió la espadaoscura hacia su vaina—. Aparta eso. Tengo algo que darte.
Vala envainó el arma, segura de la identidad del baelnorn. Se había acostumbrado tanto a su aura fría que casi no la había notado cuando le cogió la mano.
—Tendrás que decirme qué es —dijo—. Me temo que mis ojos están todavía un poco deslumbrados por esa bola de fuego.
—Es un tesoro de Myth Drannor.
Corineus le deslizó un anillo en el dedo y ella pudo verlo, no al baelnorn marchito al que había conocido durante sus pruebas en el Irithlium, sino a un alto elfo del sol de ojos con puntos de oro y una larga melena de pelo rojo y sedoso.
—Cuando lo lleves puesto de esta manera —dijo el elfo—, verás las cosas tal como son.
Le dio al anillo un cuarto de vuelta y la vista de Vala volvió a la normalidad, es decir que no podía ver nada ya que no tenía la mano sobre la espadaoscura.
—Cuando lo lleves de esta otra manera nadie sabrá que lo tienes puesto. —Le dio otro cuarto de vuelta—, y cuando lo lleves así, nadie podrá verte.
Corineus empezó a retirar la mano helada, pero Vala la cogió entre las suyas.
—Ya sabes que maté a los phaerimm por razones personales —dijo—. No es necesario que me des ningún regalo.
—Yo creo que sí, Vala Thorsdotter. —Corineus retiró la mano de entre las suyas y se apartó—. He visto un poco del futuro mientras estábamos juntos.
El aura fría empezó a desvanecerse lentamente. Vala giró el anillo y vio al phaerimm muerto flotando en el agua. Estaba cortado en dos trozos tan largos como su brazo. Los apartó y miró hacia abajo por el túnel por el que había venido, donde la noble figura de Corineus empezaba a desvanecerse en la oscuridad.
—Gracias, Corineus —le dijo—, y no sólo por el anillo.
Corineus rotó la cabeza sobre los hombros y le dedicó una ancha sonrisa que le recordó a la sonrisa juguetona de Galaeron… cuando todavía sonreía.
—Gracias, Vala Thorsdotter —respondió—, y no sólo por matar a los phaerimm.
Teniendo en cuenta lo que son las mazmorras, la que estaba debajo de la ciudadela de Arabel era más acogedora que la mayoría, y sin duda más acogedora que las atestadas celdas de la Guardia de Tumbas de Evereska, donde a los profanadores de criptas se los obligaba a permanecer de rodillas con los brazos en cepos y amordazados. En ésta, Galaeron y Ruha estaban sentados en jaulas independientes, mientras que Aris estaba encadenado a una pared en la cámara de interrogatorios que había fuera. No había ratas, sólo los típicos parásitos humanos como pulgas y piojos. Salvo por el hedor acre del aceite de mala calidad usado en las lámparas de la pared, el lugar ni siquiera olía mal.
Pero era una cárcel segura. Aris había se había pasado media noche rascando el mortero en torno al anclaje de sus cadenas y lo único que había conseguido había sido lastimarse los dedos. Ruha había probado con media docena de conjuros y la magia se desvanecía tan pronto como salía de sus dedos. Galaeron había dado puntapiés contra el cerrojo de la puerta hasta que un retumbo amenazador sonó sobre sus cabezas, y al mirar hacia arriba se dio cuenta de que el techo de la celda estaba formado por una serie de bloques encajados cuya piedra de toque estaba apoyada sobre la misma jamba en la que él descargaba los golpes. Temeroso de que sus intentos pudieran costarle la vida, abandonó la idea de escapar de su celda.
Galaeron apretó la cara contra los barrotes y trató de ver si había alguien en el puesto de guardia, situado al final de la fija de jaulas e imposible de ver desde el interior de una celda. Pudo ver que había luz reflejada en las paredes, pero ninguna sombra que hiciera pensar que pudiera haber alguien de pie y en movimiento.
—No hay nadie ahí —susurró Aris, cuya voz sonó como el viento entre los árboles—. La última ronda tuvo lugar hace aproximadamente una hora.
—Estos cormyrianos tienen sus mazmorras por muy seguras —observó Galaeron.
—Y tienen razón para ello —dijo Ruha, hablando desde la esquina de su celda—. No veo que tú sigas dando golpes, y la defensa contra conjuros ha podido con todo lo que intenté.
—Entonces no tenemos elección, ¿no os parece? —Galaeron se apartó de la puerta y empezó a rebuscar en sus bolsillos con la esperanza de que los guardias hubieran omitido algunas hebras de sedasombra cuando los revisaron—. Yo puedo hacer que salgamos de aquí.
Aris abrió mucho los ojos, alarmado.
—¿Cómo?
—Su protección contra conjuros no puede detener la magia de sombras —dijo—, y como a Rivalen no se le ocurrió instaurar la suya propia…
—No, Galaeron —se negó Ruha—. Es demasiado arriesgado para ti formular otro conjuro de sombra.
—Lo que es demasiado arriesgado es esperar aquí a Rivalen. —Encontró una hebra de sedasombra y empezó a hacer con ella un lazo cerrado—. Haré que salgamos de aquí con un conjuro.
