Capítulo 14

Querida Molly:

¿Cómo hace la gente para tener romances sin delatarse? ¿Cómo aprende la gente a apagar el interruptor del rubor, a desconectar el botón del tartamudeo, y a poner la conciencia a pacer en otro lugar? Creo que podría disfrutar de las grandes pasiones, del sexo regular y de las joyas que se obtienen por liarse con un hombre, si pudiese superar la sensación de que confesaré todo al primer minuto en que alguien me mire raro. ¿Hay algún lugar en el que pueda tomar lecciones?

Firmado,

Joven pero cautelosa.

—Ya lo sabe, ¿verdad? —Estaba en un taxi con Tricia y Cassady, mi corazón latía con culpa—. Yvonne sabe que nosotros lo sabemos.

—No creo que eso disminuya el dolor que siente por la pérdida de su amante… —comenzó Tricia.

—Dolor que se merece, ya que ella lo apuñaló —intercedió Cassady.

—Pero creo que Yvonne es demasiado egocéntrica como para captar la tensión que sientes al estar con ella, y extrapolarlo hasta ese punto —finalizó Tricia con calma. Luego le sacó la lengua a Cassady, pero de una manera relativamente cortés. Tricia hace todo de una manera cortés. Eso es fantástico, ya que suele conseguir más cosas que aquellos con personalidades más transparentes. Tricia podría arrancarle la cabeza a alguien, devolvérsela y abandonar la habitación incluso antes de que le pudieran dar las gracias.

—No comprendo cómo, después de matar a Teddy, puede ir de un lado a otro y actuar como si todo estuviera bien. Yo entro en pánico y empiezo a pensar que Dios me castigará cada vez que tengo que inventar excusas para ausentarme de la oficina.

—Tú tienes una moral sólida y ella no —fue la valoración de Cassady—. Una moral sólida, aunque con algunas raíces bastante retorcidas, pero tienes una moral y te amamos por ello. —Pensé en sacarle la lengua, pero sabía que ni siquiera se acercaría al delicado gesto de desdén que Tricia había hecho. En cambio, opté por poner los ojos en blanco.

Después de que Cassady me declarase que la agencia era falsa, estuve a punto de perder el juicio al tener que esperar el fin de la reunión entre Tricia, Yvonne y Helen; pero Cassady insistió con que aguardásemos. Gretchen salió de la reunión poco después que yo, fue directamente a la oficina de Teddy, y cerró la puerta. Pensaba que si Yvonne la hubiese despedido, estaría gimiendo para llamar la atención de todos y subida a un escritorio para anunciar su inminente partida. Sin embargo, parecía como si tan solo estuviera teniendo un llanto liberador; se lo merecía, pero yo no quería ser partícipe de ello. Cuando Helen, Yvonne y Tricia salieron un rato después, parecían agotadas. Helen pasó junto a nosotras en dirección al ascensor. Yvonne se encerró en su despacho y Tricia prácticamente se escondió en mi escritorio.

—¿Puedo irme a casa ahora? —se quejó.

—No, tienes que organizar un funeral, pero antes, tenemos una misión que cumplir. —Le palmeé la mano de forma enérgica.

Se sentó y, al hacerlo, su cabello se deslizó dejándola perfectamente peinada sin tener que tocar un solo mechón. No es justo.

—¿Misión? —dijo, con más pavor del que yo esperaba.

—Vamos. Será divertido —la animó Cassady.

—Seguro, más divertido que tener que mediar entre Helen e Yvonne —le prometí.

—Un pelo enquistado del pubis es más divertido que esas dos —suspiró Tricia—. Por fortuna, hemos resuelto todo, excepto quién será la que llore más en el funeral. Así que tengo muchas cosas que hacer hoy. ¿Es muy importante la misión?

—Es crucial —insistió Cassady—. Molly, ve con tu jefa e invéntate una excusa para ausentarte de la oficina y larguémonos.

Nuestro taxi se dirigía hacia el norte. La bomba que había lanzado Cassady sobre la falsedad de la agencia de publicidad, provenía de algunas investigaciones que había hecho por su cuenta, sumado a un serio flirteo con el agente Hendryx. Había comenzado buscando documentos relacionados con Nachtmusik, siguiendo la teoría de que Yvonne y Teddy estarían involucrados en la agencia a través de sobornos, o lavado de dinero, o alguna otra variante de crimen de guante blanco que habría acabado en el asesinato. Esperaba encontrar a Yvonne o a Teddy en algún cargo de la junta directiva, o como funcionarios de la compañía, u otro puesto que los vinculara.

