Capítulo 31
Kate bebió un poco del té que le había preparado su padre. A pesar de las dos cucharaditas de azúcar que le había puesto, le supo más amargo que nunca. Desde que había visto a su hermano, tenía el estómago revuelto, pero había aceptado beberse aquel té ante la insistencia de Victor.
Su madre descansaba en una habitación. Ella misma había tenido que suministrarle un sedante para tranquilizarla. No había dejado de llorar desde que había bajado del avión.
Subió las piernas en el sillón y bebió otro sorbo. Su padre apareció por la puerta que daba a la cocina y se le sentó al lado.
—¿Cómo estás?
Kate se volteó para dejar la taza encima de la mesita y se recostó en el regazo de su padre como cuando era niña.
—Todavía no lo puedo creer.
—Yo tampoco. —Respiró hondo y comenzó a acariciarle la cabeza—. No dejo de preguntarme qué he hecho mal. ¿Cómo no pudimos ver que algo así iba a pasar?
—No es tu culpa, papá, ni la de mamá. Nadie podía imaginar lo que sucedería. —Si para Kate había sido difícil comunicarles a sus padres que Daryl había muerto, había sido más duro todavía contarles lo que había hecho.
—Dime, ¿cuándo podremos sepultar a nuestro hijo?
—Supongo que en un par de días. Mañana preguntaré cuando vaya a Quantico —respondió. Sabía que querían terminar con aquella pesadilla cuanto antes, sobre todo por el bienestar de Grace.
—¿Estás cómoda allí, bambina?
Esbozó una sonrisa. Tiempo atrás, le había recriminado que la siguiera llamando así, especialmente delante de los demás, pero comprendió que ya no le importaba, que solo era otra manera que tenía su padre para demostrarle cariño.
—Sí, es el trabajo que siempre soñé.
Él asintió.
—¿Y dime, has logrado ya conquistar al agente Kellerman?
Kate se incorporó y lo miró, sorprendida.
—Si tu plan era mantenerlo en secreto, lamento decirte que te ha salido el tiro por la culata —manifestó curvando los labios en una sonrisa.
Ella dejó escapar un suspiro.
—¿Le has dicho ya que llevas años enamorada de él?
Negó con la cabeza.
—Pero eso tiene solución. Deja que hable con él.
—¡Ni se te ocurra! —le advirtió.
—Solo estaba bromeando. —Le acomodó un mechón de pelo detrás de la oreja—. Deberás decírselo algún día, ¿no crees?
Kate escuchó un auto estacionarse fuera de la casa. Reconoció el Nissan Pathfinder de Jon.
—Es él, papá.
—Bueno, al menos sabemos que cumple con su palabra. —Victor se levantó, recogió la taza de té y se dirigió a la cocina.
Ella ni siquiera esperó a que Jon llamara, corrió hasta la puerta y la abrió. Cuando lo vio, descubrió que no soportaba pasar tanto tiempo separada de él. Sin dudarlo, se arrojó a sus brazos. No hacía más de tres horas que habían dejado de verse y le parecía que había trascurrido un siglo. No era racional que lo extrañara de esa manera.
Entraron a la casa. Jon saludó a Victor, quien rápidamente los dejó solos con la excusa de ir a ver cómo se encontraba su esposa.
—¿Quieres tomar algo? —le preguntó cuando ya estaban en la cocina.
—Me tomaría un escocés, pero mi deber me lo impide —dijo ubicándose en la banqueta. La miró e hizo un esfuerzo por sonreír.
Kate percibió su estado de ánimo. Algo lo angustiaba. Se acercó y se le paró al lado. Le rozó la mano.
—¿Qué sucede?
Él cerró los ojos y respiró hondo.
—Llevo casi diecisiete años en el FBI y ahora me pregunto si no debí dedicarme a otra cosa.
—No digas eso, diriges una de las unidades más importantes y prestigiosas. Además, eres el mejor agente que conozco.
—No creo que estés siendo muy objetiva.
—Tal vez, no, pero soy sincera —respondió.
Logró arrancarle una sonrisa. Le apretó la mano suavemente. Kate tenía el poder de hacer que todo pareciera menos doloroso.
—Cuando elegí entrar en la academia para convertirme en agente, estaba convencido de que atraparía a los hombres malos y haría justicia en nombre de las víctimas. Uno de mis superiores me dijo una vez que nuestro trabajo era hablar por los que ya no podían hacerlo. Es lo que siempre he tratado de hacer. En los años que llevo en el FBI he visto de todo, pero te acostumbras y convives a diario con la realidad de que allí afuera hay gente capaz de cometer los crímenes más atroces. No sé si eso es bueno o malo; lo único que sé es que cuando nosotros cometemos un error, son otras personas las que terminan pagando por él.
Ahora sabía por qué estaba tan mal.
—Nadie está exento de equivocarse. Yo declaré en contra de Shadows, y mi testimonio lo envió a prisión —le dijo compartiendo la culpa con él.
—No. Fue mi incompetencia la que lo puso tras las rejas.