—¿Y después qué? —inquirió Aris—. ¿Esperar a que todos contemos contigo otra vez y dejar que tu sombra nos mate a todos?
Galaeron abandonó el intento y miró al otro lado de la reja.
—Siento lo del Saiyaddar, Aris. De veras que lo siento. Si te hubiera dejado abandonar la manta de sombra no habrías estado tan ávido de agua.
—Y tú no hubieras tenido nada que mostrarle a Storm —interrumpió Aris—. No fue lo que hiciste, amigo, sino por qué. Cuando tu ser sombra toma el control pierdes de vista lo que está bien y sólo piensas en vengarte.
—Tengo derecho —dijo Galaeron, irritado por la lección del gigante—. Telamont estaba tratando de hacer aflorar a mi sombra, y Escanor…, bueno, no importa Escanor.
—Ibas a decir que Escanor te había robado a Vala —le espetó Aris—. Pero sabes que no fue así. Sabes que fuiste tú quien la alejó.
—Tienes razón —replicó Galaeron—, pero lo puedo ver ahora. Ahora soy yo el que controla.
A pesar de su reconocimiento, Galaeron empezó otra vez a atar la sedasombra. Aris intercambió con Ruha una mirada de preocupación y la bruja pasó un brazo entre los barrotes y cogió a Galaeron del brazo.
—No eres tú el que controla ahora, Galaeron —dijo Ruha—. Tu sombra está tratando de inducirte a cometer otro error.
Deslizó su mano hasta la de él y trató con suavidad de desprender la sedasombra de sus dedos. Él la sujetó con fuerza.
—Storm enviará ayuda —le aseguró Ruha—. Ya le he comunicado que tenemos problemas.
Galaeron empezaba a preguntarse cómo podía transmitir un mensaje a través de las protecciones mágicas cuando recordó que éstas estaban hechas de magia del Tejido. Storm formaba parte de los Elegidos, y por eso bastaba con que Ruha pronunciara su nombre y el Tejido podía llevar unas cuantas palabras pronunciadas a continuación hasta los oídos de Storm. Lo que no podía hacer, sin embargo, era transmitir una respuesta.
—¿Sabes que vendrá? —preguntó Galaeron—. ¿Lo sabes con certeza?
Los ojos de Ruha siguieron fijos en los suyos.
—No, pero es más sensato confiar en ella que creer que tú puedes controlar a tu sombra cuando es tan evidente que es ella la que te controla a ti. Por el momento, preferiría confiar mi vida a Malik.
Las palabras sinceras de la bruja fueron suficientes para recordarle a Galaeron el remordimiento que había sentido después de que Aris resultó herido y para hacerle ver que sólo estaba usando su situación como excusa para formular un conjuro y sentir el acceso de la fría magia de sombras en su cuerpo. Era una sensación casi física, como tener sed y querer agua o estar agotado y ansiar el sueño, y era igualmente difícil de negar. El Tejido de Sombra estaba siempre allí, a su alcance, invitándolo a extender la mano y tocarlo.
Galaeron soltó la hebra de sedasombra y miró mientras Ruha formaba con ella una pequeña bola y la arrojaba a la llama de la lámpara. Erró el tiro, pero la bola rebotó en la pared y cayó en la oscuridad, perdiéndose.
—¿Sabéis lo que pasará si Rivalen me lleva de regreso a Refugio? —preguntó Galaeron dirigiéndose tanto a Ruha como a Aris—. Que no podré impedir que Telamont haga salir a mi sombra. Sería mejor salir los tres de aquí y dejar que sucediera ahora, cuando vosotros dos todavía podéis hacer algo al respecto.
—Sólo un tonto podría considerarnos capaces —dijo Aris—. Tu sombra te sigue tentando, Galaeron. Si cedes ante ella, aunque sea un minuto, estamos perdidos.
—Confía en Storm —le aconsejó Ruha—. Yo lo hago, y seré la primera en morir si nos llevan a Refugio.
Era cierto, y Galaeron lo sabía. El talento de Aris podía servir para que le perdonaran la vida, eso si podía encontrarlo dentro de sí para seguir esculpiendo. El propio Galaeron se mantendría vivo y corrompido y hasta era posible que pudiera encontrar una manera de vencer a su sombra, pero Ruha sólo representaba un problema para los shadovar. El interrogatorio al que sería sometida a su regreso revelaría que era una agente de los Elegidos, si es que Telamont no lo sabía ya a esas alturas, y Galaeron ni siquiera quería pensar en el destino que les esperaba a los espías en el Enclave de Refugio.
Galaeron asintió.
—Muy bien —dijo apartándose de los barrotes y sentándose en el banco que le servía de camastro—. Si estáis dispuestos a confiar en que Storm nos salve, entonces yo también debería.
—Pero ¿lo estás? —preguntó Aris—. Debes prometernos que no vas a usar otra vez la magia oscura, aunque eso signifique nuestra muerte.
Galaeron meneó la cabeza.
—Sólo puedo prometer que lo intentaré.
—Eso no es una promesa —replicó Ruha—. Intentarlo es fácil. Hacerlo es lo difícil.
