4
HAZ LO QUE TENGAS QUE HACER

Algunas gotas caen sobre su vestido, gotas de agua que ennegrecen más aún la sangre seca. Pese al temblor de manos, Fátima logra beber y dejar de nuevo el vaso sobre la mesa sin que se derrame, todo un logro porque no solo Sara acaba de morir en sus brazos, sino que ahora debe enfrentarse al interrogatorio de Fran, cuyas maneras implacables, estilo severo y ojos impenetrables son tan diferentes de los de Morey. Este está presente, pero por el momento, no va a intervenir.

—¿Puedo irme ya? Por favor..., tengo que hablar con su madre, es como de la familia...

—No se lo aconsejo —responde Fran, inflexible—. Acaban de matar a su hija. Y Sara estaba contigo. Vamos, que... tú la llevaste.

—¡Yo no sabía nada! —reacciona Fátima—. ¡Si lo hubiese sabido, no le habría dejado ir! Estaba convencida de que se iba a encontrar con mi hermano...

—¿Y viste a tu hermano?

—Ya le he dicho antes que no. Montaba la moto de Abdú, y llevaba su casco. Pero no era Abdú.

—¿Cómo lo sabes? ¿Pudiste verle la cara? Descríbelo. Fátima se muerde los labios, niega con la cabeza, no sabe cómo seguir.

—Rubio —interviene Morey.

—¿Rubio? —Fran deja de escribir y ojea a Morey, sorprendido.

—Aquí tiene la descripción —Morey le alarga un papel—. Yo lo vi mejor. Fátima estaba más lejos. Fran lee la hoja, incrédulo.

—Alto, uno ochenta, ojos claros, bigote rubio, unos 40. Aparte de que no sabía que hubiese vikingos en Ceuta, ¿cómo le vio tan bien? ¿Llegó a tenerle a dos metros o menos?

—Es suficiente, Fran. Encárguese de que todas las unidades tengan una copia, y los ojos abiertos.

Fran sale de la oficina, murmurando.

—Ya te dije que no sé mentir —se excusa Fátima.

—Y yo te dije que podía hacerlo por los dos. —Morey se permite una sonrisa, para calmarla—. Has hecho lo que había que hacer. Hay cosas que no quiero que Fran sepa. Y quiero encontrar a Karim por mi cuenta. Confía en mí.

—Acabas de confesar que sabes mentir y quieres que confíe en ti...

* * *

Fátima abre la puerta del despacho para salir, y se detiene al ver a Ramón, hermano de Sara, abrazando a Dolores, su madre. El cuerpo de la madre tiembla por el llanto.

—¡Manda huevos! ¿Para qué quieres saber dónde estaba esta mañana? ¡Yo no maté a mi hermana!

—Nadie ha dicho que lo hicieras — Quílez se arma de paciencia—, pero tenemos que...

Ramón se vuelve y ve a Fátima. Se levanta como un resorte para increparla. Automáticamente, varios policías le rodean.

—¡A esa tenéis que preguntarle! ¡Es la que llevó a mi hermana al matadero!

Fátima palidece, e instintivamente se acerca a Morey en busca de protección.

—Cálmate, ¿vale? —ordena Quílez a Ramón—. Hazlo por tu madre. Vamos, acompáñame a la sala de interrogatorios.

—No le hagas caso —dice Morey—. Le duele mucho lo de su hermana, pero ayer él mismo la mandó al hospital de una paliza.

Ramón obedece, no sin antes echar una última mirada asesina a Fátima, que se va, acongojada.

* * *

Morey entra en su despacho, aún preocupado por lo que Fátima podría haber dicho en el interrogatorio si él no hubiese intervenido cuando su móvil suena.

—Serra. ¿Qué te han dicho?

—Decirme, no me han dicho mucho. Pero por la cantidad de veces que han ido al baño durante la reunión, nuestros colegas europeos están más que cagados. Creen que si han matado a Sara a plena luz del día, es que no tienen nada que perder.

—Lo que quiere decir que...

—Se teme un atentado inminente. Así que dame buenas noticias, o la úlcera me va a explotar.

—Sabemos que el asesino es Karim, y estoy intentando desviar a Fran de nuestras pistas para que no interfiera.

—Bien. Dos de los nuestros están ya en Ceuta. Uno me confirma que a esta hora Karim no ha vuelto a casa. El otro ha encontrado la moto de Abdú quemada. Me aseguraré de que Fran no la encuentre hasta que nos convenga. Necesitamos pillar a esos cabrones preparando el atentado, no antes... ni después, claro. Así que mantén lejos a Fran hasta que tengamos algo sólido. Si trabaja con ellos, nos jodería la operación entera. ¿Y la chica?

—La chica... me sigue la corriente. Me ha costado convencerla, pero confía en mí. Lo que no sé es cuánto aguantará la presión.

—Pues esperemos que aguante, así que escúchala, refuérzala y cógela de la manita, pero la necesitamos tranquila hasta que aparezca Karim...

—Debe habérselo tragado la tierra. Será difícil encontrar... —Morey mira a través de las persianas. Se queda paralizado—. Luego te llamo, Serra.

Porque Karim acaba de entrar por la puerta de la comisaría.

* * *

Morey sale de su despacho y observa la escena: Mati lleva esposado a un joven cristiano con el pelo cortado a cepillo, completamente borracho. Quílez lleva del brazo a Karim, sin grilletes. Morey se acerca a ellos, momento en que Karim, aterrado, le reconoce. Pero no dice nada, tan solo baja la cabeza. Quílez formaliza el arresto. Karim entrega sus objetos personales: cartera, cinturón, cordones... y un llamativo reloj plateado que Morey graba en su memoria.

—¿Y estos?

—Una pelea de bar entre un borracho y un moro —explica Fran, enseñándole una papelina de coca—. El borracho llevaba esto encima, así que seguramente por drogas.

Morey va a irse, pero se detiene cuando Mati se acerca:

—Fran, ya están pedidas las grabaciones de las cámaras del polígono. Media hora antes del asesinato y media hora después.

—O el asesino no es de Ceuta —explica Fran a Morey — o es tonto. Citó a la chica en uno de los pocos lugares donde las empresas tienen cámaras de seguridad. Como mínimo, tendremos la llegada o la huida del asesino.

