10
EL ELEGIDO

La mujer que no se respeta a sí misma no será respetada por los demás. La mujer que no porta el velo sobre el pecho, la que no camina con la cabeza gacha, dice a todos que busca pecar. El pecado destruirá a esa mujer y a los que la rodean. ¿Es que no veis que hombres y mujeres no se mezclan en la mezquita? Si no se mezclan en el más sacro de los lugares, ¿por qué tienen que mezclarse en escuelas o lugares de trabajo? Lo dice el Corán: no salgáis de casa y no hallaréis el mal. Y lo dice a las mujeres. A las que se perfuman, se maquillan y se ponen tacones: esas solo buscan fornicar. Hijos y hermanos: nunca, nunca les permitáis que abran la puerta al pecado, pues basta con abrirla una vez, y la condenación será ya eterna.

— Padre, ¿puedes bajar la televisión?

Fátima se vuelve hacia su padre, en el salón de los Ben Barek. Es cierto que la televisión está un poco alta, pero lleva así toda la sobremesa y a nadie parece haberle importado. Es posible, pues, que sea el encendido tono del predicador, el énfasis de sus amplios gestos o la solemnidad con la que emite su mensaje. Pero también, no puede ser de otra manera, Fátima se siente ofendida como mujer, como musulmana y como ser humano, por sus palabras.

—¿Mejor aún, no te importaría cambiar de canal? Al menos, mientras hacemos esto.

—No, padre. No cambies de canal. Creo que lo que dice es muy interesante.

Fátima, extrañada, se gira de nuevo, y se encuentra la mirada desafiante, dura y directa de su hermano Faruq, que obviamente, busca pelea. Pero por el momento no la va a encontrar, se dice. De manera que vuelve su atención a los modelos de invitación de boda que Leila y Aisha han puesto sobre la mesa.

—Que no, chicas, que no me gusta ninguna —remata Fátima.

—Pero ¡si son preciosas! —tercia Nayat.

—Esta se parece a la que Faruq y yo elegimos para nuestra boda, y a todo el mundo le encantó.

—Insisto en que lo que dice este hombre me parece muy interesante —repite Faruq—, y creo que deberías escucharlo, Fátima.

—Ese hombre es un fanático. —Irritada, ella se vuelve hacia su hermano.

—Un respeto, hija — tercia Hassan—. Ese hombre es Fouad Al Ghaled. Un hombre sabio.

Fátima piensa a tiempo que es mejor no discutir. Así que recoge algunos de los platos restantes y sale para la cocina. Pero cuando va a volver, se encuentra de frente con Faruq. Fátima va a esquivarle, pero este la detiene.

—¿Has elegido ya?

—No. Esas invitaciones son un horror.

—No me refiero a las invitaciones.

Fátima nota algo en el rostro de su hermano. De nuevo esa expresión irónica.

—¿De qué me hablas, Faruq?

—Como si no lo supieses. Estuviste en su apartamento por la noche. Y te vi besarle en su coche, delante de todo el mundo. No tienes vergüenza.

Fátima oculta la vista y va a pasar por el otro lado. Pero Faruq se mueve a tiempo.

—Deja de meterte en mi vida, ¿me oyes?

—Deja de pensar que es solo tu vida. Si sigues así, nos vas a buscar la ruina a todos. Tu futuro marido es Khaled. Díselo a tu amigo policía. O se lo diré yo.

Faruq se retira por fin y le da la espalda. Fátima permanece de pie en el pasillo, respirando y tratando de asimilar lo que significa la intromisión de su hermano para su relación. De fondo Fouad Al Ghaled sigue perorando sobre la virtud de la mujer...

* * *

En el Sol y Sombra, las conversaciones de sobremesa han ido perdiendo intensidad poco a poco según las palabras del clérigo se solapaban a las risas, anécdotas y voces de mus. Todo el bar se ha girado hacia la televisión para escuchar el sermón, provocando en todos los casos incredulidad, pasmo o jocosidad.

—A las que se perfuman, se maquillan y se ponen tacones: esas solo buscan fornicar.

—¿Qué sabrá este de mujeres? —Por fin alguien rompe el silencio. Es Mati, indignada y cruzada de brazos.

—O de fornicar —remata Hakim.

Lo cual provoca la inmediata hilaridad de todo el bar, con lo que cada uno de los parroquianos vuelve alegremente a sus cafés, copas y cartas.

—Buenas —saluda Fran al entrar en el bar.

—El vídeo fue subido a la Red —continúa la presentadora televisiva— al acabar el sermón que ayer pronunció en Ceuta el imán Fouad Al Ghaled, de posiciones integristas y al que persigue la polémica en todas sus visitas a la ciudad.

—Vaya un psicópata —dice Fran, pidiéndole un café a Marina con un gesto.

—En Marruecos tiene hasta prohibido hablar en público —Hakim asiente— y aquí sale en la tele.

—Pero ¿quién hará caso de esas barbaridades? —pregunta Marina, manchando de leche el café. Es Mati, aún enfadada, quien tiene la respuesta.

—Pues hombres. ¿A quién le interesan esas burradas? A los tíos.

—Con pancartas están en la puerta del hotel. A ver si no la lían, que lo mismo nos toca ir y no tengo ganas —desea, esperanzado, Hakim. Pero Mati sigue dándole vueltas.

—Fran, ¿no es ilegal decir eso? Porque si es legal, es vergonzoso. Le afeitaba la barba al ras, pero con un cuchillo de cocina.

Todos ríen la gracia, pero el sermón continúa y poco a poco, todos vuelven a la seriedad. Es Hakim quien tiene una última reflexión.

—Por gentuza como este, luego la gente se cree que todos los musulmanes somos así...

* * *

En su despacho, Morey escucha también las palabras de Fouad, al que se conoce como cercano a posiciones yihadistas, considerando si puede tener alguna relación con su misión. En su ordenador, suena un aviso de llamada. Es Carvajal.

—¿A que no sabes con quién acaba de hablar Omar?

Por toda respuesta, Carvajal pincha la conversación, en la que se alternan, en árabe, las voces de Omar y de Fouad.

—Salamo Aleikum, hermano —comienza Fouad.

—Aleikum Salam, sheikh. Estoy viendo en televisión tu sermón de anoche.

—Bueno. ¿Está preparado?

—Sí. Esta tarde le conocerás.

—Al-Hamdouli-lah. Hasta luego —concluye Fouad, en español. Un pitido de corte de llamada.

—Parece que Omar va a presentarle a alguien —resume Carvajal—. Fouad está deseando conocerle.

—¿Tenemos controlado a Omar? ¿El localizador funciona bien?

—Sigue en el Centro Cívico.

* * *

En el Centro Cívico, Fátima va a entrar en clase, cuando ve a Omar hablando con Driss. Hay algo extraño en ellos que choca a Fátima, pero no puede identificar claramente qué. Omar y Driss charlan amigablemente, como un profesor y un alumno cualquiera, sonrientes, y hasta cierto punto, distantes. Fátima se acerca a ellos.

—Te envidio —le dice Omar a Driss— porque vas a entrar en el paraíso antes que ninguno de nosotros.

