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ENEMIGOS Y CÓMPLICES
Llevan mucho rato en silencio, con la cabeza gacha y las manos cogidas delante del cuerpo, bajo el fluorescente roto, cuya luz parpadeante y zumbido intermitente son la única prueba de que el tiempo sigue pasando. Morey, Fran, López, Serra guardan silencio en la morgue del hospital, un lugar de brillantes muros blancos, acero pulido y un denso olor a desinfectante. Solo López emite algún sonido, leves quejidos que ahoga como puede, mientras sus hombros convulsos se tensan para mantener la entereza, como supone, suponen, que los hombres hacen en una situación como esa. Y Carvajal yace en el centro del corro que forman, cubierta con una verde sábana clínica. El fluorescente emite ese zumbido de nuevo. Serra, por fin, suspira y rompe el círculo dando unos pasos atrás. Los demás le siguen y comienza hablando con un tono muy cansado.
—¿No os imaginasteis que podían estar armados?
—Serra —Morey se da por aludido—. Estamos entrenados, pero salió disparando de la nada.
—Me cago en mi puta vida... —López se limpia las lágrimas con las manos.
—La misión ha fracasado —confirma Serra—. Una agente caída en acto de servicio. Un menor herido de gravedad. Un yihadista muerto. Y Fouad huido y en busca y captura, gracias a que Fran avisó a todas las putas unidades.
—¿Qué quería, que lo dejase escapar? No. Voy a encontrarle. Se lo prometo.
—Eso espero... El problema es que estamos en todas las putas radios, periódicos y teles. Negar que aquí había una operación antiterrorista es imposible. Pero, obviamente, no vamos a reconocer que la Casa está implicada. La versión oficial es que ha sido un éxito de la Brigada de Información de la Policía Nacional, que ha desarticulado una célula trabajando con la policía del Príncipe. A partir de ahora López y yo trabajaremos en la comisaría como dos inspectores de Información. Fran, comuníqueselo.
Todos asienten y Fran sale.
—Vamos a llevar a cabo interrogatorios a conciencia, vamos a averiguar qué quiere Akrab, quién es el puto topo que nos está jodiendo desde el principio, y vamos a hacer que Carvajal esté orgullosa de nosotros, ¿entendido? Vale, ¿qué tal el niño?
—Entubado, inmovilizado y en coma —Morey toma la palabra—, le dispararon antes de tirarle del coche. La herida de bala en sí no es lo más grave. Tiene un coágulo, que los médicos esperan que se reabsorba. Pero no saben si tendrá secuelas.
—Me cago en su puta madre, ese crío se ha portado como un héroe —salta López—. Me los voy a cargar a esos hijos de perra.
López tiene otro arranque de pena y sale hacia el servicio. Morey y Serra se quedan solos, y al mirarse, se lo permiten el uno al otro: se abrazan durante un largo momento, por fin expresando la pérdida. Al separarse, Morey habla a Serra en confidencia:
—El chico vio a Abdú en la casa.
—¿Abdú sigue en Ceuta?
—Ya verás el vídeo. Apareció de pronto y se puso a rezar con ellos. Le reconocimos todos.
* * *
—Le grité. Le llamé por su nombre, pero aceleró con la moto y se fue sin mirar atrás.
En casa de los Ben Barek, la familia entera está de pie alrededor de Fátima, quien cansada y aún afectada, narra su odisea a su familia. O al menos, parte de ella.
—¿Estás segura de que te oyó? —inquiere Hassan.
—No estábamos tan lejos. Tuvo que oírme.
Aisha se sienta al lado de su hija y la coge de las manos.
—Gracias, hija mía. Ahora, por lo menos sabemos que está bien, y que está cerca de nosotros, al-Hamdouli-lah.
—Puede —puntualiza Faruq— pero entonces no quiere saber nada de su familia.
—A lo mejor no quiere implicarnos —le defiende su madre— y por eso se distanció de nosotros.
—Ya —concede Faruq. Pero pronto contraataca—, y tú, ¿qué hacías allí?
Fátima no atina a contestar a la primera, y el resto de la familia la observa con más curiosidad aún. Pero finalmente decide que, por una vez (o por primera vez), lo mejor sea decir la verdad. Aunque eso suponga, después de todo, no decirla.
—No puedo contarlo. Los policías me han pedido que no lo haga.
—«Los» policías. —Ríe Faruq, sarcástico—. ¿No será «el» policía?
—Hija, parece que confías más en ellos que en tu propia familia —apunta Hassan, poniendo en palabras lo que todos piensan—. ¿Y la policía no pudo detenerle?
—¡Hay dos muertos!
Todos se vuelven sorprendidos al escuchar a la pequeña Nayat, que está escribiéndose por mensajería móvil.
—¿Qué dices, hija?
—Dice Salma que lo están echando en la tele. Uno es un policía, otro un terrorista.
—¡Pon la tele! ¡Corre, Hassan, pon la tele! — Aisha se dirige a Fátima—. ¿Es esto lo que no nos podías contar? Pero ¿dónde has estado tú? ¡Contesta!
Agobiada, Fátima se viene abajo y empieza a sollozar. En ese momento a Faruq le suena el móvil y se retira para contestar.
—¿Que nos han robado? ¿Otra vez? ¡Dile al Polaco que venga, que me va a oír!
* * *
Todos los agentes se hallan en la comisaría, estudiando con la mirada a los dos recién llegados y escuchando con avidez las noticias e instrucciones que Morey imparte:
—... en ese enfrentamiento sufrimos la desgraciada pérdida de la agente Paula Carvajal, de la Brigada de Información, subordinada de estos dos compañeros —Morey señala a Serra y a López, que asienten—. Os pido que colaboréis con ellos en todo lo que os pidan. Fran, siga, por favor.
