Capítulo 1
26 de Tarsakh, Año de la Magia Desatada (1372 DR)
Veinte señores de las sombras estaban sumergidos hasta el pecho en un lago que nunca antes había conocido el color de la luz, y extraían del fondo lechoso hebras de sombra que introducían en una cortina de oscuridad liminar que colgaba del techo lleno de agujas de la cueva. Salvo por la suciedad que se escurría de sus capas castigadas por el viaje y se propagaba en círculos a su alrededor, el agua era transparente como el aire, y se veían miles de perlas de piedra caliza de la cueva que brillaban a un palmo de profundidad en los bajíos, junto a la orilla. Adentrándose más en el lago, un jardín de fantasmagóricos tallos blancos surgía de las cristalinas profundidades y se extendía por la superficie formando una alfombra parcheada de alabastro. De las cien maravillas naturales que Vala Thorsdotter había presenciado desde que había dejado su hogar en Vaasa, éste era con diferencia el lugar más solitario y más extraño, el que parecía más vedado a los ojos humanos.
—Esto será su ruina, ya lo sabes.
Galaeron Nihmedu estaba en cuclillas junto a Vala, observando cómo trabajaban los señores de las sombras. Alto y de constitución fuerte para ser un elfo de la luna, poseía la piel pálida y los rasgos regios que eran comunes en su raza, pero dos décadas de servicio en guarniciones a lo largo del confín sur del desierto le habían dejado el rostro lo suficientemente áspero y curtido como para hacerlo atractivo incluso a los ojos de los vaasan.
—¿La ruina de qué? —preguntó ella.
—Del lago —explicó Galaeron—. La mugre que se desprende de sus ropas se asentará sobre las perlas y detendrá su crecimiento. El aceite de sus cuerpos se introducirá en las formaciones minerales y las destruirá. Dentro de cien años esto será otra ciénaga más.
Vala se encogió de hombros.
—Es por una buena causa.
—Has hablado como una humana —el tono de Galaeron sonaba más compungido que cruel—, y me doy cuenta de que estoy de acuerdo. ¿No es triste?
—No tan triste como compadecerte a ti mismo —contestó bruscamente Vala. Los elfos adoraban a la belleza como a un dios, pero había asuntos más importantes que un lago que nadie veía nunca, y no podía dejar que su destrucción hundiera a Galaeron en uno de sus episodios de abatimiento—. Si pudiéramos preguntarle a Duirsar qué quiere, seguramente nos diría que siguiéramos adelante.
—Nos diría que encontráramos otro lugar donde completar el Desdoblamiento, o incluso que lo dejáramos. Los elfos no destruyen los tesoros de la naturaleza para salvar los suyos.
Vala puso los ojos en blanco.
—Galaeron, tú sabes que ésta es la única manera. Si no contenemos a los phaerimm, destruirán más cosas aparte de este lago. Mucho más.
—Que sea la única manera no significa que sea la correcta.
Galaeron volvió a dirigir su mirada hacia el lago, observando a los señores de las sombras tejer su oscura cortina, a continuación posó la mano sobre el brazo de Vala.
—Pero lo hecho, hecho está —dijo—. Puedes dejar de preocuparte por mí.
—Seguro que podré —dijo Vala—. Algún día.
Su mirada siguió a la de Galaeron a través del lago. La caverna estaba iluminada por tres bolas mágicas incandescentes que flotaban entre las estalactitas. Los señores de las sombras que trabajaban más cerca de la brillante luz tenían un aspecto casi humano, eran de tez más morena, cabello oscuro y ojos como gemas. Otros, que trabajaban en los límites sombríos o en las áreas oscuras, eran más bien siluetas, y sus cuerpos ligeros se inclinaban y estiraban en espirales fantasmagóricas mientras se encorvaban para sacar filamentos oscuros del agua. Trenzaban tres filamentos juntos y le daban al lazo resultante un único medio giro, para a continuación empalmarlos en el borde de la cortina. Después de media docena de empalmes, entrelazaban unos cuantos filamentos de sedasombra entre las fibras y pronunciaban una palabra arcana, tras lo cual una niebla oscura llenaba los espacios vacíos y se solidificaba hasta formar un velo traslúcido de tinieblas.
Galaeron y Vala observaron en silencio durante otro cuarto de hora, y a continuación Galaeron dijo:
—Son astutos estos shadovar.
—¿Eso te sorprende?
