OCHO

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La tormenta parecía estar extrañamente quieta.

Recordó haber sentido aquella sensación cuando montaba en los globos de aire caliente de Pa. Liberada de su correa de sujeción, la medusa volaba exactamente a la misma velocidad que el viento. El aire parecía estar inmóvil y la tierra daba vueltas debajo como en un torno gigante.

Unas nubes oscuras todavía bullían a su alrededor, por lo que el Huxley daba algún giro ocasional. Pero lo peor eran los destellos en la distancia. Una forma segura de provocar las llamas en un respirador de hidrógeno era que lo alcanzase un rayo. Deryn intentó distraerse observando cómo la ciudad de Londres pasaba bajo sus pies, con todas las casas como cajas de cerillas y las calles sinuosas, así como las fábricas con sus chimeneas selladas.

Se acordó de cómo Pa explicaba el aspecto que tenía Londres antes de que el viejo Darwin hubiese obrado su magia. Un paño mortuorio de humo de carbón cubría toda la ciudad, junto con una niebla tan espesa que las farolas incluso permanecían encendidas de día. Durante la peor época de la edad de vapor, había tanto hollín y ceniza decorando las zonas campestres cercanas que hasta las mariposas habían desarrollado manchas negras en sus alas como camuflaje.

Pero antes de que Deryn naciese, los enormes motores habían sido sustituidos por bestias fabricadas. Músculos y tendones reemplazaron a las calderas y los engranajes. Actualmente, el único humo de chimenea provenía de los hornos y no de las inmensas fábricas, y la tormenta había limpiado incluso aquellas tinieblas del aire.

Adonde quiera que mirase Deryn veía fabs. Sobre el palacio de Buckingham, una bandada de halcones bombarderos patrullaban en formación de espiral, transportando redes que rebanarían las alas de cualquier aeroplano que se atreviera a acercarse demasiado. Golondrinas mensajeras se entrecruzaban por Square Mile, sin que el mal tiempo las hubiese disuadido.

Las calles estaban llenas de animales diseñados: hipopotámicos y razas equinas, un elefantino arrastraba un trineo lleno de ladrillos bajo la lluvia. La tormenta que casi había acabado con su Huxley apenas había detenido el ritmo de la ciudad que tenía bajo ella.

A Deryn le habría gustado llevar consigo su libreta de dibujo, para captar la maraña de calles, bestias y edificios que había debajo. Al principio había empezado a dibujar uno de los globos de Pa, intentando captar las maravillas del vuelo.

A medida que las nubes se fueron disipando gradualmente, el Huxley se deslizó por un haz de luz y lo atravesó. Deryn se desperezó al sentir su calor y empezó a sacudirse el agua de sus ropas frías y empapadas.

Las casas que había debajo cada vez se veían más pequeñas, y la multitud de copas de paraguas se difuminaron entre las húmedas calles. A medida que se secaba, el Huxley ascendía. Deryn frunció el ceño. Para descender en un globo, se tenía que dejar escapar aire caliente desde lo alto. Pero los Huxleys eran unos elevadores primitivos, diseñados para ser llevados con correa de sujeción todo el tiempo.

¿Y ahora qué se supone que debo hacer, decirle a la bestia que baje?

—¡Eh! —gritó—. ¡Tú, el de arriba!

El tentáculo que tenía más cerca se enroscó un poco, pero nada más.

—¡Bicho! ¡Te estoy hablando!

Nada.

Deryn puso mala cara. ¡No hacía ni una hora que el Huxley se había asustado con suma facilidad! Tal vez los gritos de una chica enojada no significaban casi nada después de una terrible tormenta.

—¡Eres un enorme y gordinflón caraculo! —gritó, balanceando sus pies para sacudir el equipo del piloto—. ¡Y me estoy hartando de tu compañía! ¡Que-me-bajes-ya!

Los tentáculos se desenroscaron, como si fuesen un gato desperezándose al sol.

—Simplemente fantástico —gruñó ella—. Añadiré la mala educación a tus defectos.

Al pasar por otro retazo de sol, la medusa hizo un suave ruido como si exhalase un suspiro, expandiendo su bolsa para secarse.

Deryn notó que se estaban elevando aún más. La chica refunfuñó, mirando el cielo azul que se extendía ante ella. Ahora podía ver todo el camino hasta las granjas de Surrey. Y después encontraría el Canal de la Mancha.

Durante dos largos años, lo que más había deseado Deryn con toda su alma era volar otra vez, igual que cuando Pa estaba vivo, y allí estaba ella ahora, abandonada a su suerte en medio de los cielos. Tal vez aquel era su castigo por actuar como un chico, tal como su madre siempre le había avisado.

