Capítulo 16
—No me gusta la idea de que vayamos a un barrio donde se ha derramado tanta sangre —dijo Tricia en el taxi. Se enroscaba los dedos en la correa de su bolso Miu Miu de piel de cocodrilo como si estuviera rezando un rosario.
—En primer lugar, es sangre bovina. En segundo lugar, nombra un barrio de la isla que esté libre de sangre —dijo desafiante Cassady.
—Es solo tan… reciente en MePa —replicó Tricia que miraba por la ventana del coche. Me había llamado dos veces la noche anterior para pedirme que no asistiera a la cita con Will. Como estaba sumergida en la bañera, dejé que el contestador recibiera la llamada. Cuando salí del baño encontré un tercer mensaje, en el que decía que comprendía por qué teníamos que ir y esperaba que su comprensión no se transformara en su ruina.
Estaba de acuerdo con ella hasta cierto punto. El hecho de que el barrio de los mataderos se haya convertido en el nuevo lugar de moda en la ciudad es un poco desconcertante, al menos desde un punto de vista estético y simbólico. Algunos de mis amigos lo explican en términos de fuerzas dinámicas relacionadas con la limitación del mercado inmobiliario, pero aun así sigue resultando extraño.
El taxi nos dejó frente a un deteriorado bar con un desvencijado toldo que decía Asador Vinnie. Junto a la puerta de entrada del asador había otra puerta estropeada sin portero automático —para el alivio de Cassady—, que desembocaba en una estrecha escalera que nos llevó al apartamento de Will.
Había un timbre apenas distinguible bajo varías capas de pintura. Lo pulsé sin estar segura de que funcionara hasta que oímos pasos que se acercaban y el cerrojo que giraba.
—¿Cassie? —Will quitó la cadena de seguridad.
—Sí —dije, resistiendo la tentación de mirar por encima de mi hombro a Cassady.
Will abrió la puerta para dejarnos entrar. Las paredes habían sido derribadas para crear una especie de loft, pero el sitio tenía muy poca iluminación. Estaba sin pintar. Se podía notar que habían arrancado el empapelado de las paredes, pero la redecoración había quedado allí. Sin embargo, habían estado limpiando. Todo el lugar olía a lejía.
A pesar de la falta de luz, la esquina más apartada de la habitación había sido acondicionada como un estudio de fotografía. Me preguntaba si Will habría tomado la foto del anuncio por sí mismo. El equipo de fotografía parecía ser muy caro. No era sorprendente que no tuviera presupuesto para la decoración.
Había otro sector de trabajo en la esquina opuesta del salón, con algunas mesas cubiertas de grandes manteles con herramientas y cajas de cartón descansando sobre ellas. Tenía ganas de ir a husmear, pero debía elegir el momento adecuado.
—Estas son mis socias —dije, hurgando en mi mente en busca de nombres falsos—. Marcia y Cindy.
—Entonces, ¿tú no deberías ser Jan? —preguntó Will, con una sonrisa pícara. Estaba tan absorta en la inspección del lugar, que todavía no le había prestado atención. Parecía rondar los treinta años, era alto y musculoso, su ondulado pelo castaño era menos rojizo que el de Alicia, y tenía irresistibles ojos marrones. Pero con toda la práctica que había adquirido evitando los ojos de Edwards, estaba preparada para los de Will.
—Lo es, créeme —respondió Cassady.
—Nos lo dicen todo el tiempo —colaboró Tricia.
—¿En qué os puedo ayudar? No me has dicho mucho al teléfono y tampoco he podido sacar nada en claro de Alicia. —Will se movía nervioso de un lado a otro.
Debíamos agradecer a Alicia por comportarse como una buena chica.
—Estamos diseñando una nueva línea de bufandas y necesitamos un anuncio espectacular que nos ayude en el lanzamiento de la compañía.
—¿Apenas estáis comenzando?
Asentí. Si podía elaborar mi historia siguiendo las directrices que Gretchen me había expuesto respecto a los accesorios para zapatos, tal vez podría despertar en él las mismas motivaciones que lo habían conducido a trabajar en aquello, a la vez que hacía lo que fuera que hiciera con Teddy, Yvonne y otros todavía por descubrir.
—Sé lo difícil que puede resultar. Estoy en una situación similar —dijo, asintiendo.
—Tal vez nos puedas dar unos consejos sobre formación profesional —sugirió Cassady.
Will se giró repentinamente para verla. No parecía haberle gustado mucho el comentario, pero con rapidez disimuló su reacción con una carcajada.
—Estaba por pediros lo mismo.