Morey aún se queda unos segundos pensando. Sin decir nada, se va. Mati tuerce el gesto.

—Está raro...

—Es raro —sentencia Fran.

* * *

López, o «Súper López» para sus amigos, no parece un agente del CNI, sino un tipo cualquiera, lo cual le es notablemente útil a un espía: alto, de pelo claro, desgarbado, una cara fácil de olvidar y una mueca de despiste que parece totalmente natural. Quizá por eso rara vez llama la atención cuando realiza un trabajo, como ahora mismo, que con la excusa de atarse un zapato, está colocando un dispositivo de seguimiento en los bajos del coche de Fran. Justo a tiempo: Fran, Quílez y Hakim salen de comisaría y van hacia el coche. Fran da instrucciones:

—Bueno, pues id a recoger al secretario judicial y os vais a casa del borracho a efectuar el registro.

Quílez y Hakim montan en su propio coche camuflado. Desde el suyo López abre su portátil y comprueba cómo el coche de Fran se mueve por un mapa. Saca el móvil y marca.

—Inspector jefe Morey.

—Qué pena, macho —contesta López—. ¡Qué bajo has caído! Hace un mes, infiltrado con los Nicolau y conduciendo un Ferrari, y ahora, en el culo del mundo...

—¿López? No me jodas que eres uno de los que ha venido a Ceuta.

—Estoy con Ballesteros. Bueno, se acabó la nostalgia. Le he puesto un «rabo» al coche de tu amiguito Fran para tenerle controlado. Si tiene que ver con la muerte de esa chica, quizá se encuentre con el Karim ese.

—No te lo vas a creer, pero ya se lo ha encontrado, y de hecho, lo ha detenido.

—¡No me jodas!

—Sí. Demasiada casualidad. Además, no le ha detenido por la muerte de la chica. Me da que Fran se ha inventado una pelea por drogas. Voy a intentar agilizar el tema para que pise la calle lo antes posible, o la operación se va al traste.

—¿Serra lo sabe?

—Las malas noticias dáselas tú.

—Cabrón...

* * *

Más tarde, en la oficina, Morey da las noticias a Serra en tiempo real, mientras ve a Fran, Hakim y Quílez aparecer por la puerta con cajas precintadas con el sello del juzgado.

—Ya están aquí. Han ido a registrar la casa del borracho... Un mero trámite... Ok, retiro los cargos y pongo a Karim en la calle. Vosotros le seguís y con suerte, nos lleva a sus superiores. Avisa a López para que esté al tanto.

Morey cuelga y sale del despacho, decidido.

—Fran, ¿qué pasa con las grabaciones de las cámaras de seguridad del polígono?

—Nos están dando largas, pero yo creo que esta tarde las tendremos. De momento hemos registrado la casa del borracho.

—Bien, pues no sé a qué espera. Que el juez le tome declaración por tenencia y me pone al árabe en libertad. Nos está ocupando una celda y tenemos el calabozo a tope.

—Me temo que eso no va a poder ser.

—¿Y se puede saber por qué no?

Sin dejar de mirarle, Fran mete la mano en una de las cajas y saca un aparato electrónico. Morey lo reconoce al instante: es un detonador. Fran sigue reportando:

—Porque lo que tenía ese borracho en casa no era droga, como esperábamos, sino detonadores. Es militar. Manuel Portadella. Un cabo en los regulares. Parece ser que robaba material del polvorín.

—¿Y todo eso tiene algo que ver con el otro detenido?

Fran se cruza de brazos, no puede creer que Morey esté ignorando la evidencia. Se lo explica, con tono de profesor:

—Es que a lo mejor, el moro quería comprarle explosivos. ¿No cree que hay razones para interrogarle?

Ambos intercambian una dura mirada. Pero Morey no tiene argumentos.

—Mientras no descuiden la muerte de Sara...

—No se preocupe. Tengo a todas las patrullas ocupadas buscando rubios naturales y de bote.

Morey no dice más. Se da la vuelta y entra a su despacho. Marca rellamada.

—Problemas.

* * *

Al cabo Manuel Portadella ya se le ha pasado la borrachera, y ahora medita en el oscuro calabozo policial si el calabozo militar será igual de cutre y sobre si la comida será mejor o peor, sobre lo que no tiene muchas esperanzas. En cualquier caso, va a pasar en un lugar similar, mucho tiempo... Un tintineo le hace levantar la cabeza. Es Fran, haciendo sonar un botellín contra los barrotes.

—¿Una cervecita fresca?

Manuel disimula su estupor.

—Ya he bebido bastante. ¿De qué va esto?

—Adonde vas a ir no podrás probar una de estas en mucho tiempo. Aún está fresca. Fran le alarga el botellín a través de las rejas. Manuel duda, pero finalmente lo coge y le da un trago.

—¿Qué quiere?

Fran se abre otro botellín.

—Hablar.

* * *

—Inspector, el periodista ya está aquí.

Morey simplemente asiente, y Fede da paso al «periodista», que no es otro que López, con quien Morey tiene un pique más o menos amistoso, según la situación, desde que ambos entraron en el cuerpo. En su papel, López se deja caer en la silla, saca una grabadora y se la pone en la cara.

—Bien, inspector Morey. Para El Faro de Ceuta: ¿cuándo cojones piensa poner en la calle a ese hijo de puta? Esperamos que antes de que nos joda toda la operación.

Morey se limita a sacar del cajón el reloj de Karim y se lo lanza a López.

—Es suyo; ponle un micro y algo tendremos cuando salga.

—¿Y eso va a ocurrir...?

—Este sitio es un nido de víboras. No puedo dar un paso más, por el momento. Estoy solo.

—Ni que fueras nuevo. ¿Qué necesitas, un equipo de operaciones especiales para este trabajo? De verdad...

—Ya querría verte en mi puesto a ver cómo lo resolvías.

Morey ve pasar por el fondo a Fran y a Quílez con... Aníbal. Y sabe que algo raro se está cociendo de nuevo. Morey despacha a su visitante con una sonrisa forzada:

—Ya están aquí. Te veo luego. Se supone que estoy hasta arriba de trabajo y que no tengo tiempo para hablar con... un periodista de mierda.

—Es un placer ver lo gilipollas que te vuelves con el tiempo y los galones —responde López, igualmente sonriente.

