8. Revelaciones

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Al segundo intento, Larry consiguió introducir las coordenadas correctas. Transcurrió otro minuto, y el chico empezó a mostrar síntomas de frustración.

—Eres más lento que una GameBoy, ¡date prisa con esos datos! —ordenó a su artefacto especial. Luego su voz se apagó y se convirtió en un débil temblor—. ¿Prima? Me gustaría equivocarme, pero creo que la linterna está detrás de nosotros…

Los dos primos se volvieron bruscamente y quedaron deslumbrados por el rayo luminoso. Del susto, lanzaron un alarido, y su eco se difundió por toda la garganta, amplificado en exceso. Esto precipitó el acto final de la huida de Ratmusqué.

El ladrón intentó ganar el final de la garganta, pero Scarlett y mister Kent estaban preparados para recibirlo allí. Entonces trató de volver atrás de forma expeditiva, pero el trío que había protagonizado el asalto frontal le cerró el paso, y el policía lanzó un disparo al aire.

Entonces, el hombre se rindió sin pronunciar una sola palabra.

El policía lo esposó y le leyó sus derechos con voz solemne. Gritos de alegría acompañaron este gesto de película policíaca.

—¡Muy bien, chicos! —los felicitó el director Curtis, muy contento—. De no ser por vosotros, ¡a saber a dónde habría huido!

Agatha y Larry estaban aún en estado de choque y fueron incapaces de replicar. Scarlett y mister Kent surgieron de la oscuridad, y los dos primeros corrieron hacia ellos.

—¡Lo hemos conseguido! —gritaron—. ¡Hemos capturado al escurridizo Ratmusqué!

Solo quedaba una cosa por aclarar: ¿dónde había ocultado el paquete con las joyas?

Durante el trayecto de vuelta, el director Curtis no paró de bombardear al prisionero con preguntas, pero él no alteró su expresión y permaneció callado como un muerto.

—No hay manera de sacarle nada, pero ya verá cómo lo hará hablar la policía —se rindió mister Curtis.

Llegaron a la casita de campo a medianoche, muy cansados.

—Creo que deberíamos llamar a la señora Hoffman —sugirió Agatha.

—Aunque aún no hemos encontrado las joyas, debemos darle la buena noticia de la captura de Ratmusqué —la secundó mister Kent.

Larry, que se había sentado en una butaca en el porche de la casa, sacó su artefacto y empezó a buscar el número con una lentitud exasperante.

—¡Buf, hoy estoy muy torpe con la EyeNet!

Al oír aquellas palabras, Ratmusqué comenzó a agitarse, y sus manos, aprisionadas por las esposas, se pusieron a temblar.

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—RM53 —dijo en voz baja.

—¿Qué ha dicho? —preguntó Larry distraídamente.

—¡Calla! —lo amenazó el policía con la pistola.

Agatha, que tenía las antenas puestas, reaccionó inmediatamente:

—¿RM53? ¿Dónde he oído antes estas siglas? —se preguntó—. ¡Ah, claro! Estábamos en el avión hacia Nueva York y hablábamos del jefe de sector de la zona -5, que había enviado un informe de la misión… ¿Pero qué tiene que ver Ratmusqué con el agente RM53?

—¿Ocurre algo? —se preocupó Scarlett—. Agatha, estás blanca como un fantasma, ¿no te encuentras bien?

Su prima ni siquiera la escuchó y pensó en todos y cada uno de los hechos que se habían sucedido desde el inicio de la investigación. Cuando finalmente comprendió la verdad, se acarició la nariz y pasó revista a los rostros de todos los presentes. ¡Habían metido la pata hasta el fondo!

Se dirigió con cortos pasos hasta donde estaba mister Kent y le susurró algo al oído. El mayordomo quedó desconcertado, pero consiguió mantener la calma.

¡Había llegado el momento de revelar quién había robado realmente las joyas de la señora Hoffman!

—¡Señores, quisiera que me escuchasen un momento! —anunció Agatha después de situarse en el centro del porche. Notó que la voz le temblaba de la emoción e intentó controlarse.

El oficial arqueó una ceja:

—No tiene por qué preocuparse, miss Agatha, ya están en camino tres patrullas —la tranquilizó.

—¿Para arrestar a quién? —preguntó ella.

—Me parece evidente, jovencita —rezongó el director mientras se colocaba al lado del policía—. ¡Todas las pruebas apuntan a Ratmusqué!

Ella se tocó la nariz; era la señal que había acordado con mister Kent.

El mayordomo cerró los puños y golpeó a Curtis y al oficial con dos golpes secos. Ambos cayeron redondos al suelo, como si los hubiese arrollado un tren.

Un momento después, Ratmusqué recurrió a sus ágiles pies para sacar la pistola de la funda del policía y la arrojó al lago de una patada.

El gorila de seguridad estaba a punto de saltar sobre el mayordomo con un grito de guerrero vikingo, pero Agatha se plantó ante él con los brazos en alto.

