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AGUA SALADA

Fran, ha aparecido en la playa.

Un escalofrío recorre la espina dorsal de Peyón. Se incorpora de su cama. No hace falta que le expliquen a quién han encontrado. Solo puede ser una persona. Fran piensa, trata de reaccionar ante algo que jamás hubiera esperado.

Muy lejos de allí, en una cala, Quílez y Hakim acordonan el área, mientras Morey inspecciona el cadáver aún envuelto en la lona. Hakim coge un rollo de precinto policial en el maletero, mientras maldice por lo bajo.

—Estamos esperando al forense —continúa Quílez—. Morey nos dijo que no te llamáramos, que él se hacía cargo, pero... Ni peso, ni hostias... Por lo menos está más irreconocible aún, lleno de algas, tendrías que verle... o mejor no... Estamos jodidos, Fran...

Arrodillado junto al cuerpo, Morey levanta con un bolígrafo una medalla de plata del cuello del cadáver, cuya leyenda confirma sus peores sospechas: pone «Abdessalam». Le hace unas fotos al cadáver y las manda por mail a Serra. Acto seguido Morey extrae la cartera de Abdú, sin dinero, DNI u otros elementos identificativos... excepto una foto con su hermana Fátima, que le confirma sus peores sospechas. Morey escucha pasos. Es Quílez, que viene con el móvil en la mano:

—Inspector, es Fran.

—Fran. —Morey se pone al teléfono—. Al final el chico no se había largado del barrio. O quizá es que se refería usted al «otro» barrio. En fin... voy a informar personalmente a la familia Ben Barek. Me pidieron que lo encontrase y... ya que no ha aparecido vivo, no creo que sea justo que se enteren por una notificación.

—¿Sabe usted lo que esto significa, jefe? —responde Fran—. Faruq querrá vengar la muerte de su hermano... Va a culpar a Aníbal. Prepárese para una guerra entre bandas en el Príncipe.

—Pues ya sabe usted cuál es nuestro lugar en una guerra así. Entre los dos bandos.

* * *

Justo a la misma hora, Fátima sale de casa y cruza la plaza delante del cafetín de su familia, aún sonriente por el encuentro de ayer con Morey. Tras hablar con él, y después de ver cómo la miraba, sabe que ese hombre es diferente. Tiene que serlo. Quizá sea, por fin, el que devuelva el sosiego a sus vidas, el que arregle los problemas del barrio, el que pueda traer la paz a tantas guerras que se libran allí a diario.

Un coche se detiene junto a ella y su mirada se ilumina cuando ve bajar de él precisamente a Morey. Pero hay algo extraño: está muy serio, con cara de circunstancias. Lleva algo en la mano. Fátima lo identifica de un vistazo. No podría olvidarlo, se lo regaló ella misma a su hermano. Es el colgante de Abdú.

—No... no..., Abdú...

Fátima se quiebra por dentro.

—Abdú no... Dime que no...

—Lo siento mucho, Fátima.

Ella pierde el sentido y se desmaya. Morey reacciona y la sujeta antes de que caiga.

—¡Ayuda! ¡Avisen a su familia!

* * *

Minutos después, dentro de la casa, todas las mujeres, Aisha, Nayat, Leila y Fátima lloran desconsoladas. El imán del barrio, un hombre delgado, serio y gris trata de confortarlas mientras Morey termina sus explicaciones.

—Le encontramos esta mañana en la playa. Pronto les haremos llegar el resto de sus objetos personales. —Morey alarga la medalla de Abdú a Fátima, que la toma con dedos temblorosos—. En cuanto terminen la autopsia, les entregaremos el cuerpo para el entierro. Podrán lavarlo y amortajarlo lo antes posible.

—Gracias —expresa un dolido Hassan—. Que conozca nuestras costumbres lo hace un poco más fácil.

—¿Y eso es todo lo que van a hacer por esta familia? —es el imán quien dice lo que nadie se atreve a plantear.

—Les prometo que vamos a investigar el crimen. Pero vamos a necesitar su ayuda. Su colaboración. ¿Entienden?

Todo el mundo en la habitación sabe lo que eso quiere decir: tendrán que elegir entre la justicia de la policía o la del Príncipe. Fátima responde por todos:

—Le ayudaremos en todo lo que nos pida.

—¿Un crimen?... —pregunta Hassan, incrédulo—. Mi hijo no tenía enemigos.

—Abdú no. Pero Faruq... —Fátima responde por Morey.

Aisha rompe a llorar y las demás mujeres entonan el llanto con ella.

—Les prometí que encontraría a su hijo, y lamento que haya sido de esta manera —concluye Morey—. Ahora les prometo que encontraré a quien le ha hecho esto.

Fátima le clava la mirada: entre la tristeza, la rabia, la impotencia... surge la esperanza. De repente se oyen gritos en el exterior.

—Llega Faruq.

Morey se levanta y sale sin dudarlo.

* * *

Faruq cruza la plaza como un toro rabioso, acompañado de su lugarteniente Mohsen y se encuentra con Morey saliendo de su casa. El resto de la familia sale tras él para impedir que Faruq haga una tontería. Khaled sale de un coche aparcado cerca, y un testigo más toma nota mental de todo lo que ocurre. Un tal Karim, un veinteañero de mirada torva, camiseta de baloncesto, gorra de visera plana y palillo en la boca.

—¿Qué le han hecho a mi hermano? —brama Faruq.

—No puedo darle los detalles. Hay una investigación en marcha. Pronto podrán saber más.

—¿No lo saben? Pues se lo voy a decir yo: Aníbal. Quería guerra y la ha provocado derramando la sangre de mi hermano.

—¿Está usted acusando formalmente a Aníbal de su muerte? Si quiere poner una denuncia, no tiene más que acompañarme a comisaría.

—¿Denunciar a Aníbal en comisaría? Pero si sois sus perros. No. Ya me cuidaré yo de Aníbal.

—Faruq, no hagas tonterías —media Fátima—. Inspector, yo le ayudaré en lo que haga falta.

—Tú no vas a hacer nada —tercia Faruq—. Y menos, ayudar a la policía. ¿Por qué crees que ha pasado todo esto? ¡A casa!

—No. —Fátima no se deja intimidar—. Yo quiero saber lo que le ha pasado a Abdú.

—¿Es que hasta un día como hoy tienes que llevarme la contraria?

—Hijos míos. No lo hagáis más difícil. Tenemos que estar unidos. Por favor.

Hassan ha logrado el silencio. Khaled interviene:

—Mi tío tiene razón, Faruq. Debemos calmarnos. Ya habrá tiempo.

