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Claro y hermoso.

Reciben la visita del piloto y algunos marineros de una goleta que ancló en un punto distante de la bahía para surtirse de agua.

Les ofrecen chocolate y bizcochos de anís.

Al rato, Bruks, el capitán del buque, llega nuevamente con naranjas de Santa Catalina.

—Usted nos malcría. Ya no sabremos prescindir de ellas.

—Para servirla estoy, señora. Y para nada compenso las amabilidades que recibo de ustedes.

El termómetro sube hasta sesenta y ocho grados Fahrenheit.

Proponen a los huéspedes ir al pescadero. Vernet —cuyo padre tuvo una curtiembre en Europa y conoce el oficio— está en tratos con Bruks para usar su goleta a fin de enviar al Brasil pescados, cueros, y carne salada.

El sol es tan fuerte que María regresa a la casa para buscar su quitasol.

En el camino ven cómo arde una extensa zona del islote cercano en el que abundan paja y turba. Algunos peones, encargados de recoger paja para techar, seguramente dejaron brasas que el viento avivó.

Vernet, preocupado por el incendio, una vez que busque auxilio, alcanzará a María y a los demás.

Desde un promontorio, les muestra las piedras que, allá abajo, semejan un pequeño poblado. María no les dice que ese caserío de fantasía es el que levanta por las noches, cuando busca imágenes felices. Pero sí les dice que don Julio, el pescadero, no sabe lo que es sacar redes vacías.

Tampoco deja de hablar de los arroyos y manantiales que encuentran a su paso ni de sus aguas, que hasta curan males de estómago y fiebres rebeldes. Pone como ejemplo a Perrins, que llegara moribundo y que gracias a las abluciones, buches, y sus ocho vasos diarios, hoy estaba surcando esos mares del Señor.

En el pescadero hay gran animación. Pronto irán al muelle para entregar un cargamento de pescado.

Doña Mariquita, contenta con sus ajetreos de anfitriona, les hace probar bocadillos de mariscos y postas fritas de merluza negra. Corre el licor casero y una certeza: Malvinas, a pesar de su aislamiento y clima duro, no volverá a ser un sitio desdeñado por el hombre: ahí también puede construirse una vida digna y próspera.

A María el corazón le da un brinco cuando “la ninfa de las bolsas de azúcar” se acerca y, con una reverencia, pide hablarle a solas.

Van lentamente en dirección a unos toneles de sal.

Jon y ella viven juntos, le dice. Lo ama, le dice. No le importa que su familia se oponga, le dice.

Un sol casi de verano hace menos duras sus palabras.

—No pido limosnas, señora.

—No es mi intención darla.

—Puedo coser, cocinar, labrar la tierra, arrear ganado…

—¿Y la tarea en el pescadero?

—Basta con Jon. Sus brazos son fuertes y sus manos nunca se fatigan.

—Te buscaré algún trabajo, te lo prometo.

—Gracias, señora.

—No me agradezcas. Sólo hazme una promesa.

—¿Cuál?

—Si lo amas, cásate.

María mira en dirección al marino sin pies que ha obtenido los favores de Leonor. A ningún poblador se le escapa que esta muchacha y Elisa son las más asediadas de Malvinas. Curioso destino, medita María. Primero, se arriesga a robar azúcar para endulzarle la leche a sus hermanos pequeños; después, se amanceba con alguien que la necesitará constantemente. Recuerda a su marido acariciándole el vientre: “Ojalá sea varón, estas islas requieren músculos y sacrificios”. “La ninfa”, piensa María, no se amedrenta ante sacrificios. Y lo que le falta en músculos lo reemplaza con valentía. ¿Así será su niña por nacer?

Con la llegada del gobernador, Bruks y su gente —a pesar del lenguaraz alcohol— se vuelven más formales. Surgen nuevamente los negocios y a todos les place saber que el fuego —por obra de Loreto, y algunos marinos— está a punto de ser dominado.

Vernet no disimula su disgusto. Brisbane acaba de informarle que los botes que en la víspera fueron por lobos, no encontraron ni uno. Presumen que antes hayan estado otros loberos, y que diezmaron. Esos buques extranjeros parecen ignorar las circulares en inglés que él ha hecho repartir y en las que se prohíbe depredar en playas de su jurisdicción. Las directivas de Buenos Aires son claras. Las malas intenciones de ciertos países, también: las últimas noticias sobre la posición del presidente Jackson son desalentadoras. En su próximo viaje hablará con el Gobernador sobre el futuro de las islas. El comercio con el Brasil ya es un hecho, y la próxima meta es Europa. Apenas disponga de barco propio buscará socios e inversores. Cuando Jewett, nueve años atrás, izó la celeste y blanca, en nombre de las Provincias Unidas del Río de la Plata, se encontraba entre otros, el explorador británico, capitán James Weddell. A los demás capitanes se los puso al tanto del acontecimiento y nadie protestó. Pero ahora, a pesar del tiempo transcurrido, se empeñan en ignorar banderas y prohibiciones.