Pero no encontró nada. No solo nada que vinculase a Yvonne y Teddy. No encontró nada de nada. Ni licencia comercial, ni registro del pago de impuestos, ni estatutos sociales, ni ningún papel que indicara que esa compañía existía. Tan solo el teléfono en la carpeta que Brady me había mostrado.

Entonces fue cuando decidió recurrir al agente Hendryx. Cassady —vestida con una seductora chaqueta de Carolina Herrera entallada, una falda de peltre, sin blusa, y con un soberbio par de zapatos Stella McCartney con tacones que podrían calificarse de arma mortal— «pasó» a saludar al agente Hendryx y a agradecerle por haber sido tan comprensivo la noche de la muerte de Teddy. El pobre joven nunca se enteró de qué era lo que lo había atropellado, y Cassady salió de allí con un apellido y una dirección —que concordaban con el número de teléfono—, y el compromiso de encontrarse a cenar una semana más tarde.

Resultó humillante tener que preguntar si mi nombre había surgido en la conversación, especialmente, relacionado con el detective Edwards. Cassady, con gran regocijo, me dijo que ninguno de los dos había salido en la conversación.

La dirección que obtuvo era en las afueras, en Morningside Heights. No es exactamente el lugar elegido por la agencias de publicidad para instalar sus oficinas, pero yo estaba preparada para cualquier sorpresa.

Tricia estaba preparada por lo menos para lo peor.

—¿Y si todo esto no es más que una tapadera de tráfico de drogas o venta de armas, o algo peor? Deberíamos haber traído al encantador detective con nosotras —sugirió.

Nuestro taxista, un corpulento hombre de ojos saltones que nos juraba que su nombre real era Jim Bond y se negaba a precisar de dónde era su acento del medio Oeste con la excusa de querer «borrar su pasado», detuvo el taxi de manera repentina.

—No puedo mezclarme en ningún asunto ilegal —protestó.

—Nosotras tampoco —le aseguré—. Es broma. —Eso no pareció apaciguarlo, pero tampoco nos obligó a bajar del coche. Nos condujo a la dirección que le habíamos dado y nos dejó frente a un edificio de apartamentos un poco escalofriante que se levantaba con cierta dignidad a pesar de los estragos del tiempo.

Queríamos ver a Cervantes, que vivía en el apartamento catorce. Pulsé el timbre del número 14, mientras me preguntaba cuán convincente sería cuando alguien me respondiera. Pero nadie lo hizo. Mejor así, pensé.

—¿No habrá nadie en casa o simplemente no quieren contestar? —preguntó Tricia.

—Será difícil descifrar eso desde aquí fuera —admití.

—Se nota que no ves muchas películas. —Cassady me apartó del portero. Con los dedos índices presionó simultáneamente sobre el timbre de los apartamentos 9 y 26. Nada. Agregó los dedos corazón, y presionó sobre los timbres de cuatro apartamentos a la vez. Sin respuesta. Seis, ocho timbres. Aún sin respuesta.

—¿Y esto funciona en las películas? —se atrevió a preguntar Tricia.

Cassady gruñó y colocó todos los dedos sobre los timbres como si fuese el Fantasma de la Ópera atacando el órgano. Se apoyó contra el portero con todas sus fuerzas, haciendo que los timbres sonaran con fuerza.

—Alguien tiene que escucharlo —dijo.

Los timbres armaban tanto jaleo que casi no escuchamos abrirse la puerta de enfrente. Para cuando nos dimos cuenta, la residente que estaba saliendo casi había cerrado la puerta tras de sí. Miró a Cassady con desdén y tiró de la puerta para cerrarla, pero Tricia se lanzó sobre la puerta y la sostuvo.

—Gracias —sonrío Tricia, siempre con sus perfectos modales en cualquier situación.

