Capítulo 8

—¿Hubo suerte con el exnovio de la víctima? —preguntó Caleb no bien Kellerman puso un pie dentro de la sala de reuniones.

Negó con la cabeza y ocupó su puesto.

—¿Alguna novedad?

Sheena se estiró por encima de la mesa tanto como su abultado vientre se lo permitía y le entregó el informe de la autopsia.

—El examen patológico confirmó que la hora del deceso se produjo en algún momento entre las doce y las dos de la madrugada del mismo viernes.

—Es decir, que la asesinaron poco después de secuestrarla —puntualizó Jon echando una rápida mirada a las fotografías.

—Sí. La zona es poco concurrida, por eso su cuerpo fue hallado recién el domingo a las siete de la mañana. No hay cámaras de vigilancia y hasta el momento no se ha presentado ningún testigo —agregó Meredith.

Jon se mesó el flequillo hacia un costado.

—¿Qué hay del sujeto que halló el cuerpo?

—Arnold Hiltz. Según su testimonio, se estaba dirigiendo a la casa de la madre. Se detuvo a orinar y fue cuando descubrió el cuerpo —informó Caleb—. Está limpio. Ni siquiera tiene una infracción de tránsito.

—Ya sé que no se ha podido comprobar si Bonnie fue violada, pero, por si acaso, he revisado la base de datos de delincuentes sexuales que viven en la región —anunció Sheena—. Dos de ellos estaban a más de trescientos kilómetros de Montclair la noche en la que desapareció. —Miró la lista de nombres nuevamente—. El tercero, Finn Jankow, está en libertad bajo palabra. Vive en un complejo de habitaciones bajo la supervisión del estado las veinticuatro horas del día. Trabaja en una fábrica, pero regresa todas las noches a las siete de la tarde. He hablado con su oficial de libertad condicional y asegura que Jankow estaba durmiendo en su cama la noche del viernes.

Aquellos datos también echaban por tierra la posibilidad de que Bonnie hubiese sido víctima de un crimen al azar.

Se escuchó un pitido.

Meredith abrió un archivo en su laptop y les señaló que prestaran atención a la pantalla virtual ubicada a sus espaldas.

—Acabo de recibir el registro de llamadas del móvil de Bonnie. La noche de su desaparición, recibió un mensaje de texto. —Agrandó la imagen—. “No tardes.” Lo recibió a las ocho y veintidós minutos.

Jon buscó entre las carpetas abiertas encima del escritorio y apartó uno de los papeles. Tras leerlo, manifestó:

—Conrad Trevors declaró que Bonnie salió de su casa cerca de las nueve porque había decidido ir a la fiesta en casa de Sally MacIntyre. Al menos eso es lo que les dijo. —Se puso de pie y se plantó frente a la pantalla virtual—. Supongamos que no iba a reunirse con sus amigas, sino a verse con la persona que le envió el mensaje de texto. ¿Has podido rastrear la llamada?

—Seguramente es un teléfono descartable —repuso Caleb con pocas esperanzas.

—Te equivocas —dijo Meredith con una sonrisa—. Tenemos el número y hemos logrado localizarlo.

Les mostró un mapa de la región en donde titilaba un punto en verde.

—¿Dónde está exactamente? —preguntó Jon.

—En Fairfax, a unas cuatro millas de Burke.

Se hizo un silencio generalizado. Cada nueva pista que surgía en la investigación parecía apuntar al crimen de Livy Giordano. Jon apretó la mandíbula y se quedó mirando el punto verde durante un largo rato. Se dirigió rápidamente en dirección a la puerta y, sin mirar atrás, dijo:

—Hablaré con el juez para que pida una orden de allanamiento. Yo mismo comandaré el operativo.

Apenas abandonó la sala de reuniones, Sheena soltó el aire contenido en sus pulmones y se recostó en una silla.

—Creo que este caso está afectando realmente a Jon.

—No es para menos —adujo Meredith—. Fue él quien envió al asesino de Livy Giordano tras las rejas hace trece años. No debe de ser fácil descubrir ahora que quizá cometió un error. Y no olvidemos el mensaje que le dejó el asesino de Bonnie. Es obvio que buscaban involucrarlo en la investigación.

Sheena asintió.

—He estado leyendo los archivos del caso. Todo señalaba a Craig Shadows. Se halló su adn en el cuerpo de la víctima, una testigo afirmó haberlo visto con Livy la misma noche que desapareció. Ningún jurado hubiese dudado en declararlo culpable.

—Sí. —Meredith hizo una pausa—. Yo también he leído algo del caso, y no podemos pasar por alto el hecho de que Craig Shadows siempre proclamó su inocencia y que apeló su sentencia en varias oportunidades.

—Sin éxito —acotó la embarazada, percibiendo cierta vacilación en su compañera. —En su primera declaración, aseguró que esa noche no había visto a Livy. Después, cuando lo confrontaron con los resultados del adn, viéndose con el agua al cuello, no tuvo más remedio que confesar que sí había estado con ella esa noche. Además, la testigo estrella de la fiscalía, la hermana de la víctima, terminó por enterrarlo.