Fran toma el centro del círculo y habla a sus agentes con más seriedad que de costumbre:
—La operación sigue abierta y habrá más detenciones. Pero de momento vamos a centrar la investigación alrededor de uno de los detenidos, Omar El Quedif, director del Centro Cívico. Registrad su domicilio, tomad declaración a la familia, etcétera, ya sabéis cómo se hace. Clausuramos el centro hasta nueva orden, y todo el personal será interrogado. Dos miembros de la célula más huyeron, Fouad Al Ghaled, al que conocéis de la tele y su guardaespaldas. Mantened los ojos abiertos. Ahora, os presento al inspector González.
Serra se adelanta y habla con su autoridad habitual. No necesita fingir su papel de jefe supremo.
—Ahora mismo estamos registrando la casa en busca de pruebas. De momento hemos encontrado armas largas, munición, ordenadores y una cantidad considerable de hachís y cocaína.
—Joder con los talibanes —se le escapa a Hakim.
—Todo lo incautado se traerá a esta comisaría. Hay que inventariarlo, precintarlo y custodiarlo hasta que sea entregado al juzgado. Vendrán a ayudar compañeros de otras comisarías. Ya me han comentado que no tienen mucho espacio, pero entiendan que es una situación de emergencia, nos apañaremos.
—Una pregunta —insiste Mati—. ¿La célula preparaba alguna acción concreta?
—Buena pregunta —confirma Serra/González—. Por supuesto que están preparando algo, quizá para muy pronto. Por eso tienen ustedes que darse prisa.
—Bien —Morey resume—, esta es una jornada crucial, en la que no caben los errores. Sé que van a poner lo mejor de ustedes para acabar con este peligro. Gracias y a trabajar.
La congregación se separa, generándose corrillos para comentar la información proporcionada y mostrar disposiciones más o menos colaboradoras, entre estas últimas la de Quílez, que ha escuchado la charla desde atrás, no lejos de Fede.
—Brigada de Información, ¿eh? A saber cuánto llevan controlándonos sin decir nada.
—Y nos tenemos que enterar —recalca Fede— justo cuando ha habido una baja.
Justo al lado, Mati ordena sus papeles en su mesa, preparándose para la avalancha de trabajo.
—Mal día para cumplir años, Mati. —Hakim la guiña un ojo y le acaricia la mano con disimulo. Desde el atentado, han comenzado una relación que ocultan al resto de los compañeros.
—Sí, gracias. Bueno, lo celebraremos otro día, supongo.
—Perdón. Tú eres Mati, ¿no? —López le ofrece la mano. Mati no puede evitar notar que tiene los ojos enrojecidos—. Soy el subinspector Julio López, me han dicho que nos pongamos a comprobar lo que traigan de los registros.
—Vale, encantada. Cógete una silla.
Hakim retrocede hacia su sitio, no sin notar una extraña sensación al verles juntos. Como un recelo.
—Siento que hayáis perdido a uno de los vuestros —expresa ella.
—No era uno. — A López se le cierra la garganta—. Paula era la mejor de nosotros.
Mientras, en el despacho de Morey, este muestra a Serra el vídeo grabado por Driss, y congela la imagen en un fotograma en que se distingue perfectamente a Abdú.
—Así que ese es el crío que lo empezó todo.
La puerta se abre, no puede ser otro que Fran, quien se permite una pausa dramática.
—Tenemos noticias de Abdú.
Morey y Serra se levantan, expectantes. Fran continúa.
—Acaba de cruzar la frontera. Le han grabado varias cámaras de seguridad cerca del Tarajal.
—Lo hemos vuelto a perder. ¡Maldita sea!
* * *
En la sala de interrogatorios, ante Morey, Fran y Serra, Omar está sentado con su sempiterna expresión beatífica, aun después de asesinar a una mujer, como Morey no puede dejar de recordar.
—Te lo voy a preguntar las veces que haga falta —continúa Morey—. Todos los días llamas a las cinco de la tarde a alguien de esta comisaría. ¿A quién?
Omar no responde.
—¿Quién es el policía que trabaja con la célula? —insiste.
—¿Quién os pasó la pistola? —interviene Fran—. ¿Fue Quílez? ¿Vas a contestarnos a algo?
—Depende de lo que me pregunten. No voy a traicionar a nadie con mis palabras.
Fran respira hondo, comienza a frustrarse. Ese tipo de interrogatorio no es el que maneja bien, sino otras formas, digamos, más directas. Morey retoma el pulso:
—Tarek tenía dieciséis años. Luego vino Karim. Después Marcos, en Estambul. ¿Te suenan?
—Son todos mártires.
—No. Eran tus alumnos. Confiaban en ti y esperaban que les enseñaras lo que hay que hacer en la vida. Y les enviaste a la muerte. ¿Por qué no te inmolaste tú en su lugar?
—Porque yo no merezco ese privilegio. No soy puro, como ellos.
La voz de Serra llega del fondo de la sala, alta y clara.
—¿Es Abdessalam el siguiente?
—No tengo nada más que decir.
—No, claro. De momento. Pero eres un tipo listo. Si nos ayudas... te ayudarás a ti mismo.
—¿Me está ofreciendo un trato?
—Dame el nombre del policía que colabora con vosotros y a lo mejor contesto a esa pregunta —propone Serra.
—No, conteste ya. ¿Qué gano yo con responderle? Porque he matado a su compañera, y haga lo que haga, conmigo no se van a portar bien.
Fran no aguanta más e interviene, poniendo las manos sobre la mesa.
—¿Y qué te crees, puto pedazo de escoria? ¿Que no podemos joderte la vida aquí, en la cárcel, en un garaje? Puto asesino de policías. ¡Vas a suplicarme que te mate!
Fran pierde el control, le levanta con violencia y le estampa la cabeza contra la pared. Ninguno le detiene. Al menos, de momento.
—¡Dime ahora mismo quién de ahí fuera es un traidor! ¡Dímelo!