Galaeron apartó la mirada. Ya había roto esa promesa una vez, de modo que sabía lo difícil que iba a ser cumplirla, todavía más difícil que la última vez, tal vez imposible, pero Ruha tenía razón. Tratar era fácil, y escoger el camino fácil había hecho que se precipitara hacia el desastre desde el principio. Había roto la Muralla de los Sharn y liberado a los phaerimm cuando ordenó a su patrulla que atacara con proyectiles mágicos en lugar de usar sus espadas. Había dejado que su sombra se le deslizara dentro cuando hizo caso omiso de la advertencia de Melegaunt y usó más magia de sombra de la que tenía poder para controlar. Había soltado a los shadovar sobre Faerun cuando trajo su ciudad voladora al mundo para salvar a Evereska de los phaerimm. Había perdido a Vala cuando había sido lo bastante tonto como para creer que Telamont Tanthul le enseñaría a controlar a su ser sombra. Y a punto había estado de perder a su mejor amigo por conseguir una venganza fácil. Había llegado la hora de tomar el camino difícil.
Galaeron miró al otro lado de la cámara de interrogatorio y dijo.
—Tenéis razón. Tenéis mi palabra de Guardián de Tumbas de que no volveré a usar mi magia de sombras nunca más.
Aris hizo un breve gesto afirmativo.
—Bien, entonces ya has vencido a los shadovar.
—La derrota está en mantener la palabra —dijo Ruha—, pero ya es un comienzo.
La bruja regresó a su propio camastro y volvieron a sumirse en el silencio. Aris volvió a tirar de sus cadenas y a rascar el mortero que las sujetaba. Ruha y Galaeron trataron de pensar en una manera de escapar que no implicara el uso de la magia de sombra. Un poco más tarde, dos centinelas nocturnos entraron y se sentaron a ambos lados de la mesa del puesto de guardia. Compañeros habituales de guardias nocturnas sin duda, intercambiaron algunas palabras gruesas en un intento poco entusiasta de mantenerse despiertos, pero al cabo de unos minutos estaban roncando. A Galaeron no le sorprendió. El aburrimiento es el mayor enemigo del que vigila, y sobre todo en una mazmorra donde la posibilidad de fuga parecía tan remota.
Un cuarto de hora después, los ronquidos cesaron con un gorgoteo final. Un par de cuerpos vestidos con armadura cayeron estrepitosamente al suelo y Aris abrió mucho los ojos. Galaeron apretó la cara contra los barrotes y miró hacia el puesto de guardia. Los centinelas yacían en el suelo y sólo se veían sus pies. Estaban rodeados por un círculo tenebroso que lo mismo podría ser sangre o sombra. Sin su visión oscura, a Galaeron le resultaba imposible distinguir entre una cosa u otra. Rivalen y media docena de shadovar salieron de las sombras detrás de ellos.
Galaeron sintió que se le secaba la garganta. El momento había llegado antes de lo que esperaba, pero sabía que su tentación hubiera sido la misma por la mañana, o en cualquier momento. El cuerpo le dolía demasiado como para formular un conjuro. Se sentía febril y hueco y ávido de la fresca sensación del Tejido de Sombra, pero incluso dejando de lado su promesa, era demasiado tarde para eso. No obstante, cuando sus ojos se encontraron, Galaeron mantuvo una tranquila compostura e hizo un despreocupado gesto con la cabeza.
—Todavía es temprano, ¿no? —dijo.
—Me cansé de esperar.
Rivalen hizo que tres guerreros se ocuparan de Aris, otros dos de Ruha y que el último lo acompañara hasta la celda de Galaeron.
—A decir verdad —reveló el príncipe—, estaba empezando a temer que hubieras encontrado alguna manera que no fuera la magia de sombra para abandonar la mazmorra.
Galaeron meneó la cabeza.
—No, he dejado de usar la magia de sombra.
Rivalen lo contempló con mirada descreída.
—Sí, claro. —Se acercó hasta la puerta de Galaeron y se quedó un momento estudiando su celda, después le indicó que retrocediera—. De rodillas, si no te importa.
Galaeron obedeció, aunque tuvo buen cuidado de colocar los dedos debajo del cuerpo para poder ponerse en pie de un salto. Para no mirar hacia arriba, hacia la piedra de toque del techo y delatar cuáles eran sus planes, mantuvo los ojos fijos en Rivalen.
—¿A qué viene tanta prisa? —preguntó—. Unas cuantas horas más y no hubieras tenido que secuestrarnos.
El príncipe sacó un juego de ganzúas del bolsillo y se arrodilló frente a la puerta.
—Dentro de unas cuantas horas habrías escapado y estarías en otro reino tratando de traicionar al Supremo otra vez.
—En realidad no —dijo Galaeron—, pero no deja de haber algo de verdad en lo que dices.
Guardó silencio mientras el príncipe hacía su trabajo. Al otro lado de la cámara de interrogatorios, la escolta de Aris había acabado de atarle las manos y los tobillos al gigante con una cuerda de sombra y empezaba a tratar de soltar las cadenas que lo amarraban a la pared. El gigante seguía forcejeando con manos y pies, complicándoles la tarea hasta tal punto que uno de ellos desenvainó la espada.
—Aris, no hagas que te hieran —le ordenó Galaeron. Empezaba a ver una forma de ayudar a Aris y a Ruha a escapar, pero necesitaba que el gigante estuviera libre de cadenas—. No vale la pena.
