7
EN EL FILO DE LA NAVAJA
Esta mañana Fátima tiene clase a primera hora, y quizá para olvidarse un rato de las preocupaciones de los últimos días, camina por la calle, preparándose como puede la clase, repasando conceptos y releyendo papeles mientras camina hacia el Centro Cívico. Y entonces, todos vuelan por los aires.
— ¡Chicos, cuidado...!
Dos chiquillos de unos seis años han salido de un portal cercano, empujándola, con lo que Fátima ha perdido el equilibrio y sus apuntes se han desparramado. Cuando se va a recogerlos, siente algo raro: alguien la mira. No muy lejos de ella, un tipo esconde su rostro de nuevo tras una cámara fotográfica, accionando el disparador. Fátima duda. ¿Le está haciendo fotos a ella? Pero el hombre pasa de largo, sin mirarla, fotografiando edificios, portales, a los niños que pasan por la calle. «Estoy imaginando cosas. Las gorras de béisbol y los calcetines con sandalias suelen ser la marca del turista», piensa ella. Fátima recoge sus papeles y sigue andando, pero al doblar la calle vuelve a ver de nuevo al turista, esta vez hablando por el móvil. Instintivamente, el fotógrafo se vuelve y sigue hablando. «Con tantas emociones últimamente, solo me faltaría empezar a estar paranoica», piensa. «No vivo en una película de espías». Pero cuando gira la esquina, todas sus preocupaciones se desvanecen, para ser sustituidas por otras más graves: la policía está acordonando el Centro Cívico.
* * *
Mati y Hakim se encargan a medias de sacar a los curiosos del centro, impedir que los chavales se cuelen, soportar las protestas de las madres, ayudar a los profesores a organizar a los alumnos y muy especialmente, de dar explicaciones a Omar, el director:
—¿Y esta vez aparecerá lo que han robado o nos despedimos de todo para siempre? —se queja él.
—No es tan fácil, señor —repone Mati, mientras extiende la cinta policial.
—Ni es tan fácil conseguir que la administración nos envíe ordenadores nuevos. ¿Sabes cuánto papeleo vamos a tener que rellenar? ¿Cómo vamos a dar las clases de informática en los próximos meses?
—Por lo menos esta vez no han pintado en las paredes, ni han orinado en la sala de profesores, ¿no? —repone Hakim.
—Con ese ánimo, yo te voy a decir lo que es difícil: que confiemos en vosotros.
Omar se aleja con su clase, tratando de que no se le pierda ningún chaval. Hakim le hace a Mati un gesto hacia un coche que llega, del que bajan Fran y Morey.
—El inspector jefe se interesa por un simple robo. Cómo se nota que la profe de aquí tiene enchufe.
Mati y Hakim saludan y refieren lo que saben mientras caminan hacia la puerta. Morey examina la cerradura: está intacta.
—Se han llevado dos ordenadores y una impresora de la sala de profesores. El ladrón o los ladrones tenían la llave. El director, Omar, fue el último en salir, y asegura que cerró.
—Averigüe cuántas personas tienen copia —Morey entra en el centro, y señala un curioso rastro, como el dejado por unas estrechas ruedas—. ¿Qué es eso?
—Las ruedas de un contenedor de basuras —interviene Fran—. Lo usarían para llevarse el botín. No es la primera vez que lo veo.
—Echen un vistazo —Morey asiente— a ver si alguna comunidad de vecinos denuncia el robo del contenedor, o lo encontráis fuera de su sitio. Si me disculpan...
Morey ve venir a Fátima y sale a su encuentro. Ambos se quedan a un paso de distancia, las manos en los bolsillos. Algo difícil cuando sus verdaderos deseos son comerse a besos, ocultarse del mundo, buscarse mutuamente entre las sábanas... Y en ese lugar público no pueden siquiera mirarse como les gustaría.
—Buenos días. Fátima. Me temo que han entrado a robar.
—¿Han roto muchas cosas? —Fátima suspira, por un lado aliviada porque últimamente solo piensa en lo peor... Y fastidiada porque desgraciadamente, se ha acostumbrado a que entren al centro a robarles.
—Aún no he entrado, ahora vienes con nosotros. ¿Todo bien? —la pregunta, obviamente, va con segundas. Es todo lo que pueden permitirse en público. Fátima simplemente asiente.
* * *
El estado de la sala de profesores es el que todos podrían esperar de un robo: sillas volcadas, papeles por el suelo, puertas de armarios abiertas...
—¿Solo faltan los ordenadores? —pregunta Mati, libreta en mano.
—A falta de ordenarlo todo, y que echemos de menos algo más... Yo creo que sí. Los ordenadores y la impresora, vamos, lo que vale algo —responde Omar. Fátima y los demás entran en escena—. Se han llevado tu portátil, Fátima.
—Pero si era una antigualla...
—Iría a pedales, pero se lo han llevado —prosigue Omar—. Si vinieran más a mi clase, hubiesen visto que no les iba a servir para nada. En fin, lo que no he mirado es si se han llevado el equipo de música del almacén. Déjame la llave, anda, Fátima, que de ahí no tengo...
—Pues qué raro. —Fátima hurga en las profundidades de su bolso mientras Morey intercambia una mirada con Fran—. No las tengo. Pero si siempre las llevo...
—No se preocupe —zanja Fran—. Omar, venga conmigo. Lo abriremos nosotros. Mati, Hakim.
Fátima y Morey se quedan solos de nuevo. En otras circunstancias él ya se habría acercado a ella para aprovechar ese momento de intimidad. Pero no puede quitarse de la cabeza esa molesta sospecha que Ismail sembró y que Serra está haciendo crecer. ¿Está Fátima implicada? Ella se agacha para recoger los pasquines con la cara de su hermano y la ayuda. Fátima aprovecha el momento de cercanía para hablar bajo:
—Javier, creo que me están siguiendo. Antes, había un tío raro con gafas de sol haciendo fotos.
—¿Árabe?
—¿Y qué más da? —La distinción molesta a Fátima—. Los cristianos también delinquen. No tiene nada que ver. ¿Vale?
—¿Por qué estás tan nerviosa?
—Esto se está poniendo muy difícil para mí. Mi madre sospecha algo de lo nuestro. Si se enterasen de que tú y yo...