Para guardar las apariencias, ambos se dan la mano.

* * *

Fran sabía que Morey no tardaría mucho en venir a pedirle explicaciones si le veía con Aníbal en la comisaría, y mucho más si este está en calidad de visitante, sin esposas ni orden de detención.

—¿Qué tal con el periodista, jefe? Si supiera lo que publican esas ratas hoy en día...

—¿Qué está pasando aquí? ¿Qué hace Aníbal en mi comisaría?

—Usted no quiere saber eso. Lo que quiere saber es a quién vendía material explosivo el militar, ¿no? Pues se lo voy a decir, pero tiene que dejarme que haga las cosas a mi manera.

—No, no, no. Esta vez no. ¿Qué tiene que ver Aníbal con este caso?

—Lo que le digo siempre: es un problema que no conozca bien el barrio y lo que se cuece en él. Verá, resulta que el militar, antes de ser militar trabajó para Aníbal pasando hachís cerca de un cuartel. Pero le robó mucho dinero y Aníbal le dejó vivir para que le pagara lo que le debía. Se metió al ejército para estar más cerca de su clientela, y una vez dentro, se dio cuenta de que había muchas cosas que robar y vender para saldar su deuda, que sigue sin estar saldada. Así que he convencido a Aníbal de que colabore con nosotros, porque ese militroncho le tiene más miedo a él que a usted o a mí.

—¿Y qué le ha prometido usted a Aníbal a cambio?

—Eso sí que no viene al caso ahora. —Fran sonríe con total descaro—. Voy a interrogar al sospechoso. Si no cree todo lo que le acabo de decir, véalo usted mismo.

Sin más, Fran camina hacia la sala de interrogatorios. Intrigado, y sin posibilidad de hacer nada más, Morey entra en su despacho y enciende el monitor del circuito cerrado de la sala de interrogatorios, donde precisamente Aníbal acaba de hacer su aparición.

—Me cago en mi vida, ¿qué hace él aquí? —El cabo se levanta y retrocede, pero Quílez le sienta de nuevo en la silla.

—Qué ganas de verte tenía, macho. Porque te veo y no veo al gilipollas que eres, sino a los cincuenta mil euros que me debes.

—La pregunta es muy sencilla —interviene Fran—. ¿A quién vendías los explosivos?

—Pero ¿qué coño queréis, preguntándome eso? ¿Buscarme la ruina? ¿Y qué hace este aquí? Aníbal, te lo juro, yo no he dicho nada contra ti. Te lo juro, tío, te lo juro.

—Vamos a ver si nos entendemos —continúa Fran—. Tú estás jodido porque le debes pasta a Aníbal. Yo quiero saber a quién le vendías los explosivos. Así que te propongo un trato: Aníbal se olvida de la deuda si tú me cuentas lo que quiero saber.

—No, no, no, no. No me lo creo...

—Pero mira que eres gilipollas, me cago en mi puta madre. —Aníbal se acerca más a él—. ¿No les estás oyendo? ¿No ves que te conviene, imbécil?

—Déjame insistir —prosigue Fran—, no solo te libras de pagar los cincuenta mil, sino que me olvido de esto —Fran saca del bolsillo la papelina— y de toda la mierda robada que había en tu casa. Y lo único que tienes que hacer es decirme a quién le vendías los detonadores y para qué los querían.

—¡Fran! ¿Le puedo dar un par de hostias? —tercia Aníbal—. Que se las merece, por gilipollas. Escúchame bien, «mierdaseca». Mírame a los ojos antes de que te los arranque. Cuéntaselo todo a estos y yo me olvido de que te he conocido.

—Se los vendía al moro —cede Manuel—. Al que trincasteis conmigo. De verdad, lo juro, no sé para qué los quería. Yo nunca hago preguntas.

—Me debes una que vale por cincuenta mil —le advierte Aníbal a Fran.

Todos salen de la sala, menos Fran, que se queda mirando con fijeza a la cámara de vigilancia, con una sonrisa triunfal. La misma que lleva en la cara cuando, minutos después, entra en el despacho de Morey, y aún se permite un:

—Y usted que quería soltar al morito...

Pero Morey no está para sarcasmos, e iracundo, le levanta la voz:

—¿Le parece a usted normal lo que ha hecho? ¡Pactar con un delincuente! Olvídese del trato que acaba de hacer. No voy a permitir que deje en la calle a un traficante de droga y explosivos. ¡Qué poca vergüenza!

—Sigue usted sin enterarse de nada —advierte Fran—. A mí, que ese inútil o cualquier otro roben explosivos, me da igual. Lo que quiero es saber quién los compra y a quién se los lleva, porque esos..., esos sí que son peligrosos. Si alguien compra bombas, es para usarlas, ¿me oye? ¡Y gracias a mi «poca vergüenza», eso no va a ocurrir!

Fran sale dando un portazo.

* * *

Minutos más tarde Morey marca el número de Serra para pedirle explicaciones.

—López. Haciéndose pasar por periodista para presionarme. ¿Ha sido cosa tuya, Serra?

—López. Un chico simpático. Un agente con iniciativa, que logra hacer lo que le pido. —Serra está en un restaurante, no sube la voz, mantiene un tono risueño y animado.

—¿Estás diciendo que yo no?

—Solo digo que estás tardando mucho en soltar a Karim.

—No es tan fácil.

—Ni tan difícil.

Morey toma aire. Cuando Serra se pone impaciente... Está acostumbrado a la presión, pero cada vez se siente más solo. Decide seguir adelante:

—Serra, la única forma de sacar a Karim es que alguien se coma el marrón en su lugar. Alguien que confiese que las bombas eran para él, y que Karim no tenía ni idea de que lo que estaba comprando eran explosivos.

—Un poco traído por los pelos. Pero puede funcionar. A estas alturas, no tenemos tiempo para otra cosa. Pero ese papel ya no puede ir para López, el periodista intrépido al que todos en la comisaría han visto la cara.

—También tienes aquí a Ballesteros, ¿no?

—Adjudicado. Por cierto, ¡qué buenos están los corazones de pollo ceutíes!

—Serra..., ¿es que estás en Ceuta?

* * *

Después de asistir al entierro de Sara, donde no han sido precisamente bienvenidos, los Ben Barek llegan a casa, donde el silencio lo rompió precisamente quien siempre trataba de pasar inadvertido, Hassan:

—Fátima, dinos la verdad: ¿fue Abdú el que mató a esa pobre chica?

