Veinte

DESDE el susto de Nueva York, Bo siempre estaba alerta con AJ. Se despertaba con el mínimo ruido y tenía todos los sentidos agudizados al máximo. Bastaba que AJ suspirara en sueños para que Bo saltara de la cama, a pesar de que el chico parecía haberse resignado a su suerte y, según sus profesores, se mostraba tranquilo y participativo en clase.

Pero Bo no estaba convencido del todo. Presentía que AJ no se estaba adaptando en absoluto. Seguía manteniendo una actitud reservada y distante, protegiéndose de los demás como si llevara una armadura invisible. Bo sabía lo que era estar inquieto, expectante e impaciente a esa edad. Sabía lo que era desear algo con todas las fuerzas y hacer cualquier tontería para conseguirlo. Él había pasado por lo mismo.

Cada mañana, Bo se quedaba observando en la puerta de la casa hasta que AJ se subía al autobús. Cada tarde esperaba en el mismo sitio hasta que AJ se bajaba del autobús y entraba en casa. Y siempre se le formaba un nudo en el estómago hasta que veía aparecer al chico.

Aquella tarde, el sol había hecho una de sus raras apariciones invernales y convertía el jardín nevado en un campo de diamantes. Kim entró en el vestíbulo y Bo agradeció la distracción. Después de la sesión de fotos había pensado mucho en las emociones que le despertó el beso y había llegado a la conclusión de que no era más que el resultado de un largo día de trabajo. No sería la primera vez que su corazón le mentía. Sin embargo, en vez de apagarse, sus sentimientos seguían creciendo, y no sabía cómo interpretarlo ni que hacer al respecto.

—Otra vez estás al acecho —dijo Kim, acercándose a la ventana junto a él—. No has bajado la guardia desde que AJ se escapó a Nueva York.

—¿Me lo reprochas?

—No, no. Es comprensible, aunque no sirva de nada.

—Me siento mal por AJ —dijo Bo—. Sigue odiando estar aquí.

—¿Te lo ha dicho él?

—No, pero es obvio. Le escribe cartas a su madre y no podemos saber si ella las recibe. La incertidumbre me está matando, y no quiero ni imaginarme lo que puede estar haciéndole a AJ. No hace amigos en la escuela, no hace otra cosa que contar los días. Así no se puede vivir.

—¿Y eso lo sabes porque...? —lo acució ella.

—Porque está esperando a que algo suceda. La gente se pasa la vida esperando, y cuando miran atrás se preguntan qué ha pasado con todo ese tiempo.

—¿Lo dices por experiencia?

—Es una de las razones por las que juego en la liga independiente de béisbol en vez de hacerlo en las ligas menores, como hace casi todo el mundo. Cuando estás esperando un año tras otro a dar el salto a una liga importante, te concentras tanto en el futuro que te olvidas de todo lo demás. He visto a jugadores de béisbol tan obsesionados con dar el próximo paso que se olvidan de dónde están. Lo mejor que hice mientras esperaba mi gran oportunidad con los Yankees fue dejar de pensar en ello e intentar vivir mi vida de la mejor manera posible.

—Hiciste muy bien —repuso Kim tranquilamente—. Pero, ¿cómo vas a conseguir que AJ piense igual?

—Buena pregunta —se apartó de la ventana y se recordó que AJ no llegaría antes a casa sólo porque él estuviera esperándolo—. No quiero que dentro de unos años vuelva la vista atrás y no vea más que problemas y desgracias. Un chico merece ser feliz —se fijó en la expresión con que Kim lo estaba observando. Sonreía suavemente y le prestaba toda su atención. Santo Dios... ¿Dónde había estado aquella mujer toda su vida? ¿Y cómo podría conseguir él que se quedara a su lado?—. ¿Qué pasa?

—¿De dónde te viene esa vena filosófica?

—Ni idea —respondió él, y se sorprendió pensando en su madre.

Hasta el día de su muerte había vagado a la deriva, convencida de que acabaría encontrando al hombre adecuado, el trabajo adecuado y la vida adecuada si tenía paciencia. Incluso cuando Bo era un niño pequeño, sentía como su madre miraba por encima de él, intentando ver el futuro en vez de ocuparse del presente. Bo ansiaba desesperadamente recibir más atención de ella, pero su madre no podía darle lo que más necesitaba.

Entonces pensó en cómo se comportaba Kim con AJ, cómo hablaba con él, cómo lo ayudaba a hacer los deberes... «Me encantan los niños», le había dicho a Daisy.

—¿Qué te parece si encendemos la chimenea del salón? —sugirió ella, ajena a sus pensamientos—. A AJ le gustará merendar junto al fuego.