La residente, una mujer algo más joven que nosotras, vestía pantalones militares con bolsillos, una camiseta de Tori Amos y un jersey marrón muy grueso. Portaba varios libros bajo el brazo, y tenía el pelo recogido en un moño que sostenía con lápices. Sin duda, era una estudiante de la Universidad de Columbia. Ni siquiera le contestó a Tricia; miraba despectivamente a Cassady.

—¿Qué? —le espetó Cassady, con las manos en las caderas.

La señorita Columbia evaluó nuestra ropa y nuestro comportamiento del centro, y agitó la cabeza con desprecio, lo que hizo enfurecer aún más a Cassady.

—Ha hecho que olvidase el número del piso —protestó.

—¿Recuerda el nombre? —dijo la señorita Columbia, que no podía saber lo poco frecuente que era la cara de sorpresa en Cassady, por eso no se quedó para disfrutarlo. Mientras se alejaba, Tricia y yo hacíamos grandes esfuerzos para no reírnos y, así, darle a Cassady un momento para que se recompusiera.

—Seguro que es graduada en historia del feminismo. Te apuesto cincuenta dólares —resolló Cassady y entró en el edificio.

Atravesamos la puerta desvencijada hacia un pasillo con alfombras raídas y paredes que alguna vez habían sido verdes; el sitio olía a suavizante mezclado con olor a cebolla. El apartamento 14 se encontraba al final del corredor; en su puerta, junto a la mirilla, tenía una alegre pegatina de un ángel sonriente. Podíamos escuchar la voz de una mujer que hablaba en un tono cadencioso, aunque demasiado bajo como para comprender lo que decía desde el otro lado.

Llamé a la puerta y la voz de la mujer no se detuvo, sino que se acercó hacia la entrada. Cuanto más cerca se ponía, mejor podíamos escucharla. Era difícil conciliar la imagen de una mujer caminando para abrir la puerta con la voz seductora que decía: «¡Sí, ahí, guapo! ¡Oh! ¡Cómo me gusta! ¡Oh! ¡Sí, sí, sí!». Mientras gemía al borde del orgasmo, la puerta se abrió ligeramente.

La cadena de seguridad nos permitió vislumbrar a una desgarbada pero atractiva joven pelirroja que rondaba los veintitantos, vestida con una camiseta de la Escuela de Diseño de Rhode Island y unos vaqueros de cadera. Sostenía un pincel y portaba un teléfono manos libres, con el dedo nos hizo una seña para indicarnos que aguardáramos.

—Oh, cariño, ha sido fantástico. Eres increíble. Llámame pronto, ¿lo prometes? Estaré aquí, esperándote —susurró y cortó la comunicación. Nos echó un vistazo y frunció el ceño—. No son Testigos de Jehová.

—Estoy segura de que daría igual si lo fuéramos —respondí.

—Lo siento, a través de la mirilla parecíais vendedores, eso es lo que he supuesto. Por eso, os he dado una muestra de lo que yo vendo para espantaros.

—No ha funcionado —señaló Cassady.

—Ha valido la pena el intento —se encogió de hombros la pintora—. ¿En qué os puedo ayudar?

—Creo que ha habido un error —comenzó Tricia, pero Cassady la hizo callar.

Coincidía con Tricia pero, por si acaso, decidí continuar.

—¿Señorita Cervantes? Necesitamos hablar con usted respecto a Nachtmusik.

Sus labios se contrajeron como si hubiese tomado un sorbo de café con leche rancia.

—¡Mierda! —dijo, apoyando la cabeza contra el marco de la puerta—. ¿Sois los ángeles de Charlie, o qué?

—No somos de las fuerzas del orden, pero podríamos llamarles si es necesario —prometió Cassady, con calma.

—Solo estamos intentando contactar con una persona, eso es todo —le dije.

—Sí, ya lo creo —dijo y cerró la puerta. Comenzaba a sentirme frustrada, hasta que escuché caer la cadena de seguridad y, antes de que pudiera emocionarme, la puerta se abrió de nuevo. La señorita Cervantes nos hizo un ademán para entrar.

Era más un taller que un piso. Había varios lienzos sobre caballetes, recostados contra los muebles de tienda de segunda mano o amontonados contra las paredes de color limón opaco. La obra en la que estaba trabajando se encontraba sobre un caballete en medio de la habitación; en ella aparecía una mujer desnuda que le retorcía el pescuezo a un cisne. Era una pintura poderosa e inquietante, y nos quedamos apreciándola por un momento.

