5
CIRCULAR 50
Una de las pocas maneras que hay de ocultar que se llora consiste en esconderse en la soledad. Pero cuando ni siquiera estar sola es suficiente para ocultarse las lágrimas a una misma, cuando esas lágrimas parecen estar hechas de agua sucia, y cuando esas lágrimas parecen ensuciar la piel, la cara, el cuerpo... ni la más pura de las aguas, ni el jabón más aromático, ni el más largo de los baños pueden hacer desaparecer la culpa de la conciencia. Por eso, no importa cuánto tiempo pase Fátima bajo el agua de la ducha, ni cuánto se irrite la piel hasta el dolor frotándose el cuerpo, ni cuántas veces intente aclararse el revuelto cabello: su pecado no se borra, su falta no se enmienda y su pureza... ya no vuelve.
La puerta del baño se abre, y Fátima se encoge sobre sí misma, instintivamente. Es Nayat, que sabe, pero no entiende qué, que algo va mal.
—Fátima..., dice mamá que salgas ya. Khaled quiere enseñarnos los planos de la casa y ya no sabemos cómo entretenerle...
Pero no obtiene respuesta inmediata.
—¿Fátima?
—Ahora voy.
Nayat sale y, por fin, Fátima cierra el grifo. Y cuando sale de la ducha, solo puede mirar su móvil, mudo.
* * *
«Qué ironía», piensa Fran. Las bridas que habitualmente le sirven para reducir a los detenidos ahora sirven para mantener sus muñecas clavadas a los brazos de la silla donde le ha dejado Morey. Duelen más de lo que pensaba.
A su lado, el panel en el que terroristas como Tarek, un desaparecido como Abdessalam y sospechosos como Karim están dispuestos alrededor de muchas otras fotos, entre ellas, la suya propia. De la terraza le llega un rumor indistinto de voces donde Morey habla bajo con otro hombre, que llegó hace unos minutos y al que Fran no ha podido ver la cara. En esa terraza Serra discute con Morey.
—Era una misión de infiltración, Javi. Y ha salido mal. No pasa nada. Punto. Seguirá otro.
—No tiene ningún sentido abandonar ahora.
—No, claro. Precisamente el policía al que veníamos a investigar nos acaba de colocar. La misión ha sido un éxito.
—Serra..., ya no tengo tan claro que sea a él a quien buscamos. Fran tiene maneras poco ortodoxas, pero tiene moral. A lo mejor nos puede servir. Y en el punto que estamos, Fátima también nos puede seguir siendo útil.
—¡Olvídalo! Seguirán otros. Lograremos que Fran sea destinado lejos de aquí. Y a Fátima se le dirá que te han trasladado. Fin del rastro.
—Vale. Llama. —Morey le ofrece el móvil a Serra—. Diles que no hemos conseguido nada. A ti te mandan de nuevo a Jerusalén. A mí, no sé, lejos, a Caracas. Si de verdad crees que no hemos conseguido nada, llama.
Serra no coge el móvil. En su interior no lo tiene tan claro. Niega con la cabeza.
—¿Y solo en el supuesto de que sigamos..., qué hacemos con ese?
Dentro, Fran fuerza las muñecas, busca una manera de liberarse. Pero detiene sus intentos cuando nota que Morey está tras él, inmóvil. Y todos sus sentidos se disparan cuando ve un cúter frente a su cara. Fran aprieta la mandíbula... y ve cómo Morey corta las bridas de un tajo.
—No sois policías, ¿verdad? ¿Qué sois... militares?
Fran se levanta y se encuentra con Morey, con una pistola, y con un curioso hombre, ya en los cincuenta, aún con buena planta pero al que la buena comida y la buena bebida le están haciendo perder el fondo atlético que una vez tuvo. Barba cuidada, traje gris marengo, gafas de montura al aire y detrás, desmintiendo su apacible aspecto, unos ojos que harían desconfiar incluso al tigre más hambriento.
—Tenemos mucho de que hablar, Fran. ¿Puedo llamarle así, verdad?
* * *
Lejos, muy lejos de allí, en la zona portuaria, el recién liberado Karim hace lo que cualquier subordinado con ánimo de despejar las sospechas que se ciernen sobre él haría: ir personalmente a dar la cara ante sus jefes. Camina entre barcos, almacenes y lonjas cerradas, hasta que entra por una puerta de servicio indistinguible de las decenas que hay alrededor.
—Lo tengo —López comunica por radio—, ha entrado en un local de la calle 4 del puerto. Todo cerrado, no puedo ver más.
De vuelta en casa de Morey, Serra se vuelve a Fran:
—Calle 4 del puerto. ¿Es una tapadera, una mezquita de barrio?
—No tengo ni idea. —Fran se encoge de hombros.
—López, quédate ahí. Cualquier cosa, nos cuentas.
Serra hace una señal a Morey. Su turno. Morey señala en el panel la fotografía de un arma de fuego calcinada e interroga a Fran:
—¿Le suena?
—¿Sabe la de pistolas que he visto en mi vida?
—Se lo pregunto porque esta pasó por su comisaría. Fue requisada a un detenido y desapareció. Nunca le llegó al juez. Hasta que, por fin, apareció en Tánger. Exactamente, aquí. — Morey señala una foto del atentado—. En manos de Tarek Bassir —Morey señala su foto y sigue la línea trazada hasta otra imagen— que casualmente era amigo de Abdessalam Ben Barek. ¿Este ya le suena algo, no?
Fran mantiene su cara de póquer y levanta un índice hacia su propia foto.
—¿Y qué hago yo ahí?
—Eso es lo que nos preguntamos nosotros —interviene Serra—. Porque alguien de «su» comisaría le facilitó esta pistola a un terrorista suicida que mató a once inocentes en un atentado.
—¿«Mi» comisaría? Eso es una gilipollez.
—¿Y el cadáver de la playa? ¿Tampoco fue «nadie» de «su» comisaría?