—Deténgase, señor —pronunció con voz tranquila—. Primero observe qué queremos demostrar.

—¿Qué queremos demostrar? —preguntó un tembloroso Larry.

Agatha le guiñó un ojo:

—¡Dónde están escondidas las joyas, querido primo!

Scarlett no alcanzaba a comprender lo que ocurría, pero confiaba ciegamente en Agatha y cogió las llaves de las esposas para liberar a Ratmusqué.

—Usted será nuestro testigo, señor —dijo Agatha al guardaespaldas—. Disculpe, ¿cómo se llama?

—Smith —refunfuñó el hombre—. Robert Smith.

—¡Observe con atención, mister Smith! —Agatha se acercó al caballo del policía y extrajo de una alforja un paquete postal con el adhesivo de FedEx. Volvió al centro del porche y lo abrió lentamente.

¡Estaba lleno de joyas!

—Miren, nuestros dos cómplices han sido muy astutos —explicó Agatha—. Prepararon el plan durante meses, procurando implicar en él a una persona a la que todo el mundo consideraría culpable, teniendo en cuenta sus robos pasados…

—¿Puedes ser más clara? —intervino en aquel momento Larry, que aún no era capaz de creerse que hubiesen encontrado el botín—. ¿Cómo se las arreglaron con la caja fuerte?

—El director Curtís robó las tarjetas magnéticas del cajón del camerino cuando la señora Hoffman subió al escenario. Después aprovechó que podía moverse libremente por el hotel para apoderarse de las joyas, empaquetarlas y enviarlas a esta dirección por medio de FedEx.

—¿Fue él quien dejó el trozo de piel en la habitación de la señora Hoffman? —preguntó mister Kent.

—Sí —respondió rápidamente Agatha—. Con la excusa de pedir por teléfono algo para comer, lo dejó caer cerca de la caja fuerte, donde jugaba Watson…

—¿Y qué tiene que ver el policía en el asunto? —preguntó Larry rascándose la cabeza.

Su prima esbozó una ligera sonrisa y se dirigió al gorila:

—Mister Smith, ¿recuerda usted si el director Curtis habló por teléfono cuando estábamos a punto de llegar a la casa? —le preguntó.

Él reflexionó un momento:

—Sí, habló por el móvil, pero no tengo ni idea de quién fue su interlocutor.

—Seguro que avisaba al oficial, que, «por pura casualidad», se encontraba a pocos kilómetros de aquí —afirmó la chica—. ¿No piensa que es una coincidencia muy curiosa?

El gorila asintió con la cabeza, impasible.

—El policía estaba conchabado con el director Curtis desde el principio —prosiguió Agatha—. Se dirigía hacia aquí a «retirar» el paquete con las joyas cuando su cómplice le avisó de que veníamos, y salió a nuestro encuentro. Después nos ordenó que lo esperásemos en el área para picnics. Cuando entró en la casa, apuntó con su arma a Ratmusqué, que se vio obligado a huir por la ventana. En su mensaje, el agente RM53 nos había dicho que estaba ocupado en una misión operativa… Seguramente acababa de llegar a casa, había encontrado un misterioso paquete lleno de joyas y pensaba de quién serían y qué debía hacer. ¿No es así, agente RM53?

Ratmusqué, Rick Montpellier en el registro civil, dio un paso adelante y por primera vez pudo hablar sin miedo a comprometerse:

—Señores, yo abandoné el mundo del robo hace muchos años y soy el jefe de sector de la zona -5 de la Eye International —reveló—. Pero estos dos ladronzuelos de poca monta no lo podían saber, por supuesto. ¡Mala suerte para ellos!

Larry tenía la frente empapada en sudor.

—¿Tú… tú eres el agente que nos proporcionó los detalles de la misión? —preguntó pasmado.

—Exactamente, colega —respondió Ratmusqué—. Siento que la línea se encontrase en tan mal estado cuando os facilité el informe, pero ¡investigaba en un poblado inuit, por encima del círculo polar ártico! Cuando aterrizasteis en Nueva York, yo aún estaba viajando de vuelta hacia aquí.

El policía y el director se movieron: ya recuperaban el conocimiento. El vigilante Smith quiso hacer una última pregunta:

—¿Por qué estaba llena de pistas la sala? Las fotos, los planos, el manual de instrucciones…

—También las preparó el oficial —respondió Agatha—. En sus alforjas llevaba todo el material necesario para inculpar a Ratmusqué, y lo puso sobre la mesa en cuanto este huyó. Digamos que llevó a cabo un intercambio razonable: un paquete de pistas falsas por un paquete de joyas —bromeó.

A lo lejos se oyeron las sirenas de la policía.

—¿Está dispuesto a testificar ahora, mister Smith? —preguntó Agatha.

—Admito que estoy confuso —vaciló el hombre—. Pero su brillante reconstrucción me ha convencido, señorita. Y, además, si les soy sincero, el director Curtis nunca me ha caído bien…