—Sí, debes cuidar tus manos —dijo Rivalen, ocupado todavía con la cerradura de Galaeron—. El Supremo las valora casi tanto como los secretos de Melegaunt que guarda Galaeron.
Los que escoltaban a Ruha habían conseguido abrir su celda y le hacían señas de que saliera. Mientras se acercaba a la puerta miró por encima del hombro y enarcó las cejas.
—Al menos estarás en la misma ciudad que Malik —dijo Galaeron, indicándole que fuera hacia la cámara de los interrogatorios—. Suponiendo que esté todavía con vida.
—Lo está, ciertamente —afirmó Rivalen—. Después de haber traicionado tu plan se ha convertido en un favorito del Supremo.
El mecanismo de la cerradura de Galaeron cedió por fin. El príncipe sonrió y retiró las ganzúas.
Galaeron se puso en pie de un salto y se lanzó contra la jamba de la puerta con toda la fuerza que pudo reunir en dos pasos.
—¡Corred! —gritó—. Salvaos.
El príncipe movió una mano oscura hacia él y Galaeron salió despedido y chocó contra el fondo de la celda con tanta fuerza que se quedó sin respiración. Se deslizó hasta el suelo y a continuación se encontró flotando a través de la puerta mientras seguía tratando de recobrar el aliento.
—¿Pensaste que no me daría cuenta de tu plan? —preguntó Rivalen, manteniendo a Galaeron suspendido ante él—. Además de ingrato eres necio. Si vuelves a intentar alguna tontería, Weluk le cortará el cuello a la bruja.
Uno de los que vigilaban a Ruha le apoyó una daga cristalina en la garganta, y el asistente de Rivalen empezó a atar las manos del elfo.
—Los shadovar tenéis una idea muy peculiar de lo que es la gratitud —dijo Galaeron—. Si piensas que os voy a ayudar a destruir Faerun para salvar Evereska, estás equivocado.
—Ya cambiarás de forma de pensar —le aseguró Rivalen—. Y no tenemos el menor deseo de destruir Faerun.
—Entonces vuestros deseos no coinciden con vuestras acciones —replicó Ruha sin hacer el menor caso del cuchillo que amenazaba su garganta—. Ya has tenido ocasión de comprobar lo que la fusión del Hielo Alto está haciendo a la Costa de la Espada y a las Tierras Centrales. Estáis matando de hambre a naciones enteras.
—Los shadovar hemos pasado diecisiete siglos de hambre y hemos resistido —le espetó Rivalen—. Si los reinos de Faerun son demasiado débiles para sobrevivir a unas cuantas décadas de hambre para que las tierras netherilianas puedan volver a ser fértiles, entonces es que no estaban destinados a perdurar.
—Debo discrepar de eso —dijo una familiar voz femenina llena de furia—. Y lo mismo harían Aguas Profundas, Luna Plateada, las Tierras del Valle e incluso Thay, estoy segura.
Un estrépito tremendo llenó las mazmorras cuando una compañía entera de Dragones Púrpura salió literalmente de la pared opuesta de la cámara de interrogatorios, seguidos de cerca por Alusair Obarskyr, Vangerdahast y Dauneth Marliir. Galaeron quedó aturdido al comprobar que había estado toda la noche frente a una ilusión sin darse cuenta.
Galaeron echó una mirada a Ruha y ella meneó la cabeza. La cuestión se mantuvo en el terreno de la duda. Su confianza en Storm no se debía a que sabía que los estaban vigilando.
Alusair se volvió hacia un fornido sacerdote que salió junto con ella del muro y señaló a los dos centinelas que yacían en el suelo en el puesto de guardia.
—Owden —dijo—, ¿te importaría?
—Por supuesto que no, princesa.
El sacerdote salió silenciosamente. Alusair, vestida con una armadura completa de plata martillada, cruzó la cámara de interrogatorios hasta donde estaba Rivalen.
—¿Serás tan amable de devolver los prisioneros a sus celdas, príncipe? —dijo, señalando a Galaeron y a Ruha—. Todavía no es de día.
Rivalen echó una mirada a la estancia, y al ver varias docenas de ballestas que no apuntaban exactamente hacia él, pareció confundido. Hizo una reverencia pero no dio la orden, pensando al parecer que puesto que todavía no estaba siendo atacado, se debía a que Alusair o bien no había oído todo lo que había dicho o no lo encontraba indefendible.
—Te pido que me perdones, majestad —se excusó—, no pretendía ser presuntuoso, pero temeroso de que el elfo hiciera uso de su magia de sombra para escapar, asigné a algunos de mis hombres a la vigilancia de su prisión.
Alusair no dijo nada, pero miró hacia el puesto de guardia, donde aquél al que había llamado Owden estaba arrodillado junto a los centinelas caídos. Levantó la vista y meneó la cabeza.
Rivalen cubrió rápidamente la situación.
—En realidad, mi precaución estaba justificada. Descubrimos una espiral de sombra afuera y la seguimos hasta esta mazmorra. —Señaló con una mano a los guardias caídos—. Ay, llegamos demasiado tarde para salvar a tus hombres, pero conseguimos capturar al elfo y a sus cómplices que trataban de huir.