—La llamo La revancha de Leda. —La pintora se encogió de hombros—. Acabo de terminar en la escuela de pintura, ahora puedo elegir mi propio camino.

—¿Y entonces la línea telefónica de sexo? —le preguntó Tricia con amabilidad.

—Ayuda a pagar el alquiler. De vez en cuando, me inspira. Diferentes pinceladas. Perdón por el juego de palabras. —Se colocó el pincel detrás de la oreja; por la vetas de colores en su sien podía deducirse que era algo que hacía a menudo.

Si pretendíamos descubrir una gran conspiración como sospechaba Tricia, nos estaba embaucando muy bien con una falsa sensación de comodidad. Por el otro lado, existía la posibilidad de que estuviera tan nerviosa por nuestra presencia como nosotras por la suya.

—Bueno, decidme por qué voy a lamentar haberme involucrado con Nachtmusik —dijo, dando el primer paso.

—Bueno, señorita Cervantes…

—Alicia.

—Alicia, necesitamos ponernos en contacto con los directivos de la compañía, pero nos hemos dado cuenta de que resultará un poco difícil —expliqué.

—Sí, ya lo creo. Directivos de la compañía. ¡Qué más quisieran ellos! —resopló.

—¿Cuál es su vinculación con Nachtmusik? —le preguntó Cassady.

Alicia jugueteaba con el pincel reacomodándolo en su oreja.

—¿No seréis funcionarios de Hacienda?

—¿Parecemos funcionarios del Estado? —Tricia intentó disimular la ofensa, y se alisó su falda Dolce & Gabbana.

—Solo quiero ser cautelosa —explicó Alicia.

—Somos conscientes de que le estamos colocando en una posición difícil. Pero un amigo nuestro que hacía negocios con Nachtmusik se ha metido en un problema bastante serio —dije con discreción—, e intentamos descifrar qué pudo haber pasado.

—No son peces gordos, créanme —dijo Alicia. Parecía sinceramente afligida por la idea de que la compañía estuviera involucrada en negocios turbios o siniestros. Un pensamiento le vino a la mente—. Esperad, ¿ obtuvieron un préstamo de vuestro amigo y no se lo han devuelto? Eso puedo creerlo. Pero lo pagarán cuando tengan el dinero. Se lo prometo.

Por defender al más débil —algo que Teddy solía hacer, según proclamaba Gretchen, orgullosa—. ¿Teddy habría hecho algo que estaba fuera de su alcance, prestándole dinero a la gente equivocada o haciendo maniobras fraudulentas? ¿Habría intentado meter a Yvonne en el asunto, y eso podía haber despertado en ella su tendencia homicida?

—¿Cuál es exactamente su vinculación con Nachtmusik? —pregunto Cassady, de nuevo.

—Una línea de teléfono. —Alicia señaló el teléfono y el contestador que estaban sobre una pequeña mesa de formica ubicada en el rincón más lejano de la habitación—. Estoy trabajando como recepcionista.

—¿Por qué coge usted las llamadas? —pregunté.

—Porque aunque fuesen una compañía de verdad, no tendrían suficiente dinero para alquilar una oficina. Lo llaman la «modalidad de puesta en marcha» de la empresa, pero es más una «modalidad no tengo piso», hasta donde yo sé.

—¿Quiénes son?

—Mi primo Will y algunos de sus amigos. Tienen Grandes Planes, como todo el mundo. —Puso una expresión de no tener ganas de dar más explicaciones.

—Entonces, usted contesta el teléfono por ellos y, ¿qué sucede después? —inquirió Cassady.

Alicia se encogió de hombros.

—Pues, no mucho. Rara vez suena. Excepto por los de una revista que han estado llamando desesperados por un anuncio que supuestamente debían publicar. —Las tres evitamos cruzar miradas, pero todas nos pusimos a observar el piso al mismo tiempo; actitud que probablemente parecería más sospechosa a largo plazo.

—¿Qué le ha dicho a la revista? —pregunté, posando la mirada en ella.

—Que el señor Cervantes, mi primo soñador, les devolvería la llamada tan pronto como pudiese. Y luego llamé a Will y le dije que tuviera cuidado y que esta gente me estaba volviendo loca.