—Siempre me sorprenden. —Galaeron señaló hacia la cortina de sombra—. ¿Ves la forma en que hacen girar las fibras sobre sí mismas?
Vala asintió con vacilación.
—Lo veo, pero no comprendo la magia.
—Retorcimiento dimensional —explicó Galaeron—. Para hacer que el caparazón de sombra tenga una sola cara.
Vala le lanzó una mirada de incomprensión.
—Para que nada pueda salir —dijo—. Cualquier cosa que entre en la sombra da toda la vuelta al caparazón y sale por donde entró. Sería como atravesar una verja y volver siempre al mismo jardín.
—No hay muchos jardines en Vaasa —comentó Vala, intentando dedicar su mente por completo a la idea de retorcer una dimensión—. ¿Puedes saber eso sólo con observar?
Galaeron la miró de soslayo.
—La magia no es difícil. —Su expresión se tornó distante y oscura, y miró con los ojos entrecerrados a través de una sección incompleta de cortina hacia las oscuras profundidades que había más allá—. Si yo puedo entenderla, ellos también pueden.
—¿«Ellos», Galaeron? —preguntó Vala. No le gustó el énfasis que había puesto en la palabra «ellos», ni la expresión que había aparecido en sus ojos—. ¿Los shadovar?
—No. —Galaeron tocó dos hebillas, y su cota de malla evereskana aflojó el ceñido abrazo que la adaptaba a sus formas.
—Ellos. Ya sabes. —Siguió hablando mientras se quitaba la armadura—. Están ahí fuera, en algún lugar, ocultos en la oscuridad.
—¿Quiénes, Galaeron? —preguntó Vala, más preocupada por lo que le sucedía a Galaeron que por lo que acechaba en la oscuridad—, ¿los phaerimm?
Galaeron asintió.
—Babosas gigantes y recubiertas de escamas que han permanecido en esta oscuridad durante mucho tiempo, desde antes de que yo sintiera la respiración de la cueva, antes de que siguiera aquella pequeña grieta hasta aquí abajo, hasta este lugar del que nadie ha salido jamás.
Dejó caer al suelo los calzones de su cota de malla con un ruido metálico, y a continuación se introdujo en el agua, desprendiendo perlas de la cueva a cada paso que daba.
—Estaban ahí fuera entonces —dijo—, y están ahí fuera ahora, acechando en la oscuridad, con sus colas siempre dispuestas a implantar un huevo en alguien.
—Galaeron, sabes que eso no es posible. —Vala estaba manipulando sus hebillas torpemente, luchando por deshacerse de su pesada armadura de escamas—. ¡Espera!
Estaba furiosa consigo misma por el hecho de que la hubiera pillado desprevenida; lo había visto deslizarse hacia el abatimiento pero se había dejado engañar por sus promesas tranquilizadoras.
—Galaeron, estás imaginando cosas.
El elfo dio media vuelta, con una expresión de locura en los ojos, y habló por encima de hombro.
—Ya sabes cómo les gusta eso, Vala: poner un huevo en las entrañas de algún pobre desgraciado y verlo crecer hasta que se hace tan grande como un brazo y sube por su garganta. Les encanta. Es la única cosa que les encanta.
Vala dejó caer su armadura con un ruido metálico sobre la piedra y se lanzó al agua tras él, con las grebas todavía cubriéndole los tobillos. El cambio nunca había sido tan profundo anteriormente.
—No hay ningún phaerimm —exclamó lo suficientemente alto como para atraer la atención de los shadovar—. El príncipe Escanor lo comprobó.
—No, no lo hizo. Al menos no lo hizo bien. —Galaeron se hundió hasta la barbilla al alcanzar un desnivel en el fondo, y a continuación flotó de vuelta a la superficie y comenzó a nadar en dirección a la cortina—. Están ahí fuera. Tiene sentido. Tienen que estar ahí.
Vala alcanzó el desnivel y nadó tras él, casi ahogándose y casi andando por el fondo ya que el peso de sus grebas impedía que sus piernas flotaran hacia la superficie.
—Quizá no sepan dónde estamos —sugirió ella—, o quizá no pudieron llegar hasta aquí. No todo el mundo puede convertirse en una sombra y deslizarse por una grieta, sabes.
Galaeron encontró una contestación fácil.