—¿Te ha hablado de mí el sheikh Fouad?

—Está deseando conocerte. Ya verás qué hombre tan interesante.

—Pero ¿yo qué le tengo que decir?

Driss calla súbitamente cuando nota que Fátima llega a su lado. Pero Omar no ha cambiado su gesto. Tiene la misma sonrisa beatífica de siempre.

—¿Comes con nosotros? Driss se está portando muy bien en Calamocarro, así que se ha ganado una hamburguesa.

—No puedo, pero me encantaría. —Fátima se dirige a Driss, tratando de descubrir qué es eso nuevo, diferente, que nota en él—. ¿Qué tal te tratan allí? ¿Estás contento?

Driss no levanta la mirada. Al contrario, baja los ojos hacia el suelo, y tan solo asiente.

—Bueno, Fátima, nosotros nos vamos, que se nos hace tarde.

Y ella todavía se queda unos segundos mirándoles alejarse por el pasillo, la mano de Omar en el hombro de Driss. Y entonces se da cuenta. Driss vestía con pantalón vaquero y una limpia camisa de algodón. Es la primera vez que le ve sin llevar una camiseta del Barça.

* * *

Fran cruza la comisaría a grandes pasos para como cada mañana, comenzar recibiendo instrucciones de Morey.

—No hay que ser muy listo para saber que me vas a hablar de este tal Fouad —comienza Fran, utilizando el prometido tuteo—. ¿Qué sabéis o sabemos de él?

—Lo suficiente para sospechar que está aquí para crear problemas. Es un clérigo radical que llegó a ser encarcelado en Marruecos por criticar al rey Mohammed. Huyó a Bélgica y predica desde allí. Es un integrista que podemos considerar muy peligroso, y tiene muchos seguidores. Por eso, necesitamos que te conviertas en su sombra.

—Espera, espera. ¿No tenéis a otro que le vigile? ¿Por qué me toca a mí?

—Por supuesto que le estamos vigilando. Pero necesitamos que se dé cuenta de que la policía está encima de él, para que se centre en vosotros. Te animo abiertamente a que le incordies, a ver si se pone nervioso y se descubre con alguna tontería.

Fran asiente, no contento, pero sí suficientemente satisfecho con la explicación.

—¿Puedo retirarme ya? Tengo trabajo.

—No, una cosa más. Lo de tutearnos... Si no te importa, vamos a dejar de hacerlo. —Fran parpadea, extrañado. Morey se sienta en su silla y vuelve a su ordenador. Aún se explica un poco más—: No es bueno para nuestra tapadera.

—Como guste usted. Jefe.

Fran sale del despacho, y va a cerrar con un portazo, pero se contiene. Este hombre, sus idas y venidas de carácter, su secretismo, su autoridad... Le tienen ya un poco harto. Si tan solo se diese cuenta de que el compañerismo y la amistad son la mejor manera de sacar algo de él. Fran levanta la vista y observa que la mesa de Quílez está vacía.

—Hakim, y ¿Quílez?

—Ha salido. Decía que a ver a Aníbal. Parece que han robado en su almacén o algo así.

Fran hace un gesto a Mati para que también se acerque y ordena:

—Quiero dos patrullas las veinticuatro horas en la puerta del hotel del Fouad ese. Empiezas tú, Hakim, y luego le relevas tú, Mati.

—Dale recuerdos de parte de una mujer pecadora orgullosa de serlo, y le dices que si está de ese humor es porque es un mal... fornicado.

Hakim se ríe con ganas, y Fran se lo piensa.

—¿Sabes qué? Id los dos juntos. Y si te apetece decírselo tú misma, tienes mi permiso.

* * *

—Más vale que sea importante —escucha Carvajal en su auricular. Y como un acto reflejo, ella asiente, aunque él no puede verle. Carvajal está sentada en el asiento del piloto de un coche aparcado en algún lugar de un camino de tierra entre el Príncipe y el Tarajal.

—Estábamos siguiendo a Omar por la carretera del Embalse. Se ha parado en una vieja casa a unos quinientos metros. Es terreno despejado, no podemos acercarnos más.

Carvajal espía por la ventana. Unos metros más allá, López, cuerpo a tierra, observa la casa.

—Aguantad ahí un rato, a ver si ocurre algo.

—Afirmativo, pero hay una cosa más que hemos descubierto al entrar en su listado de llamadas. Todos los días, a la misma hora, Omar hace una llamada perdida. Todos los días, desde hace meses.

—Un código. Abrevia y dime adonde llama.

—No te lo vas a creer. A la comisaría.

Morey se queda perplejo. El movimiento tiene toda la lógica, y conecta sus dos pistas principales. Se están acercando al topo.

—Ese teléfono. ¿Está siempre en comisaría?

—Siempre. Parece que el destinatario no siempre. A veces no lo coge. Debe comprobar que le han llamado, y eso será suficiente. ¿Alguna idea de quién puede ser? —pregunta Carvajal.

—Así, de primeras... No. ¿A qué hora son esas llamadas?

—Siempre a las cinco. Queda... una hora y veintitrés minutos.

* * *

Aisha pasea por la casa canturreando, comprueba que no hay una mota de polvo, nada fuera de su sitio. Todo está perfumado, ventilado, aspirado, fregado, pulido, abrillantado... Pues Khaled les visitará de nuevo pronto y como siempre todo ha de ser perfecto. Aisha recuerda que debe preguntar a Leila si ha terminado de planchar lo que le encargó y se dispone a llamar a la puerta de su dormitorio, cuando escucha algo que le hace detenerse.

—¿Estás realmente seguro de que era Fátima?

—Ni que estuviera ciego. Estaban los dos dentro del coche. Mi hermana y el madero. Besándose a la luz del día.

—Faruq, me dejas de piedra... Pero ¿y Khaled? Si no falta nada para la boda.

—No sé. No sé qué pensar. No entiendo cómo no ve lo importante que es esa boda para toda la familia. Si a mí me llevaran preso, o algo peor...

—Faruq, por favor, no digas esas cosas.

—Siempre te he dicho que hay que estar preparados. Pero si yo falto, ¿qué va a ser de vosotros? Nayat es una niña, y los padres son ya mayores. Necesitamos esta boda. Y no voy a dejar que Fátima estropee esta oportunidad de darnos seguridad para siempre.

La voz de Hassan, que llega a casa, sobresalta a Aisha, quien baja a su encuentro.

* * *

—Parece que usted gana. Jefe.

Fran está sentado en el despacho de Morey, mientras este permanece de pie. Fran trata de sonar exageradamente respetuoso, pero su pose en la silla, reclinado y con las manos tras la cabeza, confirma su habitual desdén por las formas. Fran prosigue:

—Si eso de la llamada está comprobado... Tengo que darle la razón. Alguien de esta comisaría trabaja para Omar.

—No anda usted muy sobrado de fe, Fran. Eso es precisamente por lo que yo vine a trabajar a esta comisaría.

—Pero hay algo que me extraña: ¿por qué una llamada? Hay muchos modos de mandar un mensaje similar.