Bueno, al menos Gretchen estaba haciendo su trabajo a través del acoso constante. Si el señor Cervantes quería esconderse, no había mucho más que ella pudiera hacer.

—¿Conoció a Teddy Reynolds, por casualidad? —decidí jugar mis cartas.

—No trato más que con Will —dijo, negando con la cabeza.

—¿Qué es lo que usted obtiene de todo esto? —preguntó Tricia.

—Cenas —admitió Alicia—. Will me invita a cenar de vez en cuando. Puede estar loco, pero es mi primo. Si yo tuviese un proyecto lunático, me gustaría que él me echase una mano.

—¿Cuál es su proyecto lunático? —pregunté—. ¿Intenta entrar en el mundo de la publicidad?

Alicia negó con la cabeza.

—Trabajaba para una agencia cuando llegó a la ciudad, pero decía que no se sentía satisfecho con eso. Dice que este es un paso intermedio para algo más grande, aunque es verdad que le gusta hacerse el misterioso. Prefiero no conocer los detalles por si acaso resulta que todo esto no es legal.

—¿Tiene alguna razón para creer que no sea legal? —Cassady paró sus antenas de abogada.

—Mantener un secreto es algo difícil de hacer; por qué una persona se pondría en esa situación si no fuese necesario —razonó Alicia.

—Algunos lo encuentran más excitante —dijo Tricia, señalando al teléfono manos libres de Alicia.

—Como he dicho, diferentes pinceladas. —Alicia se encogió de hombros.

—¿Cómo podríamos contactar con Will? —pregunté.

—Le llamaré por vosotras —se precipitó a decir.

—Como si no tuviese ya demasiados hombres evitando mis llamadas telefónicas. No quiero que le adviertas de lo que sucede, realmente necesito hablar con él, Alicia. Es muy importante.

Alicia nos observó cuidadosamente, sopesando nuestra sinceridad al igual que nosotras evaluábamos la suya. Luego de pensarlo un momento, negó con la cabeza.

—No puedo. Perdería su apoyo, ¿sabes?

No estaba segura de lo que debía hacer a continuación; por fortuna, Tricia sí sabía qué hacer.

—¿Te gustaría que Jasmine Yamada viese tus obras?

—No bromees conmigo, guapa —suspiró Alicia. Sabía perfectamente que Jasmine Yamada estaba a cargo de la Galería Mundial en la calle Oeste 57, y que podía armarle una carrera con tan solo un par de llamadas telefónicas.

—Si nos dices cómo contactar con Will, te conseguiré una entrevista con Jasmine para la semana que viene.

—¿Vosotras quiénes sois? —Alicia quería creernos, pero no se atrevía.

—Nosotras cuidamos a nuestras amigas, eso es todo. ¿Te gustaría ser nuestra amiga? —pregunté.

Comenzaba a debilitarse, pero no lo suficiente.

—Solo os puedo llevar hasta el umbral.

Tricia extrajo su móvil, presionó en marcación rápida y mantuvo el teléfono en alto para que todas pudiéramos escuchar la conversación. El aparato sonó una sola vez antes de que una voz nítida respondiera.

—Galería Mundial.

—¿Tiffany? Soy Tricia Vincent.

—¡Hola, Tricia! ¿Cómo estás? —respondió la voz con entusiasmo. Alicia parecía impresionada.

—Muy bien. ¿Cómo estás tú?

—Estupenda. ¿Buscas a Jasmine? —ahora Alicia estaba verdaderamente impresionada.

—De hecho, sí.

—Estará en Milán hasta el próximo miércoles, pero dijo que me llamaría.

—Hablaré con ella cuando regrese. Tengo una nueva artista para presentarle que le puede llegar a interesar —explicó Tricia, mirando a Alicia a los ojos.

—Estará encantada. Siempre dice que uno de estos días te convencerá de que vengas a trabajar con nosotras.

—Nos divertiríamos demasiado y no lograríamos terminar ningún trabajo.

—Es verdad. Le diré que te llame la semana que viene.

—Gracias, Tiffany. —Tricia cerró el móvil. A esas alturas, incluso Cassady y yo nos sentíamos impresionadas.

Alicia estaba anonadada. Apartó la vista de Tricia y comenzó a escribir un número de teléfono.