Fran guarda silencio esta vez. Morey continúa.
—¿Por qué Karim mató a Sara?
—No me cargue ese muerto. Usted sabrá. Estaba delante cuando lo hizo.
Serra mira a Morey, niega con la cabeza: «No colabora, no hay nada que hacer».
—¿Sois espías? —pregunta Fran.
—Somos gente que cree que no son terroristas solo los que se inmolan... —explica Morey—, sino también los que les adoctrinan, les entrenan, les dan armas y explosivos. Fran, ayúdeme. — El tono de Morey es más cercano—. Ayúdenos a quitar su foto de ese panel.
Fran se va dando cuenta del tipo de sospechas y cargos a los que se enfrenta. Serra insiste, directo:
—¿Por qué simularon la muerte de Abdessalam Ben Barek y arrojaron un cadáver al mar?
—Nosotros no..., no simulamos nada. Quílez y Hakim le encontraron muerto en un callejón, no lejos del almacén de Aníbal. Dedujimos, por la ropa y lo demás, que era el pequeño de los Ben Barek. Nos temíamos que en lugar de ajustar cuentas con Faruq, los de Aníbal lo habían pagado con su hermano pequeño. Si Faruq se enteraba, iba a haber una guerra y muchos muertos. El chico estaba cadáver y no tenía remedio. No les voy a mentir, no era la primera vez que hacíamos algo así. Solo tratábamos de evitar más sufrimiento y que muriesen más inocentes. Luego nos enteramos de que el cuerpo no era de Abdú. Pero ya era tarde.
Fran se frota la cara con una mano, vuelve a la realidad: está en casa de Morey y su secreto se ha desvelado. Simplemente, les ofrece las muñecas.
—Si quieren detenerme...
Serra y Morey se observan, de hito en hito. Le creen. Y además, ha empezado a hablar. Y algo más importante, a colaborar. Serra se sienta frente a él.
—Fran. No somos policías. No detenemos a nadie. A nosotros... solo nos interesa la información.
—CNI —confirma Morey. Fran asiente y trata de decidir si esto es demasiado grande para él. Morey prosigue—: Me infiltraron en la comisaría para desmantelar una célula yihadista que está captando a jóvenes del barrio.
—Con la colaboración de «su» comisaría —apunta Serra.
—Con la «supuesta» colaboración «de alguien» de la comisaría — le corrige Morey—. Necesitamos identificar a los miembros de la célula para poder evitar nuevos atentados. Y usted puede ayudarnos colaborando con nuestra investigación.
—Yo soy policía —Fran niega, tajante—. No «colaboro» con nadie. Cumplo la ley y la hago cumplir.
—Precioso. —Serra saca su tablet y se la enseña—. Emocionante. Pero aquí tenemos un dosier de más de doscientos folios sobre los chanchullos absolutamente ilegales de su comisaría, entre ellos, los pagos a Aníbal, las falsas redadas y, por supuesto, la desaparición del cadáver. Todo. ¿Sigue estando tan seguro de que no quiere colaborar?
—Si tengo que ir al trullo por algo —Fran eleva la barbilla, desafiante—, iré. Pero no acepto órdenes de nadie que no sean mis superiores.
—Fran —continúa Serra—, hace rato que se habrá dado cuenta de que en nuestro pequeño dúo..., yo soy el poli malo.
Serra muestra una foto de su hija Ruth, una niña guapísima de unos doce años.
—No, ¡ni se os ocurra, hijos de puta! ¡Ni se os ocurra!
—Tranquilo —prosigue Serra—, nosotros no le haremos nada. Pero si te meten en la cárcel, y con tu mujer en un manicomio..., ¿qué pasará con la niña, Fran? Seguramente, la meterán en una institución...
—Ayúdenos y todo irá bien para usted —sentencia Morey—. Y para su familia, Fran.
* * *
Ya de mañana, Morey aparca junto a la comisaría, sale de su coche... y tiene los reflejos justos para atrapar un objeto que volaba hacia su cara. Es el localizador que le pusieron a Fran.
—Algo me decía que usted no era del cuerpo —le espeta el susodicho—.Y lo de «Morey» será otra mentira. Un nombre falso.
Ambos echan a andar hacia la comisaría.
—Es mi nombre. Mientras esté aquí, por lo menos.
—¿Cuántos de ustedes hay ahora mismo en Ceuta?
—Puede usted hacer todas las preguntas que quiera...
—Uno o dos siguiendo a Karim... y el que se comió el marrón de los explosivos ayer, ¿no?
—... pero no le garantizo que vaya a responder a ninguna.
Ambos llegan a comisaría, acceden y Fede les da paso. Ambos callan hasta llegar al despacho de Morey, y Fran contraataca.
—Así que al pequeño de los Ben Barek se lo han llevado a la Guerra Santa. ¿Y lo de usted con la hermana? La vi anoche, saliendo de su apartamento. ¿También es parte de la misión?
—No tengo por qué darle explicaciones de nada. —El tono de Morey tiene un fondo de furia, y Fran lo nota—. Y una cosa más —puntualiza Morey—, si le cuenta a alguien, si alguien se entera de quién soy o qué hago aquí, se acabó el trato.
Fran esboza una sonrisa, la más irónica de su catálogo.
—«Jefe». No hemos hecho ningún trato. Esto se llama chantaje.
—Puede creerme o no. Pero yo confío en usted. Hágame caso. No se enfrente a mis jefes. Si me delata, acabarán con usted y con la vida que ha construido. Confíe igualmente en mí y todo irá bien.
Morey lo deja atrás y entra en su despacho. Fran observa cómo se va consciente de que está en sus manos.
—¿Qué coño pasó? Te he estado llamando toda la noche, Fran, estaba preocupado. —Quílez y Hakim se acercan a él.
—Tenía el teléfono apagado. —Fran siente la mirada de Morey a través de la cristalera.
—¿Encontraste algo en el apartamento o qué?
