VEINTICUATRO

San José, California, 7 de enero de 2000

Instantes después de las once de la noche, Pete Nimec estaba sentado frente a su ordenador portátil en el despacho de su casa con cara de total concentración. Leía el e-mail que acababa de aparecer en su pantalla, acerca de la investigación de Gordian sobre los acontecimientos en Rusia, en el que como asunto figuraba: «Politika.»

Mensaje codificado. 3 documentos agregados.

Asunto: Politika.

›Pete,

›son las dos de la madrugada aquí en Washington

›pero he querido completar y transmitirte los datos

›que pediste antes de meterme en la cama.

›Conociéndote como te conozco, probablemente estés

›on-line buscándolos ahora mismo,

›sin poder apartarte de este condenado artefacto

›hasta verlos en tu correo. De modo que aquí los tienes,

›un poco esbozados, pero es todo lo que he podido hacer

›en tan poco tiempo. Te sugiero que les eches un vistazo

›y te relajes. Es demasiado tarde para que yo pueda dormir

›lo necesario, pero no hay razón que nos quedemos los dos

›levantados hasta que amanezca.

›Saludos. Alex.

Nimec movió el cursor hasta la barra del menú y pulsó el botón de enviar. Luego se echó hacia atrás en la silla y aguardó esbozando una sonrisa. Alex acertaba tantas veces que parecía cosa de magia. Nunca decepcionaba.

Una vez finalizada la transmisión, Nimec se desconectó del servidor de Internet, abrió el primero de los tres archivos agregados y empezó a leerlo en la pantalla.

Perfil: Basjir, Yeni

HISTORIAL

Personal:

Nacido el 2 del 12 del 46, en Vladivostok, Primorsky Kray. Su abuelo paterno tenía una empresa de importación-exportación, antes de la era bolchevique, con oficinas en toda China y en Corea. Su padre, fallecido, formó parte de la primera generación de oficiales de la Armada de la URSS, destinado a la flota soviética del Pacífico. La madre, fallecida, era de origen mancha. Está casado y vive en la actualidad en Moscú. El mayor de sus dos hijos es violinista. Ha realizado giras con...

Nimec pasó al siguiente apartado. Lo que para Alex era un esbozo otros lo hubiesen considerado casi un ensayo académico.

Político y militar:

Siguió los pasos de su padre y se distinguió en la Armada. Sirvió en la flota soviética del Pacífico durante la guerra fría. Fue capitán de submarinos nucleares clase Noviembre y Echo II, con base en la península de Kamckatka. Fue ascendido a contraalmirante en 1981 y llegó a tener el mando de toda la flota de submarinos nucleares. Ex miembro del Partido Comunista. Se unió al partido de Yeltsin aproximadamente en 1991. Tiene estrechos contactos con el régimen de Beijing, especialmente con los funcionarios del Ministerio de Comercio, que no se interrumpieron en los períodos más tensos de las relaciones chinosoviéticas. Fue nombrado cónsul especial en China por el presidente Mijaíl Gorbachov en 1992. Artífice del refuerzo de los vínculos políticos y económicos entre la dos naciones. Principal impulsor de los acuerdos de cooperación rusochinos de 1996 y 1997...

Los siguientes párrafos incluían un breve resumen de los acuerdos, que eran más declaraciones de principios y de intenciones que pactos formales. Sin embargo, lo que leyó en el mismo apartado un poco más adelante hizo que Nimec se irguiese en la silla vivamente interesado:

En agosto de 1999 Basjir asistió auna cumbre comercial en Beijing y fue el jefe de la delegación negociadora de un acuerdo bilateral de intercambio de armas y tecnología. Algunos rusos representantes del grupo Zavtra (véase el archivo adjunto), del que, supuestamente, Basjir es uno de los principales accionistas, formaban parte de la delegación de fabricantes de armas. Entre los altos ejecutivos empresariales estaba también presente Teng Chou, presidente del grupo malasio Lian Chemicals (véase archivo), al parecer controlado por los chinos.

Nimec leyó estos párrafos dos veces antes de continuar con los ojos casi pegados a la pantalla. Aquello explicaba muchas cosas. Y eso era precisamente lo que le preocupaba. Porque desconfiaba de lo obvio.

Bebió un sorbo de café, que ya se le había quedado casi frío, y leyó el resto del documento.

