13
FE CIEGA

La llamada a la oración se superpone a los sonidos de la primera hora de la mañana en la ciudad de Tánger: al tráfico, a la música, la radio y la televisión, y a las miles de conversaciones matutinas de sus habitantes. De entre esos miles, hay un joven atractivo, alegre e inteligente, al que sus amigos conocen por su generosidad y su bondad, por su amplia sonrisa, sonora carcajada y muy especialmente, por sus profundos ojos verdes, tan característicos de su familia. Sentado en la cama, lee en voz alta y clara, en árabe, una sura del Corán:

—Y la otra vida será mejor para ti que esta. Y ciertamente tu Señor te agraciará y te complacerá... ¿Acaso no te encontró huérfano y te amparó, y te encontró sin tener conocimiento y te guio...?

No lejos de él, en la misma habitación, otro hombre al que llaman Didi, mayor y con barba, le escucha con placidez mientras hace el equipaje de su pupilo. En una maleta, dispone un móvil y algunos cables, un plano de Ceuta y una carpeta con información sobre los horarios del ferry a la Península.

—Es la hora.

El joven de la cama asiente y deja de leer. Didi se sienta a su lado y le pone la mano en el hombro. Por un momento ambos comparten una mirada cómplice, la del que siente, y deja ver que felizmente siente, una viva envidia sana, y la del que le gustaría compartir con su maestro el gayo destino que le colmará de la más pura alegría, satisfacción y plenitud.

—Por fin ha llegado el día —prosigue Didi—. Dime, ¿tienes miedo de entrar en el paraíso?

—No, señor —responde el joven con una sonrisa—. ¿Por qué iba a tener miedo? Es lo más grande que puede desear un buen musulmán.

Didi sonríe, reconfortado, y le pone un viejo móvil en la mano.

—Bien. Pues todo está dispuesto. Este móvil solo tiene un número en la agenda. Con él se te abrirán las puertas del paraíso. Ahora, vas a tomar un autobús turístico. En un par de horas llegaréis a Ceuta y el autobús entrará en el aparcamiento del ferry. Mézclate con los pasajeros y compórtate en todo momento como si fueses uno más. Cuando llevéis media hora de navegación, en medio del Estrecho, llama a este número. Cientos de infieles caerán en el infierno y tú, mi bello pupilo, entrarás por fin en el paraíso.

El joven toma el móvil y con él en la mano, mira a la maleta que ha de portar.

—¿Adelante? —pregunta Didi.

—Adelante, hermano —responde Abdú.

* * *

Kamal es una persona feliz, porque hace lo que le gusta. A sus veintitantos años ya siente que ha elegido la profesión ideal: guía turístico. Mientras otros se aburrían de lidiar con turistas rebeldes, repetir una y otra vez las mismas descripciones y ocuparse de mucho más papeleo del que la gente cree, Kamal disfruta conociendo cada día a gente nueva e ilusionada por viajar.

Precisamente una de las personas con las que más congenió ayer en la recepción a los viajeros acaba de salir por la puerta del hotel, arrastrando su maleta, un chico avispado llamado Abdú.

—Salamo Aleikum, Abdú... —exclama Kamal— ya no sabía si vendrías o no! No te he visto esta mañana en el desayuno.

—Aleikum Salam... Sí, se me han pegado un poco las sábanas.

—Pues no soy el único que se ha percatado de tu ausencia — Kamal le guiña un ojo—, la chica de la cena te andaba buscando...

Abdú observa a Silvia, una guapa adolescente de diecisiete años, que esta mañana se ha maquillado con un poco más de atención que de costumbre, y que ahora trata de ayudar a subir su pesada maleta a Matías, su abuelo, profesor de Historia jubilado.

—Por favor, déjeme ayudarle.

Con una sonrisa, Abdú levanta la maleta de Matías, y logra colocarla en el maletero. Al lado, pone la suya propia, sin fijarse demasiado en que ambas tienen un color marrón café y un tamaño muy similar.

—Muchas gracias, muchacho. —Matías le da la mano—. Ayer te vi en la cena, creo que viajas solo. ¿Es así? Pues en ese caso, ¿quieres acompañarnos en el autobús a mi nieta y a mí? Yo siempre me duermo, y me parece que la pobre se va a aburrir sin remedio. Así os dais conversación, ¿te parece bien, Silvia?

Matías se gira de forma que Abdú no pueda ver el evidente guiño de complicidad que el bueno del abuelo le dedica a su nieta. Ella se sonroja, en parte avergonzada y en parte agradecida.

—Claro. Lo que tú quieras, abuelo. ¿Eras Abdú, no? Yo soy Silvia, ¿te acuerdas?

—Claro, ¿cómo no me voy a acordar?

Kamal da unas palmas y el resto de viajeros se reúnen a su alrededor, charlando.

—Bien, como saben, hoy entramos en territorio de España, así que tengan a mano los pasaportes. Les recuerdo que esta ruta Al-Ándalus nos llevará a ciudades que conservan gran parte del esplendor islámico: Granada, Córdoba, Sevilla, Ronda y Cádiz... ¡Les prometemos que va a ser un viaje inolvidable!

Los viajeros suben, mientras las puertas de los maleteros se cierran automáticamente. El autobús se pone en marcha.

* * *

Es una tradición que la novia llore mientras recibe el tatuaje de henna que lucirá en su boda. Esto se considera auspicioso y favorable, algo que traerá felicidad y años de alegría al matrimonio que está a punto de tener lugar. Pero Fátima no está llorando. La neggafa, esa mujer que tradicionalmente ayuda, viste, peina y cambia de ropa a la novia antes, durante y después de la ceremonia, está terminando el tatuaje temporal que Fátima llevará en las manos, mientras a su alrededor las mujeres de la familia Ben Barek recogen, limpian y preparan el salón para los invitados.

—¿Qué tal anda Hassan? —inquiere, curiosa, la neggafa.

—Está mejor, al-Hamdouli-lah. Le tendremos aquí dentro de un rato. — Aisha responde y se acerca para examinar el tatuaje, poniendo mala cara. La neggafa se da cuenta.

—Aisha, no me mires así, que ya te avisé esta mañana de que no daba tiempo a hacer el que habíais pedido.

—No te preocupes, madre —aclara Fátima—, de todas maneras, el otro era muy cargado. A mí me gusta más este.

Aisha esconde un gesto de desagrado y sigue limpiando.

—Sí que han cambiado los tiempos. Antes nos preparábamos toda la vida, desde niñas, para este momento. Y ahora todo son prisas...

* * *

En el apartamento del CNI, tras recoger su exiguo equipaje, Morey se ocupa de desmontar el panel de sospechosos. Fran le observa indolente, entre cansado y todavía afectado por los hechos del día anterior.

—O sea, que ahora os vais y nos dejáis el marrón a la policía. Así da gusto trabajar en el CNI, Morey...

—No crea que no me gustaría continuar en este caso. Pero los de arriba lo consideran cerrado, al menos la parte de la que yo me ocupo. Mi trabajo como infiltrado en la comisaría ha terminado: encontramos al topo y la célula de Akrab en Ceuta está desactivada.

Fran toma su propia foto del tablero y la observa, curioso.

—Me quedaría —continúa Morey — pero tampoco le envidio, Fran. Akrab ni mucho menos ha sido derrotado. Es muy posible que pronto haya represalias. Esto no acaba nunca.

Fran observa el panel casi vacío, en el que quedan solo dos elementos marcados con interrogantes. Uno es una nota con la palabra «¿Financiación?». La otra es una foto de...

—Dice usted que su misión ha terminado, pero falta por aparecer el hermano de Fátima... Y le recuerdo que todo esto empezó por ese muchacho.

—Faltarían él y saber quién les ha financiado desde el principio. Si hubiésemos encontrado la tarjeta que robó Hakim, sabríamos quién es, pero...

Morey guarda la caja con todos los papeles que había en el panel. Parece ausente.

—Queda un tema pendiente más, ¿verdad Morey? Está pensando en ella y en la boda con el francés.

—Eso también es agua pasada. O, como me dijo usted... agua salada. Al final, tenía razón. O mejor dicho —él le hace un guiño y vuelve al tuteo—, tenías razón.

Fran esboza una sonrisa sincera.

—Supongo que a ninguno de los dos se nos dan bien estas cosas, pero tengo que decirlo. Has sido un gran policía, Javier. Te echaré de menos.

Morey asiente y da su paso: abraza a Fran, que le corresponde.

—Y tú has sido un gran espía, Fran. Yo también te echaré de menos. Gracias por todo.

Unas palmadas en la espalda, y ambos se separan, sin decir más, sin mirar atrás.

* * *

Por un día Faruq está realmente contento, y por eso aguanta de buena gana, y con esa sonrisa que es tan difícil de ver en él, las bromas de los muchachos de la plaza cuando sale de casa vestido como un pincel. Lugartenientes, camellos y rateros le abrazan y se alegran con sinceridad. Todos ellos saben que en su mundo, en su profesión, cuando se puede reír, hay que hacerlo hasta que las lágrimas lleguen.

Ellos y los músicos, camareros, invitados y curiosos están logrando que la engalanada plaza se revista de ese ambiente mágico que solo las uniones por amor parecen ser capaces de convocar. Sin embargo, puede que ni siquiera hoy vaya a ser el día en que Faruq pueda dejar de sentir rabia e ira. Porque en un extremo de la plaza hay dos hombres apoyados en un coche y con gafas de sol, cuyo aspecto anodino resulta imposible de obviar para quien tiene suficientes horas de calle. Son policías de paisano.

—Vosotros. Fuera. Esto es la boda de mi hermana. Hoy no os quiero ver aquí.

Faruq empuja a uno de ellos, que se envalentona y va a contraatacar, cuando la voz de Morey (aún «inspector» Morey para los policías del Príncipe) les aplaca.

—No tienen nada que hacer aquí. Patrullen fuera de la plaza. Dejen a esta gente tranquila.

Los policías, fastidiados, entran en el K y se alejan. Y como de costumbre, Faruq no tiene nada que agradecer y camina de vuelta a casa. Pero vuelve la cabeza al oírle revelar algo importante.

—Faruq, déjales al menos que guarden la plaza. Es por vuestra seguridad. Nos han informado de que Aníbal piensa que alguno de tus invitados estuvo implicado en el asesinato de su padre. Yo de eso no quiero saber nada, pero prefiero decírtelo para que no haya ningún problema en la boda.

—Eso espero, por el bien de Aníbal. Pero supongo que usted no ha venido aquí solo a contarme todo esto.

—Te acabo de hacer un favor —sonríe Morey — y quiero cobrármelo. He venido a despedirme de ella.

El príncipe de la plaza mira a los ojos a Morey, considerando su insolencia. Y termina asintiendo, no del todo de mala gana.

—En fin, de todas maneras, está casi casada. No puedo asegurar que ella quiera verle. Pero puede pasar. ¡Nayat! —La niña se acerca correteando—. Acompáñale dentro. Dile a madre que le mando yo. Va a despedirse de Fátima.

—Gracias, Faruq.

—No hace falta que las dé. Y no tarde.

Nayat trota hacia la casa, alegre e ilusionada, con Morey detrás.

—¡Fátima, Fátima! El inspector ha venido a verte.

Al entrar en la casa detrás de la niña, Morey nota cómo las risas y alboroto se cortan en seco. Morey se queda en el recibidor, mientras oye hablar a la pequeña:

—Faruq le ha dejado pasar.

—No quiero molestar —Morey se asoma por la esquina, saludando con cara de circunstancias—. Me voy de Ceuta. Solo quería despedirme y desearles mucha felicidad.

Todas las mujeres tienen la mirada clavada en Fátima, y ella solo tiene ojos para él. Ya no esperaba verle. ¿Cómo se atreve a venir a su casa, a plena luz del día, delante de su familia? ¿Qué viene a decirle? ¿A pedirle? Debería echarle de allí ahora mismo...

—Madre, ¿puedo?

—Solo un momento. En el pasillo. Nayat, quédate con ellos.

Fátima guía a Morey y a Nayat al pasillo entre la cocina y el salón y como gesto de rebeldía ante su madre, cierra las puertas de ambas habitaciones. Es una intimidad precaria, pero es todo lo que tienen.

—Nayat, ¿puedes entrar al baño? Yo te aviso de cuándo salir.

Con un guiño de complicidad, la niña obedece, y la pareja por fin se queda a solas. La mirada de Morey no se cansa de observar cada uno de los detalles de su tocado, su maquillaje y esa piel que conoce tan bien.

—Estás tan hermosa.

—¿A qué has venido? —Fátima tose, trata de mantener la postura, la compostura y la impostura.

—Me voy de Ceuta. Ayer no me respondiste, y no sabía si me volverías a coger el teléfono. Así que he venido a verte para despedirme. —Morey hace una pausa—. Y para que me digas a los ojos que ya no me quieres.

