Veintidós
KIM no quería esperar a que Bo volviera del gimnasio, así que fue en su busca con un montón de cartas en el asiento del coche. Cada día había más cosas que hacer, y además no podía dejar de pensar en Bo. Llevaba dos horas en el gimnasio y ya lo echaba de menos. El correo y los mensajes que le llevaba no eran más que una excusa para verlo.
Las fotos que sacaron en el campamento Kioga resultaron ser mucho mejores de lo que esperaban. Daisy las había retocado en el ordenador y Kim las había enviado a la prensa, lo que generó un interés inmediato de muchas agencias y empresas. El suplemento dominical del New York Times publicó un extenso reportaje ilustrado sobre Bo, realizado por la prestigiosa periodista Natalie Sweet.
Las fotos provocaron un revuelo inmediato en el mundo del béisbol. De un día para otro, todos querían saber quién era Bo Crutcher y dónde se había metido todo ese tiempo. El artículo del New York Times era perfecto, pues dejaba que las imágenes predominasen sobre el texto al contar la historia. Una foto de Bo ocupaba la portada de la revista con un llamativo titular: El Cometa de hielo, y mostraba a Bo lanzando una bola de nieve delante de una cascada helada. El artículo destacaba sus modales sencillos y su franqueza, su larga afición por el deporte y la imparable fuerza de su brazo izquierdo.
La primera prueba de que la campaña publicitaria estaba teniendo el efecto deseado era que el móvil de Bo y su correo electrónico a punto estuvieron de quedar colapsados por el aluvión de llamadas y mensajes.
Kim encontró a Bo en una pista de balonmano que había sido preparada con una red para que pudiera hacer sus sesenta lanzamientos diarios. Bo estaba de espaldas a la puerta y no la vio, y ella se quedó observándolo unos minutos. Tenía un aspecto muy sugerente con pantalones cortos, una camiseta a rayas y un pañuelo atado a la cabeza, y lanzaba las bolas con una elegancia y una potencia que dejaron sin aliento a Kim. La intensidad y la concentración que irradiaban sus movimientos lo hacían parecer una persona llena de secretos y habilidades por explorar.
Apartó sus fantasías eróticas y carraspeó para llamar su atención.
—Te traigo el correo —dijo—. Acabo de pasarme por la oficina de correos del pueblo.
Él se giró y le ofreció aquella sonrisa tan característica con la que podía ganarse a legiones de fans.
—Ya estaba acabando —agarró una toalla y se sentaron en un banco para ver el correo. Kim intentó no distraerse por el olor a sudor de Bo, que le resultaba enloquecedoramente sexy.
En su mayor parte, el correo consistía en cartas de admiradoras y alguna que otra proposición deshonesta, como la que figuraba escrita en unas bragas.
—¿Esperabas que esto pudiera pasar? —preguntó Bo.
—Bueno, lo de las bragas me parece un poco excesivo, pero nuestro objetivo era causar sensación... y lo hemos conseguido —le tendió un mensaje de Gus Carlisle, el agente de Bo—. Enhorabuena, señor Cometa. Vas a asistir a la recepción en el hotel Pierre. Sólo se puede acudir con invitación, y no te invitan a menos que vayan completamente en serio contigo.
—He esperado toda mi vida a que alguien me tome en serio.
Lo dijo en tono ligero y natural, pero a Kim se le formó un nudo de emoción en la garganta.
—La espera ha terminado —le dijo, intentando mantener la voz firme y serena. Le encantaba aquella parte de su trabajo: ver como los sueños de alguien se hacían realidad. Aunque también había muchos deportistas que no encajaban bien su salto a la fama.
Bo encontró el curriculum de Kim mientras hojeaba las notas de prensa.
—Tienes un título en periodismo informativo por la Universidad de California.
—Así es.
—¿Cómo es que no estás presentando noticias en la televisión o algo así?
—Ya lo hago, en cierto modo. Siempre que preparo a un cliente para los medios...
—No, me refiero a ti, delante de una cámara o un micrófono. Trabajando, qué sé yo, como locutora deportiva o como comentarista en los partidos. No me digas que nunca has pensado en ello.
