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CONFÍA EN MÍ

Cientos de personas, en moto, bicicleta, coche o camión conforman una peculiar marea humana en la particular hora punta de Ceuta que cada día, a lo largo de la carretera del mar, forman todos aquellos que cada mañana cruzan la frontera de Marruecos para ir al norte, a España, a Ceuta. Y entre todos ellos, uno, solo uno, corre en dirección contraria: el inspector jefe Javier Morey, realizando su sesión de ejercicio diario, hablando por el manos libre con Serra, que desayuna todo lo que su médico le ha prohibido desayunar en su lujosa casa del centro de Madrid. Serra engulle otro cruasán y sigue exponiendo su teoría:

—... así que matan a un cualquiera, a quien nadie se va a molestar en reclamar. Lo disfrazan de Abdú, lo tiran al mar... y esperan a que este lo devuelva, pero con su ropa y elementos de despiste.

—Y con un mensaje claro: «Abdú ya está muerto» —responde Morey, sin perder el ritmo de la carrera—. Así, nadie le busca y el chaval se puede ir tranquilamente a poner bombas donde le digan los zumbados de sus jefes.

—Sigo sin ver tan clara la conexión yihadista, pero tenemos que saberlo: presiona a tu nueva amiga Fátima para que le saque más información a la adolescente preñada.

—Serra..., si la yihad está de por medio, Fátima podría llegar a estar en peligro.

—Con esos locos en Ceuta, todos estamos en peligro. Anda, sigue husmeando, a ver qué más encontramos.

* * *

En comisaría Hassan, Aisha y Fátima Ben Barek se presentan en recepción, ante la mirada escéptica de Fede y Mati.

—Mi familia y yo queremos saber: si el cadáver que apareció en la playa no es el de Abdú... —insiste la incansable Aisha—, ¿dónde está mi hijo? Aunque no sé para qué hablamos con ustedes. Llame al jefe, por lo menos, él sí que nos entiende.

—Señora Ben Barek, lo siento, pero el inspector aún no... Vaya, precisamente aquí llega.

—Salamo Aleikum, señores.

Morey se sorprende de verles a todos allí, o más bien, de ver a Fátima. «Qué difícil es fingir normalidad después de besarnos», piensan ambos mientras disimulan.

—Aleikum Salam... Hemos venido a hablar con usted.

—No se preocupe Fede, yo me encargo. —Morey se vuelve a Mati—. Necesito que me traiga las pertenencias del cadáver de la playa.

Mati obedece. Hassan toma la palabra de nuevo, antes de que Aisha se ponga nerviosa.

—Solo queremos asegurarnos de que seguirán buscando a mi hijo después de lo ocurrido.

—Estamos reconfortados de saber que puede estar vivo —apunta Aisha—, pero como comprenderá, no es tranquilizador que hayan encontrado un cadáver con su ropa, sus pertenencias y la medalla que le regalamos. ¿Saben quién era ese pobre muchacho y cómo acabó así?

—No tengo aún las respuestas, señora Ben Barek. La investigación sigue abierta; comprenda que lleva su tiempo. Pero estamos haciendo lo posible por esclarecer todo lo ocurrido, especialmente el paradero de su hijo. Además —Morey sopesa lo que va a decir, pero como Serra dice «a veces, hay que mover el avispero» y prosigue—: la noticia del embarazo de su novia nos abre otras posibilidades.

Aisha y Hassan se miran, sorprendidos.

—¿Está seguro de lo que dice? ¿Sara, embarazada de mi hijo Abdú? No..., no sabíamos nada.

Morey mira a Fátima, y un diálogo silencioso se entabla entre ellos: «¿No les habías dicho nada?». «¿No te dije que era un secreto?».

—Primero la noticia de su muerte, su supervivencia y ahora un bebé... — Aisha se lleva las manos al pecho, angustiada—. Hassan, ¿es esto una bendición o una maldición? ¿O es una prueba divina?

Hassan la lleva fuera de la comisaría, suplicando antes de salir:

—Por favor... tan solo encuentre a nuestro hijo. Haga que esto acabe lo antes posible.

Fátima se queda en silencio. Una mirada acusadora es suficiente. Debe mentir mucho mejor para poder engañarla.

—Fátima, ¿puede venir a mi despacho?

* * *

Tras horas de angustia, sola en casa, Sara decide hacer lo único que le ha sido prohibido expresamente, tanto por su hermano como por su madre, como por los amigos de Abdú: volver al descampado donde los amigos de Abdú, lejos de cualquier responsabilidad, del trabajo, del instituto, simplemente dejan pasar las horas entre motos, música y pachangas de fútbol. Karim llega con su scooter y cuando se quita el casco, se sorprende de tener a Sara delante. No puede evitar mirar en todas direcciones para que no le vean hablando con ella.

—¿Qué... qué coño haces aquí? ¿No te dije que no me conoces? —exclama él.

—No me contestas los mensajes... Quiero verle, no aguanto más.

—No sé nada de él. Déjame en paz. Lárgate. ¡No me pueden ver contigo!

—Pues dime con quién tengo que hablar. ¡Tiene que saber que estoy embarazada!

Karim mira a su alrededor, alarmado. Nadie les ha oído.

—¡Te he dicho que te calles, coño! ¿Se lo has dicho a alguien?

—No, te prometo que no.

—Pues sigue así. O no le vas a ver nunca más.

—Pero ¿qué tengo que hacer para verle?

—Callarte y esperar. No es tan difícil.

Harto de ella, Karim se pone el casco de nuevo y la deja sola. Detrás de una furgoneta el cojo Ismail no ha perdido detalle. Y no le gusta lo que ha visto.

—Solo te estoy pidiendo ayuda, Fátima.