—¡No, padre, claro que no!

—¿Le conocías? —tercia Aisha—. ¿Era alguien que conociéramos nosotros?

—Entonces, ¿cómo consiguió la moto de Abdú? —insiste Faruq.

—¿Y por qué mataron a Sara? ¿Qué les había hecho la pobre chica? ¡Esto no tiene ni pies ni cabeza!

Fátima va a salir de la habitación cuando se detiene, congelada al oír las palabras de su hermano:

—No tiene ni pies ni cabeza porque nos están mintiendo. Abdú, la policía... o Fátima.

—¡Faruq! —interrumpe Hassan—. ¡No os permito que habléis así entre hermanos! ¿Por qué se nos rompe así esta familia, por qué?

Hassan desfallece. Leila, Aisha y Nayat le sostienen.

—Faruq, vamos, ayudadle a ir al dormitorio —ordena Aisha—. Que descanse.

Cuando sus otros hijos han salido de la habitación y están ya solas, Aisha se dirige directamente a Fátima, con palabras cargadas de decepción:

—Y yo que siempre decía, cuando eras pequeña, que nunca mentías...

—Madre, no he mentido.

—¿Eso quiere decir que has sido completamente honesta con nosotros?

Fátima no puede evitarlo: su mirada se desvía. Suspira y trata de ser sincera, diciendo lo menos posible:

—El inspector me pidió que no dijera nada de la moto. Aisha se cruza de brazos, y con un «lo sabía» en su expresión:

—Ese hombre otra vez. ¡En mala hora lo conocimos!

—Madre, si me callé fue para poder ayudarle a que encuentre a Abdú.

—Fátima, lo peor de mentir no es engañar a tu familia, sino creerte tus propias mentiras.

De nuevo Fátima no sabe qué decir. El timbre suena. Aliviada, abre la puerta y... Khaled se le echa encima, abrazándola.

—Alabado sea Alá, estás bien. —Khaled repara en la sorprendida Aisha—. Disculpe la confianza, tía, pero pensé que le podía haber pasado algo. Estaba en París, vi las noticias y cogí el primer vuelo a Tánger. Acabo de llegar. ¿Seguro que estás bien?

Fátima solo asiente, su culpa la oprime tanto como el abrazo que acaba de recibir.

—Pasa, Khaled, descansa con nosotros —le invita Aisha—. Te agradecemos que hayas venido. Eres lo único bueno que nos ha pasado en todo este tiempo. ¿Verdad, Fátima?

* * *

Morey conduce hacia el apartamento con Serra de copiloto, mientras le explica los últimos acontecimientos.

—...y ahora la chica debe de estar soportando muchas preguntas de su familia. Está haciendo un gran trabajo y resistiendo bien la presión. Sé que no hablará de Karim.

—Ya, Javi, pero... qué quieres que te diga, te veo un poco raro.

—¿Qué insinúas?

—No es la primera vez que usamos una chica como ella para obtener información. Las miras con esos ojitos tuyos, les dices cuatro tonterías y cantan la gallina. Pero esta, no sé...

—Sé perfectamente lo que hago.

—En serio, Javi, no es una de esas putillas que rondan alrededor de los narcos. Será porque es virgen, porque se va a casar, porque está buena... pero espero que no te dé un síndrome de Estocolmo, ¿vale? Haz lo que tengas que hacer para que nos ayude, pero espero que tu mente y tu polla estén donde tienen que estar. ¿Entendido?

Morey cambia de marcha y asiente, incómodo.

—No tienes de qué preocuparte —cambia de tema—. ¿Has traído lo que te pedí?

—Para eso he venido en persona al culo del mundo.

Serra abre un portafolio y saca una ficha policial. En la foto hay un hombre rechoncho, cincuentón, con una buena mata de pelo oscuro en la cabeza, un rostro bien afeitado y una llamativa verruga bajo el ojo. Es Ballesteros.

* * *

Karim reza en dirección a La Meca dentro de la sala de interrogatorios. Tras tanto tiempo entre rejas, solo su paciencia, su devoción y sus enseñanzas religiosas son capaces de mantenerle tranquilo, sereno y preparado. Pero no puede evitar un sobresalto cuando la puerta se abre. Es Morey, que trae dos tés en vaso de plástico.

—Le he puesto un sobre de azúcar al tuyo. Tengo más, si quieres —Morey pone las tazas humeantes sobre la mesa—. Tranquilo, no está envenenado.

Pero Karim no toca el té ni se sienta. Morey rodea la mesa y desconecta la cámara de grabación. Karim se pone tenso, busca refugio en la pared, pues cree que le va a agredir.

—No voy a pegarte. Relájate y siéntate.

Karim tarda unos segundos, pero obedece. Morey le mira a los ojos durante un largo rato, y habla:

—¿No te has preguntado por qué no te hemos acusado de la muerte de Sara?

—No fui yo —Karim palidece—. Me confunde con otro. Para ustedes, todos los árabes nos parecemos.

—Claro, y para ti, todos los cristianos somos iguales. Pero conmigo te equivocas. Te vi muy de cerca y sé que fuiste tú. ¿No te ha extrañado que antes no te delatara? Tú y yo tenemos más en común de lo que crees. Los dos admiramos a la misma persona. Tu hermano. Murió por sus ideales. Y yo eso lo respeto, sin importar cuáles fueran.

Karim se cruza de brazos, se muerde el labio, inseguro. Sabe que todo lo que dice es verdad. El policía podría haberle delatado en cualquier momento. ¿Qué quiere conseguir ese poli con todo eso?

—¿Te extraña que un policía de esta comisaría sienta... respeto por tu lucha? No todo es lo que parece. Y te puedo demostrar que es verdad. Voy a dejarte libre para que continúes tu trabajo.

—Pues suélteme. Lo tiene fácil.

—No te creas. Vas a tener que poner de tu parte.

Morey saca el dosier con la ficha policial de Ballesteros.

—Este hombre está dispuesto a cargar con la compra de explosivos. Solo tienes que decir que él te mandó a recoger la mercancía a casa del militar, pero que no sabías lo que había en los paquetes. ¿Entiendes?