El salón tenía una gran chimenea con la repisa de mármol y siempre había un montón de leña preparada. Bo se puso a colocar los troncos.

—No puedo obligar al chico a que le guste vivir aquí, cuando lo único que quiere es volver con su madre. Pero ojalá pudiera hacer algo para que sintiera que éste también puede ser su hogar.

Kim le tendió una caja de cerillas.

—Vamos a pensar en algún plan divertido para este fin de semana. Parece que va a hacer buen tiempo.

—¿Buen tiempo, dices? Podría llevarlo al salón recreativo. O al cine —encendió una cerilla y la acercó al papel arrugado bajo los troncos.

—No me refiero a ese tipo de cosas. AJ debería probar algo nuevo, algo que sólo pueda hacer aquí.

Bo la miró con desconfianza.

—¿En qué estás pensando?

—En hacer snowboard en Saddle Mountain.

Bo soltó una fuerte carcajada.

—Eres única para hacerme reír, Kim. De verdad te lo digo.

—No estoy bromeando. A los chicos de su edad les encanta el snowboard. Incluso a mí me encanta. Seguro que se lo pasaría en grande.

—Muy bien, llévalo tú a la montaña. Yo me quedaré en casa junto al fuego —encendió otra cerilla y se agachó para soplar en las llamas.

—De eso nada. Se trata de que hagáis algo juntos. AJ ya ha pasado demasiado tiempo sin ti. De modo que vas a venir con nosotros.

Las llamas prendieron la leña seca.

—Soy jugador de béisbol. ¿Y si me rompo una pierna o me lesiono el hombro?

—No seas gallina. No te pasará nada.

—Se supone que estamos trabajando en mi imagen.

—Se supone que quieres demostrarle a AJ lo genial que puede ser este sitio.

—¿Qué tiene de genial deslizarse en una tabla por una montaña? —se estremeció sólo de pensarlo, mientras el fuego crepitaba alegremente.

En ese momento entró AJ, con la mochila colgándole del hombro y el abrigo abierto.

—Eso suena bien —dijo.

—Cállate, listillo —espetó Bo.

Kim le dio un manotazo en el brazo y se volvió hacia AJ.

—No te hemos oído entrar. ¿Cómo ha ido el colegio? —levantó rápidamente la mano—. No, espera. Bo y yo estábamos hablando de hacer algo divertido mientras estés aquí. ¿Qué te parece ir a Saddle Mountain para hacer snowboard? ¿Te atreves?

Un brillo de emoción asomó a los ojos del chico, pero lo enmascaró al instante.

—Sí, supongo.

Kim le dedicó una sonrisa triunfal a Bo.

—Somos dos contra uno.

Bo se sentía víctima de una emboscada por Kim y AJ mientras se probaban el material prestado por Noah Shepherd, quien no compartía en absoluto la aversión de Bo por el frío y la nieve. En la loma del jardín de Noah, Bo y AJ aprendieron los rudimentos del snowboard, lo que aumentó aún más la aprensión de Bo y la excitación de AJ. El sábado por la mañana, el chico se levantó antes de que saliera el sol, hizo todo el ruido posible para despertar a Bo y a las nueve ya estaban entre los primeros esquiadores que llegaban a las pistas.

Un telesilla transportaba a los esquiadores a lo alto de una montaña helada. Bo se sentía como si lo estuvieran elevando por una empinada ladera para luego dejarlo caer en un volcán. Saddle Mountain ofrecía un aspecto pintoresco e inofensivo cuando se la contemplaba desde lejos, pero desde aquel telesilla que parecía infringir las leyes más elementales de la gravedad, parecía tan imponente y amenazadora como las montañas de la Tierra Media en El señor de los anillos.

Bo se volvió hacia sus dos compañeros, quienes charlaban entusiásticamente y contemplaban extasiados el paisaje, como si estuvieran en alguna atracción de Disneylandia.

—Vamos a morir —le dijo a Kim—. Lo sabes, ¿verdad?

—Deja de comportarte como un crío —lo reprendió ella—. No vas a morir. No lo permitiré.

Estaba arrebatadoramente hermosa con el extraño equipo de snowboard. AJ también tenía muy buen aspecto con la ropa que le había prestado Max Bellamy. Y en cuanto a Bo, sentía que todo aquello era una locura. Para subirse al telesilla habían tenido que enganchar un pie en la tabla de snowboard y dejar la otra pierna colgando. Kim le había asegurado que cuando llegaran a la cima se sujetarían el otro pie, y aunque a Bo no le hacía ninguna gracia la perspectiva de tener los dos pies inmovilizados no dijo nada para no estropearle el día a AJ. Por primera vez desde su llegada a Avalon, el chico parecía realmente entusiasmado por algo.