Fátima aprieta los labios. ¿Hasta cuándo va a durar su insistencia? ¿Hasta cuándo tiene que recordarle que nunca podrán estar juntos? ¿Por qué se lo sigue poniendo tan difícil?

—Javier, sabes bien que te quiero.

—Pero te vas a casar con otro.

—Tanto tiempo, y sigues sin entenderlo. —Fátima suspira—. Mi padre está enfermo. Esta boda es una esperanza para mi familia, y me va a dar la seguridad que necesito. Khaled es un buen hombre. No puedo hacer otra cosa.

Morey le coge una mano. Fátima mira a ambos lados, rezando porque nadie abra la puerta.

—Fátima, yo voy a dejar atrás en mi vida todo eso que a ti te ata a la tuya. Voy a dejar el CNI. Ni siquiera voy a volver a Madrid. Y si tú quieres venir conmigo —Fátima levanta la vista hacia él, mitad horrorizada y mitad esperanzada—, tengo sitio para ti en esa nueva vida que te ofrezco.

Morey se inclina para besarla, pero ella se suelta y le empuja.

—Javier, creo que deberías irte.

—No lo entiendo. Hace dos días me dijiste...

—Por favor, se lo he prometido a mi padre.

—Y antes me lo prometiste a mí.

Aisha toca con los nudillos en la puerta.

—Fátima, vamos. Se hace tarde.

Fátima da dos pasos hacia la puerta, pero Morey la retiene tomándola del brazo. Otra vez, esa fuerza, esa decisión, ese poder que tiene su tacto sobre su piel...

—Fátima. Es tu última oportunidad. Me voy al paso de la frontera. Te esperaré allí hasta las once y media. Tienes dos horas. Si no apareces, no nos volveremos a ver.

Fátima se vuelve hacia él, desesperada... Y Aisha abre la puerta por sorpresa.

—Agente, le agradecemos mucho la visita. Pero como comprenderá, tenemos mucho que hacer. Así que, si no le importa...

Morey avanza por el pasillo, y al llegar junto a Aisha, se detiene.

—También quería decirle algo a usted, señora Ben Barek. Quiero disculparme por no haberle traído a su hijo. Créame que lo siento.

Aisha asiente, afectada por el recuerdo de Abdú. «Es un hombre decente hasta el final», piensa ella. Morey desaparece por el salón hacia la salida. Fátima no ha podido dejar de mirar cómo se va. Las palabras de su madre parecen leerle la mente.

—Te arrepentirías el resto de tu vida. Y no tendrías a nadie a tu alrededor que te consolara. Estarías completamente sola.

Fátima asiente, dócil y sumisa. Aisha desaparece igualmente por el pasillo. La puerta del baño se abre, y Nayat se abraza a su hermana.

* * *

Fede pulsa el botón que da paso a la comisaría de bastante mala gana. Por la puerta, uno a uno, entran Fran, Quílez con el brazo aún con cabestrillo y Mati, todos vestidos de un uniforme muy distinto al que llevan diariamente. Van de luto.

—Hombre, por fin llegan los boy scouts... ¿Qué? Hoy no se trabajaba, ¿o qué?

—Nosotros también te hemos echado en falta, Fede —contraataca Fran—. ¿Te pesaban tanto los huevos que no has podido venir al entierro de Hakim, o qué?

—Anda, coño. No jodas que habéis ido.

—Era un compañero —repone Quílez.

—Bueno, aquí el amigo no se había enterado todavía... — contesta Fede—. Que no era un compañero, que era un jodido terrorista...

Mati se emociona al oírle hablar así y echa a correr hacia los vestuarios.

—De verdad, Fede, ni por un muerto eres capaz de mostrar un poco de respeto, joder... —Fran sale detrás de Mati.

—¿Respeto a qué? ¿Qué he dicho? ¿Qué ha pasado?

—Si hubieses venido al entierro, a lo mejor sabrías cómo hemos decidido recordarle —concluye Quílez—. Pero tú vas a tu puta bola.

Dentro del vestuario Fran halla a Mati sacando de su taquilla los objetos personales de Hakim.

—Venga, Mati, deja eso. No te castigues, mujer, ya la vacío yo.

—Fran... Si es que aún no me lo puedo creer. —Mati apenas puede hablar porque solloza. Pero como en otros aspectos de su vida, como desde que tomó la decisión de ser policía, se obliga a seguir adelante pese al esfuerzo, la rabia, el dolor—. Era un tipo alegre, tan divertido, tan... tan capullo... ¿Cómo podía ser todo eso una mentira? Yo nunca, nunca la vi en él. No puede ser verdad.

—Mati, ninguno fuimos capaces de verla. Nos engañó a todos. No lo pienses más.

Mati pierde los nervios y cierra la taquilla de un golpe.

—¡No lo entiendes, Fran! ¡Yo me acostaba con él! Quién era cuando me acariciaba, y me besaba, ¿eh? ¿También se puede mentir en eso? — Y esta vez sí, por primera vez desde que todo comenzó, Mati se derrumba y llora, dejando salir las lágrimas, la frustración y la tristeza que siente desde ayer, desde que le vio apuntarla con un arma en el embarcadero, desde que le oyó amenazarla con dispararla, desde que le vio matarse de un tiro... Fran abraza a Mati. Un abrazo profesional, reconfortante, firme, como le daría a cualquier hombre a su mando.

—Vale, ya está. Venga.

—Fran, joder... —Mati habla cada vez más despacio, sorbiéndose la nariz, sollozando y casi ahogándose de lágrimas y de pena—. Que yo le quería... Que le sigo queriendo, y que ese no podía ser él... Que os oigo a todos hablar y es como si no hablarais de él en realidad... ¿Qué pasó, Fran? ¿Quién era? ¿Quién era?

—Mati, nunca lo sabremos. A todos nos engañan alguna vez. Todos sufrimos que gente de nuestra confianza nos traicione. Lo raro es ser como tú, que tratas de seguir confiando en quién era él en realidad. ¿Sabes? Creo que eso es una lección para todos nosotros. Creo que ahora que ha muerto, podemos recordarle como queramos. Creo, Mati, que gracias a ti, Hakim seguirá siendo nuestro compañero para siempre.

Fran levanta la vista, por encima del hombro de ella. Es Quílez, que entra igualmente llorando. Todo lo que ha dicho Fran es también para él.

* * *

En el autobús, los pasajeros comienzan a conocerse entre ellos. Miradas, saludos, presentaciones, guiños de complicidad que levantan barreras entre los extraños, que los convierten ahora en compañeros de viaje: mañana, en conocidos; en unos días, en amigos, y en algunos casos, en algo que durará el resto de la vida. Abdú consulta su reloj y no puede evitar sonreír cuando pilla a Silvia mirándole. Ella retira la mirada y sonríe también.

—En unos minutos llegaremos a Ceuta —anuncia Kamal—. Pararemos en las murallas de la ciudad para que aprovechen a comprar postales que seguramente nadie enviará y que luego solo servirán de marcapáginas. —Kamal aguarda a que las risas se extingan, como un experto showman —. Luego embarcaremos en el ferry que cruza el estrecho de Gibraltar: esa porción de agua que separa ambos continentes y cuya situación estratégica para el control del tráfico marítimo ha supuesto tantos enfrentamientos a lo largo de la historia.

Matías se deja poseer por el profesor de historia que no hace mucho dejó de ser, y trata de introducir a Silvia y a Abdú en su explicación:

—¡La de barcos que se han hundido en sus aguas! Toda la historia de la humanidad se explica a través de los conflictos por la situación geográfica o el control de los recursos de las tierras más deseadas. Eso es suficiente para explicarlo todo...

Abdú asiente y trata de mirar para otro lado, mientras, compulsivamente, pasa las cuentas de su rosario musulmán, o másbaha. Entre dientes, musita oraciones.

* * *

Pilar y Asun toman aire antes de llamar a la puerta de los Ben Barek. Recuerdan lo que les dijo Fátima el día anterior en el hospital: que no habrá boda entre Khaled y ella. Que piensa huir con Morey y desaparecer del mapa. Que van a dejar de verla para siempre... Por fin, Pilar llama, y el nerviosismo vuelve a atenazarla: ¿y si se ha ido ya? Pero cuando la puerta se abre, y Aisha las recibe con una sonrisa, saben que algo no va bien. ¿O es al contrario?

En el centro de la sala encuentran a Fátima sentada en una lujosa silla, sonriendo y vestida para la boda. El rostro de Fátima se ilumina de alegría al verlas llegar.

—Madre, me voy a la terraza un momento con ellas. Por los viejos tiempos. Ya no sé si podremos celebrar más nuestras fiestas...

—Señora Ben Barek —confirma Pilar—, le prometo que hoy no vamos a armar escándalo, ni traemos cerveza escondida en el bolso. ¡Huy, se me ha escapado!

Aisha tiñe su sonrisa con un dedo levantado como advertencia para que guarden la compostura.

—Podéis subir, pero no me la entretengáis demasiado. Las tres amigas suben a la terraza, y cuando Fátima cierra la puerta tras de sí, Pilar y Asun no tardan en pedir explicaciones en voz baja.

—Pero ¿a ti qué te pasa? —empieza la primera—. O no te vas, o cuando te vayas, busca trabajo de actriz, porque, guapa, el papel de la novia feliz me lo estoy creyendo hasta yo.

—Fátima, ¿te lo has pensado mejor? —insiste Asun—. ¿Ya no te vas?

Fátima niega con la cabeza y busca aire en el borde de la terraza.

—No. No me voy a ningún sitio. Me caso. —Sus dos amigas aguardan una explicación—. Ayer mi padre se puso muy malo. Creíamos que se moría. Pero me dijo que se iba a poner bien para venir a la boda. Así que le prometí que me casaría con Khaled.

—Ya está, ¿no? Como siempre —prosigue Pilar, indignada—. Tu familia en la Edad Media, hablándote de lo que les interesa a ellos, pero nunca, nunca te han preguntado qué quieres para tu futuro o a quién amas realmente...

—Pilar, lo sé. No me presiones más —Fátima se molesta—. Es muy fácil hablar desde tu vida y tu posición. Ponte en mi lugar, a ver si es tan fácil...

—Bueno, niñas, tranquilas —media Asun.

—No, no me voy a callar, porque si me callo ya nunca te podré decir esto. Te conozco desde hace años, sé lo que quieres y no es esto —prosigue Pilar—. Ya no es solo que no ames a Khaled, o que estés loca por Morey. Es por el tipo de vida que te espera, una vida como la de tu cuñada Leila: en casa, sometida, sin trabajar... Con lo que eres tú, que te comes el mundo. ¿Es eso lo que quieres para ti? No para ellos, no para Khaled, ni para Morey. ¿Es lo que quieres para ti?

Fátima trata de sostenerle la mirada, pero no puede. Se lleva una mano a la frente, tratando de ordenar sus pensamientos. Cada vez que ha tomado una decisión, viene alguien y la echa por tierra. Si no tuviesen tanta razón...

—Fátima, somos tus amigas. —Es ahora Asun quien insiste—. No tu familia, ni marido, ni tu amante. Claro que ellos importan más. Pero ninguno de ellos te ha preguntado qué es lo que tú quieres en realidad. Y nosotras sí. Y no queremos que te arrepientas el resto de tu vida de perderla por los demás.

Fátima niega con la cabeza, pero cuando va a contestar, la puerta de la terraza se abre. Es Nayat que trae algo en las manos:

—Mira, Fátima, Khaled ha mandado esto. Son las alianzas.

Fátima toma el estuche y da unos pasos adelante, hasta que se siente a suficiente distancia como para creerse sola, pensar sola, sentir sola: algo que nunca se permite hacer. Pues se ha dado cuenta de que lleva años haciendo lo que los demás mandan, quieren, esperan de ella. Y por una vez, quizá por primera vez, Fátima quiere dejar a un lado sus responsabilidades y pensar en sí misma. Ansia dejar de complacer a su familia, de obedecer a su hermano, de seguirle el juego a Khaled, de dejarse arrastrar por Morey. Dejar de querer la vida que ellos le exigen que viva, y pensar en qué quiere para ella. ¿Es eso egoísta? No, piensa. Todo lo contrario. Egoístas son los demás por querer disponer de sus sentimientos, de su tiempo, de su buena voluntad y del resto de su vida. Un tiempo, un «para siempre» que ahora está en sus manos. Pero debe decidir ya.

Fátima abre el estuche y se pone una de las alianzas. Eleva la mano hacia el sol, y trata de verse con ella, de sentir su peso, de imaginarse cómo será llevarla puesta el resto de su vida. Y solo entonces, lo sabe con certeza. Ese anillo le aprieta. No por el tamaño de su dedo, no por su circunferencia, sino porque su vida entera, la vida que quiere vivir, no cabe por ese anillo. Ha tomado una decisión. Fátima se lo quita y detrás de ella, sus amigas no pueden esconder un grito de júbilo. Fátima sonríe, no puede hacer otra cosa. No sería ella misma, la que es y la que quiere ser. Se acerca a su hermanita y se lo pone en las manos.