—¿Ayuda? ¿Qué forma es esa de ayudarme? Te dije que no dijeras nada, y le has soltado a mi familia lo del embarazo. ¡No vuelvas a hacer algo así!

—Lo siento. No tenía forma de saber que no se lo habías dicho tú misma.

—Además, ¿ayudarte cómo? Eres hombre, policía y cristiano. Para vosotros, para esta comisaría, solo somos unos moros...

—Sabes que para mí, no. —Morey clava los ojos en Fátima, desarmándola—: Fátima, necesito que Sara confíe en ti. Lo suficiente para que te cuente todo lo que sabe sobre Abdú. —Morey mira a su alrededor, baja la voz y se acerca mucho a ella—. Necesito que entiendas que solo puedo fiarme de ti. Ni siquiera puedo confiar en mis hombres.

Fátima nota su pulso acelerarse, tanto por la revelación como por su cercanía. ¿Cómo no acordarse del beso que le robó ayer? ¿Cómo volver a fiarse... en un sentido o en otro? Morey insiste:

—Estamos solos en esto. Somos los únicos en esta comisaría que queremos que aparezca tu hermano.

Llaman a la puerta. Morey y Fátima se separan. Es Mati.

—Jefe. —Mati vacila, no le ha pasado inadvertida la cercanía de ambos, pero decide disimular—. Ya tengo las pertenencias del cadáver. Voy a proseguir investigando... con Fran.

* * *

Morey cierra las persianas de su despacho. Prefiere exponerse a las habladurías de sus agentes, a que alguno deduzca cuáles son sus intenciones.

Aisha toma aire, se aferra al paquete que trae bajo el brazo y llama a la puerta de la casa de Sara. Y es esta quien abre, sorprendida de verla allí. Pero Sara no le da paso, ni siquiera abre la puerta más que una mera rendija, y se vuelve a observar dónde está su hermano Ramón: puede aparecer en el recibidor en cualquier momento y se metería en un lío si la ve hablando con una musulmana.

—Te traigo unos dulces por...

—Gracias, un momento, que llamo a mi madre.

—No, no, son para ti.

—¿Para mí? ¿Por qué?

Aisha nota que, por alguna razón, no la va a dejar entrar, y aunque preferiría decírselo de otro modo, finalmente baja la voz y enseña una sonrisa:

—Sé lo del bebé... y solo quería darte la enhorabuena.

Para su sorpresa, Sara se queda blanca de miedo.

—¿Quién le ha dicho que...? No, señora, ¡se equivoca! — Sara mira de nuevo hacia adentro. Su hermano está terminando de cocinar, va a aparecer pronto. Pero Sara no es capaz de cerrar la puerta sin más; además Aisha podría llamar de nuevo y sería él quien abriese. Sin darse cuenta de la situación, Aisha continúa:

—Sh, sh, tranquila, mi niña, no he venido a pedirte explicaciones. Solo necesito saber si es verdad que el bebé es hijo de Abdú.

Sara se vuelve de nuevo y ve venir a Ramón por el pasillo. Él se extraña de verla en la puerta. No ve con quién está hablando. Con su voz grave y amenazante, le espeta:

—¿Quién coño es?

—Váyase, por favor. Ahora no puedo.

Sara toma los pasteles por la rendija de la puerta, intenta cerrarla, pero Aisha es insistente, y sube la voz poco a poco.

—Cuenta con nosotros para lo que necesites. ¡Ahora eres como de la familia! Si no podemos abrazar a Abdú, por lo menos tendremos con nosotros a vuestro hijo.

—¡Por favor, váyase!

Sara le cierra la puerta en la cara, y se queda en silencio, respirando a oscuras en el recibidor. La voz de su hermano la asalta desde atrás.

—¿De qué hijo está hablando?

* * *

En su camino de vuelta a casa, una vez acabada su corta jornada en el Centro Cívico, Fátima vaga por la calle, perdida su atención en el recuerdo de los últimos acontecimientos, y muy especialmente en la imponente presencia del inspector Morey. Aún le parece sentir sus labios en los suyos... De repente nota que hay alguien delante de ella. Fátima sonríe al reconocer a Sara, quien, sin embargo, no le devuelve el gesto amable; todo lo contrario:

—¡Te dije..., te dije que no dijeras nada del embarazo! ¡Tu madre se ha presentado en casa sin avisar!

—Lo siento, lo siento tanto, pero entiéndela... —Fátima se acerca a ella, la toma del brazo—. Abdú puede estar vivo, y ahora nos enteramos de lo del niño. Nos da tanta alegría...

—¡Entiéndeme tú a mí! —Sara le retira la mano—. ¿Sabes el problema que me ha causado en casa?

Solo entonces Fátima repara en la ceja de Sara, y se da cuenta de que está demasiado cargada de maquillaje. Pero un hematoma tan oscuro apenas puede disimularlo: le han golpeado recientemente.

—Sara, ¿qué te ha pasado ahí? ¿Te han hecho algo?

Al verse descubierta, Sara se viene abajo, le cuesta hablar.

—Es que... No quería decirles nada... Y... y ahora mi hermano se ha enterado... Y él... quiere..., quiere que aborte... ¿Por qué tuviste que decir nada?

Fátima la abraza, buscando su perdón.

—Lo siento mucho. Tranquila. Le diré a mi madre que no vuelva a ir a tu casa. Ni ella ni nadie, hasta que tú nos lo permitas. —Fátima se separa, la mira a los ojos—. Pero quiero que sepas que no tienes por qué abortar. Pase lo que pase, nosotros cuidaremos de ti y del niño.