—Supongo que por discreción, al fin y al cabo, en la comisaría suenan teléfonos continuamente. Si ustedes mismos nunca han notado nada... En cualquier caso, es la primera vez que confirmamos la relación de la célula con el topo de la comisaría. A las cinco —Morey comprueba su reloj, falta menos de una hora— quiero tener aquí a todos sus hombres.

—He mandado regresar a todas las patrullas, salvo a Hakim y Mati, que están controlando a Fouad. —Fran calla un momento—. Y de Quílez no sé nada.

—Quiero que estén todos aquí. Por lo menos veremos si alguien reacciona a la hora de la llamada.

—No tengo tan claro que esto vaya a funcionar. Puede tener el teléfono silenciado.

—Puede, pero no lo sabemos. Tenemos la ventaja de que no sabe que le estamos observando. Vamos a aprovecharla.

* * *

Casi una hora después, Fran consulta su reloj de pulsera. Falta realmente poco para las cinco en punto de la tarde, y... Ahí están Mati y Hakim, que reporta:

—Sin novedades de nuestro nuevo barbudo favorito, Fouad Al Ghaled.

—Qué nivel de inmundicia moral tiene ese hombre dentro del turbante. —Mati mira alrededor y se extraña—. Oye, ¿cuánta gente, no? ¿Hoy no patrulla nadie o qué?

—El jefe —aclara Fran— que ha pedido que estemos todos para anunciar algo importante.

—¿Que va a salir del armario? —tercia Hakim.

—Pues lo mismo, así que a ver si tomas su ejemplo de una vez — repone Fran, dando una palmada y alejándose—. Venga, haced como que trabajáis y a ver qué nos cuenta.

—Con la que está cayendo, huele a recortes seguro —propone Mati.

—¿Más recortes? Pues con lo que nos han quitado ya, nos veo patrullando en bicicleta.

Desde el despacho, Morey está controlando la sala central de la comisaría a través de las lamas de la persiana. Un mensaje llega a su móvil, es de Carvajal. «Omar está llamando. ¿Ves algo?». Morey escruta cuidadosamente el comportamiento de todos los policías, pero ninguno tiene un teléfono en la mano, ni lo contestan, ni hacen ademán de mirar su móvil. Fran pasea entre ellos, igualmente atento, pero nada. Morey intercambia mensajes por el móvil:

Morey: Sin movimiento.

Morey: ¿Desde dónde llama Omar?

López: Han colgado ya.

López: Desde la casa de campo.

López: Espera.

López: Está llamando otra vez.

En el vestuario, donde nadie puede oírlo, un móvil suena en una de las taquillas. Morey mira de nuevo, no ve nada sospechoso. Fran entra en el despacho:

—No he visto, ni oído nada raro. O tiene el teléfono apagado, o no está en esta sala.

—Pues ha llamado dos veces.

* * *

Horas después, Fran yace en el suelo mirando por los prismáticos, no lejos del lugar desde donde, unas horas antes, López hacía exactamente lo mismo: espiar la casa de campo adonde Fouad acaba de llegar, y donde Omar le recibe efusivamente en la puerta. Y minutos después reporta lo que ha visto en casa de Morey junto a Carvajal y López.

—Seguirle hasta allí no fue fácil. Se nota que esos tíos están acostumbrados y vigilan mucho. Después de dejar tiradas a dos patrullas, cambiaron de coche y fueron hacia la casa. Efectivamente, no hay árboles ni terreno donde esconderse, así que llegar allí es un problema.

—¿Cuánta gente vio en total?

—Fouad, dos guardaespaldas, Omar y puede que dentro estuviese el chico que visteis con él.

—Driss —apunta Carvajal.

—Ese. Driss. Si había alguien más dentro, no salió o no le hemos visto entrar.

López pone una carpeta abierta sobre la mesa.

—He estado investigando la propiedad de la casa, pero es un lío. Ni siquiera está clara la dirección: Carretera del embalse o Camino viejo del pantano. A saber.

—No te molestes en buscar en el registro —apunta Fran—. Seguramente la construcción es ilegal, y si no paga impuestos, tampoco sabremos quién es el dueño.

Fran mira a Morey, que está procesando la información, con una idea:

—La casa la harían albañiles u obreros de por aquí. Puedo intentar encontrarlos para saber cómo es por dentro.

—No. —Morey se opone enseguida—. No queremos entrar. No vamos a arriesgar la operación si no sabemos que dentro hay algo necesario para nosotros.

—Podemos hacer una pasada de helicóptero con cámara térmica —propone López— al menos para saber cuántos son.

—No, mejor hacemos una pasada con un avión publicitario con una bandera que diga «Sonreíd, somos del gobierno». — Es Carvajal, siempre rápida cuando se trata de López—. Ni de coña. Morey, cuando se haga de noche, me acerco y coloco un micro. Esta noche, si quieres —contraataca la agente.

—No lo veo claro. Quiero que se sientan a sus anchas. Fouad es un pez gordo y no quiero que sospechen nada. Tenemos el localizador y eso basta de momento. Cuando veamos sus movimientos, decidimos si merece la pena. Os podéis retirar.

No muy convencidos, ambos salen del piso de su jefe, que se queda solo con Fran.

—A mí el que me da pena es el chico. Toda esta mierda no va con un chaval de su edad.

—Le entiendo, Fran. Pero mire esto un momento, por favor.

Morey abre una carpeta y le pone varios extractos bancarios sobre la mesa.

—Hemos revisado rutinariamente las cuentas de Quílez. Estos son sus movimientos de los últimos tres años. Como ve subrayados en verde, hay varios ingresos de cantidades considerables, la mayoría en el primer año. Sospecho que esto es mucho más que los pagos que recibís de Aníbal.

Fran solo asiente, no se encuentra muy cómodo. No en vano, recibe dinero también. ¿Puede ser todo eso verdad? Morey no le da importancia y sigue:

—Quílez tiene algún negocio que no conoces. ¿Cuál?

—A saber —Fran se encoge de hombros— yo pensaba que le conocía, pero esto es muy extraño.

—Entonces solo nos quedan dos preguntas. Una, ¿quién le ha dado este dinero?

—Y dos, ¿a cambio de qué?

* * *

—Allahu Akbar. Allahu Akbar!

Fouad contempla, satisfecho, al joven Driss plantado delante de él, voceando alabanzas para mostrar su buena disposición, y asiente a Omar, contento.

—Allahu Akbar, Driss. Siéntate conmigo, que voy a contarte algo. Tú ya no perteneces a este mundo, a este país o a esta ciudad. Ya solo perteneces a Alá, y solo de él recibes órdenes, porque eres puro. Él sabe de tu pureza y te ha abierto las puertas del paraíso. Como las abrió para Tarek, para Karim...

—¿Y para Abdú? —pregunta Driss.

—Para Abdú... También se abrirán. ¿Le conoces? — Y ante el gesto de asentimiento de Driss, prosigue—: Dentro de poco lo verás de nuevo.

Omar se acerca a ellos con un sobre del que saca varios documentos que enseña a Driss.

—Con esto volarás de Tánger a Beirut —le instruye Omar—. Vayas donde vayas, siempre irá contigo el sheikh. Él se ocupará de todo hasta que llegues a tu destino.

