Capítulo 14

Miércoles 26 de septiembre.

A diecinueve días de la ejecución.

 

Jon se bajó del auto y cruzó la calle en dirección a la casa de Kate. Se peinó el cabello con los dedos, comprobó si su aliento estaba fresco soplando en la palma de la mano y, por último, se enderezó la corbata. Cuando estaba a punto de llamar, la puerta se abrió de repente.

Kate todavía no estaba lista. Tenía una toalla en la cabeza y llevaba puesta una enorme bata color azul.

Miró el reloj.

—¿Llegué demasiado temprano? —preguntó.

—No, me quedé dormida. —Se hizo a un lado para permitirle el paso—. Entra, estaré lista en unos minutos. Hay café recién hecho si te apetece.

—Me encantaría.

La siguió a través del salón. Ella iba descalza y se movía rápidamente. La bata se le caía un poco hacia atrás y le revelaba la curva de los hombros. Jon dedujo que no era suya. El dueño debería de usar al menos un par de tallas más. Asumió que le pertenecía al tal Fraser.

—Hay panecillos en la alacena —le dijo mientras le servía el café—. Iré a terminar de arreglarme, regreso enseguida. ¿Tenemos tiempo, no?

Jon se sentó en la banqueta y se desabrochó el botón de la chaqueta.

—Tranquila, Westmore, de Recursos Humanos, nos espera a las diez.

Kate asintió.

—¿Fue fácil convencer a tu jefe de que me contratara?

Él no respondió enseguida.

—La verdad es que, cuando supo que eras la hermana de Livy, se negó rotundamente. —Notó la ansiedad en el rostro femenino—. Me recordó el reglamento y terminó soltándome un par de reprimendas, sin embargo, logré convencerlo de que tu incorporación no perjudicaría el caso. Obviamente, no le mencioné nada de Themis. Necesitamos refuerzos en la unidad y el hecho de que te especialices en delitos sexuales jugó a tu favor. Le hablé de tu excelente promedio y de tus ganas de ejercer como criminóloga —añadió haciendo referencia a sus propias palabras. Bebió un poco de café.

Sonrió aliviada. Le reconfortaba saber que, tal vez muy a su pesar, Jon había intercedido por ella.

—Eso sí, me mantendrás al tanto de cada uno de tus movimientos para evitar problemas —le advirtió.

—Me parece bien —concordó.

—¿Puedo confiar en que no cometerás ninguna locura? Si Griffin se entera de lo de Themis, no dudará ni un segundo en apartarte del caso y denunciarme a mí a Asuntos Internos.

—No te preocupes, Jon, jamás haría nada que te perjudicase —lo tranquilizó.

—Lo sé, pe… —se detuvo de repente. Iba a llamarla “pequeña” como en los viejos tiempos. Dejó la taza encima de la mesa y la miró. Kate ya no era una niña, ahora tenía frente a él a una mujer vehemente, obstinada y, tenía que reconocerlo, completamente fascinante.

Se instaló entre ambos un silencio bastante incómodo.

—Será mejor que termine de arreglarme. —Kate giró rápidamente y desapareció por la puerta de la cocina.

Jon esbozó una sonrisa. No era muy avezado en asuntos de faldas, aunque los años que llevaba trabajando en la Unidad de Ciencias de la Conducta le permitían interpretar un gesto o descifrar una mirada. Terminó el café y decidió esperar a Kate en la sala.

 

* * *

 

Escaleras arriba, Kate se enfrentaba a un gran dilema. Sobre la cama había colocado sus tres mejores tailleurs y le costaba decidir cuál llevar. Era su primer día en el FBI y no quería desentonar con los demás. Cuando se dio cuenta de que estaba tardando más de la cuenta, tomó el conjunto beige, se paró frente al espejo y se lo probó por encima. Conforme con su imagen, optó por ponérselo. Se peinó el cabello hacia atrás, lo fijó con un poco de gel para que no se le viniera a la cara y se maquilló apenas. Metió lo necesario en el bolso y, antes de abandonar la habitación, se miró una última vez en el espejo.

Iba bajando las escaleras cuando escuchó la voz de Jon hablando por teléfono.

—Iba a llamarte hoy mismo, Erin.

Kate aminoró el paso.

—Sé que sonará a excusa, pero estoy en medio de una investigación complicada y no he tenido tiempo —dijo saliendo de la cocina en dirección a la sala.