Al oír sus palabras, Sara se relaja poco a poco. Necesita tanto este tipo de palabras de apoyo, de seguridad, de tranquilidad... Aliviada, comienza a desahogarse con Fátima:

—Es que, Fátima..., este tonto de Abdú... a ver si vuelve y con el niño se le pasa la tontería... A ver si así deja de ir a la mezquita todo el santo día... Se puso tan raro después de lo de Tarek, ¿sabes? —Fátima escucha, tensa el gesto. Sara continúa—. No le veía el pelo. Todo el día en la mezquita esa. Quizá vosotros no lo sabíais, pero...

Sara mira con precaución en todas direcciones para asegurarse de que no hay nadie cerca y le aprieta la mano a Fátima, por fin con una expresión esperanzada.

—Ahora no te puedo decir más —explica Sara—. Pero ya verás cómo vuelve. Cuando se entere de que va a tener un hijo, volverá.

Sara, por fin, sonríe. A Fátima le cuesta más. No las tiene todas consigo.

* * *

—Me dijo que estuviera tranquila, que Abdú vendría. Parecía muy convencida. Pero no lo sé...

Morey escucha a Fátima mientras habla en su despacho, esta vez uno a cada lado del escritorio, para intentar conservar una apariencia completamente profesional entre los dos, y especialmente, ante el resto de policías. Pero Morey no la escucha del todo.

—Perdona, ¿y ese pañuelo? Antes no lo llevabas...

—¿Esto? Es un regalo de..., de...

Morey la anima a seguir con un gesto. Pero a Fátima le cuesta decir «de Khaled». ¿Por qué se siente así? ¿Es decente que oculte que está prometida? ¿Dejará Morey de mirarla así si se entera? ¿No será peor si se lo sigue ocultando? ¿Qué pensará de ella si sabe que está prometida y lo oculta? Por fin Fátima decide confesar:

—... de mi prometido.

—Lo sospechaba. —Morey le muestra una sonrisa forzada—. Enhorabuena, supongo. ¿Hace mucho que... estás prometida?

—No..., bueno..., sí... Nuestras familias... —Fátima duda—. Lo cierto es que nos casaremos pronto. Supongo. Con todo lo de mi hermano, no sabemos cuándo... pero ahora lo importante es encontrar a Abdú.

Morey acepta el cambio de tema, y vuelve a lo que les ocupa:

—De eso quería hablarte. ¿Me acompañarías a hablar con Sara? Es la única que tiene alguna pista sobre él, pero no sé si querrá hablar conmigo de nuevo, y menos, en su casa.

—Lo intentaré... —Fátima libra una batalla interior para preguntarle algo más—. Pero quiero saber una cosa, y tienes que ser completamente sincero conmigo. ¿Crees de verdad que mi hermano está en la yihad?

Morey piensa que le gustaría saber más, para quizá al menos poder mentir sobre el tema. Pero en realidad...

—Sinceramente, no lo sé aún.

Fátima contraataca con un discurso bien meditado.

—Pues yo creo que no. No solo porque conozco bien a mi hermano, y él nunca haría algo así. Pero además: ¿aceptarían en la yihad a alguien con una novia cristiana y, encima, embarazada?

* * *

Precisamente en el lugar adonde le advirtió que nunca debía volver —el descampado— es donde Karim ha citado a Sara. Pero no la espera solo: junto a él, severo, taciturno, el cojo Ismael, presionándole.

—Creíamos que lo tenías todo controlado. Y no nos vas a ser útil si sigues actuando por tu cuenta. Todo el mundo sabe aquí quién es tu hermano. Tú no tienes derecho ni autoridad para tomar estas decisiones, así que más vale que sepas lo que estás haciendo.

—Creí que hacía bien, que Sara le había contado todo a la hermana de Abdú. Así que cuando la vi hablando con ese poli...

—Pues cálmate un poco. Necesitamos que la cosa vuelva a estar tranquila y depende de cómo resuelvas esto, creeremos en ti o no.

—Lo voy a arreglar. Te lo prometo, Ismail, ya lo verás.

Ambos ven a Sara venir andando, agobiada y con prisas.

—Más te vale —remata Ismail, y se aleja, cojeando.

Karim aguarda a que Sara llegue a su altura y la arrastra del brazo hacia un callejón cercano.

—Eh, tranquilo, llego tarde, pero...

—Cállate y escucha. Tengo un mensaje para ti de Abdú.

—Habla, por favor. Di.

—Quiere que sepas que todo lo que hace lo está haciendo por ti. Y que pronto tendrás noticias suyas.

—¿Pronto? ¿Cuándo es pronto, Karim? —Sara se lleva una mano al vientre—. Yo no puedo, no podemos esperar...

—Parece mentira. Deberías estar satisfecha con esto que te he dicho. Pero nunca tienes bastante. Me estoy cansando de ti, ¿sabes?

—Me da igual. No estoy contenta, no lo estoy, Karim. ¿Cómo voy a estarlo? Quiero verle, y punto. O viene a verme o lo cuento todo.

Karim la toma del brazo de nuevo, esta vez mucho más fuerte, hasta que le hace daño, para que hable más bajo. Pero consciente del efecto que tienen sus palabras, Sara no se acobarda y sigue amenazándole.

—Sé mucho más de lo que crees que sé. Abdú me lo contaba todo. Lo que hablabais, los sitios donde os reuníais. Todo.

—Vale. Cállate. Mira... Es posible que venga. Puede que venga a verte, sí. Pero no andes jugando, Sara. Si cierras la boca y no hablas con nadie, quizá lo veas antes de lo que piensas...

* * *

Mati aguarda impaciente a que Fran termine de hablar por teléfono con su contacto en el Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes. Ante ellos, sobre la mesa, la bolsa con la ropa interior del cadáver, en la que las siglas «M. S.» pueden leerse perfectamente escritas en tinta indeleble sobre la etiqueta del centro.