—¿Y después? —inquiere Driss. Pero ambos hombres intercambian una risotada ante su inocente pregunta.

—¿Qué hay después del destino, Driss?

Este lo piensa un momento y se encoge de hombros, sin comprender realmente la pregunta. Fouad prosigue su instrucción:

—Saldremos inmediatamente. Cada día, cada hora, cada minuto que pasa se derrama sangre de nuestros hermanos. Mírame, Driss, y dime la verdad: ¿tienes miedo?

El muchacho sopesa cuál es la respuesta correcta. La busca en el rostro de Omar, pero este no va a contestarle, ni Fouad tampoco. Así que, sincero y avergonzado, agacha la cabeza y asiente.

—No te avergüences, Driss. Es lo normal —le conforta el sabio—. Ahora mírame otra vez.

Driss le encara de nuevo. Y se deja llevar por la seguridad infinita que transmiten los ojos de un halcón.

—No fallarás. Harás todo lo que Alá espera de ti.

* * *

Fátima entra en casa y se extraña del profundo silencio que reina allí. Es la hora a la que su madre suele cocinar con la radio a todo volumen.

—¿Madre?

Aisha está sola, sentada en el sofá, con la mirada perdida. Fátima se sienta a su lado, pero ella aún no parpadea. Sin embargo, empieza a hablarle muy lejos de la severidad habitual, más bien en un tono de comprensión cercano y tierno.

—Mi madre, tu abuela, me preguntó una vez qué se sentía al estar enamorada. La pobre no lo sabía y le tuve que decir que yo tampoco.

—Madre, ¿has hablado con Faruq? Porque si es por...

—Shh. Escucha, hija. Voy a ser sincera, así que si hiero tus sentimientos, discúlpame, por favor. Yo no tengo nada en contra de tu amigo Morey. Nos está ayudando con lo de Abdú como nadie lo ha hecho, ni siquiera de entre los nuestros. Es cristiano. Es policía. Pero es atento y respetuoso. Así que si le rechazo, no es por él. Es por ti. Puedo imaginar lo que sientes por él, pero...

—Madre, no puedes imaginarlo. Acabas de decir que no sabes lo que es estar enamorada. Y yo sí que lo sé. Y créeme... Aisha la interrumpe, su tono es más duro que antes: —Morey no es el hombre que necesitas. Si te fueras con él... La gente hablaría. Sufrirías tú y todos nosotros. Y no sabes cómo acabaría, ni cuándo.

—Entonces, ¿me aconsejas casarme con un hombre al que no amo?

—Fátima, hay otros tipos de amor... Siempre los ha habido. Ahora queréis tenerlo todo en la misma persona, un buen amante, un buen marido, un amor verdadero. Pero no siempre es posible, y de hecho, no es aconsejable. Es preferible que tengas a un hombre al que aprender a querer.

— Pero...

—Ese policía no pertenece a tu mundo, a nuestro mundo. Y te digo con total decisión que no vamos a permitir que te vayas con él. Despídete de él ahora que puedes, porque tu futuro y el nuestro es Khaled.

* * *

Fran entra en comisaría. Ya debería haberse ido a casa, pero antes, necesita algo más de información.

—Joder, Fran —le aborda Hakim—, menudo plantón nos ha dado Morey esta mañana, ¿no? Ni salida del armario, ni recortes, ni nada.

—No. —Fran busca con la mirada—. ¿Y Quílez?

—Está dentro, interrogando a uno. Un desgraciado que casi mata a otro a tiros porque le estaba poniendo los cuernos con su mujer. Me da que Quílez está pagando con él la mala hostia que trae hoy.

Fran no contesta, simplemente baja a la sala de interrogatorios. Cuando entra, se encuentra la mirada molesta de Quílez, que está interrogando a un tipo endeble y asustado, un tal Fontana. Pero Fran no dice nada, solo se queda de pie al fondo, en segundo plano.

—A ver, que todavía no me creo una palabra —explica Quílez—, dices que compraste la pistola a un fulano en la calle, te la llevaste a casa, tu hijo te la quitó porque creyó que era un juguete y la llenó de pegatinas. ¿Es así?

—Sí, le juro que es la verdad.

Quílez da un manotazo en la mesa, sobresaltando a Fontana.

—¡Y unos cojones me voy a creer yo eso!

—Pero oiga, ¿por qué no me cree, si es la verdad? —Fontana mira a Fran, esperando que le eche un cable—. Lo juro.

—¿Cuál es esa verdad?—pregunta Fran.

—Pues lo que le digo a su amigo, que vi al vecino en la ventana de mi casa y creí que era otro más de los que se cepillan a mi mujer, así que me fui a buscar una pistola y me lie a tiros con la ventana. Pero ni siquiera le di, hombre, si solo se ha cortado con los cristales.

—¡Deja de decir sandeces! —Fontana se calla al instante, Quílez está nervioso. Se vuelve hacia Fran, que sigue callado y serio—. ¿Qué haces aquí Fran? ¿Me ayudas o vas a seguir ahí callado todo el día? Porque llevo treinta años haciendo esto y no necesito pasar ningún examen ahora.

—Delante de él no, Quílez.

Este coge la bolsa de la pistola y se lleva a Fontana de un tirón.

—Me tienes frito ya, hombre. Al calabozo y luego, a ver si el juez se cree tu película.

Fran se queda solo en la sala, pensando.

* * *

Morey, López y Carvajal revisan algunos de los documentos referentes a Fouad: salidas, trayectos, contactos que puede haber realizado... Suena el timbre. Estos últimos se esconden en el pasillo y Morey va a abrir. Se encuentra con Fátima, que entra en la casa sin preguntar.

—Mira, tenemos que hablar. La situación en mi casa... En fin. Que he discutido con Faruq y mi madre...

—No es un buen momento para hablar aquí. Te acompaño a casa y hablamos por el camino.

Diez minutos después, en lugar de ir a casa, ambos pasean no lejos del mar. Por fin, Morey rompe el silencio.

—¿Me vas a decir qué ha pasado?

Fátima decide ir al grano, ser sincera y terminar con todo. Pero le cuesta levantar la mirada del suelo y enfrentarse a su mirada.

—Pues que Faruq nos vio besarnos a la puerta del Centro Cívico. Tenía que pasar, y pasó. Mi madre se ha enterado, y...

—Fue culpa mía.

—No fue culpa de nadie.

Fátima mira a lo lejos, al mar distante, para evitar, de nuevo, mirarle a los ojos cuando habla:

—Si tan solo nos hubiésemos conocido hace años, o lejos de aquí.

—En Noruega —responde él.

Fátima sonríe, no puede evitarlo. Pero debe evitarlo, así que decide decirlo de una vez.

—Javier. No voy a suspender la boda. Hay demasiado en juego. Voy a casarme con Khaled y a dejar de hacer sufrir a mi familia. Por favor... No busques evasivas. Dime que entiendes lo que te acabo de decir.

Fátima sigue mirando hacia el mar. Pero entonces nota cómo él la toma delicadamente de la barbilla y le hace mirarle. Esos ojos.