—¡Eso es mentira! —dijo Aris con voz tonante—. Estábamos…
Vangerdahast hizo un gesto y los labios del gigante siguieron moviéndose sin sonido. Aris puso una mueca de contrariedad y meneó la cabeza negando airadamente. Si Alusair lo notó, no le prestó atención y siguió mirando a Rivalen.
—Cormyr te agradece tu vigilancia —dijo la princesa—, pero los prisioneros todavía no han sido devueltos a sus celdas.
Los que escoltaban a Ruha empezaron a llevarla a su celda. Rivalen les dijo algo en netheriliano antiguo que los obligó a pararse en seco, luego se volvió a Alusair con una sonrisa.
—Falta poco para el amanecer, princesa. Teniendo en cuenta lo cerca que han estado los prisioneros de escapar, seguramente podemos robarle unas horas a la noche.
Vangerdahast frunció el entrecejo y avanzó tambaleándose.
—No es así como funciona la ley en Cormyr, príncipe Rivalen. —Señaló con un dedo retorcido por la edad los barrotes que había detrás de Galaeron—. Libera sus ataduras y devuelve los prisioneros a sus celdas u ocupa su lugar.
Los ojos dorados de Rivalen adquirieron un brillo casi blanco ante la amenaza. Miró al viejo mago con desdén y luego se volvió hacia Alusair.
—Si ése es el deseo de la corona, entonces, por supuesto, obedeceremos.
Vangerdahast señaló con un dedo a los guardias de Ruha y pronunció una palabra mágica. Los dos fueron lanzados contra la pared del fondo de la celda con fuerza suficiente para aplastar sus negras armaduras y dejarlos tirados en el suelo.
—La corona ya ha formulado su deseo —dijo Alusair, haciendo una señal a un grupo de Dragones Púrpuras para que rodearan a Rivalen y a los demás—. ¿Quieres desatar a los prisioneros, príncipe?
Rivalen vaciló, y Galaeron sintió la magia fría del Tejido de Sombra que crecía al prepararse el príncipe para trasladarlo al enclave.
—Adelante, Rivalen —dijo—. Secuéstrame ahora y todo Faerun sabrá que estoy diciendo la verdad.
La oleada de magia fría se desvaneció y Galaeron lamentó instantáneamente sus palabras. Un segundo más y él hubiera estado de vuelta en el Enclave de Refugio, sin más opción que sumergirse en la sombra. Se soltaron las ataduras de las manos de Galaeron por iniciativa propia, y Rivalen lo empujó por la puerta de la celda con fuerza suficiente como para hacer que rebotara en la pared del fondo y cayera al suelo.
—Nos entregarás a los prisioneros al amanecer. —Aunque Rivalen intentaba que la frase sonara como una orden en lugar de una petición, el simple hecho de pronunciarla hizo que la pregunta quedara implícita—. Al Supremo le costaría entender que un amigo diera cobijo a prófugos de su justicia.
—¿De verdad?
Alusair asintió y Vangerdahast hizo un movimiento con su dedo torcido. Las puertas se cerraron, dejando a Galaeron en su celda y a los dos shadovar en la otra. Los dragones púrpura escoltaron a Ruha y se colocaron entre Aris y los shadovar que lo habían tenido prisionero.
Alusair miró a Rivalen, que observaba todo esto.
—Pero sí entendería que se dejase a sus amigos morir de hambre. —Le dedicó una sonrisa helada y luego repitió las palabras que él había dicho antes—. Al fin y al cabo, si los reinos de Faerun son demasiado débiles como para sobrevivir a unas cuantas décadas de hambre para que las tierras netherilianas puedan volver a ser fértiles, entonces es que no estaban destinados a perdurar.
La cara de Rivalen se oscureció tanto que a punto estuvo de desaparecer.
—Majestad, para entender mi comentario, debes conocer el contexto.
—Supongo que es verdad. —Alusair dio un paso hacia el príncipe con una actitud más propia de un guerrero que reta a otro que de alguien poderoso que entrega un mensaje—. ¿Eso quiere decir que los shadovar no están derritiendo el Hielo Alto?
Rivalen lanzó una mirada despectiva hacia donde estaba Galaeron.
—La princesa seguramente sabe que todo reino tiene sus detractores. Que un elfo descontento diga algo no significa que eso sea verdad.
—Ésa no es una respuesta —insistió Alusair—. ¿Son los shadovar responsables de cambiar el clima de Faerun o no?
—¿Nosotros, majestad? —inquirió Rivalen con aire sorprendido—. Nosotros somos sólo una ciudad.
—Una ciudad netheriliana, y las ciudades netherilianas han hecho cosas peores —replicó Alusair, refiriéndose sin duda a la arrogancia causante de la caída de la diosa Mystryl alterando el Tejido para siempre. Volvió la cabeza por encima del hombro y dijo—: Myrmeen ¿has visto bastante ya?
—Así es, majestad.
Myrmeen Lhal atravesó el muro ilusorio acompañada de media docena de nobles de Arabel que transportaban la manta de sombra confiscada a Galaeron y a sus compañeros. Dio instrucciones a los nobles de que dejaran caer la manta a los pies del príncipe.
—Ahí está la propiedad robada al Enclave de Refugio —dijo—. Tú y el resto de los shadovar que permanecen en Arabel podéis volver junto a tu padre y transmitirle nuestro agradecimiento.