—Estamos seguros —prosigue Fran—. Es ropa de vuestro centro, y tiene marcadas dos iniciales... Sí, eme, ese... Tendrá entre quince y ventipocos. Deberíais de haberlo perdido hace unos tres meses... Sí, espero.

Fran se quita el auricular de la boca. Mati se muerde los labios. Unos segundos más. Fran prosigue.

—Sí, dime, Roberto... Sí. Dos, vale, dime. Maia Selsouli. No, no, no puede ser, buscamos a un hombre. ¿Mustafá... Sahib? Pues de momento encaja bien con lo que buscamos.

Al escuchar el nombre, Mati inmediatamente se inclina sobre el ordenador para teclear su nombre en la base de datos policial. Fran sigue recabando datos por teléfono, apuntando en su libreta.

—Argelino, sí. Y desapareció justo hace tres meses. Okey, pásame la ficha por mail. Luego hablamos, Roberto, gracias. — Fran cuelga y se dirige a Mati—. ¿Qué tienes?

—Antecedentes. —Ella señala la pantalla.

La ficha de Mustafá Sahib aparece en pantalla. Por la foto, es difícil decir si se parece al cadáver.

—Mírale. Estuvo detenido aquí, en comisaría. Tráfico de estupefacientes, robo, hace tres meses. Nacido en Oran. Tiene que ser él.

Fran lo medita un momento... Y abre la puerta del despacho contiguo.

—Morey.

* * *

La ficha de Mustafá pasa de mano en mano en la comisaría, mientras Fran da las últimas noticias a los uniformados.

—En un rato notificaremos a las autoridades argelinas, y si como parece probable, nadie reclama el cadáver del tal Mustafá, pasaremos consulta a la delegación del gobierno para, o bien repatriar el cuerpo, o enterrarlo aquí.

—Lo que aún no sabemos —Morey toma la palabra— y queremos que averigüen es qué sucedió. ¿Por qué llevaba este argelino la cadena y otros efectos personales de Abdessalam Ben Barek?

—Fácil. Se los robaría —propone Hakim.

—Es una posibilidad —Morey asiente—. De hecho, en esta misma comisaría, uno de los delitos que se le imputaron fue el robo. ¿Alguno recuerda al detenido?

Quílez suelta una de las suyas.

—Como para acordarse de todos.

Morey hace caso omiso de las risas que despierta y continúa:

—Le detuvieron en el Quemadero con una buena cantidad de hachís encima. A los policías que le detuvieron les confesó que se lo acababa de robar a otros camellos. No es una operación infrecuente. Sin embargo, lo que viene a continuación me parece menos normal. —El tono de Morey se vuelve más autoritario—. No hay ni un solo papel más referente a Mustafá Sahib en nuestros archivos. Nadie le tomó declaración. Nadie firmó su puesta en libertad. O si alguien lo hizo, los papeles se han perdido.

—Aquí no nos gusta mucho el papeleo, eso es verdad... —interviene Fran, jocoso.

Morey se gira hacia él. Comienza el uno contra uno.

—Vaya, Fran, pero con otros detenidos, esto no ocurre. ¿Por qué con este sí? Precisamente este. El que días después terminó en el fondo del mar.

Fran sabe que se juega el respeto delante de sus compañeros. Ataca:

—¿Y sabe usted la respuesta a todas esas preguntas, comisario?

Morey abre los brazos:

—No.

Fran prosigue, reforzado:

—Pues nosotros, tampoco. ¿Por qué nos reúne aquí? ¿Para echarnos un rapapolvo? Si quiere acusarnos de algo, aquí nos tiene. Dígalo a las claras.

—No estoy acusando a nadie. Pero son preguntas que no pueden quedar sin respuesta.

—Ya le he dicho que en este barrio las cosas se hacen de manera diferente, y lo digo con todos los respetos. Así que espérese a ver lo que usted mismo tiene que llegar a hacer para salir adelante en él.

Morey se queda en silencio un momento. Después asiente.

—Gracias por el consejo. Ocúpese personalmente de los trámites con la delegación. Vuelvan a trabajar, por favor.

Los policías circulan, pero Fran se acerca a Morey. Le habla bajo, con calma pero con autoridad, para que le vean los demás polis de la oficina.

—Estos hombres se juegan el tipo cada día por cuatro perras. No es justo que sientan que se les acusa porque falta un papel. Ni siquiera en esto es usted el primero, ¿sabe? Es como los otros: llega formal y apegado al reglamento, pero se irá sin haber logrado nada. Y vendrá el siguiente a jodernos.

Morey le sostiene la mirada.

—Haga lo que le he pedido.

* * *

Más tarde el coche de Morey se detiene cerca del Centro Cívico, saliendo al paso de Fátima, que se sorprende de verle allí. Él le hace un gesto para que suba, pero ella duda: ¿A plena luz del día? ¿Y si les viese alguien? ¿Qué pensarían? Pero ante la insistencia de él, ella decide subir, no sin antes mirar en todas direcciones para asegurarse de que ningún conocido la ve.

—Gracias, Fátima. ¿Podemos hacer lo que te pedí? Llama a Sara, por favor, a ver si podemos verla ahora.

Fátima asiente y marca. Espera un rato, y al final, cuelga,

—No me lo coge. Quizá esté en clase ahora.

—Si la ves luego, lo primero, pídele perdón —Morey asiente, habla con seguridad—. No teníamos que haberle contado a nadie que está embarazada. Que vea que estás de su lado. Está sola, asustada y necesita ayuda. —Fátima no puede evitar verse reflejada en sus palabras. Él continúa—: Dile la verdad..., así tomará confianza y al final hablará.

—Pero ni siquiera sé qué preguntarle...

—Adonde iban Abdú y Tarek. A quién veían. Un nombre. Una dirección. Con eso podemos trabajar.