Faruq asiente, insatisfecho y reacio pero, por una vez, obediente a su padre. Todos, uno a uno, vuelven a entrar en casa, excepto Fátima. Khaled va a llevarla a casa, pero se da cuenta de que Morey no se ha movido de allí. De lo que no se ha dado cuenta es de cómo se miran el inspector y su prometida.

—Inspector, gracias por su trabajo. —Khaled le ofrece la mano—. Contará con nuestra colaboración, pero, por favor, entienda que necesitamos tiempo para asimilar estas terribles noticias. Ellos no hablan con la cabeza ahora mismo, sino con el dolor. ¿Me entiende?

—Por supuesto. Mi más sentido pésame. —Morey toma una nota mental: un hombre razonable.

—Vamos, Fátima.

Khaled pasa su brazo por detrás de Fátima. Un gesto que no le pasa inadvertido a Morey. Este vuelve a su coche, seguido por la mirada de Karim...

* * *

En comisaría, las noticias de la inminente guerra son expuestas por Fran. Mientras habla, la respuesta es unánime y silenciosa: brazos cruzados, gestos nerviosos, soplidos, suspiros.

—... el cadáver ha sido identificado como el hermano de Faruq. Esperamos por su parte una reacción inmediata, violenta y posiblemente letal. Así que os quiero a todos patrullando con los ojos bien abiertos.

Belinchón, un veterano algo quemado, de los que ya no se cree nada, suelta una carcajada.

—Como que va a servir de mucho, Fran. Harán lo que les dé la gana, y como siempre, ni veremos ni oiremos nada.

—Esta vez, no, Belinchón. Quiero detenciones por cualquier altercado, como si es por robar chicles. Quiero el barrio en calma, como si pasara la peste misma por las calles. Por abrir la boca, tú mismo vas a averiguar qué se sabe de los hombres de Aníbal. Quizá se están moviendo ya. Hakim, habla con tus moros, a ver cómo respira la cosa por su bando. Y tú, Quílez, para ti la peor parte: soportarme. Me vas a ayudar a organizarlo todo. Todos a trabajar.

El grupo se disgrega, pero Fran hace una discreta seña a Quílez y Hakim. Ambos le siguen a la sala de descanso.

—Fran, se nos está yendo de las manos —Quílez es el primero en hablar—, tenemos que hacer algo. Esto no tenía que haber pasado. ¿Qué hicimos mal, joder, Fran, qué hicimos?

—Hicimos lo que había que hacer, y lo sabes —Hakim le ataja, atrevido como siempre.

—No. La cagamos. —Quílez no levanta cabeza—. Joder, somos policías y eso, eso de tirarle al mar, ¿cómo se nos ocurrió?... El nuevo, el jefe nos la va a liar, veréis.

—Escucha. —Fran le pone las manos sobre los hombros—. ¿Crees que a mí me gustó? No. Pero había que hacerlo y estábamos de acuerdo, ¿no? Y lo seguimos estando. Así que cálmate. ¿Calmado? —remata Fran. Quílez asiente por fin. Fran le da una palmada en el pecho y salen de la habitación.

En medio de la oficina, Morey da voces para llamar la atención de todos, con un papel en la mano.

—¡Atención! ¡Atención todos! ¡Escuchen! ¿Esto es todo lo que hay en el informe de la desaparición de Abdessalam Ben Barek? ¿Esto? Una simple hoja. La denuncia que interpuso la familia. ¿Nada más? ¿De un crío de quince años? Nadie parece dispuesto a contestar.

—Quizá... Igual se hizo alguna diligencia más, inspector —aventura Quílez—. Puede que no se archivase.

—Pues todavía peor, subinspector Quílez. No solo no le buscaron, sino que ni siquiera se preocuparon en disimular que no lo hicieron. ¿A qué se dedican ustedes en esta comisaría? ¿Eh?

Los policías bajan la mirada, abochornados. Fran da un paso al frente.

—Lo que ha pasado es culpa mía, inspector. Nunca pensé que detrás de la desaparición habría nada que investigar. Lo vemos todos los días. Chavales que se van del barrio y nunca vuelven.

—Ustedes no tienen que suponer, Fran, tienen que investigar. Aunque solo sea por terminar bien este trabajo, se lo advierto a todos: este caso no se va a cerrar hasta que sepamos qué le pasó a este chico.

Mati, atenta a la orden y posiblemente al quite, da un paso al frente:

—Inspector, precisamente hemos recibido el informe preliminar del forense. —Mati le alarga el dosier—. El cadáver llevaba unos tres meses en el agua. Tenía dos disparos de bala. Recibió el impacto mortal por la espalda, le atravesó el corazón. El tiro en la cara fue realizado post mortem. Ya cadáver, le ataron un lastre y lo arrojaron al mar.

—El mismo tiempo que llevaba desaparecido. O sea, que hubiera dado igual que lo buscáramos —interviene Hakim. Pero esa mirada de reojo quiere decir que Morey no se toma muy bien el comentario.

—Gracias, Mati. Ahora, por favor, hágale llegar las pertenencias del muchacho a la familia. Y Fran, ya sabe lo que tienen que hacer.

Morey entra en su despacho y cierra con un sonoro portazo.

* * *

Sentado frente a su ordenador, Morey controla la comisaría a través de la cristalera que le aisla del resto. De hito en hito mira la pantalla de su tablet, donde Serra, a saber desde qué país y qué oficina esta vez, analiza la situación con él.

—Maldita comida de avión, me ha destrozado el estómago. Aunque tampoco ayudó que me mandaras la foto del fiambre. No sé, Javi. No es el estilo de nuestros alegres amigos los yihadistas. Huele demasiado a ajuste de cuentas.

—Lo parece, sí. Pero el chaval tiene el perfil de los que la yihad capta últimamente.

—Ya... pero si lo captaron, ¿por qué lo convirtieron en comida para peces? No tiene sentido. ¿Has avanzado con la pistola de Tarek, la que robaron de la comisaría?

—Todo rastro borrado del registro. Estos cabrones están metidos hasta el cuello. Dame más tiempo. Me estoy ganando a la hermana del chico.

—Eso suena bien. Pillín.

—Creo que puede ser un buen contacto para saber más de lo que ocurre aquí. Es profesora, la conoce todo el barrio. La respetan y sabe lo que pasa.

—Claro, cabrón. Y además está tremenda, que ya he visto las fotos. Así que gánatela, gánatela, que ya verás cómo estas chávalas reprimidas se abren en privado. Si sabes lo que quiero decir, ¡ja, ja!

