Capítulo 7

—¿Qué quieres hacer hoy? —me preguntó Jackson. Habíamos dormido y estábamos tan tranquilos, tomando café y comiendo bagels que él había ido a comprar en un momento. Estaba sorprendida de lo cómoda que me sentía a su lado. Resultaba increíble lo fuerte que era nuestra pasión, además me sentía totalmente cómoda tirada en el sofá, con las piernas estiradas y los pies sobre su regazo.

—Hace un día precioso. Podíamos ir a Central Park.

Los ojos de Jackson se iluminaron.

—¡Un picnic! —exclamó y luego se inclinó levantándome delicadamente la pierna para besarme el tobillo.

—¿Cómo he podido encontrar a alguien tan inteligente y hermoso?

Solté una risita, me sentía como en una nube de pura felicidad.

—El picnic ha sido idea tuya.

Jackson me sonrió.

—Es verdad. ¿Cómo has encontrado a alguien tan inteligente?

Rompí a reír.

—Supongo que soy afortunada. Te olvidas de lo de hermoso.

Me hizo una mueca burlona.

—Decir que soy hermoso no resulta muy «masculino».

Me senté con las piernas dobladas, me acerqué aún más a él y le di un beso rápido.

—Muy bien. No eres hermoso. Eres un guapo de rasgos duros de la manera más masculina posible.

Me agarró, atrayéndome hacia sí hasta que me quedé sentada en su regazo.

—Eso está mejor. Ahora sí te has ganado el premio.

Me sostuvo con una mano la cabeza por detrás y se inclinó para acariciarme los labios con los suyos. Fue un beso delicado y lento, en el que me exploró lánguidamente la boca con los labios y la lengua, mordisqueándome al tiempo que jugueteaba con mi labio superior y me lo succionaba con delicadeza.

El beso removió el deseo pero también otro sentimiento. Era fácil enamorarse de Jackson Reynard. A pesar de mis temores sobre lo que me depararía el futuro, decidí aferrarme a aquella felicidad mientras durara.

Me apartó, arreglándome el pelo de la frente con suavidad y sonriéndome con tanta dulzura que se me encogió el corazón.

—¿Podemos pasarnos primero por mi apartamento? —le pregunté jadeando un poco—. Necesito darme una ducha y cambiarme.

—¿Por qué no te traes algunas cosas aquí y te duchas? Así tendrás tus artículos de aseo y ropa para mañana.

—Quizá debería quedarme esta noche en mi apartamento. Tienes que ir a actuar más tarde. Simplemente podemos quedar mañana para ir a la exposición de Nathan.

Él frunció el ceño.

—¿No quieres quedarte? —Al decirlo, me sonó tan vulnerable que mi corazón se ablandó. Sin embargo, no creía que fuera muy buena idea pasar tanto tiempo juntos. No quería que se cansara de mi compañía.

—Sí, ¿pero no crees que vamos un poco rápido? Sería bueno que bajáramos el ritmo.

Jackson parecía disgustado.

—¿Quién dice que vamos demasiado rápido? Si uno se siente bien, se siente bien. Quiero tenerte en mi cama cuando me voy a dormir y quiero despertarme junto a ti. No me importa si es demasiado deprisa según no sé qué norma arbitraria.

Se detuvo con una expresión de inseguridad que era la primera vez que le veía desde que le había conocido.

—A menos que estés diciendo que es demasiado rápido para ti. He dado por supuesto que querías quedarte aquí tanto como yo. Si eso es muy rápido para ti...

Jackson se fue apagando, apretaba los labios mientras buscaba mi cara. Su inseguridad me hizo darme cuenta de que se sentía tan vulnerable como yo.

Le di un beso rápido y le sonreí. Aquel candor suyo me ayudaba a ser honesta con él.

—No es que sea muy rápido para mí. Es que me da un poco de miedo saber que quiero pasar todo el tiempo contigo. No quiero que nos cansemos el uno del otro por ir demasiado deprisa.

Entonces me sonrió, parecía aliviado.

—Yo no me preocuparía por eso. Tengo la sensación de que voy a tardar mucho en cansarme de ti. Toda una vida podría ser tiempo suficiente, pero lo dudo.

Aunque parezca mentira el corazón me dolió al escuchar esas palabras. Aquella dulzura se me hacía tan insoportable que casi resultaba dolorosa. Pero me limité a sonreír.

—Bueno, no puedo refutar esa especie de lógica.

Hicimos un viaje rápido a mi apartamento para recoger algunos cosméticos y artículos de higiene personal, además de ropa suficiente para el fin de semana. Las llaves de Claire estaban sobre la encimera de la cocina, así que vi que se encontraba en casa, pero debía de estar durmiendo en su habitación porque no la oímos moverse mientras estuvimos allí.

Volvimos al apartamento de Jackson, nos duchamos y nos vestimos para ir al parque. De camino nos detuvimos en Dean & Deluca’s para comprar una cesta de picnic preparado lleno de cosas deliciosas. Tornamos un taxi en la parte alta de la ciudad y él hizo de copiloto para llevarnos hasta una zona preciosa de Central Park donde la hierba, que se extendía ondulante, estaba salpicada de numerosas personas que habían tenido la misma idea que nosotros.

Jackson extendió una manta que había llevado de su casa y nos pusimos cómodos.

—Hay mucha comida ahí —dije hurgando en la cesta—. Es mucho para dos personas.

Él se dio unas palmadas en el estómago.

—Podría engullir mi peso en comida.

—Me parece que es una buena cosa que trabajes todo el tiempo —le repliqué lacónicamente.

Me sonrió mientras sacaba una botella de vino blanco de la cesta y la abría hábilmente con el descorchador.

—Y yo que creía que te gustaba por mi personalidad de ganador.

—¿De dónde has sacado esa idea? Solo me gustas por tu cuerpo —dije, incapaz de reprimir una sonrisa mientras le miraba servir el vino en dos copas de plástico. Me pasó una con una gran sonrisa.

—Un brindis porque nos guste el cuerpo del otro.

—Brindo por eso —asentí, tomando un sorbo y suspirando con satisfacción. Miré a mi alrededor y vi a gente que también estaba disfrutando como nosotros de un día de ocio. Hacía calor, pero gracias a la brisa no resultaba excesivo. Volví a mirar a Jackson, que estaba ocupado abriendo un paquete de galletas saladas y quesos diferentes para untar. Hacía solo una semana yo viajaba en el tren hacia Nueva York, nerviosa ante mi nueva vida y preguntándome si sería feliz aquí. Ahora estaba tumbada sobre una manta en Central Park, con un hombre maravilloso a mi lado dedicándome sus atenciones. El trabajo me iba bien y me gustaba mi compañera de piso. La vida se estaba portando bien conmigo.

Él levantó la vista y me sorprendió mirándole, pero en lugar de sentirme avergonzada, le sonreí.

—Cualquier mujer podría acostumbrarse a esto. Un día precioso, un picnic en el parque, vino con queso y galletas saladas. Muy delicado, señor Reynard, muy delicado.