Karim lee atentamente la ficha. Por fin levanta la vista hacia Morey, y por toda respuesta, toma el vaso de té y bebe.

* * *

Minutos más tarde, Fran entra en comisaría con un par de bolsas de la compra, y se topa con un gesto jocoso, casi amistoso, de Morey. «Parece que hoy está de buen humor», piensa Fran.

—¿Aprovechando la patrulla para hacer la compra?

—Bueno, ya sabe. Mezclándonos con la ciudadanía. ¿Quería algo de mí?

—Tenga. —Morey le alarga el informe policial de Ballesteros y se sienta en su mesa—. El hombre que pagaba a Karim para que le consiguiera los explosivos. Fran lo hojea, incrédulo.

—¿De dónde lo ha sacado?

—Me lo ha contado él mismo.

—¿A usted? ¿Por qué? Llevo dos días intentando que hable y...

—Es lo que tiene ser el poli bueno.

Morey le deja con un palmo de narices y regresa a su despacho. Sin perder tiempo, Fran consulta la base de datos, encontrando una ficha falsa plantada por el CNI: «Honrubia Jiménez, Eduardo». Pasmado, observa la ficha y hace un gesto a Hakim y Quílez, para que se acerquen.

—¿Y este capullo quién es? —pregunta Hakim.

—Según Morey —puntualiza Fran—, el tío que compraba los explosivos al «militroncho».

Miradas de estupor. Quílez lee en voz alta:

—Especializado en atracos con explosivos. Dos bancos en Málaga, tres en Sevilla... menudo pájaro.

—Otro que viene a comprar a Ceuta pensando que todo está más barato. —Hakim trata de romper la tensión.

—¿Qué piensas tú, Fran?

Pero él solo se lleva un dedo a la boca y les manda a trabajar con un gesto. Fran coge la copia impresa del documento y vigilando que Morey no le vea, se dirige al control de cámaras, donde rebobina las grabaciones del día, hasta que ve a Morey entrar en la sala con los tés... y apaga la cámara.

—Maldito cabrón.

* * *

Driss es uno de los alumnos favoritos de Fátima, y es bien conocido en el Centro Cívico por su implicación en actividades, clases, cursos... Tiene apenas quince años y Fátima sabe que dispone de un potencial tremendo, sensibilidad y talento para las artes, aunque exteriormente parezca un alumno más. Todos le conocen por sus camisetas del Barça, con las que, como si cada número fuese para un día de la semana, siempre se presenta a clase. Pero hoy, al salir del centro contento tras recibir un par de halagos por dar respuestas correctas en clase y solo una amonestación por charlar —nadie dice que Driss sea perfecto— su buen humor cambia radicalmente a la ira más fuerte cuando ve a Ramón, el hermano de Sara, escribiendo con espray en el coche de su adorada profesora Fátima: «Asesina». Sin dudarlo, pese a que es medio cuerpo y quince años más pequeño, Driss interpela al militar.

—¡Borra eso! ¡Que lo borres!

—Pírate de aquí, mediahostia, o te voy a...

Driss sorprende a Ramón y le da un puñetazo en el estómago, que Ramón no parece ni siquiera sentir. Pero antes de que Driss pueda retirar la mano, Ramón se la atrapa y sin decir más, comienza a sacudirle. No lejos de allí, Khaled acompaña a Fátima fuera de clase.

—Fátima, no te entretendré mucho. Un café nada más, te lo prometo.

—Está bien, la verdad es que lo necesito. Pero después, tengo que... ¡No, Driss!

Fátima y Khaled ven a Ramón, machacando a Driss a puñetazos. Para sorpresa de todos, Khaled le coge del hombro y le derriba, propinándole una hostia que le sacude la cabeza. Por un momento Fátima y Ramón sienten la misma estupefacción.

—¿Has escrito tú eso?

Ramón asiente y escupe sangre.

—Y lo que me queda.

Sin aviso previo, Khaled le da tal puñetazo que le derriba contra el coche. Ramón cae contra la puerta, manchándose de la pintura de espray.

—¿Estás bien, Khaled? —pregunta Fátima, impresionada. Al verle asentir, prosigue—: Vamos a llevar a Driss al hospital, por favor.

Fátima abre la puerta opuesta del coche y el muchacho entra. Mientras, Ramón consigue levantarse y se aleja, señalando en el dedo a Khaled.

—Os vais a acordar de esto. ¡Voy a ir a por todos vosotros!

Fátima, ya con Driss sentado en el coche, se vuelve hacia Khaled.

—Por favor, no le digas nada de esto a mi madre.

—¿Y cuando se entere de lo que ha pasado? Le sentará peor saber que no le has dicho nada. No, Fátima, si me pregunta, se lo diré. Yo tampoco sé mentir. —Khaled sonríe, y continúa—. Tenemos más cosas en común de las que crees.

* * *

Horas después, mientras Fátima y Khaled aún están en el hospital con Driss, Aisha camina hacia su casa con las bolsas de la compra. Salir y ocuparse de las labores domésticas le sirve para relajarse, pensar en otras cosas, tratar de olvidar, aunque sea momentáneamente, sus pesares y los de su familia.

—Shh, ¿adónde vas?

Aisha oye el comentario, y como siempre que escuchamos una frase que creemos que no va dirigida a nosotros, hace caso omiso.

—¿Que adonde te crees que vas? —Pero la voz insiste, y Aisha se vuelve.

Un grupo de personas la está siguiendo de cerca: son varios hombres y una mujer. Tres son jóvenes, dos son más mayores. No hay nada en ellos que llame la atención al principio. Hasta que ve a Ramón, el hermano de Sara, entre ellos, con un ojo morado y varios cortes en la cara.

—¿No me has oído? —insiste Ramón.

Aisha comienza a sentir una extraña sensación en el estómago, algo que le dice que no responda y siga andando, sin mirar atrás. Pero uno de ellos le corta el paso. Intimidada, trata de razonar:

—A mi casa.

—Eso, vete a Marruecos y te llevas a tu puta familia.

Aisha se gira hacia la mujer que ha hablado. Es de la edad de Fátima. Aisha responde:

—Yo nací aquí. Esta es mi casa, soy española.

—Pues si eres de aquí, no necesitas eso.

La mujer alarga la mano hacia el velo de Aisha y se lo arranca.

—¡No! ¿Qué hacéis? ¿Por qué?

