Capítulo 29

—¡Jon, suéltame! —gritó Kate intentando zafarse.

La sujetó por la espalda para evitar que se soltara, pero ella se retorcía con tanta fuerza que creyó que terminaría por derribarlo.

—¡Kate, no!

—¡Déjame, por favor! —le suplicó sollozando como una niña.

Atrajo su cabeza hacia él para evitar que mirara el cuerpo sin vida de Daryl. Kate pataleó y gritó hasta que ya no pudo más. Poco a poco, el llanto se fue convirtiendo en un débil sollozo. Jon le masajeó la nuca para ayudarla a calmarse. Tenía que sacarla de allí cuanto antes. Tras asegurarse de que no intentaría correr hacia su hermano, la apartó un poco y la miró.

—Debemos marcharnos.

Ella negó con la cabeza.

—Te lo suplico, Jon. Déjame verlo.

Kate no merecía quedarse con aquella imagen en la retina, sin embargo, sabía que no tenía derecho a impedírselo. Muy a su pesar, la soltó.

Ella caminó lentamente hacia el fondo de la sala de máquinas. A medida que avanzaba, trataba de aturdir su mente con recuerdos bonitos de Daryl. Su primera comunión; el campeonato de ajedrez que había ganado con la escuela; la última fiesta de cumpleaños que había dejado que le festejaran. Se arrodilló a tan solo unos pocos centímetros del cadáver. Las lágrimas le nublaban la vista. Detuvo su mirada en las zapatillas. Se las había regalado ella la última Navidad. Llevaba sus pantalones vaqueros favoritos. Estaban viejos y gastados, pero él los adoraba. Siguió recorriendo con la mirada lo que quedaba de su hermano. Tenía una camiseta oscura con una sola inscripción en el pecho: Monarchkey. Tocó la tela. Era similar a las que él diseñaba, sin embargo, notó algo inusual. Tal vez era porque la palabra parecía estar mal escrita.

Respiró hondo y le contempló el rostro. Se inclinó sobre él y llevó hacia atrás un mechón que le caía en la frente. Trató de no prestar atención a la espuma blanca que se le había pegado a la boca. Bajó la mirada y vio el cinturón atado alrededor del brazo. Se negaba a aceptar que la maldita heroína finalmente se lo hubiese arrebatado.

Sintió que Jon se acercaba.

—Kate, vámonos. Acabo de llamar al forense. No tardarán en llegar.

—¿Qué les voy a decir a mis padres? —le preguntó levantando la cabeza hacia él.

Jon sabía que ella era fuerte, que podía enfrentarse a un monstruo como Craig Shadows o a un exnovio borracho con la intención de violarla. Sin embargo, dudaba de que pudiera soportar una tragedia. Imaginarse la reacción de los Giordano al enterarse de lo sucedido, le estrujaba el corazón.

Kate depositó un beso en la frente todavía tibia de su hermano y, con la ayuda de Jon, se puso de pie.

 

* * *

 

Viernes 5 de octubre.

A diez días de la ejecución.

 

A la mañana siguiente, y para sorpresa de todos, Kate se presentó en Quantico para acompañar a Jon. Recibió las condolencias de sus compañeros y trató de esbozar una sonrisa cuando Meredith le anunció que Sheena acababa de dar a luz a un hermoso varoncito.

Se ubicó en su sitio y esperó que los demás se acomodaran.

—Me ha costado convencer a Jon de que me dejara venir. No podía soportar quedarme en casa sin hacer nada.

Caleb y Meredith se miraron. No era secreto para nadie que Kate estaba viviendo en el apartamento de Jon. A uno de los peritos se le había escapado que él había ido hasta la casa de ella a buscarle algo de ropa y, rápidamente, el chisme se esparció por todo Quantico como reguero de pólvora.

Jon se quitó la chaqueta y se arremangó la camisa. Como conocía a Kate, presentía que no tardaría en preguntar cómo iba la investigación, así que decidió ganarle de mano y evitar que hurgara en detalles escabrosos sobre la muerte de su hermano.

—Wasaki estableció que Daryl murió aproximadamente una hora antes de que lo encontráramos.

Ella ya lo sabía, por eso lo siguiente que quiso saber fue cuál había sido la causa de la muerte.

—Paro cardiorrespiratorio traumático causado por una sobredosis de heroína —respondió Caleb al ver que Jon se había quedado callado—. El forense no pudo determinar si se trató de un accidente o de un suicidio.

—Daryl no se suicidó; tampoco fue un accidente.

Los tres las miraron.