Él me hizo un guiño y me pasó un plato lleno de galletas saladas, queso y jamón de York. También había abierto varios recipientes de tapenade, hummus y aceitunas. Con Jackson dándome de comer constantemente, creía que no pasaría mucho tiempo sin que necesitara utilizar mi abono del gimnasio.

—Solo aspiro a complacer humildemente —dijo Jackson con una sonrisa burlona. Empezó a comerse lo de su plato y se relajó en la manta con las piernas estiradas. Su camiseta verde hacía más brillantes sus ojos del mismo color y la brisa le despeinaba, aumentando su atractivo. Se le veía cómodo y relajado y no tuve otro remedio que contener el impulso de saciar mi apetito con él.

—Esta parte de Central Park es preciosa —le comenté empezando con mi plato.

—Se llama Strawberry Fields en recuerdo a John Lennon. Hay un monumento que podemos visitar luego.

—Mi padre era un gran admirador de los Beatles. Siempre los escuchaba los domingos por la mañana haciendo tortitas, su especialidad. Solía sentarme en la mesa de la cocina mientras él cocinaba. Cantábamos y discutíamos sobre quién era el mejor letrista, John Lennon o Paul McCartney.

Jackson me sonrió.

—¿A quién admiraba tu padre?

—A John Lennon. Su canción favorita era Imagine, pero yo le decía que esa no contaba porque la había escrito después de que los Beatles se separaran; y comparábamos el estilo de sus letras durante la época de los Beatles.

—Entonces creo que te gustará el monumento.

—Me gusta centrarme en cualquier cosa que me recuerde a mi padre. Tuvo que pasar mucho tiempo antes de que yo me permitiera pensar en los buenos recuerdos. Creía que era mejor no pensar en él, pero me di cuenta de que así me hacía más daño que si me permitía recordar los buenos momentos sin pensar en cuánto me hacían echarle de menos.

Jackson me tomó la mano, acariciándola con suavidad.

—Me gusta oírte hablar de tu padre. Tu rostro se ilumina y tienes una mirada distante en los ojos, como si estuvieras viéndole mentalmente. Me da la sensación de que puedo verle también. Creo que nos entenderíamos bien.

—Me gusta hablarte de él. Hace mucho que no comparto mis recuerdos con nadie. La muerte de mi padre fue muy dura para mi madre y a ella no le gusta hablar de él. Sé que es porque lo quería tanto que se quedó destrozada con su muerte. Es su mecanismo para superarlo, pero resulta duro no poder sacar el asunto a colación delante de ella.

No añadí que Sean compartía ese mecanismo de superación. Parecía pensar que no hacerme hablar de mi padre me ayudaría a sobreponerme de su muerte. Incluso nueve años después de su fallecimiento, Sean tenía cuidado de no hablar de aquel asunto, como si pensara que así me iba a deshacer de la pena. No se daba cuenta de que me hacía falta hablar de él. Necesitaba recordar su vida, no su muerte. Mi padre había vivido cuarenta y un años sensacionales. Eso es lo que necesitaba celebrar.

Jackson reemplazó la caricia del pulgar por los labios y me besó en la palma con suavidad.

—Estoy aquí para hablar de él cuando tú quieras.

Aquel hombre me provocaba sentimientos que me asustaban y emocionaban. Me hacía sentir segura, además nuestra pasión era algo fuera de lo normal. Resultaba agradable y me hacía sentir querida, incluso podía hacerme reír a carcajadas. Antes había bromeado con que Jackson tenía que haber hecho algo bueno en su vida para haberme conocido, pero la verdad era que yo era la afortunada.

Y estaba segura de que no era porque hubiera hecho algo bueno en mi vida. Prueba de ello era el sufrimiento que había dejado atrás, en Merrittsville. Pero me había prometido a mí misma que me haría merecedora de alguien tan maravilloso como el hombre con quien compartía ahora aquel picnic.

—¿En qué estás pensando? —me preguntó. Ya se había terminado el plato y estaba tendido de espaldas en la manta, con el brazo detrás de la cabeza como almohada.

—Estaba pensando en todas las horas que tendré que invertir en el gimnasio después de todo lo que he comido —dije dejando mi plato vacío y estirando las piernas—. Estoy llena.

Jackson enganchó un dedo en la trabilla de mis jeans y tiró atrayéndome hacia sí. Me tumbé a su lado, acurrucando la cabeza en la cálida zona que quedaba entre su barbilla y el hombro, al tiempo que me rodeaba con el brazo. Aspiré su aroma y le besé en el cuello, rodeándole por la cintura con el brazo. Me respondió besándome en la cabeza y creí que iba a estallar de felicidad.

El tiempo pasó y nosotros seguimos tumbados y satisfechos, sin hablar, simplemente disfrutando del día y de la proximidad del otro. La brisa ligera nos acariciaba, pero yo sentía el calor del cuerpo de Jackson arrimado contra el mío.

—¿Emma? —dijo, rompiendo el silencio con suavidad después de un rato.

—¿Si?

—Por si acaso se me olvida decírtelo, este ha sido uno de los mejores fines de semana de mi vida.

Levanté la cabeza y le vi mirándome, con el rostro serio. Sus palabras hicieron que de mi cara se escapara una gran sonrisa.

—Me gustaría decir que el sentimiento es mutuo, pero no. —El rostro de Jackson se ensombreció y en ese mismo instante lamenté aquella broma de mal gusto. Así que añadí rápidamente—: No ha sido uno de los mejores fines de semana de mi vida. Ha sido la mejor semana de mi vida.

El rostro de Jackson mostró alegría y luego torció el gesto.

—Con que jugando conmigo... Tendrás que recibir tu castigo.

Entonces se abalanzó sobre mí, haciéndome cosquillas, y yo grité protestando.

—¡Lo siento, lo siento! ¡Lo siento! —exclamé jadeante entre carcajadas—. ¡No lo haré más!

En ese momento, dejó de hacerme cosquillas y se cernió sobre mí, con los ojos bailando de alegría.

—Tienes suerte de ser tan bonita, porque te perdonaría cualquier cosa.

Me quedé sin respiración de tanto reírme y le miré fijamente. Su mirada se iba haciendo más profunda mientras recorría el contorno de mis labios con su pulgar. Se inclinó y los acarició con la boca, y ese suave contacto bastó para hacer saltar en mí chispas de deseo.

Me hizo un guiño y se tumbó, acercándome hacia sí de manera que de nuevo nos quedamos acurrucados el uno junto al otro.

—También tienes suerte de estar en público, si no, estarías desnuda ahora mismo.

—Entonces creo será mejor que volvamos a tu casa ahora mismo.

Sonrió y nos levantamos, recogiendo rápidamente la cesta del picnic. No podía creerme que mi cuerpo lo ansiara constantemente, bastaba la simple provocación de un beso. Pero decidí disfrutarlo sin más, en lugar de hacerme preguntas. Estaba entusiasmada y me sentía feliz.