—Nayat. Te regalo este anillo. Yo no lo voy a llevar.

La pequeña, consciente de todo por lo que está pasando su hermana, y quizá por vivir en un mundo más pequeño, más simple y donde los deseos son impulsos lógicos y naturales, la entiende perfectamente.

—Te voy a echar de menos. Pero está bien.

Minutos después, Pilar y Asun bajan las escaleras tirando de Fátima, que se resiste entre risas y gritos. Aisha ríe con ellas, atraída por el alegre jolgorio.

—¡Niñas! ¡No me la tiréis por las escaleras justo hoy! —Señora Ben Barek, le vamos a robar a Fátima. Nos la llevamos a la peluquería de mi madre.

—Pilar, te lo agradezco —responde Aisha, que no quiere líos a estas alturas— pero no es necesario molestar a tu madre para algo que podemos hacer en casa. — Aisha señala a la neggafa, que está peinando a Leila—. ¿Por qué no os quedáis todas aquí? Así os peinan a vosotras también y aprendéis algo de unas casadas, que falta os hace...

—Señora Ben Barek —Pilar tira de nuevo de Fátima—, le agradezco que no nos dé por perdidas... Pero nos la llevamos sí o sí.

Asun interviene, lo que tiene no poco peso en Aisha, que conoce su prudencia.

—Piense que ayer al final no tuvimos despedida de las chicas... Que nos conocemos desde pequeñas...

—Es nuestro regalo. Queremos regalarle el peinado de su boda. No es mucho pedir, ¿no?

Aisha considera la situación... Y al final cede. —Asun, tú que eres la más formal, te hago responsable. Traédmela a la hora de comer. No más tarde.

* * *

Abdú mira el reloj de nuevo. El autobús está ya cerca de la frontera con España. En los asientos contiguos, al otro lado del pasillo, escucha hablar a Matías.

—Ay, Silvia, que me he dejado la insulina en la maleta...

—Bueno, abuelo. Pero ¿la necesitas ahora? Hasta la hora de comer no te toca. Cuando lleguemos al ferry, podrás cogerla.

Abdú observa a Matías: no está contento con la respuesta.

—Pero... ¿Y si me pongo nervioso? Me puede dar una subida de azúcar.

—Pues con más razón, abuelo. Siéntate, que ya queda poco para llegar y lo podrás coger.

Matías obedece, pero tras unos segundos, se levanta de nuevo.

—Mira, no... Voy a decirle al guía que si pueden parar un momentín. Así la cojo y estamos todos tranquilos.

Matías se levanta y empieza a avanzar con cuidado por el pasillo, agarrándose a los reposacabezas. Pero por el camino, le suena el móvil y empieza a buscarlo. Silvia resopla. Adora a su abuelo, pero siempre ha sido un poco hipocondriaco. Nota la mirada de Abdú y se encoge de hombros con una sonrisa forzada. Él se la devuelve, pero la pierde también al poco. Matías vuelve, con el móvil en la mano:

—Sí... Todo muy bien, un tiempo estupendo. Yo creo que sí, anda, te la paso y ya te cuenta ella. —Matías tapa el micrófono y se lo da a Silvia—. Tu madre.

Matías vuelve a caminar pasillo abajo, paciente pero decidido, tratando de no desequilibrarse en las curvas, hasta que llega junto a Kamal.

—Perdone... Siento incordiar, pero... Me he dejado las medicinas en la maleta, abajo... ¿Podría cogerla? Sería solo un momento, se lo prometo.

—Señor, le dije que lo cogieran todo, pero... Bueno, trataré de que paremos un momento al cruzar la frontera. ¿Puede esperar hasta entonces, verdad?

—Por supuesto que sí. Muchas gracias.

* * *

Fátima, Pilar y Asun salen de casa y cruzan la plaza con la sensación de haber robado un banco y tener que huir lo más lejos posible antes de que suene la alarma. Las tres caminan en silencio, tomando conciencia poco a poco de lo que van a hacer, y de que no hay vuelta atrás. Pero Fátima no puede dejar de pensar que le hubiera gustado despedirse de su madre. Al menos, como mínimo, darle un beso.

—Vamos... — Asun trata de darse y darles ánimos—. Que cuanto antes nos vayamos, antes está hecho.

—¿Adónde vais? —Pero para el terror de las tres, Faruq se pone en su camino. A unos metros, su padre, Hassan—. ¿No tenéis que preparar la boda?

Pilar y Asun se quedan paralizadas de terror; no esperaban encontrarse con él. Pero Fátima nunca ha tenido problema en enfrentarse a su severo hermano, aunque esta vez, decide jugar una carta simpática:

—A la pelu, Faruq. Allí los chicos tampoco pueden entrar.

—¿Cómo que a la peluquería? ¿No está dentro la negaffa?

—Sí, tonto —interviene por fin Pilar, guiñándole un ojo—. Es nuestro regalo de despedida. De soltera.

—Pues hija —Hassan se lo toma con humor y le quita importancia—, yo siempre te he visto tan guapa..., te podrías casar en bata y zapatillas.

—Hassan, usted la veía guapa hasta cuando tuvo paperas —repone Pilar, causando la hilaridad de todos y suavizando el ambiente.

Las amigas aprovechan el momento para empujar adelante a Fátima y seguir su camino. Y de nuevo ella pasa de largo de su padre y piensa que le hubiese gustado tanto darle un último beso... Faruq las ve alejarse juntas. Y por un momento piensa si no debería mandar a uno de sus hombres para que las siga. Pero esta vez, por ser el día que es, no lo hace.

* * *

Un coche se detiene cerca de la frontera del Tarajal, del que se baja un hombre nervioso que consulta su reloj. Son las once y veinticinco y Morey no ve a Fátima en el sitio convenido. Sabe que aún queda un rato, que incluso alguien como ella puede retrasarse, pero no puede evitar sentir una impaciencia desconocida en él. Morey abre una bolsa de viaje. En ella hay preparados dos pasaportes falsos, con sus nombres cambiados. «Una nueva vida necesita nuevos nombres», se dice.

Entonces su móvil suena, y aunque por deformación profesional va a cogerlo al primer timbre, se detiene al ver el nombre del llamador. Morey lo deja sonar, sin poder decidir si debe cogerlo o no. Pero finalmente, lo hace.

—Dime, Serra. Estaba cogiendo la maleta. ¿Qué pasa?

—Estás ya en Madrid, supongo.

Morey se apoya en el coche. Mientras habla, observa a todas las jóvenes con velo que pasan a su alrededor. Todas le parecen Fátima.

—Claro.

—Bien, pues mañana te veo en la Casa. Resulta que ha llegado una cajita con cierta medallita que los jefazos te quieren plantar en el pecho, así que ven duchado y perfumado. Ah, y para que te olvides de tu mal de amores, te diré que la asistente de la ministra está buenísima, así que dale un poco de palique y mojas el churro seguro.

Morey no contesta. No le está escuchando realmente. Pero le está oyendo. Y en ello, le viene a la cabeza lo que ha pensado tantas y tantas veces: que no le soporta.

—Bueno, ya que hablamos... Tú te vas a ir de vacaciones, pero que sepas que nosotros nos quedamos en alerta roja. Estamos esperando un movimiento por parte de Akrab, quizá algo dramático. Pero por lo que respecta a tu operación, podemos ir relajando los glúteos.

—Qué bien.

—Y con las mismas, te digo en «petit comité» que casi me han garantizado el ascenso, así que cuando vuelvas de vacaciones, estoy pensando en mandarte a...

En un arranque, Morey cuelga el teléfono, saca la tarjeta SIM y la tira sobre el asiento. Su reloj digital marca ahora las 11:35 y Morey sabe que por mucho más que quiera esperar, ya no hay esperanza. Ella ha elegido quedarse. No se puede hacer nada. Así que Morey entra en el coche y lo arranca. Y justo cuando va a soltar el embrague, un coche se detiene a su lado con un frenazo. Por un momento Morey está seguro: Akrab le ha encontrado y van a matarle allí mismo. Pero cuando se vuelve... ve su sonrisa. Fátima. Sin mediar palabra, ambos se bajan de los coches y se funden en un profundo abrazo hecho de toda la tensión acumulada, una tensión de días, semanas, meses, que acaba de saltar por los aires...

—Creí que no vendrías...

—Ni yo... Esto es una locura...

Ambos se separan, y Morey mira a Asun y Pilar, a las que se les cae la baba y algunos lagrimones. Morey se muestra algo contrariado:

—Te dije que no hablaras con nadie.

—Necesitaba su ayuda para irme de casa. Se supone que estoy con ellas en la peluquería, así que no tengo mucho tiempo. Pronto empezarán a buscarme.

—Vale. Dame tu móvil. —Ella se lo alarga, y como hizo con el suyo, lo desmonta y le saca la tarjeta—. Es para que no te localicen al usarlo. Toma esta tarjeta nueva. Este es el número.

Fátima coge la nueva tarjeta y se vuelve a abrazar a sus amigas, que están emocionadas.

—Tapadme en casa, ¿vale? Les decís que me dejasteis en la peluquería y que no sabéis nada más. Gracias por aguantar la que os va a caer... Pero vosotras no me habéis visto, ni sabéis nada de mí.

—Fátima, ¿nos llamarás, o escribirás, o lo que sea?

—Claro. Apuntad este número, es mi móvil nuevo, solo para vuestros ojos, ¿eh? Sois las mejores amigas...

Las tres se abrazan otra vez, y antes de emocionarse de nuevo, Fátima entra en el coche con Morey. Y dentro, por fin se besan otra vez, con la misma prisa y ansia por hacerlo, que por irse de allí lo antes posible. Cuando se separan, él parece tranquilo, aliviado, satisfecho por fin. Ella está expectante, exultante, y con un rápido gesto, se quita el velo.

—Vámonos...

El coche se dirige hacia la frontera, mientras Asun y Pilar les dicen adiós... Y se cruza con cierto autobús, que viene en dirección contraria. Abdú ya está en Ceuta.

* * *

Khaled aparca su lujoso coche de alta gama en la plaza provocando la admiración, no solo de los chavales habituales, sino de todos los invitados a la boda. Hassan y Faruq se acercan a él, sonrientes y con los brazos abiertos.

—Salamo Aleikum, cuñado... Y Salamo Aleikum, tío.

Los tres se besan y Hassan responde:

—Aleikum Salam. Bueno, técnicamente ya casi eres hijo mío, ¿eh?

Khaled ríe, y añade, con una mano en su hombro.

—Vaya susto que nos dio usted ayer, ¿eh?

—Bueno, bueno, que hoy el centro de atención no debo ser yo. Una boda es la mejor medicina que hay. ¿Qué tal tus padres?

—Ahora vendrán. Están en el hotel, discutiendo, como siempre. Tío, ¿no serán así todos los matrimonios? —Le hace un guiño—. Porque de verdad espero que el mío sea distinto.

Hassan ríe, y le dice en confidencia:

—No discutir con la mujer solo depende de ti. Ellas siempre lo intentan... —Hassan ríe con ganas, pero para en seco cuando alguien le da un manotazo en el hombro. Se vuelve, asustado, para ver a Aisha.

—¡Tendrás tú queja! —le espeta ella.

Y la plaza entera estalla en risas... Khaled mira alrededor, buscando a Fátima.

—No la busques ahora, hijo —responde Aisha—. Está con sus amigas en la peluquería, peinándose, porque no ha tenido fiesta con ellas. Pero estate tranquilo, que a partir de mañana vas a tener toda la vida para mirarla.

* * *

El autobús por fin se detiene en el área de descanso de una gasolinera. Los viajeros se miran, extrañados, pues no es una parada programada.

—Señoras y señores —aclara Kamal—, vamos a realizar una pequeña parada técnica, y enseguida continuaremos la marcha. — Kamal baja el micrófono y mira por el pasillo—. Baje, por favor.

Matías ya viene por el pasillo del autobús, dejando atrás filas y filas de viajeros que se preguntan, curiosos, por el motivo de la parada. Entre ellos, Abdú.

—¿Qué le pasa a tu abuelo?

—Que es un poco hipocondriaco —suspira Silvia. El abuelo hoy no le está haciendo ganar muchos puntos con Abdú, pero al menos tiene la oportunidad de hablar con él—. Se ha dejado la insulina en la maleta, y no va a estar tranquilo hasta que no la coja.

Un escalofrío baja por la espalda de Abdú, e instintivamente, acaricia el móvil en su bolsillo. Las maletas eran muy parecidas, recuerda. ¿Y si...? Abdú se levanta de su asiento y camina hacia la parte delantera. Pero Kamal, con una sonrisa experta, le detiene.

—Abdú, no se puede bajar. Lo siento.

—Pero es que... Voy a ayudarle a...