—¿Qué insinúas? —Jon estudió cada uno de sus gestos. Reconocía aquella mirada que ponía cada vez que creía que tenía la razón.

—Daryl estaba hablando por teléfono conmigo cuando alguien lo atacó —afirmó.

—Kate, no puedes estar segura de eso.

—Lo estoy, Jon. Escuché un ruido, luego absolutamente nada. Después, alguien cortó. Puedo jurar que no fue mi hermano.

—No se hallaron evidencias de que hubiese alguien más con en el lugar —adujo Jon tratando de hacerle ver que estaba equivocada—. No digo que Daryl se haya suicidado, Kate. Me inclino por la teoría del accidente.

—Mi hermano ha sido un adicto más de la mitad de su vida. Sabía perfectamente hasta dónde llegar. En sus peores épocas, consumía a diario; probó de todo, desde marihuana hasta crack. Luego empezó a inyectarse heroína. No me cierra que sea un accidente, mucho menos un suicidio. Daryl me había llamado, estaba dispuesto a contarme todo; creo que alguien decidió silenciarlo.

La hipótesis que planteaba la muchacha no era del todo descabellada, sin embargo, no podía sustentarla con pruebas.

Ella estaba a punto de agregar algo más cuando sonó el teléfono. Meredith activó el altavoz.

—Soy Kramer, del laboratorio, estábamos revisando las pertenencias de Daryl Giordano y hemos hallado algo que creo que deberían ver.

—Estaremos allí en un minuto —anunció Jon y se puso de pie.

Kate lo imitó.

—Voy contigo —le anunció.

Sabía que sería en vano tratar de detenerla. Abandonaron la sala de reuniones y se dirigieron hasta el ascensor, ya que el Laboratorio de Rastros se hallaba dos plantas más abajo.

Él se acercó y le acarició el rostro.

—¿Cuándo llegan tus padres?

—Esta noche. —Respiró hondo—. Fue horrible tener que decirles lo de Daryl por teléfono.

—Lo sé, Katie.

Ella lo miró. No le molestaba que la llamara así. Sabía que ya no la veía como a una niña y usaba aquel apelativo como una muestra de afecto.

—Mamá me comentó que Daryl los había ido a visitar el día que me dejó la nota que de decía que iba a sacar unas fotos. Supongo que quiso darles una sorpresa; me tranquiliza que al menos lo hayan visto antes de que muriera.

Jon asintió. Se inclinó un poco y la besó. Fue un beso tierno, pero cargado de emoción. Cuando él la soltó, Kate se recostó en su pecho y cerró los ojos. Habría deseado quedarse allí, en los brazos de Jon, hasta que toda la pesadilla acabara, pero el ascensor se detuvo y tuvieron que separarse.

Ingresaron al laboratorio y, de inmediato, Kramer los condujo a la enorme mesa en la que se hallaban las cosas de Daryl. La camiseta con la enigmática inscripción estaba apartada de todo lo demás.

—¿Qué has encontrado, Danny?

El criminalista, un hombre de aspecto jovial a pesar de sus casi cincuenta años, acercó la lámpara y enfocó la luz directamente hacia la camiseta.

—Mire allí, agente.

Jon se inclinó un poco hacia delante y observó la etiqueta pegada en el cuello de la prenda.

—“Para Kate” —leyó.

Rápidamente, la muchacha empujó a Jon para tomar su lugar. Observó la etiqueta durante unos cuantos segundos, luego volvió a enfocar la atención en la palabra grabada en el frente de la camiseta: “Monarchkey”.

—Lo sabía. —La expresión de su rostro cambió.

—¿Qué sucede? —preguntó Jon intrigado.

Se volteó hacia él.

—Es un mensaje cifrado. Daryl nunca me dedicaba sus camisetas; siempre ponía DarylG. en las etiquetas, esa era su marca. Además, mira la inscripción en la parte delantera. ¿No notas nada extraño?

Jon hizo lo que ella le pedía.

—Está mal escrita.

—Exacto. Daryl nunca habría cometido un error tan grosero como ese, además, sus diseños eran completamente diferentes. En raras ocasiones usaba palabras en las camisetas, él prefería imágenes abstractas.

Jon clavó la mirada en la prenda nuevamente.

—“Monarchkey”. Son dos palabras en una. Tu hermano tergiversó la última sílaba, Kate. ¡Quiere que busquemos una llave!

—Sí. ¿Recuerdas cuando encontré la medalla de Livy? Había un manojo de llaves dentro del mismo cajón.

—Sí, ¿pero qué abre esa llave?