—No lo entiendo —protestó Rivalen tratando de conseguir tiempo para pensar—. ¿Nos ordenas que abandonemos la ciudad?
—Te estoy ordenando que salgáis de Arabel… y de todo Cormyr, tú y todos los shadovar —aclaró Alusair—. No seréis bienvenidos aquí hasta que dejéis de derretir el Hielo Alto.
—¿Nos estás negando el derecho que tenemos por nuestro nacimiento? —Rivalen se quedó boquiabierto, cambiando de táctica en el instante mismo en que se hizo evidente que sus mentiras habían quedado al descubierto—. ¿Con qué derecho te atreves?
Era lo peor que podría haberle dicho a Alusair Obarskyr. La princesa dio un paso adelante hasta que su nariz estuvo pegada al pectoral de la armadura del enorme shadovar.
—Por el derecho de la ley… y de las armas. —Lo empujó al interior de la celda de Galaeron y luego se volvió hacia Dauneth Marliir y señaló a los otros dos shadovar que ocupaban la que había sido la celda de Ruha—. ¿Fueron ésos los que mataron a los guardias?
Dauneth se encogió de hombros.
—Tal vez, majestad. Resulta difícil distinguir a un shadovar de otro.
—Bueno, no tiene importancia —dijo Alusair—. Al menos formaban parte del grupo que mató a los dos guardias. Ejecutadlos.
—Por supuesto, majestad.
Rivalen abrió la boca para protestar, pero Dauneth ya estaba bajando el brazo. Dos docenas de ballestas se dispararon y atravesaron a los dos shadovar con sus dardos de hierro. Ambos guerreros cayeron sin un grito, con las caras y las gargantas atravesadas por virotes disparados con mano experta.
Alusair se volvió hacia Rivalen.
—Creo que eso deja clara nuestra posición, ¿no es cierto?
Vala salió renqueando de la umbría entrada del Irithlium y encontró al príncipe Escanor con una compañía completa de shadovar en el patio cegado por los árboles. Tenían puestas las armaduras y llevaban las vítreas espadas listas para el combate. Estaban divididos en escuadrones de doce hombres, cada uno de ellos bajo el mando de un colmilludo señor de las sombras. Al ver a Vala que se acercaba, un murmullo de incredulidad, o tal vez de alivio, recorrió las filas y las puntas de las espadas empezaron a apuntar al suelo. Enarcando las cejas ante la inesperada recepción, comprobó que el anillo que le había dado Corineus estaba en la posición indetectable, cogió las colas de phaerimm que llevaba colgando de su cinturón y se presentó ante Escanor.
—¿Has venido a cumplir tu promesa, Escanor? —preguntó.
Escanor cerró la boca abierta por el asombro.
—¿Mi promesa?
—Por matar a los phaerimm ocultos bajo el Irithlium. —Vala le puso las colas en la mano con cierta arrogancia—. Aquí hay seis colas. Puedes contarlas.
El príncipe miró las colas y le dedicó una sonrisa irónica.
—Realmente impresionante, pero no. Cuando hice la promesa la verdad es que no pensaba que volverías.
—Lo que pensabas importa menos que lo que hagas ahora al respecto —dijo Vala—. ¿O es que los príncipes de Refugio son hombres que no cumplen su palabra?
—Por desgracia, eso no será posible —repuso Escanor, a quien se le borró la sonrisa. Le devolvió las colas de los phaerimm y luego cogió a Vala por la muñeca—. Precisamente venía para llevarte ante el Supremo. Parece que por fin ha localizado a Galaeron.
El príncipe se dio la vuelta y, arrastrándola tras de sí, empezó a caminar. A los dos pasos, su cuerpo se había vuelto diáfano y fantasmal. Dos pasos más y estaban totalmente inmersos en la sombra y el suelo que pisaban era tan blando como el agua. Vala trató de desasirse, pero dejó de forcejear cuando experimentó una extraña sensación de caída en el vacío y el brazo de su captor se estiró convirtiéndose en una retorcida cuerda de oscuridad. Vala giró su anillo mágico para poder ver el aspecto real de las cosas.
El torbellino de oscuridad que la rodeaba se convirtió en un vacío perlado, sin movimiento. Más que color gris lo que había era falta de color. Escanor era un corazón negro que latía dentro de una jaula de negras costillas, sin miembros ni cráneo, con dos llamas cobrizas donde deberían haber estado los ojos y un manojo de atisbos de dedos sujetando el brazo de Vala.
Los fieros ojos del príncipe se volvieron en su dirección y ella se apresuró a girar el anillo a la posición de ocultamiento, con lo cual él volvió a ser la figura sombría de un momento antes.
—Camina —dijo.
El príncipe dio un paso y recuperó la solidez. Vala lo siguió. El suelo se endureció bajo sus pies y volutas de sombra empezaron a unirse formando cintas humeantes. Las voces de murmuradores anónimos subían y bajaban en la oscuridad circundante. Poco a poco, un grupo de murmullos fue asumiendo los tonos más plenos de la conversación normal, y Vala reconoció la voz sibilante de Telamont Tanthul, el Supremo. Estaba hablando a alguien con tono destemplado, gritando más bien, y había un murmullo airado en torno a él.