—Hice algo así como interina. Me encantaba, pero necesitaba un trabajo más sólido para ganarme la vida y la empresa de relaciones públicas me lo ofreció.
—¿Y ahora?
—Ahora mi madre me necesita. No puedo competir con las becarias universitarias para retransmitir un partido en algún pueblo perdido del Medio Oeste.
—Eso suena a excusa.
Kim le arrebato el curriculum.
—Cállate y termina de abrir el correo.
—Tengo una idea mejor —la levantó, la hizo girar en el aire y le dio un beso largo y atrevido en la boca.
Al soltarla, Kim miró a su alrededor para asegurarse de que nadie los hubiera visto. Estaban manteniendo en secreto su incipiente e indefinida relación. No porque hubiera algo malo, sino porque era tan frágil e incierta que podría hacerse pedazos bajo el menor escrutinio.
El carnaval de invierno de Avalon culminó con una gran fiesta en el cuartel de bomberos. El evento servía para recaudar fondos y no faltaban los grupos de música, el baile, la comida y el vino. Kim fue con su madre, Daphne y Dino. Al dejar el abrigo en el guardarropa de la entrada, sintió una repentina aprensión que la pilló por sorpresa.
—¿Qué ocurre? —le preguntó su madre mientras se quitaba la chaqueta de lana. Aquella noche estaba particularmente hermosa, con un vestido nuevo de color rosa, el rostro encendido y los ojos brillantes. Realmente parecía estar disfrutando de su nueva vida en aquel pueblo.
—Nada —respondió Kim, pero enseguida rectificó—. En realidad es todo. Creía que vendría a este lugar para lamer mis heridas y luego seguir con mi vida, pero no ha sucedido de esa manera.
Su madre la tomó de la mano.
—Ha sucedido como debía suceder. Y me alegro mucho por ello, Kimberly.
Kim se sentía muy agradecida por el inquebrantable y sosegado apoyo de su madre. Así había sido toda su vida, pero hasta ahora no había comprendido lo mucho que significaba para ella. Bo Crutcher no había sido su único proyecto aquel invierno. También se había propuesto profundizar en la relación con su madre, y lo estaba consiguiendo. Las dos estaban más unidas que nunca.
—No he estado en una fiesta desde que me fui de Los Angeles —explicó—. Ya sé que esto es completamente distinto, pero por un momento me sentí... —dejó la frase sin terminar.
—Tu cara lo dice todo —dijo Penelope, y entrelazó el brazo con el de su hija—. No te preocupes, cariño. Yo estoy contigo.
Entraron en la fiesta y vieron un escenario con un telón de fondo donde aparecía el logo de Industrias O'Donnell, el dueño de los Hornets y patrocinador de la fiesta. Verdaderamente aquella fiesta no se parecía en nada a la clase de eventos a los que solía asistir Kim. Allí la gente no posaba con sonrisas hipócritas para las cámaras ni intentaba lucirse. Reinaba un ambiente tranquilo y jovial, había una enorme chimenea encendida y las mesas estaban llenas de comida, café y vino.
AJ estaba con algunos de sus nuevos amigos de la escuela. Kim reconoció a Vinny Romano y a Tad. Estaban dándose codazos amistosos junto al bufé mientras comían sin parar. Kim saludó con la mano a AJ y el chico le respondió con una sonrisa que algún día le serviría para romper corazones, igual que la de su...
—Kim, ven aquí —la llamó Daphne—. Quiero presentarte a mis hermanas.
Emily, Taylor y Martha McDaniel tenían nueve, diez y once años respectivamente.
—Te echamos de menos en casa, Daffy —le dijo Emily—. ¿Cuándo vas a volver?
—No lo sé, Emily. No tengo ningún plan.
—Papá también quiere que vuelvas —añadió Martha.
—Entonces papá debería decirme algo... pero no lo hará —murmuró para sí misma—. Pero bueno, esta noche estamos todas juntas y tenemos que divertirnos.
—¡Sí! —exclamó Emily.
—Kim es nueva en el pueblo, así que tendréis que presentársela a todo el mundo. Kim está trabajando con Bo Crutcher, el lanzador de los Hornets. Lo está ayudando a convertirse en una estrella.