* * *
La mujer sale de la papelería con una bolsa. Es difícil que haya dado información o realizado algún intercambio allí, pues los servicios de documentación tendrían la papelería fichada. Ella sale con dos bolsas de plástico llenas de material de oficina, pero antes de caminar por la calle, mira a todos lados, como si buscara a alguien. Como si creyera que la observan. Camina calle abajo y su perseguidor prosigue su camino, siempre dos calles más atrás y apresurándose con discreción cuando el objetivo dobla la esquina. Y se sitúa unos metros por detrás cuando la ve esperando a que el semáforo dé paso a los peatones. Él solo echa a andar cuando la señal verde parpadea, y alcanza a ver cómo ella se adentra por las callejuelas. Ahora tendrá que seguirla más de cerca. Pero cuando va a doblar la segunda esquina del laberíntico barrio... Nota una presencia cerca. Sabe que ha sido descubierto. Que quizá es ya demasiado tarde para sacar el arma...
—Joder, qué susto me has dado —López se apoya en la pared, mientras soporta la sonrisa socarrona de Morey—. ¿Qué coño pretendes?
—Demostrar que a lo mejor deberías volver a la academia unos días... No solo te he localizado yo. Hasta ella, una profesora de adolescentes sin experiencia, se ha dado cuenta de que la sigues.
—Claro. A no ser que esa que tú dices que es una simple profesora sí que tenga experiencia.
A Morey le cambia la cara. ¿Qué insinúa? López saca el móvil y le enseña varias fotos. En ellas se ve a Fátima entregando un sobre al imán.
—Ya que os lleváis tan bien —López continúa—, quizá deberías preguntarle qué son esos pagos al imán.
—No creo que sea nada. El imán está investigado y limpio. Pero estas fotos son de antes de dar la orden de vigilarla.
—Pregúntale a Serra. —López se encoge de hombros y se aleja de allí. Pero antes de desaparecer, aún tiene tiempo de decirle—. A lo mejor el que tiene que volver a la academia eres tú. A repasar la historia de Mata-Hari.
* * *
En el Sol y Sombra la media mañana, justo antes de la hora del vermú, es lenta y el bar está prácticamente vacío, siendo el mejor momento para que Fran escamotee unos minutos a su jornada laboral para ver a Marina. Pero él parece mucho más distante que otros días.
—Fran. Me tienes un poco preocupada. Desde el atentado no pareces el mismo. ¿Cómo lo estás llevando?
—Eso no importa. —Sin necesidad de pensarlo, Fran simplemente se encoge de hombros.
Fran desvía la mirada, para no darle importancia. Marina le coge de la barbilla y le gira hacia ella, hasta que él la mira a los ojos. Pero en la mirada de ella no hay rencor, ni dureza: solo una sonrisa de comprensión.
—A mí, sí.
Fran va a besarla, cuando una voz rota quiebra el silencio del bar, y un hombre de andares desgarbados y barba cana se acerca a él, haciendo sonar las monedas de su bolsillo.
—¡Hombre, Fran! Justo al que estaba buscando. Pelillos a la mar, ¿eh? ¿A que me vas a invitar a una cervecita por la última vez que me detuviste?
—Pues no, Lillo. Me vas a invitar tú, por retirarte los cargos. ¿Te acuerdas o no?
—Buf, quita, aquello de la pistola, vaya rollo, sí, gracias, hermano, qué haría yo sin ti... Marina, guapa, ponnos dos cervecitas, que nos las merecemos. —Lillo palmea a Fran en la espalda, viene con algo que proponerle—. Que me han dicho que han robado en el Centro Cívico.
—Anda, que menudo confidente estás tú hecho, Lillo. Eso lo sabe ya todo el barrio.
—Ya, pero lo que no sabe nadie más es esto. —Lillo saca su viejo móvil, en cuya pantalla arañada puede verse una foto del contenedor de basuras con los ordenadores.
—Los chorizos piden dos mil euros por todo. —Fran no puede evitar sonreír ante la caradura del viejo expolicía—. ¿Qué pasa Fran, que me has visto cara de tonto, o qué?
* * *
Morey entra en comisaría y atraviesa rápidamente la oficina central, haciendo caso omiso a un par de agentes que reclaman su atención y despachándolos con un gesto, mientras marca un número en su móvil.
—Supongo que me llamas porque eres un magnífico agente —bromea Serra— y habéis encontrado los ordenadores.
—No, lo que quiero es saber por qué coño no me contaste contado que habías puesto vigilancia a Fátima.
—Bueno, bueno... Quieto, Romeo. ¿De qué coño te extrañas, a estas alturas del partido? ¿No fuiste tú mismo el que ordenó que se investigase a todo el personal del centro? Obviamente, eso la incluye a ella, ¿no?
—Serra, eso es puro protocolo. Lo que te estoy preguntando es hace cuánto que la seguís. Porque tengo la certeza de que es desde hace mucho. ¿Por qué yo no sabía nada?
—Javi... —Serra resopla—. Los jefes no acaban de verlo claro. Dicen que esta chica moja de todas las salsas, si me permites la expresión culinaria. A su hermano pequeño lo captó Akrab. Su hermano mayor es un narco. Estaba en el lugar del atentado. Ismail mencionó su hombre. Y ahora roban, convenientemente su ordenador. Si no hacemos algo con ella, es que somos gilipollas.
—No... No se merece esto. Ha colaborado con nosotros en todo momento.
—A ver, Javi, que pareces nuevo. ¿Cuántas mujeres hemos visto colaborando con células integristas, presionadas por su entorno... O de motu proprio? Siempre ha protegido a su hermano pequeño. ¿Quién te dice que no está colaborando para distraernos a cambio de proteger a Abdú?
Serra esperaba este silencio. Su pupilo, por fin, responde:
—Si algo de eso es verdad... Lo averiguaré. Pero déjame trabajar a mi manera. No quiero más sorpresas.
—Ni yo más llamadas como esta.
* * *
Morey está sentado en el borde de su mesa, mientras deja que el silencio haga su efecto en el aterrorizado niño. Porque Driss, detenido junto a otros dos amigos por el robo en el Centro Cívico gracias al chivatazo de Lillo —al fin y al cabo, sus sempiternas camisetas del Barça tenían que delatarle—, nunca ha pasado por comisaría antes. Así que ahora mismo, se está preguntando cómo fue tan tonto de dejarse embrollar por sus amigos. Al menos Morey espera que quizá vuelva al buen camino después de un tirón de orejas como el que le van a dar. En ese momento la puerta se abre y Fran le reconoce igualmente.
—¡Hombre! Carne fresca para el calabozo. ¿Es tu primera vez, no? —empieza Fran.
