—¡Te atraparé, fisgón de tres al cuarto! —gruñó el chico.
Doblaron una esquina uno detrás del otro y siguieron por callejones desiertos. Hasta que mister Martins entró en el King’s Head, uno de los pubs más elegantes del centro de Londres.
Larry se paró a pensar qué debía hacer. ¿Cuál era la tercera regla de la persecución? ¿Debía entrar a escondidas o esperar a que la presa saliese del local?
Tras un momento de duda, decidió acercarse a la ventana del pub para observar los movimientos de mister Martins. El hombre hablaba con una mujer que se ocultaba bajo una peluca muy rubia, vestía una gabardina larga y gris y llevaba gafas de sol. Aunque con aquel disfraz era imposible reconocerla, seguro que ella era también una agente de la Eye International.
—¡Ostras, le está dando la cámara fotográfica! —Larry se estremeció, pensando en su estrepitosa caída—. ¡Me expulsarán de la escuela por chapucero!
De pronto, la mujer volvió sus ojos hacia la ventana, y Larry se pegó inmediatamente a una tubería oxidada para que no lo viese. Y en aquel preciso momento le vino a la mente la tercera regla de la persecución: Procura no caer en ninguna trampa.
—¡Ah, oh, me han tendido una trampa! —murmuró mientras se pasaba una mano por el pelo—. ¡Tengo que esfumarme lo más rápido posible!
Y se disponía a bajar la calle silbando, justo cuando mister Martins y su cómplice salieron del local. Larry se tiró inmediatamente dentro de un contenedor de basura y se acomodó en un rincón resguardado, rodeado de bolsas negras y fétidas. La perspectiva de que lo descubriesen le ponía los pelos de punta.
—¡No, no, no! —imploró en voz baja mientras echaba una ojeada al exterior—. ¡No quiero suspender!
Afortunadamente, los agentes de la Eye International desaparecieron tras la primera esquina. Larry soltó un suspiro de alivio y abrió el contenedor.
—Je, je, me han puesto a prueba —dijo muy contento mientras limpiaba la suciedad de su ropa—, ¡pero yo he reaccionado de forma brillante!
Ni siquiera le había dado tiempo a completar la frase cuando la EyeNet emitió un sonido. Larry pensó que era la felicitación del profesor de Persecución y Distracción, pero cuando leyó el mensaje en la pantalla su cara se puso blanca como el papel.
—¿Una misión urgente en las cataratas del Niágara? —gritó—. ¿Justo ahora que tengo pinta de pordiosero?
Se quitó una piel de plátano que llevaba en una manga y se dirigió inmediatamente al metro. De algo estaba seguro: ¡sin la ayuda de su prodigiosa prima Agatha Mistery tendría un serio problema!