Capítulo 5
Kate agitó la mano y le sonrió al viejo Chester, quien, como cada mañana, se asomaba por la ventana de la caseta de vigilancia para darle la bienvenida. Tras bajarse de la bicicleta, se colgó el bolso al hombro y se dirigió al interior del edificio. Cuando llegó al elevador, se volteó al oír que alguien vociferaba su nombre.
—¡Kate, espera!
Se volteó y se quedó mirando a su compañera de trabajo y amiga, Beth Vaughan. La mujer, de unos cuarenta años y coqueta como pocas, trataba de hacer equilibrio para no caerse mientras corría hacia ella cargando una caja.
—Beth, un día de estos te vas a matar —le aseguró haciendo referencia a los lujosos, pero incómodos zapatos de tacón aguja que eran la debilidad de la pelirroja.
La periodista entró al elevador. Dejó la caja en el piso, se incorporó elegantemente y respiró hondamente.
—Nunca vas a lograr que me separe de mis Jimmy Choo, Kate. No insistas —le dijo mientras intentaba recobrar el aliento.
—¿Qué llevas ahí dentro? —preguntó echando a un vistazo a la caja que descansaba en un rincón del elevador.
—Algunos adornos nuevos para mi escritorio.
Kate sonrió. Desde su segundo divorcio, Beth había adoptado la extraña manía de comprar objetos de decoración casi compulsivamente. Los que no tenían cabida en su casa terminaban indefectiblemente en su escritorio o en el de sus compañeros.
El elevador se detuvo en el tercer piso y Kate se ofreció a llevar la caja por ella.
—Gracias, cielo.
La redacción del Burke Herald ocupaba toda la planta. Estaba dividida en varios cubículos y solo el director tenía su propia oficina, al final del pasillo.
Kate dejó la caja en el suelo porque el escritorio estaba abarrotado de papeles y carpetas.
—Voy a prepararme un café, ¿quieres uno? —le preguntó Beth alejándose en dirección a la cocina.
—No, ya desayuné en casa. Además, tengo trabajo que hacer.
Beth desistió por un instante de ir a buscar su taza de café y la miró. Luego, lanzó una mirada fugaz al cubil de Elliot Fraser. El columnista de política y donjuán de la redacción no había llegado todavía.
—¿Sabes si Elliot tenía trabajo fuera hoy? —Escudriñó la expresión de su rostro.
—¿Por qué supones que yo debo saberlo? —replicó.
La reacción de Kate solo confirmaba sus sospechas. Se había enredado con Elliot, pero era evidente que no deseaba que nadie se enterara.
—Imaginé que te había comentado algo. —No estaba dispuesta a rendirse. Como periodista de espectáculos no le costaba nada tirarle de la lengua a quien no quería hablar—. Siempre lo veo rondando tu escritorio, y la forma en que te mira.
Kate empujó el bolso hacia atrás y se cruzó de brazos. Fulminó a su amiga con la mirada.
—Beth, ni siquiera lo intentes, conozco tus mañas demasiado bien. —Contó mentalmente hasta cinco antes de continuar. Terminó de comprender en ese momento que ya no sería sencillo mantener su romance con Elliot en secreto. Mucho menos si Beth Vaughan estaba enterada—. Sabes que no me gusta ventilar mi vida privada, pero si lo que buscas es saciar tu curiosidad, te lo voy a decir: estoy saliendo con él desde hace un par de meses. No es nada serio, nos juntamos cuando tenemos ganas y pasamos un buen rato. ¿Satisfecha?
El rostro de Beth se iluminó.
—Eso es grandioso, cielo. Elliot y tú hacen una pareja estupenda —manifestó con un entusiasmo desmedido que solo logró inquietarla más.
—Por favor, baja la voz; no me interesa que toda la redacción lo sepa —le pidió.
—No te preocupes, seré una tumba.
Se permitió poner en duda su promesa. Lanzó un bufido. Si había cometido el error de contárselo, ahora tenía que aguantar las posibles consecuencias. ¿En qué demonios estaba pensando cuando decidió hacerlo?
—Creo que es el tuyo, Kate.
—¿Qué? —preguntó distraída.
—Tu teléfono, está sonando.
Se dirigió rápidamente hasta su cubil, dejó el bolso encima del escritorio y tomó el auricular.
—Diga.
—Kate, soy Ross Davies.
Se sorprendió. No era habitual que uno de los productores televisivos de noticias más influyentes de Washington la llamara. Si se había molestado en hacerlo, debía de ser por algo importante.
—Hola, Ross, ¿cómo estás?
—Supongo que no tan bien como tú.
Trató de obviar el comentario. Las pocas veces que se habían cruzado, ya sea cubriendo algún suceso o en las fiestas que la asociación de medios organizaba cada año, siempre había intentado seducirla.