Las figuras de varios señores de las sombras aparecieron en las tinieblas que rodeaban el trono de Telamont. Los más próximos al estrado eran los príncipes Rivalen y Lamorak, y Hadrhune estaba un poco más abajo en la escalinata. Vala vio con sorpresa que Malik ocupaba un escalón entre el senescal y los príncipes y que sus cuernos ya no se ocultaban bajo el turbante. A Galaeron no se lo veía por ninguna parte. Escanor pasó por delante de los señores y se detuvo al pie del estrado.
—¿… permitir que ella me imponga sus condiciones? —decía el Supremo con tono airado—. ¿Después de todo lo que hice para reconstruir aquella ruina de reino?
—Supremo, si esa ramera se hubiese atrevido a decir una sola palabra contra ti, yo mismo hubiera acabado con ella —dijo Rivalen, sometiéndose visiblemente ante la ira de su padre—. Como sus invectivas iban dirigidas sólo contra mí, pensé que era mejor aguantarlas y volver para consultarte.
—¿Volver sin el elfo?
—Era imposible traerlo —dijo Rivalen.
El Supremo esperó en medio de un silencio expectante.
—Mientras fue posible, todavía tenía esperanzas de mantener a salvo nuestra relación con Arabel —continuó el príncipe—. Conozco el valor que das a controlar las ciudades fronterizas.
El Supremo siguió en silencio, aunque la sensación de expectación que impregnaba el aire había desaparecido. Vala cruzó las manos delante del cuerpo, cubriendo el regalo de Corineus, y dio vuelta al anillo con el pulgar. Las tinieblas se convirtieron en una niebla tan leve que pudo ver que la sala del trono era en realidad un enorme patio rodeado a la distancia por líneas oscuras que Vala supuso eran paredes. Más allá del estrado que había frente a ella se elevaban las formas de muchas otras plataformas cuyas siluetas se volvían menos definidas cuanto mayor era la distancia, pero rodeadas todas ellas por un círculo de señores de las sombras similares a los que rodeaban a Vala y a los príncipes.
Los propios señores de las sombras eran figuras arrugadas, de aspecto demoníaco, con ojos hundidos en un cerco rojo y una piel negra y curtida que en muchos casos presentaba marcas blancas. Rivalen y Lamorak tenían un aspecto mucho más parecido al que había observado en Escanor durante el viaje desde Myth Drannor, con ligeras diferencias en la forma en que su esqueleto estaba conectado a las costillas negras que rodeaban sus negros corazones. Lo sorprendente era que Hadrhune parecía el mismo que antes de que Vala hubiera girado el anillo, lo mismo que Malik, salvo por el hecho de que se mantenía más erguido y era mucho más enjuto y fuerte que la idea que Vala tenía de él.
Por último, Telamont hizo que el corazón de Vala estuviera a punto de salírsele por la boca al dar un grito.
—¡Traidora!
Al principio no estaba claro a quién se dirigía el Supremo, que era sólo un par de ojos de platino flotando en una columna de oscuridad que vagamente recordaba la forma de un hombre. La niebla grisácea que llenaba la sala del trono parecía fluir a través de él, penetrando su «cuerpo» en la zona de los pies y saliendo por las manos. En la zona que quedaba por detrás de uno de los ojos, en lo que debería haber sido la sien, había algo negro y arrugado, cuyo tamaño era aproximadamente la mitad del puño de Vala, que palpitaba al ritmo de las palabras del Supremo.
—¡Esto es obra tuya, ingrata vaasan!
Vala giró el anillo a su posición oculta y se encontró con que la capucha llena de tinieblas del Supremo estaba orientada hacia ella y que la estaba señalando con la manga extendida.
Rogando que Telamont no hubiera percibido su anillo mágico, Vala alzó el mentón y se obligó a sostener su mirada furiosa.
—¿Mía, Supremo? Yo ni siquiera me he acercado a Cormyr.
—Tú sabías cuáles eran sus planes antes de que se fuera, ¿no es verdad?
Lo último que Vala estaba dispuesta a admitir era su complicidad en la huida de Galaeron, pero lo más seguro era que Malik ya hubiera revelado cuál había sido su participación, y ella era demasiado lista como para pensar que el Supremo se iba a dejar engañar por cualquier mentira que ella dijera.
—Así es —reconoció.
El Supremo guardó silencio y Vala sintió el peso de su siguiente pregunta tan tangiblemente como el del cuerpo de un camarada caído.
—Yo quise que se fuera —respondió—. Tú lo estabas entregando a su sombra en lugar de enseñarle a controlarla.
—Y sin embargo fuiste a Myth Drannor con Escanor.
—Para que no sospecharas e impidieras que se marchara —dijo Vala.
Otra vez el silencio, pesado y exigente.
—No quería marcharse sin mí —admitió Vala—. Tuve que convencerlo de que me había sacado de quicio y me sentía atraída por Escanor. Se marchó jurando vengarse de ti, de Escanor y de Refugio en general.
Telamont por fin dejó de mirarla, meneando la cabeza con gesto de incredulidad bajó del estrado y se colocó delante de Escanor.
—De gran parte de esto tengo yo la culpa —dijo—. No pensaba que su sombra lo controlara hasta tal punto, pero tú estabas ciego por los coqueteos de una mujer y permitiste que te usara contra el enclave, y por eso tú también merecerías ser ejecutado.
