Capítulo 9
Al día siguiente, Erin trató de olvidarse del incidente con el hermano de Tyler. Llegó a la estación plenamente consciente de que lo que menos deseaba esa mañana era un encuentro con él; agradeció cuando descubrió que aún no había llegado.
No le dijo nada a Jon sobre la visita a Rick Evans; había pensado en hacerlo, pero ya no tenía caso; primero, porque había resultado un fracaso total y, segundo, porque sabía que él nunca habría aprobado lo que había hecho. Por eso prefirió guardar el secreto.
Estuvieron toda la mañana analizando la información que tenían de los dos homicidios. Le tomaron declaración indagatoria a Ken Bentley y a Gill Murray, ambos relacionados con Priscilla Caller, la primera víctima.
Bentley era quien había discutido con ella poco antes de su muerte, pero el joven tenía una coartada firme; además, Erin sabía que ni él ni Gill Murray, el vecino de Priscilla, tenían que ver con los crímenes.
Quien había matado a las chicas debía tener una conexión con ambas; por eso, cuando interrogaron a Shemar Payne, lo hicieron con mucho tacto. El profesor daba clases de Literatura en la escuela en donde concurrían tanto Priscilla como Katie. Era un vínculo que no podían pasar por alto. Los encargados de interrogarlo fueron Jon y Jesse, aunque Erin permaneció en la misma habitación en silencio y estudiando cada uno de los gestos del sujeto. Lo había notado nervioso, pero no más que los anteriores testigos que habían interrogado. A todos se les había mostrado la foto que Erin había encontrado en la habitación de Priscilla, pero nadie reconoció al muchacho que la acompañaba. Tampoco llegaba ninguna novedad desde Quantico sobre la identidad del misterioso joven.
Shemar Payne rindió su declaración y descubrieron que su única culpa era conocer a las dos muchachas porque asistían a sus clases. También tenía una sólida coartada; la noche en que Priscilla Caller había sido asesinada no estaba en la ciudad; había asistido a una conferencia en Topeka. Lo que lo anulaba como sospechoso, porque ya no tenían dudas de que las dos jovencitas habían sido asesinadas por el mismo hombre.
Estuvieron hasta horas tempranas de la tarde tomando declaraciones a las amigas de las víctimas, hasta que finalmente obtuvieron un importante resultado.
Una de las chicas les dijo que quien aparecía en la foto con Priscilla era un chico que ella había conocido en una fiesta el verano anterior; la foto era de esa época y, según la amiga de Priscilla, se llamaba Nick y vivía en Butler. No recordaba su apellido, pero con la información que les había brindado podían reducir la búsqueda.
Fue Erin quien se encargó de enviársela a Meredith en Quantico por correo electrónico.
Se encontraba precisamente haciendo aquello en la oficina que había sido del ayudante del comisario cuando escuchó la puerta de calle abrirse y cerrarse con fuerza.
Jon y Jesse apenas se habían marchado para tomar su almuerzo tardío, al cual ella había preferido no ir; era imposible que uno de ellos hubiera regresado.
Sintió los pasos, reconoció de inmediato el sonido de las botas vaqueras pisando fuerte sobre el suelo de madera. Su corazón se detuvo un segundo, y sus dedos dejaron de teclear.
Pero él no entró a la oficina, sino que siguió de largo hasta la suya.
Respiró aliviada; al menos ganaría un poco más de tiempo antes de enfrentarse a él. Sabía que cuando lo hiciera tendría que soportar quizá una nueva reprimenda de su parte, pero ella no estaba arrepentida de lo que había hecho, lo que sí lamentaba era la reacción que había sufrido Rick cuando ella le habló de Brittany Hall.
Terminó de enviar el informe con los nuevos datos sobre el amigo misterioso de Priscilla Caller a Meredith y se dispuso a revisar los resultados de las pericias realizadas al cuerpo de la segunda víctima.
Miró con nerviosismo su reloj, no hacía ni media hora que Jon y Jesse se habían marchado. Sus ojos pasaban del informe que estaba leyendo a la puerta que permanecía cerrada, porque estaba segura de que en cualquier momento Tyler entraría para hablar con ella.
Ese momento no se hizo esperar.
Erin alzó la vista de los papeles cuando él entró a la oficina.
Avanzó hacia ella con paso cansino, no había nada de amenazante en su actitud todavía.
—Erin, necesito hablar contigo.
Ella intentó concentrarse en los papeles, pero le fue imposible estando él tan cerca. No pudo levantar la vista; prefirió seguir fingiendo que leía.
Entonces él se acercó mucho más y se sentó en el extremo del escritorio a tan sólo unos pocos centímetros de ella.