Antes de dejar el parque, fuimos al monumento en memoria de John Lennon. Era un gran círculo en el suelo con mosaicos de piedra negra y blanca, y se me encogió el corazón al leer la palabra escrita en el medio: Imagine. Los recuerdos de mi padre se me agolparon en la mente, pues sentía emociones encontradas. Sufría porque nunca podría compartir esto con él, pues nunca estaríamos juntos allí delante, admirando aquel conmovedor tributo a su músico favorito. Pero otra parte de mí, esa que creía en algo más que en mí misma, que creía en que había cosas más allá de lo que podíamos tocar y ver, sentía que mi padre estaba allí conmigo.

Mi padre decía a menudo: «Emma, tú y yo somos tal para cual. Somos prácticos y sensatos pero también soñadores. No te olvides de esa parte de ti. No hay nada malo en ser sensato, pero los sueños son lo que nos hace volar. Y tú estás destinada a tocar el cielo».

Recordar que mi padre creía en mí fue lo que me dio la fuerza necesaria para dejar atrás mi vida en Washington, una vida que yo sabía que acabaría consumiendo lentamente mis sueños. Nunca hubiera estado ante este monumento si no hubiera sido por mi padre. Por eso tenía sentido que le sintiera allí con tanta fuerza.

Jackson no dijo nada, solo me rodeó con el brazo y me acercó hacia sí. Con la cabeza contra su pecho y el brazo alrededor de su cintura nos quedamos en aquel lugar, simplemente en silencio, mirando fijamente la palabra Imagine.

Al cabo de unos minutos, se inclinó para besarme en la cabeza.

—¿Cómo te sientes?

—Feliz y triste —le respondí con sinceridad—. Estoy triste porque mi padre no está aquí junto a mí, pero estoy feliz de haber venido a ver esto. Sé que mi padre aún forma parte de mí, así que de alguna manera lo estamos viendo juntos, aunque no esté físicamente.

Levanté la mirada hacia Jackson, con el corazón lleno de un sentimiento al que todavía no quería ponerle ninguna etiqueta.

—Gracias por traerme aquí.

Se inclinó y me acarició los labios con los suyos.

—Me alegra haber compartido este momento contigo.

Me apoyé en él acercándome más, apretándole con los brazos.

—Ahora ya estoy lista para que nos vayamos.

Pasamos el resto de la tarde en su casa.

Esta vez conseguimos hacer el amor despacio y fue infinitamente conmovedor y emotivo porque ambos adorábamos el cuerpo del otro. Me sentía expuesta y desnuda al mirar a Jackson a los ojos. A su vez, él me miraba mientras hundía su cuerpo en el mío lentamente y de manera exquisita. Sin embargo, yo disfrutaba mucho de esa vulnerabilidad, esa disposición a abrirme completamente a él, pues veía en sus ojos el reflejo de todos mis deseos y emociones. Nuestros sentimientos eran mutuos.

También tomamos comida china directamente de las cajas y vimos unas telecomedias que nos hicieron reír, aunque las bromas fueran cursis, porque en ese momento el ser feliz no suponía esfuerzo alguno. Cuando llegó la hora de la representación de Jackson, me fui con él, me senté en la primera fila y me quedé embelesada con su actuación, aplaudiendo hasta que sentí un hormigueo en las manos cuando salió a saludar.

Claire tenía planes con unos amigos para después de la representación, así que nos ahorramos dar excusas por no acompañarla. Volvimos al apartamento de Jackson e hicimos otra vez el amor, pero esta vez no fue lento y suave, sino frenético y con avidez. Él me sujetó las manos por encima de la cabeza manteniéndolas apretadas contra la almohada y me mantuvo en esa posición mientras golpeaba mi interior hasta que grité cuando las ondas de placer comenzaron a propagarse por mi cuerpo.

Después de llegar al clímax levanté la vista y le vi con la mandíbula apretada e inmóvil, de manera que pude sentir cada espasmo de mi orgasmo. Las siguientes palabras que dije me sorprendieron a mí misma, porque nunca había sido tan atrevida, y a él le pillaron completamente desprevenido.

—Quiero que eyacules en mi boca.

Él aspiró profundamente; las aletas de su nariz se hincharon al tiempo que sentí que sacudía su miembro dentro de mí en cuanto dije aquellas palabras.

—Dios, Emma —dijo Jackson con voz ronca—. ¿Quieres matarme?

Me incorporé sentándome y sentí cómo se deslizaba afuera. Luego me arrodillé ante él. Le tomé el pene por abajo y lamí su punta hinchada mirándole al mismo tiempo. Gimió y su cuerpo se sacudió de placer.

—Me gusta sentir mi sabor sobre ti. Necesito que te corras en mi boca para tener el sabor de los dos a la vez.

Estaba pletórica de energía cuando me metí su pene en la boca y él apretó los dientes de placer; tenía los pómulos de la cara endurecidos por el deseo. Fue pura satisfacción deslizar aquel falo tan duro dentro y fuera de mi boca hasta que no pudo aguantar más, me agarró la cabeza y me eyaculó en la boca, mostrando los dientes mientras gritaba. Los ojos le brillaban al contemplarme lamiendo cada gota, ávida por saborearlo.

—Intentas matarme —profirió con voz ronca, dejándose caer en la cama.

Me arrastró junto a él de manera que me quedé arrimada a su lado. Solté una risita y le besé el cuello.

—Era la revancha por todas las veces que me has hecho perder el control.

Miró hacia abajo sonriéndome; los hoyuelos se le marcaban y parecían muy contento.

—Por suerte, me gusta ese tipo de venganza.

Guando nos despertamos el domingo, el día estaba nublado, pero eso no impidió que siguiéramos de buen humor. Le dije que yo prepararía el almuerzo, ya que me tocaba cocinar. Así que fuimos a comprar. Era una sensación hogareña empujar el carrito por el supermercado, elegir los productos y discutir sobre cómo se sabía si la fruta estaba madura.

Estaba lloviendo cuando terminamos de hacer la compra y nos reíamos cada vez que escapábamos por los pelos de que los coches nos salpicaran cuando pasaban a toda velocidad.

—Hola, Sam —saludé, entrando a toda prisa en el edificio de Jackson.

Sam respondió con la cabeza.

—Señor Reynard, Emma. —dijo, sonriente. Yo había insistido en que me llamara Emma porque me sonaba muy raro que se me refiriera a mí como «señorita Mills»—. Me alegra que no se hayan mojado mucho. Parece que va a llover todo el día.

Hice una mueca.

—Es horrible para mi pelo. Se me riza con la humedad.

—Estás guapa hasta con el pelo mojado —respondió Jackson con una sonrisa y luego guiñó el ojo a Sam—. Sigo tratando de convencerla de que no se corte el pelo.

Negué con la cabeza.

—Hace tiempo que tenía que habérmelo cortado. Empiezo a parecerme a Medusa.

Sam sonrió divertido.

—Creo que el señor Reynard tiene razón, su pelo es precioso.

