TREINTA Y NUEVE

Región de Kaliningrado, 9 de febrero de 2000

Gregor Sadov estaba en la pista de tiro ejercitándose con Nikita, cuando recibieron la llamada telefónica. Llevaba un móvil prendido del cinturón con el avisador apagado, pero notó la vibración en la rabadilla. Introdujo un cargador en su AKMS, alzó la mira, le pasó el arma a Nikita y cogió el móvil.

—Diga.

—Ya es la hora —oyó Sadov.

Era una voz masculina. Aunque eso no significaba nada, porque era obvio que había sido alterada electrónicamente.

Lo que sí detectó Sadov en seguida, pese a la deformación electrónica, es que se trataba de la misma voz que lo había contratado para varias misiones. No tenía ni idea de con quién hablaba, lo que no era de extrañar, pues en su profesión Gregor estaba acostumbrado a que hubiera varias capas «aislantes» entre él y el contratante. Lo desacostumbrado en esta ocasión era que Gregor no sabía realmente para quién trabajaba. Sabía que se trataba de un alto cargo del gobierno, y podía aventurar quién elegía los objetivos. Sin embargo, también era consciente de que en su trabajo era mejor no saberlo.

—¿Han elegido el objetivo? —preguntó Gregor.

—Sí. Se trata de una estación de telecomunicaciones vía satélite situada en la región de Kaliningrado.

Gregor asintió para sí y no preguntó por qué habían elegido aquellas instalaciones. No necesitaba saberlo.

—¿Algún requisito especial?

No era imprescindible explicar lo que quería decir, sólo debía saber si querían que matase a algunas personas en concreto y si deseaban que algunas sobreviviesen.

—Ninguno. Sólo asegúrese de cumplir con la misión.

—Entendido —respondió Sadov asintiendo de nuevo.

—Hay otra cosa —le dijo la voz deformada electrónicamente.

La mano derecha de Gregor se crispó en el teléfono. «Otra cosa» significaba invariablemente algo que, con toda probabilidad, no le gustaría.

—La misión debe llevarse a cabo lo antes posible.

Gregor sonrió sin ganas.

—¿Concretamente, cuándo? —preguntó—. Necesitamos tiempo para planearla, para llevar a cabo el reconocimiento del lugar, para...

—Esta noche —dijo la voz en un tono tan áspero como tajante—. Mañana a más tardar.

—Imposible.

—Le pagaremos el doble.

Sadov decidió no protestar y aumentar el precio.

—El triple —dijo.

El comunicante, si es que era un hombre, no titubeó.

—De acuerdo.

Gregor se preguntó hasta dónde podría llegar si seguía elevando el precio.

—De acuerdo —repitió la voz—, siempre y cuando mañana por la noche haya cumplido con la misión.

—Cuente con ello.

Gregor cortó la comunicación y se dio la vuelta. Le cogió el arma a Nikita y empezó a disparar a la silueta que le servía de blanco.

—Vamos —dijo cuando hubo vaciado el cargador—. Tenemos trabajo que hacer.