—Papá va a enseñarnos a ver los partidos de béisbol —dijo Taylor.
—Es muy sencillo —le dijo Kim—. Yo estaba obsesionada con el béisbol cuando tenía tu edad. Y creo que aún lo sigo estando.
—Estás como una cabra —declaró Daphne—. Como todos los aficionados a cualquier deporte. ¿Qué sentido tiene emocionarse con un equipo? Es una forma segura de sufrir un desengaño.
—Hay muchas maneras de sufrir un desengaño —señaló Kim, y se volvió hacia las hermanas—. Os propongo una cosa. Cuando empiece la temporada veré algunos partidos con vosotras y seremos todas fans del mismo equipo, ¿de acuerdo?
Las tres hermanas asintieron enérgicamente y Daphne las mandó a esperar para el concurso de los grupos musicales. Kim se sorprendió gratamente de cuánta gente la reconocía y viceversa. Daisy Bellamy corrió hacia ella nada más verla.
—Esperaba encontrarte aquí —le dijo con una amplia sonrisa—. Hola, señora van Dorn.
—Hola, Daisy —la saludó Penelope—. Enhorabuena por tus fotos. Has hecho un trabajo excelente para la revista.
—Ha sido obra de Kim —dijo Daisy.
—Habría sido imposible sin las fotos. Hacemos un buen equipo —dijo Kim. Le encantaba ver el entusiasmo que Daisy ponía en su trabajo. Hacía mucho tiempo que ella no lo sentía, pero recordaba sentirse igual cuando trabajaba como interina entrevistando a los jugadores en un vestuario—. ¿Ha venido tu prima Olivia? Quería darle otra vez las gracias por aquel escenario de película.
—Quería venir —dijo Daisy—, pero ha tenido que ir a ver a su hermana Jenny al hospital de Kingston. Jenny y Rourke tuvieron una niña anoche.
Brindaron por la buena noticia y Kim se giró hacia el acompañante de Daisy. Era pelirrojo, igual que Kim, tenía una expresión risueña y miraba a Daisy sin ocultar su adoración.
—Este es Logan O'Donnell —lo presentó Daisy—. El padre de Charlie.
Por las palabras y el tono de Daisy quedó muy claro que no eran pareja. Y aún más claro por la evidente tristeza que se respiraba entre ellos. Debía de ser muy duro tener un hijo y llevar vidas separadas. Por primera vez, Kim creyó entender por qué la madre de AJ lo había mantenido lejos de Bo.
—Debería haberlo sabido por el pelo rojo —dijo—. Tienes un hijo precioso —no exageraba. Había visto a Charlie unas cuantas veces cuando se reunía con Daisy para preparar la sesión de fotos. Charlie era un niño absolutamente encantador. La clase de niño que despertaba el instinto maternal de las mujeres con la edad de Kim—. ¿Industrias O'Donnell es tu empresa? —preguntó, señalando la pancarta que colgaba sobre el escenario.
—Es de mi padre —respondió él, pero no pudo dar más explicaciones porque en ese momento resonaron los amplificadores del escenario.
—Damas y caballeros. Aquí tenemos a los próximos participantes en el concurso... El grupo de música nacido en Avalon... Inner Child.
La multitud rugió al encenderse los focos del escenario, y la entrada del grupo en escena barrió las últimas dudas de Kim sobre la velada.
—Vamos —la animó su madre al oído, empujándola suavemente hacia el escenario—. Ya sé que estabas impaciente por oírlos.
Kim asintió y se dirigió hacia el escenario, saludando a un montón de caras familiares de camino. En aquel lugar había encontrado una sensación de pertenencia y solidaridad. La gente de Avalon se respetaba y se apoyaba mutuamente. Encontró a Sophie Bellamy Shepherd junto al escenario, sonriéndole con orgullo a Noah, el baterista del grupo.
—Es la primera vez que los oigo tocar como grupo —le dijo Kim.
—Creo que te vas a llevar muy buena impresión.
AJ ya se había situado frente al escenario con sus amigos, mientras el grupo afinaba los instrumentos y tocaba algunos rápidos acordes.