Morey no entra al trapo. Si algo no le gusta de Serra, son estos juegos. Además, en ese momento, ve cómo precisamente Fátima y Khaled entran a comisaría. ¿Quién es él? ¿Por qué la abrazó antes?

—Tengo que dejarte. Luego seguimos —remata Morey.

—La próxima vez que me mandes fotos de carroña flotante, avísame para no desayu... —Pero antes de que termine la frase, Morey cuelga.

* * *

Cuando Fátima entra en la comisaría, piensa en las veces que ha pisado ese lugar para nada. ¿Será esta vez diferente? ¿De verdad que el nuevo inspector podrá ayudarles? ¿Puede confiar en él? Fede les abre la puerta y Fátima ve a Morey venir a recibirles.

—Inspector, es Khaled, mi... —no sabe por qué, pero le cuesta decir «mi prometido»—, mi primo.

—Nos vimos antes. Encantado, Khaled. Pasen a mi despacho. —Morey le hace una seña a Fran—. Y usted también, Fran, por favor.

Fran no es el único sorprendido por el gesto y les acompaña dentro del despacho.

—El inspector Peyón se encargó de la investigación cuando su hermano fue declarado desaparecido, y...

—Y no hizo nada. —La voz de Fátima está teñida de reproche. Fran se reprime, no dice nada.

—Disculpe que sea tan brusco, pero según el informe preliminar del forense, su hermano murió de un disparo. —Fátima recibe las noticias con entereza y Morey continúa—: Todo parece indicar, obviamente, que se trata de un homicidio. ¿Tiene usted idea de si su hermano tenía enemigos?

Ante la sorpresa de ambos, Khaled interviene, hablando serio y seguro.

—Mis tíos no se atreven a decirlo, claro, y les entiendo. Pero Faruq tiene muchos enemigos. Creemos que fueron a por mi primo pequeño, en vez de a por él.

—Entiendo. —Morey asiente—. ¿Tienen en mente a algún posible agresor?

Fátima mira con ira apenas contenida a Fran y responde.

—Sí. Alguien llamado Aníbal. Alguien a quien, todo el mundo lo sabe, la policía protege. Usted no, claro. Acaba de llegar. Los otros policías.

—La señorita se refiere a mí —Fran habla lentamente, sin dejar traslucir ningún tipo de ira o nerviosismo—. Pero solo hacemos nuestro trabajo: por ejemplo, su hermano Faruq Ben Barek ha sido detenido en repetidas ocasiones por presunto narcotráfico. No es precisamente un santo.

—Quiero dejarle claro —Morey decide intervenir para rebajar la tensión— que si alguien de esta comisaría estuviese implicado en la muerte de su hermano, sería tratado como cualquier otro delincuente. Pero le aconsejo, Fátima, que no realice acusaciones tan graves si no puede respaldarlas con pruebas.

—Entonces ¿por qué no buscó a Abdú? —El tono de Fátima es más duro, acusador—. Tres meses... Y ¡ni siquiera le estaban buscando!

Khaled la conforta tímidamente, poniéndole la mano en el hombro.

—Le pedimos disculpas por los errores que hayamos podido cometer —admite Morey—. Pero, por favor, explíqueme lo que le dijo a los agentes cuando desapareció.

—Una noche, hace tres meses, me desvelé y me di cuenta de que Abdú no había dormido en casa.

—¿Eso no era lo habitual?

—No, nunca pasó la noche fuera de casa sin avisar. Era responsable, bueno, estudioso. Mantenernos en vilo toda la noche no iba con él.

—¿Y quién fue la última persona que lo vio... vivo?

—Sara, su novia.

Fátima saca del bolso una fotografía. Sara, en la foto, es una adolescente cristiana, rubia y de aspecto delicado, que sonríe subida en un scooter detrás de Abdú. Fátima continúa:

—Al parecer, Abdú estaba enfadado, muy triste, porque le habían denegado una beca para estudiar en la Península. Quiere..., quería ser médico. Todo esto ya se lo contamos en su día. Pero ustedes ni siquiera han ido a hablar con Sara.

—No se preocupe. Hablaremos con ella.

Alguien llama a la puerta. Sin esperar respuesta, se abre: es Mati.

—Jefe, un incendio en la tienda de la familia de Aníbal. Posiblemente un ataque. Hay varios heridos.

—Faruq se ha dado prisa... —Fran no se corta delante de Fátima—. Jefe, si no necesita mi presencia aquí, voy a echar un vistazo con Quílez y Hakim.

—Iré yo también. Déme un segundo.

Morey se levanta, pero antes de salir, se sorprende de ver a Fátima cogiéndole del brazo. Khaled está igualmente sorprendido. Fátima habla con seguridad, sin reparar en su gesto.

—Si se confirma que el de los cócteles ha sido Faruq... Por favor, no lo pague con mi familia. No deje de investigar lo de Abdú. Por favor.

—Se lo prometo. Ahora debo irme.

* * *

Aparte del olor a gasolina quemada, poco más queda del almacén de «Mamá Tere», madre del traficante Aníbal, una mujer con obesidad mórbida, una larguísima coleta negra despeluchada y un sinnúmero de pulseras de oro, a la cual llevan con dificultad unos sanitarios sobre una camilla.

—¡Cuidado ahí vosotros, que me tiráis! —Mamá Tere inhala furiosamente de una mascarilla—. Le digo, inspector, que como si vienen con un lanzallamas. ¡A mí de mi barrio y de mi casa no me saca ni Dios!

—Señora, necesito más detalles, una descripción de los atacantes —le pide Morey.

—Hable con el tarambana de mi hijo. —Ella señala despectivamente al otro lado de la calle, donde Fran habla con Aníbal. Morey se encamina hacia ellos, pero aún no puede escuchar lo que dicen.

Fran hace caso omiso de los aspavientos de Aníbal, un personaje de unos treintaytantos mal llevados, que se quedó en la moda de la era del «bakalao» y que ha heredado de su madre el descaro y el gusto por la joyería dorada.

—¡Esos moros hijos de puta! ¡Casi se cargan a mi madre, Fran! ¡Mi madre, Fran, que me los voy a cargar a todos!

Fran ve venir a Morey y abrevia su discurso:

—Tú te vas a quedar quietecito, como está mandado. Tu

madre está bien, fuma más que un carretero, así que un poco

más de humo no la va a matar.

—¡Que no, Fran, que te juro que Faruq va a ir al mar, como su hermano!

Morey está casi encima. Fran habla entre dientes.

—Olvídate de eso. Faruq es mío. —Fran se vuelve hacia Morey, y continúa—. Inspector, parece que nadie ha visto nada. Podemos irnos ya.