—No pude entrar. Me lo crucé y salí del paso dándole largas.
—¿Quieres que... —Hakim baja la voz— le entretenga y probamos otra vez?
—¿Qué pasa, que no tenéis nada que hacer? —Fran reacciona y los otros se sorprenden de su brusquedad—. Cada uno a su mesa.
Hakim y Quílez intercambian una mirada de extrañeza por su reacción. Fran habla al teléfono, tapándose la boca con disimulo.
—Hola, guapa, soy Fran, del Príncipe... Sí, ja, ja, ya sabes que aquí la princesa eres tú. Oye, pásame con el comisario... Ah, ¿y va a tardar mucho? Vale... Dile que quiero informarle de algo personalmente. Y dile que es urgente, por favor.
* * *
Un tipo vestido con mono de trabajo, con gafas de sol de mercadillo y masticando un chicle con la boca abierta llama a la puerta del local sin distintivos de la calle 4 donde Karim entró la noche anterior: López está irreconocible. Un magrebí barbudo abre apenas una rendija para hablar.
—¡Hola, jefe! Perdone la tardanza. Vengo para el trabajito del desagüe...
—Se ha equivocado. —El magrebí va a cerrar, pero López mete el pie en la puerta.
—A ver, a ver, sh, sh, jefe, no corramos tanto. —Mientras le entretiene, López espía por encima de su hombro, y ve alfombras en el suelo, dos hombres más, arrodillados, y escucha rezos—. A ver, este es el catorce, ¿no?
—Este es el cuatro. El catorce es más adelante.
El magrebí le cierra en las narices, sin más. López escupe el chicle y se dirige hacia una vieja furgoneta aparcada no lejos de allí. Según avanza hacia ella, marca un código en el móvil. Dentro de la furgoneta, se enciende un piloto verde. Serra abre y le deja pasar.
—El de la puerta y tres tíos rezando. A lo mejor hay más.
—Serra asiente, llama al número de Morey.
—Esto va para largo —le confirma—. Nuestro querido Karim no ha salido desde anoche del local. Hay al menos tres tíos más, Abdú podría estar entre ellos, a saber. ¿Tú, qué tal?
En el Centro Cívico, Morey disimula mirando el tablón de anuncios. Ve a Fátima dentro de la sala de profesores y responde:
—Voy a contarles a los Ben Barek que sospechamos que Abdú ha sido captado por la yihad. Poco más podemos hacer, y no quiero perderles. A ver cómo reaccionan. Hay que mover el avispero, como siempre me dices.
—Tú mismo. Por cierto, a nuestro amiguito Fran le ha faltado tiempo para llamar al comisario.
—Era de suponer. Yo me ocupo. Adiós.
Fátima sale de la sala de profesores y se encuentra a Morey ante ella. Los dos se quedan el uno frente al otro, sin decir nada.
—Javier. Quería decirte que... no quiero seguir mintiendo a mi familia.
—¿De qué me hablas? ¿De lo de tu hermano? ¿De lo de Sara? ¿De lo nuestro?
—De todo. —Fátima suspira, superada por el alcance que está tomando la situación.
—Me hago cargo. Pero debes tener paciencia. Tenemos controlado a Karim, y esperamos que tarde o temprano nos lleve hasta Abdú.
—Pero mientras tanto, mi familia...
Morey finge que se lo piensa, que le cuesta decirlo, que al final se decide.
—De acuerdo. Reúneles en tu casa. Yo mismo les contaré todo lo que sabemos de Abdú.
—Pero eso... les puede hacer aún más daño...
—No podemos evitarlo, Fátima. Como tú dices, tienen derecho a saber toda la verdad.
Morey da un par de pasos, como para irse, se pone a su altura y le roza discretamente la mano. Susurra:
—Llevo unas horas sin verte y me han parecido años.
Fátima esconde una sonrisa.
—A mí también.
Varios alumnos salen de clase, entre ellos, Driss con su camiseta del Barça. Fátima y Morey se apartan. Ella dice lo que le quema en la lengua:
—Voy a casarme con Khaled. Mi familia ha fijado la fecha. Será dentro de cuatro meses.
Morey asiente, digiere la revelación. Afectado, se despide con un gesto de cabeza y solo añade:
—Iré a ver a tu familia en una hora.
Fátima se queda sola, en el pasillo, y no puede evitar hablar en voz alta.
—¿Por qué todo tiene que ser tan difícil...?
* * *
Un rato después, en comisaría, Fran resiste el impulso de inculparse respondiendo a la mirada asustada que Hakim y Quílez le dirigen, porque... Morey está entrando por la puerta con el comisario.
—Fran. Con nosotros, por favor.
Sin discutir, Fran les sigue.
—Ya se ha liado. —Hakim susurra a Quílez—. Por soltar al Karim ese, seguro.
En el despacho de Morey este cede su silla al comisario, Juan Lechado, un tipo grande, calvo excepto en las sienes, vestido con traje gris y corbata beis. Es famoso por su mano izquierda con sus subordinados, cosa que demuestra enseguida:
—Es un gusto verte Fran, coño. Menos mal que todavía hay policías como tú y yo, veteranos, de los que hemos visto de todo. Gente como nosotros hace falta, Fran, para que estos chavales nuevos puedan aprender cómo se hacen las cosas —y precisa—: Cómo se hacen bien las cosas, Fran. Estaba esperando tu llamada. Sé cómo debes sentirte. Pero el agente Morey tiene una misión importante, y nuestro deber es colaborar en su investigación.
—El comisario Lechado en persona autorizó mi incorporación —añade Morey.
—Fran... —prosigue Juan—, un chaval de este barrio, sin antecedentes, estudioso, de una familia decente, todo lo contrario a un criminal... se ha inmolado en Tánger y llevaba encima una pistola que salió de esta comisaría. No podemos consentir que nuestra gente ayude a esos hijos de puta.