Ella guardó silencio, estaba perdida en sus propios pensamientos. De repente, esbozó una sonrisa. ¿Cómo no lo había visto antes? Todo empezaba a cuadrar.

Jon observó su reacción y esperó con impaciencia que dijera algo.

—¡Esa llave abre una caja de seguridad en el Monarchy Bank! Hay una sucursal en Chesapeake.

—Daryl estuvo allí hace unos días.

Kate asintió. Nunca habían estado tan cerca de la verdad como en ese momento.

 

* * *

 

Después de constatar que, efectivamente, Daryl tenía una cuenta en el Monarchy Bank, Jon envió a un agente a su casa para recoger las llaves.

Ese mismo mediodía, Kate y Jon partieron rumbo a Chesapeake. Cuando llegaron al banco y solicitaron que les permitieran abrir la caja de seguridad, un empleado se negó rotundamente a hacerlo sin una orden del juez. Jon exigió hablar con el gerente. Sonrieron aliviados cuando el hombre les comunicó que Daryl había autorizado a Kate para abrir la caja en caso de que él no pudiera hacerlo. Tras mostrarle una identificación, los condujo a la parte trasera del banco. Entraron al recinto y el gerente le pidió la llave a Kate. La introdujo en una de las cajas, dio dos giros y colocó una segunda llave para completar el mecanismo. Retiró la caja y la colocó encima de la mesa. Cuando los dejó solos, Kate la abrió.

Se sorprendió de hallar su cámara fotográfica. La sacó y se la entregó a Jon. Debajo había dos sobres. Abrió el más pequeño. Encontró una nota dirigida a ella.

“Katie, lo siento. Jamás quise lastimarla, tú sabes cuánto la amaba.”

Tuvo que sentarse porque las piernas ya no le respondían. Aquel mensaje, escrito en una hoja de anotador, era la confesión de Daryl. Respiró hondo para poder continuar. Dejó el papel encima de la mesa y abrió el otro sobre. Estaba lleno de fotografías de Livy. Había algunas que databan de mucho antes de su muerte.

—¡Dios! ¡Yo no lo sabía!

Jon leyó la nota y, cuando observó la gran cantidad de fotos que Daryl le había hecho a Livy, comprendió todo.

—Kate, tu hermano estaba obsesionado con ella.

Ella asintió.

—La quería mucho, era su preferida. Nunca sospeché que viera a Livy de esa manera. —En su mano sostenía una foto de ambos. Había sido tomada durante un viaje a Myrtle Beach—. ¿Qué hay en la cámara? ¿Más fotos de ella?

—No. Son fotos artísticas —contestó.

—Llevemos todo esto a Quantico para analizarlo —sugirió Kate mientras se ponía de pie. Al menos ya no le temblaban las piernas.

 

* * *

 

Craig Shadows entró a la sala de visitas y apenas se inmutó cuando el abogado extendió la mano para saludarlo. Se sentó y colocó los brazos encima de la mesa.

—Buenas noticias, muchacho —le dijo con una sonrisa de oreja a oreja.

¿Muchacho? Así que ya no era Shadows. Cada vez que lo veía, le resultaba más patético. Había empezado a considerar seriamente la posibilidad de prescindir de sus servicios.

Lee Hayes, al ver que su cliente seguía sin decir nada, continuó hablando.

—He recibido un mensaje de la oficina del gobernador esta mañana. Me ha concedido una audiencia para el lunes. —Hizo una pausa para ver si él hacía algún comentario. Craig seguía en silencio—. Al parecer, la presión de los medios y un nuevo homicidio ocurrido en Burke, han bastado para que Singer al menos se digne a escucharme. Es un gran avance, ¿no crees?

Se encogió de hombros. No había un ápice de emoción en su fría mirada. Que el gobernador hubiese accedido a entrevistarse con él no significaba nada. Faltaban diez días para la ejecución y se estaban quedando sin tiempo.

Hayes continuaba hablando, aunque ya no lo escuchaba.

Fantaseó con la idea de abandonar por fin aquel inmundo lugar; de respirar aire fresco y de sentir la hierba mojada bajo los pies.

Pero había una cosa que deseaba hacer más que nada en el mundo: buscar a Kate Giordano y hacerle pagar por lo que le había hecho.

En su mente, tenía todo planeado. La secuestraría y se la llevaría lejos. Disfrutaría haciéndola sufrir. Luego se esmeraría en que su muerte fuese lenta y dolorosa. No tendría piedad alguna por ella.

Cerró los ojos y vio a Kate retorciéndose debajo suyo, desnuda, suplicándole que la soltara. Se relamió y sonrió.

Lee Hayes hacía rato que había dejado de hablar.