El viento era constante e impulsaba la bestia hacia Francia.

Iba a ser un largo día.

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El Huxley se dio cuenta primero.

Los aparejos del piloto se sacudieron bajo Deryn como un carruaje pasando por un charco. La sacudida la despertó de una cabezada y miró hacia arriba, al Huxley.

—¿Te aburres?

La aerobestia parecía resplandeciente, el sol brillaba justo en línea recta sobre ella, traspasando su piel iridiscente. Era mediodía, por lo tanto hacía más de seis horas que estaba en el aire. El Canal de la Mancha brillaba a no mucha distancia de ellos, recortado contra un cielo perfecto. Habían dejado muy atrás las nubes grises de Londres.

Deryn frunció el ceño y se desperezó.

—Maldito tiempo fantástico —refunfuñó.

Sus labios estaban agrietados y le dolía mucho, muchísimo, el trasero.

Entonces vio que los tentáculos se enroscaban a su alrededor.

—¿Y ahora qué pasa? —se quejó, aunque habría agradecido incluso que una bandada de aves les hubiese atacado con tal de que hubiesen hecho bajar a la bestia.

Un aterrizaje accidentado era mejor que colgar de allí hasta que se muriera de sed.

Deryn observó atentamente el horizonte y no vio nada. No obstante sintió un temblor en las tiras de cuero de su equipo de piloto y escuchó un zumbido de motores en el aire.

Se quedó con los ojos muy abiertos.

Una inmensa aerobestia estaba emergiendo entre las nubes grises que había tras ella. Su parte superior reflectante brillaba bajo la luz del sol.

Aquella cosa era gigantesca, mayor que la catedral de St. Paul, más larga que el Dreadnought, un trasatlántico acorazado Orión que había visto en el Támesis hacía una semana. El brillante cilindro tenía la forma de un zepelín, pero los flancos vibraban con el movimiento de sus cilios y en el aire, a su alrededor, pululaban murciélagos y aves.

La medusa hacía un sonido sibilante infeliz.

—¡No, bestezuela, no te pongas nerviosa! —dijo en voz baja—. ¡Han venido a ayudarnos!

Por lo menos, Deryn creía que era así. Pero no esperaba que hubiesen enviado nada tan enorme a por ella, para conseguir bajarla.

La aeronave se acercó hasta que Deryn distinguió la barquilla colgando de la barriga de la bestia. Las letras, de un pie de alto, bajo las ventanas del puente poco a poco quedaron a la vista… Leviathan. Tragó saliva.

—Y vaya si son endemoniadamente famosos estos amigos.

El Leviathan había sido el primero de los grandes respiradores de hidrógeno fabricados para rivalizar con los zepelines del Káiser. Se habían criado algunas bestias más grandes desde entonces, pero ninguna de ellas había hecho aún el viaje hasta la India, ida y vuelta, superando todos los récords aéreos alemanes hasta la fecha.

El cuerpo del Leviathan estaba hecho con cadenas de vida de una ballena, pero otros cientos de especies estaban intrincadas en su diseño: innumerables criaturas unidas como los resortes de un cronómetro. Bandadas de aves fabricadas pululaban a su alrededor: exploradores, combatientes y depredadores para conseguir comida. Deryn vio lagartos mensajeros y otras bestias recorriendo rápidamente su piel.

Según el Manual de Aerología, los grandes respiradores de hidrógeno se modelaban en las minúsculas islas de América del Sur donde Darwin había hecho sus famosos descubrimientos. El Leviathan no era una sola bestia, sino una vasta red de vida en toda la extensión de su siempre cambiante equilibrio.

El ruido de los motores de impulsión cambió de inflexión, alzando la proa de la criatura ligeramente. La aerobestia obedeció. Los cilios que recorrían sus flancos se ondulaban como un mar de hierba mecida por el viento y una gran cantidad de minúsculos remos moviéndose hacia atrás detuvieron al Leviathan hasta dejarlo casi inmóvil.

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«EL LEVIATHAN SE ACERCA»

La inmensa silueta se movió lentamente sobre ellos, como una mancha en el cielo. Tenía lo que era la barriga toda llena de motas grises que servían de camuflaje para los ataques nocturnos.

Bajo la repentina frialdad de la inmensa sombra, Deryn alzó la vista fascinada. Aquella vasta y fantástica criatura había acudido realmente a rescatarla, a ella.

El Huxley tembló de nuevo, preguntándose adónde había ido a parar el sol.

—Silencio, bestezuela. No es más que tu primo mayor.

Deryn escuchó gritos por encima de ella y percibió movimiento. Vio que le lanzaban una cuerda que se desenrolló a su lado. A esta le siguió otra y luego otra docena más, hasta que Deryn se encontró rodeada de un bosque de cuerdas que se balanceaban de arriba abajo.