Caleb las escuchaba en silencio, perdido en sus propios pensamientos.

En la época en la que había ocurrido el homicidio de Livy Giordano él apenas llevaba un par de años en la academia. El caso había atraído el interés de la población de inmediato y, mientras había durado la investigación, no se había hablado de otra cosa. Incluso, la trágica muerte de la muchacha había hecho olvidar a muchos la pésima performance que habían tenido los Wizards de Washington en el último tramo del campeonato. Finalmente, el caso se había cerrado con un culpable tras las rejas, y el equipo de básquetbol parecía haberse encaminado nuevamente hacia la gloria gracias a la posible llegada de Michael Jordan como Presidente de Operaciones de la institución deportiva.

El teléfono interrumpió sus cavilaciones.

—Caleb Schwarz.

—Hola, cariño. —Se incorporó de un salto cuando reconoció la voz de Deirdre.

—Hola —respondió mientras miraba de soslayo a sus colegas. Tanto Sheena como Meredith lo conocían lo suficiente como para darse cuenta de que el rompecorazones más famoso del FBI acababa de recibir una llamada de su nueva “víctima”,

Lentamente se levantaron de sus sillas y lo dejaron para que hablara a gusto.

 

* * *

 

Jon le quitó el seguro al arma reglamentaria y acercó el micrófono inalámbrico a su boca. Junto a él, dos agentes se preparaban para seguir sus instrucciones. El tercero, se encontraba dentro de una furgoneta estacionada a unos pocos metros, monitoreando la señal.

—Bien, lo escucho, agente Dudek.

—El objetivo se encuentra a unos doscientos metros, señor. Sigan derecho hacia el edificio que está junto al callejón.

Avanzaron lentamente bajo una lluvia casi torrencial. Jon iba al frente, seguido por los otros dos agentes. El hecho de que hubiese poco movimiento jugaba a su favor. Ignoraban con lo que se iban a encontrar y no querían a civiles involucrados en un posible tiroteo. Cuando alcanzaron el edificio, se detuvieron. Jon le hizo señas al agente que iba detrás de él para que se posicionara al otro lado de la calle. El hombre rápidamente se ocultó detrás de una columna de concreto. Desde su ubicación, podía ver más allá del edificio, en dirección al callejón. Observó a su jefe, esperando con impaciencia una señal de su parte.

—¿Qué es lo que ves? —le preguntó a través del intercomunicador.

—Hay un grupo de cuatro personas. Parecen ser indigentes —le indicó.

A Kellerman todo aquel asunto empezaba a olerle muy mal.

—¿Notas algo sospechoso?

El agente, tras observar el panorama durante unos cuantos segundos, negó con la cabeza.

—Bien. Paxton y yo avanzaremos. Usted nos cubrirá las espaldas, ¿entendido agente Rosenthal?

—Sí, señor.

Jon apretó el arma con fuerza y corrió hacia el callejón. Paxton rápidamente se colocó a su lado.

—¡FBI, al suelo! —gritó apuntando con la pistola.

Los cuatro hombres obedecieron arrojándose sobre el pavimento mojado. Pronto el agente Rosenthal se les unió.

—Dudek, dígame el punto exacto de la señal —ordenó Kellerman.

—No más de un par de metros de donde usted se encuentra.

Jon enfundó la pistola, luego miró alrededor. Solo había un enorme contenedor de basura al final del callejón. Posó los ojos en los cuatro indigentes. Aún restaba una posibilidad. Se arrodilló y comenzó a registrar a uno de ellos. Pronto, los otros dos agentes hicieron lo mismo.

—¡Señor! —Paxton extendió el brazo, mostrándole un teléfono móvil—. Lo tenía oculto dentro de sus botas.

Jon se acercó y ayudó al indigente a levantarse del suelo. Era evidente que estaba borracho, apenas podía sostenerse en pie.

—¿Cómo has conseguido el teléfono?

El hombre se rehusó a contestarle.

—¡Responde! —le gritó sujetándolo por el cuello del abrigo.

—¡Lo encontré allí la otra noche! —Señaló el contenedor de basura—. ¡No se lo he robado a nadie!

Jon lo soltó cuando se dio cuenta de que aquel pobre miserable le estaba diciendo la verdad. La pista no los había conducido a ningún lado.

—Paxton, que el laboratorio examine el teléfono —ordenó—. Pide también que envíen a los forenses. Tal vez tengamos suerte y encontremos evidencia física que nos lleve hasta nuestro sospechoso.

Minutos después, entró en la furgoneta y se dejó caer en el asiento. La frustración se reflejaba en el rostro de Kellerman y en el de los demás agentes. Todos tenían la fuerte sensación de que el asesino les llevaba mucha ventaja.

Dudek intentó entablar una charla con él mientras el vehículo se ponía en marcha.

Solo obtuvo silencio.