Aisha, sintiéndose desnuda, se tapa la cabeza con las manos, busca refugio en un callejón, se aleja de allí lo más rápido que puede. Deja atrás a los atacantes, que hacen trizas el velo.

* * *

En la comisaría, Hakim y Quílez entran, orgullosos, con su flamante detenido, Ballesteros, para ellos «Eduardo Honrubia», localizado exactamente en la dirección donde Karim les indicó durante su interrogatorio, y que memorizó gracias a que leyó en la ficha policial. Fran se acerca a ellos para formalizar el arresto, y Morey llega a la vez, para controlar que todo salga como espera.

—¿Le han leído sus derechos? A ver si por un error de novato hay que ponerle en la calle.

—Mis chicos le habrán leído los derechos —apuesta Fran— y el Marca de hoy.

—Por eso está tan triste —Hakim continúa la chanza—. Ha perdido el Osasuna.

Fran va a rematar la broma, cuando la voz de Mati se impone sobre el murmullo habitual de la comisaría:

—¡Venid! ¡Han apuñalado a un detenido!

Fran y Morey se miran, un segundo de reconocimiento entre ellos. Solo puede haberle ocurrido eso a uno.

* * *

Sentada en el salón, Fátima escucha la puerta cerrarse, y oye el sonido tan familiar de los pasos de su madre. Tras su anterior encontronazo, Fátima decide empezar de cero, ponerle su mejor sonrisa y...

—¡Madre! ¿Qué te ha pasado?

Aisha entra lívida, llorosa y sin velo. Fátima le acerca una silla, Aisha la toma, se cubre la cara con las manos.

—Nada.

—¿Cómo que nada? ¿Y el velo, madre? ¿Qué ha pasado?

—Ramón. Y algunos de sus amigos. Me han quitado el velo y... dicen que somos unos asesinos.

—Madre, lo siento, lo siento tanto.

—Este barrio, hija..., estos problemas..., esto no va a acabar nunca, va a ir a peor.

Aisha se vuelve hacia ella, le coge un brazo con una mano, le acaricia la cara con la otra. Las lágrimas rebosan sus ojos, pero trata inútilmente de hablar con convicción y normalidad.

—Hija, haznos caso de una vez. Cásate ya. Vete de este barrio con Khaled. Él te puede dar una buena vida en Marruecos, lejos de esta frontera... Por favor, hija. Por favor. Por favor...

Fátima se queda quieta, no sabe qué contestar.

—Sí, madre. Sí. Cumpliré mi palabra. Me voy a casar con Khaled.

Aisha se abraza a ella, aliviada. No ve que la expresión de Fátima es de todo, menos convincente.

—Y por favor, de todo esto, ni una palabra a tu hermano. No quiero que Faruq se entere de...

—¿De qué no me tengo que enterar?

* * *

Sangre en el suelo, sangre en la pared, en la ropa de Karim.

—Me quería matar, me quería matar...

—Tranquilo, chaval —Hakim le quita hierro— que yo me hago cortes más profundos afeitándome.

Los sanitarios terminan de vendarle el brazo a un lívido Karim, que no para de repetir que querían matarle. Mati y Fran tienen cara de circunstancias. A Morey le suena el móvil, se retira a un rincón discretamente y responde. La voz de Fátima suena quebrada:

—No puedo más. No puedo seguir mintiendo. Se nos está yendo de las manos.

—Fátima, tranquila. ¿Qué ha pasado?

—Unos... racistas, ultras, lo que fuese, han atacado a mi madre. Tenemos que contar la verdad, yo no puedo resistir más...

—Tranquila. Vamos a hablarlo. Nos vemos en una hora, en mi apartamento.

Fátima se queda callada, de repente. Y quizá traicionándose a sí misma, asiente:

—Sí. No, espera, no sé si... Sí. Iré. Una hora.

Morey cuelga y suspira de alivio, a tiempo para ver a los sanitarios salir del calabozo.

—Quiero una explicación.

—Un moro que detuvimos esta mañana — explica Hakim— traía una hoja de cúter oculta en la sandalia. No sabemos por qué le atacó... pero hemos tenido suerte.

—¿Suerte? ¿Le parece que esto es suerte? ¿Sabe el riesgo que hemos corrido? —Morey decide desahogarse con él—. Esto es una cagada, podría haberle matado y estaríamos otra vez abriendo telediarios. Como si no hubiésemos tenido bastante con lo de Sara. ¿Es que no se cachea a los detenidos?

Hakim se encoge de hombros y desvía la bronca:

—Pregúntele al agente encargado del calabozo —dice, señalando con la cabeza al agente en cuestión—. Es el que debería haberlo hecho.

—Ya no quiero más excusas ni explicaciones. No va a volver a ocurrir algo así, o abriré un expediente — zanja Morey.

* * *

Minutos después, Fran observa la apariencia de Ballesteros en la foto de su ficha. Levanta la vista y la compara con el hombre que tiene delante. Efectivamente, es el mismo. Pero hay algo raro en él. Algo que su instinto de policía nota y que no puede explicar... aún.

—¿Cómo conociste a Karim? —comienza Fran.

—No veo a mi abogado.

—Es que es difícil aparcar en este barrio, pero seguro que llega pronto. Mientras tanto, vamos adelantando: ¿cómo le conociste?

Ballesteros tamborilea los dedos, sin cambiar su cara de póquer.

—Me lo recomendaron. Me dijeron que era lo bastante estúpido como para hacer de correo sin preguntar. Fran frunce el ceño.

—¿Karim no sabía que estaba comprando explosivos?

—Ese qué coño va a saber, sabe leer con suerte. Mientras le pagara, haría lo que yo quisiera. El pobre es... un «matao».

Veinte minutos después Fran sale de la sala, extrañado y sabiendo que algo raro está ocurriendo, pero sin poder describir qué y cómo. Lo que no es tan extraño, piensa Fran, es ver a Morey dirigiéndose directamente a él. «Cuánto le interesa este caso al inspector jefe. Tengo que averiguar por qué».

—¿Ha confesado, Fran?

—Sí. Ha admitido que compraba explosivos para un atraco que estaba preparando en la Península.

—¿Karim era su cómplice, pues?

—Según él... era un simple correo. No sabía nada del plan.