Kate se ocultó detrás de la pared para evitar que la viera y, aunque sabía que no estaba bien escuchar la conversación de Jon con la tal Erin, paró bien la oreja.

—¡No serías capaz! —exclamó él antes de soltar una carcajada—. Por supuesto que me encantará verte.

¿Quién sería Erin? Por la forma en la que le hablaba, era evidente que tenía una relación estrecha con ella.

—Avísame a qué hora llega tu vuelo, así paso a recogerte. —Hizo una pausa—. Hasta pronto.

Kate observó cómo Jon se quedaba contemplando el móvil durante unos cuantos segundos antes de guardarlo en el bolsillo de los pantalones. Se sintió algo tonta, así que salió de su escondite y se acercó.

Jon se volteó.

—¿Estás lista?

Ella asintió.

—¿Tienes auto?

—No, odio conducir —respondió yendo hacia la salida. Junto a la puerta, tomó el paraguas, porque se esperaban lluvias nuevamente—. Prefiero moverme en bicicleta, aunque en esta época del año, no me queda más remedio que usar el metro o tomar un taxi.

La miró de arriba abajo. Dudaba de que con aquella falda estrecha pudiese montarse encima de una bicicleta.

El viaje a Prince William no les llevó más de cuarenta minutos, tiempo en el cual Jon aprovechó para ponerla al tanto de lo que sucedería una vez que se integrase a la Unidad de Ciencias de la Conducta y, sobre todo, le habló de quiénes serían sus compañeros. Así, Kate se enteró de que Sheena, la otra criminóloga del grupo, estaba a punto de convertirse en madre y los abandonaría en pocos días más.

Kate esperaba oír el nombre de Erin de un momento a otro, pero eso nunca sucedió.

Llegaron a Quantico justo cuando empezaba a llover. El estacionamiento no tenía techo, así que Jon se bajó primero y corrió hasta el lado del pasajero. Ayudó a Kate a descender del vehículo y se colocó junto a ella debajo del paraguas.

Kate se sintió más incómoda por su proximidad que por el hecho de caminar ligero bajo la lluvia con sus zapatos de tacones altos. Jon pareció darse cuenta de que estaba yendo demasiado rápido, así que redujo su andar.

Una vez dentro del edificio, Jon la acompañó a la oficina de Recursos Humanos y la esperó en el pasillo. Unos cuantos minutos más tarde, Kate salió sonriendo. Prendida en la cintura de la falda llevaba su placa. En la mano derecha sostenía una Glock de veintidós milímetros.

—Supongo que sabrás usarla —bromeó Jon.

—Cuando estaba en Sarasota, asistía al polígono una vez a la semana —respondió mientras guardaba el arma dentro del bolso—. El reclutamiento no será oficial hasta que me entreguen mi identificación. Le proporcioné a Westmore una fotografía. Me dijo que estará lista en un par de días. No pensé que fuera todo tan rápido: cuando entré, ya tenía la placa y el arma preparadas —comentó.

—Fui yo quien pedí que aceleraran los trámites. No quería perder más tiempo —afirmó.

Kate esbozó una sonrisa.

—Gracias por lo que has hecho, Jon.

No dijo nada, solo se quedó mirándola. El murmullo de gente acercándose sirvió para poner fin a aquel momento cargado de tensión que, una vez más, se había suscitado entre ambos.

Jon la condujo al área donde funcionaba la Unidad de Ciencias Forenses y, cuando entraron al recinto, tanto Caleb como Meredith dejaron lo que estaban haciendo y se voltearon para observar a la recién llegada.

Kate tuvo la fuerte sensación de que estaba siendo estudiada.

—Chicos, les presento a Kate Giordano. A partir de hoy trabajará con nosotros. —Le puso una mano en la cintura y le dio un pequeño empujón.

—¿Giordano? ¿Eres esa Kate Giordano? —preguntó Caleb bajando un poco la cabeza para mirarla por encima de las gafas.

Ella asintió.

—Griffin aceptó que se uniera a la investigación, a regañadientes, eso sí. ¿Algún problema con eso, Schwarz?

—No, claro que no. —Sonrió nervioso.

Meredith se acercó y le dio a Kate un abrazo de bienvenida para solidarizarse con ella.

—Soy Meredith, es un placer conocerte. —La soltó y la contempló. Echó una mirada fugaz a Jon. ¿Es que ella era la única que veía el increíble parecido que había entre la hermana de Livy Giordano y Erin Campbell?