Erin lo observó de soslayo tras sus gafas, pero no le hizo caso. La verdad era que no se atrevía a verlo a los ojos por temor a descubrir nuevamente que él la miraba con rencor.
—¿Vas a hacerme caso o no? —Tyler alzó el tono de su voz; no porque estuviera enojado, sino porque estaba a punto de perder la paciencia.
Erin tragó saliva, no podía sostener aquella situación por mucho más tiempo, no tenía sentido. Dejó los papeles encima del escritorio, los acomodó en un costado. Luego se irguió en la silla y alzó la cabeza.
—¿Qué quiere decirme?
Tyler se sintió de repente sobrecogido, Erin lo estaba mirando fijamente; aun con aquellas gafas puestas percibió la belleza de sus ojos y la intensidad avasallante de su mirada. Por un segundo ni siquiera supo qué decirle.
Ella frunció el ceño.
—¿Y bien?
Tyler no podía apartar sus ojos de los de ella.
Cielos; ahora sí que estaba en serios problemas. Cuando una mujer lo atraía de aquella manera, se volvía un completo tonto, y lo estaba demostrando en aquel preciso momento, cuando tenía que hablar con ella de un asunto importante y las palabras no le salían.
Erin percibió algo diferente en él; no era común que se quedase callado de repente, mucho menos cuando era evidente que debía hablar con ella.
—Lamento lo sucedido ayer, me porté como un idiota contigo —soltó Tyler de repente. Cuando se dirigía allí pensaba que no le sería sencillo pedir disculpas, pero descubrió asombrado que no le había costado nada.
Erin se sorprendió, ahora era ella la que estaba sin palabras.
Tyler se pasó una mano por el cabello y acomodó hacia atrás un mechón que caía sobre su frente.
—Rick suele tener esos arranques, no sé por qué me la agarré contigo, no fue tu culpa. Perdóname, por favor.
—Yo…
—Rick quiere que regreses, no le gusta rodearse de gente extraña, pero le has caído bien, y eso ya es mucho decir.
—No sé si sea lo más prudente que vuelva a verlo, no le he dicho nada a Jon de lo de ayer, jamás lo aprobaría.
—¿No habría manera de que no lo supiera? —preguntó Tyler y le sonrió por primera vez.
Erin trató de disimular que aquella sonrisa le fascinaba y se entretuvo con el ratón de la computadora.
—Me está pidiendo que le oculte información a mi superior —espetó ella.
—Básicamente, sí, es eso lo que te pido, sobre todo si crees que él no lo aprobaría.
Le tentaba la idea de seguir viendo a Rick, a ella también le había caído bien y estaba segura de que podría ayudarlo. Pero mentirle a Jon…
—No lo sé…
—Por favor, será nuestro secreto.
La intimidad que le puso él a aquellas palabras la hizo estremecerse. Compartir un secreto con Tyler Evans. No podía ser algo bueno para ella; si Jon se enteraba, podía incluso suspenderla. Sin embargo, le seducía el desafío que Tyler le estaba proponiendo. Aunque tenía la certeza de que él lo hacía solamente porque la necesitaba para probar la inocencia de su hermano, decidió arriesgarse.
—Está bien, seguiré viendo a Rick fuera del horario de trabajo para no levantar sospechas —le dijo, por fin, cediendo a su petición.
Tyler volvió a sonreír, esta vez de alegría.
Erin se levantó de su silla y, al hacerlo, quedó prácticamente frente a él, que no se había movido de su sitio.
No pudo siquiera apartarse, aunque su mente le decía que debía hacerlo, y cuando Tyler alzó su brazo y rozó su mejilla con el dorso de su mano, Erin sintió cómo sus piernas comenzaban a flaquear.
Tyler no se detuvo, suavemente le quitó las gafas, las bajó por el puente de su nariz y las apartó a un lado.
—Tienes unos ojos bellísimos, Erin; sin embargo, percibo un asomo de tristeza en ellos —le dijo él con voz ronca.
Erin tragó saliva. ¿Era acaso tan transparente para él? ¿Podía darse cuenta un hombre como Tyler Evans de lo que escondía su mirada?
—Tengo ganas de besarte… muchas ganas.
Y ella sentía lo mismo, sólo que no se atrevía ni siquiera a pensarlo, mucho menos a confesárselo a él.
El único sonido que se oía en la oficina era el del ordenador aún encendido y el de sus respiraciones agitadas. Erin pensaba que el corazón se le saldría del pecho en cualquier momento.
Lo miró a los ojos; tan grises y tan intensos que se sintió completamente subyugada. Si Tyler en ese momento hubiese hecho caso a sus deseos y la hubiese besado, Erin no habría tenido las fuerzas para rechazarlo.
Pero nada de eso sucedió.
La puerta se abrió de repente y Jesse entró a la oficina.