—¿Cuánto tiempo tardaron en apoderarse de los Sharaedim? Cinco días; cinco días en llevarse lo que Evereska ha conservado durante quince siglos. —Una mano se posó sobre el borde de una formación mineral haciéndola trizas por completo y mandándola en un abrir y cerrar de ojos al fondo lechoso del lago. No pareció darse cuenta—. Si yo pude encontrar este lugar, ellos también pueden.
—Hay una diferencia entre poder y tener que hacerlo, elfo. —Pasaron unos instantes antes de que reconociera la voz áspera. Aunque el príncipe Escanor estaba diez puestos más allá empalmando filamentos en la cortina de sombra, su magia hacía que pareciera que estaba en el agua junto a ellos—. Si los phaerimm estuvieran aquí, ya habrían atacado.
—Los phaerimm están aquí; tienen que estar. ¿Y acaso han atacado? —preguntó Galaeron, enfrentándose al príncipe—. No, no lo han hecho. Así que estáis equivocado. Totalmente equivocado.
Los ojos cobrizos de Escanor llamearon.
—¿En qué sentido me equivoco, elfo? —Se dirigió hacia ellos atravesando el agua, una silueta del tamaño de una pesadilla envuelta en la luz plateada de un hechizo—. Explícate.
Galaeron parecía estar a punto de responder, pero entonces agachó la cabeza y, pasando a la distancia de la longitud de una lanza de un atónito señor de las sombras, desapareció a través de una brecha de la cortina. Vala fue tras él lo más rápido que pudo, pero las grebas de acero que llevaba en los tobillos la frenaban. Escanor, también nadando, la ganó al pasar por el hueco. La mujer se estremeció ante la perspectiva de lo que vendría después. No se podía hacer caso omiso de un príncipe del Enclave de Refugio.
Vala pasó a través del agujero y los encontró de pie, enfrentados, a poca distancia el uno del otro en una zona poco profunda, la figura enjuta de Galaeron sumergida hasta la cintura y la de Escanor hasta las rodillas. Como todos los señores de las sombras, el príncipe era moreno y poderoso, con la boca llena de colmillos ceremoniales y un rostro largo y huesudo que le confería un aura demoníaca a quien ya tenía un aspecto místico y espiritual. Estaban muy cerca el uno del otro, hablando intensamente pero con tono tranquilo.
—… son coleccionistas de hechizos —estaba diciendo Galaeron. Sonaba menos irracional pero igual de intenso—. No han atacado porque quieren observar el empalme.
—¿Estás sugiriendo que nos están espiando? —preguntó Escanor.
—Si yo puedo aprender a usar la magia de sombras, ¿por qué no van a poder los phaerimm? —contestó Galaeron—. Si son capaces de entenderla, la pueden controlar.
—Lo que dices parece razonable por ahora. —Escanor miró a Vala cuando ésta se posó sobre el fondo junto a ellos, después volvió a mirar a Galaeron—, pero si los phaerimm estuvieran aquí, habríamos detectado su magia. No pueden ocultarnos eso.
—Sólo los phaerimm saben lo que los phaerimm pueden hacer —dijo Galaeron. Estaba mirando más allá del príncipe, hacia la oscuridad, escudriñándola como si pudiera encontrar al enemigo sólo con su fuerza de voluntad—, y sólo un necio creería lo contrario.
Los ojos de Escanor brillaron como el fuego.
—Mide tus palabras, elfo. Una crisis de la sombra no sirve como excusa.
Vala se metió entre ambos, de espaldas a Escanor y levantando la mano para hacer callar al elfo antes de que pudiera responder.
—Galaeron, sabes que no es así. Los shadovar han matado a más phaerimm que todos los altos magos de Evereska juntos, y el príncipe Escanor ha acabado en persona con tres de ellos. Si hay un necio aquí, es aquél que le habla como si fuera un lancero de Waterdhavia en su primera expedición fuera de las puertas de la ciudad.
La reprimenda sorprendió tanto a Galaeron que se quedó callado, ya que Vala era la única persona en el mundo cuya lealtad no podía cuestionar, la única en el mundo que podía irrumpir en medio del Cambio para decirle ese tipo de cosas. Juntos habían viajado por los caminos oscuros de la linde de la sombra, luchado contra acechadores, liches e illitas, y habían visto morir a sus amigos y camaradas de maneras horribles e inimaginables. Vala se había mantenido firme en todo momento y lo había cuidado hasta que recobró la salud una vez todo hubo concluido, y eso la había conectado con su verdadera naturaleza de un modo que ninguna crisis de sombra podía impedir.