—Ni se imagina lo que he oído hablar de usted —se presenta Morey — y eso que solo llevo aquí tres días.

—Pues a ver lo que le habrán contado. Y eh, chst, por si las dudas, que yo no me he cargado al hermanito de Faruq, ¿eh? Aunque por mí..., un moro menos «pa» dar por culo.

—De verdad, mira que eres burro —tercia Fran, con evidente familiaridad. Se despide de Aníbal con una palmadita en la cara—. Cuida de tu madre, ¿eh, Aníbal? —añade—. Y llama al seguro, que esto te lo cubre, hombre.

El inspector Morey se aleja con Fran, y Aníbal continúa hablando para sí.

—El seguro... El seguro de tu puta madre.

* * *

Más tarde, y ya solo, Morey detiene el coche en una sombreada calle del barrio y se acerca a una puerta. Lo que va a hacer no es estrictamente correcto, y quizá tampoco legal, pero va entendiendo que en el Príncipe uno no siempre puede ir con la verdad por delante, con la sinceridad por tarjeta y con la honestidad en el verbo. Morey llama al timbre y le abre una adolescente con unos profundos ojos azules, rellenita y el pelo recogido en una coleta. Él le enseña la placa.

—Eres Sara, supongo. Soy el inspector Morey. ¿Me dejas pasar? Quiero hablar contigo sobre Abdú.

Los ojos de Sara se abren increíblemente. Minutos después, el té que ninguno ha tocado se enfría poco a poco, mientras Sara solloza quedamente.

—¿Usted... de verdad lo ha visto muerto? No puede ser...

—Me temo que sí, Sara. Ahora lo que necesito de ti es que me digas si se había metido en algún lío.

—No..., pero... ya no sé... —Sara solloza de nuevo—. Es verdad que estaba un poco raro... Pero no...

—Intenta recordar. Si había cambiado de amigos, adonde solía ir... Por favor.

—Es verdad que... parecía cambiado. —Sara se va calmando poco a poco—. Iba a rezar a una mezquita nueva. Quedábamos menos, discutíamos más... Pero nunca pensamos en cortar. Aunque estoy segura de que Tarek le hablaba mal de mí.

—¿Quien es ese Tarek? —El nombre alerta a Morey.

—Uno de sus amigos. Abdú, bueno, a veces me dejaba colgada para irse con él.

—¿Podría yo hablar con ese Tarek? Para hacerle unas preguntas.

—No, bueno. Tarek está muerto. En el atentado de Tánger. Era él... quien llevaba la bomba.

Bingo. Morey decide seguir haciéndose el despistado.

—Pero... ¿Abdú era amigo de un terrorista? ¿Cómo podíais...?

—No, no. Nadie sabía que era algo así. Todo el barrio se enteró el día del atentado, cuando vieron la foto en la tele. Abdú no sabía nada, aquello le afectó mucho... Aunque es verdad que...

La puerta de la casa se abre, y una cantarina voz de mujer les interrumpe.

—¿Sara? Ya estamos aquí...

Por la puerta entran Dolores, la madre de Sara, una mujer algo estropeada por los años y una viudedad nunca superada. Le acompaña un tipo enorme con el uniforme del Ejército de Tierra, que entorna la mirada y se pone en guardia al ver a Morey.

—¿Tú quién eres? ¿Eh?

—Soy inspector de policía... —Morey enseña su placa, pero Ramón no cambia su expresión ofendida—. He venido a comunicarle a Sara que su novio Abdessalam ha aparecido muerto en la playa.

—¡Dios mío! ¡Mi niña...! —Dolores se abraza a su hija y ambas salen, sollozando.

Morey se dispone a irse, pero Ramón se interpone.

—Una cosa: Sara nunca ha tenido un novio moro, así que no creo que pueda contarte nada, ni ahora, ni nunca más. ¿Entendido, inspector?

—No se preocupe. Ya habíamos acabado. No les molesto más.

* * *

La noche cae en las oficinas del CNI, pero Serra, cenando una pizza recalentada pese a sus refinados gustos culinarios, aún está trabajando, más concretamente, hablando por el manos libres con Morey.

—Así que volvemos a estar en el camino correcto —confirma—. Tarek y Abdessalam... amigos.

Morey le contesta desde el coche, mientras conduce por la carretera junto al mar.

—Sabía que tenía que haber algo más.

—Bueno, eso está por ver... Si Abdú ya estaba captado, no veo por qué razón querrían matarle.

Morey le pisa el final de la frase, ya tiene una teoría:

—Quizá se rebeló. Quizá Tarek murió, vio de verdad lo que le esperaba y quiso desertar. Una cosa es hablar de las vírgenes del paraíso, y otra ponerse un chaleco con explosivos.

—O sea, que según tú, para entonces ya sabía demasiado y se lo cargaron. Pero entonces no me cuadra qué tienen que ver tu querido Fran y sus sicarios con la pistola.

—Por el momento solo sé que no quiso investigar a Sara. Por algo será.

—Estoy de acuerdo. Puede que no te lo haya contado todo. Tienes que conseguir hablar con esa cría de nuevo.

* * *

Lejos de allí, en un recóndito descampado donde pocos cristianos se atreven a entrar, la piel clara, ojos azules y brillante pelo pajizo de Sara destacan poderosamente al ser la única mujer que se atreve a pisar ese lugar y se abre paso, sin miedo alguno, entre los jóvenes huidos de casa, los inmigrantes ilegales marroquíes y los macarras del barrio cercano que juegan una violenta pachanga de fútbol.

—Karim. ¡Karim!

En uno de los córneres, el mismo Karim que observaba a Morey en la plaza del cafetín, se sorprende al ver allí a Sara. Corre hacia ella, antes de que se acerque demasiado al grupo. Sara le aborda con palabras a bocajarro:

—La poli ha venido a casa. ¡Dicen que Abdú ha aparecido muerto en la playa!

—¡Baja la voz, imbécil! ¿Qué estás diciendo?

—¡Que Abdú está muerto!

—No, no, lo de la policía... ¿Has hablado con la policía?

—¿Qué importa eso? ¿Qué le habéis hecho a Abdú?

Karim la agarra bruscamente del brazo y se la lleva tras una furgoneta.

—Baja la voz. Yo no le he hecho nada. Lárgate de aquí, y como digas algo, te enteras, ¿entendido?

—Cabrones, sois unos cabrones...

Sara se vuelve y se aleja de allí, llorando. Karim se queda un momento solo... Y entonces escucha unos pasos irregulares y arrastrados. Se vuelve para ver a Ismail, algo mayor que él, que soporta su cojera con la ayuda de una muleta. Es barbudo, de mirada penetrante como la de un perro de presa.