Erin se apartó inmediatamente de él, avergonzada no sólo por haber sido sorprendida en aquella actitud sospechosa, sino por haber estado a punto de dejarse llevar. Buscó sus gafas en el escritorio y se las puso con manos temblorosas. Le sonrió a Jesse y este le devolvió la sonrisa tras echarle una fugaz mirada a Tyler que apenas lo saludó con un movimiento de cabeza.
No había que ser adivino para ver lo que había estado a punto de suceder allí, pero Jesse no hizo ningún comentario, y Erin se lo agradeció.
Tyler decidió salir de allí. No le agradaba el tal Widmore, parecía que cada vez que estaba cerca de Erin quería acapararla sólo para él.
Entró a su oficina y cerró la puerta de un golpe. Tom levantó la cabeza y lo miró.
—¿Sucede algo, comisario? —preguntó al ver que él venía de muy mal humor.
Tyler no le respondió; caminó hasta su sillón y se dejó caer pesadamente. Dio un largo suspiro y se cruzó de brazos.
—¿Problemas de faldas?
Tyler perforó a Tom con la mirada.
—Las mujeres son un misterio insondable, Tom, me alegro de que entre Cindy y tú las cosas hayan funcionado desde un principio —comentó entornando los ojos.
—No crea, mi Cindy tiene su carácter; cuando empezamos a salir, se enfadaba por cualquier cosa, ahora que llevamos dos años juntos ya conozco cada una de sus manías y me di cuenta de que ya nunca podría vivir sin ellas. Cada mujer es diferente, pero en una cosa se parecen…
Tyler abrió bien sus oídos y preguntó:
—¿Y qué cosa sería esa, según tú?
—A toda mujer le gusta ser bien tratada; ya sabe, eso del romanticismo, una cena a la luz de las velas, rosas rojas, palabras dulces al oído y todas esas cosas que a nosotros muchas veces nos cuesta tanto hacer —explicó y se sintió todo un experto ahora que había conseguido conquistar a la chica de sus sueños.
¿Una cena a la luz de la velas, rosas rojas y palabras dulces al oído? Tyler no estaba seguro de que Erin fuera la clase de mujer que se sentiría complacida con aquellos detalles. Negó con la cabeza como si estuviera haciendo un profundo razonamiento. No, ella no podía ser esa clase de mujer. Era demasiado seria y estructurada como para serlo.
—Tom, creo que tus consejos no me sirven de nada —dijo a su ayudante y se inclinó en su asiento y apoyó los brazos encima de su escritorio.
—¿Quién es la víctima? —preguntó Tom en son de broma.
Tyler dudó; no tenía por qué decírselo; cuanta menos gente supiera que se sentía locamente atraído por Erin Campbell, mucho mejor.
* * *
—¿Te gustaría cenar conmigo?
Erin se tocó su cansada espalda y apartó la vista de la pantalla del ordenador; había estado revisando expedientes de casos en los que las víctimas hubiesen sido brutalmente atacadas y que se hubiesen cometido dentro del estado para tratar de hallar alguna conexión, y ya le dolía la cabeza.
La invitación de Jesse era tentadora; estaba famélica y salir de aquella oficina para comer no sonaba mal. Jesse había sido su única compañía esa tarde, ya que Jon había tenido que partir de repente hacia Washington, a la sede central del FBI, por expresa orden de sus superiores. Había prometido regresar lo antes posible, y Erin ya lo extrañaba.
—Podemos ir al restaurante de la otra vez o quizá prefieras ir a otro sitio —insistió Jesse mientras se aflojaba el nudo de la corbata.
Erin se quitó las gafas y le sonrió.
—El restaurante de la otra vez está bien, tengo tanta hambre que me conformaría con un puesto de hot-dog en la calle —respondió y apagó el ordenador tras guardar los archivos que había estado leyendo.
Jesse soltó una carcajada, tomó su chaqueta de la silla y esperó a que ella hiciera lo mismo. Ambos salieron de la oficina entre risas, y Tyler, que estaba dándole unas indicaciones a Charity, se detuvo en seco.
—Hasta mañana, comisario —dijo Jesse con cierto aire de presunción—. Erin y yo nos vamos a cenar.
Erin tan solo le dedicó una tibia sonrisa y salió de la estación de policía del brazo de su compañero.
Charity observó toda la escena con detenimiento y no pudo evitar sonreír.
Tyler la miró con el ceño fruncido.
—¿Has entendido lo que te dije?
—Sí, comisario, no se preocupe.
—Muy bien, me marcho. Hasta mañana, Charity.
—Que duerma bien, comisario Evans.
Lo vio irse.
Charity dudaba seriamente de que pudiera dormir tranquilo esa noche sabiendo que la mujer que lo traía de cabeza salía a cenar con otro hombre.