—Por supuesto que si no nos ponemos en contacto con Will, tú no te pondrás en contacto con Jasmine —me vi obligada a aclarar—. Por lo tanto, sería una mala idea llamarle y advertirle que intentamos contactar con él.

Sabía que eso se le había cruzado por la cabeza, pero que al sopesar las opciones, la posibilidad de una exposición en la Galería Mundial había vencido sobre una larga y feliz relación de amistad con el primo Will. En esta ciudad, el altruismo es más raro que la humildad.

Alicia me dio el número de teléfono de Will, mientras Tricia anotaba el de Alicia y le prometía que se pondría en contacto con ella después de que hablásemos con Will. Le dimos las gracias y nos batimos en una rápida retirada, por si acaso se arrepentía de habernos dado el número.

En un taxi hediondo conducido por una jamaicana —que, probablemente, había derramado cuatro litros de pachuli en el asiento delantero y después lo había limpiado con trozos de pizza— nos dirigimos de nuevo hacia el sur.

—Debo decir que eres muy buena para esto —admití, mientras veía cómo Tricia guardaba el número de teléfono de Alicia en su cartera.

—También debes dar las gracias —señaló Cassady.

—Por supuesto. Gracias.

—De nada.

—¿No te sorprende toda esta parte pragmática de ella? —me incliné hacia Cassady para preguntárselo.

—Es en gran parte lo que hago todos los días, Molly. De la misma manera en que tú consigues que la gente te cuente sus problemas, yo logro que la gente me diga qué tipo de acuerdo le haría más feliz —respondió.

—Supongo que no estoy acostumbrada a estar sentada en primera fila —reconocí.

—Me encantan los amigos que mantienen la capacidad de sorprenderme —asintió Cassady.

—Aunque hagan que Molly se ponga nerviosa —dijo Tricia sonriendo.

—¿No creéis que me las estoy apañando bastante bien con la cantidad de sorpresas que he recibido de mis amistades durante esta semana?

—En verdad, sí —admitió Cassady—. En tu lugar, estaría bebiendo mucho más que tú.

—¿Sugieres que comencemos a beber? Tres martinis antes del almuerzo. ¿Os apetece? —sugerí.

—Tal vez eso es lo que debes hacer. Llamar a Will e invitarlo a almorzar.

Era la pregunta del momento: cómo acercarse a Will. No quería mencionar la revista sin saber qué papel cumplía él en todo el asunto del extravío del pago y en otras cuestiones relacionadas con la revista, Teddy o Yvonne.

—Si te faltan pantalones, tal vez la forma de aproximarte sea ofreciéndole un nuevo par.

—¿Piensas llevarlo de compras? —preguntó Tricia.

—No. Tan solo alimentar su capacidad de comprar por sí mismo —manifesté. Marqué el número de Will en mi móvil y me respondió un contestador automático que dijo: «Soy Will. Lamento que no me encuentres en casa».

—Hola, Will. Mi nombre es… —en una fracción de segundo, me di cuenta de que si intentaba rastrear una conspiración en mi propio trabajo, no podía decirle mi nombre verdadero, pues eso podía indicarle a cualquiera de la revista lo avanzada que estaba en mi investigación. Observé a Cassady y dije—: Cassie. —Esta hizo una mueca de disgusto, pero ya no había vuelta atrás. Continué hilvanando mi relato para el contestador de Will—. Soy una amiga de tu prima Alicia. Estoy terriblemente bloqueada y espero que me puedas brindar tu ayuda. Necesito hacer un anuncio con suma rapidez, pero que esté bien hecho. Te pagaré mucha pasta, si me echas una mano. Llámame en cuanto puedas. —Le dejé mi número de móvil y corté.

—Y dice que no está acostumbrada a la primera fila. —Cassady le lanzó una mirada a Tricia.

—No es elaborar mentiras, es alimentar la creatividad —insistí.

—Ten cuidado. Cuando te des cuenta, te habrás convertido en abogada —me advirtió Cassady.

—Entonces, ¿qué hacemos ahora, mientras esperamos que Will nos devuelva la llamada? —preguntó Tricia.

—Podemos ir a ver al agente Hendryx para darle las gracias de nuevo. Así Molly podrá encontrarse con el detective Edwards —sugirió Cassady.

—No, gracias. No creo que las dosis diarias del detective Edwards sean muy saludables.