—Abdú puede ser el siguiente —añade Morey—. Necesitamos saber quién recluta a estos chavales, quien les entrena y les arma.
—Fran —prosigue Juan—, quiero que averigües si hay aquí dentro alguien que trabaje para ellos.
—¿Y tú también pensabas que yo podía ser ese «alguien»? —Fran explota—. Porque podría ser cualquiera de los que están ahí fuera, no solo mis hombres. Hay interinos, administrativos, uno de los jefes que ha pasado por aquí. ¿Por qué no la señora de la limpieza, que es marroquí?
—Fran, no es momento para...
—En Ceuta hay quinientos policías, Juan. ¿Los investigamos uno a uno? En serio. Yo respondo por mis hombres. Y nuestra confianza en ellos es necesaria. ¡Son el muro de contención! Si no estuviesen aquí, no habría tres o cuatro reclutados en el Príncipe, se estaría preparando una guerra con un ejército. ¿Quiere que dude de ellos?
El comisario responde, más serio, distante y de usted.
—Recuerde, subinspector Peyón, que esos son también mis agentes. Me duele tanto como a usted considerarles sospechosos. Pero si hay una manzana podrida, hay que quitarla pronto. Y ahora, Fran, cumpla una orden directa y guárdese para otro momento el orgullo obrero.
* * *
Solo unos minutos después, encerrado en la sala de descanso con sus dos subordinados, Fran cumple la orden: si ha de hacerlo, va a limpiar su nombre lo antes posible. Y a arrancar esa semilla de duda que está creciendo en su mente.
—Pues hicimos lo que querías, Fran, deshacernos de la pistola y punto —se defiende Hakim.
—Mentira. Vuelvo a preguntar: ¿qué pasó con la pistola?
—La cogimos del almacén y la sacamos de la circulación. —Quílez frunce el ceño—. ¿Qué pasa, Fran?
—Pasa que esa pistola la llevaba encima el terrorista de Tánger cuando voló por los aires.
Ambos se miran, alucinados.
—La madre que lo parió...
—¿A quién se la vendisteis?
—Eh, eh, Fran, a nadie, te lo juro. —Quílez levanta las manos—. Hicimos lo de siempre: se la dimos a Belinchón para que la borrara del mapa.
—¿Y qué hizo con ella Belinchón?
—¿Qué coño sabemos lo que hizo Belinchón con la pistola, Fran? Pregúntale a él. Lo que pase después con esa pistola no es asunto nuestro.
—Sí que lo es. Hemos colaborado con un terrorista.
—No pueden probar nada —intenta zanjar Quílez.
—No pueden probar nada, y ya está, ¿verdad? —insiste Fran.
—Pues por lo que a mí respecta —remata Quílez—, sí.
Fran pierde los nervios, coge a Quílez de las solapas y tira de él hacia delante.
—¿Qué hostias pasa, Quílez? ¡Que le hemos dado una pistola a un cabrón terrorista que se ha cargado a once inocentes, coño! ¿Quieres dejar de pensar solamente en cómo salvar tu puto culo?
Quílez no contesta. Fran lo suelta con rabia y sale de la sala, sin más.
—Puto Morey —reflexiona Hakim—, al final va a conseguir que nos matemos entre nosotros.
* * *
Más tarde, Serra y Morey están sentados en un banco frente al mar, a la suficiente distancia como para que parezca que no se conocen. No se miran al hablar, lo que no es difícil porque Serra está engullendo un par de sandwiches envasados. Traga, y pregunta:
—¿De verdad te fías de Fran?
—Tampoco tenemos otro remedio.
—Es lo que les he dicho a los de arriba —da otro bocado— pero no se lo han tomado demasiado bien. O esto funciona, o más vale que vayas buscando otro trabajo. Podrías hacer amigos en la comisaría y subir tabaco de contrabando.
—Fran va a obedecer. Tampoco tiene otra salida.
—Puede. De todas maneras, pronto lo comprobaremos. —Serra le alarga una tablet escondida dentro de un periódico—. Hace rato que ha entrado en la asociación este tío. Es cojo, va con un bastón. No sabemos nombre ni alias, pero el programa le ha etiquetado en fotos muy interesantes.
Morey ojea las fotos de Ismail, memoriza sus rasgos. Se fija en una en concreto.
—¿Estambul? ¿Estuvo en la reunión de Estambul?
—Con Abu Akhmer y, seguramente, Al Nurredine. Está bien relacionado, el tipo. Si de verdad es del nivel de los otros dos, está aquí para preparar algo gordo.
—¿Sabemos cuánto tiempo lleva aquí?
—No. Yo me vuelvo a la lonja, a ver qué sacamos. Tú no le quites ojo a Fran. Ponle nervioso, que se sienta vigilado.
* * *
«Las chicas», como se conoce en casa de los Ben Barek a las amigas de Fátima, han tomado literalmente la terraza. Allí, en bikini, frente al mar y protegidas de ojos extraños, opiniones conservadoras y preceptos religiosos musulmanes o cristianos, de vez en cuando montan una fiesta con música, bebida, baile y sol, solo para ellas. Ellas son Asun, la amiga enfermera de Fátima, y Pilar, su compañera del Centro Cívico. Asun coge una jeringuilla, extrae con ella ginebra de una botella... y la inyecta en una sandía, entre risas.
—Ahora al gin-tonic se le echa de todo, ¿no? Pepino, calabacín..., pues esto es lo mismo, pero al revés.
—¡Qué bueno, tía! Anda cárgala bien, que necesitamos animarnos... Sobre todo esta.
Pero Fátima no parece compartir la alegría de las demás.
—Perdón. No me encuentro bien.
—La «Fati» está jodida por algo, pero me ha prometido que nos va a contar por qué.
Ambas la observan mordisquear la sandía, hasta que se acaba la porción. Fátima duda aún unos momentos, pero finalmente, baja mucho la voz y lo dice, como avergonzada.
—Ayer estuve con Morey en su apartamento.