—Es una vista preciosa, ¿verdad? —dijo Kim mientras AJ se giraba para contemplar el valle a sus pies.

—Es como estar volando —respondió él.

—En días claros como éste se puede ver el lago y el pueblo —Kim señaló las casas que se adivinaban en la nieve—. Aquélla es la plaza, y allí está el parque Blanchard. ¿Ves el humo saliendo de aquella chimenea? Allí es donde va la gente a calentarse y alquilar patines para el hielo.

«Ni se te ocurra», le advirtió a Bo con una mirada furiosa sobre la cabeza del chico.

—El patinaje sobre hielo es muy divertido —siguió Kim, ajena a toda advertencia—. Tu padre y yo te llevaremos a patinar muy pronto. Mañana, tal vez.

—Chachi —dijo AJ.

—¿Crees que podría gustarte?

—Lo dudo —respondió Bo por él.

—Me gustaría intentarlo —dijo AJ.

—Seguro que sí —dijo Kim.

—Ni hablar —dijo Bo.

—Vamos —insistió ella—. Es muy divertido.

—Eso mismo dijiste del snowboard, y hasta ahora no veo dónde está la diversión.

—Ni siquiera lo has probado —observó AJ.

—No estaré contento hasta que todo esto acabe.

—Será genial —dijo AJ.

Kim miró a Bo con expresión triunfal y siguió con sus explicaciones.

—En el extremo más alejado del lago está el campamento Kioga. En esta época del año se puede escalar en hielo en las cataratas Meerskill.

—¿Escalar en hielo? —preguntó AJ, cada vez más interesado.

Oh, no, pensó Bo. ¿Escalar en hielo?

—Cuando una cascada se congela, se crea una gruesa pared de hielo por la que se puede escalar. Me han dicho que es un desafío apasionante, y siempre he querido intentarlo.

—Yo también —afirmó AJ, y los dos miraron a Bo.

—Por supuesto —dijo él—. ¿Qué mejor manera de lesionarme justo antes de empezar mi primera temporada en la liga profesional?

—En el pueblo se celebra un carnaval en invierno —siguió Kim—. Nunca he estado, pero me han dicho que es genial.

—Yo estuve el año pasado —dijo Bo.

—¿Cómo fue? —quiso saber AJ.

—Celebran torneos de hockey sobre hielo y ese tipo de cosas. Ah, y también hay una carrera para locos, una especie de triatlón o algo así... Noah participa todos los años. Hay que caminar con raquetas, ir en trineo tirado por perros y hacer esquí de fondo.

—¿Trineo tirado por perros? —los ojos de AJ se iluminaron.

—Se conoce como mushing —dijo Kim—. Seguro que Noah puede llevaros a ti y a tu padre.

—Olvídalo —dijo Bo.

—Excelente —dijo AJ.

—Para ser un chico al que no le gustan los deportes pareces muy interesado en practicarlos —comentó Bo.

—¿Podemos ir en trineo con Noah?

—Ya veremos.

—Atención —avisó Kim, levantando la barra de seguridad—. Ya estamos llegando. Recordad lo que os he explicado para levantarse del telesilla. Simplemente tenéis que apoyar la tabla en la nieve y deslizaros. ¿Listos?

No, pensó Bo.

—Sí —dijo AJ, inclinándose hacia delante.

—Vamos allá —Kim rodeó a AJ con los brazos y lo ayudó a bajarse con facilidad del telesilla.

Bo cayó sobre su trasero en la nieve y se puso a proferir maldiciones.

—No pasa nada —dijo Kim, tendiéndole la mano—. Levántate y vamos a asegurarnos las fijaciones.

Unos minutos después se habían asegurado los pies a las tablas y estaban en la cima de la loma, marcada con un letrero verde.

—El color verde significa que es el descenso más fácil de todos —explicó Kim.

Bo miró la larga pendiente y volvió a estremecerse de miedo.

—A mí me parece que lo más fácil es bajar como hacen ésos de ahí —señaló un trineo tirado por una moto de nieve.

—Esa es la patrulla de esquí bajando a un herido de la montaña —dijo Kim—. No te lo recomiendo.

Lo único que Bo quería era marcharse de allí como fuese, pero el entusiasmo que reflejaba el rostro de AJ le recordó que debía mantener la boca cerrada. Los ojos del chico brillaban como Bo nunca había visto. Tal vez Kim hubiera acertado, después de todo.

—Nunca había estado en lo alto de una montaña —dijo AJ—. Es como estar en la cima del mundo.