—Pues quizá no sea la última —prosigue Morey — porque no ha abierto la boca en un buen rato.
—Qué bien. Pues llego justo a tiempo para que nos explique qué hacía esto en su bolsillo. —Fran deja sobre la mesa unas llaves con una etiqueta identificativa—. ¿Son las llaves del Centro Cívico?
Driss, instintivamente, asiente.
—Vamos progresando. —Fran las coge y se las enseña—. Mira lo que pone aquí. Seguro que tú sí sabes leer, porque también ibas al centro, y espero que no solo a ratear. Pone «F. Ben Barek».
Driss no tiene artes para mentir, ni aguante para resistir... Y ni siquiera sabe que podría negarse a hablar hasta que viniese la fiscal. Así que continúa cantando:
—Son de una profesora. La señorita Fátima.
—¿Te las dio ella, o se las quitaste? —interviene Morey. —Se las cogí de su bolso sin que se diera cuenta.
—¡Menudo genio del crimen! Así que también te tendremos que empurar por carterista.
—No, no, solo me llevé las llaves —dice él, alarmado—. Nada más. En realidad... —Driss va a confesarlo todo, cuando... Cristina Ruano, la fiscal de menores, entra como un vendaval.
—Buenos días a todos. ¿Empezando sin mí, como siempre? Morey y Fran se encogen de hombros, a duras penas aguantando la sonrisa.
—¿Nosotros? No. No, no, por supuesto que no. ¿Qué insinúa?
—Driss, he venido para ayudarte. Soy la fiscal de menores.
—¿Podemos seguir, digo, empezar? —pide Fran—. Bien, Driss, a la primera y sin ninguna tontería, me vas a decir dónde están los ordenadores.
—Están... En la casa vacía que hay en la calle Clavijo. La que se cae a cachos.
—¿Para quién los robaste? ¿Quién te lo ordenó? —insiste Morey.
Driss mira a la fiscal, que le anima a contestar.
—El Tripas...
—¿Qué dices? ¿La mano derecha de Faruq?
—Si no lo hacía, no entraba en la banda. Necesito trabajar con ellos.
Morey y Fran asienten a Cristina. De momento tienen suficiente para trabajar. Ella le pregunta ahora:
—¿Tienes familia?
Ahora sí que Driss palidece:
—No, por favor, no llamen a mi tío. A mi tío no. Yo... Quiero hablar con la señorita Fátima.
* * *
Un rato después, para pesar infinito de Driss, este tiene que observar a través de las persianas cómo su indignadísimo tío Rachid, conocido en todo su barrio por su honestidad y severidad, pierde los nervios hablando con la fiscal. Y no es para menos... Pues Rachid piensa que con su actitud, su sobrino le ha insultado. Cristina trata de apaciguarle en vano:
—No tome decisiones en caliente. Por favor, recapacite sobre lo que está diciendo.
—Caliente me tiene a mí, que soy su tío, desde que le recogí de la calle. He cargado con él y mire cómo me lo agradece. Ya estoy cansado, es la gota que colma el vaso. Lo he intentado, Alá lo sabe, pero no puedo más.
—Espere, mire, le propongo una cosa...
—No, no me proponga nada. Quédenselo, a ver si consiguen que vaya por el camino recto. A mi casa, que no vuelva.
—Rachid, escúcheme...
Pero Rachid hace caso omiso y sale. Cristina se queda de pie en la puerta: ha cumplido con su deber, no podía hacer otra cosa... Pero está acostumbrada a sacar a los muchachos de estas situaciones, no a crearles otras peores.
Fran cruza la comisaría, hacia la sala de descanso, cuando le intercepta Morey:
—Fran, he hablado con los de arriba. Tenemos que recuperar los ordenadores sin que nadie de la comisaría lo sepa.
—Morey... ¿Cuándo va a dejar de ponerme en un compromiso con mis hombres?
—No se preocupe. Solo se trata de encontrarlos, clonar los contenidos y dejarlos allí de nuevo. Sus hombres los acabarán recuperando, pero necesitamos algo de ventaja para mover la operación. Ya tiene la dirección.
* * *
Driss no sabe qué le da más vergüenza, si que le abronque su severo tío... O enfrentarse a la profesora Fátima, que pese a su dulzura, su paciencia y sus ganas de enseñar, le impone muchísimo más. Quizá es porque está, como buen adolescente, un poquito enamorado de ella. Así que verla tan triste y enfadada, por su causa, es lo peor que le podría pasar en un día que no ha sido precisamente el mejor para él.
—¿En qué estabas pensando? Driss no se atreve a contestar.
—¿No vas a decir nada? ¿Para eso querías que viniera? No hay respuesta. Solo sigue con la mirada clavada al suelo, avergonzado.
—¿Cómo... cómo se te ocurre juntarte con Hicham? Si todo el mundo sabe que es un liante.
—Es mi amigo. Quería hacerle un favor.
Fátima, esperanzada porque por fin ha empezado a hablar, mantiene la presión.
—Pues si de verdad fuese amigo tuyo, te habría dicho que te alejaras de la banda de mi hermano, no te ofrecería ayudarte a entrar en ella.
Fátima aguarda su reacción. Es mucho más de lo que el chico esperaba oír, seguro. Pero su respuesta le sorprende.
—Señorita Fátima... Hicham me escucha. Le importa lo que digo. Me toma en serio. Es el único. Nadie más me quiere escuchar. Ni mi tío, ni nadie del colegio, ni siquiera usted...
—Eso no es verdad.
—Yo solo quiero que me respeten, señorita...
A Fátima le cuesta mantener el tono firme. Cuántas veces no se sintió así de pequeña. Cuántos niños y niñas como él son víctimas silenciosas de la indiferencia de aquellos que piensan que hacen todo lo posible para darles una buena vida..., todo, menos lo más sencillo: escucharles.
—Driss. Ese no es el camino.
* * *
Minutos después, en el despacho de Morey, ella intercede por su alumno.
—Es un buen chico, en el filo de la navaja, como tantos. Coquetea con la banda de mi hermano, pero no deja de venir a clase, y saca buenas notas cuando quiere. Dice que todo lo ha hecho para ayudar a un amigo, el tal Hicham, al que dimos por perdido hace tiempo.
—¿Y tú le crees?
—Es un niño muy necesitado de cariño. Muy vulnerable. Es como un cachorrillo que se va con cualquiera que le haga una carantoña. Me da mucha, mucha pena. Hace cinco años, sus padres murieron intentando pasar a la Península en patera, y desde entonces vive con su tío en el barrio.