—Qué difícil cuando tienes que ser la persona creativa y la que genera los ingresos a la vez —dije, y se giró para verme. Las tres nos dispersábamos por el salón, y el no poder tenernos vigiladas parecía molestar a Will. Era un hombre que escondía algo. O, quizás, deseaba que ese algo estuviera mejor escondido.
—Estamos buscando una cosa que sea simple pero efectista. Tal vez una fotografía gigante de una de nuestras bufandas… —Hice un gesto grandilocuente moviendo las manos en el aire como si estuviera describiendo el movimiento flotante de una bufanda. Debería haber escogido un objeto más versátil que una bufanda. Will asintió, metiéndose en mi misma sintonía.
—¿Dónde pensáis publicar el anuncio?
—Nuestro propósito es publicarlo en Marie Claire, Zeitgeist, aunque nos encantaría también publicarlo en Vogue —dije, simulando no haber notado su cara de entusiasmo cuando cité a Zeitgeist. No le quitaba la vista de encima a Cassady. No era sorprendente. Con un solo gesto de la ceja, le señalé a Tricia las mesas de trabajo. No sé qué esperaba encontrar, pero el simple hecho de que las mesas estuvieran cubiertas era intrigante. Tricia comprendió mi seña y se dirigió hacia allí.
—Eso puede costar mucho dinero —manifestó Will.
—Sí. Tendremos que decidirnos por una de ellas, comenzar con un solo anuncio.
—Aun así.
—Tenemos la esperanza de que alguien nos eche una mano.
Asintió enérgicamente.
—¿Conocéis a alguien que trabaje en alguna de esas revistas?
—Ya quisiera. ¿Y tú? —pregunté con entusiasmo, mi intención era construir un puente entre nuestras supuestas tragedias comunes. Es la forma más fácil de hacer que la gente confíe en ti: la sensación de tener enfrente un alma gemela.
Hizo una larga pausa antes de responder.
—A un amigo de un amigo, pero no es un contacto que hayamos podido utilizar hasta ahora. —Escondía algo. Tan solo tenía que descubrir el qué.
—¿De verdad? ¿Dónde?
Los contactos son algo corriente en Nueva York. Un buen ejemplo es el de Tricia y Jasmine. La mayoría de la gente espera ansiosa la oportunidad de jactarse de las personas que conoce en lugares interesantes como revistas, las galerías de arte, editoriales, etc. El hecho de que Will se mostrara receloso de hablar me llenaba de regocijo.
Si lo que escondía era algo que yo debería saber y si encontrase la forma de arrancárselo…
—Zeitgeist —admitió.
Magnífico.
—¿De verdad? ¿Quién es? —pregunté con sonrisa fingida. Rogaba que fuera la pieza perdida del rompecabezas.
—Como he dicho, un amigo de un amigo. —Se replegó en forma instantánea—. Quiero decir, conozco a algunas personas del departamento de publicidad, pero no tengo la suficiente confianza como para pedirles que os echen una mano.
—¡Oh! No. No te estamos pidiendo eso. —¿Sería Brady? ¿O uno de los directores de contabilidad? ¿O tal vez conoció a Teddy, pero era lo suficientemente inteligente como para no hablar de él en tiempo pasado?
—Estas son bellísimas —gritó Tricia con entusiasmo desde la otra esquina del salón. Will se dio la vuelta para ver a Tricia sosteniendo uno de los accesorios para tacones como los que habíamos visto en el anuncio de Will. Ella descorrió el mantel para dejar expuesta una mesa de trabajo repleta de las joyas para los tacones en diversas etapas de fabricación—. ¿Qué son?
Will se acercó presuroso y, con suavidad pero con firmeza, le quitó la pieza de las manos.
—Son joyas para usar en los zapatos. Las deslizas por debajo del tacón y cambias totalmente el aspecto del calzado. De la misma manera en que podrías cambiar tus pendientes al salir del trabajo, puedes colocarte estas en el calzado que usas para trabajar, y se transformarán en los zapatos perfectos para ir a bailar.
—¿Es de alguno de tus clientes? —preguntó Cassady.
Will, otra vez se tomaba una pausa para elegir la respuesta.
—De hecho, soy socio de la empresa.
—Es una idea estupenda. ¿Se consiguen en las tiendas? ¿Dónde se pueden comprar? —dijo Tricia, entusiasmada.
—Estamos intentando colocarlas en algunas tiendas, aunque pretendíamos comenzar las ventas por internet por una cuestión de presupuesto, pero la página web todavía está en construcción, y tampoco hemos podido publicar el anuncio. Por ahora. —Su rostro se ensombreció y cubrió las mesas de trabajo—. Hemos tenido algunos problemas financieros.