Kim le sacó una foto con el móvil.

—Estás en la cima del mundo. Vamos allá, chicos.

Los esquiadores y snowboarders pasaban zumbando junto a ellos, pero Bo y AJ pasaron más tiempo sobre sus traseros que sobre sus tablas. Hubo algo bueno en aquel suplicio, sin embargo. Para ayudar a Bo a levantarse, Kim lo abrazaba una y otra vez por la cintura y lo apretaba con fuerza. Finalmente llegaron al pie de la pista y Bo pensó que ya habían acabado, pero Kim los hizo subirse de nuevo al telesilla.

AJ no tardó en dominar lo básico, y en su tercera bajada ya se deslizaba por la pendiente como un surfista a cámara lenta.

—¡Eh, mirad! —gritó—. ¡Lo estoy consiguiendo!

—¿Cómo demonios puede aprender tan rápido? —preguntó Bo con frustración.

—Tiene el centro de gravedad más bajo, y eso es una ventaja —explicó Kim.

—¿Ah, sí? ¿Y cuál va a ser mi ventaja?

—Yo —lo agarró por la cintura y lo sujetó hasta que Bo consiguió mantener el equilibrio. Era más fuerte de lo que parecía, y mostraba una paciencia y una templanza que Bo nunca se hubiera imaginado en ella.

—Sujétame fuerte —le pidió mientras descendían—. No quiero caerme.

Fue demasiado tarde. Su tabla adquirió una velocidad endiablada en la resbaladiza superficie, se aferró con todas sus fuerzas a Kim y los dos chocaron contra un montón de nieve.

AJ no se rió, pero tampoco ocultó su regocijo.

—Pareces el abominable hombre de las nieves —le gritó a Bo mientras ganaba velocidad en su descenso.

—Llevo días intentado hacerlo sonreír —comentó Bo—. Y lo único que hacía falta era darse de bruces con un banco de nieve... No sé qué puede ser más humillante.

—Ha merecido la pena —dijo Kim, ofreciéndole la mano para ayudarlo—. Mira.

Al pie de la pista, AJ estaba hablando con algunos chicos de su edad. Bo se olvidó al instante de su desgracia y observó cómo se reían juntos. AJ se estaba riendo... No había nada más encantador que ver reírse a un hijo. Los amigos podían hacer maravillas, verdaderamente.

Los chicos seguían riéndose cuando Bo se detuvo torpemente junto a AJ.

—He conseguido llegar de una pieza —dijo—. Pero me has ganado por un kilómetro.

—Eh... Sí —la sonrisa de AJ se esfumó. Obviamente no sabía cómo comportarse en esa situación.

—Bo Crutcher —se presentó Bo, quitándose las gafas—. Y ésta es la señorita Kimberly van Dorn.

Los chicos también se presentaron, y Bo no supo si estaban más impresionados por hablar con Bo Crutcher o por la despampanante belleza de Kim. Uno de ellos, Vinny Romano, afirmó ser un fan incondicional de los Hornets.

—El verano pasado fui a todos los partidos —dijo—. Hiciste una temporada increíble.

—Gracias —dijo Bo.

—Yo fui a tus clases de béisbol en el campamento —dijo otro chico, llamado Tad.

—Sí, me acuerdo de ti. Eres zurdo, igual que yo. AJ también lo es.

—Iban a llevarme a otro telesilla —dijo AJ, señalando otra pista más larga y empinada—. Y luego a la media pipa, donde se pueden hacer saltos y figuras.

Bo se dispuso a prohibírselo, pero una vez más la mirada de Kim lo hizo callar.

—Tendré cuidado —prometió AJ—. Me pondré el casco.

—Estaremos en el refugio cuando cierren los telesillas —dijo Kim—. Calentándonos junto al fuego.

—De hecho, allí vamos a ir ahora mismo —dijo Bo.

—De eso nada —negó ella—. Aún quedan dos horas antes de que cierren.

Bo intentó no mostrar su desesperación delante de los chicos.

—De acuerdo. Hasta luego, AJ. Ten cuidado.

Los chicos se alejaron y Bo oyó que uno de ellos le decía a AJ:

—¿Ese es tu padre? Tío, qué suerte tienes.

Kim le dio un codazo a Bo.

—¿Lo has oído? Sus amigos piensan que tiene suerte.

—Me pregunto qué pensará él.

—Se está acercando a ti —le aseguró ella—. Sobre todo después de este día.