—No lo quiero entender, Fátima. Si de verdad quieres casarte, no lo puedo impedir. Pero no me pidas que renuncie a ti, porque eso me parece imposible.

Y un nuevo beso es inevitable.

—¿Por qué tuvimos que encontrarnos...?

* * *

El muyahidín coge un machete y lo sitúa sobre el cuello del prisionero, presto a dejarlo caer cuando termine su declaración. Driss, que observa el vídeo hipnotizado en la pantalla del ordenador, se siente tentado a dejar de mirar. Pero se dice a sí mismo que tiene que verlo. Tiene que ser capaz de aguantarlo. Solo un valiente podría mirar hasta el final, y cuando el muyahidín alza el cuchillo para dejarlo caer... Driss no resiste más y aparta la mirada. No puede, no ha podido. No es un valiente. No es... No es lo que ellos esperan. Al oír voces en la habitación contigua, Driss se asoma con cuidado, y descubre a Omar mostrando a Fouad un zulo oculto en el fondo de un armario. Está sacando cajas de detonadores y cartuchos de explosivos.

—Vamos a interceptar una entrega de droga y con eso tendremos dinero para comprar más armas. Y mira esto. —Omar saca un fusil de asalto AK-47, engrasado y listo para dispararse—. Tenemos dos. ¿Qué te parece?

—Estás haciendo un excelente trabajo, hermano. Te felicito. Pero para el viaje necesitaremos un arma corta.

—Mañana nos traen una, me lo han prometido.

—Sin embargo... Tengo mis dudas sobre el joven que has elegido. No sé si está preparado.

—Es un joven puro, y te obedecerá como un perro fiel. Pero si no estás convencido, no tienes más que decirlo y nos desharemos de él. Ahora, o cuando ordenes.

Un tremendo escalofrío ataca la espalda de Driss, que pierde el aliento inmediatamente, y siente el corazón palpitarle en la garganta. Omar cierra el armario y junto a Fouad entra de nuevo en la habitación donde Driss, como si no se hubiera movido en todo el rato, sigue viendo vídeos.

—Driss. Escúchame —le instruye Fouad—. Ahora vais a volver a la ciudad y acompañarás a Omar en todo momento.

—Volveremos mañana por la mañana —continúa el interpelado—. Haremos vida normal hasta que nos vayamos. Sin llamar la atención, ¿entendido?

Driss asiente, intentando ocultar su nerviosismo.

—Bien, ahora descansa. Mañana nos espera un viaje muy largo.

—¿Ya? ¿Mañana?

—Esta es tu última noche en Ceuta.

* * *

Y precisamente esa noche, un rato después, Fran aguarda con paciencia mientras espera el cambio de turno y la salida de un policía en concreto: Quílez. Fran se agazapa dentro del coche en espera de ver qué dirección tomarán sus pasos, pero finalmente le ve alejarse y entrar en su propio coche. Fran sale de su escondrijo y vuelve a entrar en la comisaría, donde los pocos agentes que quedan para la guardia de noche difícilmente se extrañan de verle llegar, dado que ese hombre parece vivir más en la comisaría que en su propia casa, como de hecho últimamente es verdad.

En la mesa de Quílez Fran revuelve expedientes y abre cajones, notando que el tercer cajón está cerrado. Fran no tarda en forzarlo con una ganzúa y registra su interior: unas llaves, una cartuchera sin pistola, un móvil con la tapa levantada, sin batería ni tarjeta. En un sobre, fotos de carné y otra: Fran y Quílez, de novatos y de patrulla, con menos años, menos kilos, más pelo, y sonriendo. El móvil de Fran suena, y tras comprobar la pantalla, responde.

—Marina. Sí, voy enseguida, ya me quedaba poco aquí.

Marina cuelga... Y Fran no ha sido capaz de quitar la mirada de la foto con Quílez.

* * *

Driss, vestido con una camisa y vaqueros de lo más formal y occidental, camina con Omar hacia el Centro Cívico. Ambos ven, en la puerta, a Fátima hablando con un par de alumnas. Omar le habla en voz baja según se acercan.

—Driss. Quiero verte hoy con tu mejor sonrisa. Eres el dueño de un secreto y el éxito de tu misión empieza porque lo mantengas. ¿Me entiendes? —El chico simplemente asiente, sin responder, todo el rato—. Es normal que estés nervioso, o incluso que tengas miedo. Pero ¿quieres un consejo? Si tienes miedo, reza. Buenos días, Fátima.

—Buenos días, Omar y Driss. ¿Hoy también por aquí?

—Le conté que íbamos a montar un corto con el ordenador — miente Omar— y hasta que no le he dejado venir conmigo a clase, no ha parado.

Pero por falsa que sea, a Fátima se le congela la sonrisa. Mientras Omar habla, ella observa a Driss y este hace un movimiento extraño: niega con la cabeza, mirándola fijamente, su expresión es de puro terror. Fátima se queda perpleja, pero no reacciona en el momento.

—Como van a ser pocos —sigue Omar— a lo mejor hasta tiene un ordenador para él sólito, ¿eh? Bueno, Fátima, te veo luego.

Driss asiente y entra con Omar. Fátima se queda parada en la puerta, sin saber qué debe hacer. Y es una media hora después, en mitad de la clase de informática, cuando Omar cumple su promesa y explica cómo montar un sencillo corto.

—... Y el programa ordena los «clips» por hora de grabación. Así que, cada vez que detecta uno nuevo...

Pero Driss no presta la más mínima atención a la explicación de Omar. Su mirada está fija en el cristal de la puerta, porque sabe que un mínimo parpadeo puede hacerle perder la única oportunidad de salvar su vida.

—... entonces arrastramos los clips a la línea de tiempo, y podemos moverlos adelante y atrás...

Y es entonces cuando Driss ve a Fátima pasando por delante de la puerta, y se pone en pie de un salto.

—¿Puedo ir al servicio?

Omar, enfrascado en la explicación, asiente sin mirarle. Y ya fuera del aula, Driss se dirige hacia su profesora, que está a punto de entrar en la sala de juntas, pero consigue tirarle de la manga a tiempo. Fátima se vuelve, extrañada, para ver su expresión aterrorizada y bloqueada por la inquietud.

—No quiero ir. Fátima. No quiero. Por favor.

—¿Qué...? ¿Qué te pasa? ¿Adonde?

—Por favor, ayúdeme, señorita, por favor.

Apenas dos minutos después y como de costumbre —lo que le alivia, lo indecible—, tras solo un tono de llamada, Morey le coge el teléfono. Y tras su breve explicación, Morey contesta, de nuevo, algo que le tranquiliza y le hace sentirse arropada, protegida y cuidada:

—Quédate con él. No hagas nada hasta que llegue. Voy enseguida.

Fátima cuelga y se vuelve hacia su alumno.

—No te va a pasar nada. Yo me voy a encargar de todo. Pero tienes que volver a clase para no llamar la atención. ¿Entendido?

Driss asiente, pero está temblando de miedo.

—Vamos.

* * *

Morey entra en la sala de profesores, donde Fátima espera sola. Se levanta casi de un salto, nerviosa.

—¿Dónde está el chico?