Alargó el brazo para coger una, pero la amplitud de la bolsa de gas de la aerobestia dejaba las cuerdas fuera de su alcance. Deryn balanceó el arnés del piloto intentando acercarse.

Su impulso hizo que los tentáculos del Huxley se enroscasen y provocasen una vertiginosa caída.

—¡Ay! ¿Así que ahora sí que quieres ir cabeza abajo? —se quejó—. ¡Mira que eres inútil!

Los motores de la nave volvieron a cambiar de inflexión y reaparecieron los cabos colgantes, todavía fuera de su alcance. Entonces, los motores que tenía encima empezaron a funcionar con un ritmo chirriante, de encendido-apagado, encendido-apagado y las cuerdas empezaron a cimbrearse al ritmo del sonido.

Seguro que allí arriba había un piloto inteligente.

Las cuerdas se balanceaban y se acercaban con cada impulso de los motores. Deryn alargó un brazo lo máximo que pudo…

Finalmente sus dedos consiguieron sujetar el cabo. Tiró de la cuerda y la ató a la anilla que había sobre su aparejo y, a continuación, frunció el ceño.

¿Es que iban a izarla hasta la barquilla? Si lo hacían, ¿eso no haría que el Huxley acabara cabeza abajo?

Pero la cuerda seguía floja y, al cabo de unos momentos, un lagarto mensajero bajó hasta ella. Sus minúsculas manos palmeadas se pegaban a la cuerda como una ventosa, como si fuese la fina rama de un árbol. La piel del lagarto, de un color verde intenso, parecía brillar en las sombras debajo de la nave.

El animal habló con un acento afectado, con una voz grave, extraña en un cuerpecillo como aquel.

—Señor Sharp, supongo —el lagarto soltó una risita gutural entre dientes.

Estupefacta como estaba, Deryn casi respondió. Por supuesto, el lagarto mensajero solo estaba repitiendo lo que uno de los oficiales de a bordo le había dicho.

—Saludos del Leviathan —prosiguió—. Sentimos mucho el retraso. Ha sido por el mal tiempo y todo eso —hizo un ruido como un hombre carraspeando y Deryn casi esperó que el lagarto alzase su pequeño puño para cubrirse la boca—. Pero al fin aquí estamos. Le llevaremos hasta la parte dorsal, por supuesto: procedimiento estándar.

El lagarto hizo una pausa y Deryn meditó qué significaría «parte dorsal».

—Ah, sí. Me han comentado que usted es solo un recluta. Bien hecho, su primer vuelo y ya se pierde.

Deryn puso los ojos en blanco. Primero una bolsa de gas y tripas llena de insectos la había arrastrado por media Inglaterra, y ahora estaba escuchando las impertinencias de una maldita ¡lagartija!

—Supongo que usted no conoce el procedimiento estándar. Bueno, en realidad es bastante sencillo: bajaremos hasta situarnos debajo de usted, entonces subiremos poco a poco y le situaremos en el cabrestante dorsal. ¿Alguna pregunta?

El lagarto mensajero se la quedó mirando expectante, parpadeando con sus ojillos negros.

—Ninguna pregunta, señor. Estoy listo —dijo Deryn, acordándose de usar su voz de chico.

Por supuesto, no iba a admitir que no sabía lo que la palabra «dorsal» significaba.

El lagarto mensajero no se movió, solamente parpadeó otra vez.

—Así que… ¿el procedimiento estándar es? —añadió ella.

El lagarto esperó otro momento, pero cuando vio que Deryn no decía nada más, se dio media vuelta y subió corriendo por la cuerda para repetir sus palabras a quienquiera que fuese que estaba en el otro extremo.

Un minuto después, izaron las otras cuerdas, pero soltaron aún más la que estaba unida al equipo del piloto. Esta cayó en forma de lazo hasta quedar casi fuera de su vista, por lo menos había un cuarto de milla de cuerda o al menos eso parecía. Entonces los motores ociosos de la aeronave se encendieron otra vez.

La inmensa sombra se impulsó hacia atrás contra el viento, de manera que el sol apareció radiante desde detrás de su nariz, casi cegando a Deryn. La aeronave cayó cuando al desprender hidrógeno con un sonido como el agua corriente descendió de forma constante, hasta que los oficiales que estaban en las ventanas del puente estuvieron perfectamente a su nivel aunque a veinte yardas de distancia.

Uno de ellos sonrió y la saludó enérgicamente. Deryn devolvió el saludo.