—Y... ¿Por qué quería hablar precisamente contigo? — Morey no puede evitar sentirse mal. El caso del chico le interesa, por supuesto, pero no es eso lo que le importa de verdad. Quiere asegurarse de que Driss buscaba consuelo. No quiere pensar que un futuro terrorista está reportando a un superior.
—Nos... nos caemos bien. Conectamos bien con los chicos de esa edad. Además, le tiene mucho miedo a su tío. Me ha pedido que hable con él para que no le dé una paliza, como otras veces...
—Su tío le ha echado de casa.
—Si es que... —Fátima contiene una maldición—. Lo mataría...
—No creo que supiera lo que estaba haciendo...
—¡No hablo de Driss, hablo de Faruq! —Fátima estalla por fin, y Morey ve por primera vez, quizá no por última, su lado más temperamental—. ¡Todo es por su culpa! Yo me mato intentando que los chicos tengan una oportunidad, un futuro, una vida feliz, y él les pone a pasar droga, a hacer de muías, a robar en el Centro Cívico. Parece que lo haga para fastidiarme...
—Tengo algo para ti. —Morey pone sobre la mesa las llaves con su nombre—. Las tenía Driss. ¿No te diste cuenta de que te las había quitado?
—No, hasta esta mañana, cuando he ido a abrir. Estabas tú delante.
Morey guarda silencio un momento, buscando en su rostro un solo indicio de mentira. Un tic. Un guiño. Una mirada sostenida un segundo de más.
—Por cierto, ¿sabes ya quién me seguía?
—No. No tengo constancia de ello. —Es ahora su turno de mentir—. Pero tengo que preguntarte algo más: hace poco, te viste con el imán para entregarle dinero.
—¿Cómo lo sabes? ¿No me estarás espiando tú?
—No te vigilo a ti, sino al imán. —Morey sale del paso.
—Entiendo, sí. Le damos dinero para que medie cuando alguna familia no quiere dejar que sus hijas estudien en nuestro centro. No les gustan los centros mixtos. No es exactamente legal, así que si me quieres detener...
Fátima le extiende las muñecas y el rostro de Morey se tensa por la sorpresa. Hasta que ella le guiña un ojo y él, finalmente, puede reír con ella.
—No me tientes. No me tientes...
* * *
Morey sale a despedir a Fátima a la puerta de la comisaría, cruzándose con Omar, que se identifica ante Fede.
—Vengo a traer la lista completa del material robado...
—Sí, le están esperando. —Omar apenas ha entrado en comisaría, cuando ve a alguien a quien no esperaba ver: el imán del barrio.
—¡Si yo fuese un cura cristiano, no me pondrían ningún problema! —protesta el imán.
—¡Sería lo mismo! —La impulsiva Cristina se crece con cada respuesta—. ¡No mezcle las cosas! ¡Driss está detenido, y no va a recibir más visitas hasta que venga su abogado!
—Pero yo vengo a defenderle... — prosigue el imán—. Su tío le acaba de echar de casa y necesita que alguien le ayude, le apoye... Eso es todo, de verdad.
Omar interviene:
—De verdad, a la que hueles que alguien tiene un marrón encima, ahí estás para comerle la cabeza. Haz caso a la señorita y deja al chico en paz.
El imán, ofendido, les mira con desprecio y sale de allí haciendo aspavientos. Omar hace corro con la fiscal.
—Gracias por ocuparse de Driss. ¿Cómo está?
—Tocado. A ver qué va a ser de su vida ahora, pobre chico. Es huérfano y marroquí, así que se le considera un menor no acompañado.
Mati se une a ellos y le da unos papeles a la fiscal.
—Estamos esperando a que los servicios sociales se lo lleven al centro de Calamocarro.
—Yo doy clases allí dos veces por semana. Si necesitáis que lo lleve, tengo el coche fuera.
Mati pide autorización a la fiscal con un gesto. Ella asiente.
—No puedo dejar que se lo lleve solo, pero ¿podría esperar a que lleguen los servicios sociales, y les acompaña? No tardarán, y el chico se sentirá más arropado con usted... Gracias.
La fiscal coge sus cosas y sale de la comisaría. Mati se cruza de brazos y asiente mientras la ve irse.
—Desde luego, es una santa. Ni que el chico fuese un angelito...
—¿Y quién lo es? —concluye Omar.
Fede hace una seña a Omar y a Mati, mientras Driss permanece a su lado, callado y cabizbajo.
—Ya están fuera. Las de servicios sociales.
Omar toma a Driss del hombro y va hablándole de camino al coche. «Un rapapolvo más», piensa el chico.
—No me lo esperaba de ti, Driss.
—Lo siento.
—Menudo elemento el Hicham ese. ¿Qué necesidad teníais de trabajar para Faruq?
—Porque si trabajas para él, nadie se mete contigo. Estaba harto de que mi tío me pegara y desde que me voy con Faruq ya no me pega tanto.
—O sea, que lo que quieres es que tu tío te respete. Haber empezado por ahí, hombre. Anda, sube al coche y vamos al centro, que de otra charla no te libra nadie. Pero esta te va a gustar.
* * *
En la discreta trastienda del local de ultramarinos alquilado por el CNI, Fran y Morey observan las operaciones de espionaje informático: un técnico introduce unpen drive en el ordenador robado y le instala un «troyano», un programa espía desde el que controlarlo remotamente.
—De esta manera —prosigue Morey — podemos conectar la webcam a voluntad, podremos acceder a los archivos, recabar pruebas...
El técnico hace una señal de «Ok» a Morey, que le pide a Fran el otro ordenador que tiene en la mano.
—Solo queda ese, ¿no?
—El portátil de Fátima. Si supiera lo difícil que me lo está poniendo para defenderla ante mis jefes...
Fran se sorprende de la confianza que le expresa Morey. Para ser un tema completamente secreto y tabú, sus palabras han sonado como las que diría un amigo que quiere desahogarse con otro. «Pero no», piensa Fran. «Este tío no es mi amigo».
—Habrá alguna explicación, Morey.
—No les vale cualquiera. Nos preparan para desconfiar de todo el mundo.
Fran observa un maletín con micrófonos, cámaras, móviles pinchados, inhibidores de frecuencia...
—¿A mí también me pusieron un micrófono?
—No hizo falta.
—No le creo.
—Hace bien.