—Bueno, pues tenemos la confesión del comprador. Caso cerrado.

—Sí, jefe, solo que... —Fran observa cuidadosamente la reacción de Morey—. Nunca he vivido un interrogatorio así, y menos con un tipo con su historial delictivo. No ha tratado de ocultar nada. Incluso me ha contado cosas que no le he preguntado.

—Y ¿qué le preocupa? ¿Que a veces las cosas se resuelvan demasiado fácilmente?

* * *

Morey entra en la sala de interrogatorios, y cierra la puerta tras de sí. Ballesteros sigue con su actuación:

—Si el otro era el poli bueno, usted es el malo, supongo.

Sin mediar palabra, Morey desconecta la cámara y le muestra un pulgar hacia arriba a Ballesteros.

—¿Qué? ¿Me das el Goya al actor revelación? —pregunta Ballesteros.

—Yo diría que has estado un poco sobreactuado. Fran está con la mosca tras la oreja. Pero para lo que necesitamos, nos sirve.

—¿Recibiste el reloj de Karim con el micro plantado? —inquiere Ballesteros.

—Sí, hace un rato. Se lo llevará puesto, no te preocupes.

—Y ¿qué pasa conmigo ahora?

—Vas a declarar ante el juez, que decretará prisión. Pero en ese momento llegarán papeles de cierto juzgado de Málaga pidiendo tu traslado a la Península, para interrogarte por otro caso. Fin de tu carrera criminal.

—Qué pena. Estaba empezando a gustarme. Solo por no soportar a Serra...

Morey le ríe la gracia y vuelve a activar la cámara.

* * *

Mientras tanto, Fran ha entrado en el despacho de Morey, y se dirige directamente hacia el archivo donde se guardan los expedientes de cada policía de la comisaría, y empieza a buscar uno. Pero no coge el suyo, ni el de Quílez, ni el de Hakim... sino el de Morey. Se lo esconde bajo la chaqueta, justo cuando...

—¿Qué hace usted aquí? —exclama Morey, entrando por la puerta.

—Esperándole.

—Bueno..., empiece las gestiones para soltar al tal Karim.

—¿Está usted seguro de lo que hace?

—No tenemos más remedio. Con la declaración del comprador es suficiente, y además... así evitamos que el abogado nos dé problemas por la agresión que ha sufrido en el calabozo, que es responsabilidad de sus agentes.

—Entiendo —concluye Fran, caminando hacia la puerta.

—Pero ¿qué quería? ¿Me estaba esperando, no?

—Quería decirle que... tiene usted razón —Fran improvisa—. El caso está resuelto y bien resuelto. Vamos, que por una vez... hemos ido en línea recta.

—Me alegro de que lo vea así.

* * *

Morey adecenta su apartamento —como haría cualquier soltero— para preparar la venida de Fátima. Mientras, habla con Serra por el manos libres.

—Serra, es normal que la chica falle. No está acostumbrada a este tipo de presión.

—Ya, bueno..., bastante ha aguantado... No es que viva precisamente en la Moraleja... Mira, no sé... Te digo lo de siempre... Haz lo que tengas que hacer. Y en estas situaciones, ya sabes a qué me refiero.

Suena el timbre, Morey cuelga sin despedirse, se peina con los dedos según camina hacia la puerta, abre. Fátima está sofocada, acongojada, entra sin saludar, como un vendaval.

—Lo siento, lo siento, no aguanto más esta situación... Mira, yo puedo soportar muchas cosas. Pero no quiero que esto salpique a mi familia ni les ponga en peligro. No voy a consentir que me llamen asesina o que agredan a mi madre.

—Fátima, céntrate, ¿qué ha pasado? ¿Qué quieres decir?

—Voy a hablar con Ramón para contarle la verdad. Que busque él al asesino de Sara y nos deje en paz. Mi familia no ha hecho nada.

Morey sopesa la situación por un momento. Decide romper la baraja, llevar la conversación a otro sitio.

—Tienes razón, Fátima. Me he equivocado.

Ella no sabe qué contestar al principio. No se lo esperaba. Morey prosigue:

—Lo siento. Estaba tan obsesionado por conseguir una pista que me llevara a tu hermano, que no he pensado en la presión que estaba poniendo sobre tu familia.

Fátima muerde el cebo.

—¿Y tienes ya esa pista?

—Desgraciadamente, no —suspira Morey—. Necesito un poco más de tiempo. Poco, quizá unas horas. Es el tiempo que necesito para poner en libertad a Karim y que podamos seguirle...

—¿Karim está detenido? Pero ¿cómo no me lo has dicho?

—Le detuvieron por un delito menor, sin relación con el caso. He estado trabajando para ponerle en libertad y que nos lleve hasta Abdú.

Fátima lo piensa unos segundos, pero termina sacudiendo la cabeza. Se levanta, coge su bolso.

—Ya no sé qué puedo creer de ti.

Fátima va hacia la puerta, pero Morey se interpone. Da un paso hacia ella, hasta que sus caras, sus ojos, sus labios están demasiado cerca.

—A ti nunca te he mentido.

Morey la besa. Fátima duda por unos segundos... pero finalmente se deja llevar.

* * *

Al mismo tiempo, en el bar de Marina, Fran, Quílez y Hakim revisan el expediente de Morey.

—Primero estaba como loco por soltar al moro de los explosivos, luego encontramos «casualmente» al atracador, después le interroga con la cámara apagada... ¿por qué? —pregunta Fran.

—Bueno, es evidente —responde Hakim—, a mí a veces se me apaga la cámara también sin querer. Justo las veces en que se me va a ir la mano con el detenido.

—No, Morey no es de esos. Pero son demasiadas cosas raras.

Quílez levanta la vista de los papeles y señala unas líneas a sus compañeros.

—Aquí pone que estuvo destinado en Zaragoza. En estupefacientes.

—Lo he leído. Pero no me cuadra.

—¿Crees que es de Asuntos Internos? —Quílez le mira por encima de las gafas de lectura.

—¿De incógnito? No, suelen ir a las claras, sacan más en claro acojonando al personal. No, algo se nos escapa en este tipo. Dame el número de Zaragoza.

No lejos de allí, Serra lee el periódico, mientras disfruta de una típica cazuela de pescado con fideos gordos. A medio bocado, ve un aviso en su ordenador: «Llamada a código A52. Desvío activado». Serra sonríe, abre un fichero con datos y contesta la llamada desde el ordenador.