—Tranquilo, Ismail. No dirá nada. La tengo controlada.

—No la tienes controlada... Al final, hablará con la familia de Abdú... Ya lo has visto, habla con policías...

—De que no hable me encargo yo. —Para reforzar sus palabras, Karim saca una navaja automática y acciona el filo—. Confía en mí.

—Te lo dije..., te lo dije..., Karim...

* * *

La habitación de Abdú, que nadie se ha atrevido a tocar desde su desaparición, es en apariencia como la de cualquier otro chico de su edad, musulmán o cristiano: pósteres, recortes de revistas, muchos libros de texto, un ordenador y un poco más de desorden de lo que le gustaría a su madre, presente en el registro junto a Fátima, Nayat y Morey.

—Gracias por dejarme verla.

—Está tal y como la dejó —confirma Aisha, emocionándose de nuevo—. Nayat, quédate con ellos. No cerréis la puerta.

Aisha se aleja hacia la cocina, entre lágrimas. Ya solos, Morey escanea la habitación con los ojos, que saltan rápidamente de un lado a otro, buscando algo diferente, atípico, extraño, que no sea propio de ese lugar.

—¿Ha visto cuántos libros? —Fátima rompe el silencio—. Ya le dije que Abdú era muy estudioso. Se pasaba las horas aquí, estudiando, sin que nadie tuviese que decírselo...

—Si no les importa —Morey señala al ordenador—, nos lo llevaremos para echarle un vistazo.

Por fin Morey la encuentra. La pieza que no encaja. Toma un sobado libro, que parece haber pasado por decenas de manos. Extrañado, lee el título en voz alta.

—Al-Andalus: por qué debemos recuperarlo y expulsar a los infieles. ¿No le parece una lectura un poco fuerte para un adolescente?

—¿Es que usted está de acuerdo con todo lo que lee? — Fátima se encoge de hombros, sincera.

—Solo intento tener una idea más clara de qué había en la cabeza de su hermano.

—Claro. —Fátima se cruza de brazos, ofendida—. Porque era un musulmán del Príncipe. Y solo por eso ya es sospechoso de muchas cosas. De verdad... Usted solo lleva unos días en el barrio y ya piensa como ellos.

Morey deja el libro de nuevo sobre la mesa, prefiere no contestar. Fátima, cada vez más nerviosa, cierra la puerta en la cara de Nayat y se acerca a Morey, angustiada.

—Dígame la verdad: ¿sufrió Abdú al morir?

—Le aseguro que no. Pero necesito saber algo más. He estado hablando con Sara —Fátima asiente esperanzada, por fin un policía les hace caso—. Pero creo que sabe más de lo que me va a contar. Fátima, le quiero pedir que hable con ella. A usted quizá le cuente más.

—¿No estará haciendo todo esto para proteger a sus compañeros?

Morey da un paso adelante, hacia ella, a una distancia que en público sería sospechosa. Y la tutea.

—Fátima, solo quiero ayudarte. Créeme.

En ese momento la puerta se abre y Leila irrumpe con un vaso de té. Por detrás Nayat hace un gesto de disculpa: «No he podido impedirlo». Leila habla, cortante:

—Khaled ha venido a buscarte, Fátima. —Leila alarga el vaso a Morey—. Mejor tómeselo en el salón.

Morey asiente en silencio, toma el vaso y sale de nuevo al salón, donde tantas miradas y cuchicheos se le dedican. Allí, siente que es el momento para decirlo:

—Escuchen, no quiero entrometerme, pero... el cuerpo está en muy malas condiciones. Quizá Faruq sea el indicado para hacer el lavado ritual, en lugar de Hassan.

Tras el estupor inicial, es Leila, la mujer de Faruq, la que toma la palabra.

—Gracias, inspector. Faruq nunca se las dará, pero yo quiero hacerlo. Quizá Fátima tiene razón, usted no es como los demás policías.

Antes de que Morey pueda responder, todo el mundo en la sala se encoge instintivamente. Dos disparos. Fuera. Ruedas contra el asfalto. Gritos. Morey saca su arma y ya está en la calle, mira alrededor: dos personas en el suelo, sangre. Ve a Faruq, arrodillado junto a su ya cadáver lugarteniente Mohsen, que yace en un oscuro charco de sangre. Unos metros más adelante Morey se acerca a la segunda víctima: es una de las mujeres que estaba en casa de los Ben Barek, atropellada por los asesinos de Mohsen en su huida.

—No la toquen, aún tiene pulso. —Morey ve llegar a los invitados, con Aisha a la cabeza, las manos en la boca. Morey se siente frustrado, decepcionado, harto ya de ese barrio y de su gente. Grita en medio de la plaza—: ¿Quién ha visto lo que ha pasado? ¿Quién lo ha visto? ¿Eh?

Pero todo el mundo mira hacia otro lado. Solo Fátima y Morey se miran fijamente, unidos por la duda de si algo puede cambiar, de verdad, en ese barrio.

* * *

Un rato después, Fran y Morey se mueven con experiencia y seguridad por la escena del crimen, donde el cadáver de Mohsen sigue tapado por una manta térmica. Fran la levanta y observa sus heridas.

—Se dará cuenta de que esta es la guerra que le anuncié — explica Fran—. La represalia por el ataque al almacén de Aníbal.

—El lugarteniente de Faruq, nada menos —aclara Hakim—. Y la mujer mayor atropellada ha muerto antes de llegar al hospital.

Miradas de preocupación entre los cuatro hombres. Se les está yendo de las manos.

—Joder. —Fran resopla—. Una cosa es que estos mierdas se maten entre ellos... y otra que empiecen a caer inocentes. El barrio se nos puede echar encima. ¿Dónde coño estabais, Hakim?

—Fran, patrullando el barrio, como ordenaste... pero somos pocos, lo sabes. No podemos estar en todas partes.

—Cuidado —Quílez avisa de la llegada de Faruq, quien llega con las manos manchadas de sangre y un tono de indignación, rabia y nerviosismo que se cuida de no reprimir.

—Primero mi hermano, y ahora, un hombre que era un hermano para mí. ¿Y qué pasa con Aníbal? ¿En la calle, no?

Fran no se deja achantar:

—Eso mismo nos ha preguntado él de ti después de que casi abrasaran a su madre con cócteles molotov.

—No sé de qué coño me estás hablando, Fran. Yo solo sé que íbamos a enterrar a un musulmán y ahora vamos a enterrar a dos —Faruq se dirige a Morey—. Esta no es la manera de conseguir nuestra ayuda.