—Tendré que teneros cerca —contesté sonriendo—. Mi ego mejora cuando estoy con vosotros.

Después del rápido viaje en ascensor, sacamos la compra de las bolsas y luego eché a Jackson de la cocina.

—Vete a ver la televisión o algo así. No puedo concentrarme si te quedas aquí.

Me dedicó una sonrisa de indulgencia y accedió; tomó una botella de cerveza y se dispuso a mirar el partido de béisbol en la inmensa televisión colgada en la pared de la sala de estar.

Me las arreglé sola en la cocina; puse un cazo con agua a hervir y gratiné queso parmesano. Había decidido preparar una ensalada de pasta fría al pesto con guisantes y pollo asado, uno de mis platos más socorridos y uno de los pocos que era capaz de elaborar sin receta.

—¿Seguro que no necesitas que te ayude? —gritó Jackson desde el salón.

—¡No, gracias. Y no se te ocurra venir por aquí! —le contesté. No era muy ducha en la cocina y no quería que viera el lío que estaba armando y mucho menos el ritmo frenético al que cocinaba. Me había quedado admirada de su gracia fácil y natural al prepararme la cena, pero yo me parecía más a uno de esos pollos con la cabeza cortada que corren por la cocina cuando el agua comienza a hervir. Solté una palabrota en voz baja cuando se me cayó al suelo la primera cucharada de pesto.

Al terminar lancé un suspiro de alivio, pues había evitado mayores contratiempos. Inspeccioné la cocina y me avergoncé del desorden; parecía que hubiera pasado un huracán por allí, pero ya lo limpiaría después de comer, antes de que él lo viera.

—La comida está lista —anuncié llevando dos platos a al salón.

Jackson tomó su plato y los ojos se le iluminaron al ver la ensalada de pasta.

—¡No me habías dicho nada! —exclamó después de probar el primer bocado—. Esto está estupendo.

—No esperes mucho —le advertí riéndome—. Solo puedo preparar algunas recetas, pocas, sin incendiar la cocina. Esta es una de ellas.

Mientras comíamos vimos el resto del partido de béisbol. Más exactamente, Jackson se quedó mirando el resto del partido y yo me quedé mirándole a él. Que se comiera mi ensalada de pasta con tanto entusiasmo me gustaba más de lo que hubiera imaginado. Cuando me preguntó si había más, salté disparada para servirle un segundo plato porque no quería que viera el escenario posbom bardeo que había dejado en la cocina.

—Voy a empezar a limpiar —dije después de darle a Jackson su segunda ración.

—Yo lo limpiaré cuando acabe esto —dijo—. Tú has cocinado.

—No importa —insistí con vehemencia—. Quédate mirando el partido de béisbol.

De regreso en la cocina me enfrenté a la tarea de limpiar. Estaba en medio de la limpieza del pesto que se me había escurrido por los armarios cuando oí unos pasos tras de mí.

—Por qué no vas a relajarte, yo...

Me volví hacia él al tiempo que Jackson se detenía en medio de la frase, con la boca enormemente abierta mientras contemplaba la cocina. Hice una mueca de vergüenza consciente de lo mal que estaba todo. Además de pesto por las puertas de los armarios había charquitos en el suelo; y cuando había rasgado la bolsa de guisantes congelados, unos cuantos se me habían caído y estaban desparramados por la encimera; también había algo de pasta pegada en el frigorífico, aunque por mi vida que no podía recordar cómo.

—Lo siento —exclamé avergonzada—. Cuando cocino lo descoloco todo un poco.

Él me miraba desconcertado y luego se echó a reír.

—La próxima vez que cocines tengo que verte para saber cómo consigues hacer todo esto.

Le miré molesta, pero sin poder reprimir la risa.

—Lo sé, lo sé. Soy un poco desastre. He tenido suerte de que nada fuera a parar al techo. Eso me ha pasado alguna vez, normalmente cuando hay una batidora de por medio.

Él me sonrió y sin decir palabra me ayudó a limpiar la cocina. Entre los dos pudimos acabar más pronto. Después nos sentamos en la sala de estar. Al cabo de un rato, él descorrió las puertas de cristal y se asomó para contemplar la lluvia.

—No parece que vaya a escampar pronto. ¿Quieres que veamos una película hasta que sea la hora de ir a la exposición de Nathan?

—Claro —acepté, me gustaba la idea de repantingarnos juntos y ver una película, calentitos mientras fuera llovía.

—¿Qué hay para elegir?

Se levantó y sacó una caja del armario llena de DVD de películas y la puso a mis pies.

—Echa una ojeada.

—Una solución de almacenaje interesante —comenté indicando la caja de cartón—. ¿Cómo es que tienes tan pocos muebles?

Se encogió de hombros.

—En cuanto tuve lo básico, ya no me decidí a comprar nada más. Siempre he pensado en poner una mesita baja y todos esos trastos que se supone que hay que tener en casa, pero nunca me he motivado lo bastante —y al decirlo su rostro se iluminó mirándome—. Podíamos ir juntos a comprar muebles. Me puedes ayudar, porque mis gustos son más bien prácticos.

—Claro —le respondí asintiendo con la cabeza, emocionada ante la idea de hacer algo tan hogareño como elegir muebles juntos. Volví a prestar atención a la caja de los DVD antes de avergonzarme de mi alegría. Jackson tenía una colección de películas muy ecléctica, y saqué un DVD con cara de sorpresa—. Me sorprende que tengas Tal como éramos —comenté con escepticismo—. Jamás te hubiera encasillado como seguidor de Barbra Streisand.

—Soy un progresista moderno —se defendió él mirándome como si le hubiera insultado, aunque echó a perder el efecto porque empezó a reírse—. La verdad es que nunca la he visto. Me la dio mi madre, que siempre está tratando de que vea películas antiguas, porque dice que no aprecio los clásicos.

—Tu madre tiene razón —afirmé pasándole el DVD—. Es una de mis películas favoritas. Vamos a verla.

—Me apunto —dijo él, levantándose para introducir el DVD en el reproductor. Y nos repantingamos en el sofá, yo con las piernas sobre el regazo de Jack y la cabeza sobre su pecho. Hacía tiempo que había visto Tal como éramos, pero enseguida me metí en la historia de Hubbel y Katie.

Ver cómo se enamoraban tenía cierto sabor agridulce, pues sabía cómo terminaba la historia.

Como no quería llorar me mordí el labio en la última escena, cuando Hubbel y Katie se miran el uno al otro con amor y pesar mientras recuerdan la vida que han tenido juntos y el futuro que nunca llegarán a conocer.

Cuando Katie le retira el pelo de la frente a Hubbell, un gesto lleno de nostalgia y de sueños perdidos, fui incapaz de contener las lágrimas. Al final, mientras los créditos pasaban por la pantalla, suspiré profundamente y él me llevó la cabeza hacia atrás por la barbilla para verme la cara.

—Mi vida —dijo con una sonrisa socarrona al tiempo que me secaba las lágrimas con sus pulgares—. ¿Te encuentras bien?