—Por favor. Si bajas tú, va a querer bajar todo el mundo y nos vamos a tirar aquí hasta mañana. Yo le ayudo, no te preocupes.

Abdú piensa durante un momento si debe insistir... Pero se da cuenta de que ya hay demasiada gente mirándole. No debe levantar sospechas antes de llegar al ferry. Abdú vuelve a su asiento. Pero desde donde está no puede ver lo que ocurre fuera.

Mientras, Matías espera a que se abra la puerta hidráulica del maletero, y entonces comprueba que por lo saturado que está, le va a ser difícil llegar a su maleta. Mueve una mochila... Tira de una bolsa... Y bingo, ahí está su maleta marrón, con la buena fortuna de que la cremallera está a mano. Matías la baja todo lo que puede, que no es mucho, y con ambas manos trata de abrir un hueco, apartando con la mano un montón de ropa blanca. Y entonces, se detiene, confundido. Eso no es su botiquín. Eso son cables, trozos de hierro... Y cartuchos de dinamita. Matías da un salto atrás y contiene un grito. Su corazón va a cien, trata de calmarse, no quiere que le dé una subida justo en ese momento.

«Piensa, piensa con calma, Matías. Lo que ves no es un error, eso son explosivos. No puede ser de otra manera: hay un terrorista en el autobús. Dios mío. Dios mío. Estamos corriendo un grave peligro. No puede saber que lo sé. No puede enterarse, porque podría detonarlos en cualquier momento. Incluso ahora mismo, si sospecha de algo. La niña. La niña está arriba. Tengo que arreglármelas para que baje. Para que venga conmigo, sin que nadie sospeche. Tengo que sacarla de aquí y avisar a la policía».

—Matías, ¿lo tiene ya? —insiste Kamal—. Tenemos que irnos.

—Lo siento, pero, por favor..., llame a mi nieta. Se me ha olvidado la insulina en el hotel.

—Matías... Mire, suba y cuando lleguemos...

—No, me estoy sintiendo mal. Por favor.

Kamal entra de nuevo en el autobús. Está empezando a perder el buen humor. Siempre hay algún turista recalcitrante, pero ya sabe quién le va a dar el resto del viaje.

—Oye... Tú... Sí, la chica. Baja, por favor. Te llama tu abuelo.

Todas las miradas del autobús se giran hacia ella. Silvia, cortadísima, se hunde en el asiento, tratando de evitar la atención. Pero, finalmente, se levanta. Enfadada, recorre el pasillo y baja con la cabeza gacha.

—Silvia, hija... Perdona, que ya sabes que tu abuelo es un desastre... Me he dejado la insulina en el hotel. —Matías mira con disimulo al autobús, no queriendo parecer que se alarma—. Anda, vamos, que tenemos que ir a buscar más.

—Abuelo, no. La compraremos al llegar. Sube al autocar, venga.

—No me atrevo a seguir sin insulina, hija... Venga, tomamos un taxi hasta una farmacia y vamos directamente al ferry, ¿vale?

—Abuelo, no puedes hacerme esto. —El genio adolescente empieza a poseer a Silvia—. Y menos delante de..., de todo el mundo. Sé razonable: te faltan tres horas hasta la siguiente toma.

—Silvia, vale ya. —Matías no contaba con su rebeldía, y hace lo equivocado en estos casos: subir la tensión y el nivel de desafío—. El enfermo soy yo y no me la quiero jugar, así que baja.

Silvia refunfuña y se cruza de brazos. Kamal ve que la discusión se está alargando y decide presionar.

—Por favor, no podemos estar aquí más tiempo. Nos están retrasando a todos.

Matías observa las ventanas del autobús: todos los viajeros les están mirando, incluso los del otro lado se han levantado y les observan. No quiere tanta atención. Si el terrorista sospecha algo, puede actuar allí mismo y explosionar la bomba. Así que, sintiéndose mal como nunca se ha sentido en su vida, toma una decisión:

—Mira, hija... Mejor no discutir. Sube al autobús. Yo llamo a un taxi y te veo en el puerto.

Silvia no se lo esperaba. ¿Es una técnica de su abuelo para que se ablande? ¿Realmente debe separarse de él? ¿Y si le pasa algo? Ante sus dudas, Kamal insiste:

—Silvia, te llamas, ¿no? Por favor, haz caso a tu abuelo. Te prometo que luego le veremos en el puerto.

—De verdad, hija, sube al autocar. —Matías, por fin, sonríe—. Nos vemos allí. Lo mismo hasta llego antes que vosotros, que os vais a encontrar tráfico al llegar.

—Llámame al móvil cuando la encuentres —Silvia opta por cruzarse de brazos y asentir. Le falta un rato para que se le pase el cabreo—. Te veo allí.

Silvia sube al autobús, y Kamal pregunta a Matías con la mirada una última vez: «¿Seguro?». Matías asiente. Y ve cómo el autobús arranca y se aleja. Dentro, Silvia vuelve a su sitio, avergonzada y enfadada. Pero trata de forzar una sonrisa cuando oye la voz de Abdú.

—¿Qué pasaba? ¿Todo bien?

—Ya sabes... Cosas de viejos.

Abdú ríe con ganas y ella le acompaña enseguida. Matías, ya cientos de metros más atrás, cuando el autobús se ha alejado lo suficiente, reacciona y saca el móvil.

—¡Policía! ¡Policía!

* * *

En la comisaría del Príncipe, sentado en el despacho de Morey, ahora temporalmente ocupado por Fran, un jadeante Matías casi ni puede hablar por los nervios y la excitación. Quílez, aún de paisano y con el brazo escayolado, y Mati le observan preocupados. Parece que podría colapsar en cualquier momento.

—Que sí, que le entiendo, que hay prisa —insiste Fran— pero los agentes han hecho bien en traerle. Lo que nos está contando es muy grave y yo tenía que hablar con usted en persona. Tenemos que estar muy seguros de lo que nos dice. Así que, por favor, cuéntemelo de nuevo. Mati, por favor, tráele un poco de agua.

—Le repito que iba en el autobús, bajé a buscar la insulina al maletero y abrí la maleta equivocada, y... —Matías se ahoga, tiene que respirar. Bebe de un trago el agua que Mati le trae, casi se atraganta—, y vi cables, explosivos, metralla. Se lo aseguro, puede dudar de mí, pero sé lo que vi.

Fran y Quílez intercambian una mirada gravísima. Matías continúa:

—Miren, mi nieta va en el autobús. Intenté que bajara, pero la muchacha... Bueno, está pasándolo mal con el divorcio de sus padres, no quiso hacerme caso. Pensé que el terrorista podía detonar la bomba allí mismo, así que lo único que podía era dejarles ir y llamarles a ustedes. — A Matías le comen las dudas—. ¿Cree que he hecho bien dejándola allí? Porque no podía hacer otra cosa, ¿verdad? Si le pasa algo a Silvia...

Fran le pone una mano en el hombro para calmarle.

—Matías, no se preocupe. De verdad ha hecho usted lo correcto. Nosotros nos encargaremos de que no le pase nada, se lo prometo. Ahora le haré unas preguntas más. De momento espéreme en la sala de descanso. Mati, acompáñale, por favor.

Matías va a seguirla, pero cuando se da la vuelta para salir, ve algo en la puerta. Hay varios pasquines con fotos de desaparecidos, colgados allí para poder repasar visualmente sus caras el entrar y salir del despacho. Matías casi desfallece de la impresión.

—¡Este chico! —Fran levanta la vista—. Este, el de la foto... Iba en el autobús, sentado con nosotros.

Mati, Fran y Quílez no aciertan a decirse nada por unos segundos. La cosa puede ser peor de lo que se imaginaban.

—Matías, lo que le voy a preguntar es muy importante. ¿Está usted absoluta y totalmente seguro de que ese es el chico que va en el autobús?

—Puedo jurarlo. —Matías asiente con toda la determinación que puede expresar.

—Es Abdú —confirma Fran a sus subordinados—. Tenemos que avisar a Morey. Por favor, Matías, espere fuera un momento.

Matías obedece y Fran marca el número de Morey. Una. Dos. Tres veces.

—No me lo coge. —Fran cuelga.

—¿Hoy no se iba para Madrid? —propone Quílez—. A lo mejor está volando.

—No lo sé... Pero tenemos que reaccionar. Hay que desviar ese autocar. No puede subir al ferry bajo ningún concepto. Quílez, ve llamando a los TEDAX. Tenemos que pensar en cómo ver o escuchar lo que pasa dentro del vehículo, quizá intentar contactar con alguien...

—Tenemos a la nieta del hombre —apunta Mati—. En realidad, es la única en quien podemos confiar.

—Eso estaba pensando. Pídele a Fede que se encargue del abuelo, que tenga un médico a mano por si le da una subida. Que te dé el número de la nieta. No, mejor, que te preste su móvil. Avisa a todas las unidades y reúnelas, pero, por Dios, no digas nada todavía de la bomba.

Cuando Mati sale, Fran trata de llamar de nuevo a Morey. Pero no contesta. Solo le queda una opción.

* * *

La media mañana siempre ha sido un buen momento para tomarse un tentempié, piensa Serra. Aunque sea tan consistente como un café con una hamburguesa. Serra se echa la corbata sobre el hombro, y cuando va a meterle el primer mordisco... Suena el teléfono. Y a Serra se le pasa la inmediata irritación cuando ve el identificador de la llamada. Y le resulta muy, muy interesante. Por fin muerde su hamburguesa y descuelga con el manos libres.

—¿Ya me echa de menos, Fran? ¿O le han echado por fin y quiere darme su currículo?

—Serra, tenemos a Abdessalam Ben Barek en un autobús con una bomba y no localizo a Morey.

Serra escupe el bocado sobre la mesa. —Repítalo. Joder. Explíquese.

—Un turista descubrió la bomba y escapó para contárnoslo. Abdú no se ha dado cuenta de que lo sabemos. Si lo hace, puede detonarla. Sería una masacre.

—Joder, y Morey de camino a Madrid. —Serra se levanta, frustrado—. Intente localizarle, Fran, nosotros lo haremos también. Voy a mover cielo y tierra. Haga lo que quiera, pero que esa bomba no estalle.

Fran asiente y va a colgar, pero la voz de Serra le detiene. Su tono ha cambiado. Fran lo conoce bien.

—Y por cierto, Fran... No hace falta decirlo, pero usted sigue siendo nuestro. Ahora está solo. Demuestre lo que ha aprendido de nosotros.

* * *

—¡Estamos por fin en Ceuta, señores! Pronto podrán ver las antiguas murallas de la ciudad y la catedral, en ambos casos levantadas sobre la construcción original de época de los califatos árabes.

El autobús prosigue su camino sin que ninguno de sus ocupantes sospeche nada, incluyendo, por supuesto, a su máximo interesado: un sonriente chico de ojos casi transparentes que tienen encandilada a Silvia. Que en este momento trata abiertamente de mostrarse lo más interesada posible en sus palabras, pues Abdú parece de esos que no se enteran de que están ligando con ellos.

—Entonces —continúa ella—. ¿Por qué haces este viaje tú solo? ¿Vas a estudiar Historia?

—Algo así... Oye, ¿no es raro que tu abuelo no haya llamado?

Silvia comprueba el móvil. No ha tenido llamadas.

—De verdad... Es como viajar con un niño... Ah, mira, justo a tiempo —Silvia contesta el móvil—. Dime, abuelo. ¿Has comprado ya la insulina?

—Silvia, escúchame bien. —La voz de su abuelo tiene un fondo de apremio—. No te alteres, no te extrañes de nada de lo que vas a oír y, sobre todo, mantén la calma. Tienes que disimular para que nadie a tu alrededor se extrañe, ¿de acuerdo?

Silvia trata de no reaccionar, pero le resulta imposible. Su rostro se tensa, se incorpora en su asiento, preocupada. Abdú la mira y ella esboza una tensa sonrisa. Le enseña el dedo pulgar y hace un gesto de «qué pesado». Abdú sonríe y vuelve la vista a la ventana.

—Sí, pero ¿estás bien, abuelo?

—Sí, tranquila. Estoy con la policía. Ahora te voy a pasar con ellos. Y no te preocupes, que nos vamos a ver en el puerto, tal y como habíamos quedado.

Matías le da el teléfono a Mati, que habla con un tono a la vez dulce y firme que transmite la seguridad que ella necesita escuchar.

—Hola, Silvia. Soy la agente Matilde Vila. Necesito que hagas una cosa: que me contestes a todo lo que yo te diga con un «bien» o un «claro». ¿De acuerdo?

—Claro.

—Vale, mira, estamos buscando a una persona dentro del autobús. No sabemos si viaja solo, pero puede ser un individuo peligroso.

—Bien. —Silvia lo está pasando fatal. Está empezando a sudar y su respiración se acelera.

—Necesitamos tu colaboración, pero para no ponerte en peligro, vamos a comunicarnos contigo por mensajería móvil.