—¿Qué quieres decir? —inquiere Asun.
—Pues eso... que estuve en su apartamento.
Tras un segundo, Asun y Pilar se tapan la boca.
—¡Que follasteis! — Asun da un codazo a Pilar.
—Estábamos solos y... bueno, surgió, fue algo natural en ese momento. Pero luego me di cuenta de que ya estaba hecho, que no había vuelta atrás... ¿Me queréis decir algo, por favor, que estoy aterrorizada?
—Ay, mi niña, pobrecita, ven, si eso no es nada malo.
—Bueno, pero como se enteren en tu familia...
—No. —Reacciona Fátima, alarmada—. No se van a enterar, ni ellos ni nadie. Por favor. Que ya han fijado la fecha de la boda.
—¡Ahí va! —Pilar se tapa la boca—. ¿Y qué vas a hacer?
—Pues qué voy a hacer —Fátima se encoge de hombros—: casarme.
—Anda, ven aquí, mi niña. —La abraza Pilar—. Abusona. Que yo ni me acuerdo de la última vez que me eché novio y tú tienes dos.
—Yo no quiero tener dos... —Fátima sonríe, triste.
—Pues pásame uno cualquiera, que yo no les pongo pegas —remata Asun.
Y por fin las tres ríen con ganas, largo y tendido, una risa necesaria, bienvenida, alegre.
—No riáis tan alto. Hay vecinos.
Las tres se vuelven: es Faruq, en la puerta.
—¿A quién le molesta que nos riamos? —le desafía Pilar, coqueta—. ¿A los vecinos, o a ti?
—A mi madre. Está intentando dormir un rato. No ha sido un buen día para ella.
Faruq y Pilar se sostienen una mirada cargada unos segundos más, hasta que él se va.
—¿Más sandía?
Y las risas vuelven pronto.
* * *
Con gafas, una alopecia prematura mal llevada, y un uniforme dos tallas más grande para disimular su genética delgadez, el agente Belinchón sabe que se está fumando el vigésimo cigarrillo de la mañana, pero pocas excusas hay mejores para salir a tomar el sol a la puerta de la comisaría y charlar un rato por el móvil.
—... Sí, supongo que será algo gordo, porque para ver al comisario por aquí...
Alguien tira de su brazo, arrastrándole lejos de la puerta. Belinchón se vuelve para ver a Fran, nada contento. Cuelga, sabiendo que viene una bronca.
—Hace tres meses que Hakim y Quílez te dieron una pipa para hacerla desaparecer. De Aníbal. ¿Qué hiciste con ella?
—Pues Fran, ¿qué voy a hacer? ¿A qué viene esto?
—¿A quién se la diste?
—Venga, hombre, Fran, ni que tuviera que darte explicaciones por todo.
Belinchón va a darse le vuelta para irse, pero Fran le empuja contra la pared.
—Hay que joderse. Sí, «papá». Lo siento, «papá». La vendí, «papá».
—¿A quién?
—No me acuerdo. A un pringao que me presentaron. Yo qué se. Es el puto mercado negro, Fran. Yo se la vendí a uno, ese a otro, ese a otro y a saber dónde acabaría la jodida pistola. ¿Qué más da a quien se la vendiera?
Fran le mira fijamente a los ojos y se lleva un dedo a la nariz: el signo universal de la cocaína.
—Tienes un problema, Belinchón. Todo el mundo lo sabe. Así que te doy hasta mañana para darme un nombre, o tu problema se va a volver contra tu carrera.
—¿Ahora vas de legal, Fran? Pues haber dejado la pistola donde estaba. ¡No me jodas!
—Un día.
* * *
Aisha lleva varios minutos ensimismada mirando el vapor que sale de la olla, hasta que la llegada de Fátima la hace parpadear:
—Huele que alimenta...
—Mentirosa. Si aún no he echado nada dentro. ¡Huy! Pero si no he recogido el pescado... Se lo encargué a Paco, el de la lonja, pero con la visita del inspector se me ha ido la cabeza... ¿Por qué no te vas a buscarlo?
—Es que... He quedado con las chicas...
—Pues ya que sales, hija, pásate por la lonja y traes el pescado, anda.
—Vale, madre. Voy —Fátima refunfuña, pero antes de que salga, su madre le habla más bajo.
—Demos gracias a que Khaled se ha portado como un verdadero marido. Cualquier otro, al ver la situación que tenemos, nos hubiese dejado plantadas. Tienes mucha suerte, hija.
—Lo sé, mamá.
—El inspector Morey ha sido muy amable con nosotros también, ¿verdad? —Las palabras de Aisha están cargadas de intención—. El problema es que cualquier día lo destinan a otra parte y no le vemos más el pelo.
—Sí, madre, claro. Me voy a por el pescado.
Fátima va a salir, pero Aisha la retiene con una mano en el hombro.
—Solo hablar del policía y ya estás temblando. —Fátima siente un escalofrío que la paraliza—. No juegues con tu futuro y con el futuro de tu familia. Te mereces a alguien que te entienda, que sea como tú. Te mereces lo mejor.
* * *
Hace mucho que por los auriculares no se oye nada, y Serra y López siguen en la furgoneta, cansados, aburridos y deseando que la jornada acabe. Pero tras mucho rato de silencio, escuchan una voz.
—Vamos, Karim —dice la voz—, ¿te lo has quitado todo? Deja el reloj también.
Un crujido, unos pasos que se alejan... y ya no escuchan más.
—A la mierda nuestro micro —confirma López.
Al mismo tiempo, dentro del local de la asociación islámica, Karim está en ropa interior ante Ismail y sus compañeros, fumando ansiosamente un porro de hachís para aliviar su nerviosismo y su dolor. Su espalda está terriblemente marcada por un sinnúmero de golpes de bastón y gotas de sangre como rubíes negros, represalia de Ismail por sus errores. Su expresión quiere ser firme, aunque no puede evitar que su cuerpo tiemble ocasionalmente. Algo grave ocurre. Ismail le habla, solemne, como un sacerdote:
—... Te dijimos «quieto» y te moviste. Te pedimos cautela y fuiste imprudente.