Fátima asiente, nerviosa, como si lo que fuesen a hacer no estuviese del todo bien. Pero sí lo está, ¿verdad? Todo eso lo hacen para encontrar a Abdú, que es lo que Sara también quiere...

—Vas a hacerlo muy bien.

Por un momento se miran de nuevo. Podría besarla, piensa Morey. Pero Fátima no le invita a ello. Tan solo le observa, seria, como si esperase algo. Él se imagina el qué.

—Yo... tengo que pedirte perdón. Te di un beso y... bueno, ya sabía que estabas prometida. No fue una buena idea.

—No. —Fátima suena fría como un cuchillo.

—Comprendo... que no te gustara.

Fátima sale del coche. Antes de irse, le habla por la ventanilla.

—Yo no he dicho que no me gustara.

* * *

Quizá por impartir una asignatura que a todos les interesa, el simpático Omar, un profesor musulmán muy occidentalizado, es de los pocos profesores que se las arregla para mantener su clase del Centro Cívico llena de muchachos callados e interesados en lo que dice. Como hoy, que explica las bases para editar un vídeo en un ordenador. Pero una de sus alumnas, sentada en la última fila, no presta la más mínima atención, perdida en sus preocupaciones: Sara. Alguien toca a la puerta, y Fátima se asoma, sonriente.

—Perdona, Omar..., estoy buscando a Sara. La espero fuera, cuando terminéis.

—¡Hola! No te preocupes. En realidad, ya hemos acabado. Sara, puedes salir. —Pero al ver a Fátima, ella no se mueve, así que Omar insiste—. Sara, por favor, te están esperando.

Por fin, a regañadientes, sale del aula, pero en lugar de caminar junto a Fátima, pasa de largo. Fátima va tras ella.

—Sara, me iba para casa y he pensado que podríamos ir a tomar algo juntas. ¿Te gustaría?

Sara se vuelve, o mejor dicho, se revuelve.

—¿Qué quieres de mí?

Fátima se sorprende de su tono cortante; no se siente capaz de disimular.

—Sara, lo único que quiero es... volver a verle, como tú. —Sara suspira, sus barreras caen cuando habla de Abdú—. Tú y yo somos las dos personas que más le quieren en este mundo.

—Lo sé. Abdú se pasaba el día hablando de ti...

—Y a mí me hablaba muchísimo de ti. Y a mi familia. Nunca nos llegaron a presentar, pero estoy segura de que le queríamos igual que tú. Por eso necesito saber quién le metió esas ideas en la cabeza. ¿Fue Tarek?

Sara cambia su expresión, se pone a la defensiva de nuevo.

—Lo siento, pero me tengo que ir.

—¿Vas a casa? Espera, te acompaño.

—No, no quiero ir a casa. Me quiero ir sola. Déjame. Sara la deja atrás, pero algo raro ocurre. Parece mareada, a punto de desvanecerse. Fátima corre hacia ella, la sujeta a tiempo antes de que se caiga redonda.

—¿Qué me pasa? Me quiero sentar. Suéltame. ¿Qué...? Fátima observa, aterrada, el cordón de sangre que mancha el pantalón de Sara, muslo abajo.

* * *

En Urgencias, mientras Asun, la amiga enfermera de Fátima, cambia el suero a Sara, Morey solo tiene ojos para el móvil de la chica, colocado sobre la cómoda junto a su ropa y sus efectos personales. Fátima está sentada junto a Sara, con su mano entre las suyas. El médico entra y al verla dormida, habla en confidencia con Morey y con Fátima.

—Por suerte, la placenta no ha llegado a desprenderse del útero. La hemorragia se ha detenido y no hay síntomas de infección. Así que una bolsa de suero más, para estar seguros, y se puede marchar.

—Menos mal. Cuando vi toda esa sangre, me temí lo peor... —Fátima, por fin, respira.

—Lo que me preocupa es otra cosa. —El tono del médico cambia a más bajo y grave—. Esta chica ha recibido una paliza de muerte. Tiene hematomas por todo el cuerpo.

—¿Nos está diciendo que la hemorragia ha sido provocada por los golpes? —apunta Morey.

—Podría haber perdido el niño solo por esta razón —asiente el doctor—. Mi obligación es dar aviso a los Servicios Sociales.

—Soy inspector de policía. —Morey enseña su placa—. Yo me encargo personalmente, páseme toda la documentación.

—Bien. Manténganla vigilada. Y si vuelve a sangrar, tráiganla lo antes posible —ordena el médico, antes de salir.

Cuando el médico sale, Fátima se vuelve hacia Morey:

—Ha sido su hermano, seguro. Todo el mundo le conoce: es un racista, una bestia. No soportaba que tuviese un novio musulmán. Pobre Sara.

Morey asiente, toma nota mental: cuadra con lo que saben de él. Al verles cuchichear, Sara despierta poco a poco, y les pregunta con un hilo de voz:

—¿Qué ha dicho el médico?

—Que deberías poner una denuncia —exclama Fátima. Para su sorpresa, Sara no se inmuta.

—No es la primera vez que me pega. Ni va a ser la última.

—Por eso mismo —insiste su profesora—. ¡No lo puedes consentir, y menos embarazada!

—No lo entiendes. Si me quedo en Ceuta... —mientras hablan, Morey retrocede un paso y con las manos a la espalda, escamotea el móvil de Sara. Esta termina su frase—: ...mi hermano me obligará a abortar. Está loco, él... no va a dejar que tenga un hijo con un musulmán. Tienes que ayudarme a salir de Ceuta, como sea...

—Perdón. Tengo que hacer una llamada. —Morey se encamina hacia la puerta.

Fátima le aborda, le suplica con sus ojos verdes.