Galaeron siguió mirando más allá de Vala y Escanor en dirección a la oscuridad durante un largo rato, y finalmente miró de nuevo a Vala y dijo:
—No pretendía decir que los shadovar no sean los mejores guerreros. —Miró a Escanor, pero sus ojos permanecieron distantes y oscuros—. El príncipe tiene razón. Si los phaerimm estuvieran usando la magia para ocultarse, estoy seguro de que sus hechizos de adivinación revelarían su ubicación.
Galaeron sostuvo la mirada de Escanor unos instantes y a continuación dirigió la vista hacia el techo de la cueva.
El príncipe parecía distraído.
—Bien. —Sus ojos no se apartaron del rostro de Galaeron—. Casi hemos terminado con el empalme. Evereska sólo ha de aguantar unos pocos meses más, elfo. Los phaerimm están condenados.
—Mi ciudad agradece la ayuda del Enclave de Refugio, príncipe, pero no deberíamos subestimar a nuestros enemigos. —Galaeron frunció el entrecejo y volvió a mirar hacia el techo—. Recuerdo cuando uno de vuestros altos magos dijo lo mismo justo antes de que una larva de phaerimm se abriera paso a través de su garganta.
Aquello únicamente provocó una sonrisa condescendiente por parte del príncipe.
—¿Cuándo aprenderás, elfo? No somos tus altos magos. —Extendió el brazo más allá de Vala para palmearle el hombro con una mano enorme a Galaeron—. Los shadovar han estado preparando esta guerra durante siglos.
Vala apenas oyó esta última parte, ya que los esfuerzos de Galaeron habían atraído su atención hacia la masa de colmillos de piedra caliza que colgaban boca abajo, cada uno con una gota de agua agarrada a su punta de piedra. Las estalactitas, con gruesas raíces que se iban estrechando hasta formar afiladas puntas, tenían una forma parecida a la de los phaerimm, pero no tenían una piel espinosa y cuatro delgados brazos. Había cientos de ellos tan sólo en la zona iluminada. La mayoría de los que tenían un tamaño de entre uno y dos metros eran demasiado cortos para ser phaerimm, y algunos eran tan largos que sus puntas planas llegaban a tocar la superficie del lago, pero había unos cuantos que medían alrededor de tres metros. A Vala no le llevó mucho tiempo localizar a tres con las puntas sospechosamente secas y extrañas líneas oscuras donde sus bases se unían con el techo.
—¿No es así, Vala? —preguntó Escanor.
—¿El qué? —Esperando que la sangre no le hubiera abandonado totalmente la cara, Vala apartó la vista con esfuerzo del techo e intentó parecer calmada—. Lo siento.
Escanor enarcó una ceja en un gesto de desaprobación, pero dijo:
—Le estaba diciendo a Galaeron que nosotros los shadovar no somos tan propensos a cometer el mismo error que los elfos y los waterdhavianos.
—Estoy seguro de que no lo haréis —afirmó Galaeron, todavía intentando atraer la mirada del príncipe hacia el techo—, pero los nuevos errores serán…
—Escasos, estoy segura —continuó Vala, cogiendo a Galaeron por el brazo.
El príncipe debería haber captado la señal del elfo, y no se atrevieron a llevar las cosas más allá. Una vez los phaerimm se hubieran dado cuenta de que los habían descubierto, atacarían al instante…, y pocos errores podía haber tan graves como el de dejar que un phaerimm asestara el primer golpe.
—Si nos disculpáis, príncipe —dijo Vala—, ya es hora de que os permitamos volver a vuestro trabajo.
Escanor los despidió con un ligero ademán de la mano.
—Por supuesto.
Vala tiró de Galaeron con una firmeza que no admitía discusión. Una vez estuvieron a cierta distancia, de espaldas a las estalactitas sospechosas, le soltó el brazo y comenzó a gesticular con las manos en el lenguaje de señales evereskano.
Nunca conseguirás que Escanor mire hacia arriba. —Mientras Vala decía aquello, no dejaba de mantenerse alerta a cualquier presencia externa dentro de su mente. Los phaerimm no eran tan expertos en telepatía como para espiar los pensamientos de una persona sin revelar su presencia, pero ser cuidadoso no hacía daño, al menos por lo que respecta a estos enemigos—. ¿Estás seguro de que eran phaerimm?
No —admitió Galaeron—, pero es mejor asegurarse de que no lo son. ¿Viste aquello en lo que me estaba fijando?