—Pobre tío, me da pena —expresó Tricia.

—¿Pobre tío? ¿Cómo es que después de sospechar que yo era la asesina ha logrado convertirse en «el pobre tío»?

—Piénsalo detenidamente. Es una persona que se debate entre el deseo y el deber, intenta hacer su trabajo pero no puede evitar distraerse pensando en ti. Enturbias su pensamiento.

—Tricia, se trata de Edwards y yo, no de Las cuatro plumas.

—¿Por qué siguen haciendo nuevas versiones de esa película? Cada vez es peor —opinó Cassady—. Debería existir una ley que controle sobre qué películas se puede hacer una nueva versión, y la cantidad autorizada de versiones por siglo. Lo digo en serio. Psicosis, por ejemplo. ¿En qué estaba pensado Gus Van Sant?

—Tú eres la abogada especialista en propiedad intelectual. Escribe una nueva ley —le sugerí.

—¿Hemos terminado de hablar del detective Edwards? —Tricia nos miró de soslayo.

—Por mi parte sí —dije.

—¿Y tú, Cassady?

—Tricia, puedo escuchar cómo ella rechina los dientes. Creo que necesita estar un tiempo lejos de él. La ausencia hace que el corazón se aplaque, ¿verdad?

—Pues entonces vayamos de compras.

—Despejaré mi agenda —asintió Cassady.

Titubeé. Me sentía una traidora a mi género, pero también me preguntaba si no debería volver a la oficina para ver qué otras cosas podía averiguar allí.

—Despejaré mi agenda —repitió Cassady.

—Gracias —contesté—. Solo creo que…

—No deberías volver a la oficina. No podrás hablar con Will desde allí. Solo despertarías la ira de Yvonne, y Gretchen se sentará junto a tu escritorio y llorará toda la tarde, y también tendrás que hablar con Peter que te llamará para ver cómo estás.

—Peter —gemí. Me sentía culpable, ya que aún no había hablado con él.

—Más tarde —me aconsejó Tricia.

Cassady hizo caso omiso de las interrupciones.

—Es por eso que vendrás con nosotras y me ayudarás a ultimar detalles de la organización del funeral, y también te asegurarás de que Cassady encuentre algo para vestir que no cause infartos en la iglesia. —Tricia me miró desafiante para evitar mis protestas.

Es difícil protestar contra un plan bien pensado. En especial, porque ella tenía razón. No tenía ganas de volver a la oficina, a no ser que fuera absolutamente necesario. Podía ponerme al tanto de los progresos de Gretchen con Nachtmusik al final del día, aunque en el fondo estaba segura de que no iba a conseguir mucho. Seguramente, había gente más importante detrás de todo ese desbarajuste. Por lo demás, cuanto mayor fuese la distancia entre Yvonne y yo, mejor. Era indiscutible.

—Me parece estupendo —acordé.

Y fue estupendo. Pasar unos momentos con Tricia y Cassady es como ir a un spa para el alma. Me siento mejor, más feliz, más elegante después de estar con ellas. Nos dedicamos a hablar de las cosas que le quedaban por hacer a Tricia y a encontrar un vestido adecuado para Cassady; y también a buscar zapatos para las tres.

Fuimos a Balenciaga, que es como ir de compras a un sitio surrealista de luces cambiantes y una mezcla onírica de tienda y galería de arte. Siempre me siento intimidada allí, pero Cassady había insistido en ir. Ella se probaba unas increíbles botas de cuero arrugado y tacones imponentes, mientras yo imaginaba cómo quedarían las joyas del anuncio en los zapatos de Cassady. Podían combinar bien. Definitivamente, era una buena idea. Esperaba que la compañía que las fabricaba no estuviera involucrada en todo este asunto de Teddy.

Mi teléfono sonó.

—Hola —respondí con prisa y en forma automática, sin pensar en quién podría ser.

—¿Cassie?

Estuve a punto de decir que se había equivocado de número, hasta que me di cuenta de quién era.

—¿Sí?

—Soy Will Cervantes, de Nachtmusik. ¿Tú me has llamado?

Sensacional.

—Will, gracias por devolverme la llamada tan pronto.