—Vale. Digo, bien. Bien.

—Ahora despídete de mí como si fuese tu abuelo. Si te preguntan, di que está yendo al ferry en taxi. Lo vas a hacer genial, ¿vale?

—Vale, abuelo, pues te veo allí. Un beso.

Silvia cuelga y trata de no suspirar, o resoplar. Silencia el teléfono y mira alrededor por si alguien la observa. Se encuentra con la amable mirada de Abdú.

—¿Todo bien?

—Sí, mi abuelo... Bueno, es como un niño. Ha comprado la insulina, pero está enfadado porque no me fui con él. Si es que cuanto más mayores, más niños... Huy, perdona, un mensaje, mi madre.

Abdú asiente y vuelve a mirar por la ventana. Silvia recibe los mensajes del móvil de su abuelo.

Matías: ¿Es este el chico con el que viajas?

Matías: Ha recibido un archivo adjunto. ¿Abrir?

Horrorizada por la posibilidad de que Abdú vea la foto, Silvia decide no abrirlo. Mira de reojo a Abdú, que nota que le sonríe de nuevo. En un movimiento rápido, Silvia se pone junto a él y se tira una autofoto de ambos.

—Es para una amiga —se explica, sonrojándose—. Le he dicho que viajo con un chico muy guapo, y se ha puesto pesada. ¿No te importa, no?

Abdú, por un momento, está a punto de mostrarle su contrariedad... Pero no puede discutir a esas alturas, ya está hecho. Y tampoco es inmune a un piropo. Así que simplemente le sonríe de nuevo.

—Mírala. Con la carita de buena que tienes...

* * *

En la comisaría, Mati recibe un mensaje con la foto de los dos.

—Fran, efectivamente: es él.

—Confirmado —Fran asiente y vuelve a su explicación. Toda la comisaría le escucha en silencio—. En el autocar viaja Abdessalam Ben Barek, hermano pequeño de Faruq, del que se sospechaba hace tiempo que estaba captado por una red yihadista. Desconocemos si tiene algún colaborador o si actúa solo. —Fran señala el puerto en el mapa de Ceuta que tiene detrás—. Nuestro objetivo es desviar el autobús a un lugar seguro, y allí trataremos de desalojar a los turistas. —Todos asienten. Fran prosigue—: Tenemos una ventaja, y es que el terrorista no sospecha nada. Así que usaremos la excusa de una avería que va a retrasar la salida del ferry. Tomaremos posiciones alrededor, pero en ningún momento nadie puede sospechar que está rodeado de policías. Esto es extremadamente importante: hay muchas vidas en juego, entre ellas, las vuestras. ¿Alguna pregunta? ¿No? Pues todos al puerto. —El grupo de policías va a salir, pero Fran insiste una vez más, deteniéndoles momentáneamente—. Sobre todo, sobre todo: que el terrorista no note nuestra presencia.

Satisfecho, Fran se vuelve hacia Mati, pero le suena el móvil.

—Serra, no he conseguido localizarle.

—Yo tampoco. —Fran nunca le ha oído tan nervioso—. Esto no es normal. Me había dicho que estaba en Madrid. Fran, no se habrá quedado unos días con Fátima, ¿no?

—Lo dudo. La chica se casa hoy. Con otro, por si lo dudaba.

—Tenemos que tirar de ahí. Localícela, tiene que saber algo, o de Morey o de Abdú.

—Mire, yo debería ir al puerto, se va a liar una que...

—Hay tiempo. Quiero saber dónde está mi agente y si está bien. Obedezca una orden directa.

Serra cuelga. Fran mira el móvil, fastidiado, y Mati le aborda:

—¿Vas ya para el puerto?

—No... —Fran mira su reloj—. Tengo algo de tiempo. Voy a intentar localizar a Morey. Id para allá y mantenedme al tanto de cualquier dato nuevo.

—Pero es muy raro, Fran —cuestiona Mati—. ¿Dónde puede estar el jefe?

Fran se vuelve hacia la salida y susurra para sí:

—Cometiendo el mayor error de su vida.

* * *

Minutos después un coche K aparca en la plaza del cafetín, donde de inmediato llama la atención de Faruq, que se acerca de nuevo. Se extraña al ver precisamente a Fran. No puede traerle nada bueno.

—Estoy bastante seguro de que no te tengo en la lista de invitados.

—Tengo que hablar con tu hermana... —Fran intenta sortearle.

—Ni se te ocurra pasar. —Faruq se interpone con los brazos abiertos y en alerta—. Deja a mi hermana en paz.

Pero esta vez Fran no tiene tiempo de discutir. Se quita las gafas de sol y le enseña la foto de Abdú en el móvil.

—Tu hermano va en un autobús cargado de dinamita de camino al puerto. Faruq, no quiero alarmar a nadie ni llenarte la casa de policías, pero no aparecen ni el inspector ni tu hermana y necesito hablar con ellos.

Faruq recibe las noticias como un puñetazo. Su proverbial estoicismo parece tambalearse a la vez que su cuerpo.

—¿Es... esto es verdad? Fran, como sea mentira, te juro que...

—No te mentiría con una cosa tan grave, Faruq. Necesito tu ayuda. Ahora —Fran asiente, insistente.

—Él... Morey estuvo aquí esta mañana, habló con ella. Luego se fue solo. Mi hermana está en la peluquería.

—Pues tengo que hablar con ella como sea.

Faruq mira atrás, a su familia. Khaled le sonríe y sigue hablando con su padre. Nadie le presta atención. No es anormal que esté discutiendo con un policía. Podría irse sin levantar sospechas. Y por fin, acepta:

—Vamos a buscarla. Te acompaño.

Minutos después, Fran y Faruq doblan la esquina de la calle de la peluquería, a tiempo para ver a Asun y a Pilar bajándose del coche de Fátima. Y las dos amigas se quedan completamente frías al verle.

—¿Dónde está Fátima? —pregunta Fran—. La estamos buscando.

Ninguna de ellas acierta a responder; de entre todas las situaciones que han venido imaginando y ensayando durante el trayecto de vuelta, este encuentro es el único con el que no contaban.

—¿De dónde venís con su coche? —insiste Faruq.

—Pues es que nos ha pedido que se lo aparcásemos —aventura Pilar.

—Dime ahora mismo dónde está mi hermana. —Faruq se acerca a ella, consciente de lo que le impone.

—No lo sabemos, Faruq.

—Es la verdad. No lo sabemos. — Asun interviene, pensando que a ella la creerán. Al fin y al cabo, dicen la verdad. Fran decide presionarlas:

—La vida de muchas personas está en juego, así que pensadlo dos veces si nos estáis mintiendo.

Pilar busca apoyo en Asun, pero las dos están completamente paralizadas. Saben las consecuencias que tendrá para Fátima que la delaten. Pero no esperaban que la situación fuera tan grave. La mentira se les está yendo de las manos. Faruq pronuncia lo que está en la mente de todos.

—Se ha largado con el poli, ¿verdad?

—Va en serio. Necesitamos encontrarles. —Fran lo da por hecho.

—Es muy importante. —Faruq no puede evitar que la desesperación tina su voz—. Mi hermano pequeño está en Ceuta. Puede ocurrirle algo muy grave. Necesitamos hablar con Fátima...

Y solo entonces, al ver tan afectado a un hombre duro como una estatua, las dos amigas son conscientes de lo importante que debe de ser lo que sea que está ocurriendo. Asun da un codazo a Pilar y esta cede, acongojada. Saca de su bolso el papel y se lo alarga a Faruq. Intentan salvar la cara:

—Se ha ido con él, sí... Pero es la verdad, no sabemos adónde. Este es su número nuevo. Faruq saca su móvil, pero Fran le detiene.

—Se lo ha dado a ella. Déjala que llame.

* * *

Muy lejos de allí, el coche de Fátima y Morey se abre camino por la carretera de la playa, pasada la frontera y con todo un mundo, una vida y cientos de sueños que ya parecen a su alcance. Fátima va en el asiento del copiloto, relajada por fin, con los ojos entrecerrados y sintiendo un alivio, tranquilidad y satisfacción que no conocía desde hacía meses, observando a ratos la carretera, a ratos a su amado, sin poder evitar sentir escalofríos de felicidad cada vez que sus miradas se cruzan. Morey, al volante, le acaricia la mejilla con dulzura.

Pero para sorpresa de ambos el móvil nuevo comienza a sonar. Los dos se extrañan; no contaban con ello, y menos, tan pronto. Durante unos segundos, ninguno dice nada, ni se mueve. Pero la seriedad cubre ahora sus facciones. Fátima no soporta más ese silencio entre timbrazos y lo busca en su bolso.

—Javier, es el número de Pilar.

—No lo cojas. Déjalo sonar.

Tras muchos timbres más y la tensión resultante entre ambos, el teléfono deja de sonar. Pero unos segundos después el timbre vuelve a sobresaltarles. Fátima comprueba el número.

—Ahora es Faruq.

—¿Cómo tiene el número? ¿Se lo habrán dado?

—No lo sé... No creo...

Morey piensa durante unos segundos, aprieta la mandíbula.

—Ya se han enterado de que nos hemos ido y les han sacado el número. Esto iba a pasar. Tenemos que ser fuertes y seguir adelante.

Fátima deja el móvil de nuevo en el bolso. Su expresión ha cambiado. Es de preocupación. Morey le acaricia, pero ella ya no sonríe.

* * *

—No lo cogen... —Faruq cuelga.

Fran toma el papel de su mano y decide poner en práctica su propio plan, que incluye tapar a su amigo.

—Seguramente el inspector está yendo para el puerto ahora y no puede contestar. Yo iré hacia allí también. Faruq, vuelve con tu familia, y por favor, no les digas nada de esto. Necesitamos evitar la alarma para no ponerles en peligro, ni a ellos, ni a tu hermano.

Faruq asiente, por una vez, dispuesto a colaborar. Satisfecho, Fran vuelve corriendo hacia su coche. Ya solo con las mujeres, Faruq recupera su entereza.

—No quiero que mi familia se preocupe. No sé cómo va a acabar esto, pero si os preguntan, decid que sigue en la peluquería. ¿Entendido?

* * *

Y en el coche de Morey vuelve a sonar por tercera vez el teléfono. Los amantes se miran, preocupados y tensos. Antes de que Morey diga nada, Fátima mira la pantalla.

— No conozco este número.

Morey lo mira, y golpea el volante con la mano. Una, otra vez. De rabia, de frustración, de impotencia.

—Es Fran.

—Javier, si te llama él, quizá pase algo.

—No. No lo vamos a coger. —El móvil sigue sonando. Morey mete otra marcha más y acelera—.Ya hemos dejado todo eso atrás.

Pero el móvil sigue sonando, un timbre tras otro, durante lo que parecen minutos. Fátima no se atreve a contestar, ni a decirle nada más. Hasta que el móvil finalmente se queda en silencio. Y vuelven a sobresaltarse cuando entra un mensaje. Fátima, sin preguntarle esta vez, lo abre y se queda mirándolo, sin entender.

—¿Qué es? ¿Qué dice?

Ella le enseña el móvil. Y automáticamente, Morey clava los frenos y detiene el coche en la cuneta. No puede dejar de mirar la pantalla, en la que hay una simple palabra, que como un fantasma del pasado, les persigue más allá de cualquier frontera humana. Y Morey sabe que les seguirá persiguiendo el resto de sus recién comenzadas vidas, si no hace algo. «Akrab». Por fin, Morey marca el número de Fran.

* * *

Minutos después, apoyado en el coche, y con Fátima a unos pasos de él, Morey cuelga. Ella se vuelve, expectante, pero él todavía se toma unos momentos para hablar. Sabe que todo ha terminado. Que ya no hay ninguna oportunidad para su huida, para ellos, ni posiblemente, para su relación. Todo se ha complicado demasiado, y eso que ella todavía no sabe lo que está ocurriendo.

—¿Qué ha pasado?

Morey piensa cuántas maneras pueden existir de no contar nada. De ignorar lo que ha ocurrido, proseguir su viaje y esta vez sí, olvidarlo para siempre. Pero entonces lo que acaban de crear, su nuevo mundo, su vida futura y todos sus planes perderían la pureza, la limpieza, la verdad que han tenido que conquistar con dolor y lágrimas desde que se conocieron.

—Fátima. Si te lo cuento, te voy a perder.

Ella se acerca a él y le abraza, apoyando la cabeza en su pecho.

—Pero si te lo oculto, nuestra nueva vida va a crecer sobre una mentira. Y eso también sería perderte.

Ella, aún abrazada a él, le habla con seriedad y una convicción tranquila y serena.

—A mí no me vas a perder, pase lo que pase. No va a haber más mentiras entre nosotros. Ya hemos tenido suficiente de eso. Pase lo que pase, ocurra lo que ocurra, necesito saber la verdad.

Morey la mira por fin a los ojos, y lo dice sin ningún rodeo.