* * *
La noche es fresca, tranquila, y la plaza del cafetín está animada, sugiriendo que en cada esquina, en cada encuentro y en cada mirada se están creando pequeñas historias que, al menos en este segundo fugaz, en la mente de todos los presentes, son tan plácidas como el momento y el lugar. Para todos, menos para una persona, que como si concentrase en sí todas las dudas, inquietudes y preocupaciones de los viandantes, se siente incapaz de sonreír, de disfrutar de la noche, de su vaso de té y de la compañía de sus amigas, Asun y Pilar.
—Morey me dice que no sabe nada... Pero yo estoy segura de que me estaban siguiendo.
—¿Y si es cosa de Khaled? —pregunta Asun, sembrando sin querer la semilla de una nueva duda—. A lo mejor sospecha algo y te ha puesto un detective...
—No, Khaled no es así. — Al menos, esa es la esperanza de Fátima—. Quizá sus padres... Pero él no. Me sabe mal, porque es un buen chico. De hecho, es el marido ideal. De verdad.
—Pero a ver, aclárate. —Pilar toma un sorbo y continúa—. Tú no quieres un marido, ¿no? ¿O sí? Porque cuando tu policía te roza con la mano y te transporta a ese futuro donde todo es posible, donde el sol no se pone y solo se comen perdices... —Sus amigas ríen, por fin—. ¿Tú estás casada con él y lavándole los calzoncillos, o todo es como un anuncio de colonia?
Las risas se extinguen, y la melancolía vuelve poco a poco a la voz de Fátima.
—En ese futuro... No sé si estoy casada con él o no. Solo sé que no estoy en Ceuta. Estoy con él en un sitio donde podemos salir a la calle cogidos de la mano y abrazarnos sin preocuparnos de si alguien nos está mirando. A lo mejor es lo que tendríamos que hacer, irnos para acabar ya con todo esto...
—No me digas que te estás planteando irte de aquí, por alguien y con alguien que ni siquiera conoces bien.
—Esta Asun —repone la romántica Pilar—, siempre pensando bien de todo el mundo...
—No, en serio —Asun prosigue—: ¿Qué sabes de ese hombre? Podría tener una mujer y dos hijos en la Península y tú no saberlo.
Fátima niega, agobiada. Por supuesto que ha pensado en eso. Y por supuesto que ha hecho todo lo posible por no pensarlo. Pilar sale al rescate:
—Asun, no todo el mundo es como tú, que antes de darle la hora a un chico, le pides un certificado de penales. —Pero esta vez las risas no cuajan.
—Yo solo digo que Fátima —prosigue Asun— se está jugando mucho. Si su familia se entera de todo esto...
—Lo sé, les haría mucho daño —confirma Fátima—. Y no puedo permitirme que pase. Pero al menos, déjame soñar...
* * *
Morey, en la intimidad de su despacho, usa una llave para abrir su cajón y saca varios dosieres confidenciales elaborados por el CNI. Cada uno de ellos tiene una foto de uno de los empleados del Centro Cívico: Pilar, Omar, Fátima... Su móvil suena, y lo coge sin mirar la pantalla.
—¿Has visto lo que te he mandado? —Sin buenas noches, sin saludar, sin identificarse: López.
Morey abre el archivo de procesador de textos, que parece un simple informe sobre ecología y medio ambiente.
—Todo parece normal. ¿Dónde está el truco?
—Estaba en uno de los ordenadores del centro. Nos llamó la atención porque el archivo de texto es demasiado grande para las diez páginas sin fotos que tiene. Pero si te vas al segundo párrafo, y miras el último punto y aparte...
Morey pasa el ratón por encima del signo citado. Y el puntero cambia: del cursor de escritura, se convierte en una mano con el dedo extendido. Morey lo pulsa, y se abre un vídeo. Sus pupilas se dilatan. En el vídeo, hay varios adolescentes montando y desmontando un fusil. Entre ellos, Abdú.
—¿Estás flipando, no? Abre el otro documento y busca también el punto y aparte del segundo párrafo.
Una foto de alta resolución se abre. En ella puede ver a Fátima, Pilar y Omar... con Tarek en el Centro Cívico.
—Ahí lo tienes. Tarek con tu amiguita. Esto debió de ser poco antes de la bomba de Tánger.
—Esto no demuestra nada y tú lo sabes —reacciona Morey—. Olvídate de Fátima de una puta vez y encuentra al hombre de Akrab en el Centro Cívico.
—Hombre... o mujer.
Morey cuelga, y sin saber si obedece a su sentido del deber o a la pasión que le consume, escribe un mensaje a Fátima. «Tengo que verte».
* * *
Fátima detiene el coche frente al mirador, hecha un manojo de nervios, respirando fuertemente y cargada de adrenalina. Son tantas las sensaciones nuevas a las que su cuerpo no parece acostumbrarse: la valentía de rebelarse, el decidir por sí misma, ser lo suficientemente valiente para vivir su propia vida, sin que sociedad, religión o familia la condicionen... Así que antes de salir del coche, en un arrebato, se quita el velo. Y caminando en silencio, las manos a la espalda para exponer su cuerpo, su pecho, su corazón a lo que pueda venirle por delante, incluso si se lo atraviesan, se acerca a Morey, que se gira en contraluz hacia ella, sonriendo al verla llegar.
Sin mediar unas palabras que ya no hacen falta entre ellos, Fátima se echa a sus brazos y le besa largamente, todo el tiempo necesario para olvidar y creer de nuevo que puede llegar a vivir en otro lugar, en otro mundo, en otro universo, y que ese hombre irá con ella de la mano. En la oscuridad que les envuelve las palabras solo podrían entorpecer ya sus sensaciones.
—¿No tienes miedo de que nos vean?
—No.
—¿Yeso?
—Abrázame y calla...
Y pese a que el sol se ha puesto, la noche se ha cerrado en torno a ellos y su rostro está oculto en el pecho de él, Fátima cierra los ojos. Muy fuerte, para que esa oscuridad en que se refugian guarde su secreto para siempre.
* * *
Algo más de una hora después, en el apartamento de Morey, Fátima yace sobre su pecho, plena de esa sensación de poder infinito, de esperanza por la vida, de intimidad compartida y de tener el destino en sus manos que todas las parejas sienten tras hacer el amor. Ella se incorpora y, como una broma que a él le hace sonreír, se pone la camisa de Morey. Aún de espaldas, mientras se abotona, siente que es el momento de hacerle una pregunta:
—Nunca me has hablado de tu familia.