* * *
A la vez, en comisaría, López está etiquetando objetos, cuando ve que Quílez se levanta y sale. Pasando entre el maremágnum de agentes desconocidos, López se acerca a su puesto y disimuladamente, pincha un pen drive en el ordenador, infectándolo con un troyano autoejecutable.
Tras unos segundos Mati pasa tras él y le sonríe:
—¿Te has confundido de mesa?
—Vaya. Se ve que ando un poco despistado. Ha sido un duro golpe.
Ella asiente, comprensiva, y él vuelve con ella a la mesa, donde le muestra un portátil y unos deuvedés.
—A ver, el portátil de Omar primero —la instruye él—. Una vez revisado por encima, no le hacemos nada. Lo etiquetamos y para los compañeros de informática, a ver qué encuentran.
—¿Y estos deuvedés?
—Aquí hemos copiado los vídeos del portátil, para ir investigando sin que el peritaje nos retrase. —López se los alarga y Mati ve que ya están numerados. López continúa—: Hay que revisar los vídeos para ver qué tienen, hacer un listado de contenidos y mandarlo a los traductores. ¿Entendido? Bien.
López va a volverse para coger otra caja, pero Mati le pone una mano sobre la suya. López se vuelve, sorprendido. Ella le mira a los ojos:
—Solo quería decirte que lo siento. Lo de tu compañera. A lo mejor te viene bien hablar de ello.
—A lo mejor —responde él—. ¿Cuando acabemos de trabajar?
A Hakim, que no les quita ojo, se lo llevan los demonios.
* * *
Morey abre la puerta para que Fátima y Aisha salgan de su despacho, aún con cara de circunstancias después de decirles que, pese a verle en persona el día anterior, no tienen más noticias de Abdú. Aisha, seria, sigue andando hacia la salida, pero para sorpresa de Morey, Fátima se retrasa para hablar con él.
—De todas maneras... Si hay noticias de Abdú, llámame.
—Claro. Descuida. Pero ¿estás bien?
—La verdad es que...
—A ver, abrid paso. —Unos metros más atrás, se escucha la voz de Fran.
Fátima se vuelve, justo a tiempo para ver que este trae esposado a Omar, cuyo rostro adquiere un tono iracundo al verla y la increpa en árabe.
—Tú tienes la culpa de todo. ¡Lo vas a pagar! Zorra de la policía... —Fran sigue empujando a Omar hacia el calabozo.
—Siento que hayas tenido que verle —explica Morey.
—Nunca le había visto así. No parece él.
—Ese es, de verdad, él.
—Sin decir más, Fátima se va detrás de su madre. Al salir, se cruza con Mati y López. Este le hace un gesto para que su compañera espere y se va detrás de Fran y Omar. López llega abajo, justo cuando están metiendo a Omar en su celda.
—Fran, un momento, por favor.
Fran sabe de sobra lo que va a ocurrir y mira para otro lado. Sin mediar palabra, López suelta un brutal puñetazo en la boca a Omar, que cae al suelo sangrando.
—De parte de Carvajal.
López sale de nuevo del calabozo y sube las escaleras, dándole una palmada a Fran en el hombro.
—Curad a este —sentencia Fran— que se ha tropezado.
* * *
Minutos después, Quílez y Hakim entran en la comisaría cargando pesadas cajas, que dejan alrededor de la mesa de Mati y López. Ambos tragan saliva al ver el trabajo de clasificación que se les viene encima.
—Esa no va ahí —corrige Mati—. Estas son las de la casa de Omar. Están llenas de agendas y cuadernos, debía llevar la contabilidad o algo así.
—Tú y yo nos conocemos, ¿no? —Fede se acerca a López, rascándose la barba—. Yo te he visto antes por aquí.
López se hace el tonto. Claro que se han visto antes, cuando se hizo pasar por periodista.
—No creo —repone López—. Me confunden mucho. Mira qué cara más corriente tengo.
—Bueno, no tienes una cara tan corriente —dice Mati—. Yo me acordaría. Y además, eres muy alto.
—Hombre, mira, un piropo. Gracias, eh.
—Anda, no seas tonto. —Mati se sonroja—. Digo que no es fácil confundirte.
Hakim deja una de las cajas con un golpe en el suelo. No le está gustando nada el rollo amistoso que se está creando entre ellos.
—Todavía tenemos que traer de la casa varios kilos de hachís y coca —interrumpe Quílez—. Son dos cajas grandes. ¿Dónde lo quieres poner, Mati?
—Había pensado que en la sala de interrogatorios, que por lo menos hay cámaras. Pero si se te ocurre algo mejor...
Quílez se encoge de hombros y sale, indiferente. Hakim se acerca a Fran con una confidencia:
—Fran... ¿Es buena idea tener a Quílez por aquí?
—¿Ha hecho algo raro?
—No, bueno... Pero está delante en todos los registros, justo cuando confiscamos las cosas... Como desaparezca algo...
—Bueno, pero no le puedo mandar a casa sin una acusación formal.
—Fran, sí que puedes. Eres el jefe.
Fran deja los papeles en la mesa.
—Ya. Pero está más vigilado aquí, por todos estos pares de ojos, que en su casa, en la calle o a saber dónde. ¿No crees?
Hakim asiente. Ambos notan que les están mirando. Es Quílez, desde la puerta. El teléfono suena y Fran lo coge, para evitar su mirada. Asiente, cuelga y abre la puerta del despacho de Morey, donde este está ordenando documentación con Serra.
—Han encontrado el coche de Fouad abandonado y calcinado — anuncia Fran—. Están revisando los restos.
—La manera más rápida de borrar huellas. Fantástico — aplaude, irónico, Serra.
—Estamos revisando los restos. Por lo menos, no parece que haya salido de Ceuta. —Fran trata de salvar la cara.