 

* * *

 

Kate trataba de concentrarse en la lectura, pero era inútil. Arrojó la última novela de Patterson encima del sillón y se arrebujó en un rincón con la intención de dormir un rato. Había faltado al periódico alegando que no se encontraba muy bien, sin embargo, comprendió de inmediato que encerrarse en su casa no le devolvería el sosiego. Seguía sin poder quitarse a Jon Kellerman de la cabeza. También la rondaba la idea de investigar el homicidio de Bonnie Trevors después de lo que le había comentado Ross Davies. Sabía que tenía que consultarlo con su jefe, porque, aunque tenía cierta libertad para tratar los temas que quisiera, siempre prefería contar con su aprobación.

Encendió la televisión, aunque tampoco tenía ganas de ver nada.

Se peinó el cabello con los dedos. Lo llevaba corto desde hacía tanto tiempo que no recordaba qué se sentía tenerlo más allá de los hombros. De niña solía llevarlo recogido en una cola de caballo o en elaboradas trenzas que eran la envidia de sus amigas. Dejó escapar un suspiro. Livy adoraba cepillarle el cabello por las noches, antes de irse a dormir. Ahora que lo pensaba, quizá esa era la razón por la cual había decidido cortárselo, porque Livy ya no estaba para peinarla.

Se levantó de un salto y recogió el libro. No eran las siete todavía, pero se metería en la cama. Deseaba que aquel día terminase de una buena vez.

Alguien llamó a la puerta y desbarató sus planes. Se apretó el nudo de la bata y fue a ver quién era. Por la mirilla descubrió a Elliot con una expresión de impaciencia en el rostro. Titubeó durante un segundo antes de abrir. No habían acordado encontrarse ese día. ¿O sí lo habían hecho y ella lo había olvidado? La verdad era que no tenía muchas ganas de verlo. Seguramente en la redacción le habían dicho que no se sentía bien, así que tampoco podía dejar que siguiera creyendo que no había nadie en casa.

Tomó el picaporte y abrió la puerta.

—Hola, cariño. ¿Cómo te encuentras? —Elliot entró tan rápido que Kate no tuvo tiempo de reaccionar cuando él la sujetó de la cintura y la abrazó con fuerza.

—Bien, un poco mejor —respondió al tiempo que intentaba soltarse—. ¿Cuándo has llegado de Washington?

—Hace un par de horas. Apenas supe que estabas enferma, vine a verte. —La observó de arriba abajo, deteniéndose un momento en el escote abierto de la bata, luego agregó—: yo te veo estupenda.

A él no iba a poder engañarlo.

—Necesitaba salir temprano del trabajo, eso es todo —confesó.

Elliot le rozó la mejilla.

—¿Qué sucede?

—No quiero hablar del asunto.

Los dedos de él descendieron por el cuello de la muchacha.

—¿Qué deseas hacer entonces?

Kate no dijo nada. Tampoco protestó cuando Elliot la asió de la cintura y la condujo hasta el sofá. Hizo que ella se sentara primero, después se ubicó enfrente. Con una mano le desató el nudo de la bata mientras que con la otra le masajeaba la nuca con suaves movimientos circulares.

Lentamente, Kate fue relajándose. Cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás. Él se acercó y la besó en el cuello. Levantó una pierna cuando Elliot comenzó a acariciar la parte interna de su muslo.

El pie de Kate apretó accidentalmente el control remoto, provocando que el volumen del televisor subiera varios decibelios.

“Los manifestantes se hicieron presentes esta tarde en las afueras de la prisión de Greensville donde Craig Shadows se encuentra cumpliendo una condena por homicidio en primer grado. Según pudimos averiguar, quien encabeza la marcha es Lana Hudson, la novia del convicto.”

Kate abrió los ojos y clavó la mirada en la pantalla del televisor. Elliot seguía acariciándola, ajeno a todo lo que ocurría a su alrededor.

“—¿Señorita Hudson, qué es lo que pretenden conseguir manifestándose de esta manera?

—Lo único que pedimos es que se revea la situación de Craig. Mi novio es inocente y será castigado por algo que no hizo. La ejecución se llevará a cabo en menos de un mes y nos estamos quedando sin tiempo. Alguien tiene que oírnos.”

Después de hablar, la mujer mostró un cartel a la cámara.

“Craig es inocente.”

Lana Hudson no estaba sola. Entre la pequeña multitud que se había apostado frente a la prisión, Kate reconoció a Bradley Shadows. Él también sostenía una pancarta en defensa de su hermano. Mientras la lente de la cámara se fue alejando, los manifestantes comenzaron a gritar clamando por la inocencia de Craig Shadows.

Se sacó a Elliot de encima de un empujón.

—¿Kate, qué tienes?

Ella se levantó de un salto, sin siquiera mirarlo.

—Vete, Elliot. Quiero estar sola.

El periodista observó cómo Kate subía corriendo las escaleras. Cuando escuchó cerrarse de un golpe la puerta de su habitación, supo que lo único que le quedaba por hacer era marcharse.