Cassady se puso de pie con tanta rapidez que estuvo a punto de ensartar el tacón en la mano del vendedor. Tricia se acercó apresurada, abandonando un par de zapatos a los que les estaba echando un vistazo.

—Me los quedo —le soltó Cassady al vendedor, al solo efecto de lograr que este se alejara y, junto con Tricia, poder apretujarse a mi lado para escuchar la conversación.

—No creo que pueda ayudarte —comenzó a decir.

—El dinero no es problema.

—¿Con cuánta urgencia lo necesitas? —preguntó, tras una larga pausa.

—Lo más rápido posible. Tal vez podríamos encontrarnos y hablar en persona de cada punto en particular. Sé que es una costumbre un poco antigua, pero no soporto hacer negocios por teléfono.

—Estoy un poco desbordado en este momento —se excusó. Si estaba involucrado en la muerte de Teddy, por supuesto que estaría desbordado. Pero debía convencerlo de que valía la pena encontrarnos.

—Ayúdame con esto y te prometo que te daré una fuente constante de trabajo —mentí. No me gusta jugar con los sueños de la gente, pero en ese momento estaba un poco urgida por la situación.

—Tengo algunos compromisos para esta tarde —dijo—. Tendría que ser mañana.

No tenía ganas de esperar, pero tampoco quería presionarlo demasiado como para que se asustase.

—¿Hay alguna posibilidad de que pueda ser hoy?

—No. Tengo que resolver un asunto de vida o muerte.

Él no tenía ni idea de lo intrigante que me sonaba la elección que había hecho de las palabras. Hice una pausa, antes de responder, para hacerle pensar que estaba agonizando por la escasez de tiempo.

—Entonces, supongo que tendrá que ser mañana. ¿Dónde y a qué hora?

—A las dos y media. Estamos justo en la calle Oeste 14, en el barrio donde estaban los mataderos, al lado del asador Vinnie.

Al parecer, Will había tenido la suerte de instalarse en un piso miserable en un barrio abandonado que luego se convertiría en el «Nuevo Soho». Había cosas de este tío que Alicia no nos había comentado.

—Gracias. Hasta mañana.

Corté con rapidez para no darle tiempo a reconsiderarlo.

—Voy contigo —anunció Cassady, mientras pagaba las botas.

—Vosotras no podéis seguir haciendo mi trabajo. Estaré bien.

—No discutas. Hace que te salgan patas de gallo —me advirtió Tricia.

Me rendí, y continuamos las tres con nuestros recados; yo intentaba no concentrarme más que en las compras, una técnica que funcionaba por períodos de entre cinco y diez minutos; no estaba nada mal.

Habíamos pasado la tarde juntas acabando con la lista de cosas para hacer de Tricia, y nos dedicábamos a contemplar nuestros cócteles, cuando mi móvil sonó. No había recibido llamadas desde que había hablado con Will, principalmente porque Tricia y Cassady estaban conmigo y no necesitaban llamarme, y porque la revista era capaz de seguir adelante sin mi presencia. Me preguntaba si sería Will otra vez, y no quería responder en caso de que hubiese cambiado de idea; pero me acordé de que tengo otros amigos y otra vida fuera de toda aquella locura y que podía ser una llamada sobre cualquier otro asunto.

Dije hola, pero no podía escuchar nada, excepto interferencias. O eso creía. Dije hola por segunda vez y me di cuenta de que no eran interferencias, sino un llanto irregular y ronco.

—¿Quién es? —miré la pantalla del móvil pero no pude reconocer el número—. ¿Quién es? —repetí; no estaba segura si debía empezar a preocuparme, o si era una broma telefónica.

—Molly… —por fin dijo la persona llorosa—. ¡Oh, Dios! Molly…

—¿Quién es? —repetí, deseando que la persona al otro lado de la línea se recompusiera y me contestara.

—Gretchen…

Debería haberlo sabido. Debería haber reconocido el llanto, teniendo en cuenta las veces que lo había escuchado en los últimos días, pero esta vez tenía una crudeza totalmente nueva.

—Gretchen, respira profundo y dime qué sucede.

—Es mejor… que vengas…

—Gretchen, ¿te ha despedido Yvonne? —Un profundo gemido que salió del auricular me hizo apartar el aparato de la oreja por un momento—. Gretchen, ¿qué demonios está sucediendo?

—Yvonne está muerta.