Karim va a hablar, pero Ismail le acalla con un gesto.
—Ya has hablado bastante, ahora te toca escuchar. Es difícil de comprender, pero a veces los mejores mártires son los más débiles.
Ismail hace un gesto con el bastón al portero, que trae un chaleco cargado de explosivos. Se lo ofrece a Karim, que duda antes de cogerlo.
—No temas. Dios está a tu lado. Él te acompañará en este viaje. Póntelo.
El portero le entrega el chaleco a Karim, quien sudando y cada vez más nervioso, apenas atina a ponérselo. Karim sigue fumando ansiosamente. Ismail se lo ata y le pone el detonador, un viejo teléfono móvil, en la mano.
—¡Karim! Has cometido un error y ya no estamos seguros aquí. Puedes enmendar tu falta cumpliendo un cometido divino, y ganarte la eternidad. Tu misión será esperar aquí a que lleguen los infieles. Pero, ojo, debes ser astuto y acercarte a ellos. Cuanto más cerca estés, más morirán. Y cuantos más mandes al infierno, más abiertas estarán para ti las puertas del paraíso. —Ismail sonríe con placidez y mira a los demás—. Todos te envidiamos, porque al otro lado de esta vida, decenas de vírgenes te esperan para recibirte. Así está escrito, y el todopoderoso te ha elegido a ti. Feliz viaje eterno, Karim.
Ismail le quita el porro de la boca, lo apaga en el suelo y grita:
—¡Alá es grande! ¡Muerte al infiel! —Y todos le corean.
Acto seguido todos salen de la habitación, y Karim queda solo en la sala, de pie, semidesnudo y casi hiperventilando. Antes de salir al recibidor, el portero susurra a Ismail.
—¿Estás seguro de que tiene la valentía para hacerlo?
E Ismail le enseña un segundo móvil detonador.
—Si no la tiene, yo se la daré.
* * *
—¡Serra! ¡Salen!
López y Serra se ponen en guardia en la furgoneta cuando los radicales, liderados por Ismail, salen de la asociación. Rápidamente López coge la cámara y toma todas las fotografías que puede, mientras Serra estudia sus movimientos. Se separan: Ismail por un lado y los demás por otro.
—¿Qué hacemos?
—El que nos importa es el cojo.
—¿Bajo? ¿Le sigo?
—No, espera, ¡viene hacia aquí!
Serra y López se echan al suelo, controlando los movimientos de Ismail gracias a las cámaras exteriores. Fuera de la furgoneta, Ismail camina directamente hacia ellos. López saca su arma. Serra le hace una señal para que permanezca quieto. Fuera, Ismail deja su bastón y se apoya en la furgoneta para buscar su móvil. Marca.
—¿Policía? Sí..., hay un olor muy fuerte a gas saliendo de un local. Es una lonja del puerto. Sí, la dirección es...
Serra y López siguen dentro, inmóviles. Le pueden ver. Pero no le oyen hablar.
* * *
En la comisaría, Belinchón sale del baño después de darse fuerzas con un par de tiros de cocaína. Está nervioso y agobiado, pensando en las consecuencias que tendría traicionar a su comprador o proteger su nombre. Y las posibilidades son a cual peor. En ese momento, Mati se acerca a él, animada.
—Belinchón, nos toca patrulla juntos ahora. Belinchón se encoge de hombros y asiente. Es el menor de sus problemas.
—Pues vale.
—Qué bien que lo vamos a pasar... —Suspira Mati, sus ánimos desaparecidos.
En ese momento el altavoz de la radio cruje:
—H-50 para todas las unidades, fuga de gas en la zona del puerto, repito, fuga de gas en la zona del puerto.
Mati contesta por radio pocket:
—Z-9 para H-50, atendemos el aviso. — Ypara sí—. Menos mal, porque si no, vaya tarde...
Mati corre fuera de la comisaría. Belinchón la sigue, sin prisa ni ganas.
* * *
Morey sale del ascensor de su edificio y se dirige a su apartamento. Fátima está en la puerta, esperándole, con una expresión triste e insegura.
—Recibí tu mensaje —confirma él mientras abre—. He tardado lo menos posible. ¿Todo bien?
—No, la verdad es que no. Javier, no voy a entrar. Quería verte porque... bueno, para hablar claro. He tomado una decisión. Si nos ayudas a encontrar a Abdú, te estaré eternamente agradecida, pero entre nosotros no puede haber nada más.
—Es... ¿por la boda con Khaled? ¿De verdad estás enamorada de él?
Fátima tarda unos reveladores segundos en contestar.
—Eso no es importante.
—Sí que lo es —repone él—. Es lo más importante.
—Tú no lo entiendes. No lo puedes entender. Déjalo.
Fátima le besa, un beso corto, apenas un roce, como el de alguien que teme prolongar demasiado el contacto por si no puede frenarse después. Morey trata de responder al beso, pero ella se suelta y se aleja. Él va tras ella por el pasillo.
—¿Qué era esto? ¿Era un beso de despedida?
Fátima quiere decir que sí, todo su cuerpo, su cerebro y su alma le dicen que responda que sí. Pero es su corazón el que toma la palabra.
—No. No... —Sin resistirlo más, ella se vuelve hacia él, le agarra desesperadamente del cuerpo, se vuelca en un nuevo beso, más largo, más intenso, más desgarrado. Pero parece darse cuenta a tiempo de lo que está haciendo, y vuelve a separarse de nuevo.
—No sé... No puedo más, Javier. No me mires. Vete.
Fátima echa a andar hacia el ascensor, y esta vez, Morey no la sigue.
—Khaled es un hombre con suerte.
Fátima se vuelve un momento, su mirada enturbiada por las lágrimas.
—Vete, por favor —suplica ella—. O no podré irme.