—¿Cómo lo lleva? —preguntó Sophie.
—Sigue reprimiendo sus emociones —respondió Kim, mirando emocionada a AJ. El chico miraba fijamente a Bo y el rostro le brillaba de excitación—. Parece que se está adaptando a esta vida, pero necesita a su madre, Sophie. Es como si se fuera apagando poco a poco cada día, por mucho que Bo se esfuerce en intentar animarlo. Puede pasárselo muy bien esta noche, pero mañana se levantará añorando a su madre más que nunca.
—Su madre también debe de estar destrozada —dijo Sophie—. Antes de venir a Avalon vivía separada de mis hijos, y es lo más difícil que he hecho jamás. Ojalá pudiera decir que todo esto se resolverá pronto, pero el sistema funciona con una lentitud desesperante. No sé qué parte de «recurso de emergencia» no entienden en los juzgados.
—Una vez tuve un cliente que estuvo a punto de ser deportado. Era un jugador de béisbol de la República Dominicana, Pico. Hacía años que no me acordaba de él.
—¿Qué le pasó?
—Trabajé con él cuando era interina en mi última empresa. Se llamaba Raul de Gallo y jugaba en los Dodgers, pero sus compañeros lo llamaban Pico de Gallo por su estatura. Habría llegado muy lejos, pero la amenaza de deportación tiró por tierra su carrera. En el último momento, sin embargo, la sentencia fue revocada.
—¿Recuerdas por qué?
—Algo sobre su madre, creo. Se demostró que había nacido en suelo estadounidense, pues era natural de las Islas Vírgenes y por eso tenía derecho a la ciudadanía. Así es como lo recuerdo, al menos.
—Tenemos a alguien investigando el historial familiar de Yolanda Martínez, pero hasta ahora no hemos encontrado nada que pueda servir de ayuda.
—No voy a perder la esperanza —dijo Kim.
—Ya van a empezar —dijo Sophie, señalando el escenario.
Kim estaba tan fascinada como parecía estar AJ. El grupo estaba formado por Bo al bajo, Noah a la batería, un poli del pueblo llamado Rayburn Tolley al teclado y el cantante y guitarrista Eddie Haven. Bo afirmaba que Eddie era el único músico de verdad en el grupo, y así lo demostró el propio Eddie al interpretar el tema de Green Day When I Come Around.
Pero la mayor sorpresa fue sin duda Bo Crutcher. Vestido con unos vaqueros viejos, una camiseta negra y un pañuelo en la cabeza, tocaba el bajo con manos ágiles y seguras, sin perder la concentración ni un segundo. Kim había estado pensando mucho en esas manos, en las sensaciones que le provocaban con aquella irresistible combinación de fuerza y ternura. También había escrito mucho sobre esas manos en sus notas para la prensa. Las manos de un lanzador eran un instrumento de precisión, fundamentales en la mecánica del lanzamiento. Los dedos se curvaban instintivamente sobre las costuras hasta adquirir una posición perfecta y todos se separaban al mismo tiempo para lanzar la bola con fuerza, velocidad y puntería. Y ahora Kim contemplaba cómo esos dedos rasgueaban las cuerdas del bajo con la misma precisión.
Kim se sorprendió a sí misma sonriéndole, mientras AJ y sus amigos saltaban y bailaban al ritmo de la música.
—No sabía qué esperarme —le dijo a Sophie cuando acabó su actuación y el público rompió a aplaudir—. Pero tenías razón. Estoy impresionada.
—Puede que nunca ganen un Grammy, pero merece la pena oírlos —respondió Sophie, y se fue en busca de Noah.
Kim sintió una breve punzada de envidia al ver como Noah la abrazaba efusivamente. Ella no buscaba marido ni mucho menos, pero deseaba tener a alguien que la abrazara de vez en cuando, como ahora. Era bonito saber que siempre había alguien en quien buscar consuelo.
Su madre apareció junto a ella y le apretó la mano.
—Tus ojos parecen anhelar algo...