—Es tan triste e injusto —gemí—. Son el uno para el otro, pero no han hecho sino interponerse en el camino del otro. Ahora se pasarán la vida lamentándose por no estar juntos.

Jackson soltó una risita mientras me besaba.

—Me imagino que es un final más realista, no todo el mundo vive feliz para siempre.

—¿Te ha gustado? —le pregunté secándome el resto de lágrimas; me sentía un poco tonta al emocionarme tanto por una película.

—Ha sido un poco frustrante —admitió Jackson—. Los dos se querían pero siguieron creándose problemas entre sí. Sí, eran muy diferentes, pero podían haber hecho que lo suyo funcionara si de verdad hubieran querido. Estaban más pendientes de su propia agenda que del otro.

—Sí, pero a veces el amor no es suficiente —comenté, pensando en mi relación con Sean—. Y a veces no es el amor adecuado. La gente suele pensar que solo porque están enamorados serán felices para siempre. Pero entonces la vida real se inmiscuye.

Él me miraba con expresión pensativa.

—¿Estás generalizando o hablas de una situación concreta?

Sabía a qué se refería pero era reacia a hablar de Sean. Desde que le había hablado de él y de nuestro compromiso roto, odiaba sacar el asunto a colación. A Jackson no le había hecho mucha gracia enterarse de que había estado prometida diez años con alguien, así que no quería hablar de ello.

Me encogí de hombros intentando responder de manera indirecta.

—No lo sé, estaba pensando en voz alta.

El levantó una ceja y pareció no aceptar mi respuesta.

—¿Tiene algo que ver con Sean?

Me mordí el labio sin saber cómo evitar hablar de aquello si era él quien sacaba el asunto a colación de una manera tan abierta.

—No creo que sea buena idea hablar de Sean. No parecías muy contento cuando te hablé de él. Además, eso pertenece al pasado. Estoy feliz de estar aquí contigo, eso es lo único que importa.

Sus ojos resplandecieron al oír mis palabras, aunque luego pareció arrepentirse, a pesar de sonreír.

—Admito que no me sentó muy bien enterarme de tu noviazgo con Sean. Pero fue porque no podía soportar la idea de que te hubiera tenido durante diez años. Me descubrí a mí mismo deseando haber sido yo quien te hubiera conocido cuando tenías quince años.

—Bueno, ahora ya me conoces —le dije con una suave sonrisa—. Y eso es lo importante —añadí, para luego detenerme al dudar si sacar a colación un asunto que yo no había mencionado antes, aunque sentía muchísima curiosidad—. ¿Y tú? ¿Has tenido muchas relaciones en serio?

—La verdad es que no. Mi relación más larga duró un año, y terminó cuando nos dimos cuenta de que era mejor que fuéramos amigos.

—¿Todavía eres amigo de ella? —le pregunté, sintiendo de pronto que los celos me invadían, un sentimiento desconocido que me resultó desagradable.

Jackson negó con la cabeza.

—Nuestra amistad se fue apagando, igual que nuestra relación.

—¿No saliste un poquito con Claire?

Durante un tiempo me había hecho esa pregunta. Claire parecía muy contenta por Jackson y por mí, pero había momentos en que dudaba de si ella estaba molesta por nuestra floreciente relación.

—Nada más conocernos salimos tres veces. No había química entre nosotros, así que pasar a ser solo amigos fue una transición normal.

—¿Los hombres soléis hacer... ya sabes... ser algo más que amigos?

No podía evitar preguntarme si él y Claire habían dormido juntos alguna vez, sobre todo desde que sabía cómo era Jackson en la cama. Con ese cuerpo y sus habilidades, ¿cómo podía una mujer resistirse? Sin embargo, me sentí incómoda preguntándole algo así, parecía que le pedía explicaciones por su pasado.

Sonrió y me besó en la frente con delicadeza.

—Si me estás preguntando si Claire y yo hicimos el amor alguna vez, la respuesta es no. Nunca hubo nada más aparte de un beso de buenas noches por aquí y por allá.

Me sentí aliviada por la respuesta. Aunque la idea de Claire y Jackson besándose no me dejó eufórica, me consoló el saber que no había pasado nada entre ellos. Además, eso había sido hacía tiempo.

El se quedó mirándome con ojos interrogantes.

—¿Eso te molesta?

Negué con la cabeza.

—No, ahora sé que solo sois amigos. La misma Claire comentó que los hombres salís unas cuantas veces con una y luego lo dejáis.

—¿Te molesta que nos besemos en la obra?

—Tengo que admitir que si dependiera de mí, los dos os daríais la mano en lugar de besaros apasionadamente —le sonreí con arrepentimiento—. Pero sé que es parte de la obra. Además eres tan bueno en el papel que veo a Matthew besando a Annie, no besando a Claire.

—Bien —dijo Jackson abrazándome más fuerte mientras yo tenía la cabeza acomodada en el hueco de su cuello—. Solo actuamos. Nunca he sentido con nadie lo que estoy sintiendo contigo, y menos con tanta rapidez.

Respiré su olor, sintiéndome feliz y segura.

—Yo también.

Nos repantingamos en el sofá mirando la televisión hasta que fue la hora de prepararse para ir a la exposición de Nathan.

—¿Qué te vas a poner? —le pregunté mientras me envolvía en una toalla y salía de la ducha. Jackson se estaba afeitando y me maravillé de lo cómodos que nos sentíamos ya el uno con el otro.

—Es bastante informal, así que unos jeans. Es una galería pequeña, discreta.

Vi que Jackson me estaba mirando por el espejo mientras me desenredaba el pelo mojado.

—¿Qué? —pregunté deteniéndome a medio camino de una pasada con el cepillo.

Jackson se dio la vuelta y me acercó hacia sí. Sentí el calor de su cuerpo y me dio un escalofrío.

—Solo estoy feliz —respondió Jackson sin dudar, mirándome a los ojos directamente—. Tú me haces feliz.

—Tú también me haces feliz —le dije poniéndome de puntillas para besarle. Él aumentó la presión del beso de inmediato. A continuación, puso sus labios tibios sobre los míos y me metió la lengua en la boca.

Cuando nos separamos casi sin respiración, tenía en la cara de una mirada maliciosa.

—Deja que te ayude con la toalla —dijo desenvolviéndome.

—¡Jackson! —le reprendí con una carcajada, arrancándosela y apretándomela más al cuerpo—. Vamos a llegar tarde. Tendremos mucho tiempo para eso más tarde.

Él suspiró pero accedió con una sonrisita.

—Tú tienes la culpa, por ser tan irresistible. Me imagino que tendré que cautivarte esta noche.

—Hablando de esta noche. Creo que hoy debería quedarme en mi casa.

Jackson arrugó la frente y abrió la boca para protestar, pero continué antes de que pudiera hablar.