—Tenemos que ayudarla a salir.

Morey duda un momento. No sabe si está en condiciones de prometer eso. Sara se queja, distrayendo la atención de Fátima.

—Me duele mucho la tripa otra vez...

Antes de que Fátima se dé cuenta, Morey ha salido de la habitación.

* * *

Ya en el pasillo, Morey dobla la esquina y entra en una habitación desocupada. Desde la puerta entreabierta, controla el exterior. Con rapidez, como resultado de practicar una y mil veces en su entrenamiento, envía un mensaje desde su móvil al de Sara. Morey abre el mensaje y al hacerlo, un programa empieza a ejecutarse. Morey llama a Serra desde su móvil.

—No tengo mucho tiempo. Te mando el acceso al móvil de la niña. Clónalo, ya.

En su oficina Serra se pone al trabajo rápidamente.

—Lo tengo, chaval, borra el mensaje enviado. Estoy accediendo. Llamadas... no tiene muchas. Mensajes, entran a todas horas. Mira: «Pórtate bien». «Sería una pena tener que hacerte daño». «Hazme caso o tendrás problemas». Joder...

—¿Quién es el remitente?

—No hay nombre de contacto. Es un prepago marroquí. Tengo la agenda. Mira, leo: el primero, Abdú. Más: Ana, Amina, Ángel, Carmen, Driss, Esteban, Emet, Fátima, supongo que es nuestra Fátima. Sigo, José Luis, Juanjo, Karim, Marcos, Mohammed y... ¡Tarek! ¡Joder, Javi, esta chica es una mina!

—Pues está en peligro. Si no la sacamos de Ceuta, el hermano se la acabará cargando de una paliza.

El tono de Serra cambia. En el despacho se levanta de la silla, se lleva una mano a la frente.

—Eh, eh, Javi, tranquilo. No. Repito: no vamos a sacarla de Ceuta. Me da igual las penas que me cuentes. Sabes que nuestro trabajo no es arreglarles la vida a los demás, sino obtener información. No te creas tanto el papel del poli bueno, ¿vale?

Morey va a contestar, pero se contiene: no tiene sentido discutir en ese momento, y necesita devolver el móvil antes de que Sara se dé cuenta.

—Lo que quieras. Date prisa, que el móvil quema.

—Sí, vale, pero mira, lo del hermano: aprovéchalo. Ahí sí que tienes que hacer de poli bueno. Pórtate bien con ella, que sienta que la proteges. A ver si consigues que se fíe más de ti. Y que nos diga quiénes son estos nombres, y a quién hay que seguir.

Morey asiente en silencio. Se está tragando muchas palabras. Pero no es el momento. Serra remata:

—Mira, escucha este mensaje: «¿De verdad quieres volverle a ver? Solo tienes que hacer lo que te pedimos».

* * *

Mientras, en la habitación, Fátima sigue cogida de la mano de Sara, confortándola.

—Estoy segura —confirma Sara—. Quiero tenerlo. Desde que supe que estaba embarazada... Y quiero que sepas otra cosa. Cuando nazca, como voy a ser de vuestra familia, me quiero convertir al islam.

—Sara... es una decisión muy importante. Debes considerarla muy bien.

—Hace mucho que lo he decidido. Abdú lo sabe. Quiero ser como vosotros, que sois una familia de verdad. Y casarme con Abdú, como tú vas a hacer con ese chico tan guapo..., ¿cómo se llama tu novio?

Fátima parece dudar un momento del nombre que debe pronunciar.

—Khaled.

Sara sonríe, empieza a relajarse poco a poco. Está más tranquila. Sigue hablando.

—¿Tú también echas de menos a Abdú, verdad?

—Todos los días, Sara, a todas horas.

—Pues te contaré pronto. Porque voy a ir con él. Me lo han prometido.

—¿Quién? ¿Quién te ha dicho eso?

Sara parpadea, se frena. Quizá está hablando demasiado. Pero entiende la angustia de Fátima.

—¿Dónde está? ¿Quién te va a llevar con él?

—Un amigo de Abdú y Tarek.

—¿Quién es? ¿Le conozco?

—No creo. Se veían en la mezquita. Bueno, no pone que es una mezquita, pero lo es.

—¿Cómo se llama ese chico? ¿Qué sabes de él, Sara?

—Ella duda antes de responder. Pero decide confiar.

—Karim. Quizá de nombre no te suene, pero si lo ves, le reconocerías, es del barrio.

—Karim.

En ese momento la puerta se abre y Morey entra. Ambas esbozan una sonrisa de disimulo.

—¿Sabes, Morey? Le estamos buscando nombre al bebé.

—Morey asiente, con una sonrisa comprensiva. Se quita la chaqueta y la deja junto a la cómoda. Aprovecha el movimiento para dejar el móvil sobre la ropa de la chica.

* * *

Un rato después, Fátima sale de la habitación de Sara y ve a Morey, en mangas de camisa, hablando por el móvil en el pasillo. Al verla venir, cuelga y le revela las noticias:

—Vamos a proceder a detener a Ramón, el hermano de Sara.

Fátima se sorprende, sus sentimientos están encontrados. ¿Y si esto hace que Sara no vuelva a confiar en ellos? Pero tampoco pueden dejar que vuelva a tocarla... Morey continúa:

—Sé que quizá Sara se moleste, pero es mi obligación. Tenemos el parte de lesiones y además de que puede dañar a una testigo, no podemos tener a un maltratador en la calle. ¿Cómo está ella?

—Le han dado el alta ya. Se está vistiendo. Ha venido la madre.

—Bien, acompáñalas a casa. Creo que cuando lleguen ya estará detenido. Por favor, haz que entienda por qué lo hacemos. No queremos que pierda la confianza en nosotros.