Los policías se quedan en silencio. Faruq les da la espalda y vuelve con su familia.

—Sé que soy el nuevo —expone Morey, mirando fijamente a Fran—. Que no conozco el terreno. Que este barrio tiene otras reglas. Que aquí se asesina a dos personas en plena calle, en pleno día y a ustedes les da igual. Pero yo creo que todo eso quiere decir que no estamos haciendo algo bien. Y eso, no pienso permitirlo. —Morey se vuelve para irse, pero vuelve para ponerle a Fran un dedo en el pecho—. Todo el mundo dice que es usted quien controla el barrio. Demuéstremelo.

* * *

Casi una hora después, Morey y Fátima están en la sala de espera del Instituto Anatómico Forense, aguardando mientras Faruq, como sugirió Morey, lava el cuerpo de Abdú. Llevan en silencio mucho rato. Por fin Fátima habla:

—Gracias. Aprecio que haya hecho esto por nosotros. Y Faruq también, aunque nunca se lo dirá. Váyase a casa si quiere, no tiene por qué estar aquí.

—No se preocupe.

—Necesito saberlo, Morey. ¿Qué le pasó a Abdú? ¿Cómo acabó así?

Morey decide ser completamente sincero. Ha de ganarse su confianza, y de alguna manera... se lo debe.

—Sara me dijo que Abdú era amigo del terrorista suicida de Tánger. Tarek Bassir.

—Abdú no era el único amigo de Tarek. —Fátima frunce el ceño, molesta—. De hecho era un chico muy conocido en el barrio, muy popular. Fue una sorpresa para todos que... hiciera lo que hizo.

—Pero, según Sara, no debió ser una sorpresa para Abdú. De hecho iban juntos a cierta mezquita.

—O sea, que según usted, que mi hermano conociera a un terrorista, ¿quiere decir que lo era?

—No digo eso. Digo que Abdú se movía en ese entorno, y que ahora está muerto. Aníbal es un criminal, un indeseable, pero no creo que matara a su hermano. No se ofenda, si le pregunto todo esto es para ayudarles a usted y su familia.

Fátima va a responder, pero le interrumpe el llanto desgarrado de Faruq desde el interior de la morgue. Fátima se queda en silencio unos segundos. Finalmente reacciona.

—Nunca..., nunca había visto a mi hermano llorar. Aquí todo acaba en agua salada, ¿sabe?

—Conozco el dicho.

Como para confirmarlo, Fátima parpadea, las lágrimas rebosan sus pupilas, caen sobre sus manos. Morey reflexiona por unos instantes. ¿Por qué una mujer como ella debe pasar por todo eso? ¿Por qué no busca otro futuro? ¿Otras oportunidades en la vida?

—Fátima, ¿nunca ha pensado en irse de aquí? ¿En dejar este mundo?

—¿«Este mundo», Morey? Esto es mi vida. El barrio, la gente, los chicos. Es lo que he elegido, no porque me guste, sino porque quiero cambiarlo. Para que tengan un futuro. Como el que tenía Abdú.

Horas después, ni siquiera una larga ducha le ha servido a Morey para relajarse como necesita, y la conversación con Serra no termina de ordenar sus pensamientos, sus sensaciones, sus sentimientos.

—Entonces lo único que tienes es a un chaval de quince años con un amigo terrorista. Poca cosa.

—Tengo que sacarle más a la novia. Hubo mucho que no dijo, estoy seguro. Además, me contó que le encontraba muy raro últimamente.

—Igual le estaba poniendo los cuernos, Javi, a saber, es una cría. Hasta que tengas algo sólido, esto es un ajuste de cuentas. Si no por Faruq... a lo mejor fue el hermano de ella, el «militroncho». Le hemos vinculado con grupos de extrema derecha. Quizá cogió al morito que se estaba zumbando a su hermana y le dio pasaporte...

—No creo que...

—Javi, estoy de coña. Yo tampoco. Solo quiero que no nos agarremos a hipótesis inverosímiles sin pruebas. Estamos buscando una red terrorista internacional, y todavía no veo cómo encaja este cuerpo.

—Quizá sabía demasiado. —Morey lanza ideas, posibilidades, teorías. No se rinde.

—Quizá, quizá, quizá. Llámame cuando tengas alguna certeza. —Serra cuelga.

Y de entre todas las piezas del puzle desplegado ante sus ojos en el panel, Morey observa fijamente unos ojos: los de Fátima.

* * *

Sentado en la terraza del cafetín, Faruq observa a familiares y amigos entrar en su casa para dar el pésame y velar el cuerpo de su hermano, que ha lavado como mandan los cánones islámicos unas horas antes. Faruq siente aún el peso de los sentires reprimidos, de los momentos que nunca tuvo tiempo de compartir con su hermano pequeño, de los consejos que nunca le dio... Y que nunca le podrá dar ya.

De casa sale Hassan y se dirige hacia su hijo, cansado, encorvado, con las manos a la espalda. Le besa y se sienta a su lado.

—Quiero decirte que has honrado a tu hermano y a tu familia. Gracias.

—No, padre. No las merezco. No cuidé de él.

—Eso lo debería decir yo, que soy..., era su padre.

—No supe protegerle. Voy a cargar con esta culpa toda mi vida.

—Todos lo haremos, hijo. —Hassan le toma de las manos—. Y te voy a pedir algo: no vengues su muerte. Déjale descansar en paz.

Como por instinto, Faruq retira las manos, se revuelve ante cualquier orden, incluso si viene de su padre.

—No, no puedo, te aseguro que...

—Faruq. No quiero perder a otro hijo. Ni poner en peligro a las mujeres. ¿Entiendes? No quiero más sangre ni más lágrimas. Ya hemos sufrido bastante y no quiero que lloremos más. Promételo.

Faruq duda. No tiene argumentos, solo su rabia, su ira y su orgullo. Pero lo dice:

—Te lo prometo.

* * *

Dentro de la casa, Nayat observa con ojos de niña, entre curiosa, atemorizada y acongojada, el coreografiado ritual del mundo de los adultos ante la muerte de un ser querido. Nayat ve sonrisas comprensivas y no sabe si debería llorar. Ve llantos desconsolados y no sabe si sirven de algo. Ve, en el centro de la sala, el ataúd cerrado con la foto de Abdessalam y no sabe si de verdad es posible que el que fuera su hermano, un ser vivo de carne, sangre y espíritu, esté guardado dentro. Nayat ve entrar a Sara y su madre, Dolores, las dos de negro, y Aisha se acerca a recibirlas, con gestos de agradecimiento.