—Abdú ha llegado a Ceuta. Está en un autobús turístico y lleva una bomba encima.

Fátima se separa de él, da dos pasos atrás. Se coge la cabeza con las manos. Trata de recuperar el aliento, de decir algo, pero no le salen las palabras. Finalmente, perdida y desorientada, solo puede dirigirse a él con una súplica en forma de pregunta.

—¿Qué vamos a hacer?

Morey asiente y acepta la responsabilidad de decidir.

—Si fuese una misión cualquiera, la dejaría atrás para que la resolvieran ellos. Pero es tu hermano. Y te prometí encontrarle y ponerle a salvo.

Ella asiente con gravedad, expresando lo que también es un agradecimiento.

—Quiero hablar con él, Javier. Quiero convencerle de que se entregue. No solo por si muere él. No podría vivir en paz conmigo misma si a alguien le pasara algo por su culpa.

Morey simplemente asiente. Ella vuelve a abrazarse a él. Tratan de disfrutar ese momento, de prolongar unos segundos más la fantasía de que están solos y tienen toda la vida por delante, una vida larga, recta y prometedora como la carretera que tienen ante ellos. Pero Morey gira el volante en dirección opuesta. De vuelta hacia Ceuta.

* * *

Mati, vestida de calle y con una tarjeta de identificación de la compañía naviera al cuello, contempla en la distancia el autobús de la «Ruta Al-Ándalus» acercándose al puerto donde el ferry lo espera.

—Lo tengo a la vista. Está a cien metros del desvío. Cambio.

Mati observa, en la distancia, a un «operario» con el uniforme de la compañía de seguridad del puerto (en realidad, un policía) redirigir el tráfico en un cruce.

—Afirmativo. Procedo. Cambio —contesta por radio.

El autocar, siguiendo la fila de coches que también se va desviando, se detiene al lado del operario, que habla con el conductor y con Kamal. Ambos asienten y el segundo coge el micrófono.

—Queridos viajeros, nos comunican que una avería en el ferry nos va a hacer esperar hasta las dos de la tarde. De momento, vamos a parar en un área de descanso para que puedan estirar las piernas.

Abdú se inquieta. Esto puede ser un simple contratiempo, o que la misión va terriblemente mal. Y decide que la situación justifica llamar por su móvil personal:

—Didi. Nos han desviado. Dicen que hay una avería en el ferry.

—¿Qué? No, no puede ser verdad, llamé antes para ver si habría algún retraso. Tienes que lograr entrar en el barco. Cuelga, rápido.

Abdú se siente solo y sin preparación para esta contingencia. Su misión es detonar la bomba en el ferry, y si la avería es real, todavía podrá hacerlo. Pero si es una trampa... Quizá tenga que hacer estallar el autobús. Incluso quizá tenga que hacerlo ya... Abdú está sudando. Mira fuera, en busca de uniformes policiales, de algo sospechoso, pero no alcanza a identificar una amenaza real. Aunque si se confía, puede estar cayendo en una trampa. Todo puede fracasar, y no quiere perder su oportunidad. El autobús se detiene y Abdú ve cómo múltiples personas circulan a su alrededor. Podrían ser policías, o simples trabajadores. No hay manera de saberlo. Silvia se pone en pie:

—Voy a bajar a ver si mi abuelo ha llegado ya, porque con todo este lío, a saber dónde está.

Y súbitamente Abdú entiende que si el autobús se vacía de gente, él perderá toda protección. Su única alternativa es quedarse allí y resistir. Aunque eso suponga descubrirse. Abdú saca una pistola y se la pone a Silvia en el costado. Tira de ella para que se siente y le habla entre dientes.

—No vas a ninguna parte. Siéntate y cállate.

—No, no me hagas daño, por favor —suplica ella.

—Que te calles. — Abdú sigue mirando alrededor, buscando algo que le confirme sus sospechas. Un uniforme, una pistola, una radio.

—Por favor, no hagas ninguna tontería. Todos podemos salir vivos de aquí.

Y la clave se la acaba de dar ella. Es una trampa.

* * *

En la plaza del cafetín, la orquesta ha comenzado a tocar para entretener a los asistentes, que ríen, bromean y se hacen fotos con el novio. Khaled nota que le suena el móvil y para contestar se aleja unos pasos. Habla en árabe.

—¿Qué pasa?

—Salamo Aleikum, sheikh. Hay problemas en el ferry.

—Soluciónalos. No me llames hasta que estén resueltos.

Khaled cuelga y, sonriente, vuelve a unirse a los invitados de la boda.

* * *

Abdú lo sospecha, pero aún no lo sabe con certeza: esos trabajadores de la compañía naviera son policías. Y de hecho, Quílez, Mati y Fran, y muchos otros agentes están camuflados como limpiadores, viajeros o maleteros, y ahora mismo toman posiciones alrededor del autobús. Pero Abdú no puede asegurarlo, y la situación no justifica aún que lo precipite todo.

Es precisamente Fran quien se acerca al conductor, que baja la ventana para escucharle.

—Buenos días —comienza Fran, intentando sin éxito localizar a Abdú mientras habla—, esto va para largo, nos tememos. ¿Puede avanzar hasta aquel hueco con el autocar? Así dejamos espacio para los siguientes.

El conductor asiente y avanza unas decenas de metros hasta la zona indicada. Pero cuando Abdú ve a dos maleteros dirigirse con carros hacia los laterales del autocar, se pone más nervioso. Un silbido hidráulico, y las puertas del guardaequipajes empiezan a abrirse.

Abdú sabe que ha llegado el momento. Está preparado. Más que nunca.

—¡Que nadie se mueva! ¡O la mato!

Todos los viajeros se vuelven, horrorizados, para ver a Abdú avanzando por el pasillo, empujando a Silvia. Abdú separa la pistola de su cabeza en ocasiones para apuntar a los pasajeros y mantenerles amedrentados, hasta que logra llegar al conductor.

—Abdú...

El interpelado dispara, sin más, para demostrar que va en serio. Kamal cae de espaldas al exterior con un brote de sangre en el pecho.

—¡Cierre las puertas! ¡Ciérrelas!

Al oír el tiro, los policías reaccionan. Fran tira del cuerpo de Kamal, y le deja junto a unos asistentes sanitarios. Observa cómo dos policías logran atascar el mecanismo de cierre del maletero y se retiran, dando paso a un agente camuflado que arrastra dos pesadas bolsas de material. El agente se sitúa justo bajo la puerta semiabierta, aprovechando que Abdú no tiene ángulo para verle o dispararle por las ventanas. Rápidamente, comienza a vestirse con el traje protector de los TEDAX. Mucho más lejos, los GEO se preparan para una posible intervención, y sus francotiradores toman posiciones.

—Mati, consígueme un megáfono —le pide Fran.

Dentro del autobús, Abdú sigue andando arriba y abajo del pasillo, llevando a Silvia como protección.

—¡Vamos! ¡En pie! — Abdú empieza a repartir culatazos sin mirar si golpea a mujeres, niños o ancianos—. ¡Todos contra las ventanillas! ¡Todos mirando hacia fuera! —Y logra que todas las ventanas laterales estén cubiertas de escudos humanos, ocupándose personalmente de echar todas las cortinas, incluyendo la frontal y posterior, para evitar cualquier oportunidad de ser visto o abatido de lejos. La penumbra invade el interior, lo que acentúa el terror de los viajeros.

Fuera del autobús, la actividad policial es frenética: haciendo retroceder a los curiosos ya congregados, definiendo el perímetro policial a una distancia segura, organizando a los sanitarios y previendo el peor de los desenlaces, Fran da instrucciones a sus hombres.

—Estableced circular 50... Vamos, atrás, vamos, vamos... —Fran alcanza a Quílez y Mati, apostados tras un coche. Ella le da el megáfono requerido. Con ellos está Matías.

—¿Qué ha sido ese disparo? ¿Cómo está mi nieta? ¿Dónde está?

Desde donde se ocultan, Fran puede ver a los pasajeros pegados a las ventanas, pero no distingue a Silvia entre ellos. Mala señal.

—No se preocupe. Todo va a salir bien. Mati, llévatelo de aquí, le quiero fuera del cordón. —Y mientras ella cumple la orden, Fran toma la iniciativa y grita por el megáfono—. ¡Abdessalam! ¡Abdú! ¿Eres tú?

En el autobús, a Abdú se le congela la sangre al oír su nombre.

—¿Cómo saben que estoy aquí? ¿Se lo has dicho tú? Silvia niega, lloriqueando, sin poder articular palabra.

Abdú le da un golpe con el arma en las costillas.

—Llámales por teléfono y diles que hay una bomba. Ella obedece, temblorosa.

Fuera, el teléfono de su abuelo suena en el bolsillo de Mati, que corre junto a Fran.

—Está llamando, Fran, está llamando. —Y Fran lo coge sin dudarlo un segundo.

—Sí. ¿Con quién hablo?

—S-soy yo... Hay una bomba...

Dentro del autobús se desatan murmullos y gritos contenidos. Fuera, miradas y comentarios de preocupación entre los policías.

—Lo sabemos. Dime qué quiere.

—Dice... Que o le dejáis subir al ferry... O nos va a matar a todos...

Abdú le arranca el móvil y grita:

—¡O salgo en quince minutos, o los mato!

Abdú tira el móvil con rabia, destrozándolo y asustando aún más a los pasajeros.

* * *

El policía que guarda el cruce da paso a Morey, que avanza a toda velocidad hacia el operativo. Cuando llegan al perímetro de seguridad, antes de bajar Fátima le toma la mano, deteniéndole unos tensos instantes.

—Solo quiero que recuerdes que, pase lo que pase... no me vas a perder.

Morey asiente, reconfortado. Y ambos salen, con él enseñando su placa para cruzar el cordón. Y es entonces cuando Fátima se lleva una mano a la boca, impresionada: ambos contemplan la terrible escena del autobús en medio de la explanada, lleno de aterrorizados escudos humanos en las ventanas. Morey avanza agachándose hasta Fran y le toca el hombro.

—Dichosos los ojos, inspector Morey.

—¿Qué tenemos?

Fran señala al TEDAX, que está buscando la bomba en el maletero.

—Una bomba, que vamos a intentar desactivar antes de que la situación se descontrole... Y al hermano dentro, con rehenes y un arma. Ya ha disparado, hay un herido grave.

—Déjenme hablar con él —propone Fátima. Pero Morey la detiene.

—Por favor. Vamos a hacerlo a nuestra manera. No podemos arriesgarnos.

—No quiere negociar —explica Fran—. Ha cortado la vía de comunicación que teníamos con él.

Dentro del autobús suena un móvil y Abdú se sobresalta. Le arrebata su móvil a uno de los pasajeros y le golpea en la cara con el cañón del arma.

—¡Vamos, apagad todos los móviles y lanzadlos al pasillo! ¡Al que le suene, me lo cargo! —Tras un momento de silencio, un móvil vuelve a sonar. Todos los pasajeros ahogan un grito—. ¿No me habéis oído? ¿Quién es el que...? —Entonces Abdú se da cuenta de que es su propio móvil el que suena en su mochila. Lo saca presuroso, mira quién llama, musita una maldición y responde—: ¿Por qué me colgaste antes? ¡Cobarde!

—Soy un soldado. Solo obedezco órdenes —contesta Didi—. Y tengo una para ti. Has de abortar la misión.

No. No pueden pedirle eso. No cuando todo está en marcha. No cuando las puertas están abiertas, a su alcance. Las puertas del paraíso.

—Quien habla es tu miedo, Didi. Eres impuro. A ti no voy a obedecerte ya.

—Abdessalam, entra en razón. Yo también quiero entrar al paraíso pronto. Pero hoy no es el día de nuestra gloria.

—¿Qué sugieres? ¿Que me entregue y me pudra en una cárcel, entre infieles? No.

Abdú cuelga.

* * *

En la plaza del cafetín, la familia poco puede hacer ya por disimular ante los invitados que algo está ocurriendo. Si tan solo supieran lo que es... Y por mucho que la orquesta trate de entretenerles, por mucho que Khaled se esfuerce por ser el mejor anfitrión posible, por mucho que Aisha trate de no perder la sonrisa, los cuchicheos, los comentarios y los rumores van en aumento. Y no solo porque Fátima no ha vuelto, sino porque nadie sabe tampoco dónde está Faruq. En un rincón, Aisha habla con Leila. La pequeña Nayat está con ellos. Leila habla con los brazos cruzados, inquieta, mirando la pantalla de su móvil.

—Le he llamado a todos los teléfonos que sé que tiene, pero no contesta, y sus hombres no me dicen nada. — Aisha se gira con disimulo para darle una calada al cigarrillo que esconde a la espalda—. Nunca, nunca me imaginé que pasaríamos por una vergüenza semejante... No vamos a poder mirar a la cara a la familia nunca más.