—¿A qué viene eso?
—No sé. La familia es importante para mí. ¿Tienes padres, hermanos...?
—¿Novia, quieres decir?
A Fátima, la pregunta la coge desprevenida. Morey puede interpretar sus palabras como una muestra de desconfianza. Pero también una manera de mostrarse a él como es en realidad: con sus defectos y virtudes, sus certezas y especialmente, sus inseguridades. Morey aguanta unos segundos la respuesta, tan serio que ella se teme lo peor. Pero por fin, él sonríe, juguetón, y habla.
—Tranquila, no tengo novia. Ni hermanos. Mi madre murió cuando yo era pequeño y a mi padre apenas le veo. Nunca hemos tenido una relación muy cercana.
Fátima asiente, aliviada y agradecida. Y súbitamente, enternecida:
—Estás muy solo.
Morey sonríe, un poco avergonzado. Nunca se había planteado que estar solo fuese malo, o triste.
—Si me comparas contigo, sí. Tú tienes a tu familia, a tus amigas, a los chicos del Centro Cívico, a los que apadrinas, ¿no? Tiene que ser duro para ti cuando pierdes a uno de ellos... Lo de Tarek tuvo que dolerte. —Morey casi se muerde la lengua antes de decirlo. Pero lo ha hecho. No es posible para él, después de años de entrenamiento, desconfianza y mentiras, entregarse a alguien así como así. Ni le es posible dejar de trabajar, de interrogar, de investigar. Al menos mientras la persona más abierta y transparente que ha conocido en su vida pueda albergar algún secreto para él.
—Yo apenas le conocía... Pero temo por los otros chicos. Tengo miedo de que acaben como él.
—Pensaba que Tarek iba por el Centro Cívico... Me parecía haber visto alguna foto en que estabais juntos, con más alumnos, quizá en el centro...
—Puede ser. Él estaba en el centro de menores no acompañados de Calamocarro. Pero a veces organizamos actividades conjuntas: excursiones, charlas, esas cosas...
El móvil de Morey suena. En la pantalla, «López». Morey señala al móvil, tiene que cogerlo. Fátima coge la indirecta.
—Voy al baño. —Y desaparece dentro.
—Mal momento, espero que sea importante —responde Morey.
—Conéctate a la cámara del portátil del Centro Cívico, y al escritorio del equipo cuatro.
Morey abre el portátil y conecta remotamente la cámara del ordenador. En el Centro Cívico, Omar está con Driss en la sala de ordenadores. En una ventana, puede verles a ellos; en otra, la pantalla del ordenador que van a usar.
—Muy bien — explica Omar—. Gracias a ti, hemos recuperado los ordenadores, y a cambio, yo te voy a enseñar el truco para que la gente te respete. ¿Adivinas cuál es?
—¿Full contact? ¿Kick boxing? ¿Vale tudo? —enumera Driss, ilusionado.
—¡Informática! —dice Omar, haciendo un gesto de mago.
—Anda ya... Eso es de frikis. Con eso solo se ríen de ti.
—A ver si esto te hace gracia.
Morey observa la otra ventana, en la que ve en tiempo real cómo el ratón se mueve, abriendo un archivo de vídeo. Omar introduce una contraseña y abre un vídeo con imágenes de drones o aviones no tripulados, atacando objetivos militares. Driss los observa, fascinado.
—¿Qué te parece, eh? ¿Mola «todo» o no? Son aviones sin piloto. Se dirigen a distancia, como en un videojuego. Y para manejarlos, solo hay que saber informática. ¿Qué, mejor que el full contact o no?
Driss sonríe y asiente, mirándole con admiración. —Pero Omar... Cuando yo sacaba buenas notas, a mi tío le daba lo mismo.
—Entonces ¿qué, le mandamos un cohete de estos? —pregunta Omar, muy serio.
Driss se sorprende por un momento. Pero se relaja cuando Omar se parte de risa.
—Que no, hombre. Para tu tío usaremos otras armas. Háblame un poquito de él. ¿Quién es? ¿Dónde trabaja? ¿Qué defectos tiene?
—Rachid. Tiene una tienda de alimentación. Y es un hipócrita.
—Vale, pues vamos para allá y por el camino te cuento lo que podemos hacer.
Omar y Driss salen de la sala, apagando el ordenador y las luces. La voz de López devuelve a Morey a la realidad.
—El típico rollo de reclutador. Pero gracias a esto, hemos encontrado varios vídeos de entrenamientos y propaganda yihadista, y el muy gilipollas nos acaba de dar la contraseña para abrirlos. Bueno, pues finalmente, nuestro hombre era un hombre —reconoce López—, a menos que no estuviese solo.
Morey acusa de nuevo el golpe. Pero se le está ocurriendo una idea para despejar sus dudas. López le pregunta:
—¿Quieres que vaya a ver qué van a hacer con el tío del chico?
—Tengo a alguien mejor para ese trabajo.
Morey cuelga y reflexiona unos momentos, pensativo. ¿Debe hacerlo, o no? Lo que se le está ocurriendo es arriesgado y manipulador. Pero también es la única manera de averiguar las lealtades de Fátima. Ella sale del baño y regresa junto a él. Pero viene particularmente seria. Le enseña una gorra. Una gorra de béisbol de un equipo americano.
—He encontrado esto en el baño. —El tono no es informativo, es acusador—. Es la misma gorra que llevaba el hombre que me seguía.
Morey sonríe, un poco forzado. «Voy a matar a López» pasa por su mente en ese momento.
—Bueno, estaba de oferta, así que aunque es una gorra feísima, tienen que haber vendido muchas.
Fátima intenta sonreír, pero no le sale. ¿Dice la verdad? ¿O la está mintiendo de nuevo? Morey aprovecha el silencio incómodo para cambiar de tema.
—Tengo que pedirte un favor. Verás, me preocupa ese alumno tuyo. Driss. La fiscal trató de hablar con su tío, pero no le hizo caso. He pensado que podrías ir tú a hablar con él a ver si le readmite en casa.
—Así que a ti también te preocupan los chicos del barrio. —Fátima, por fin, sonríe.
—Claro. ¿Lo ves? No somos tan diferentes.
* * *
Fátima aparca el coche cerca de la tienda de Rachid, y mientras se quita el cinturón, aún ve luz en la tienda, así que deduce que el anciano todavía debe de estar despachando. Pero según va a salir del coche, unos gritos la detienen:
—¡Cerdo! ¿Y esto? ¡Cerdo también!