—Le he mandado de nuevo a clase, con Omar.

—¿No sospecha nada, no?

—No, pero ¿qué vamos a hacer? Hay que detenerle.

—A eso hemos venido.

Tras Morey, entra en el despacho Carvajal, vestida de nuevo de funcionaría y con un maletín en la mano.

—López está abajo. Tengo todo conmigo. —Señala al maletín—. ¿Sigue aquí Driss?

—Fátima, cuéntanos qué te ha dicho el chico.

—Le notaba muy raro cuando he llegado. Y luego se ha escapado de clase para decirme que se tiene que ir de viaje con Fouad. Ha dicho que tiene miedo de que quieran deshacerse de él.

—¿Ha dicho «deshacerse»?

Fátima asiente. Morey y Carvajal se miran, sopesando la situación. Carvajal abre el maletín y muestra toda una parafernalia de cables, conexiones, cámaras, micros...

—Es nuestra oportunidad para seguir a Fouad y ver adonde va —propone Morey—. Le ponemos al chico un micro y una cámara y le seguimos de cerca.

—No, no, espera —protesta Fátima—. Eso es muy peligroso. ¿Y si le descubren? ¿Y si...

—No pasará nada. No van a sospechar de él —explica Carvajal.

—Pero es que ¿no vas a detener a Omar? —suplica Fátima.

—No es el momento. No nos contaría nada y destaparíamos la operación. Necesitamos saber todo lo que nos pueda revelar Omar. Y detenerle también puede ser peligroso para Driss. Le delataría.

Fátima sigue sin encontrarle la razón al plan:

—¿Hasta dónde queréis seguirle? ¿Cuánto tiempo?

—Todo el posible, incluso hasta Marruecos —Carvajal busca la aprobación de Morey, y este asiente—. Pero no te preocupes, estaremos siempre cerca para intervenir.

—Fátima, nos puede conducir a Abdú —remata Morey.

* * *

Minutos después, la puerta de clase se abre y Omar va despidiendo a todos sus alumnos.

—Cómo se nota lo que os gusta. Las clases de hoja de cálculo me las como yo sólito, pero las de audio y vídeo... Anda, no me falléis ninguno el próximo día.

Omar se queda solo junto a Driss, cuando Fátima llega corriendo a su lado.

—Omar, necesito que me ayudes. —Fátima mira hacia atrás y Omar distingue al fondo a Carvajal, de pie en el pasillo con su maletín de funcionaría—. Ángeles tiene que volver ya y nos falta un papel para el proyecto.

Omar mira su reloj: no va bien de tiempo.

—Oye, que yo me tengo que ir con este. ¿Qué papel? Dile que se lo mandamos por mail.

—Una declaración responsable de que no hemos recibido otra subvención para este proyecto.

—Bueno, pues eso, se la mandamos por mail.

—No, escucha, que tiene que ser un original con nuestras firmas, y si lo mandamos por correo, lo mismo llega fuera de plazo. Anda, venga, vente y lo hacemos tú y yo en un momento.

Fátima casi tira de él hacia la sala de profesores. Omar se vuelve hacia Driss, que está al quite y le tranquiliza:

—Yo te espero aquí. No te preocupes.

Fátima y Omar desaparecen pasillo abajo.

Carvajal se acerca a Driss. Morey les hace una señal desde un aula vacía.

—Tienes que venir conmigo —Carvajal tranquiliza a Driss—. Tenemos poco tiempo.

—¿Eres policía?

—Soy... de los buenos.

* * *

—¿Qué haces? ¿No habíamos terminado ya?

Omar mira por encima del hombro de Fátima, mientras ella repasa el documento en el ordenador.

—Sí, pero estoy pasándole el corrector. No estaría bien que tuviese una errata, ¿no crees? Menuda impresión daríamos en Europa como profesores.

—Lo hemos repasado cuatro veces, Fátima, no tiene erratas. Dale a imprimir, anda. ¿Cuántas copias hacen falta?

—Pues... No lo sé, la verdad.

—Espera, que voy a preguntarle a Ángeles.

—¡No, espera! Eran tres, sí, estoy segura, me lo ha dicho antes.

Mientras, en el aula, Carvajal está sustituyendo uno de los botones de la camisa de Driss por una microcámara. Morey le explica su misión.

—Aunque no lo parezca, es lo más seguro para ti. Si te sacamos ahora, y aunque detengamos a Omar, sabrán que ha sido por ti y no pararán hasta encontrarte. Tan solo sigue con ellos como si nada y si hay peligro, intervenimos y te rescatamos. ¿De acuerdo?

Aturdido, Driss asiente. Carvajal ultima la colocación y llama a López.

—Prueba vídeo y audio.

La respuesta de López llega rauda.

—No sé qué pasa. Tendría que ir bien. No funciona nada. No oigo al chico. ¡Mierda!

A unos pasos de allí, en la sala de profesores, Fátima pulsa «Imprimir» y se dirige a la fotocopiadora a recoger los documentos. Pero con disimulo, cierra la bandeja, arrugando el papel y atascando la máquina.

—Vaya, hombre, siempre cuando hay prisa.

—A ver, déjame a mí.

Omar saca el papel atascado y al cerrar la tapa, salen las tres copias. Las coge y sale por la puerta sin más.

—Esa chica estará harta de esperar.

—¡No! ¡Tenemos que firmarlo!

Fátima corre tras él, pero Omar ha echado a correr por el pasillo. ¿Sospechará algo? Pero cuando Fátima dobla la esquina... Se lo encuentra todo en orden: Driss apoyado en la pared y Carvajal a su lado, con cara de circunstancias, que cambia a una sonrisa cuando les ve venir.

—Muchas gracias, y disculpad la prisa. A ver si hay suerte y tenéis noticias de Bruselas pronto. Me ocuparé de darle prioridad. Carvajal va a salir, cuando... Omar camina tras ella.

—No. Espera.

Ella se vuelve sorprendida. La sangre de Fátima se congela en sus venas.

—Que se nos ha olvidado firmarlo.

—Ay... Gracias. Qué cabeza la mía.

Omar y Fátima lo firman, y el primero entrega el papel a «Ángeles», que sale con una sonrisa.

—Bueno, pues tema resuelto. Nosotros nos vamos también. Hasta mañana, Fátima.

Omar y Driss se dirigen a la puerta de salida. Antes de salir, Driss dirige una última mirada a Fátima, entre la esperanza y el terror.

Ella se queda allí, paralizada, hasta que Morey sale del aula.

—Todo ha ido bien. Lleva un micro y una cámara. Yo me voy, vamos a seguirle.

—Espera. Quiero ir con vosotros —pide Fátima.

—Fátima, no... No sé si es buena idea.

—Ese chico está bajo mi responsabilidad —insiste ella—. Me ha pedido ayuda y se la he prometido. No puede pasarle nada, y quiero estar tranquila. Así que, por favor...

* * *

Poco tiempo después la furgoneta del CNI y el coche de Morey están aparcados cerca de la casa de campo, en el punto desde donde Fran y López observaron a sus ocupantes, que ahora entran en la casa. Desde el interior de la furgoneta, los agentes y Fátima observan los monitores. En ellos, un guardaespaldas de Fouad guía a Omar y Driss por el interior de la casa, hasta que se ve al sheikh sentado leyendo. Sonríe al verlos entrar.