Aisha pisa el cigarro y vuelve, junto a Leila, con los demás invitados. Y es Nayat, que se queda atrás, la única que ve a Khaled discutiendo por teléfono, en árabe. Pero está demasiado lejos para entender lo que dice.

—¿Cómo que no está en el ferry? ¡Hemos dado una orden y debe cumplirse! Dame su número. ¡Envíamelo!

Khaled cuelga y comprueba que inmediatamente le llega un mensaje con el número que acaba de pedir. Cuando ve que Aisha ha notado su cara de preocupación, decide cambiar de estrategia y camina directamente hacia ella.

—Khaled, ¿te has enterado de algo? Dime la verdad.

—Sí, tía... Tengo noticias de Abdú.

Aisha siente que su cuerpo pierde las fuerzas. Al verla flaquear madre, mujer y suegra, Hassan, Nayat y Leila acuden a su lado. Khaled la sostiene, y Aisha se esfuerza por mantenerse estable.

—Dime... ¿Qué ha pasado?

—Solo me han dicho que está metido en un buen lío. En el puerto.

—Por eso no está Faruq. Habrá ido a ayudarle —aventura Leila, aliviada.

—¡Explícate! ¿En qué lío? —exige Hassan.

—No me lo han sabido explicar, tío. Voy a acercarme, a ver qué pasa.

—Vamos contigo...

—No, no, tía. Yo me encargo. Es mejor que os quedéis con los invitados. Además, mis padres no van a tardar. Avisad de que la ceremonia se retrasará un poco más. Confiad en mí.

Khaled les sonríe y sale corriendo hacia su coche.

—Dios mío... ¿Y ahora qué...?

* * *

En el puerto, nada ha cambiado: los francotiradores cubren con sus miras el autobús. Fran y Morey solo aguardan: hasta que no haya algún acontecimiento, no pueden mover ficha. Morey ve algo en la distancia, toca el hombro de Fran, y ambos distinguen un coche que viene hacia ellos a toda velocidad, más allá del cordón policial.

—Esto va a ser un gran problema... O parte de la solución.

El coche se detiene, y de él baja Faruq, que se abre paso entre la gente, salta el precinto sin preguntar a nadie y echa a andar hacia el autobús. Un agente se acerca hasta Faruq con la mano levantada, pero este le aparta de un manotazo.

—¡Oiga, usted no puede... Oiga!

Inmediatamente dos de los tres francotiradores fijan sus miras en él.

—Tranquilos. Bajad las armas. Es mío. —Fran echa a andar hacia Faruq, avisándoles por radio.

Mientras, Morey trata de retener a Fátima.

—¡Es mi hermano! ¡Quiero ir con él!

—Tranquila, es peligroso.

Fran camina junto a Faruq, haciendo señas a los francotiradores para que se calmen. El TEDAX que está abriendo la bomba les ve acercarse y da unos pasos atrás, pero Fran le indica que siga trabajando.

—Faruq, ¿qué pretendes con esto?

—Es mi hermano pequeño, y me va a escuchar.

—¿No comprendes que...?

—No.

Fran lo da por imposible y retrocede, aprovechando para señalarse al reloj mientras mira al desactivador de explosivos, quien le hace un gesto de calma: aún falta para que acabe. Fran llega de nuevo junto a Morey.

—¿Está seguro de lo que ha hecho, Fran?

—No estoy seguro de nada. Pero no creo que haga explotar la bomba con su hermano cerca. — Mira su reloj—. Necesitamos ganar tiempo. Yo me hago responsable.

Faruq llega a la puerta del autobús y comienza a aporrearla.

—¡Abdú! ¡Abre! ¡Soy tu hermano!

Dentro del autobús todos los pasajeros se sobresaltan. Abdú no puede creer lo que está oyendo.

—¡Abre! ¡Soy yo!

Abdú aprieta a Silvia contra sí y se dirige al chófer:

—¡Abra la puerta!

Este obedece, y hay un momento, largo momento, de silencio, que rompe el sonido sordo de un paso. Otro. Otro. Y finalmente, Abdú contempla, avanzando por el pasillo hacia él a su hermano, vestido de boda, con los brazos abiertos para abrazarle. Pero Abdú retrocede y le apunta con la pistola. Faruq convierte su conato de abrazo en un gesto de calma, pero su voz no se altera.

—Salamo Aleikum, Abdessalam. Me alegro tanto de verte, hermano mío...

Todos los pasajeros le miran con respeto e incredulidad. Abdú sigue apuntando a Silvia, pero su decisión no parece ya tan firme. Faruq, como hermano mayor que es, le impone respeto.

—Hemos estado tan preocupados por ti... — Faruq avanza muy lentamente hacia él, sin dejar de hablar—. Me alegra verte bien. Le vas a dar una alegría a nuestros padres, que te están esperando. Así tenemos otra cosa más que celebrar hoy. Claro, ¿tú no lo sabes, verdad?

Abdú parece sentirse intrigado por lo que dice, pero no baja el arma ni retrocede.

—Nuestra hermana. Nuestra querida hermana, Abdú. Fátima se casa hoy.

Abdú parece perplejo. No esperaba nada de esto. Él ya había olvidado a su familia. ¿Por qué tienen que reaparecer así? Automáticamente, sin pensarlo, empieza a hablar en un tono bien ensayado:

—Me alegro por vosotros. Pero yo ya he dejado atrás ese tipo de actos terrenales. Yo he elegido seguir el camino de Alá, y es por eso por lo que os deberíais alegrar.

Faruq cambia su expresión bondadosa y comprensiva por una de reproche, y su voz lo refleja.

—¿Cómo que «has elegido»? No mientas a tu hermano mayor. Tú no has elegido nada. A ti te han lavado el cerebro con la idea de que hay algo noble en el hecho de meterte en un autobús a aterrorizar a esta pobre gente, que no tiene culpa de nada. ¿Es un acto tan despreciable como este lo que quiere «tu» Dios?

Faruq hace un gesto amplio para señalar a los rehenes. De improviso coge del brazo a una anciana y la pone entre él y su hermano.

—Abdú: esta mujer podría ser tu madre. Dime, ¿en qué ha ofendido a Alá?

Abdú parpadea, confundido. Está buscando la respuesta. Retrocede un par de pasos. Faruq deja a la señora tras de sí y la empuja con disimulo para que baje del autobús. La señora no sabe bien qué hacer, pero al verse cubierta tras las anchas espaldas de Faruq, decide bajar. Fuera del autobús Fran y los demás ven salir a la mujer.

—¿Está soltando rehenes?

Un par de policías corren hacia la señora, la cubren con escudos antibala y la llevan hasta donde aguardan los sanitarios. Dentro del autobús, la situación continúa siendo tensa. Abdú sigue avanzando a pasos muy lentos hacia su hermano y levanta el dedo para señalar a Silvia.

—Y ella, Abdú. Esta chica podría ser nuestra hermana Nayat. ¿Tienes hermanos? —Silvia responde afirmativamente—. Ponte en el lugar de su hermano, Abdú. Yo me volvería loco si alguien les hiciera esto a mis hermanas. ¿Tú no?

Mientras el confuso Abdú piensa en la respuesta, Faruq, muy lentamente, alarga la mano y toma a Silvia del brazo.

—¿Quieres ser un héroe, Abdú? —susurra su hermano—. ¿Un héroe de verdad? Déjalos ir. Suéltales a todos.

Faruq tira de Silvia con suavidad y la separa de su hermano, atrayéndola hacia sí. Viéndose al descubierto, Abdú coge la pistola con las dos manos.

—No estoy a tus órdenes. No soy uno de tus matones. Vete de aquí, Faruq.

Lentamente, Faruq, pasa a Silvia tras él, y ella aprovecha para escabullirse. Al fondo, cerca de la puerta, algunos rehenes se atreven a salir, pero otros están demasiado atemorizados para moverse. Abdú se da cuenta y se pone nervioso.

—¡Quita! ¡Quita de en medio!

—No, Abdú. Déjales salir o tendrás que matarme. Ambos se miran durante un largo momento. Faruq sabe que no va a disparar. Pero entonces ve algo raro en sus ojos.

* * *

Fuera del autobús todos oyen el disparo. Cunde la alerta: Fran, Morey y el resto de policías sacan sus armas por instinto. Los francotiradores buscan a través de sus miras para saber qué ha podido pasar. El TEDAX, alarmado, detiene la desactivación, pendiente de si debe ponerse a cubierto. Si la bomba explota ahora, ni el más grueso traje podrá salvarle. En la retaguardia, junto al cordón policial y siendo atendida por Mati y unos psicólogos, Silvia ya está con su abuelo, que la abraza.

—¡Ahí! ¡Sale!

Todo el mundo fija sus ojos en la puerta, de donde un hombre alto y vestido de boda baja los escalones del autobús, sangrando copiosamente por su brazo izquierdo. Dos policías corren a proteger a Faruq, que no aprieta el paso lo más mínimo, y sigue caminando con orgullo, pese a su herida. Ya junto a Fran y Morey, mientras los paramédicos le descubren el brazo para atenderle, Faruq solo puede negar con la cabeza.

—He visto esa mirada otras veces, en otras personas. Iba a matarme. Es mi hermano, pero iba a matarme. Si no llego a girarme... Fátima, nuestro propio hermano me ha disparado — Faruq habla a Morey, traumatizado—. Yo lavé su cuerpo, usted me oyó llorar su muerte. ¿Sabe? Ojalá le hubiésemos enterrado realmente ese día...

Los paramédicos se llevan a Faruq. Fátima decide quedarse junto a Morey. Fran hace una seña al TEDAX, quien niega con la cabeza y vuelve al trabajo. Aún no ha terminado.

* * *

Dentro del autobús, Abdú ha recuperado su templanza y seguridad. Es más, algo parece haber cambiado en él. Quizá haya sido el hecho de disparar a su hermano, a su hermano mayor, precisamente, o que este no haya podido convencerle con su palabrería. Pero ahora, pasada esa prueba, Abdú lo sabe: está más dispuesto que nunca a morir matando. Su móvil suena. Es Didi de nuevo. Pero esta vez, no piensa cogerlo.

—Otra vez el traidor... No voy a hacerte caso... Yo soy el elegido para esta misión y sé cómo cumplirla...

Los pasajeros le observan enajenarse. Abdú saca el viejo teléfono detonador y lo aprieta nerviosamente en su mano. Muchos pasajeros deducen para qué sirve ese móvil, y cierran los ojos, asustados. Abdú camina hasta el frontal del autobús y coge el micrófono para hablar por megafonía.

—¡Al-Ándalus volverá a ser el reino de los fieles con la ayuda de Alá!

Sus palabras pueden escucharse desde fuera. Los ojos de Fátima se abren al oírle por primera vez en meses, desde antes de aquella lejana noche en que Abdú desapareció de sus vidas. Su voz sigue llegando hasta ellos.

—¡Libraremos de la corrupción de los infieles toda la tierra que los malditos usurpadores arrebataron al islam!

—Tengo que entrar —suplica Fátima.

—Ni hablar. —Morey se vuelve hacia ella, sorprendido. Niega con la cabeza con toda la convicción que tiene—. Mira lo que le ha pasado a tu hermano.

—A mí me va a escuchar. No me hará daño. Fran, dígaselo.

—¡Y la lucha entrará en vuestras casas, sin distinciones, al igual que ocurre en los territorios ocupados!

Fran observa las señales del TEDAX. Queda trabajo. Muchos minutos por delante. Fran no quiere decirlo, y sabe que Morey no quiere oírlo. Pero no ve otra opción. Abdú se está volviendo impredecible y tienen que hacer algo para entretenerle más tiempo.

—Morey, puede ser una buena idea.

—¡No!

—El TEDAX me dice que aún le quedan diez o quince minutos. Necesitamos más tiempo.

Morey se lo piensa. No quiere autorizarlo. Es demasiado arriesgado.

—Por favor. Amor mío. Déjame intentarlo. Por favor. Es mi hermano.

Morey inclina la cabeza... Y finalmente, asiente.

—Pero traedle un chaleco antibala. Otro para mí. Yo la escoltaré hasta el autobús.

Fran sale a por los chalecos. Morey y ella aprovechan ese momento de intimidad, que ambos saben que puede ser el último que tengan en sus vidas.

—¿Estás segura? Aún puedes negarte. Es demasiado arriesgado, ha disparado contra Faruq, y...

—No, Javier. Llevo meses buscándole y quiero verle. Y estoy segura de que puedo convencerle para que venga conmigo.

Fran vuelve con los pesados chalecos y un pequeño micrófono. Tras suspirar... Morey ayuda a Fátima a colocarse el chaleco, ocultando el micro bajo su ropa.

—Te quiero —le dice él, conteniendo su desgarro—. Recuérdalo ahí dentro.

—No me vas a perder. Te lo he prometido. No me vas a perder.

Morey y ella están listos. Él se pone delante, para protegerla.