Esa era la razón por la que el anuncio que había hecho no estaba pagado. Pero, ¿qué relación tenía eso con Teddy e Yvonne? Si uno de ellos era la conexión en la revista, ¿qué podía haber salido mal como para que terminaran muertos?
—¿Se lo has mostrado a tu contacto en la revista, el amigo de tu amigo de Zeitgeist?
Me di cuenta que con esa pregunta había tirado demasiado de la cuerda. Will se sumió en un mutismo del que parecía que no saldría por un largo rato.
—Creo que deberíais marcharos —dijo al fin.
—Pero aún no hemos hablado de nuestro anuncio.
—Os llamaré luego.
—Pero debemos cumplir con una fecha tope, y nos habías dicho que tú también.
Will nos dirigió una mirada rápida y feroz.
—Tengo suficientes problemas como para perder el tiempo con unas diletantes acomodadas que juegan a ser empresarias. Es necesario que os marchéis ahora.
—Will, cometes un grave error. —Cassady se mostraba ofendida en sus principios.
—No sería la primera vez. Ni siquiera la primera vez esta semana. Hasta luego, señoritas. —Se dirigió hacia la puerta, la abrió e hizo un ademán para indicarnos que nos marcháramos.
—Podríamos pagar el anuncio por adelantado si eso te sirviese de ayuda —le ofrecí, aunque no estaba segura de dónde obtendríamos el dinero; solo intentaba prolongar nuestra estancia en casa de Will.
Titubeó por un momento, y luego negó con la cabeza.
—No creo que nada pueda serme de ayuda en este momento. Hasta luego.
Me habría encantado que aflorase la Agatha Christie que llevo dentro y decir: «Déjame que te lo explique todo»; pero todavía no me sentía suficientemente preparada. No quedaba otra opción que partir.
Al final de las escaleras, se me ocurrió una idea.
—¿Estáis sedientas?
Nos zambullimos en Vinnie, un sitio un poco sucio pero agradable, con manteles de hule rojos y blancos y muy poca iluminación. Compramos té helado y nos sentamos en una de las mesas orientadas hacia la ventana del frente, cuyos cristales estaban tan engrasados que dificultaban la visión de la calle. Unos momentos después de sentarnos, Will apareció en la acera y aceleró el paso hasta llegar a la esquina y girar. Abandonamos nuestras bebidas y nos apresuramos a seguirlo.
Seguramente, la clave para perseguir a alguien sea mantener un bajo perfil. Nosotras no llevábamos la ropa ni los zapatos adecuados, y además éramos tres perseguidoras. No eran las condiciones ideales. Pero llegamos a girar en la esquina de la calle Oeste 14, justo a tiempo para ver cómo Will estaba subiendo a un taxi.
—Siga a ese taxi —gritó Tricia, aunque ni siquiera estábamos cerca de conseguir uno para nosotras.
—¿Deberíamos? —susurró Cassady.
—Parece apropiado. Y nunca he estado en ninguna circunstancia en la que pareciera apropiado.
—Qué pena. —Cassady me miró con desaprobación—. No querrás que lo sigamos, ¿verdad?
—Le hemos perdido. Deberíamos volver.
Tenía que volver a la oficina para confirmar algunas aristas de mi teoría. Cassady y Tricia me dejaron en la puerta del edificio, tras acordar que nos encontraríamos a cenar para comparar las suposiciones de cada una.
La oficina seguía apagada, pero ¿cuánto de eso tenía que ver con el duelo por el fallecimiento de Yvonne, y cuánto simplemente por su ausencia? No podría asegurarlo. Gretchen había obedecido al consejo de todos y se había marchado a su casa, por lo que me dirigí hacia el despacho de Brady, intentando colocarme en una postura de despreocupación.
—Hola, Brady.
Estaba inclinado sobre un escritorio desbordante de cosas, era nuestro ejemplar de Bob Cratchit. Levantó la mirada y pareció aliviado al ver que no le traía más trabajo.
—Hola, Molly.
—¿Has podido resolver la situación de Nachtmusik?
Se sacudió en su asiento y abrió los ojos en señal de pánico.
—Maldita sea. Gretchen se iba a encargar de ese asunto y he dejado que se marchase a su casa.
—Has hecho lo correcto. Con todo lo que ha pasado… estoy segura de que el lunes tendremos mucho tiempo para encargarnos de ello. Tan solo preguntaba.
Brady no estaba muy convencido, pero asintió y se sumergió de nuevo en su trabajo. Seguí caminando por el pasillo hacia el departamento de Contabilidad para hablar con Wendy, la asistente de Sophie.