Unas latas de conserva salen volando hacia la calle. A través de la cristalera, Fátima puede ver a Driss insultando a su tío y lanzándole alimentos.
—¿Y esto qué es, eh? ¡Fuagrás! ¡Más cerdo!
—¡Driss, debería darte vergüenza! —responde Rachid, protegiéndose de sus golpes—. Has vivido en mi casa como un hijo ¿y me lo pagas así?
Rachid comienza a hablar en árabe.
—¿Cómo un hijo? ¡Me has tratado como a un perro! —Driss coge otra lata y se la enseña a su tío, sigue gritándole en español—. Tienes la tienda llena de cerdo para los cristianos. ¡No te importa Alá, solo el dinero!
—¡Cálmate! ¡Para o te voy a...!
—¿Sabes lo que te digo? ¡Que ya no te tengo miedo!
En un arranque de furia, Driss tira al suelo todas las latas que quedan y sale de la tienda, dejando a su tío indignado y enfurecido. Fátima ve cómo el chico cruza la calle y entra en el coche de... Omar. Y absolutamente sorprendida, Fátima ve cómo Omar le da unas palmadas en el hombro a su pupilo y arranca el coche.
* * *
El móvil de Morey suena: es Fátima. Morey observa la pantalla, y mientras timbran los tonos, se dice a sí mismo que ahora, por fin, lo va a saber todo sobre ella. Y si lo que averigua no le gusta, él mismo se ocupará, con todo el dolor de su alma, de hacer lo correcto.
—Dime —contesta, por fin.
—Ha pasado algo muy raro. Cuando he llegado a la tienda de Rachid, ya estaba Driss con él. Pero... estaba muy violento, echándole en cara que vaya de musulmán practicante y venda cerdo.
Morey está seguro. Casi seguro. Pero necesita un poco más.
—Bueno, ya sabes que los adolescentes buscan siempre la debilidad de sus mayores y atacan ahí.
—Sí, pero... Lo más raro es... Sé que esto va a sonar absurdo, pero...
«Dilo, por favor. Dilo». Es todo lo que pasa por la mente de Morey. Fátima continúa:
—Luego se ha metido en el coche de Omar, y este le ha felicitado. No lo entiendo. Omar es el más liberal de todo el centro. Ayer mismo quería prohibir que las chicas fueran con velo a clase... No entiendo nada.
En casa, a Morey le cuesta no gritar de alegría. El corazón le late todo lo fuerte que le da de sí el pecho. «No es uno de ellos. ¡No es uno de ellos!».
—¿Javier?
—Sí, bueno, seguro que hay una explicación, no le des muchas vueltas.
—¿Y si nos está engañando a todos? ¿Y si es uno de ellos?
—Tranquila. Lo investigaré. Tú no hagas nada. No hables con él, ¿vale? Déjamelo a mí.
* * *
Más tarde Fátima, aún confusa, aparca el coche en la plaza del cafetín. No puede creer lo que ha visto. ¿Era el mismo Driss, el muchacho bondadoso que ella conoce, el que estaba destrozando la tienda de su tío? ¿Era el simpático Omar el que le ha felicitado por ello? Unos gritos, esta vez de alegría, le hacen levantar la mirada, y renovar sus esperanzas.
—¡Alabado sea el nombre de Alá! ¡Una carta! ¡Es la letra de Abdú!
Fátima corre a casa, donde Aisha está rasgando el sobre, en compañía de Leila y Hassan, y también de Faruq, que corre desde el cafetín. Pronto, amigos, vecinos de la plaza les rodean, curiosos y esperanzados. Aisha rasga el sobre y lee con ansiedad. Pero algo va mal. Su expresión de alegría se va transformando poco a poco. En una de inquietud. Incredulidad. Dolor. Desesperación. Hasta que Aisha rompe a llorar con un silencioso grito de asfixia, y cae al suelo de rodillas. Hassan trata de sostenerla.
—¿Qué dice? ¿Qué ha pasado?
Los demás cogen la carta y leen, ansiosos. Uno a uno, se la van pasando, y reaccionan con increíble tristeza, con una desesperada desazón, toda fe aniquilada. Aisha y Leila lloran sin descanso en medio de la plaza. Faruq se queda con la vista perdida, la mirada muerta, la fuerza derrengada. Hassan se cubre la cara con las manos y llora, llora. Y en ese momento Fátima toma la carta, asustada como no lo ha estado nunca. Y sin que aún se atreva a preguntar nada a nadie, lee.
* * *
Morey, fastidiado, abre la puerta del apartamento, y deja pasar a López.
—O sea, que no solo me vacías la nevera y tengo que limpiar todo lo que dejas a tu paso, sino que te luces dejándote la gorra aquí. Fátima la ha visto y ya no sabía ni qué decirle. Tienes que buscar otro piso o vamos a perder mi tapadera.
—Bueno, hombre. —Ríe López—. ¿Y cómo sabía yo que ibas a invitarla a... tomar un café? Estoy buscando, pero ya sabes que es mejor comprar, hombre, que alquilando pierdes dinero.
No contento con el chiste, López abre la nevera y empieza a saquearla. Morey la cierra de un golpe para tener toda su atención. Y ahora la tiene.
—Para tu información: he enviado a Fátima al colmado del chico y me ha confirmado lo de Omar. Es nuestro hombre, sí: trabaja en el centro de menores donde vivía Tarek, y allí le contactó. Y a Abdú lo reclutó a través de Tarek y del Centro Cívico. Y ahora planea hacer lo mismo con el otro chico, Driss.
—Dime algo que no sepa ya.
—Que Fátima está libre de sospecha. Que si fuese su cómplice le hubiese tapado, porque podía hacerlo. Así que a ver si os queda claro de una vez que podemos confiar en ella.
—A mí eso me da igual. Serra no lo tiene tan claro. Y dispone de sus propios medios para averiguarlo.
—¿Qué quieres decir?
López se deja caer en el sofá.
—Pues que Serra me ha ordenado que dejara una carta en el buzón de los Ben Barek. La han hecho los de documentación. La típica carta de despedida de un terrorista a su familia antes de inmolarse. Imitando la letra del hermano de Fátima.
Morey parpadea, incrédulo. Trata de mantener la calma, pero los puños apretados le traicionan.
—Le habéis puesto una trampa sin consultarme.
