Avanzaron en silencio por el bosque durante cerca de un kilómetro. Las espesas copas de los árboles y los cantos de las aves hacían la noche aún más espectral.

Llegó un momento en el que el terreno se convirtió en un barrizal resbaladizo. Scarlett hizo una señal al grupo para que se detuviese y se arrodilló, iluminando un rastro de pisadas que ascendían hacia las colinas.

—¡Por fin te he encontrado, Ratmusqué! —susurró satisfecha.

—¿Está segura de que este rastro pertenece a nuestro hombre? —le preguntó Curtis.

—Es reciente.

—¿Cómo de reciente, exactamente?

—Como mucho, de hace una hora.

Larry se arrebujó en su abrigo.

—Ah, oh, ¿cómo nos las arreglaremos en la zona rocosa que hay más adelante? —Le dio un repeluzno—. ¡Allí no encontraremos huellas!

—Ya se nos ocurrirá algo —respondió Agatha.

Enfilaron la fatigosa pendiente; los árboles se iban aclarando poco a poco y dejaban sitio a los arbustos bajos espinosos y a rocas cortantes. Luego, de repente, el camino desapareció en una superficie de piedras y la comitiva tuvo que detenerse.

—Ahora viene lo bueno —murmuró Scarlett.

—Pues yo no veo nada bueno —replicó Larry.

—Primero apagad las linternas un momento, ¡ya veréis qué espectáculo!

Todos la obedecieron y levantaron instintivamente la cabeza hacia el cielo, donde resplandecían las galaxias y miles de estrellas. Incluso el huraño vigilante del Overlook se quedó boquiabierto.

—Señores, no quisiera aguarles la fiesta —dijo con gracia mister Kent—, pero ¡me ha parecido ver una luz!

Apuntó con el dedo índice hacia una roca imponente, en la cumbre de una escarpada colina a un kilómetro de distancia, más o menos.

Tenía razón, ¡era la luz de una linterna! Se movía en todas las direcciones, como si la persona que la empuñaba hubiese perdido el camino.

—¡No encendáis las linternas! —ordenó Scarlett—. ¡Si nos ve, volverá a escapar!

—¿Cuál es el plan? —dijo Curtis, agachándose.

—Propongo una maniobra de rodeo —susurró el policía—: formemos dos grupos, uno para el asalto frontal y otro para cortarle una eventual huida.

Todos estuvieron de acuerdo.

La tenue claridad del cielo estrellado no les permitía avanzar muy deprisa, pero el grupo formado por el policía, el director y el gorila saltó entre las rocas con mucha habilidad.

Mientras, Scarlett, guió a sus compañeros hasta la otra cara de la colina. Larry tropezó varias veces con la maleza del camino y se pinchó por todo el cuerpo, pero al cabo de diez minutos consiguieron situarse entre un grupo de grandes rocas y se quedaron quietos, esperando.

De pronto se oyó un disparo, seguido por ininteligibles chillidos de Curtis.

Abriéndose paso con la ayuda de la luz de la linterna, Ratmusqué bajó del risco, pasó velozmente al lado del grupo de Larry y Agatha y desapareció de su vista en un visto y no visto.

—¡Ostras, lo hemos perdido! —se lamentó Larry.

—¡Sigámoslo! —dijo Agatha, muy decidida.

Scarlett y mister Kent iban más deprisa y pronto dejaron atrás a los dos chicos.

Agatha y Larry caminaron con prudencia sobre la grava resbaladiza y se metieron en una estrecha garganta que tenía un palmo de agua en el fondo. Estaba tan oscuro que patinaban constantemente.

—¿Y ahora qué hacemos? —preguntó Larry.

—¿Qué te parece si intentamos seguir el rastro de Ratmusqué con la EyeNet?

Su primo se sentó sobre una gran piedra y activó la búsqueda de fuentes de calor. En el monitor apareció un pequeño círculo luminoso.

—¡Lo he encontrado! —exclamó, pero un momento después se desdijo—. No, ha desaparecido de la pantalla, a lo mejor era un simple mochuelo…

—Larry, en este parque hay muchísimos animales salvajes. Creo que deberíamos recurrir a otra función —dijo Agatha.

—¿A cuál?

En la mirada de la chica brilló una chispa de astucia.

—Si la memoria no me engaña, me has hablado de la posibilidad de alinear los satélites como desees —dijo—. Si puedes colocarlos sobre nuestras coordenadas, es probable que solo veamos una fuente luminosa…

—¡Su linterna!

—Exactamente, primo —sonrió Agatha.