Morey entra en su apartamento, afligido. Pero antes de que pueda lamentarse, su móvil suena: Fran.
—Jefe. Karim está en la lonja del puerto... con un chaleco explosivo.
Parpadeos de sorpresa, un segundo para asimilar la noticia. Pero para cuando puede creerlo, Morey ya está saliendo por la puerta y corriendo pasillo abajo.
—¡Llame a los GEO, TEDAX, avisa a todas las unidades, que establezcan circular 50 en el puerto! —Morey acera su voz—. Fran, dígame que no tiene nada que ver con esto.
—Por supuesto que no.
* * *
Las proximidades del local han sido acotadas con cinta policial, vigilada por Hakim y varios uniformados. Furgones, ambulancias, y curiosos se aproximan. Entre ellos, un hombre con una muleta observa los hechos entre el gentío. Ismail acaricia en su bolsillo el móvil detonador.
Las ruedas de un coche K chirrían al detenerse. Desde la furgoneta, Serra y López ven bajar a Morey, que es recibido por Fran y sus dos ayudantes. Belinchón, con las manos temblorosas, les recibe e informa.
—Dentro. Un individuo con un chaleco explosivo. Mati está con él.
—¿Por qué coño estás fuera y ella dentro? —Hakim se adelanta, preocupado.
—Él no la ha dejado salir. —A Belinchón le tiembla la voz—. Quiere que entremos a por ella. Quiere una masacre.
—Voy a entrar a por Mati, jefe. —Hakim se vuelve hacia Fran.
—Ni se te ocurra. Ayuda a despejar esto. Evacuad el resto de locales. Los GEO están en camino.
—Pero tardarán en llegar —protesta Hakim, jadeando, ansioso—. Mati está sola, jefe. Déjeme entrar. Yo puedo hablarle en árabe y tratar de convencerle de que se entregue.
—¡He dicho que no! —sentencia Fran—. ¡Quiero cincuenta metros a la redonda despejados, ya! ¡Vamos!
—Venga, Belinchón, mueve el culo. —Fastidiado, Hakim señala a la furgoneta del CNI—. Esa furgoneta, busca al dueño, que la quite de ahí.
—¡Quílez! ¡Haz retroceder a la gente dos calles más atrás! —Fran sigue repartiendo órdenes, centrado y sereno, aunque autoritario. Ve que llegan furgonetas de la televisión—. Los de la tele, bien lejos, y que no se te cuele nadie.
Hakim trata de abrir la furgoneta del CNI, lo da por imposible y la deja atrás, comprobando otros coches estacionados cerca. Más lejos, Quílez y otros uniformados hacen recular a los curiosos, a la prensa, a la televisión. Fran y Morey se han quedado solos en primera línea.
—Ya ve para qué ha servido dejarle suelto. —Fran no se guarda el reproche.
Morey va a contestarle, pero le suena el teléfono.
—Serra. ¿Estáis bien ahí? ¿Tenéis una salida?
—Olvídate de nosotros. ¿A qué coño estás esperando para entrar?
—Es tarde para eso. Los GEO están al llegar.
—¡Me cago en mi vida, Javi, los GEO le van a pegar un tiro! Necesitamos vivo a Karim, ¡tienes que entrar! ¡Ya!
* * *
No lejos de allí, Fátima aparca el coche, pensativa, y se dirige hacia la lonja, para comprar el pescado que le encargó su madre. Va sumida en sus pensamientos, sin darse cuenta de nada de lo que ocurre a su alrededor... Hasta que repara en la multitud que se está congregando unos metros por delante. Impelida por un mal presagio, Fátima se abre camino entre la multitud, y se encuentra de frente con Quílez.
—Perdón, no se puede pasar, retroceda hasta... —Quílez la mira dos veces, la reconoce de verla en la comisaría—. Ah, es usted, señorita. Perdone, pero tiene que irse para atrás.
—¿Qué está ocurriendo allí? —Fátima entrevé a Morey en la lejanía, hablando con Fran.
—Nada. Disculpe, pero tiene que retroceder. Atrás, atrás todo el mundo.
Detrás de Fátima, un cámara de televisión se la echa al hombro y una reportera saca el micro, enfocando directamente a Fátima por unos segundos. Hakim viene a prestar apoyo. La reportera le pone el micro en la cara.
—¿Qué está ocurriendo, por favor?
—Nada. Un escape de gas. Tiene que alejarse. No se puede pasar.
—¡Oh, Dios mío! ¡Graba! ¡Graba!
Ante el exabrupto, Hakim mira alarmado hacia atrás... Ve a Mati salir de la asociación caminando lentamente de espaldas, sin dejar de apuntar a Karim, que sale a la calle. La multitud emite un grito de terror, al que se superpone el de Hakim, que corre hacia ella, sacando su arma.
—¡Mati!
Entre el grupo de curiosos, Ismail acaricia el móvil detonador bajo su chilaba. Dentro de la furgoneta, Serra y López miran al monitor de vigilancia y resoplan, perplejos. Fuera, Morey, Fran, Quílez y Hakim rodean a Karim, apuntándole con sus armas. Morey da instrucciones.
—Mati, tranquila, estás fuera. Karim, no se mueva, deténgase.
—¡Mati, sal, recula! —la anima Hakim.
—¡Que no se mueva! ¡No os mováis ninguno! —Karim parece satisfecho: más policías en su radio de acción.
—Suelta el detonador. —Mati sigue intentando convencerle—. Todavía puedes salir con vida de esta.
—¡No quiero salir con vida! Quiero que vengáis conmigo... Quedaos cerca, cerca de mí...
Morey toma una decisión: baja el arma y da un paso adelante, llamando la atención de Karim, que le muestra el detonador. Fran aprovecha la sorpresa y tira de Mati hacia atrás, sacándola del círculo. Morey le habla tranquilo, lo más que puede:
—Karim, escúchame: ¿por qué haces caso a los que te han colocado ese chaleco? Te ordenan que mueras y ellos siguen vivos.