—Tú mismo dijiste que todas las pruebas lo señalaban. El jurado estaba convencido de que era culpable.
—Y ahora sabemos que no lo era, que cuando proclamaba su inocencia a los cuatro vientos, decía la verdad. —Hizo una pausa; la miró a los ojos y a ella se le encogió el alma. Nunca lo había visto tan abatido—. ¿Te imaginas como me hubiera sentido si lo ejecutaban por culpa del error que cometí en el pasado?
—Eso no va a suceder; cuando salga a la luz que fue Daryl quien asesinó a Livy, retirarán los cargos en su contra. Por eso debemos probar que sí está involucrado en los homicidios de Bonnie Trevors y Kimberley Abrams antes de que eso suceda —repuso.
Jon negó con la cabeza y a Kate no le gustó para nada la expresión de su cara.
—He ido esta tarde a verlo a Greensville.
Se quedó estupefacta.
—¿Fuiste a ver a Shadows?
—Necesitaba verlo cara a cara; decirle que estábamos cerca de descubrir la verdad. Me ha abierto los ojos y me ha demostrado una vez más que estaba equivocado.
—¿A qué te refieres?
—No fue Craig quien orquestó los crímenes, sino Bradley.
—¿No estará tratando de inculpar a su hermano para librarse él?
—Lo miré a los ojos y, por primera vez en trece años, supe que me decía la verdad. Me contó que la noche en que Livy desapareció, ella le obsequió la medalla en forma de medialuna. Luego, cuando descubrieron el cuerpo y se convirtió en el principal sospechoso, se la dio a Bradley para que se deshiciera de ella. Por supuesto, no lo hizo. Por alguna razón decidió conservarla y ahora sabemos que fue él quien la colocó entre las cosas de Daryl para hacernos creer que era el asesino.
Todo lo que acababa de escuchar empezaba a cobrar sentido. Ya no eran meras sospechas. Cada nuevo indicio apuntaba al menor de los Shadows.
—Necesitamos probar que él lo hizo, Jon. Sé que nada impedirá que salga a la luz la verdad sobre lo que ocurrió hace trece años, pero no es justo que Daryl cargue con la muerte de Bonnie y Kimberley también; mucho menos que Bradley se salga con la suya.
—No, no lo es. —Después de hablar con ella se sentía inexplicablemente más ligero—. Creo que será mejor que me marche.
Lo acompañó hasta el porche y se despidió de él con un beso.
—Paso mañana temprano por ti para ir a Quantico —le dijo.
—Perfecto, agente Kellerman —respondió ella dejándose caer sobre la puerta.
Se metió en la casa antes de que él dijera algo más.
* * *
Sábado 6 de octubre.
A nueve días de la ejecución.
—¡Jon, tienes que ver esto! —Caleb entró como una tromba en la oficina de su jefe y le dio un ejemplar del Burke Herald.
Lo primero que le vino a la mente fue que Themis había vuelto a las andadas. Lanzó un resoplo de alivio cuando descubrió que el periódico estaba plegado en la sección de clasificados.
—Lee el anuncio que está marcado.
Se colocó las gafas y leyó el dichoso aviso.
“Se vende Volvo 940, color negro, modelo 93 en buen estado con urgencia. Precio accesible. Sin intermediarios.” Luego había un número de teléfono de contacto.
Jon lo miró.
—¿Es el auto que buscamos?
—El mismo.
—¿Cómo lo has hallado?
—Los de Tránsito no encontraron registros actuales ni multas. Me dijeron que lo más probable era que el vehículo estuviese poco en circulación o que incluso podría haber sido puesto a la venta. Entonces me aboqué a rastrear cualquier auto con las mismas características del que buscábamos en los anuncios clasificados. Por supuesto, empecé con los medios de prensa de Burke y ¡bingo! Adivina quién lo ha puesto a la venta?
—No voy a adivinar, Caleb, dímelo de una vez.
—Fue Lana Hudson, el auto pertenece a su madre. Apuesto mi salario de un mes a que el tapizado es de color azul.
Esa sí que era una buena noticia. Le regresó el periódico y se quitó las gafas.
—Creo que meteremos mano al presupuesto del FBI. Hablaré con Zane para que me autorice a comprar el vehículo. Quiero que tú mismo hables con Lana Hudson y concretes una cita con ella. Muéstrate interesado en adquirir el auto y ofrécele lo que haga falta. Debemos hacernos con él y ver si efectivamente es el que buscamos. Actúa normal, muchacho, cualquier paso en falso y todo se viene abajo —le aconsejó.
Cuando Caleb abandonó la oficina, tomó el intercomunicador y marcó el número de Griffin. Consiguió el permiso y una buena cantidad de dinero suficiente para impresionar a Lana Hudson.
Decidió reunirse con los demás. Meredith había decidido acompañar a Caleb, así que se quedó a solas con Kate. Ella parecía estar concentrada en el ordenador o, al menos, fingía estarlo.
Kate dejó de teclear y lo observó.
—¿Sucede algo?
Carraspeó.
—No; simplemente te veía trabajar.
—Es Themis la que está trabajando —respondió con una sonrisa.