El resto de la tarde, Kim se comportó como el más exigente de los entrenadores. Le gritó, lo reprendió, lo presionó y también lo alabó cuando veía sus progresos. Bo se aprovechaba de cada caída y la agarraba más tiempo del necesario, dando gracias por el atuendo que ocultaba su excitación. Finalmente consiguió bajar sin ningún percance y llegó al final de la pista con una sonrisa en los labios, pero Kim se mantuvo implacable y lo obligó a probar otra pista, más larga y difícil, sin darle tiempo a que los miedos volvieran a apoderarse de él. Y gracias a las enseñanzas y la perseverancia de Kim, y a su propio orgullo y determinación, consiguió superar el reto y empezó a divertirse como hacía tiempo que no se divertía.

—Mírate —exclamó Kim, dando palmas con sus guantes—. Estás haciendo snowboard.

Bo se atrevió a aumentar la velocidad. Se sentía tan ágil y seguro como el Silver Surfer de los tebeos.

—AJ está en la media pipa —dijo Kim—. Vamos a enseñarle lo que has aprendido.

Encontraron a los chicos turnándose para deslizarse por la media pipa, una estructura en forma de medio tubo excavada en la nieve y diseñada para ejecutar saltos y cabriolas en el aire.

—¡Miradme! —les gritó AJ al verlos. Jaleado por sus amigos, se lanzó por la media pipa, ejecutó un par de giros y consiguió acabar de pie, tambaleándose ligeramente, pero sin llegar a caerse.

Bo sintió una oleada de orgullo.

—Ese es mi chico.

—Sí, lo es —corroboró Kim.

—Me toca —dijo, y fue hasta el borde del tubo antes de que el valor pudiera abandonarlo.

—Adelante —lo animó AJ desde el otro lado—. Vamos. Puedes hacerlo.

Bo respiró hondo y vio la demostración que le hacía Kim, quien se deslizaba velozmente y sin el menor esfuerzo aparente por las paredes del tubo. Para Bo no había nada más atractivo que una mujer destacando en algún deporte, y Kim brillaba con luz propia en todo lo que hacía.

Volvió a tomar aire y se dejó caer por la rampa. Y entonces supo que había calculado mal la dirección, porque en vez de bajar por un lado y subir por el otro, se encontró deslizándose por la mitad del tubo hacia abajo. Creyó oír gritos de advertencia, pero no podía distinguir las palabras mientras iba ganando velocidad a cada milésima de segundo.

Nunca en su vida se había movido más rápido sin la ayuda de un motor de combustión. Si ahora se chocaba con algo se rompería todos los huesos del cuerpo. Tenía que encontrar la manera de frenar o reducir la velocidad. Desesperado, intentó valerse del peso de su cuerpo como Kim le había enseñado y, sorprendentemente, consiguió girar y desviarse de su imparable descenso. Ahora se dirigía hacia la empinada pared del tubo, cuya elevada inclinación serviría para frenarlo, como el carril de desaceleración en una autopista.

Pero no sucedió así. La fuerza centrífuga le hizo ganar velocidad, y entre el pánico y la locura pensó que deberían arrestarlo por violar tantas veces las leyes de la física.

Oyó más voces y gritos cuando alcanzó el borde del tubo y salió despedido hacia arriba. Vio el cielo, las nubes, la nieve... y debajo de él no sintió absolutamente nada. Estaba volando, desafiando a la gravedad en su viaje rumbo a las alturas.

«Muy bien», pensó. «Ahora es cuando me despierto y me doy cuenta de que todo ha sido un sueño».

Pero, en vez de despertarse jadeante y sudoroso, cayó desde una aterradora altura como un pájaro abatido de un disparo.

Boom.

Una nube de nieve en polvo se elevó a su alrededor. Momentos después, AJ, Kim y otros dos chicos estaban junto a él.

—¿Estás bien? —le preguntó AJ con una voz llena de angustia—. ¡Papá! ¿Estás bien?

Bo permaneció inmóvil unos segundos. No estaba herido, pero quería saborear el sonido de AJ llamándolo «papá».

—¡Papá! ¿Estás bien?

—Sí, estoy bien —respondió Bo con una sonrisa—. Como nunca.

—Estupendo —dijo AJ—. Has estado increíble.

Bo se sacudió la nieve de las gafas y miró a Kim.

—¿Podemos dejarlo por hoy, entrenador?

—Déjame que te ayude a levantarte —dijo AJ, extendiendo la mano.

Aquello sí que era una novedad. Por el bien del chico, Bo había quebrantado sus propios límites y había experimentado por vez primera lo que significaba ser padre. No importaba que casi se hubiera matado o que estuviera medio congelado en la nieve. No importaba que estuviese impaciente por tomarse una cerveza junto al fuego. La sonrisa de AJ lo merecía todo.