—Camina detrás de mí. Si sales... Cuando salgas con él, no te pongas delante. Camina de lado, junto a él, pero no muy cerca, para no hacer pantalla.

Ella asiente, y ambos echan a andar hacia el autobús. Abdú, por megafonía, ha comenzado a rezar.

—Allahu Akbar... Ashhadu an la ilha illa Llah...

* * *

No lejos de allí, al lado opuesto del cordón policial, llega Khaled. Desde donde está, no puede ver a Fátima y a Morey avanzando porque el mismo autobús le tapa la visión. Khaled marca el número que Didi le mandó.

Dentro del autobús, el móvil de Abdú comienza a sonar. Pero no sale un número, ni un nombre de persona. Solo pone «Akrab». Impresionado, Abdú responde en árabe con un tono completamente sumiso.

—Salamo Aleikum.

—Aleikum Salam. Hermano, te doy la enhorabuena. Hoy era un día importante y han surgido problemas que has manejado con valentía. Has resistido y eso te honra.

—¿Quién eres, sheikh?

—¿No me conoces? ¿No reconoces mi voz?

—No...

—Soy tu jefe. Tu primo Khaled.

Abdú se sorprende. ¿Puede realmente fiarse de su llamada? Si le dice que abandone la misión, estará seguro de que es una trampa.

—No te creo. Me quieres engañar.

—Mira por la ventana. A tu izquierda.

Abdú obedece y ve a Khaled haciendo un gesto discreto.

—¿Qué quieres de mí, primo?

—Solo que obedezcas. Abdú... Abandona la idea de llegar al ferry. Eso ya no importa. Con tus actos y tu valentía, ya te has ganado el paraíso. Así que... obedece a Alá y acaba ahora mismo con todos esos infieles.

Abdú asiente de forma instintiva. Ahora sí puede creerle. Acaricia el móvil detonador en su bolsillo.

—Sí, sheikh.

Khaled cuelga el teléfono y echa a andar hacia el otro lado del autobús, donde está la mayor parte de los efectivos policiales. Pero entonces, su rostro pierde el color...

—¡No...!

... cuando ve a Fátima subiendo al autobús.

Khaled trata de llamarle de nuevo, pero Abdú lo ha apagado. Era la última llamada que esperaba recibir.

* * *

Dentro del autobús, Abdú abre la agenda del móvil detonador. En ella, hay un solo número. Abdú va a marcarlo, pero una dulce voz detiene su dedo, ya sobre el botón.

—Abdú...

La voz le sobresalta. Abdú deja caer el móvil para coger de nuevo la pistola y apunta al pasillo. Pero su gesto se congela al ver que la recién llegada no se asusta. Y que su expresión sigue siendo de alegría y de esperanza.

—Abdú, soy yo, tu hermana Fátima.

Por fin, parece reconocerla. Pero su gesto no cambia.

—¿Qué... qué haces aquí? ¡Vete! — Abdú palpa el asiento a su lado, en busca del detonador y lo coge de nuevo.

—He venido a verte y a hablar contigo.

—No deberías estar aquí. Es el día de tu boda. Vete.

—No podía no venir. Estaba muy preocupada. Llevo meses buscándote.

—¿Y por eso traes eso puesto? ¿Qué crees que te voy a hacer? ¿No te fías de mí?

Sin pensarlo, Fátima se quita el chaleco antibalas y lo deja caer al suelo.

—Cómo no me voy a fiar de mi hermano pequeño...

De nuevo fuera, Morey y Fran escuchan la conversación que tiene lugar en el interior. Morey se desespera cuando se da cuenta de que Fátima se ha quitado el chaleco. Fran le da ánimos con una palmada en el brazo. En las ventanas, los pasajeros de cara a los cristales parecen agotados por la tensión, el miedo y el cansancio. Fran vuelve a mirar al TEDAX. No parece que vaya a terminar aún.

—¿Por qué te fuiste, Abdú? —prosigue Fátima.

—¿Que por qué? Porque creéis, creemos que somos felices, pero esa felicidad es algo completamente vacío sin vivir por Alá. Vivís al modo occidental, oprimidos por su poder, sus costumbres y su dinero. Yo quiero acabar con esas vidas huecas para que solo haya buenos musulmanes bajo la égida del islam.

—Abdú, ¿de verdad pensabas así? ¿Pudiste abandonar a tu familia, tu casa, tu novia... para marcharte a hacer una guerra que no tenía nada que ver contigo?

—¡Esa guerra es por la vida eterna! Y tú hablándome de cosas terrenas, como las mujeres. Mi hogar será el paraíso, y mi familia son mis hermanos en la lucha.

Fátima se detiene un momento antes de decir lo que tiene en mente. Lo que lleva tanto tiempo guardándose. Lo que una hermana mayor debe decir a su hermano pequeño. Por mucho que lo sienta.

—¿Llamas familia a aquellos que asesinaron a tu novia Sara? ¿Y a vuestro futuro hijo?

Abdú se queda paralizado unos instantes. Por un momento le cuesta encontrar las palabras.

—¿De qué estás hablando?

—Sara estaba embarazada de ti, Abdú.

Abdú continúa en silencio. No puede creerlo. Fátima decide revelar el resto.

—Nos lo ocultó porque Karim la asustaba diciendo que no volveríamos a verte si ella lo contaba. Y la engañaba diciéndole que la iba a llevar contigo para que tuvieseis al bebé.

Abdú baja la pistola, busca apoyo en uno de los asientos. Poco a poco, según Fátima habla, termina por sentarse y las fuerzas le abandonan.

—Un día —continúa Fátima—, Karim le dijo que iba a verte por fin, y la convocó a una cita contigo... Pero el que llegó fue él, con tu moto y tu casco... Sara creyó que eras tú, y cuando se acercó a Karim... — A Fátima se le quiebra la voz—. Él la apuñaló... En el vientre, Abdú... Y la mató a ella y a tu hijo de un solo navajazo...

—No puede ser... Es mentira...

—Abdú... Yo estaba allí... Lo vi todo... Ocurrió delante de mis ojos...

—¿Por qué no me dijo nada...? — Abdú trata de controlar el llanto—. Embarazada... mi... mi hijo... Sara...

—Abdú... —Fátima coge fuerzas y sigue—. Yo solo he venido a decirte que tu verdadera familia somos nosotros... Y que aún te esperamos, y te queremos. Que te perdonamos por todo lo que ha pasado... Y que vamos a apoyarte con todo lo que venga por delante. Porque sigues siendo nuestro hermano... Nuestro hijo... Nuestro Abdú...

Fátima se acerca a él, y sin dudarlo, le acaricia la cabeza. Él rompe por fin a llorar, como un niño pequeño.

—Vámonos a casa, Abdú...

* * *

En el exterior del autobús la tensión se vuelve máxima cuando Fátima aparece bajando las escaleras sin chaleco antibalas.

—¡Va a salir! ¡Atención!

Todos los prismáticos y las miras telescópicas se fijan en la puerta. Fran y Morey no han vuelto a la línea policial, aguardan, armas en alto, acuclillados a cada lado de la puerta. Ven a Fátima empezando a bajar las escaleras e intercambian un asentimiento. Están listos.

Antes de que Fátima ponga un pie fuera, se vuelve a Abdú y le dice algo. Todos los testigos observan al chico dejar su pistola sobre el salpicadero del autobús. Fran confirma por radio.

—Atención, que nadie dispare. La hermana va a salir delante del terrorista. Repito: no disparen. Vamos a intentar que el terrorista se entregue.

Fátima baja el último peldaño, y Abdú aparece tras ella. Los francotiradores ajustan sus miras, la policía toma posiciones. Faruq y Khaled, lejos el uno del otro, aprietan los dientes, aguardando el desenlace. Serra, recién llegado, recorre los últimos metros hasta el cordón policial a toda prisa, lo cruza enseñando su identificación y se apuesta junto a Mati y Quílez, sin poder contener su sorpresa:

—Virgen santa...

Fátima da unos pasos lentamente, tratando, al contrario de lo que le han pedido, de no dejar de hacer pantalla para proteger a su hermano. Fran y Morey salen de ambos lados de la puerta, con las armas bajadas. Abdú se alarma al verles, y en un acto reflejo, saca del bolsillo la mano con el detonador. Morey lo nota, y lucha interiormente por no subir su arma. Podría precipitarlo todo. Decide hablarle.

—Abdessalam. —Su tono es firme, pero amable—. Lo estás haciendo muy bien, pero necesito que tires el móvil. Por favor.

Fátima sigue avanzado y Abdú con ella, sin hacer ningún caso y mirando al frente. Morey sigue hablándole.

—Abdú —insiste Morey—, ya has hecho lo más difícil. Todo va a acabar bien. Por favor. Suelta el móvil.

Nervioso, Abdú mira a su alrededor. Ve a Fran haciendo un gesto al TEDAX para que se dé prisa en desactivar la bomba. Abdú se pone nervioso. Algo está pasando a su alrededor. Siente que es una trampa.

—¿Qué hacen? ¿Quién es ese?

—Nada —le tranquiliza Fátima—. Solo sígueme.

—Suelta el móvil, Abdessalam. —Morey levanta la mano para pedirle que se lo entregue—. Por favor. Dámelo. Dámelo.

Abdú les mira a ambos, y observa al TEDAX. Se siente acorralado. Echa un vistazo a su alrededor: a los policías, a los civiles, a los rehenes aún en el autobús, a Morey, a Fran, al TEDAX. Y empieza a rezar.

—La 'Haba 'illa-lláku Muhammadun rasülu-lláh...

A Fran, a Morey y a Fátima se les dispara la adrenalina. Saben que algo va a ocurrir.

—¡Morey, lo va a hacer, lo va a hacer!

El TEDAX trabaja a toda la velocidad de que es capaz. Morey empuja hacia atrás a Fátima y apunta a Abdú con su pistola.

—¡Abdú! ¡Suelta el móvil! ¡Suéltalo!

—Allahu Akbar.

Morey se vuelve un segundo hacia Fátima, que niega con la cabeza para que no lo haga. Mira al TEDAX, que sigue trabajando en la bomba. A Fran, que continúa gritándole. Y a Abdú, que está levantando la mano en que sostiene el móvil.

—ALLAHU AKBAR!

Y Morey dispara, alcanzándole en la cabeza.

El TEDAX se vuelve, con las manos abiertas: acaba de desactivar la bomba. Abdú cae al suelo. Fátima grita con desgarro.

Morey trata de sujetarla, pero ella se zafa y abraza a su hermano muerto.

En casa de los Ben Barek suena el móvil de Aisha. Es Faruq quien le da la noticia que la hace caer al suelo, desvanecida. Hassan, Leila y Nayat corren a auxiliarla...

En la pista, Morey se arrodilla junto a Fátima tratando de tocarla. Pero ella está completamente fuera de sí, y le rechaza.

—¿Qué has hecho...? ¿Qué has hecho...?

La policía llega y aparta a Fátima del cadáver. Ella lucha por liberarse. Faruq y Khaled se saltan la cinta y corren hacia ellos. Khaled la toma, y por instinto, Fátima le abraza con sus últimas fuerzas... Y se desvanece. Khaled la toma en brazos y se aleja, acompañado de Faruq, que aún lanza una última mirada de odio, resentimiento y furia contra Morey. Este se deja caer al suelo, aún con la pistola en la mano, mientras Fran a su lado le pasa el brazo por el hombro.

Y mientras les observa irse, Fran percibe algo que el resto de los allí presentes no ve. Algo que en secreto, y durante todo el tiempo que ha durado la misión, esperaba sinceramente, como una última esperanza, no ver. Al menos no esta vez. Al menos no entre ellos. No entre dos amantes de dos mundos, no entre dos personas que se querían con pureza, con sinceridad y con la verdad de sus sentimientos de por medio. Porque mientras Faruq, Khaled y Fátima se alejan de allí, lo que Fran ve es cómo se levanta entre ellos de nuevo esa frontera.

Tan invisible como el momento en que el día se convierte en noche, como el lugar donde se unen a lo lejos el mar y el cielo, como la línea misma entre la vida y la muerte. Ese sitio que los hombres imaginan, desean, esperan que no exista: una muralla de aire invisible, infranqueable e impenetrable contra la que él lleva luchando toda su vida.

La frontera que separa el destino de dos pueblos, la paz de la guerra, el amor del odio. Pues si había algo que hubiese podido demostrarle que alguien podía atravesar, derribar, superar esa muralla, eran Fátima y Morey.

Pero como su última esperanza, Fátima ya está cautiva para siempre al otro lado, alejándose de ellos para siempre. Y a este lado, arrodillado junto a Fran, Morey deja por fin caer de sus ojos las lágrimas que lleva toda la vida guardando, lágrimas de pérdida, de desesperanza, de rendición y de locura.

Lágrimas que caen hasta su boca abierta, que apenas puede tomar aire.

Lágrimas que saben a agua salada.

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