—Puede ser —admitió Kim con una triste sonrisa—. Estaba pensando en las manos de un deportista, ya esté lanzando una bola o tocando un instrumento. ¿Por qué me cuesta tanto resistirme?
—¿A un deportista en general o a Bo Crutcher en particular? —preguntó su madre.
—Sea quien sea, no voy a hacer nada al respecto. Lo irónico de mi trabajo es que si lo hago bien pierdo a mi cliente. Su éxito a la hora de desenvolverse con los medios significa que ya no me necesita para nada. El error que cometí con Lloyd Johnson fue seguir con él en vez de dejarlo marchar. No volveré a cometer el mismo fallo.
—Eso sólo puedes hacerlo si la relación es estrictamente profesional. Si es personal... es sólo el comienzo.
—¿El comienzo de qué? —preguntó Dino, apareciendo de repente—. ¿Le has hablado de nosotros?
Penelope ahogó un gemido.
—No, pero creía que tú sí.
Kim miró a su madre y a Dino.
—¿Mamá?
—Dino me ha pedido que me case con él —dijo ella con los ojos brillantes de emoción.
—Y ella ha dicho sí —añadió él, rodeándola con un brazo por la cintura.
A Kim se le llenaron los ojos de lágrimas.
—Oh, mamá... Lo siento, necesito un momento. Sabía que los dos... Lo siento —volvió a decir—. No todos los días te enteras de que tu madre va a casarse.
—Pensaba decírtelo esta noche. Ya sé que parece muy repentino, pero estoy completamente segura de esto, y si algo he aprendido es que la vida es corta y que no tiene sentido postergar el amor.
Kim miró a su madre, a Dino y otra vez a su madre. Parecían rodeados por un aura de amor y felicidad. Las luces de colores de la sala iluminaban el rostro de Penelope, y Kim vio a una mujer hermosa, enamorada y rejuvenecida.
Rompió a llorar y abrazó a la pareja feliz.
—Es la mejor noticia que podía recibir... Estoy muy contenta por los dos.
—Entonces sécate las lágrimas y vamos a bailar —dijo Dino.
Se pusieron a bailar el tema que estaba tocando el siguiente grupo. Smoke on the Water de Deep Purple. Kim vio a Bo y a AJ junto al escenario, y notó algo nuevo en la expresión del chico. Parecía mirar a su padre con más admiración y afecto que nunca. A Kim se le hinchó el pecho de emoción al contemplar el milagro. Dos extraños se habían convertido en padre e hijo.
Y ella se había enamorado de los dos. De Bo, quien se esforzaba al máximo por hacerlo bien con su hijo, y de AJ, quien intentaba encajar en una vida nueva mientras seguía echando de menos a su madre. Kim no lo había pretendido así, incluso se había resistido con todas sus fuerzas, pero ya no podía evitarlo. Bo Crutcher tenía el poder de romperle el corazón, pero por primera vez en su vida, Kim no temía aquella posibilidad. Sólo quería estar con él, y no tenía miedo de sus propios sentimientos.
Como si sintiera que lo estaba observando, Bo levantó la mirada y sus ojos se encontraron. ¿Vería Bo el mismo anhelo que había visto su madre?
—Un amigo de AJ lo ha invitado a dormir en su casa —le dijo él, acercándose a ella—. Le he dicho que no hay problema.
—Supongo que conoces al amigo y a su familia...
—Se llama Tad Lehigh y conozco a su tía Maureen, que es la bibliotecaria del pueblo. Acabo de hablar con sus padres y tengo su número de teléfono —la agarró de la mano y le acarició con los dedos la cara interna de la muñeca. El grupo de turno tocaba una versión no demasiado mala de I Don't Wanna Miss a Thing de Aerosmith, y Bo tuvo que inclinarse hacia ella para hablarle al oído—. ¿Bailamos?
En realidad no se lo estaba preguntando, y tampoco era realmente un baile. Pero Bo la agarró de las dos manos y la apretó contra él mientras se movía con la elegancia natural de un atleta.
«Ya está», pensó ella. «Estoy perdida».
—Mi madre va a casarse con Dino —dijo, poniéndose de puntillas para hacerse oír—. Me acabo de enterar.
