Capítulo 43

Sábado, 4 de septiembre de 1999, 11:37 PM

Aeropuerto Internacional de Hartsfield

Atlanta, Georgia

Podría abofetearse hasta cansarse e intentar distraerse todo cuanto quisiera, pero el craso error, la increíble negligencia cometida por el observador hacía algunas noches seguiría martirizándolo. Se había perdido algo. Algo que había impulsado a Anatole a asesinar y diabolizar a Benison.

La muerte del antiguo príncipe de Atlanta había sido un espectáculo cruento, aún más horrible por la sensación de confusión y delincuencia que experimentó el observador. Parecía que Anatole había estado dispuesto a marcharse, no ya de la acogedora vivienda donde se refugiaba Benison, sino de Atlanta. El vuelo estaba reservado y ni siquiera la tardía hora a la que se había despertado Benison comprometía el que pudieran llegar a tiempo al aeropuerto.

Pero entonces debió de cruzársele un cable a Anatole, o Benison había hecho un gesto o una mueca que el observador pasó por alto, o quizás Anatole se había limitado a alimentar la complacencia del observador a fin de sorprenderle a él tanto como a Benison con su brutal ataque. Fuese cual fuese la causa, el observador sentía que debería saber más acerca de ella. Aunque, con independencia de aquel supuesto motivo, el observador había multiplicado por diez sus esfuerzos desde aquella noche. Había vuelto a descubrir el miedo y el respeto hacia el poderoso Anatole que, ya se había olvidado, debería poseer. Tanto tiempo en compañía del antiguo Malkavian había conseguido sumirlo en aquel estado de complacencia.

Ahora se encaminaban por fin hacia el norte, a Siracusa y desde allí a las montañas, en busca del escenario de la matanza y el último paradero conocido de Leopold antes de su repentina y fugaz aparición en la ciudad de Nueva York, hacía un mes. Quizá debiera haber conducido a Anatole directamente a las Adirondacks, pero también había mucha información que recoger en los demás lugares. Después de todo, las pillerías de Leopold y el Ojo de Hazimel no eran lo que más preocupaban a su señor. Al menos, no de forma directa, aunque resultaba evidente que estaban relacionadas.

Después de asesinar a Benison, Anatole se había replegado sobre sí mismo. No había dicho ni pío durante días y se negaba a abandonar la casa. Las habitaciones vacías y el silencio amenazaban con volver loco al observador, sobre todo porque el único ruido que denotaba actividad sonaba dentro de su cabeza, donde rememoraba una y otra vez el instante que se había perdido en busca de pistas que le indicaran lo que podía haber ocurrido.

No conseguía acercarse a ninguna respuesta.

Un hombre joven, personal del aeropuerto, apareció para informar a un Anatole de mirada ausente de que su avión se encontraba preparado y listo para despegar. El piloto ya se encontraba a bordo y podían emprender el vuelo en cualquier momento dentro del siguiente cuarto de hora. El hombre pareció no inmutarse ante la ausencia de respuesta por parte de Anatole y repitió el mensaje, aunque cambió el "cuarto de hora" por "catorce minutos", con la posible esperanza de que la cuenta atrás consiguiera llamarle la atención a su cliente.

Anatole asintió con la cabeza. El joven esperó algún tipo de confirmación añadida pero, al no recibir ninguna, optó por emprender una servicial retirada.

El observador se apresuró a completar un escueto informe y aguardó a que Anatole se incorporase. Cuando lo hizo, el observador esperó doce segundos más, sin perder de vista a Anatole en ningún momento, y guardó el parte y otro puñado de hojas de apuntes en un maletín que cerró y aseguró con unas esposas a la barra metálica que sujetaba la hilera de asientos más próxima. Alguien pasaría a recogerlo cuando el avión cerrase las puertas.

Proyecto Persuasión

Informe nº 29

El estadio final de la persuasión se aproxima. Anatole se ha despertado esta noche y realizó las mismas rigurosas abluciones a las que se sometió la noche del asesinato de Benison. Como aparece en los apuntes adjuntos, lavó también la ropa nueva en la ducha.

Mi descuido de hace cuatro noches sigue martirizándome. A vuestra discreción, claro está, como siempre, tendrán ocasión de reemplazarme una vez aterricemos en Siracusa. Me mantendré alerta en busca de las señales acordadas que inicien el relevo.

Con algo de suerte, nos acercaremos a la cueva mañana por la noche. Puede que allí encajen las piezas que Anatole ha ido reuniendo si es que no han resuelto ya ustedes el rompecabezas. Hasta la fecha, yo me he visto incapaz de conseguirlo.

A vuestro servicio.

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