—Nahaar said, sheikh. —Es la voz de Omar. —Bienvenidos los dos. Driss, ahora mismo estaba pensando en ti. ¿Sabes el qué?

—No, sheikh. —La voz de Driss llega a un volumen más alto. Fouad prosigue con las manos unidas frente a su cuerpo.

—Pensaba que dentro de unos días, habrás cumplido tu misión, pero aún estarás con nosotros. Aquí y aquí. —Fouad señala a su cabeza y al corazón. Tras ello, hace un gesto a uno de los guardaespaldas, que le acerca una toalla blanca. Fouad la toma y se la alarga a Driss.

—Lávate. Es hora de rezar.

La imagen no se mueve, ni Driss consigue articular palabra. Obviamente, está paralizado.

—Vamos —Omar le toma del hombro— tienes que purificarte. — La cámara muestra cómo Omar le guía por la casa hasta un cuarto de baño—. ¿Estás bien, Driss? Vamos.

—Sí... Solo estaba pensando en las palabras del sheikh.

—Si le desnudan, se verá el micro —dice López, preocupado.

—No le desnudarán. No hace falta —aclara Fátima.

En el vídeo, el guardaespaldas indica a Driss que entre en una habitación con útiles para asearse y un espejo. El guardaespaldas sale y Driss se mira al espejo. Habla al micro.

—Espero de verdad que estéis ahí...

—Este crío es un valiente. —López pone voz a las mentes de todos los de la furgoneta—. Venga, chaval, que lo estás haciendo de puta madre.

Driss comienza a lavarse.

* * *

En la comisaría, Fran va a salir del cuarto de descanso con un café en la mano, cuando se encuentra a Hakim de frente, que le hace un gesto para que entre de nuevo. Cuando Fran retrocede, Hakim cierra la puerta y se asegura de que no hay nadie más en la habitación.

—¿A qué viene tanto misterio?

—Pues que no sé qué coño hacer, Fran. No tengo ni idea. Mira, el papel de instrucción del juzgado. No sé a qué coño está jugando este tío. Es lo del detenido por tirotear al vecino. ¿Lo ves?

—Firmada por Quílez.

—Bueno, mira. La pistola del detenido no figura por ninguna parte. No ha ido al juzgado ni está en la armería.

Fran se sienta, como súbitamente cansado, mientras con dos dedos se frota el puente de la nariz, suspirando:

—O sea, que otra pistola desaparecida. Joder, qué pesadilla... Y me imagino que hoy no ha venido porque estará intentando colocarla por ahí. —Fran saca su móvil.

—¿Le vas a llamar? ¿Voy contigo a buscarle y hablamos con él?

—¿Para qué voy a hablar con él? No jodas. ¿Cuánto puedo creerme ya de lo que me diga? Anda... Cierra al salir. Y gracias.

* * *

En la furgoneta todos siguen la acción y el sonido, que se han vuelto repetitivos y monótonos, porque es la hora del rezo: solo se ve el suelo y la pared, según Driss se agacha e incorpora. Morey está aparte.

—¿Una pistola? ¿Y qué piensa de esto, Fran? —pregunta Morey por móvil.

—No quiero pensar —Fran suena abatido y cansado— pero cada paso que doy... dice lo mismo. Ingresos en metálico en su cuenta. Un móvil en un cajón cerrado de su mesa, que a saber si es al que llamaba Omar. Y ahora, la pistola. Hace solo dos días, creía que era un amigo.

Morey le da unos segundos de silencio, para que lo asimile. Pero hay cosas más urgentes.

—Estamos en el domicilio de Fouad. Le necesitamos. Venga para acá.

Morey cuelga, y al levantar la vista, se encuentra con la de Fátima. Ella le hace un gesto pidiéndole salir fuera. Él accede asintiendo. Ambos salen, apenas alejándose unos pasos de la furgoneta, aún ocultos tras ella. Fátima está muy inquieta, se abraza el cuerpo para buscar confort, pues no quiere pedírselo a él. Morey lo nota y decide no forzar su cercanía.

—¿Seguro que estará bien? Estoy tan preocupada por él...

—Ya lo ves. Lo está haciendo muy bien. ¿Cómo estás tú?

—Yo... Nunca pensé que haría algo así. Ayudar a la policía a buscar a mi hermano... Seguir a un terrorista... Ponerle micrófonos ocultos a un alumno... Yo solo soy una profesora... Este no es mi mundo.

—Es el mío, pero a mí tampoco me gusta. —Morey da un paso hacia ella—. Podría dejar de serlo y al fin tener una vida normal, lejos de todo esto...

Morey le acaricia levemente la mano con el dorso de la suya. El leve contacto parece confortar a Fátima, a la vez que la estremece. Todo es más difícil cuanto más cerca están... El móvil de Morey suena, interrumpiéndoles.

—Tenemos que entrar.

Ambos se apresuran hacia la furgoneta, y ya dentro, Fátima se bloquea. Es como si se hubiese convertido en piedra. Trata de reaccionar, pero no puede. Todo lo que es capaz de hacer es mirar a la pantalla de la cámara de Driss. Pero ha sido una visión fugaz, como si no hubiese sido real. Los ojos de Fátima están fijos en la pantalla, por si el milagro vuelve a ocurrir.

—Ha llegado otro chico. Creemos que es él.

La imagen tiembla, pues Driss se está levantando del rezo. Por un momento enfoca a Omar, que da indicaciones a Driss. Pero luego se gira, y en ella aparece... «Él». Es un chico joven, de aspecto pulcro y bien afeitado. Parece muy sereno y sonríe de una manera que desafía la seriedad de todo el proceso que están viviendo. Pero, sobre todo, hay un rasgo distintivo en él: unos penetrantes ojos verdes, tan característicos de la familia Ben Barek.

—¡Es Abdú! ¡Es mi hermano! ¡Javier, tenemos que entrar, tenemos que ir a por él!

—Tranquila, espera un momento —repone Morey.

—Negativo. No podemos intervenir —confirma Carvajal.

—Es mi hermano. —Fátima se vuelve a Morey—. Le hemos encontrado. Has cumplido tu promesa, pero hay que ir a por él, o dejadme entrar a mí, ¡por favor! ¡Por favor!

—Fátima, no podemos. Tranquilízate. Lo has visto. Es él y está bien. Pronto le verás, pero, por favor, cálmate.

López y Carvajal, y Morey de reojo, siguen mirando a la pantalla. La cámara se mueve para volver a enfocar a Fouad, que se acerca hasta Driss con algo en la mano.

—Tengo algo aquí para ti.

Fouad le entrega una pistola. Una pistola en la que aún pueden verse restos de pegatinas, pegatinas de colores como las que un niño pegaría en un juguete. Es la pistola robada en comisaría.

—Cógela. — Las manos de Driss entran en el campo de visión de la cámara y toman el arma—. Si algo falla, úsala contra tus enemigos, y en el peor de los casos... No permitas que te atrapen vivo. Ahora es el momento de partir. Que Alá esté siempre contigo.