Fátima asiente, algo le quema dentro. De nuevo, le ha prometido a Sara que no diría nada, y eso la hace sentir culpable. Pero ¿cómo van a encontrar a Abdú si no se lo revela a Morey?

—Me ha dado un nombre. Me ha pedido que no lo cuente, pero...

—Fátima, confía en mí. Tenemos que encontrar a Abdú.

—Karim. Al parecer, es un amigo de Abdú y Tarek. Iban juntos a una mezquita que no conozco.

—¿Tienes el apellido? ¿Le conoces? ¿Sabes cómo es?

—No. Solo que parece que sabe dónde está. Es el que le ha prometido a Sara que Abdú volverá... si ella no cuenta nada de todo esto.

* * *

Una noche más Morey reporta a Serra mientras come un sandwich vegetal. Serra le habla desde su oficina, engullendo un asado recalentado a la salud de su gastroenterólogo.

—Sí, me acuerdo —asiente Morey—, Majid al Salam. El tipo que estrelló una furgoneta llena de explosivos en Damasco el verano pasado.

—Pues flipa: Majid al Salam nació en Ceuta, ¿lo sabías?

—No, pero no entiendo qué tiene que ver eso con Sara.

—El tal Karim le escribe los mensajes desde varios números, así que cambia de móvil con frecuencia. Lo fuerte es que una de esas tarjetas la habíamos identificado como perteneciente al teléfono de Majid, el mártir de Damasco. ¿Por qué iba el mártir Majid a usar el mismo teléfono que Karim, te preguntarás? Agárrate: porque son hermanos. Te he mandado una foto.

Morey busca en el correo entrante: efectivamente, una foto de dos jóvenes muy parecidos sonriendo. La foto ha sido tomada en el Príncipe. Pero lo más importante: esa barba, esa alopecia, esos rasgos.

—Tan cerca, joder..., ¿cómo no lo teníamos controlado, Serra?

—Bueno, Javi, es que...

El timbre de la casa suena.

—Espera.

Sin soltar el móvil, Morey ya ha cogido su pistola y se acerca con sigilo a la puerta. Sin hacer ruido, Morey se asoma a la mirilla... Allí, en el recibidor, está Fátima, con su chaqueta en la mano. Morey mira el perchero: se la dejó en el hospital. Sin más, cuelga a Serra, guarda la pistola y abre.

—Me llamó Asun desde el hospital. —Fátima, algo avergonzada por llamar a casa de un hombre a esas horas, se explica, aturullada—. Te la habías dejado. Como le diste a ella tu dirección por lo de Sara, pensé que...

—No te preocupes. Gracias. ¿Quieres pasar?

Fátima desvía la mirada, confundida. ¿De verdad le está preguntando eso? ¿No se da cuenta de lo que implica que ella entre en casa de un hombre soltero? Pero... Fátima mira a su alrededor. En el descansillo de ese edificio de apartamentos nadie la ve, nadie la conoce. Todo es anónimo, como si no estuviera en Ceuta. Como si no estuviera en el mundo en que se ha acostumbrado a vivir... Y antes de pensarlo dos veces, entra y avanza por el apartamento, asombrada de su aspecto moderno, frío, europeo.

Llega hasta el amplio salón, donde Morey está abriendo en el ordenador la foto que le ha enviado Serra.

—Mira. Este es Karim. ¿Le conoces?

—Su cara me suena, pero no sabría decirte...

—En cualquier caso, ahora será mucho más fácil dar con él, seguirle, y así llegaremos hasta tu hermano. Fátima, ¿me oyes?

Fátima le oye, pero no le escucha. La cercanía, la intimidad, el anonimato y las posibilidades de su encuentro hacen que antes de poder arrepentirse, haga lo que lleva secretamente deseando desde el día anterior: besar a Morey. Un beso largo, deseado, ansiado, fantaseado desde que se conocieron, desde que tuvieron que guardar las apariencias en la comisaría, desde que él derribara todas las barreras que les separaban en el mirador. Él detiene el beso un segundo.

—No quiero que te arrepientas. No quiero complicarte la vida.

—Ya lo has hecho.

Ambos se besan de nuevo, se acarician, se agarran con fuerza el cuerpo. Ambos se detienen un momento, se miran, jadeantes y ansiosos. ¿Se atreverán a dar el siguiente paso? Entonces suena el teléfono de Fátima. Por un momento intentan fingir que no está ahí, pero finalmente les devuelve a la realidad.

—Me están esperando en casa.

Fátima se levanta y se recoloca la ropa, mientras Morey la mira desde el sofá. Ella, frente al espejo, se arregla de nuevo el pañuelo que le regaló Khaled. Antes de salir por la puerta, Morey aún le dice:

—Hasta mañana.

Por toda respuesta, Fátima sonríe.

* * *

«Por fin en casa», se dice también Fátima, mientras se quita el hiyab al entrar. Pero no ha hecho más que cerrar la puerta, cuando llaman de nuevo. No al timbre, sino con los nudillos, a un volumen muy bajo, como para que nadie más se entere. Fátima abre con la cadena echada y toda la precaución que puede.

—¡Sara! ¿Qué haces aquí?

—Estaba esperando en la plaza a que llegaras... ¿Puedo..., puedo dormir aquí? Han detenido a mi hermano, pero mi madre me ha obligado a no ponerle una denuncia, así que ya está fuera. He discutido con ella y me he ido. Sabe que estoy aquí, pero no quiero volver a casa si mi hermano no se marcha.

Aisha aparece en el vestíbulo. Antes de que pueda asimilar la situación, Fátima se adelanta:

—Sara va a dormir aquí esta noche, conmigo. Nayat puede dormir en el salón, ¿verdad?