—Brigada central de estupefacientes de Zaragoza, dígame. —Su tono es aburrido y burocrático.

—Buenas, mire, le llamo desde la jefatura superior de policía de Ceuta. Quiero hablar con el comisario Ayerra.

—Pues, a ver... No, el comisario no está. Yo soy el inspector Pacheco, si puedo ayudarle en algo...

—Sí, bueno, era una consulta sobre el inspector jefe Javier Morey, creo que trabajó con ustedes...

—Claro, Javier. ¿Qué es de él? ¿Está con vosotros?

—Eh, sí, sí. Perdone, ya les llamo mañana.

En el bar, caras de estupor.

—Parece que estuvo en Zaragoza —confirma Fran—. Pero ese cabrón oculta algo, y quiero averiguarlo ya. Voy a echar un vistazo a su apartamento. Cuando vaya a comisaría, entretenedle con cualquier cosa.

* * *

En el citado apartamento, Morey y Fátima se besan apasionadamente, y aún en silencio, sus cuerpos, sus movimientos, sus gemidos y gestos conforman una conversación propia, en un idioma que solo ambos entienden y en el que se dicen que quizá, por fin, ya no hay barreras entre ellos.

Morey empieza a desabotonarse la camisa... y deja que ella termine de hacerlo. Fátima le besa el pecho, el cuello, la boca, plena de sentimientos. Morey respira hondo, emborrachándose con el perfume de sus cabellos. Él le desabrocha un botón de la blusa... Y Fátima se separa de él. Morey está seguro de que va a pedirle que paren... pero inesperadamente, ella misma se desviste, con manos inseguras.

—Estás temblando.

—Sí...

Fátima se deja caer en sus brazos de nuevo, y Morey le desabrocha el sujetador con un leve movimiento de la mano. La prenda cae entre ellos y Morey le besa cuello, pecho, senos, bajando hasta el vientre. Fátima se deja caer hacia atrás, mientras Morey sigue besándola...

* * *

Tiempo después, la noche de Ceuta ya puede verse por la ventana del apartamento. Morey y Fátima yacen desnudos en la cama, tumbados de lado, con él abrazándola por detrás. De repente suena una alarma del móvil y Fátima se sobresalta. Como recordando que tiene una casa a la que volver y una familia a la que mirar a la cara, su expresión cambia, su voz se agudiza.

—Tengo que irme. —Fátima va a incorporarse, pero se detiene—. Date la vuelta.

—¿Por qué? —Morey está genuinamente sorprendido.

—Tengo que vestirme.

—Pero... acabamos de...

—Hazlo. Por favor. —Su tono ahora es serio, muy diferente al de antes.

Morey se da la vuelta en la cama, mientras Fátima se viste rápidamente, sin que él la vea. Y sin que vea las lágrimas que acaban de traicionar su dureza. Fátima termina de colocarse el hiyab y va a salir por la puerta, cuando Morey se levanta y la detiene. Sin decir nada, solamente la besa. Fátima no responde al beso, y sale.

* * *

Mientras, en el exterior, Fran vigila el apartamento, cuya luz sigue encendida. Saca su móvil para llamar, pero se detiene, sorprendido, al ver a Fátima salir a toda prisa. Ella entra en su propio coche y se mira en el espejo para asegurarse de que nada la delata, y arranca. Fran deja que se aleje antes de llamar a Morey.

—Fran. ¿Algún problema?

—Sí, jefe. Tenemos un marrón en comisaría. Venga, por favor.

—¿De qué me está hablando? ¿Qué ocurre?

—Ahora le cuento. Venga ahora, por favor.

Fran cuelga. Minutos después ve a Morey salir a toda prisa de la casa. Espera a que se aleje y solo entonces, entra en el edificio de apartamentos. La puerta del de Morey se abre inmediatamente, gracias a la ganzúa y a su mano experta. Una vez dentro comienza por el recibidor: cajones, armarios, ropa, ha de registrarlo todo.

* * *

Cuando Fátima llega a casa, aún no ha conseguido que su pulso se calme; son demasiadas emociones, demasiados sentimientos, demasiados secretos... Fátima camina por el pasillo adelantándose a la bronca que le va a caer por llegar tan tarde...

—Perdón a todos por el retraso, hemos tenido mucho lío en el centro y...

Y se encuentra a Khaled, junto a toda su familia, mirándola sonrientes y expectantes. Es Aisha la que, emocionada, rompe el silencio:

—Alegra esa cara, hija, Khaled tiene una sorpresa para ti. Díselo, Hassan.

—Fátima, ya tenemos fecha para la boda. Mejor díselo tú, Khaled.

—Inchaallah! Dentro de cuatro meses. Nuestros padres han dado la aprobación.

—¿Estás contenta, hija?

—Sí... un poco... sorprendida.

Todos estallan en risas y se acercan a ella para abrazarla, incluso Faruq.

—Felicidades, cuñada. —Es Leila, emocionada.

—Ya era hora de perderte de vista. —El siempre serio Faruq le guiña un ojo.

—Felicidades... pero ¡que sepas que te voy a echar de menos! —Nayat parece a la vez tan alegre como afligida.

Y entre todos ellos Fátima contempla a Khaled, sonriente como el que más. Por fin Aisha rompe el abrazo:

—Anda, Khaled. Idos a tomar algo. Tendréis tanto de que hablar...

* * *

En casa de Morey, Fran registra todo rápidamente, pero con cuidado, tratando de no dejar huellas y de no cambiar nada de sitio. Por fin llega a un armario. Tira de las puertas, pero no se abre como debería. Fran se extraña, busca en los bordes y ve un papel saliendo detrás de una de las hojas, donde no debería estar. Busca cuidadosamente y se da cuenta de que tiene un mecanismo que oculta algo. Fran tira de uno de los paneles... Y ante él se despliega un tablero con documentos, reflexiones, pistas, y una multitud de fotos, de Tarek, de Abdú, de otros sospechosos... y de él mismo. Y por poco Fran confunde la presión que siente en la nuca con los escalofríos que le bajan por la espalda. Pero el sonido de un arma amartillándose le confirma sus sospechas.

—Hijo de puta. Muévete y te vuelo la cabeza.