—Lo siento, lo siento tanto... —Dolores rompe a llorar, mucho menos entera que su hija—. Yo lo quería mucho...

—Lo sabemos, hija, lo sabemos. Ven a sentarte con nosotros.

Aisha tira de su mano, va a llevársela junto a la familia, pero Dolores la detiene.

—En realidad, hemos venido solo a dar el pésame... nos íbamos ya, no queremos molestar.

Aisha se hace cargo, pero Sara interviene:

—Yo sí quiero quedarme. Este es mi sitio, madre.

—Sara —Dolores baja la voz—, si tu hermano se entera de que hemos estado con... ellos, ya sabes cómo se va a poner.

—Que se ponga como quiera. Abdú era mi novio, le guste o no. Me da igual cómo se ponga, vete tú.

Dolores suspira y termina yéndose de allí. Aisha lleva a Sara junto a Fátima, que la conforta cuando casi pierde las fuerzas junto al féretro. Fátima no lo duda, tiene que saberlo, susurra.

—Sara, ¿tú sabes quién le mató?

—¿Yo? —Sara se ve acorralada—. ¡Yo no sé nada!

Sara se zafa y sale de la habitación. Fátima se disculpa con un gesto y la sigue hasta el cuarto de Abdú, donde la encuentra llorando, acariciando la cama.

—Entiendo lo que sientes —comienza Fátima—. Ambas le hemos perdido. Pero creo que no se merece que actuemos como si nada hubiese pasado. No estás sola en esto. Yo estoy contigo, puedo ayudarte.

—No..., hay cosas que no tienen arreglo. íbamos a irnos juntos. Me dijo que volvería, que no estaría sola. Y ahora, ¿qué voy a hacer yo?

—Sara, ¿te dijo eso antes de desaparecer?

—No puedo decírtelo..., se lo contarás a los policías.

—Sara, soy su hermana. Si sabes algo, tengo derecho a saberlo.

Sara respira hondo, con dificultad, congestionada.

—Abdú... se fue con unos amigos de Tarek, gente que conoció en la mezquita. Les pregunté y me dijeron que estaba bien. Que volvería a por mí. Pero ahora está muerto...

—¿Por qué no nos dijiste nada? Después de tres meses, ¿no ves cómo hemos sufrido?

Sara no puede más, termina por derrumbarse del todo. Su voz se vuelve un hilo.

—¿Y yo...? ¿No estoy sufriendo completamente sola...? No lo entiendes, ¿qué voy a hacer yo? Estoy embarazada de Abdú... —Fátima se lleva una mano a la boca abierta. Sara la coge los hombros—. Pero me tienes que prometer que no dirás nada. Me lo tienes que jurar. O vendrán a por nosotras...

* * *

Morey está en su despacho, un taco de papeles a cada mano, tratando de poner orden en el revuelto burocrático que sus antecesores descuidaron tras darse cuenta de que no iban a tardar mucho en dejar el cargo. Alguien llama a la puerta; es el bueno de Fede.

—Perdón, inspector, la forense ha venido a verle. Morey se extraña, deja los papeles en la mesa. La doctora entra, nerviosa. Empieza a hablar sin siquiera sentarse.

—Inspector, pensé en llamar, pero finalmente preferí venir... — Morey asiente, le invita a continuar—. Es por el caso de Abdessalam Ben Barek. Estábamos archivando los materiales forenses... y me llamó la atención algo que no vi en un primer momento. No fue culpa mía, a cualquiera se le podría haber pasado...

—No se preocupe. Hable con libertad.

—El cadáver tiene todas las muelas del juicio, algo que no es habitual en un chaval de quince años. —La forense pone sobre la mesa la radiografía—. Decidí hablar con el médico de la familia, y me puso en contacto con el odontólogo. Estas son placas de su boca, muy recientes. Efectivamente aún no le había salido ninguna de las muelas.

—¿Qué me está queriendo decir?

—Que a partir de este dato, he realizado más análisis y puedo asegurarle que el cadáver hallado en la playa no es el de Abdessalam Ben Barek.

Morey se toma unos segundos para reaccionar. Lo que acaba de averiguar tiene enormes consecuencias y debe estar seguro antes de dar su siguiente paso.

—Venga conmigo.

Antes de que la forense salga de su estupor, Morey le guía ante Fran y Quílez, que se miran extrañados.

—La doctora me dice que el cadáver de la playa no es Abdessalam Ben Barek.

Fran y Quílez parecen de verdad sorprendidos. La prueba era ver si no se extrañaban. Pero Morey se da cuenta de que lo están, e incluso demasiado.

—Hemos encargado algunas pruebas más a partir de las muestras que conservábamos... —prosigue la forense— pero personalmente me responsabilizo de lo que les digo: no es el chico.

—Pero... —interviene Quílez— llevaba la medalla con el nombre, la foto de la hermana, su ropa... La familia reconoció el cuerpo, el hermano le ha lavado... Entonces ¿quién es?

—Exactamente —exclama Morey—, ¿quién es el muerto? ¿Dónde está Abdessalam? ¿Y quién se ha molestado en montar esta farsa?

Fran levanta las manos, trata de calmarle.

—Morey, esto es también una buena noticia. Si el muerto no es el chaval Ben Barek, Faruq no tiene motivos para vengarse de Aníbal. Los ánimos van a calmarse.

—En cualquier caso, debemos informar a la familia. ¡No pueden enterrar ese cuerpo! Debemos seguir con la investigación.

Fran aún apostilla lo que está en la mente de todos:

—¿Se da cuenta de que quizá no van a creernos?

* * *

El imán del barrio entra en casa de los Ben Barek, acompañado de Faruq y Hassan. Todas las mujeres saben lo que eso significa. Aisha se siente desfallecer, pero recoge fuerzas para levantarse.

—¿Ya os lo lleváis?

—Es la hora. El Señor está esperando a tu hijo.

Las mujeres se retiran, mientras los hombres cargan el féretro. Todo es sobrio y solemne. No hay flores ni nadie va de negro. Aisha se aferra a la fotografía de Abdú: lo único que le queda. Nayat se da cuenta, por fin, de todo lo que el ritual significa para la familia, y rompe a llorar como no lo ha hecho antes.

—Madre..., ¿por qué se lo llevan? Yo quiero ir también al cementerio...

—Nosotras no podemos hasta mañana, Nayat...

Las mujeres se quedan en el salón para compartir su dolor: Aisha, Fátima, Nayat, Leila... y Sara.

Fuera, el cortejo fúnebre traslada entre cánticos el ataúd. Una veintena de hombres, entre ellos, Karim, les rodean, mientras los vecinos miran en silencio. Un momento de recogimiento roto por la llegada de un coche K de policía.