El Leviathan descendió aún más y el Huxley lloriqueó un poco cuando un enorme ojo se puso a su altura y se acercó a él.

—No me causes más problemas —murmuró Deryn.

Ella observaba todo con entusiasmo, notando cómo los gigantescos arneses de la aeronave envolvían todo su cuerpo, sujetando inmóviles en su sitio las barquillas. Las tiras de los arneses estaban conectadas a una red de cuerdas como las jarcias de un velero. Unas extrañas bestias de seis patas escalaban con la tripulación por las cuerdas, husmeando la piel de la aerobestia. Aquellos debían de ser los rastreadores de hidrógeno sobre los cuales había leído, deslizándose por la membrana en busca de fugas.

Cuando la vasta masa plateada del Leviathan se deslizó bajo ella, Deryn vio que el otro extremo de su cuerda ahora estaba atado a un cabrestante en la parte dorsal de la criatura.

Así que «dorsal» era solamente una manera del Ejército de llamar al «trasero».

El cabrestante era pequeño y de aluminio, hecho de la forma más ligera posible, como todo lo que había en un dirigible. Dos hombres hacían girar su manivela, tirando con bastante rapidez de la cuerda floja. Pronto Deryn y su nervioso Huxley descendían hacia la parte trasera y plateada del Leviathan.

Unos minutos después, media docena de tripulantes sujetaban los tentáculos de la medusa y tiraban de ella hacia abajo. Deryn se encontró libre del equipo del piloto, tambaleándose sobre sus piernas entumecidas encima de la húmeda y esponjosa superficie de la piel hinchada del Leviathan.

—Bienvenido a bordo, señor Sharp —dijo el joven oficial al mando.

Deryn intentó ponerse erguida, pero el dolor atenazaba su columna vertebral. Retorció los dedos de los pies dentro de las botas de Jaspert, intentando hacer desaparecer el hormigueo de sus pies.

—Gracias, señor —consiguió decir.

—¿Se encuentra bien? —preguntó el oficial.

—Sí, señor. Solo un poco de entumecimiento en mi, humm, en mis dorsales.

El oficial se echó a reír.

—Un vuelo largo, ¿verdad?

—Sí, señor. Un poco —tímidamente le devolvió el saludo.

Por lo menos el oficial sonreía. Toda la tripulación parecía bastante contenta mientras revisaban la medusa. Deryn supuso que no les llamaban demasiado a menudo para rescatar reclutas en el aire.

Un hombre vestido con uniforme de timonel le dio una palmada en la espalda.

—Su Huxley está en buena forma, después de una tormenta como esta. Debe de tener mano para las bestias, señor Sharp.

—Gracias, señor —repuso ella.

Los hombres que estaban manipulando el cabrestante estaban llevándose al Huxley hacia atrás, remolcándolo en vuelo hacia la estela del Leviathan.

—No muchos cadetes pueden disfrutar de su primer día volando —dijo el oficial.

—No soy un cadete exactamente, señor. Aún no he pasado las pruebas —Deryn paseó la mirada ansiosamente por la parte superior, rezando para que le dejasen explorar la nave mientras la llevaban de vuelta a la Scrubs. Podría caminar de nuevo tan solo dentro de unos pocos minutos más…

El timonel se echó a reír.

—Resolver unos problemas de Aeronáutica seguro que no le resultará demasiado difícil después de permanecer en vuelo libre en globo con un Huxley. Y con todos estos problemas en ciernes supongo que el Ejército ya estará reclutando algunos muchachos más.

Deryn frunció el ceño.

—¿Problemas, señor?

El oficial asintió.

—Ah, sí. Supongo que usted aún no se habrá enterado. Ayer noche un duque y una duquesa austriacos fueron asesinados. Lo más probable es que se produzcan disturbios en el continente.

Deryn parpadeó.

—Lo siento, señor. No comprendo.

El oficial se encogió de hombros.

—No estoy seguro de lo que esto tiene que ver con Gran Bretaña, pero estamos en alerta. Ahora que ya le hemos rescatado, debemos encaminarnos directamente a Francia por si los clánkers intentan iniciar algo —sonrió—. Espero que se quede con nosotros unos días y que esto no sea una molestia para usted.

Deryn abrió mucho los ojos. Cuando recuperó la sensibilidad en las piernas, pudo sentir el retumbar de los motores en la piel de la aerobestia. Los flancos plateados del Leviathan descendían por su espina dorsal extendiéndose en la distancia hacia el infinito. El cielo se veía inmenso en cualquier dirección.

«Unos días», acababa de decir aquel hombre, cientos de horas más en aquel cielo perfecto. Deryn saludó de nuevo, intentando ocultar su sonrisa.

—No, señor. No es ninguna molestia.