Caleb también se acercó y le tendió la mano.

—Caleb Schwarz. Bienvenida a Quantico, Kate.

Ella estrechó suavemente la mano masculina.

—El placer es mío —en ese momento se dio cuenta de que había estado apretando la correa de su bolso con tanta fuerza que los nudillos de los dedos se le habían puesto blancos.

—Meredith te mostrará luego dónde está tu oficina —le informó Jon.

Kate sonrió para sus adentros. Tendría su propia oficina en el FBI. Todavía no lo podía creer. Si se hubiese atrevido, le habría pedido a cualquiera de los tres que la pellizcara para comprobar que no estaba soñando.

—Siéntate. Lo primero que haremos es ponerte al tanto de cómo va la investigación. —Se dirigió a Caleb—. ¿Han llegado ya los archivos del 99?

—Sí, están allí —señaló unas cuantas cajas apiladas en un rincón—. Para nuestra desgracia, nadie se preocupó por digitalizar el caso y ahora nos toca revisar todo a mano.

—Creo que lo más prudente es que tú le eches un vistazo al expediente de Bonnie Trevors —sugirió Jon a Kate—. Nosotros podemos encargarnos del de Livy.

Ella estiró los brazos encima de la mesa.

—Jon, agradezco que quieras protegerme, pero estoy aquí como criminóloga especializada en delitos sexuales y no como la hermana de Livy.

—¿Estás segura?

—Completamente. Es la primera oportunidad que tengo de demostrar que puedo ser una buena profesional, por lo tanto, no quiero ninguna clase de privilegio —afirmó bajo la atenta mirada de los demás.

Fue el mismo Jon quien le alcanzó el expediente con el informe de la autopsia de Livy, pero antes retiró disimuladamente las fotografías. Gesto al cual Kate respondió con una sonrisa. Luego se dedicó a leer el documento. La imagen de la silueta humana mostraba tres lesiones fundamentales: una contusión en la mejilla derecha, desgarros en la zona genital y las marcas de la cuerda de guitarra alrededor del cuello. El cuerpo también presentaba unas cuantas marcas en las muñecas.

—Hay signos de abrasiones en los miembros superiores —puntualizó dejando el papel encima de la mesa para que todos lo vieran. Se dirigió a Jon—. ¿Se pudo establecer si son del mismo tipo que presentaba el cadáver de Bonnie Trevors?

Caleb se apresuró a buscar el reporte de la autopsia de la muchacha y lo leyó.

—Según el experto, a Bonnie la maniataron con una soga de nylon.

Kate echó un vistazo a la carpeta en la que estaban guardados los resultados de todas las pericias que se le habían hecho al cuerpo de su hermana.

—Livy no tenía marcas de ataduras, solo cardenales en ambas muñecas. En algún momento del ataque, el agresor la sujetó con fuerza. Sé que mi hermana se habría defendido con uñas y dientes, por eso, el sujeto tuvo que darle un golpe para poderla dominar. —Señaló la lesión que Livy tenía en el rostro—. Generalmente, el asalto sexual es un crimen de violencia en el que las víctimas son elegidas por su vulnerabilidad. Pocas veces se trata de satisfacer una necesidad sexual; lo que el agresor realmente busca es controlar a la víctima y ejercer un poder absoluto sobre ella. Lo que lo excita es el sufrimiento.

—Por eso elige una muerte lenta y dolorosa —intervino Jon.

—Exacto. Además hay algo más siniestro. Estrangular para él es un acto íntimo, en donde puede mirar directamente a los ojos de su víctima mientras le quita la vida.

—Entonces los moretones en las muñecas de Livy y Bonnie no coinciden. —Jon esbozó una sonrisa—. Otro punto a nuestro favor.

Todos asintieron. No sabían si aquel pequeño descubrimiento los llevaría a resolver el caso, aun así, era un detalle más que se sumaba a los que ya tenían y que ayudaba a echar por tierra la teoría de que ambos homicidios habían sido cometidos por la misma persona.

De repente, Kate pidió ver las declaraciones que habían tomado tras el asesinato de Bonnie Trevors. Las leyó con cuidado. Jon notó que buscaba algo.

—¿Nadie habló con el sujeto del bar que frecuentaba Bonnie?

—¿Qué sujeto? —preguntó Jon frunciendo el ceño.