Aisha nota que Fátima la está poniendo en un compromiso, pero se hace cargo de que algo grave debe de estar ocurriendo. Y después de todo es la madre de su futuro nieto.

Asiente.

* * *

Mucho más tarde, algo antes del amanecer, Sara entreabre los ojos, y durante unos momentos se siente desorientada. ¿Dónde está? ¿Por qué no está en su cuarto? Por fin, recuerda lo ocurrido la noche anterior, y por primera vez en muchos meses, siente que puede seguir durmiendo tranquila: está entre los suyos, por fin cuidada, protegida y con un futuro prometedor... Pero entonces su teléfono comienza a vibrar. Y ella termina de despertarse de un golpe cuando ve el nombre del llamador. Responde, hablando en voz baja entre las sábanas.

—¿Sí?... ¿Ahora?... Estaba dormida... ¿Dónde?... Karim, no estoy en casa, necesito un poco más de tiempo para... ¿Seguro que va a venir? ¡Karim! ¡Karim!...

Han colgado. Sara se levanta, tan nerviosa que siente que le falta la respiración. Llega un mensaje. Lo lee, se levanta, se sienta de nuevo. Se viste rápido. Pero antes de salir de la habitación, se detiene. Observa a Fátima, aún dormida. No quiere hacerle eso, después de la hospitalidad que han mostrado con ella. Y tampoco quiere ir sola.

—Fátima, Fátima, despierta —habla en voz muy baja.

Fátima entreabre los ojos un momento, luego se despierta de un golpe.

—¿Qué? ¿Qué ocurre?

—Fátima, me han llamado. Abdú, Abdú viene a verme, como me prometieron. ¿Quieres venir conmigo?

* * *

Solo un minuto después Morey está en casa, vistiéndose a toda prisa, espabilado por la llamada de Serra. Tiene el móvil con el altavoz puesto mientras se calza, y el ordenador encendido en la mesilla. Morey requiere más información:

—O sea, que la han llamado desde el número que la amenazaban. Debe de ser Karim.

—Exacto —confirma Serra—. Te paso la conversación.

Serra le manda un archivo de sonido, Morey lo abre con un doble clic. La voz de Karim completa la conversación que han tenido ambos hace un momento.

—¿Sí?

—Si quieres ver a Abdú, tiene que ser ahora.

—¿Ahora? Estaba dormida.

—Dentro de media hora.

—¿Dónde?

—Ahora te lo digo por mensaje.

—Karim, no estoy en casa, necesito un poco más de tiempo para...

—No. Media hora. Tú sola; si no, no le verás. ¿Está claro?

—¿Seguro que va a venir? ¡Karim! ¡Karim!...

La conversación se interrumpe, y la voz de Serra vuelve al altavoz.

—Tienes solo quince minutos para llegar.

* * *

Quince minutos después Fátima y Sara llegan a una zona distante, un cierto descampado donde los primeros rayos del sol dibujan duras y largas sombras sobre el terreno. En uno de sus lados, desembocan dos avenidas de casas, donde Fátima aparca el coche. No hay nadie a la vista. Sara va a bajar, Fátima la detiene un momento.

—Quiero ir contigo.

—No. No bajes, por favor. No pueden verte, se supone que he venido sola.

—Pero es mi hermano, no sé si voy a poder...

—No, por favor, Fátima, no les conoces. Vamos a hacer lo que han dicho y ya veremos, ¿vale?

A Fátima le cuesta, pero asiente.

* * *

No lejos de allí Morey se asoma con cautela por una esquina, controlando el coche de Fátima y el resto del descampado. Morey ve a Sara bajar y dirigirse al centro del descampado. Aguarda inmóvil asomado a la esquina, preparado para adelantarse a lo que pueda ocurrir. Entonces lo distingue en la distancia: un motorista ha entrado en el descampado.

Sara también le ve, y su alegría le desborda al comprobar que monta la moto de Abdú, y lleva puesto su casco. El motorista se detiene, desmonta y sin quitarse el casco camina hacia ella con los brazos abiertos. Sara sonríe y echa a correr hacia él.

—¡Abdú!

Pero dentro del coche, Fátima nota algo. Es la moto, el casco, la ropa de su hermano, sí. Pero algo falla, algo que solo una persona que haya pasado con él toda la vida puede distinguir. Quizá sean los andares, la postura, el aura... pero Fátima está segura: ¡no es Abdú! Fátima sale del coche y corre hacia ellos. Sara ya está en brazos del motorista.

—¡Sara, no es él!

Morey ve a Fátima gritando y sabe que algo falla. Decide descubrirse y echa a correr hacia Sara y Abdú, pero está más lejos. Demasiado.

Porque tras abrazar a su amado, a su novio, al padre de su hijo, cuando Sara da un paso atrás para verle la cara, también se da cuenta de que algo falla al ver esos ojos castaños, no verdes, tras la visera del casco. Pero es demasiado tarde. Sara nota un empujón, una leve sensación de angustia en el estómago. Se mira al vientre: tiene una navaja automática clavada. Sara no dice nada, solo está perpleja, solo puede decir un nombre.

—Karim...

Este ve a Fátima venir, retrocede y sube en la moto de nuevo. Morey, aún lejos, le ve alejarse. Saca la pistola, piensa en disparar, pero no puede con las dos mujeres tan cerca.

Fátima, sosteniendo a una Sara que se desangra, se sobresalta al notar a alguien llegar. Y se sorprende aún más al comprobar que es Morey. ¿Qué hace allí? Los dos vuelven la atención a Sara. Está perdiendo mucha, muchísima sangre. Morey intenta detener la hemorragia, le toma el pulso. Pero no parece que puedan hacer mucho. Fátima rompe a llorar, y más que decirle, le grita:

—No era él. ¡No era Abdú!