Basjir fue nombrado ministro del Interior por el presidente Boris Yeltsin en 1999. Y aún conserva el cargo. Parece ser que la amistad con Starinov empezó en la época en que éste era comandante de la división aérea de asalto, estacionada en Petropavlovsk, en la región de Kamchatka. Aunque aún le profesaba amistad y lealtad a Starinov, expresó críticas vehementes respecto al descontrol económico galopante, y por las reformas democráticas de estilo occidental...

Diez minutos después, Nimec terminaba de leer el informe. Lo imprimió, cerró el archivo y abrió el siguiente, que incluía una detallada relación de todas las empresas que controlaba el grupo Lian.

Hasta después de la medianoche no terminó de leer los informes de Nordstrum. La sensación con que se quedó después de haber leído el último fue una versión más acentuada de lo que había sentido cuando iba por la mitad del informe sobre Basjir: la sensación de que todo encajaba demasiado bien. Recordó el viaje que hizo al Gran Parque Temático de Nueva Jersey, muchos años atrás. Se hacía un recorrido en coche por senderos que pasaban por hábitats salvajes simulados, pero los animales verdaderamente peligrosos estaban confinados detrás de vallas no demasiado bien camufladas. La idea era que los visitantes se hiciesen la ilusión de adentrarse en la selva aunque, en realidad, estuviesen bien seguros en un paraje artificial dotado con grandes medidas de vigilancia y seguridad.

Nimec se frotó los ojos y volvió a hacer copias en papel de los informes. Luego salió del programa, apagó el ordenador y bajó la tapa. Echó la silla hacia atrás, se levantó y se estiró a la vez que hacía ejercicios de rotación con la cabeza y distendía los músculos de los omóplatos para compensar tantas horas de inmovilidad. Estaba tan agotado como nervioso, y se conocía lo bastante bien para comprender que no podría dormir. Allí había algo más, algo que no acababa de captar, un aspecto que se le escapaba.

Nimec agitó la cabeza. Necesitaba desesperadamente desconectar.

Salió del despacho, fue hacia el fondo de la amplia estancia que hacía la triple función de salón, comedor y cocina y se dirigió a su ascensor privado. Subió hasta la tercera planta del triplex de su propiedad, destinada por completo a gimnasio y área de entretenimiento. Estaba dividida en cuatro espacios rodeados por una pista circular de jogging: el dojo donde realizaba a diario sus ejercicios de artes marciales, un gimnasio plenamente equipado, una pista de tiro insonorizada y la estancia a la que ahora se dirigía. Era una fiel recreación de un sórdido salón de billares de Filadelfia en el que pasó horas cuando era un adolescente, aprendiendo a jugar con los jugadores más expertos y más sinvergüenzas, los que no tenían escrúpulos a la hora de desplumar a los pardillos. Sin embargo, ahora con un taco entre las manos hacía verdaderos prodigios, como su propio padre, sin ir más lejos.

Nimec empujó la puerta y entró. En el salón había dos hileras de mesas de campeonato antiguas, con los bordes rayados y el tapete verde, que hizo restaurar para que estuviesen en perfectas condiciones. Había una barra de fórmica con anuncios de Coca-Cola y taburetes giratorios de vinilo. También había una máquina de discos Wurlitzer, iluminada con tubos fluorescentes, con grandes éxitos del rock and roll. Había lámparas de plato de baratillo, que pendían del techo y proyectaban un resplandor mortecino en las paredes, llenas de mugre conservada a conciencia. Los recuerdos que atestaban aquel espacio los había ido comprando en tiendas y mercados de segunda mano. Había calendarios con fotos de chicas desnudas y letreros que advertían que estaba prohibido apostar a los menores de edad.

Sólo faltaba el penetrante olor a sudor, humo de cigarrillos y brillantina. Y aunque Nimec suponía que estaba mejor sin este último toque de autenticidad, a veces sentía una perversa añoranza del tufo.

Encendió las luces, cogió uno de los tacos de 600 gramos de la taquera y fue hacia una mesa. Sacó seis bolas del cajón y las dispuso en semicírculo frente a la tronera de un rincón. Enyesó la punta del taco y se inclinó sobre el borde de la mesa. Luego apoyó el taco en el soporte que formaba con los dedos y, metódicamente, empezó a mover el taco adelante y atrás.

Colocó su bola de manera que evitase el retruque. Siempre se debía a imprecisión del jugador, claro está, pero raro era el que no lo achacaba a la mala suerte. Y Nimec tomaba muy en serio la suerte desde sus tiempos en el Ejército, donde se habituó a realizar una serie de rituales (algunos los llamaban supersticiones) para atraerse la buena suerte en combate. Aunque esta tendencia había adoptado distintas formas en la vida civil, conservaba la costumbre.