—Cuando compruebe que eso es verdad, me alegraré.
Morey rompe la tensión con una buena noticia:
—Fran, nos dicen que Driss ha despertado.
* * *
Cuando Fátima entra en casa, la mesa está ya casi puesta. De entre los ruidos de cubiertos y platos, se distingue la voz de Hassan.
—Mira, ya ha llegado. ¡Hija, ven a la mesa! Estamos hablando de la boda con Khaled.
Fátima no puede evitar detener sus movimientos, por instinto. De repente la realidad de la cercanía de su compromiso la abruma. ¿Quiere realmente vivir la vida que han elegido para ella? ¿O quiere definirla por ella misma? No es el momento, piensa. Pero toma fuerzas y entra en el salón, donde su prometido se levanta para saludarla.
—Bienvenida, Fátima.
—¿Has visto al chico? —pregunta Aisha—. ¿Has podido hablar con él?
—Sí. Creo que se va a poner bien pronto.
—Bueno, pues por aquí, el barrio está lleno de policías. Todos preguntando, que si conocíamos a este, al otro... Pero como dice Khaled, mañana se habrán olvidado. Nosotros, a cumplir con nuestro deber.
—Mis primos de Francia ya están de camino —prosigue Khaled, en tono dulce—. Para ellos, la fiesta ya ha empezado. Así que no deberíamos interrumpir lo que ya está en marcha, pues sería un motivo de tristeza para todos. ¿Es eso lo que necesitamos, más tristeza?
Todos niegan.
—Ya se siente cerca. Ya casi estamos de boda —confirma Hassan—. Esta familia lleva demasiado tiempo detenida en el pasado. Pero ahora, con esta boda, podemos pensar en el futuro por fin.
—Y después de la boda —promete Khaled— seguiremos buscando a Abdú. Con más fuerzas incluso.
Hassan y Aisha miran a su hija, esperando que hable. Ella lo nota, agobiada, e improvisa.
—Tienes razón. Tenemos que mirar hacia el futuro. Vaya, ¿no habéis traído agua? Voy a por ella.
Fátima se levanta y sale hacia la cocina. Detrás, oye a Khaled levantarse y decir que va a ayudarla. Pero ella tan solo quería un momento sola... Fátima llena una jarra y Khaled se acerca, lenta y gentilmente, a su lado.
—Tus padres estaban muy preocupados esta mañana.
—Lo sé. Es culpa mía.
—¿Cómo que culpa tuya? ¿Qué te preocupa tanto como para que digas eso?
—Khaled... Lo siento. —Fátima cierra el grifo y se vuelve hacia él—. No he dormido muy bien.
Khaled le toma una mano y le besa la punta de los dedos.
—Esta mañana, cuando salí de Tánger, pensé: cuando vuelva, ya estaremos casados.
* * *
En el despacho de Morey, ambos dan buena cuenta de uno de los bocadillos que Marina ha traído para alimentar al personal. Solo que Morey deja el suyo a la mitad y Serra, que había terminado, se lo pide con un gesto. Entre bocado y bocado, expone:
—El programa de protección de testigos es lento. Además, como menor no acompañado van a poner problemas. Entretanto, mira, llevamos al chico a Madrid con dinero de la Casa, le damos un nombre falso y a estudiar. Y en unos años tiene una vida que aquí nunca hubiese soñado.
—Bien. Driss se lo merece. Se ha portado como un héroe.
—En cualquier caso —continúa Serra—, aún no tenemos ni idea de lo que Akrab está planeando. Se nos pueden escapar en cualquier momento.
—Por cierto, ¿no crees que tendríamos que ponerle más vigilancia a Quílez? —pregunta Morey—. Le estamos dejando muy suelto.
—¿Quieres decir «más» vigilancia? —Serra le guiña un ojo y le enseña su tablet, en la que se ve un escritorio de PC moviéndose solo: el cursor escribe, el ratón se mueve...—. López le ha metido un «bicho». Lo están grabando todo desde la central. El ordenador está limpio, como imaginábamos, pero podemos ver cosas como esta.
Serra le muestra un clip en el que el cursor abre la base de datos de la policía. Primero mira la ficha de Fouad y luego el perfil falso de Carvajal. De repente, la puerta se abre y Fran, de nuevo, aparece. Pero su expresión es bien distinta a la de antes.
—Caballeros, ¿me acompañan fuera?
Intrigados, Serra y Morey le siguen fuera del despacho. En el centro de la sala Fran muestra un teléfono y anuncia:
—¡Le tienen! ¡Tenemos a Fouad!
Una explosión de alegría en comisaría hace que todos los agentes se den la mano, se abracen, hagan gestos de victoria. Serra y Morey aguardan los detalles.
—Le han trincado en el Tarajal. Ha intentado cruzar la frontera con otro coche, pero le han descubierto. Se ha resistido al detenerle, tiene la cara un poco tocada, pero está bien. Serra —Fran le pone la mano—, ¿he cumplido o no?
En un gesto raro en él, Serra le choca la mano: la ocasión lo merece. Todos se separan, cuando Fran se sorprende de encontrarse a Quílez cogiéndole del brazo. Este baja la voz:
—Acabo de hablar con Aníbal. Es la segunda vez que llama, dice que tiene que hablar contigo urgentemente.
—Pues si llama otra vez —Fran se suelta del agarre—. Dile que me deje en paz urgentemente. Con la que tenemos montada...
—Si ya se lo he dicho. Pero dice que tiene que verte hoy.
* * *
Un rato después, con el humor muy cambiado para bien, López apila en la sala de interrogatorios las cajas que han estado revisando toda la tarde, terminando por la que guarda las agendas de Omar. López se fija en las cámaras, y vuelve a la sala central de la comisaría, donde Mati continúa visualizando vídeos.
—¿Las cámaras de la sala están conectadas y grabando permanentemente?