A Vala se le aflojaron las rodillas al oír aquello, pero Escanor se limitó a inclinar la cabeza.
—Si eso…
—¿Ejecutar? —interrumpió Malik acudiendo al lado del Supremo—. No puedes ejecutar a Vala.
—¿Tienes alguna objeción, hombrecillo?
—No, claro…, sólo que Vala es mi amiga y me rompería el desdichado corazón, el poco que el Uno me ha dejado, verla morir. —Malik frunció el entrecejo pensando en la maldición que lo hacía seguir hablando cuando hubiera sido mucho más prudente interrumpirse después de las primeras palabras. Después, aparentemente vio que no tenía nada que perder y siguió adelante—. Y lo más importante, le rompería el corazón a Galaeron.
—¿Y por qué habría de importarle eso al Uno, hombrecillo? —preguntó Hadrhune, bajando la escalinata para mirar por encima del hombro de Telamont—. El elfo es un ingrato y un traidor. Después de todo lo que le ha dado el enclave…
—Cierto —dijo Malik—. Pero es el ingrato y el traidor que el Enclave de Refugio necesita. Si matáis a Vala lo convertiréis en un enemigo implacable que sin duda morirá de alguna manera absurda tratando de vengarse de vosotros.
Telamont hizo un gesto alentador con la manga para que Malik siguiera hablando.
—Por otra parte —continuó el hombrecillo—, si mantenéis a Vala aquí, de alguna manera que le cause gran dolor, y difundís por ahí la noticia de que realmente ama a Galaeron y sólo fue a Myth Drannor para que él pudiera salvarse, como Galaeron es tan noble y tan tonto sin duda volverá para tratar de rescatarla.
—Donde falla tu argumentación es en el hecho de que su sombra seguramente se ha apoderado ya de él —señaló Hadrhune—. Si así es, podrá ver a través de tu plan y nos evitará más que nunca.
—Parecía tener un gran control de sí mismo en Arabel —dijo Rivalen—. A decir verdad, parecía que estaba evitando la magia de sombra, a pesar de que podría haberla usado para liberarse y huir de nosotros.
—Si eso es cierto, entonces nuestro plan podría funcionar —dijo Hadrhune, el mismo ladrón de ideas de siempre. Se volvió para alinearse con la mirada de Telamont—. ¿Puedo sugerir los vertederos? No creo que haya tortura peor que mantenerlos limpios y despejados…, al menos ninguna tortura a la que sea dado sobrevivir.
Vala tuvo la desagradable sensación de saber qué eran los vertederos, pero no importaba mucho. Era capaz de soportar cualquier tortura que la mantuviera viva para poder volver junto a su hijo.
Telamont se quedó pensando en la propuesta de Hadrhune durante un momento, después asintió a medias con aire pensativo.
—Sin duda le daría al elfo una razón para volver a por ella rápidamente. —Volvió los ojos de platino hacia Malik—. ¿Qué opinas tú, mi bajito amigo?
Malik arqueó las cejas sorprendido.
—¿Yo?
—El plan es tuyo —dijo Telamont—. ¿Crees que los vertederos son la peor opción?
—Señor, realmente no conozco el Enclave de Refugio tan bien como para saber cuál es la peor tortura que puede ofrecer.
Malik guardó silencio un momento y luego su cara adoptó una expresión familiar de pesadumbre, y Vala tuvo un mal presentimiento.
—Sólo que se me ocurre que la tortura que más rápido podría hacer regresar a Galaeron es transformar a Vala en fregona en el palacio de Escanor y difundir la noticia de que él abusa horriblemente de ella por las noches.
Vala tragó saliva. Aunque la sugerencia de Malik era terrible, se consideraba capaz de sobrevivir a ella. Por volver al lado de Sheldon era capaz de soportar cualquier cosa.
—Y, por supuesto, debéis poner su espadaoscura en algún lugar desde el cual no pueda responder a su llamada —añadió Malik—. La peor tortura para Vala es no poder ver a su hijo por la noche.
Hasta ese momento, Vala había sentido que tenía una deuda de gratitud con el hombrecillo por salvarle la vida, pero por decirles que la privaran de sus visitas lo podría haber matado… De hecho lo habría hecho si la poderosa mano de Escanor no la hubiera sujetado por la muñeca para evitar que sacara la espada.
—Si no te importa —dijo Escanor—, déjala en la funda cuando la entregues.
En los ojos de Telamont hubo un destello de deleite.
—Creo que Malik tiene razón. —Se volvió a mirar al hombrecillo—. Estás comportándote como un asesor de gran valía.
Malik brilló de orgullo.
—Me alegra que estéis satisfecho con mis humildes servicios.
—Sí, nunca hubiera pensado que una de las maldiciones de Mystra pudiera beneficiar tanto al Enclave de Refugio. —Telamont abandonó el estrado y empezó a atravesar la sala del trono—. Acompáñame a la ventana al mundo, amigo mío. Debemos aplicar a Cormyr un castigo ejemplarizante y demostrar al resto de Faerun lo que significa traicionar la generosidad del Enclave de Refugio… Y tú me vas a decir cómo hacerlo.