Todos levantan la vista. ¿De verdad esto va a ocurrir? ¿Van a interrumpir hasta la ceremonia más sagrada? ¿Van a insultar a la familia Ben Barek hasta este punto?

Fran y Morey bajan del coche y caminan hacia el cortejo, hacia la creciente indignación de los asistentes. Antes de que Fran y Morey se acerquen, el imán les sale al paso, ofendido.

—¿Qué hacen aquí? Alá, señor nuestro..., déjennos enterrar en paz a nuestros muertos. ¡No perturben más el dolor de esta familia rota!

Fran y Morey le esquivan y se acercan al ataúd, pero el imán vuelve a ponerse frente a ellos.

—¡Les he dicho que nos dejen en paz! ¡Esto es asunto nuestro! —Se dirige a los congregados—. ¿Vamos a aguantar que la policía no nos deje ni enterrar a nuestros hijos?

La muchedumbre comienza a soliviantarse, y la situación empieza a volverse tensa y peligrosa. Fran busca contacto visual con Faruq, pero este, personalmente ofendido, no va a hacer nada por ellos. El imán prosigue sus advertencias e incita a la multitud, que les increpa.

—¡Cabrones! ¡Perros! ¡Siempre contra nosotros...! ¡Alá es grande!

Desde la casa las mujeres se arremolinan alrededor de la ventana, pero no distinguen lo que ocurre. Y no pueden salir a comprobarlo. Pilar, la amiga no musulmana de Fátima, se ofrece:

—Si queréis, salgo a ver qué pasa.

—No, hija, espera.

—¿Seguro? Está la policía.

Fuera, la multitud casi ya se enfrenta cuerpo a cuerpo con Fran y Morey. Este echa mano a su arma reglamentaria, pero Fran le detiene discretamente con un gesto y busca la mirada de...

—¡Hassan! —La voz de Fran acalla un momento las iras—. Yo también he perdido a un hijo. Tenía la edad de tu Abdessalam. Yo también tuve que enterrarle. Y no me atrevería a interrumpir este momento de dolor si no fuese importante.

Los ánimos se acallan. Hassan se queda quieto, su autoridad reconocida, pero no sabe bien qué hacer. Para sorpresa de todos, Faruq calma los ánimos.

—Escuchad. Escuchad a mi padre.

Los ánimos se calman. Fran da la palabra a Morey.

—No queremos molestarles, y menos insultarles. Pero hemos descubierto que su hijo puede estar vivo. Este cuerpo no es el de Abdessalam. Lo acabamos de saber.

Caras de incredulidad, estupefacción, sospecha.

—Mi hijo... ¿no está muerto?

Hassan se emociona. Todos buscan una confirmación, una verdad, antes de creerlo. Hassan llora de la emoción. Uno de los vecinos entra a casa de los Ben Barek para avisar a las mujeres:

—¡Dicen que Abdú está vivo! ¡Que el muerto no es él! ¡Está vivo!

El mismo momento de sorpresa, de escepticismo, de recelo. Y la explosión de alegría: Nayat, Fátima y Leila se abrazan a ella.

—¿Habéis oído, hijas?

—Sí madre... ¿Has visto, Sara? ¿Sara?

A través de la ventana Fátima ve que Sara ha salido fuera... y decide seguirla. Al fin y al cabo, ya no está haciendo nada prohibido, ¿no? Entre los congregados, Karim ve salir a Sara. ¿Qué hace ella allí? ¿No le dijo que se alejara de la familia?

Pese a la alegría general, Faruq no es tan fácil de convencer.

—No me creo ni una palabra. No les creas, padre. ¡Solo quieren proteger al asesino de Abdú!

—Hijo, por favor. Hagámosles caso —le interrumpe Hassan—. Nos traen una esperanza... No la rechacemos. —Hassan se gira a la multitud—. Gracias a todos por estar con nosotros. Ahora, todos a casa, por favor, todos a casa...

Mientras la confundida muchedumbre se disuelve, Sara se acerca a Karim, que iba a escabullirse.

—¿Es verdad? ¿Es eso verdad? ¿Va a volver conmigo?

—Vete. Vete. —Karim se larga, hablando entre dientes—. No te conozco.

Pero antes de salir de la plaza, Karim ve a Fátima hablando con Morey, y entrecierra los ojos. «Todo se está complicando demasiado», piensa.

—¿Es verdad? —Fátima necesita saberlo de boca de Morey.

—Sí, lo es. Abdú no está muerto.

—Yo... tengo que contarle algo, pero no puedo hablar aquí. Nos vemos en el mirador.

* * *

Minutos después Morey llega al mirador, y la ve volverse, sonriente, aún llorando de felicidad. Sin poder reprimirse... Fátima le abraza.

—Gracias. — E inmediatamente da un paso atrás para mirarle—. Dígame que no me está engañando. Por favor. No podría soportarlo.

—No, Fátima, no. ¿Cómo iba a hacer algo así? Lo que lamento es el dolor que os hemos causado con la confusión...

—Pero ¿quién es, entonces? ¿Por qué llevaba su ropa, su medalla?

—Aún no lo sabemos. —Morey mira alrededor, comprueba que nadie se fija en ellos—. Pero usted me ha dicho antes que tiene algo que contarme.

—Sí... pero, por favor, debe quedar como algo extraoficial, prometí no contarlo... Usted tenía razón con lo de los amigos de Abdú... pero además Sara está embarazada de él.

—¿Embarazada? —exclama Morey—. ¿No os dijo nada? ¿Lo guardaban en secreto?

—Aún no lo sé, intentaré averiguarlo. Solo le pido una cosa..., que no hable de terrorismo a mis padres, por favor. No hasta que estemos seguros... Porque va a seguir buscando a mi hermano, ¿verdad?

Fátima le mira, emocionada, plena de euforia, de esperanzas, de admiración... Morey vuelve a sentir esa especie de euforia que le llenó el cuerpo la primera vez que la vio, la segunda y cada vez que está delante de ella. Él ha estado con muchas mujeres, pero nunca ha sentido antes el tipo de atracción, fascinación y, ha de reconocerlo de una vez, enamoramiento que siente por ella. Así que Morey decide no resistirse... Y simplemente, la besa. Fátima retrocede.

—Yo... no puedo, no puedo hacer esto —murmura ella.

—Lo sé. Lo siento. Pero he querido hacerlo desde la primera vez que la vi, Fátima.

Morey se acerca otra vez a ella, va a besarla. Ella podría retroceder de nuevo... pero no lo hace. Y esta vez, Fátima responde a su beso.