—Nadie me ha ordenado nada —repone Karim—, el señor todopoderoso me ha elegido como mártir.
—¡No! Alá no desea la muerte de ningún hermano —interviene Hakim, que continúa en árabe—. Alá es vida, Alá es esperanza, Alá es amor...
—Tú no crees en Alá, traidor vendido a los infieles —responde Karim, también en árabe, antes de volver al español—. ¡Vais a morir todos! ¡Venid! ¡Cuantos más mejor!
Karim alza la mano con el detonador. Atrás, la muchedumbre se agacha, asustada, incluida Fátima. Todos dan un paso atrás, menos Ismail, que sigue entre ellos. Morey continúa firme, ante Karim, con el arma bajada.
—Deja que se vayan los demás, Karim. Yo me quedaré contigo. Llevarás un infiel al infierno y tú podrás entrar en el paraíso. Porque eso es lo que quieres, ¿no? Entrar en el paraíso.
—Jefe, no se acerque —advierte Fran, siguiéndole. Pero Morey hace caso omiso.
—¿O no lo deseas de verdad, Karim? ¿No será que tú no quieres y te han convencido ellos?
—Sigue hablando, infiel. Me da igual lo que digas. Vais a morir todos.
—Jefe, va a detonarse. Vámonos de aquí. —Fran mira atrás, y ve llegar refuerzos policiales. Karim también les ve y sonríe, satisfecho.
—Tu hermano no se va a sentir orgulloso de esto, Karim —remata Morey. Ello parece enfurecer a Karim.
—¡Usted se tiene que lavar la boca para poder decir el nombre de mi hermano! ¡Cállese! ¡No intente convencerme! —Pero Karim parece empezar a dudar. Mira alrededor, confuso.
—Karim, escucha..., tu hermano se sacrificó para que tu familia y tú pudieseis vivir, no para que murieses así.
—Jefe, va a explotar. O dispara usted o disparo yo.
Más atrás, Ismail frunce el ceño ante las dudas de Karim. Retrocede entre el gentío y se sitúa tras una esquina, con el detonador preparado en la mano. Morey sigue hablando con él. Karim llora, ha bajado las manos, parece a punto de ceder.
—No tienes por qué morir. Tú no quieres morir, Karim. No quieres morir.
Karim rompe a llorar y cae de rodillas al suelo.
—Muy bien, Karim... —continúa Morey, acercándose despacio a él—. Has hecho muy bien... Ya pasó todo. Ahora te quitaremos el chaleco y todo habrá acabado.
Pero cuando Morey está a punto de alcanzarle, Fran ve algo raro en la mano de Karim... que se tensa sobre el detonador.
—¡Lo va a hacer, jefe, lo va a hacer!
Fran salta sobre Morey y le empuja a un lado.
—Allahu Akbar!
Y Karim estalla.
* * *
Un extraño silencio se cierne sobre el área de la explosión solo unos segundos después, entre el polvo, el suelo lleno de cristales reventados, cascotes, sangre... Lejos de allí, en el cordón, Fátima se levanta, como el resto de los curiosos, conmocionada y confusa. Unos pasos por detrás, Ismail observa la escena, satisfecho y sonriente. Entre la confusión, Serra y López salen de la furgoneta, aturdidos por la onda expansiva, pero vivos. Se ocultan en una calle lateral, aprovechando el humo y la confusión, y Serra se detiene para observar el lugar de la explosión, en busca de signos de vida. Y por unos segundos no ve nada.
—Javi... No puede ser, no puedes haber... Joder, gracias a Dios.
Serra ve salir detrás de un coche a Morey, que ayuda a Fran a levantarse. A los dos les sangran los oídos. Hablan, pero parecen no oírse bien. Se hacen señales de que se sienten bien. Serra y López, más tranquilos, desaparecen por el callejón.
Fran grita con las últimas fuerzas que le quedan.
—¿Estáis todos bien? ¿Quílez? ¿Hakim? ¿Mati?
Incorporándose del suelo, Quílez se levanta. Tiene algunos cortes, pero levanta la mano: está vivo. Fran busca más supervivientes y ve a Hakim ayudando a Mati a levantarse. Se abrazan, emocionados. En el cordón policial Fátima se emociona al ver a Morey vivo. Un llanto quedo, pero abundante y liberador, que le responde tantas, tantas preguntas en su interior. Más allá del cordón, Serra y López salen por un callejón, y se meten por otro para huir... y frente a ellos, se encuentran a Ismail, subiendo a un coche. El tiempo justo para intercambiar una mirada y saberse descubiertos.
—¡López!
—Le tengo.
López ha sacado un arma con silenciador. Dispara una, dos, tres veces. Dos balas impactan en la carrocería, una en la pierna. Pero Ismail consigue subir al vehículo y largarse de allí.
—Hijo de puta. Tan cerca...
En la zona cero, Fran sigue buscando a sus compañeros, porque falta alguien.
—¡Belinchón! ¡Belinchón!
Por fin le distingue, ensangrentado, dentro del coche de policía, cuyos cristales han reventado. Fran corre hacia él, le toma el pulso.
—¡Ambulancia! ¡Ayuda! ¡Aún respira! Morey, venga a... —Fran observa que Morey tiene todo el costado empapado en sangre—. Jefe, está herido.
—No soy el único. No es nada.
Pero entonces Morey pierde el color del rostro y se desmaya.
—¡Javier! —El grito es simultáneo, emitido por Fran y Fátima.
—¡Señorita, vuelva aquí!
Pero ella se ha saltado el cordón policial y corre hacia Morey, que se desangra en brazos de Fran. El agente la atrapa a tiempo, ella pelea, todo raciocinio perdido, invadida por la desesperación y el terror a perder al hombre que, ahora sí, está segura por fin, más quiere en el mundo, y del que nadie, se jura a sí misma, la va a separar jamás.