—Técnicamente, no es una trampa. Es una prueba. Si Fátima no tiene nada que ocultar, cuando la reciba te llamará para encontrarlo.
—Pero ¿cómo podéis ser tan...?
—Eh, eh, tío, tranquilo. Que esto no va conmigo, a mí me da igual. No sabíamos lo de que había delatado a Omar. Iría a recuperar la carta, pero me consta que ya la han leído.
—¿Y si no me llama? ¿Eso quiere decir que es una traidora? ¿Eh?
—Mira, Javier, Serra verá. Yo solo obedezco órdenes. Como tú, por cierto. El tipo está nervioso porque su nombre está sonando para la plaza vacante de director de operaciones. Y seguramente no quiere que una metedura de pata de nadie le joda el ascenso.
—Pero ¿cómo voy yo a mirar a la cara a...?
El teléfono de Morey suena. Sin mirarlo, responde y escucha su voz quebrada.
—Voy para allá.
* * *
Morey aguarda junto al mirador por tercera vez desde que conoció a Fátima, y reflexiona sobre lo diferentes que han sido las ocasiones en que se han visto allí, desde aquel furtivo primer beso, hasta el pesar que siente él ahora mismo y el que seguramente ella traerá consigo a continuación.
Los faros de un coche le iluminan brevemente, despertándole de su ensoñación. Una figura femenina corre hacia él. Fátima no lleva velo, lo que hoy, después de hacer el amor, tiene un significado especial. Morey la estrecha en sus brazos, mientras ella llora las lágrimas que ya no creía tener.
—Tranquila. Tranquila. Dime.
Sin apenas poder articular palabra, ella saca la carta y se la enseña.
—Es Abdú... Es de mi hermano... Es una carta de despedida, Javier... Dice que se va a matar, que se va a inmolar...
—Tranquila... —Morey solo quiere que ella deje de llorar, que su cuerpo no tiemble así.
Fátima se separa de él y le mira a la cara. Con las manos sobre el pecho, le pide, le suplica:
—No puede ser, tienes que, tienes que encontrarle... Tenemos que encontrarle antes de que lo haga... Por favor, Javier, dime que lo vamos a encontrar. Por favor... —Fátima vuelve a buscar refugio en su pecho.
Morey solo quiere que ella vuelva a sonreír, que sepa que no va a pasar nada malo, que todo sea como antes... Pero también sabe otra cosa. Sabe que si todo sigue igual... Todo estará basado en una mentira. En un engaño, en un nombre falso, en una vida que no es la suya, y en la que no quiere basar todo lo que siente por esa mujer. Ella importa más que todo lo demás. Más que Serra, más que la operación, más que todo el CNI. Conoce los riesgos... Pero tiene que hacerlo.
—Esa carta... es mentira, Fátima.
Ella se separa de nuevo, creyendo no oír bien, sin entender por qué él diría algo así.
—Es falsa. No la ha escrito tu hermano.
—No, Javier... Conozco su letra, de verdad. Si vieras las cosas que dice... Léela...
—No hace falta. Te la puedo citar de memoria: «Mi muy querida familia... Padre, madre, hermanos... Que Alá os proteja. No temáis por mí, no sufráis ni culpéis a nadie...».
Fátima da un paso atrás, perpleja. Él se lo esperaba. Pero todavía confía en la verdad. Y Javier Morey decide dar ese paso adelante que se prometió a sí mismo, a sus jefes, al CNI, al gobierno y a su nación que no daría por nadie. Pero va a darlo por ella. Y sabe que ese paso es un camino sin vuelta atrás. Pero de nuevo: ella importa más que todo.
—Esa carta no la ha escrito Abdú. La han... La hemos escrito nosotros.
—¿Qué? —Fátima deja de llorar y da otro paso atrás.
—Morey avanza hacia ella.
—Fátima, no debería decirte esto, pero... No soy policía. Trabajo para el CNI. Soy... un espía.
Ella retrocede según él avanza.
—Esa carta te ha llegado para comprobar que podemos confiar en ti. Y nos has demostrado que sí. Estamos buscando a tu hermano, y tienes que estar segura de que le encontraré.
Fátima trata de asimilar lo que está ocurriendo. Entonces ata cabos: la comisaría, su encuentro, su familia, todo...
—Entonces... Si no eres un policía... ¡Ha sido todo mentira! ¡Desde el principio! Todo lo que me has dicho, incluso cuando me mirabas a los ojos y decías que solo me contabas la verdad... ¡Todo mentira! Yo creía que querías ayudarme. ¡Que te importaba lo que le había pasado a mi hermano! ¡Que yo te importaba!
Morey siente algo extraño. No es la reacción que él esperaba. Por supuesto que tiene derecho a estar enfadada... Pero ¿no ve que le está diciendo la verdad? ¿No ve a lo que se expone por revelar su identidad? ¿No ve que lo hace porque la ama... de verdad?
—Claro que me importas. Me importas mucho.
—Otra mentira. Nunca me has querido. Me has usado, como ahora.
—¡No! ¡Si te cuento todo esto es porque odio verte sufrir! ¿No lo entiendes?
—Qué tonta he sido...
Fátima camina hacia el coche. Morey la toma del hombro y ella se lo quita de encima con un revés.
—Ni me toques. ¡Ni me toques!
Morey nunca pensó que podría verla tan enfadada. ¿Por qué ha salido todo así? ¿Por qué no entiende lo que acaba de hacer por ella? Fátima corre hasta el coche, entra y echa el seguro. Morey la sigue, trata de abrir la puerta, pero está cerrada.
—Fátima, tenemos que hablar. Baja del coche. Es importante. Deja que te lo explique, por favor...
Ella arranca el coche. Morey empieza a desesperarse. Golpea la ventanilla con los nudillos, tira de la manilla.
—¡Fátima, no te vayas! ¡Abre, por favor!
Fátima le mira desde dentro del coche. Sus caras, sus labios, sus pieles, aparentemente tan cerca... pero como quizá siempre lo han estado también, separados en dos mundos por una muralla tan transparente, frágil y a la vez impenetrable como el cristal que les separa.
—Por favor, Fátima... No lo entiendes... ¡Te quiero!
Y por toda respuesta, ella toma su velo, y con un gesto rápido, se cubre de nuevo la cabeza. Fátima arranca el coche y se va a toda velocidad. Morey se queda solo en el mirador, en la noche, en la vida, viendo el coche alejarse.
—Te quiero...
Escondido entre las sombras, a unos metros de él. López detiene la grabación.