Me sorprende la presencia de Wendy en contabilidad; parece tener problemas para equilibrar sus pechos en el sujetador, así que no puedo imaginar cómo se las arregla para hacer balances en una hoja de cálculo. Pero se rumorea que realiza otras actividades para un amigo del Editor; por tanto, no nos queda otra opción que aceptarla.
Le pregunté sobre Nachtmusik y el pago perdido, y se quedó mirándome totalmente en blanco por unos instantes. Le repetí la pregunta y me interrumpió en mitad de la frase.
—Dame un minuto para que lo piense.
Me contuve para no decirle que tomarse un minuto no le serviría de nada y me esforcé por mostrarme paciente.
—Ese es el asunto que Brady quería solucionar, ¿verdad?
Asentí, no tenía intenciones de profundizar sobre las capacidades de Brady para resolver problemas y con ello correr el riesgo de apartar a Wendy de la delgada línea de pensamiento que estaba hilvanando.
—Sí, eso ya está. ¿Por qué lo preguntas?
—Entonces el problema está resuelto —sugerí, sorprendida por la decepción que me había invadido ante el giro inesperado de los acontecimientos. La aparición del cheque no cuadraba dentro de mi teoría.
—No, porque era un cheque sin fondos.
—¿Sí? —Eso sí podía encajar con mi teoría.
—Gretchen encontró ese maldito cheque ayer, estaba en el despacho de Teddy, mal archivado. Tuve que llamar al banco para preguntar si había fondos, porque estamos cerca del cierre del próximo número.
—Y no tenía fondos.
—De ningún modo. Tengo más dinero en el banco yo que esa estúpida compañía, quienesquiera que sean. De todas maneras, Gretchen se mostró bastante perturbada y me pidió que no le contase nada a Brady.
—¿Por qué deseaba eso?
—Dijo algo sobre que Teddy era una persona de palabra y que si su palabra perdía valor, todo perdía valor; o alguna tontería por el estilo. —Tal vez era un concepto que desconcertaba a Wendy, así que decidí no perder tiempo en explicárselo. Le di las gracias y partí.
Teddy era un hombre de palabra. Eso significaba que le había prometido a alguien —ya sea Will o alguno de sus amigos— que el anuncio saldría publicado. Más aún, al parecer había prometido que el anuncio sería pagado por un tercero. Pero el tercero no se había hecho cargo de la cuenta. ¿Cómo podría encontrar a ese tercero? No tenía otra opción que hacer que Gretchen dejase de comportarse como la custodia de la sagrada memoria de Teddy y comenzar a escarbar en la basura.
Volví a mi escritorio y llamé al apartamento de Gretchen, pero me atendió el contestador. Por su bien, esperaba que estuviera dopada y roncando. Odiaba tener que molestarla, pero no me quedaba otra opción.
—Gretchen, soy Molly. Lamento molestarte, pero necesito hablar contigo lo más pronto posible. —Le dejé el número de mi móvil y de mi casa; esperaba que se despertase antes de que fuese el día siguiente.
Después de un par de horas de repaso de las cartas de los lectores, me fui a casa a fin de acicalarme para la cena. Como mis mejores ideas se me presentan bajo la ducha, tomé una larga ducha caliente, pero esa noche la genialidad no se hizo presente.
Tenía muchas ganas de vestirme con un grueso jersey y unos pantalones de franela, pero todavía no hacía tanto frío y Tricia habría hecho que me cambiase. Por tanto, escogí mi falda de cuero negro combinada con una chaqueta del mismo color y una blusa de seda. De hecho, aunque de una manera superficial, elegir la ropa me levantó el ánimo, pero ahora debía concentrarme sobre todo en mi objetivo.
Cassady y Tricia me llamaron desde el vestíbulo y les dije que no gastaran energías y me esperasen abajo. Cuando me reuní con ellas, me felicité por mi elección de ropa: las dos iban muy emperifolladas. Cassady vestía de D&G —unos impecables pantalones negros con una chaqueta estilo esquimal— y Tricia iba vestida de Prada con una chaqueta ceñida al cuerpo y una falda plisada. Todas habíamos intentado levantarnos el ánimo a través de la ropa.
Debo reconocer que para animarme tengo suficiente con la presencia de las dos. Nunca he llegado a caer en una depresión tal en la que el simple encuentro con ellas o el sonido de sus voces en el teléfono no pudieran serme de ayuda. Nueva York puede ser una ciudad muy violenta o increíblemente divertida. Solo tienes que procurar compartirla con la gente adecuada.
Y tienes que tener la suerte suficiente como para que, si alguien te dispara, en medio de una hermosa noche de otoño en la Gran Manzana, justo levantes el brazo para llamar a un taxi, de manera tal que la bala te golpee en el hombro, arruinando tu chaqueta de cuero, pero fallándole a tu corazón.