—Si se quiere, sí.
López asiente, satisfecho. Se pone a su lado y se agacha para ver qué está viendo.
—Y ¿cómo vas con la revisión de vídeos?
—Pues faltan bastantes. —Mati le muestra un documento con la lista—. Hay de todo: entrenamientos, secuestros, imágenes de la guerra de Afganistán y cosas así.
—Esa película la he visto unas cuantas veces. Pero al final, siempre ganan los buenos.
Ambos ríen de buena gana, más tranquilos después de las noticias de la mejoría de Driss y la detención de Fouad. Pero hay alguien que, cuando más ríen ellos, más celoso se pone: Hakim. Mati sigue riendo con ganas y López se lleva otra de las cajas. Pero a Mati se le borra la sonrisa cuando tiene que abrir otro vídeo. En él aparece el prisionero al que van a decapitar.
* * *
Fran llega con prisas a la terraza del Sol y Sombra, un territorio neutral ideal para el encuentro con Aníbal y su lugarteniente Corto. Fran se sienta junto a ellos y mira su reloj. Ni se molesta en pedir una cerveza.
—Bueno, Fran, que ya pensaba que no venías.
—No veas la que tengo encima, Aníbal. Considérate con suerte. ¿Qué es eso tan urgente, a ver?
—Que estoy mosca, Fran. Te dije que me han robado dos veces esta semana, ¿no? Pues, ¿no va el Polaco y viene a llorarme, que dice que Faruq le ha echado porque le han robado también? ¿Qué está pasando, Fran?
—Pues que os estáis robando el uno al otro. O hay un tercero más listo que vosotros dos. Dímelo tú.
—O eso es lo que Faruq quiere que pensemos, y nos marea para que no pensemos que es él. ¿No te jode? Yo no sé para qué hostias te unto, Fran.
—Bueno, pues espérate tranquilito a que pase el lío que tengo montado y me encargo de hablar con él.
—No Fran, no me jodas. Yo no puedo cerrar el negocio por esperarte. — Aníbal baja la voz—. Esta noche me viene una zodiac y voy a ir en persona. Quiero que estés allí, a ver qué coño pasa.
—O sea, que tengo en alerta a toda la policía de la ciudad y tú te traes un cargamento. Si es que pareces tonto, hombre. Retrásalo un par de días.
Aníbal suspira, fastidiado.
—Joder. — Aníbal resopla—. Anda, corto, llama al Christian y dile que pare máquinas hasta nueva orden. Y si pregunta que por qué, dile que «por los cojones de Aníbal, que los tiene así de hinchados».
Fran pone un par de monedas sobre la mesa a modo de despedida.
—Coño, Fran, qué prisa llevas. Que un día te va a dar «un estrés» o algo, tío.
—Pues llévame flores al hospital...
Fran se aleja unos metros... Pero de repente, una idea nace en su cerebro, tan fuerte que le hace detenerse en seco. Tras reflexionar unos instantes, Fran se vuelve hacia Aníbal.
—Eh, dime una cosa. El hachís que te han robado... ¿Venía en barras, en bolas o camuflado de alguna manera?
—En paquetes de café. ¿Por qué? —Pero Fran no contesta, su cerebro va a cien por hora—. Fran.
—Por nada. Por nada. Solo por si me lo encuentro.
Ahora sí, Fran se gira y echa a andar, de vuelta a la comisaría con una idea en mente. Corto saca a Aníbal de sus propios pensamientos.
—Aníbal, que dice Christian que no puede ser.
—¿El qué no puede ser?
—Que no puede parar la entrega. Que ya ha cargado la zodiac y cuando la tiene cargada, la pone a dar vueltas por ahí, vamos, que ya no vuelve al puerto.
—Entonces, ¿qué?
—Pues que dice que como quedamos, que esta noche nos la planta en los acantilados. Que no hay vuelta atrás.
* * *
El coche de Morey se detiene no lejos de la plaza del cafetín, en una calle lo suficientemente recóndita como para no tener un mal encuentro, pero no tan lejos como para que Fátima, que llega desde su casa a reunirse con él, se sienta tranquila. Ahora están juntos y en silencio. Con todo lo que tienen que hablar... Ella no está segura de lo que debe decirle, porque ni siquiera está segura de lo que quiere hacer con su vida. Él no pretende agobiarla. Pero pese a su promesa, tampoco sabe de qué otra cosa podría hablarle, que no sean ellos mismos. Fátima, al menos, lo intenta.
—¿Cuándo crees que reabriréis el Centro Cívico?
—Depende. De lo que vayamos encontrando. Y de las circunstancias.
—Pero ¿esperáis que pase algo más? Porque si Omar y Fouad están detenidos...
—Sí, ya me queda poco por hacer. Es posible —Morey sopesa lo que va a decir, pero decide que es lo honesto— que me manden pronto de vuelta a la Península. Aunque aún me queda traerte a Abdú.
Morey se gira hacia ella para evaluar su respuesta. Al fin y al cabo, es lo único que le retiene allí. Pero no puede evitar extrañarse ante la respuesta de Fátima. Una respuesta que, por otro lado, es reveladora y muestra por fin una voluntad de aceptar su destino.
—Abdú no quiere saber nada de nosotros, Javier. Mi familia quiere verle, claro, pero no podemos seguir detenidos por él. Tenemos que seguir andando hacia el futuro.
—El futuro.
Ambos saben lo que significa eso: lo que la vida parece haberles destinado, lo que eran antes de conocerse, el punto donde sus caminos han de separarse.
—Fátima... —aventura Morey—. Sé que a lo mejor no debería decirte esto, pero sabes que te quiero. Y estoy seguro de que tú sientes lo mismo. Eso es todo lo que debería importar.