Ahora, mientras visualizaba la trayectoria que quería darle a la bola de salida, sus ojos grises reflejaban la serena y equilibrada concentración de un tirador de rifle. El quid de la cuestión, en aquella modalidad del billar, consistía en hacer entrar en una misma tronera seis bolas, una tras otra, de derecha a izquierda, y sin que entrase la propia.

Con la muñeca relajada y el brazo apoyado en el borde de la mesa, echó el taco hacia atrás y luego lo impulsó con fluidez y precisión. Tocó la primera bola en la parte inferior central para darle efecto de retroceso. Su bola impulsó a la primera a la tronera, regresó hasta él y se detuvo justo donde estaba la siguiente bola del semicírculo.

Exactamente donde él quería.

Metió en la tronera otras tres bolas en rápida sucesión, pero, al prepararse para tocar la quinta bola, crispó la mano en la parte baja del taco y la punta se levantó en el último instante. Con gran contrariedad, vio que su bola seguía a la quinta al interior de la tronera.

Nimec frunció el entrecejo y en su anguloso rostro se marcaron pronunciadas arrugas. Había fallado como un principiante.

Respiró hondo. Aquella noche se jugaba bastante más que una partida. Muchísimo más. Los informes de Nordstrum parecían indicar que, tal como la prensa venía asegurando en los últimos días, el FBI tenía en su poder un paquete explosivo intacto. Dudaba que la conexión Lian-Zavtra se pudiese haber confirmado tan rápidamente sin los marcadores químicos, o de otro tipo, incorporados a los ingredientes de la bomba. Desde luego, los residuos químicos de los marcadores de los artefactos que sí habían explotado también habrían proporcionado la misma información, pero la conclusión era idéntica. La huella de Basjir estaba en todas partes. Había buenas razones para sospechar que estaba implicado muy a fondo en la conspiración para realizar el atentado, y quizá fuese su principal inspirador. No obstante, ¿qué motivos podía tener? ¿Avivar los sentimientos aislacionistas en Estados Unidos y provocar un replanteamiento de la ayuda alimentaria que acercaba Rusia a Occidente? Ésa era la única explicación que tenía algún sentido, y planteaba muchos problemas. Basjir era un militar, un oficial que había ocupado los más altos cargos en la armada rusa, y el mando de la segunda flota de submarinos, dotados con misiles balísticos intercontinentales, más importante del mundo. Era también un negociador, acostumbrado a sopesar muy bien sus decisiones. ¿Podría realmente justificarse por el asesinato en masa de civiles para obtener unas ventajas tan indirectas e inciertas? Además, recientemente, había participado en negociaciones de transacciones de armas muy importantes entre su país y China, e incluso podía ser que tuviese intereses financieros en una empresa rusa que distribuía armamento a través de sus empresas consignatarias. Forzosamente tenía que saber lo fácil que resultaba seguir la pista de los explosivos desde el fabricante al comprador, y que la búsqueda terminaría por conducir a preguntas sobre su papel en el atentado. ¿Qué sentido tenía?

Nimec arqueó las cejas, se agachó y volvió a sacar las bolas del cajón. Las colocó en la salida para practicar un poco más. Cuanto más pensaba en la posible complicidad de Basjir, mayores eran sus dudas. No se trataba sólo de que le faltasen piezas para completar el rompecabezas, sino que le parecía que le habían dado piezas que no encajaban para confundirlo.

Pensaba que no podía hacer más que ir paso a paso... y el modo lógico de proceder era seguir el rastro de los explosivos, desde el lugar de origen hasta el punto de venta final.

Volvió a enyesar la punta del taco, se inclinó sobre la mesa y empezó a enviar bolas a la tronera del rincón opuesto. A primera hora de la mañana llamaría a Gordian. Como exportador de tecnología americana, Roger estaba en continuo contacto con los funcionarios de Aduanas, y quizá alguno de ellos pudiera proporcionar información. Si Lian era el fabricante de los explosivos y Zavtra actuó como empresa intermediaria, ¿quién fue el destinatario del envío en Estados Unidos? ¿Y cómo transportaron los explosivos exactamente?

Alguien se había ocupado del último transporte, y Nimec se proponía averiguar quién había sido.