Omar se acerca a Driss con los brazos abiertos. La imagen se oscurece cuando le abraza... Y la señal se pierde.

—Mierda. Mierda. —López acciona varios controles, pero nada ocurre.

—¿Qué ha pasado? —se alarma Morey.

—No lo sé. Puede que se haya soltado. —López sigue probando frecuencias, pero nada ocurre.

—Por favor, por favor. Que no les hagan daño. Le han descubierto, ¿verdad? —La voz de Fátima es la de la pura angustia. Todos saben que a lo mejor tiene razón—. Seguro que le han descubierto. Tenéis que entrar. A por Driss y a por mi hermano.

—Hay un protocolo para estas situaciones —aclara Carvajal—. Si no estamos completamente seguros de que le han descubierto, no podemos abortar la operación.

—¿No lo veis? Le han descubierto y ahora le van a secuestrar, o matar, o...

—Por favor, Fátima, tranquila. —Morey trata de calmarla, sintiéndose responsable por haberla llevado. Pero es como echar leña al fuego.

—¡No me pidas que me calme! Es mi hermano pequeño el que está ahí, con Driss, que es mi alumno, mi responsabilidad. ¡Hay un límite! ¡No pueden morir dos chicos de forma tan fría! Y además, le dijiste a Driss que si había problemas, le rescataríais.

—Y es exactamente lo que haremos si no vuelve la señal.

—Viene alguien —anuncia Carvajal, mirando una de las cámaras exteriores.

—Es Fran. Salgamos.

Un segundo después, todos están fuera. Morey observa la casa con unos prismáticos.

—Fouad acaba de subir a un coche con Driss. Uno de los guardaespaldas conduce.

—¿Y mi hermano? —pregunta Fátima.

—No le veo. Debe de estar aún en la casa, con Omar.

Morey baja los prismáticos. Todos esperan órdenes, incluido Fran.

—Parece que todo va según el plan, ¿no? Fouad se lleva de viaje a Driss. No parece que le hayan descubierto —apunta Carvajal.

—Javier, estamos esperándote. Por lo que a mí respecta, ese chaval es un compañero más. No le podemos dejar solo — apunta López.

—Intervenimos. —Por fin, Morey reacciona—. Tenemos que separarnos. Fran y López, seguid al coche. — Al momento ambos suben al vehículo y parten—. Carvajal, entras a la casa conmigo. Iremos andando. Con el coche estamos vendidos.

—Yo quiero ir contigo —aventura Fátima. Aunque ya conoce la respuesta.

—Tú te quedas aquí. En esto no hay discusión.

* * *

Toda la operación ha de desarrollarse en el más estricto silencio. Morey y Carvajal ya están cerca de la casa, pistolas hacia el suelo, turnándose en el avance y cubriéndose. Morey va con la espalda pegada a la casa, mientras Carvajal va unos metros por detrás. Morey alcanza una ventana y se asoma un segundo para comprobar que no hay nadie en la habitación. Tras ello, manda avanzar a Carvajal con un gesto de cabeza. Ella supera la ventana y la operación se repite cuando llega a la puerta de la casa. Un rápido vistazo dentro y un gesto a Morey para que avance. Morey supera la puerta y se sitúan ambos a los lados. Una muda cuenta de tres, y ambos entran por la puerta abierta, apuntando cada uno al lado contrario de por donde han entrado. Pero la habitación está vacía. Morey avanza y echa un vistazo a cada sala, mientras ella le cubre cada vez. Sin embargo no parece que haya nadie. Morey le hace una seña para que salgan fuera.

En el exterior, se separan para cubrir el perímetro de la casa. Morey rodea la edificación lentamente y, paso a paso, se acerca al final. No lo sabe, pero el otro guardaespaldas le ha oído y está esperándole. Y justo cuando Morey va a doblar la esquina, exponiéndose sin remedio al fuego del guardaespaldas...

—¡Eh, tú!

Carvajal, que llegaba por su espalda, lo abate de dos disparos. Morey dobla la esquina y se encuentra al tipo muerto en el suelo, comprendiendo que acaban de salvarle de una muerte segura.

—Gracias.

Carvajal sonríe... Y una ráfaga de disparos le abre un rosario de heridas rojas en el pecho.

—Allahu Akbar!

Y cuando ella cae, Morey mira a su derecha, y puede ver a Omar lanzándose hacia él con el AK-47, todavía disparando. Morey reacciona buscando refugio en la esquina que acababa de doblar, y cuando escucha el cartucho vaciarse, aparece de nuevo, golpeando a Omar en la cara con su pistola y doblegándole con una llave.

—¡Quieto, hijo de puta! ¡Carvajal, joder! ¡Carvajal! ¡CARVAJAL!

* * *

Al mismo tiempo Fran conduce de forma frenética en persecución del coche de Fouad por el accidentado camino. López se sujeta adonde puede y anima a Fran:

—Métele, métele el pie que este cabrón no se nos escapa...

Pero entonces, ven abrirse una de las puertas del coche de Fouad y contemplan el cuerpo de Driss salir despedido, a tal velocidad que pronto lo dejan atrás. Fran y López se vuelven el uno hacia el otro un momento. Sin nadie que dé órdenes, les basta una mirada para saber que están de acuerdo: el chico va primero. Fran clava los frenos y mete marcha atrás. El coche de Fouad se pierde en la distancia. Fran le señala la radio:

—Llama a todas las unidades, dales matrícula y dirección. ¡Que detengan a ese cabrón!

Fran sale del coche y en el arcén, encuentra a Driss inconsciente, sucio y ensangrentado. Desde el coche, López le grita:

—¿Está vivo? ¿Está vivo?

* * *

Al oír los disparos, Fátima no aguanta más, y pese al evidente peligro, abandona la protección de la furgoneta y, a cuerpo descubierto, echa a correr a campo traviesa hacia la casa, donde se ha hecho un silencio inquietante, desesperanzador, atroz. Fátima, sin atreverse a gritar, rodea la casa y se encuentra a Morey arrodillado junto a Carvajal. Morey le ha tapado el rostro con su chaqueta. Ella pierde las fuerzas, y abraza a Morey, y apenas si puede preguntar:

—¿Ha sido mi hermano? ¿Le has visto? ¿Dónde está?

Morey no puede articular palabra, tan solo niega con la cabeza... Y entonces ambos oyen un ruido ensordecedor, muy cerca. Y al girarse, ven a Abdú subido a una moto de trial saliendo de una caseta cercana. Morey reacciona, se levanta y se pone en su camino, apuntándole con el arma.

—¡Alto!

Abdú detiene la moto, gira el acelerador, pero no se decide a salir.

—¡No, no dispares! —Fátima llega junto a Morey, y le impide apuntar—. ¡Abdú! ¡Espera, Abdú! ¡Soy yo! ¡Soy tu hermana! ¡Ven conmigo!

Pero él aprovecha el momento de confusión para soltar el freno y dar media vuelta.

—¡Abdú!

Morey apunta de nuevo... Pero decide no disparar.

—Abdú...

Y la moto se pierde en la distancia.

—Abdú...