Ella cierra los ojos, consciente de lo que se le viene encima. Sus sentimientos están a punto de desbocarse otra vez. Morey le coge la mano y ella se deja hacer. No la retira, pero tampoco le devuelve la caricia. Para ella, ya es un comienzo. Morey continúa.
—Dime que estoy equivocado. Que hay cosas que importan mucho más que nosotros. Y no volveré a preguntarte lo que sientes.
Fátima sabe que está superando la prueba. Que se está volviendo inmune y quizá hasta indiferente a los sentimientos que él le despierta. Quizá seguirán ahí, en lo más profundo de su corazón, pero tan pronto aprenda a ignorarlos del todo, podrá seguir adelante con lo que verdaderamente es su vida, su mundo, su familia, su futuro. Y lo está consiguiendo. Fátima se vuelve hacia él. Y Morey nota que algo ha cambiado en ella, algo que interpreta como cansancio por lo que pasaron hace unas horas, o como preocupación por su hermano, o simplemente como las apariencias que ambos deberían guardar. Pero entonces, ella retira la mano y sale del coche sin avisar. Antes de alejarse, le dice, a través de la ventana:
—Javier, te lo dije hace tiempo. Y te lo tengo que volver a decir: si no entiendes una mirada... tampoco entenderás una larga explicación.
* * *
Frente a Morey y Serra, un sonriente Fran lanza un paquete de café sobre la mesa del despacho. Saca una navaja y abre en dos el paquete. Está lleno de hachís.
—Era muy fácil. Akrab se financia con la droga que roba a las bandas.
Serra y Morey se miran, sorprendidos: Fran ha dado en el blanco.
—Claro —asiente Morey—. Y luego la puede revender a esas mismas bandas.
—Revende más caro algo que le sale gratis en todos los casos. Costo a coste cero —confirma Serra.
—Y con un poco de suerte —deduce Fran—, consigue que las bandas se culpen entre sí y se maten los unos a los otros.
Todos asienten, de acuerdo con sus conclusiones. En ese momento, entra López, con guantes y una bolsa de plástico.
—Esto os va a encantar. —López hurga en la bolsa—. La Científica se ha puesto a desmontar el coche en que iba Fouad cuando lo detuvieron. Ya sabéis lo que les gustan los mecanos. Bueno, pues debajo de la rueda de repuesto, en un doble fondo, había una caja metálica que no se quemó...
De un sobre, López saca distintos objetos metidos en bolsas transparentes, que enumera:
—Un sobre con pasta. Varios pasaportes falsos, entre ellos uno con la foto de Driss. Tres móviles. Y...
López sostiene una pistola por el cañón. Tiene varios restos de pegatinas. Es el arma que Fouad quiso entregar a Driss... Y que Quílez confiscó a Fontana. Fran la reconoce enseguida.
—Esa pistola desapareció de aquí. Se la quitamos a un detenido.
—¿Cómo que desapareció? —inquiere Serra.
—Debería haber sido enviada al juzgado. Pero alguien se la llevó.
—Pues ese alguien —deduce Serra— se la ha hecho llegar a Fouad. El mismo que lo hizo con Tarek.
Fran y Morey intercambian una mirada cargada. Serra lo nota.
—Sabéis algo que yo no sé.
* * *
Minutos después, Quílez está sentado con todos ellos en la sala de interrogatorios. No ha sido agradable para él, ni para nadie, ver cómo Fran le pedía delante de sus compañeros que les acompañase dentro. Ni, Quílez lo nota, este rato va a ser fácil. Porque a estas alturas no hay manera de que nadie lo crea, y lo sabe. La pistola incautada está sobre la mesa.
—Es hasta gracioso —empieza Quílez— porque se lo he oído decir a todos los que yo mismo he sentado en esta silla. Pero no tengo ni puta idea de lo que me estáis contando.
—Quílez, si va a confesar —dice Morey—, hágalo pronto y no nos haga perder el tiempo.
Quílez tiene una media sonrisa irónica en la cara. Porque ahora entiende a tantos y tantos detenidos a los que él decidió que no iba a creer. Sabe que no hay manera. Que nada de lo que diga les hará creerle. Y aun así, siguen preguntándole, una y otra vez.
—Mirad, yo ni siquiera sabía que se habían llevado la pistola. — Quílez mira directamente a Fran—. Tú tampoco me crees, ¿no?
—No te creo porque te vi llevarte la pistola. En esta misma habitación. Tras el interrogatorio a Fontana.
—Claro, coño. Para hacer las diligencias.
Morey decide intervenir con otra información, esperando que de alguna manera, el sospechoso se vea acorralado.
—Quílez, en los últimos tres años, alguien le ha ingresado mucho dinero en su cuenta bancaria. ¿Quién?
Quílez se tapa la cara con las manos, se frota los ojos.
—Joder. Estoy flipando. Me habéis fisgado hasta las cuentas del banco. Sinceramente: tuve que pedir dinero prestado. Me salió mal una inversión. Es la verdad.
—¿Y quién te lo dio?
—Joder, Fran, tú sabes lo que me jode reconocer esto, porque no aguanto al tipo ese. Pero se lo pedí al hermano de mi mujer. Me hizo un favor de la hostia. Pregúntaselo a él mismo. Pero no a mi mujer, eh, que ella no lo sabe y me buscas un problema.
—Así que tu cuñado.
—Pues sí. Haberme preguntado. En lugar de tenerme aquí como a un indeseable y forzarme la cerradura de los cajones. — Quílez se dirige a Morey—. Llamad a mi cuñado. Es constructor. Tiene dinero negro y me daba la pasta en metálico. ¿Que Hacienda le mete un paquete? Pues qué le vamos a hacer, ya hablaré con él.
Fran y Morey se miran. Son muchos años interrogando a sospechosos, y aunque Quílez conoce todos los trucos, podría estar diciendo la verdad. Pero precisamente porque es su amigo, porque ha sabido engañarle en el pasado, no puede creerle tan fácilmente.