—¿Llamabas por algo en especial? —preguntó con la única intención de ir directo al grano y dar por terminada aquella conversación un tanto incómoda de una buena vez.
—Sí. Me acaba de llegar un fax de uno de mis contactos dentro del FBI. ¿Has oído sobre el homicidio de esa adolescente en Montclair?
—Bonnie Trevors. —Su semblante cambió al mencionar el nombre de la muchacha.
—La misma. Parece ser que la policía local se vio obligada a pedir ayuda a los federales —le informó.
—Es normal —alegó Kate. Se sentó, parecía que aquella charla duraría más de lo previsto.
—Sí, pero según mi fuente hay otra razón más poderosa que hizo que el FBI se decidiera a intervenir en la investigación —manifestó Davies aumentando la intriga.
—¿Y cuál sería esa razón?
—El homicidio de la chica Trevors está relacionado con un caso ocurrido hace trece años en Burke. Como es tu jurisdicción, pensé que te interesaría cubrirlo a ti.
Kate pudo sentir cómo el corazón le subía hasta la garganta y volvía a bajar. Agradeció estar sentada.
—¿A qué caso te refieres?
—No tengo muchos datos. Lo único que sé es que ambos crímenes parecen calcados. Las dos víctimas fueron estranguladas con la cuerda de una guitarra. Esta última información no trascendió al público, pero te puedo confirmar que es verdad.
Cerró los ojos y apretó los labios. La misma sensación que la había embargado esa mañana al enterarse del crimen volvió a sacudirla. Se llevó una mano al estómago, allí, donde la tensión llegaba a volverse insoportable.
—¿Kate, sigues ahí?
Abrió los ojos y respiró hondo.
—Sí, Ross, estoy aquí.
—Creo que podrías cubrir el caso sin ningún problema. Por lo que se rumorea, el escándalo puede ser monumental. El autor del primer homicidio lleva en prisión casi trece años y está a punto de ser ejecutado, aunque si se comprueba que las dos muchachas fueron asesinadas por el mismo sujeto, la justicia tendrá mucho que explicar. ¿Te interesa?
—¿Estás seguro de todo esto que me cuentas? —Recordaba palabra por palabra lo que decía el periódico y no se había mencionado nada de una posible relación entre los dos hechos.
—Por supuesto. Mi fuente en el FBI es de absoluta confianza. Puede ser el reportaje de tu vida, Kate.
La voz de Davies le retumbó en la cabeza durante algunos segundos. El reportaje de su vida. Su intención no era seguir ejerciendo como periodista eternamente. Ella era criminóloga y esperaba encontrar trabajo como tal lo antes posible. Por suerte, había tomado un curso de periodismo mientras estudiaba en Sarasota; esa capacitación sumada a que se le daba bien la escritura le habían servido para obtener el puesto en el periódico. No era lo que le apasionaba hacer, pero necesitaba pagar la renta a fin de mes.
Cuando Ross Davies pretendió pasar del plano laboral al personal, Kate se excusó con él y cortó.
Se colocó las gafas y se acomodó frente al ordenador.
La prensa aún no contaba con mucha información sobre el homicidio. Leyó varias publicaciones on-line, pero en ninguna de ellas se hacía mención a los detalles que le acababa de revelar Davies. Buscó los obituarios. La despedida de los restos mortales de Bonnie Trevors se había organizado para esa misma tarde. Echó un vistazo a su agenda: no tenía nada pendiente, así que pediría la tarde libre.
No hubo necesidad de pensarlo demasiado: iría a Montclair y asistiría al funeral.
* * *
Craig llevaba caminando en círculos desde hacía por lo menos diez minutos. Restregaba las manos frenéticamente. Las paredes de la celda le parecían más sofocantes que nunca y solo acrecentaban su ansiedad. Desvió la mirada hacia la puerta; Troy, el guardia que cada mañana le alcanzaba los periódicos, estaba tardando más de lo previsto.
Contuvo el aliento cuando escuchó el ruido del mecanismo que abría las celdas. Se detuvo frente a la puerta y se acomodó las gafas.
Troy entró y le hizo señas de que se apartara, no porque tuviese miedo de que le hiciera algo: era parte del protocolo de seguridad. Dejó el paquete encima de la mesa y se marchó.
Craig rompió el papel y buscó el ejemplar del Burke Herald entre la media docena de periódicos que recibía a diario.
Pasó las páginas rápidamente, para buscar la sección de crónicas policiales en la que Themis publicaba sus artículos. El rostro le empalideció cuando descubrió que volvía a referirse a la contaminación del río Pamunkey y a la demanda que había interpuesto la tabacalera en contra de la organización gubernamental que los había denunciado. Arrancó el artículo y lo estrujó hasta hacerlo un bollo; luego lo arrojó en un rincón de la celda. Se llevó ambas manos a la cabeza, apoyó los codos en la mesa y apretó los dientes. Iba a ponerse de pie. Fue entonces cuando un titular atrajo su atención.