Disfrazados de estalactitas —dijo Vala. Su ritmo era lento y torpe, ya que era un lenguaje complicado y ella sólo lo había aprendido como pasatiempo mientras Galaeron permanecía inmovilizado con los tobillos rotos—. Las puntas secas y líneas oscuras donde sus bases se unían con el techo.
Galaeron enarcó una ceja.
No vi las líneas —dijo—. No podemos correr el riesgo de alertarlos. Tenemos que encargarnos nosotros de ellos.
¿Nosotros? —Vala agitó el puño con determinación—. ¿Cómo?
Tú te ocupas del que está más cerca —le indicó Galaeron—. Arrójale tu espada. Yo destruiré al otro con un rayo de sombra.
Los dedos de Vala se volvieron lentos y torpes.
Pensé que ya no ibas a formular más conjuros.
¿Tienes alguna otra solución? —Los gestos de Galaeron se hicieron tan rápidos y cerrados que Vala apenas podía entender su significado—. ¿Quizá tú puedas convencer a Escanor de que se equivoca… sin alertar a los phaerimm?
No necesitaba contestar a esa pregunta. Vala sabía tan bien como Galaeron que no podrían convencer al príncipe de que había cometido un error. No tenían más opción que lanzar un ataque por su cuenta, y eso significaba que Galaeron tendría que usar la magia de sombras para que tuviera algún efecto sobre los phaerimm, y usar su magia de sombras significaba entregar un poco más de sí mismo a la oscuridad que lentamente lo devoraba por dentro.
Resignándose al dolor de ver cómo el Galaeron que ella conocía se hundía aún más en las sombras, Vala asintió brevemente y preguntó:
¿Qué hay del tercero?
Estás de broma —dijo Galaeron.
Podría estar equivocada, pero no estoy de broma. Uno sobre Escanor, uno sobre las formaciones minerales…
No me fijé en ése. —Los dedos de Galaeron se detuvieron unos instantes, y a continuación dijo—: Tendré que intentarlo con una puerta de sombra.
No me gusta la idea —dijo Vala, todavía más preocupada. La magia de sombras era mucho más peligrosa para quien la usaba que la magia del Tejido normal. Si alguien que usaba la magia superaba sus límites, dejaba paso justo a la clase de oscuridad que ya estaba consumiendo a Galaeron—. Ya estás bastante mal en tu situación actual.
Entonces será conveniente que me estés vigilando. Te estoy agradecido… muy agradecido.
Vala apartó la mirada, y a continuación habló en voz alta:
—Galaeron, no es justo que me vincules a esa promesa… Ahora no.
—Sin embargo, te vinculo a ella. —La voz de Galaeron era firme—. Cuando llegue el momento, no debes dudar.
—No es cuando sino si llegas, Galaeron. —Alcanzaron la orilla, y Vala se sentó para quitarse las grebas—. Si llega el momento.
Galaeron se alejó sin contestar y se dirigió hacia la orilla, alejándose lo suficiente como para que a ambos no los derribara el mismo conjuro. Vala volvió a dirigir la vista hacia el lago, donde los señores de las sombras estaban terminando de cerrar los últimos agujeros en la cortina de sombra. A pesar de que los señores de las sombras habían dejado sus armaduras en la orilla, todos iban armados con vítreas armas negras similares a la espadaoscura de Vala, una de las razones, sin duda, por las que el enemigo ponía tanto cuidado en permanecer oculto.
Los dos phaerimm que Galaeron había visto colgaban a una distancia de quince metros el uno del otro en línea recta en la cara interior de la cortina. En los flancos de sus cuerpos cónicos, Vala pudo apreciar unos pequeños bultos que seguían un patrón regular donde sus púas permanecían ocultas bajo la capa de cieno que habían usado para disimular sus escamas. El tercer phaerimm, el que Galaeron no había visto, colgaba por encima de las formaciones minerales a unos cuarenta pasos de allí, prácticamente indistinguible en el tenebroso límite entre la luz y la sombra. A pesar de que Vala no tenía modo de saber si las criaturas habían visto lo suficiente como para deshacer la cortina de sombra, el solo hecho de que no estuvieran haciendo ningún intento por detener el Desdoblamiento final dejaba claro lo que pensaban.