—¿Le diste la pistola directamente a Omar?
Quílez se está poniendo nervioso, pero trata de hablar cada vez más sereno. No le sale.
—Vamos a ver. ¿Somos policías o no? Esa pistola tiene mis huellas. La podían haber tirado a cualquier pozo. Alguien la ha plantado para que la encontréis y me caiga el marrón a mí.
—No tiene sentido. Estaba en el coche de huida de Fouad.
—¿Qué tiene sentido, cojones, Fran? ¿Que soy un terrorista? ¿Te has oído?
Morey sigue presionando por su lado.
—Podría ser que pensara que solo estaba haciendo un negocio. Que lo que hicieran con ella no era su problema.
Quílez respira hondo, muy hondo, y expulsa el aire hasta el final.
—No sé ni para qué me defiendo. Ya habéis decidido que tengo la culpa de todo lo que os parezca bien. Haced lo que queráis conmigo. Pero todo eso es una puta mentira.
Quílez se vuelve hacia Fran y lo repite:
—Una puta mentira.
* * *
En la sala central se respira nerviosismo y malestar en los corrillos que se forman, donde los compañeros de esta y otras comisarías comparten todos los rumores que al final surgen sobre Quílez, el policía detenido, el sospechoso de ayudar a los terroristas, que encubrió a su hijo tras matar al de Fran... Mati trata de seguir ajena a todo ello, mientras repasa los vídeos y apunta el minutaje de todo lo que sale en ellos. Hakim llega junto a ella y López y comenta:
—Mira que el dinero pudre a las personas, ¿eh?
—Bueno, a mí me gustaría escuchar la versión de Quílez. Todo esto es un poco raro —aventura Mati, siempre prudente.
—Es raro, o no —matiza Hakim—, necesitaba dinero y lo consiguió ilegalmente. Lo que vemos aquí todos los días.
—A Quílez le acusan de colaborar con un grupo terrorista. Eso es bien diferente —sentencia López, levantándose. Irritado, se va a la sala de descanso.
—No sé cómo le aguantas, menudo gilipollas... —prosigue Hakim—. Oye, ¿te queda mucho? Me prometiste que cenaríamos juntos por tu cumpleaños.
—Pues la verdad es que me queda un rato...
—Bueno, pues cuando vayas a salir, me avisas. Así tengo la cena preparada cuando llegues.
—¿No esperas a ver qué pasa con Quílez? —se extraña Mati.
—Bah, no. Va para largo. Luego me lo cuentas.
Hakim le hace una discreta caricia en la mano para darle ánimos. Ella le sonríe, agradecida. Cuando Hakim sale, Mati suspira... Y vuelve al monótono trabajo de minutar los vídeos.
* * *
Ya de noche, Fátima sale a la terraza de su casa. Necesita estar sola y pensar. Todo lo que ha pasado en los últimos días... Cómo su vida parecía ir en otra dirección, y de repente, se ha vuelto a enderezar... De alguna manera siente que todo lo que llegó con Morey la sacó de un camino que siempre fue el suyo. Mucho de lo vivido fue divertido, emocionante, pleno de sensaciones... Pero también inestable, crítico, pasajero. Y Fátima empieza a creer que la pasión que sienten el uno por el otro depende en exceso de esas situaciones críticas, del peligro, de la esperanza, de la necesidad de sentirse protegida, de que alguien con capacidad para resolver sus problemas estuviese a su lado, que alguien le diera la certeza de poder arreglar una situación que ella sola no podía manejar. Pero ahora que todo parece volver a su cauce, para bien y para mal, ese ritmo alterado y sincopado se aquieta, y con él, sus sentimientos. Ella se siente más lejos de él. Y todo es natural, y debe ser así.
—¿Fátima? —La voz de Khaled sube por la escalera.
—Aquí.
Y seguidamente, su sonriente prometido se le acerca despacio, con una cierta timidez y miedo, temiendo molestarla, no queriendo turbar los momentos que ella elige para sí.
—Yo también necesito estar solo a veces. Para ordenar mis pensamientos.
—Ni aun así lo consigo. Creo que cuanto más sola esté, más se desordenan.
—¿Me dejas que te dé un consejo?
Fátima asiente.
—No sé cuáles son esos pensamientos, ni por qué están en desorden. Pero te puedo decir algo: no tengas miedo.
—Nos han ocurrido tantas cosas en los últimos tiempos, Khaled...
—Lo sé. Pero los que tienen miedo nunca consiguen nada... Porque solo esperan que no les pase nada. Tenemos que luchar por nuestros deseos.
Khaled ha pronunciado la última frase muy cerca de ella. La toma por la cintura e, inclinándose, la besa en los labios. Y Fátima quiere sentir. Quiere sentir que ese beso cálido, que él cree tierno y respetuoso, pero que para ella es lacio y sin pasión, quiere sentir que ese beso puede alimentar su ansia de vida, de amor, de sentimientos y de futuro... Pero no lo hace. Y sin ninguna intención de besarla más, más fuerte y más profundo. Sin querer arrebatarla de su cuerpo ni provocarle un quejido de felicidad, una risa que la ahogue, un llanto por el miedo de perderle o un escalofrío de placer... Khaled se separa de ella, siempre amable, tierno, dulce. Es un decente prometido, va a ser un gran esposo, será un buen compañero... Y nada más.
—Khaled, quiero que adelantemos la boda. Celebrémosla ya. En un par de días si podemos.
—Por supuesto que sí. Me alegra tanto oírte decir eso. Haremos lo que quieras.
Khaled baja las escaleras, dejándola sola de nuevo, dejándola en ese espacio infinito de aire que tiene alrededor, de vacío de vida y de un futuro al que ya ha renunciado... Cuando lo que ella necesita es todo lo contrario: que la abracen, que la asfixien, que la arrebaten. Sola en la noche, Fátima acaricia su móvil en el bolsillo.