—No es que no quiera pasar la noche contigo, pero tengo que trabajar mañana y sería más fácil para mí si me quedo en mi piso. Además, me siento un poco mal pasando tanto tiempo aquí. Claire y yo aún nos estamos conociendo y no quiero que tenga la impresión de que nunca estoy.

—Estoy seguro de que no le importa que te quedes aquí —replicó Jackson con el ceño fruncido—. Y te prometo que no te haré llegar tarde mañana.

Levanté una ceja.

—Ya he oído antes esa promesa. Además, me preocupa ser yo la que se retrase. Se está demasiado bien en la cama contigo. Cuando me despierto por la mañana junto a ti, lo último que quiero es marcharme.

El suspiró y asintió con la cabeza.

—Muy bien, pero ¿cuándo te quedarás otra vez?

—¿Qué tal el miércoles? Me pasaré por el gimnasio para una sesión y me quedaré a dormir aquí.

—Contaré los días que faltan hasta el miércoles —dijo él con una sonrisa insinuante. Luego deslizó la mano por debajo de la toalla, la metió entre mis piernas y me acarició suavemente el clítoris.

—Tengo que advertirte que me reprimiré tanto de no poder bucear entre tus partes húmedas durante dos días enteros que probablemente haga estragos contigo en el suelo de mi oficina cuando vengas al gimnasio.

Al instante se me contrajo la vagina y noté que me mojaba ante aquel suave contacto. Contuve la respiración cuando Jackson deslizó dos dedos dentro. Le miraba paralizada mientras se los llevaba, mojados y brillantes, a los labios y se los chupaba atravesándome con la mirada.

—Ahora eres tú quien quiere matarme —dije con voz ronca haciéndome eco de sus palabras del día anterior.

El sonrió, dándome un azote en mis genitales desnudos.

—Ya no soy el único que se sentirá frustrado.

Arrugué la nariz y salí con aire enfadado del baño, pero no pude reprimir una carcajada. Jackson Reynard me tenía bien atada y me encantaba.

Me puse unos jeans oscuros ceñidos, que eran como una segunda piel, y una camiseta muy ajustada con el cuello en pico que se abría en un amplio escote. Era provocador, pero tampoco parecía una fulana. Quería que él me deseara esa noche tanto como yo le deseaba, especialmente después de la jugarreta que me había hecho en el baño.

Acababa de completar el conjunto con unos zapatos de tacón de un rojo encendido cuando Jackson salió del baño. Nada más verme se le encendieron los ojos, me recorrió con la mirada de arriba abajo y de nuevo hacia arriba.

—Estás intentando jugar sucio —me dijo con un destello en los ojos acercándose a grandes pasos. Entonces me atrajo hacia sí agarrándome por la trabilla de los jeans y me aplastó contra su cuerpo para que pudiera sentir claramente que estaba excitado—. Podría arrinconarte en el baño de la galería y doblarte contra un lavabo para hacerte el amor hasta que reventaras.

Mis partes bajas se convulsionaron al oír aquellas palabras, pero me limité a reír inocentemente.

—¿Lo que quiere decir?

Él entrecerró los ojos.

—Que estás tratando de volverme loco con esa ropa —respondió y luego sonrió desaprobándose a sí mismo-... y está funcionando.

—Bien —dije con una sonrisa de picardía y me solté para ir al baño a secarme el pelo y maquillarme.

Cuando terminamos de prepararnos, tomamos un taxi a mi apartamento, pues estaba lloviendo y yo llevaba la bolsa con mi ropa. Cuando abrí la puerta del apartamento, Claire estaba sentada en el sofá viendo la televisión. Se sobresaltó al vernos entrar.

—¿Está el tiempo tan desapacible como parece? —preguntó al ver que Jackson sacudía el paraguas en el pasillo de fuera para sacarle algo de agua.

—Peor —le contesté con una mueca—. Espero que encontremos un taxi para llegar hasta la galería. El taxi que nos ha traído hasta aquí no ha querido esperarnos.

—Hola, Claire —saludó Jackson y se volvió hacia mí porque llevaba mi bolsa—. Lo pondré en tu habitación, ¿qué puerta es?

Señalé con el dedo la puerta y no puedo negar que me sentí aliviada de que él no hubiera pasado el tiempo suficiente en el apartamento como para saber cuál era la habitación de Claire. Así que decidí dejar a un lado cualquier duda que hubiera tenido antes. Tanto Claire como Jackson me habían asegurado que no había pasado nada entre ellos en esos años y no había motivos para que yo me sintiera celosa.

—Te ves estupenda —le dije a Claire, que llevaba unos jeans que le hacían unas piernas kilométricas y una camiseta sin mangas de color verde esmeralda que dejaba ver sus brazos torneados.

—Gracias, tú también —replicó mirándome la ropa y me hizo una seña con la mirada indicándome la puerta abierta de mi cuarto —.Te dije que las curvas están de moda.

Me reí y fui hasta la habitación para ver qué le estaba entreteniendo tanto a Jackson.

Lo encontré inclinado sobre el tocador estudiando las fotografías que yo había colocado encima. Se giró y me sonrió al oírme entrar.

—Solo estaba mirando tus fotos. Supongo que estos son tus padres.

Me acerqué hasta donde él estaba y me puso un brazo en la cintura, acercándome hacia sí. Reposé la cabeza sobre su hombro y asentí. Había puesto tres fotos. Una de mis padres, antes de tenerme, en la que se veían jóvenes y despreocupados; mi padre sonreía a la cámara y mi madre le miraba embelesada. Otra fotografía era de los tres; yo era un bebé y mi padre me sostenía en brazos mientras mi madre se apoyaba en él y parecía satisfecha y feliz. En la tercera foto estábamos solos mi padre y yo; debía de estar en primer grado y me sentaba sobre los hombros de mi padre con una enorme sonrisa dibujada en la cara. Recordaba el momento en que nos habían tomado esa foto. Me sentía orgullosa de tener un padre tan fuerte que pudiera llevarme así de fácilmente; estaba convencida de que era el hombre más fuerte del mundo.

Jackson alzó la otra mano para acariciarme la mejilla con suavidad. No dijo nada, tampoco hacía falta.

—Tenemos que irnos —comenté, rompiendo el silencio—. Claire se debe de estar preguntando qué estamos haciendo.

Tuvimos suerte de conseguir un taxi y llegar a la galería en media hora, a pesar de la lluvia y el tráfico. Claire parecía tener un arrebato de energía y no paró de charlar en todo el trayecto, hablando de audiciones a las que se había presentado, de ideas para llevar La elección de Matthew a un local más grande y de las clases de interpretación que pensaba tomar.

La galería de arte era pequeña pero estaba puesta con mucho gusto, habían tenido buen cuidado de que los cuadros fueran el centro de atención. Cuando llegamos ya había un montón de personas pululando alrededor, parecían gente elegante del centro de la ciudad. Claire estiró el cuello para ver si veía a Nathan y nosotros fuimos a dejar el paraguas.