“Crimen y misterio en Montclair.”
Le quitó las arrugas al papel y separó la página. Ya no había rabia ni frustración en sus ojos, solo un leve brillo de excitación.
* * *
El autobús se detuvo en Caton Hill, y Kate se asomó por la ventana. Era la primera vez que visitaba Montclair a pesar de que la pequeña ciudad ubicada al noreste del estado estaba a tan solo media hora de Burke. Lo primero que hizo al bajarse fue enroscarse la bufanda alrededor del cuello. Había viento y, por el tono oscuro de algunas nubes, era muy probable que se largase a llover de un momento a otro. Había guardado todos los datos concernientes al funeral en su móvil; no tenía mucho tiempo, además, parecía que no iba a ser sencillo encontrar un taxi a esa hora. Avanzó unos cuantos metros y entró en un bar. Un sujeto con un pañuelo atado en la cabeza se encontraba limpiando la barra. La observó y le sonrió. La muchacha le devolvió la sonrisa.
—¿Qué puedo hacer por ti, rubia? —preguntó al tiempo que se echaba el paño al hombro.
—No soy de aquí y necesito saber cuál es el camino más corto hacia el cementerio. Debo llegar a un funeral en veinte minutos. —Dejó el morral encima del mostrador y se acomodó en el taburete.
El barman lo miró algo extrañado.
—¿No tiene gps tu auto?
—No tengo auto —respondió—. Acabo de bajarme del autobús.
—¿De dónde eres?
—Burke.
—¿Vienes al funeral de Bonnie Trevors?
Kate asintió.
—Yo la conocía, ¿sabes? Solía venir a veces con su grupo a pasar el rato. —Dejó escapar un suspiro. En el rostro se le evidenciaba una gran desazón—. Es terrible lo que le han hecho. Montclair siempre ha sido un sitio tranquilo y, de repente, nos desayunamos con la noticia de que anda un asesino suelto. Lo más terrible es pensar que alguien de aquí pudo haberlo hecho. ¿Tú también conocías a Bonnie?
—No.
—¿Eres periodista? Últimamente han aparecido muchos por aquí haciendo preguntas.
—Lo soy. ¿Podrías indicarme cómo llegar al cementerio, por favor?
—No está muy lejos, pero si quieres te puedo pedir un taxi.
—Te lo agradecería mucho.
—¿Te sirvo algo mientras esperas?
—Sí, un zumo de naranjas. —Apoyó los brazos encima del mostrador y observó al barman mientras hablaba por teléfono. Cuando regresó, se aprovechó de su buena predisposición para hablar.
—El taxi estará aquí en unos diez minutos.
—Gracias. —Bebió un poco y le sonrió—. Dime, ¿cuándo estuvo Bonnie en el bar por última vez?
—La semana pasada, el día antes de que desapareciera; el jueves. Vino con un par de amigos, un chico y una chica, aunque ella se fue temprano esa noche.
—¿Notaste algo inusual en ella?
Negó con la cabeza.
—¿Alguna vez vino con alguien que no pertenecía a su círculo de amigos?
—Hace un par de semanas, ella estaba por entrar al bar y un sujeto la detuvo. Debía de conocerlo porque estuvieron charlando un rato y luego se fueron juntos.
—¿Lo conocías?
—No lo había visto en mi vida. —Dejó el vaso que estaba secando y señaló hacia el exterior—. Ha llegado tu taxi.
Kate se quedó con ganas de seguir preguntándole. Se levantó y sacó la billetera.
—¿Cuánto te debo?
—Invitación de la casa, rubia —le dijo, guiñándole el ojo.
Ella le sonrió antes de abandonar el bar.
Cuando llegó al cementerio, el funeral ya había comenzado. Una gran cantidad de personas se había arremolinado alrededor de la familia Trevors. Frente al féretro, un sacerdote de voz áspera y expresión impertérrita trataba de dar consuelo a través de sus palabras.
Kate se paró junto a un grupo de jovencitas que, supuso, serían las amigas de Bonnie. Una en especial llamó su atención. Llevaba ropa oscura como las demás, pero no dejaba de llorar. A Kate se le hizo un nudo en la garganta. Por un instante se vio a ella misma, trece años atrás. Alguien le rozó el hombro y ella se movió porque estaba obstruyéndole el paso.
Un hombre alto, elegantemente vestido pasó a su lado. Se ubicó unos metros más adelante. Tuvo la sensación de que no era la primera vez que lo veía. Cuando se quitó las gafas y pudo verle el rostro, lo reconoció de inmediato.
Era Jon Kellerman.