Al no encontrar señales de ningún otro enemigo aparte de los tres que ya habían sido localizados, Vala se incorporó y se volvió a introducir en el lago, dirigiéndose hacia el príncipe Escanor para no alertar a los phaerimm. No tenía ni idea de cómo había presentido Galaeron la presencia del enemigo ni de por qué eso había desencadenado uno de sus cambios, pero confiaba en sus conclusiones. Todo buen guerrero conocía el valor del camuflaje, y los espinardos no eran otra cosa que buenos guerreros.
Cuando Vala estuvo a la distancia de lanzamiento adecuada del phaerimm más cercano, se detuvo y miró hacia atrás. Galaeron estaba colocando un lazo de sedasombra en una piedra que había junto a él. Desgarró otra hebra del tejido tosco que estaba sosteniendo, a continuación la empapó en una gota de aceite para armaduras y miró en dirección a Vala. Ella asintió. Presionó el filamento contra la pared de piedra caliza, moviendo los labios mientras formulaba su encantamiento.
Una película de sombra aceitosa se extendió por el techo, y por la caverna se propagó un suave golpeteo como de lluvia al perder miles de gotas de agua su débil asidero y precipitarse sobre el lago. Vala desenvainó su espadaoscura y en un único y fluido movimiento la lanzó volando hacia el phaerimm más cercano. La hoja vítrea de color negro abrió una brecha de un metro que atravesó el cuerpo del espinardo y se hundió hasta la empuñadura.
La mancha en el techo avanzó por encima de sus cabezas. Los asombrados phaerimm se soltaron uno tras otro y su camuflaje de lodo se desprendió en grandes trozos de sus cuerpos en movimiento mientras su extraño lenguaje de viento formaba remolinos sibilantes en el aire. Los phaerimm tocaron el agua casi al mismo tiempo y se hundieron bajo la superficie.
Escanor y sus señores de las sombras dejaron de trabajar y se giraron hacia los círculos que se formaban en el agua, gritándose los unos a los otros en su propio idioma e intentando comprender lo que estaba pasando.
—¡Phaerimm! —Vala extendió la mano señalando al que ella había atacado y pensó en su espadaoscura, y la espada resurgió de las aguas y voló de vuelta a su mano—. ¡Tres!
Oyó cómo Galaeron formulaba su segundo conjuro y al mirar hacia él lo vio mover de golpe el lazo de sedasombra hacia el lugar donde el tercer phaerimm había entrado en el agua. Un disco de sombra negra surgió a cinco centímetros de la superficie. Vala no prestó atención cuando los phaerimm activaron su magia de flotación y comenzaron a surgir de las aguas. Los dos más cercanos ala cortina salieron en medio de los asombrados señores de las sombras, quienes rápidamente demostraron que estaban justificados los alardes de Escanor al asediarlos con redes de sombra y espadaoscuras.
Incluso pillados desprevenidos, los phaerimm reaccionaron como las terroríficas criaturas que eran, desatando una ráfaga de disparos de fuego y relámpagos que dejaron a una docena de shadovar muertos en las oscuras aguas. Un par de señores de las sombras chamuscados afloraron junto a Vala, con los brazos y las piernas arrancados por la fuerza del impacto que los había matado. Vala arrojó nuevamente su espada, pero vio a su objetivo abierto en canal por una pared de cristal oscuro que cayó sobre él al liberar Escanor su propia magia.
Un nuevo vistazo le permitió a Vala ver la cola del tercer phaerimm desapareciendo en medio del círculo de sombra que Galaeron había colocado sobre el anillo de ondas que había formado al sumergirse. El propio elfo estaba señalando aproximadamente hacia ella. Sabiendo que la criatura estaría desorientada durante un instante cuando emergiera de la puerta de sombra de Galaeron, Vala asintió y se dispuso a llamar de nuevo a su espada.
El dedo de Galaeron se volvió en dirección al príncipe Escanor.
—¡No, Galaeron! —exclamó Vala—. ¡Aquí!
Demasiado tarde. El tercer phaerimm ya había reaparecido, atontado y desorientado por su viaje vertiginoso a través del plano de las sombras. Pero Escanor estaba girándose para atacar a su otro enemigo superviviente, por lo que el espinardo no apareció frente a él sino por detrás. A Vala se le heló la sangre. Con el príncipe a una distancia de no menos de veinte pasos de ella y en línea recta al otro lado del phaerimm aturdido, no se atrevía a volver a lanzar su espada.
Se lanzó hacia él, gritando:
—¡Escanor, detrás de ti!