—Allí está —anunció Claire, señalando con el dedo a Nathan que se encontraba en medio de la multitud. Estaba de pie junto a Mia hablando con un grupo de personas muy emocionadas y que no dejaban de gesticular con las manos.

—¿Por qué no vamos a echar un vistazo por ahí? Parece que Jackson está con unos posibles compradores.

—Os alcanzo después, muchachos —dijo Claire—. Veo a algunos amigos míos por allí.

Desapareció entre la multitud y Jackson y yo nos abrimos paso en la galería para ver los cuadros. Me impresionó el trabajo de Nathan. No sabía mucho de arte, pero era capaz de ver en sus cuadros pura emoción. La mayoría eran abstractos, pero te atraían mostrando destellos de algo real. Si los mirabas de cierta forma, podía percibirse una mujer angustiada que se tapaba el rostro con las manos o un hombre demacrado que observaba detrás del espectador con la mirada vacía. Eran potentes, inquietantes y desde luego fascinantes.

—¿Qué opinas? —me preguntó Jackson mientras saltábamos de una pintura a otra.

—Obviamente tiene mucho talento. Mi fuerte no es el arte abstracto, pero cuando miro estos cuadros, me doy cuenta de que no estoy viendo unas cuantas manchas de pintura que salpican el lienzo sin más. Veo algo real, como ese hombre encorvado que se ve solo y desolado.

Él sonrió ante mi observación.

—A Nathan le encantaría oír eso. Siempre dice que su arte no es para los críticos, sino para la gente de la calle. Cree que a pesar de que detrás de cada obra hay una intención es más importante que el observador decida lo que ve.

—Ahora mismo veo a un hombre guapísimo a punto de conseguir una copa para mí —dije sonriente, mirando de reojo al bar.

Él sonrió.

—¿Vodka con tónica?

—Sí, gracias.

Mientras Jackson zigzagueaba entre la gente, me volví a mirar el cuadro frente al que estábamos. Sobre el lienzo se veía una espiral de pinceladas en negro y rojo y estaba observándolo, intentando averiguar su significado, cuando oí que alguien me llamaba.

—¡Emma! —exclamó Nathan aproximándose con una gran sonrisa—. Me alegra que hayas podido venir.

Me besó en la mejilla y vi a Mia detrás de él, apresurándose para darme un abrazo rápido.

—¿Qué te parece? —me preguntó Nathan señalando con su mano toda la galería.

Mia puso los ojos en blanco.

—Nathan deja de buscar cumplidos.

Me reí ante la expresión de agravio de él.

—No necesita buscar cumplidos. Justo le estaba diciendo a Jackson que, en verdad, tienes mucho talento. No sé mucho de arte, pero debo decir que siento algo especial cuando contemplo tus obras. Resulta increíble que sienta desolación y miedo solo por unas cuantas pinceladas.

Nathan mostró una sonrisa de oreja a oreja que iba más allá de la satisfacción de mi cumplido. Mia me dio un codazo, y se centró en la mención que yo había hecho de Jackson.

—Por cierto, ¿dónde está Jackson? —me preguntó, sonriendo con astucia—. He oído que vosotros dos pasáis mucho tiempo juntos.

Me ruboricé, preguntándome qué es lo que Claire le habría contado.

—Hemos pasado algo de tiempo juntos para conocernos. Es un hombre estupendo.

Mia asintió con la cabeza con entusiasmo

—Lo es. Y he oído que está colado.

—Mia —le reprendió Nathan con el ceño fruncido—. Se suponía que no ibas a decir nada.

Mia miró a Nathan con aire culpable.

—Lo siento. Pero seguro que Emma ya lo debe de saber —dijo volviéndose hacia mí—. ¿No, Emma?

Carraspeé, un poco avergonzada.

—Supongo.

Jackson eligió ese momento para reaparecer con dos copas en las manos. Esperaba que no hubiera llegado a oír nuestra conversación.

—Una exposición estupenda, Nathan —exclamó Jackson a modo de saludo y luego sonrió a Mia.

—Me alegra que estés aquí para que no andes por ahí saboteando las posibles ventas —dijo Jackson mientras me pasaba la bebida—. Una vez Nathan le prohibió a uno comprar un cuadro porque llevaba mocasines y un jersey sobre los hombros anudado por delante.

—En realidad, estábamos hablando de ti —interrumpió Mia con una sonrisa malévola—. Estaba diciendo que Emma ya debe de saber que estás colado por ella.

En lugar de sentirse incómodo, Jackson me rodeó la cintura con el brazo y me sonrió.

—Creo que, aparte de todo el mundo, Emma ya lo sabe.

Estaba sonrojándome mucho, pero sonreí levemente.

—Vamos a concentrarnos en la exposición de Nathan y no en la declaración de los sentimientos de Jackson hacia mí. De lo contrario, tengo el presentimiento de que beberé mucho esta noche.

—Es verdad, volvamos a centrar la conversación en mí.

Por suerte, empezamos a hablar de Nathan, que mientras recorríamos la galería nos explicaba un poco de cada obra. La gente se le acercaba bombardeándole a preguntas, pero él lo llevaba bien porque disfrutaba de esa atención.

—Le encantan los aduladores, pero odia vender sus cuadros —me confió Mia.

Estábamos de pie junto a Jackson y Nathan, que estaban hablando con un par de conocidos. Me había presentado pero no me interesó su conversación sobre deportes, así que Mia y yo seguimos con la nuestra.

—Él dice que es como vender a sus hijos, y yo le insisto en que sus «hijos» están atestando el apartamento y que tiene que desprenderse de alguno.

—Me imagino que no tiene que ser fácil vivir con todos estos cuadros.

Algunos eran muy grandes y más altos que yo. Mia me explicó que Nathan usaba una habitación vacía de su apartamento como estudio, pero había tantos cuadros que estaban desparramados por el resto del apartamento.

No vimos mucho a Claire durante la presentación. La vi fugazmente hablando con otra gente y parecía estar pasándolo bien. Una vez me volví, la vi mirándome y la saludé con la mano. En lugar de devolverme el saludo, frunció el ceño y me dio la espalda.

—Claire es muy temperamental —comentó Mia. Me volví hacia ella, no me había dado cuenta de que había presenciado el intercambio—. No te lo tomes como algo personal.

—¿De verdad? —pregunté sorprendida—. Conmigo no ha dejado de ser amable desde que me mudé, pero a veces capto en ella como una mala onda extraña.

—No me malinterpretes, Claire me cae bien —dijo Mia—. Hace tiempo que somos amigas, pero nunca he sido capaz de acercarme de verdad a ella. Es como si levantara una barrera para no permitir que nadie perciba sus verdaderas emociones. Nunca la he visto ni feliz ni triste de verdad. Es como si siempre estuviera equilibrada. Somos mujeres ¡no es posible!

Me reí por el comentario de Mia, pero entendí lo que quería decir. A veces tenía la impresión de que Claire miraba a todo el mundo, evaluando en silencio y tragándose sus observaciones.

Jackson se aproximó, atrayéndome hacia sí por la cintura, y me olvidé de Claire.