—El día del funeral de Bonnie, estuve en Montclair. Entré por casualidad en un bar. Resulta que el barman la conocía y me dijo que un par de semanas antes de que desapareciera, la había visto con un hombre fuera del local. Me aseguró que no pertenecía al grupo de amigos con los que solía reunirse la muchacha.

—Bien. Lo interrogaremos y tal vez obtengamos una descripción del sujeto. Kate y yo iremos esta misma tarde a Montclair —anunció sin siquiera mirarla.

Siguieron revisando los expedientes del caso de Livy. Eran más de una veintena de cajas y les llevaría tiempo analizar todo el material. Pararon solo para almorzar, momento en el cual Meredith aprovechó para mostrarle a Kate su oficina.

—¿Te gusta?

Kate atravesó lentamente el espacio que había entre la puerta y el escritorio. Los tacones de sus zapatos se hundían en la mullida alfombra que cubría todo el piso. Dejó el bolso sobre la butaca y se acercó a la ventana para observar el panorama. No estaba mal: podía divisar el río Potomac desde allí.

—Tienes suerte, yo desde mi ventana solo veo la carretera —comentó Meredith, que seguía de pie junto a la puerta.

Kate giró y le sonrió.

—Es agradable. —Se ubicó detrás del escritorio. Había un moderno ordenador que ya estaba encendido, un lapicero de madera y un teléfono.

—En la parte inferior tienes los números de los internos y, en cuanto al ordenador, puedes ingresarle tu propia contraseña —le informó la criminalista acercándose. Puso el bolso de Kate encima del escritorio y se sentó. Parecía que no planeaba irse pronto.

—Gracias. —La muchacha tomó posesión de una silla y miró alrededor. Era un lugar cómodo, pero demasiado formal para su gusto. Pensó entonces en su pequeño cubil en el Burke Herald y en los coloridos adornos de Beth colgando de la pared o esparcidos en el escritorio. Había cumplido su sueño al entrar al FBI, pero, al mismo tiempo, no podía evitar añorar lo que había perdido. Cuando miró a Meredith, notó que la miraba fijamente.

—¿Qué sucede? —se tocó la cara, debajo de los ojos. Quizá la lluvia había arruinado el poco maquillaje que llevaba.

—Perdona, es que más te miro y más veo el parecido.

Frunció el ceño.

—¿De quién hablas? —Sin dudas, había despertado su curiosidad.

—De Erin.

Aquel nombre de nuevo.

—¿Erin?

—Erin Campbell. Estuvo hasta hace poco más de un año con nosotros. Era perfiladora, una de las mejores del país. Se había retirado y estuvo alejada durante cuatro años del FBI. Jon logró convencerla de que regresara para trabajar en un caso, una serie de homicidios en Wichita, Kansas. Allí conoció al que hoy es su esposo y decidió abandonar el trabajo para dedicarse a la familia y a escribir novelas románticas. Creo que Jon aún resiente su decisión.

—¿Eran muy unidos? —preguntó la rubia, interrumpiendo el relato.

—No es secreto para nadie que siempre estuvo enamorado de ella.

Kate se hundió en la butaca. No se esperaba una verdad así. ¿Jon amaba a la tal Erin? Su extraño comportamiento cuando había hablado por teléfono con ella parecía confirmar esa teoría; sin embargo, Meredith también acababa de decirle que la tal Erin estaba casada. ¿Habría sido su amor no correspondido el culpable de que Jon todavía siguiese soltero?

—Por eso, cuando te vi entrar en el salón de asambleas acompañando a Jon, me pareció que el tiempo volvía para atrás.

—¿De verdad me parezco a ella? —Se incorporó despacio. Deseó en ese momento tener a Erin Campbell enfrente para comprobar si era cierto.

—Mucho —contestó Meredith—. Jon tiene una fotografía de ella encima del escritorio. Solo tienes que ir hasta su oficina y verás que no desvarío.

—No es necesario. Tengo entendido que ella vendrá a Virginia. Oí a Jon decir que la pasaría a recoger por el aeropuerto.

Meredith sonrió.

—Estupendo, será bueno volver a verla después de tanto tiempo. ¿No sabes cuándo llega?

Kate negó con la cabeza. No iba a reconocer que había obtenido la información de manera “clandestina”. Para animarse un poco, aceptó la invitación a almorzar de Meredith. Necesitaba un respiro antes de volver a meterse de lleno en los homicidios.