—¿Sobre qué escribirás?
Guardó silencio.
—No lo sé todavía. He estado revisando algunas notas, pero no se me ha ocurrido nada aún. Supongo que ya pensaré en algo.
Jon se sentó frente al ordenador para leer las noticias on-line. Comprobó que la prensa ya se había hecho eco de la posible absolución de Shadows y su fotografía aparecía en la mayoría de los medios nacionales.
—Se ha vuelto más famoso que Lee Harvey Oswald —comentó haciendo alusión al supuesto asesino de John Kennedy.
Kate se levantó y se acercó. Le impresionó ver una de las fotografías de Craig Shadows que habían publicado. Era de la época del crimen y no debía de tener más de veinte años.
—¿Ha cambiado mucho? —le preguntó de repente.
—No. —Volteó hacia ella—. Katie, recuerda que ese hombre nos odia y que envió a Bradley a tu casa. No sientas pena por él. ¿Has olvidado lo que decía la última carta? La verdad es que tengo miedo de lo que puede llegar a hacer si sale en libertad. Temo por ti. —Le puso la mano en la cintura.
En ese momento, se abrió la puerta y ella se apartó de inmediato. A Jon lo desconcertó esa actitud.
Caleb extendió unas llaves y sonrió.
—Es nuestro. Los peritos lo están procesando.
—El tapizado es azul —les informó Meredith entrando a la sala de reuniones detrás de él—. Seguro coincide con la fibra que hallamos en las víctimas.
—Me adelantaré y pediré una orden de detención para Lana Hudson. La haremos hablar y tendrá que entregarnos a Shadows.
* * *
Cuando efectivamente las pericias demostraron que la fibra hallada en los cadáveres de Bonnie Trevors y Kimberley Abrams concordaba con el tapizado del auto de la madre de Lana Hudson, el juez Gellar expidió de inmediato la orden de detención.
La mujer no estaba en su casa, pero, gracias a la buena disposición de una vecina ansiosa por colaborar con el FBI, consiguieron averiguar que, como cada sábado, se encontraba en la iglesia ensayando con el coro. Hasta allí se dirigieron. Un pequeño grupo de cinco o seis mujeres entonaban el Hallellujah mientras un sacerdote joven tocaba el clavicordio.
Hicieron notar su presencia y la música cesó.
—¿Qué desean? —preguntó el clérigo.
—Lamentamos interrumpir, reverendo, pero necesitamos hablar con una de las feligresas. —Kate y él le mostraron sus placas.
El joven se puso de pie y se acercó.
—¿Sucede algo?
—Nada grave —respondió.
Kate seguía atenta a lo que sucedía en el púlpito. Lana Hudson no se había movido. Continuaba en su sito con el libro de cánticos en la mano. Se guardó la placa en el bolsillo de la chaqueta y avanzó hacia ella. Caminó más rápido cuando notó que la mujer retrocedía unos pasos.
“No pienso correr con estos tacones”, pensó Kate.
Lana giró sobre sus talones y se escabulló en dirección a la sacristía.
—¡Yo me encargo! —le gritó a Jon.
Después de correr por un pasillo que parecía más un laberinto, logró alcanzarla justo antes de que huyera por la puerta trasera. La tomó del cabello y la empujó contra la pared.
Lana Hudson intentó soltarse, pero Kate estaba en mejor estado físico que ella.
Cuando Jon llegó, la situación ya estaba controlada.
—Buen trabajo, agente Giordano.
Ella le sonrió. Luego apartó a la prisionera de la pared y la condujo de regreso al interior de la iglesia.
* * *
No resultó sencillo lograr que Lana Hudson reconociera que le había prestado el auto de su madre a Bradley. La mujer se empeñaba en protegerlo a pesar de que estaba metida en todo aquel asunto hasta el cuello. Bastó con ofrecerle un trato para que finalmente hablara. Si bien tenían el auto en el cual habían sido trasportadas las dos víctimas, necesitaban más pruebas para acusarlo formalmente. Sin perder tiempo, se presentaron en la propiedad de los Shadows con una orden de registro.
No había señales de Bradley por ninguna parte. Parecía que se lo había tragado la tierra. Uno de los agentes abrió la puerta con un ariete y Jon fue el primero que ingresó. Tras él, lo hizo Kate. Al menos una media docena de agentes colaboraron en la búsqueda de evidencias.
Una hora después, la misión obtuvo su primer resultado. En la habitación principal, descubrieron un fondo falso en el interior del armario. Fue el mismo Jon quien quitó las tablas que cubrían el agujero en la pared. Se agachó y metió el brazo.
—Aquí hay algo. —Se estiró un poco más y sacó una pequeña maleta de cuero negra.
La colocó encima de la cama y la abrió. Era como haber abierto la caja de Pandora.
Allí estaba el arete desaparecido de Kimberley y el disfraz que había utilizado Bradley para acercarse a las víctimas. Debajo de todo; encontraron la prueba más incriminatoria: un par de cuerdas de guitarra.
Jon miró a Kate.
—Lo tenemos.