—Es genial —repuso él—. Hacen muy buena pareja.
Kim miró a su madre y a Dino, quien la hacía girar como si estuvieran bailando en un crucero.
—Me resulta muy extraño ver a mi madre enamorada.
—No tiene nada de raro. Míralos. Dino es uno de los mejores hombres que he conocido. ¿Puedes acercarte más? —le preguntó, y no le dio opción a apartarse.
A Kim le dio un vuelco el estómago.
—Me ha gustado vuestra actuación —dijo—. No sois demasiado malos.
—¿Quieres decir que somos lo bastante buenos?
—Exacto —respondió ella con una sonrisa—. ¿Por qué tocas el bajo?
—Mi hermano trajo uno a casa cuando yo era niño. Aprendí a tocar de oído, escuchando viejos CDs.
—Tienes muy buen oído —comentó ella, levantando los brazos y entrelazando los dedos por detrás de la nuca de Bo.
—Tal vez. En cualquier caso, Eddie es el mejor. Con su guitarra puede tocar lo que sea. Si ganamos, será gracias a él —le sonrió—. En este momento me siento como si ya hubiera ganado algo.
—Y así es —dijo ella. Siguieron bailando abrazados y Kim se sintió como si estuvieran los dos solos en la sala.
—Pareces muy contenta esta noche —comentó él.
—Estoy muy contenta esta noche.
—Yo podría hacer que lo estuvieras aún más.
Ella se estremeció y se apretó contra su pecho.
—Seguro que sí, Bo Crutcher.
—Y te lo voy a demostrar ahora mismo —dijo él, y tiró de ella hacia la salida.
Ni siquiera esperaron a ver si el grupo de Bo ganaba el concurso. Kim dejó su sentido común en la fiesta y fue a casa con Bo en un coche que le recordaba más a California que a las montañas Catskill. La casa, oscura y vacía, los recibió con el agradable calor que producía la caldera. Bo la levantó en brazos al pie de la escalera.
—¡Eh! —protestó ella.
—Siempre he querido hacer esto.
—Puedes hacerte daño.
—De eso nada. Lo que me hace daño es postergar esto por más tiempo —la subió con paso lento y firme hasta el segundo piso y la dejó en el suelo de su habitación para quitarse los abrigos—. Te prometo que esta vez no me dormiré —se inclinó y la besó contra la pared, abrasándola con una pasión ferviente de la cabeza a los pies.
De repente, todo le pareció inequívocamente real. Lo que sentía, lo que estaban haciendo y lo que estaban a punto de hacer. Las dudas la asaltaron y por un instante se sintió insegura y vulnerable. Un recuerdo de Lloyd apareció de improviso, pero consiguió borrarlo de su cabeza y se concentró en los ojos de Bo, donde no veía más que ternura y pasión. Aun así lo empujó con los puños en el pecho, pero más que una muestra de resistencia parecía una invitación.
Él la agarró por las muñecas y le sujetó las manos contra la pared, por encima de su cabeza, para volver a besarla. Kim sabía que la soltaría si ella emitía una protesta sincera, pero no quería que la soltara. Lo que había empezado a sentir en la fiesta iba cobrando intensidad a cada momento.
—Esto no debería estar pasando —le dijo cuando él apartó la boca de la suya.
—Ser mi novia no es el fin del mundo.
—Puede que no. Pero al final acabará mal y alguien resultará herido. A menos que nos detengamos aquí y ahora.
—Eso sí que no va a pasar. Vamos, si estar conmigo es lo peor que te ha pasado en tu vida, entonces puedes considerarte afortunada.
—No estoy diciendo que sea lo peor. Pero cuando se acabe... entonces sí que puede ser lo peor.
—En ese caso, haremos lo posible para que no se acabe.
Todo era ridículamente sencillo para aquel hombre. Sencillo y posible. Kim deseó compartir un poco de su optimismo.
—¿Y cómo vamos a hacerlo?
—Podemos empezar haciendo el amor esta noche.