—¿Qué tal? —preguntó con una sonrisa encantadora.

—¡Estupendo! Me lo estoy pasando bien.

Él se inclinó para besarme delicadamente. Habíamos estado así toda la noche y me preguntaba si no estaríamos dando un espectáculo. Nuestros sentimientos eran tan recientes que resultaba difícil permanecer en algún sitio sin tocarnos. Estábamos todo el tiempo agarrándonos, robándonos besos fugaces y olvidándonos de todo el mundo, como si la gente se desvaneciera cuando nos concentrábamos en nosotros.

Por desgracia, yo sabía que tenía que volver a casa a una hora decente para no estar cansada para trabajar al día siguiente.

—Odio dar por terminada la noche, pero tengo que marcharme a casa. Si no, mañana estaré para el arrastre.

Él se quedó decepcionado, pero no discutió. Me gustaba que entendiera que tenía que hacer del trabajo una prioridad. Nos despedimos de Nathan y de Mia y prometimos volver a vernos pronto. Jackson fue a por el paraguas al guardarropa mientras yo buscaba a Claire para decirle que nos marchábamos. La encontré en el bar y me abrí paso hacia ella.

—Claire —le dije tocándole el brazo para llamar su atención—. Nos vamos ahora. ¿Quieres venir con nosotros?

Claire sonrió sin rastro aparente de su malhumor anterior.

—No, volved vosotros. Yo me voy a quedar aquí un rato.

—Muy bien, pero vete en taxi a casa. Se está haciendo bastante tarde y hace muy mal tiempo.

—Sí, mamá —replicó Claire sonriendo—. Hasta luego.

Cuando salimos fuera, Jackson detuvo un taxi y nos metimos dentro, agradecidos de que hubiera escampado. Al llegar a mi apartamento, él pagó al taxista y también se apeó.

—¿Por qué no vas en taxi a tu casa? —le pregunté mirándole con severidad—. Recuerda que tengo que levantarme pronto mañana. Por mucho que me apetezca, debo acostarme temprano.

Él me rodeó con los brazos y supe con seguridad que me ablandaría y le invitaría a subir. Me dio un largo beso y tuve que contenerme para no pedirle que subiera conmigo y así poderle quitar la ropa, desnudarle y lamerle todo el cuerpo. Mis pensamientos obscenos con él nunca dejaban de sorprenderme.

—Estoy tan cerca que volveré a casa caminando. Además, no quería que el taxista se nos quedase mirando con esos ojos lascivos mientras te daba un beso de buenas noches de verdad.

—Creo que necesito otro beso de buenas noches. El primero casi no lo he notado —mentí con una sonrisa traviesa.

Jackson puso cara de sorpresa, pero sus ojos resplandecieron ante el desafío.

—Supongo que tendré que intentarlo con más ahínco.

Me rozó los labios con la boca, mordisqueándome el labio superior y chupándomelo con delicadeza. Me tomó la cabeza entre las manos y enseguida el beso pasó de delicado a apasionado. Empujó la lengua dentro de mi boca imitando otro acto, haciéndome saber cuál era su deseo. Gemí y le rodeé el cuello con los brazos presionando mis pechos contra él, de manera que los pezones me dolieron con el contacto.

Casi no me di cuenta de la lluvia que nos caía encima. Solo podía concentrarme en el calor de la boca de Jackson, en sus manos llevando mis caderas hacia su cuerpo, dejándome sentir cuánto me quería. Era un beso salvaje y descontrolado porque los dos estábamos crispados tratando de acercarnos lo más posible al otro, como si nunca estuviéramos lo bastante cerca. Fue él quien interrumpió el beso, jadeante y descansando su frente en la mía.

—Está lloviendo —dijo en tono serio, confirmando lo obvio. Nos estábamos mojando, pero en ese momento me parecía imposible preocuparme. Miré su rostro, las gotas de lluvia resbalaban por su cara, tenía el pelo completamente mojado y yo me sentía tan feliz como si fuera un espléndido día de sol.

—Me he dado cuenta —le repliqué en tono socarrón y miré hacia abajo, a las manos vacías de Jackson.

—¿Dónde está el paraguas?

—Me lo he debido de dejar en el taxi —replicó con una sonrisa compungida—. Está bien. Ya estoy empapado y tengo que dar un paseo hasta mi casa.

Negué con la cabeza.

—Sube. No puedes irte así a casa; pillarás un resfriado.

—Emma, de verdad que estoy bien. Esto no ha sido una estratagema para que me invitaras a subir, aunque me apetezca mucho quitarte la ropa y desnudarte ahora mismo. Sé que tienes que levantarte temprano para ir a trabajar mañana. Tendré que esperar hasta el miércoles.

Sabía que tenía razón. No ignoraba que invitar a Jackson no sería una buena idea. No quería arriesgarme a llegar tarde al trabajo al día siguiente y tampoco sabía a qué hora aparecería Claire por casa.

Pero en ese momento no me importaba. Solo sabía que deseaba estar con él. Y ese deseo dominaba todo lo demás.

—Lo sé —susurré—. Pero si me voy ahora a la cama no podré dormir. Solo puedo pensar en tenerte dentro de mí. Si no subes conmigo, voy a tener que hacérmelo yo sola. Y mis dedos no son ni de cerca tan buenos como tú.

Sus brazos me rodearon con fuerza y sus ojos se iluminaron ante la expectativa.

—Mi vida, solo tienes que pedírmelo una vez. Aunque uno de estos días vas a tener que dejarme mirar mientras te lo haces.

Subimos corriendo las escaleras hasta mi apartamento. Apenas habíamos llegado a mi habitación y ya nos estábamos quitando la ropa mojada. Ni siquiera llegamos a la cama. El me dio la vuelta de manera que las manos me quedaron apoyadas contra la pared y rápidamente me penetró por detrás, haciendo que cada embate me acercara poco a poco al clímax. Me sujetaba los pechos con las manos, aferrándose a ellos mientras me la metía con furia y sus dedos retorcían mis pezones hasta hacerme gritar. Entonces bajó una mano y acarició mi clítoris mientras seguía golpeteando en mi interior. Fui incapaz de contener los gritos mientras el orgasmo me hacía estremecer, ola tras ola de placer rompiendo contra mi cuerpo.

Cuando el último temblor me abandonó me moví hacia atrás contra él, tratando de que se corriera también.

—Por favor, Jackson —susurré—. Ven adentro.

Él gruñó al empezar a empujar de nuevo, con las manos en mis caderas, mientras entraba y salía de mí.

—Te siento tan bien, Emma. Tan dura, tan húmeda. Esto es mío, Emma. Esto es mío.

Empujó una última vez con un grito gutural, haciendo unos sonidos ininteligibles mientras eyaculaba dentro de mí. Tensé los músculos exprimiéndole, porque quería que dejara en mi interior hasta la última gota. Sentí una imperiosa necesidad de estar lo más cerca posible de él, para tenerlo todo de él. Porque él lo tenía todo de mí.