El príncipe ladeó la cabeza por toda respuesta, y se limitó a extender la mano hacia el segundo phaerimm, que estaba atacando a cinco de sus hombres con una rugiente tormenta de meteoritos. Una esfera de oscuridad que giraba velozmente surgió de su mano y atravesó el torso de la criatura, dejándole un enorme agujero en el centro del cuerpo. La criatura se hundió en el lago levantando una gran cortina de agua y lentamente se perdió de vista.
El tercer phaerimm estaba ya sacando la cola del agua, a diez pasos de allí.
—¡Cuidado, por la espalda! —gritó Vala.
Una lóbrega aura de oscuridad que Vala interpretó como más magia de Galaeron envolvió al phaerimm, pero el hechizo no evitó que la cola de la criatura alcanzara a Escanor en la boca del estómago cuando se volvió para repeler el ataque. El aguijón se hundió hasta el fondo, haciendo que el príncipe se doblara y arrancándole un horripilante gorgoteo de angustia.
Vala arrojó su espada. La hoja dio tres vueltas y se hundió hasta la empuñadura en el torso del phaerimm. La criatura comenzó a vacilar entre lo material y lo inmaterial, y Vala se quedó atónita al darse cuenta de que Galaeron no había lanzado el hechizo para proteger al príncipe, sino para atrapar al phaerimm que había junto a él.
¿Acaso a Galaeron lo había poseído finalmente su sombra?
Escanor gimió de dolor y consiguió arrancarse el aguijón, tras lo cual cayó de espaldas y quedó flotando, gimiendo. Vala llamó de nuevo a su espadaoscura y apuntó con ella en dirección al príncipe.
—¡Vala, no! —Galaeron entró chapoteando en el agua—. ¡El phaerimm! ¡Sabe demasiado!
Vala miró al príncipe, quien, a diferencia de la mayoría de sus señores heridos, al menos estaba flotando boca arriba. Decidió confiar un poco más en Galaeron. Se lanzó hacia el phaerimm, bloqueando con su espadaoscura la cola cuando ésta se arqueó tratando de alcanzar su garganta, y cortó de raíz el peligroso aguijón. Al girarse, cortó dos de los cuatro brazos de la criatura. A continuación, cogió la espada del revés, se la metió por la enorme boca y le desgarró todo el costado.
El aura oscura desapareció de alrededor del phaerimm, pero reapareció un instante después cuando Galaeron volvió a lanzarle su hechizo trampa. El phaerimm vaciló entre lo material y lo inmaterial mientras trataba de teletransportarse de nuevo, y otra vez Vala le hundió la espada a fondo en el cuerpo. La criatura le dio un puñetazo con uno de los brazos que le quedaban, y con el otro la agarró de la garganta, tratando de romperle la tráquea. La mujer le atizó un rodillazo en el costado y sintió un dolor agudo cuando una de sus espinas le atravesó el muslo. El phaerimm empezó a ganarle terreno, llevando su cabeza hacia la boca llena de colmillos que tenía sobre los hombros. Vala gritó para llamar la atención de Galaeron.
Éste ya estaba apuntando una astilla de obsidiana contra la criatura y pronunciando una serie de sílabas místicas. Un rayo de oscuridad del grosor de un dedo salió de su mano, alcanzando al phaerimm en uno de los brazos que le quedaban e hiriéndolo en el hombro. Vala le dio un golpe seco con la palma de la mano en el otro brazo, se liberó con una patada y lo destripó de tres tajos.
Por el segundo tajo salió el corazón de la criatura, que todavía latía. Vala lo arrojó lejos con un golpe de su espada, y el phaerimm cayó, sin vida, sobre el agua. Lo golpeó una y otra vez, y no se detuvo hasta abrirlo en canal desde la cola hasta la boca y dejarlo flotando sobre el agua como una anguila troceada.
Galaeron se dirigió hacia ella vadeando el lago.
—¿Estás herida?
—Estoy viva. —Sacudió la cabeza para despejarse y se echó un vistazo rápido, a continuación lo miró a él de arriba abajo y se encontró con un par de ojos negros, vacíos.
—¿G-galaeron? ¿Cuántos hechizos has lanzado?
En vez de contestar, Galaeron la empujó hacia el cuerpo flotante de Escanor.
—Ocúpate del príncipe y de los otros —dijo mientras se dirigía hacia la cortina de sombra—, yo terminaré el Desdoblamiento.