Descendió con la mano hasta el bajo del vestido y fue subiendo lentamente mientras la besaba. Al retirar la boca, ella tuvo una última oportunidad para protestar, pero no lo hizo. No podía hacerlo, porque la sugerencia que Bo le susurró al oído prendió una furiosa llamarada en sus venas. Las protestas no significaban nada. No importaba que aquel hombre fuese el peor error que cometiera. Sus manos eran mágicas y sus promesas la acuciaban a entregarse sin reservas.
—De acuerdo —dijo, y echó la cabeza hacia atrás mientras él la besaba en el cuello. Un inmenso alivio la dejó aturdida, porque hasta aquel momento no había sabido si volvería a confiar en un hombre o no—. De acuerdo —repitió, y fueron las últimas palabras coherentes que pudo pronunciar en toda la noche.
Tal vez algún día los recuerdos de aquella noche fueran tan punzantes y dolorosos como un puñal en sus entrañas, pero en aquellos momentos deseaba todo lo que Bo pudiera ofrecerle. Sus besos sin descanso, su risa pasional, sus gemidos de placer y las largas horas que pudieran pasar desnudos y abrazados. Los lamentos vendrían más tarde. Ahora, Bo era todo lo que siempre había querido.
Durante los días siguientes, Kim consiguió cumplir con su trabajo y sus obligaciones, pero sólo pensaba en que llegara la noche y pudiera estar a solas con Bo. Cuando la casa se quedaba en silencio, Bo iba a su habitación y juntos seguían explorando aquella pasión que no dejaba de crecer. La satisfacción sexual era una cosa, pero aquello era algo más. Era una emoción singular más intensa y real de lo que Kim nunca había sentido. Una noche, estando abrazados en la cama, apoyó la cabeza en el pecho desnudo de Bo y se sintió invadida por una lucidez abrumadora al escuchar los latidos de su corazón.
—Eh, ¿qué te ocurre? —le preguntó él, sintiendo la humedad de sus lágrimas.
—Todo —respondió ella. Pensó en no decírselo, pero no se le ocurría ninguna razón para seguir ocultándoselo—. Te quiero, Bo.
Él no se movió, pero su corazón le latió con más fuerza.
—Me alegra que lo digas.
—No es la primera vez que quiero a alguien —se sintió obligada a admitir.
—Para mí tampoco es la primera vez. Los dos hemos tenido mucha práctica.
Ella se echó a reír.
—Es una manera de verlo.
—Lo que quiero decir es que no me importa que no sea tu primera vez. Lo que espero, lo que te pido, Kimberly van Dorn, es que sea tu última vez.
Sus palabras fueron tan inesperadas que los ojos de Kim volvieron a llenarse de lágrimas.
—¿Lo dices en serio?
—Claro que lo digo en serio. Empecé a enamorarme de ti cuando te vi en el aeropuerto, antes incluso de saber tu nombre.
—¿Empezaste a enamorarte de mí? ¿Y eso cómo es?
—Vamos, pelirroja. Sabes muy bien cómo es.
—No, no lo sé. Descríbemelo.
—Sólo quieres oírme hablar de amor.
—Lo confieso. Quiero oírte hablar de ello como si significara algo.
—Lo significa todo. Así que escucha con atención, porque no me se dan muy bien estas cosas.
—Creo que se te dan mejor de lo que crees.
—De acuerdo. La primera vez que te vi fue como si todo lo demás hubiera desaparecido. Sólo podía verte a ti. Me sorprendí buscando cosas para comparar el color de tus ojos... como las hojas de una tomatera o un lacasito de sabor a melón... No te rías. Has dicho que lo querías saber.
—No me estoy riendo. Y sí quiero saberlo, Bo.
El teléfono de Bo empezó a sonar en ese momento. Era el tono de Sophie. Bo apartó a Kim y se incorporó rápidamente en la cama. Kim miró la hora en el reloj digital de la mesilla y se le formó un nudo en la garganta.
—Dime, Sophie —respondió Bo—. ¿Qué ocurre?
Kim vio cómo los músculos de su espalda se ponían rígidos, como si lo hubieran apuñalado. Bo se volvió hacia ella mientras dejaba el teléfono. Se había puesto completamente pálido.
—Es Yolanda —dijo—. La han deportado.