—Lo cierto... —reflexiona Morey—, es que me gustaría estar muy lejos de aquí.
—Pronto lo estará. A usted, por lo menos, le cambian de destino. A mí ese destino me ata a esta ciudad. Nos debemos mucho, ella a mí y yo a ella, supongo.
Morey reflexiona sobre lo que acaba de decir Fran. Y su móvil vibra. Un mensaje. «Necesito verte».
* * *
Tras el larguísimo día, Fran y Morey apuran los últimos momentos en la comisaría, con la satisfacción de saber que todo lo que podían resolver está resuelto y dejando al cansancio, al sueño y al bienestar infiltrarse poco a poco en sus huesos, en sus músculos, y por fin, en sus ánimos: el día ha terminado.
Serra y López se fueron hace tiempo, Morey mira por la ventana con un cierto aire de melancolía y Fran se ha quedado unos segundos mirando al infinito, por fin tranquilo. Solo se «despierta» cuando Morey comienza a hablar.
—En la Casa están muy contentos. La célula está desactivada y hemos descubierto al topo. Posiblemente den mi trabajo por terminado aquí muy pronto.
—Entiendo. Misión cumplida.
—Sí... Lo que pasa es que debería estar contento. Pero no sé si lo estoy.
—Normal, Morey. Resolver estos asuntos nunca sale gratis del todo. Siempre pagamos un precio. Ha muerto una compañera, y yo acabo de detener a quien hace dos días era mi mejor amigo. El caso se cierra, pero estas heridas quedan abiertas durante mucho tiempo.
Lejos de allí, en la misma carretera del monte Hacho donde comenzó una historia con un cadáver en un maletero, otro coche baja a toda velocidad. Dentro Aníbal conduce mientras lleva a Corto de copiloto. Van algo nerviosos.
—De verdad... Corto, al Christian este no le vamos a dar ya ni la hora. No te jode, el listo. Al final he tenido que venir yo en persona a ocuparme de estas mierdas, con lo que me jode mojarme los pies... Menos mal que siempre echa algún kilo de más, porque si no... Para matarle. Oye... ¿Aquello qué es? ¿Un coche? —Efectivamente, unos metros más adelante hay un coche parado—. No me jodas. No me jodas. ¿Qué hace ahí? Saca el hierro, Corto. Vamos.
—¿Estás seguro, Aníbal?
—Voy a pasarle a toda hostia — Aníbal acelera— y asegúrate de que ve bien la pistola, no sea algún gilipollas que nos la quiera liar. Agárrate, agárrate. — Aníbal pisa a fondo—. Se van a cagar de miedo, esos hijos de...
Pero Aníbal se calla, al sentir el cañón de la pistola en la sien.
—Corto, ¿qué cojones haces, me cago en mi madre?
—Para, Aníbal.
—Y una polla — Aníbal acelera aún más y mete otra marcha. Pasan de largo al otro coche—. ¿De qué va esto?
—Aníbal, para el coche o te vuelo la cabeza. —Sin esperar respuesta, Corto dispara a unos centímetros de su cabeza, haciendo estallar el cristal.
Asustado, por fin, Aníbal para el coche.
—¿Por qué me haces esto? ¿Por qué?
—Dale para atrás. —Corto le pone la pistola en la cara—. Para atrás.
Aníbal obedece.
* * *
Mientras, en la comisaría, una agotada Mati mete uno de los últimos deuvedés que le quedan por repasar en el reproductor. Cuando pulsa play, se encuentra de nuevo una grabación deficiente de muchachos musulmanes rezando en una casa, en una especie de celebración en la que varios adultos les miran. Lo pasa hacia adelante varias veces, pero parece que no va a ser muy diferente de todos los demás. Hasta que ve algo que le dispara un brote de adrenalina. Mati vuelve atrás, la cabeza a cien y el corazón a mil, buscando el fotograma donde cree haberlo visto. Porque no puede ser verdad. No, ha visto mal, se ha equivocado. Mati avanza fotograma a fotograma. Y allí está. Es él.
* * *
Aníbal está atado con bridas a una señal de tráfico, viendo cómo dos encapuchados con pasamontañas pasan el alijo de droga de su coche a una furgoneta. Cuando acaban, Corto se acerca a él, pistola en mano. Pero Aníbal no se achanta.
—Corto de los cojones. Me voy a cargar a toda tu puta familia uno a uno, y me los voy a cargar delante de tus ojos. ¡Te lo juro!
—Menos huevos, Aníbal —Corto le pone la pistola en la frente—. ¿Y si te remato yo aquí mismo? Así te quito las ganas de joderme.
—Joder, Corto. Con todo lo que he hecho por ti, tío. ¿No te acuerdas? ¿Eh?
—Porque me acuerdo, te doy una oportunidad, Aníbal. Me la voy a jugar contigo. Pero como le pase algo a alguno de los míos, sabes que la gorda de tu madre se va la primera, después tu hermano el del maco, y tú vas después a los peces. Sabes que hablo en serio, ¿no?
Aníbal finalmente asiente. Uno de los encapuchados silba y Corto acude con ellos. El primer encapuchado saca un enorme fajo de dinero y se lo pone en la mano.
—El coche lo tiras dos curvas más allá, y te olvidas de todo hasta la próxima, ¿de acuerdo?
Corto asiente, y sin más, se lleva el coche de Aníbal. El primer encapuchado entra en el coche, y el segundo arranca.
—La suerte está con nosotros, hermano. —El primer encapuchado se descubre. Lleva barba y no le conocemos—. Les vamos a devolver el golpe a los infieles.
El segundo encapuchado se quita también su máscara, encendiendo el motor. Y su voz nos es más familiar.
—Allahu Akbar, hermano.
Y Hakim acelera a tope.