Salió a la calle y vio que Erin y el engreído del agente Widmore se subían cada uno en su auto. Él se metió dentro de la camioneta; encendió el motor y lanzó una bocanada de aire.
Nunca en su vida había hecho lo que estaba a punto de hacer; sin embargo, eso no lo detuvo.
Esperó pacientemente hasta que vio a los dos autos dirigirse a través de la avenida y los siguió a una prudente distancia.
Estaba haciendo el papel de tonto al ir tras ellos como un amante celoso. Tuvo que reírse de sí mismo; no se reconocía, era la primera vez que una mujer lo hacía comportarse de aquella manera.
¿Sería ella la mujer que había estado esperando, la que haría que sentase cabeza por fin?
No lo sabía; de lo único que tenía certeza en ese momento, mientras la seguía por la gran avenida, era de que, desde su llegada, su vida había dado un giro de ciento ochenta grados.
Detuvo la camioneta en una esquina cuando vio que ambos estacionaron frente a un restaurante. Apagó el motor, bajó un poco más la ventanilla y los observó atentamente.
Lanzó una maldición cuando notó que Widmore llevaba a Erin tomada de la cintura al interior del restaurante. A su criterio, aquel gesto denotaba intimidad o, al menos, una relación más allá del trabajo entre ellos. Él pensaba que era Jon Kellerman quien contaba con esa clase de privilegios, pero al parecer estaba muy equivocado; ahora que el gato Kellerman se encontraba fuera de la ciudad, el ratón Widmore aprovechaba para desplegar su juego de seducción.
Observó su reloj, ocho y media. Mimie estaría preguntándose por qué no había llegado aún. Buscó su teléfono móvil y marcó el número de su casa.
—Mimie, llegaré un poco tarde hoy—le anunció.
—¿Dónde estás?
—Trabajando, Mimie.
—¿Qué clase de trabajo estás haciendo a esta hora? ¿Han matado a otra jovencita?
—No, Mimie. Estoy haciendo trabajo de vigilancia.
Tyler escuchó el suspiro de alivio de la mujer.
—¡Oh! ¿Estás espiando a algún sospechoso?
Tyler se quedó callado durante unos segundos.
—Sí, Mimie, eso es exactamente lo que estoy haciendo.
Cortó y apretó los dedos sobre el volante.
Un sospechoso cuyo crimen fue haber puesto sus ojos en la mujer equivocada, pensó Tyler sin apartar la vista del restaurante.
* * *
Erin no podía calificar la cena con Jesse como algo maravilloso; la había pasado bien y nada más. Hubo incluso momentos en los que él se quedaba en silencio, la miraba fijamente y ella no sabía qué hacer o decir. También se había sentido un poco culpable por Olivia; si su nueva amiga se enteraba de aquella cena, no lo tomaría bien, a pesar de que sólo se había tratado de una salida entre colegas y, por lo tanto, no tenía nada de malo.
Jesse insistió en acompañarla a su casa a pesar de que iba cada uno en su propio coche. Fue con Erin hasta el porche y vio cómo ella encendía enseguida las luces de la sala aun antes de entrar a la casa.
—Gracias por la cena, Jesse, pasé una amena velada.
Él le sonrió.
—Me gustaría que se repita, yo también pasé un rato agradable contigo.
Erin lo despidió con la excusa de que aún debía pasar a recoger a Apollo de la casa de sus vecinas; estaba convencida de que Jesse pretendía algo más de ella aquella noche, por eso prefirió decirle adiós para no herirlo cuando se viese obligada a rechazarlo.
Lo observó marcharse, se quitó la chaqueta y se dispuso a entrar a la casa para dejarla en la sala antes de ir a casa de sus vecinas.
De repente, escuchó el eco de pasos, y su corazón se detuvo. Reconocería el aroma de su loción incluso a un kilómetro de distancia.
Cerró los ojos y deseó con todas sus fuerzas que fuera sólo su imaginación, pero cuando al abrirlos percibió su sombra detrás de ella, contuvo el aliento por unos segundos.
Después respiró hondamente y lentamente se dio vuelta.
Tyler estaba parado a menos de un metro de ella, sólo los tres peldaños que conducían al porche la separaban de él.
Cuando pudo articular por fin una palabra, le preguntó:
—¿Qué haces aquí?
Lo había tuteado, y eso provocó una sonrisa en él que Erin no supo descifrar.
—Me habría gustado invitarte a cenar, pero parece que llegué tarde —respondió Tyler en un tono burlón—. Me ganó de mano el presumido de tu compañero.
—Jesse no es ningún presumido —replicó Erin y frunció el entrecejo.
Tyler sorteó la corta distancia que los separaba y se colocó frente a ella; tan cerca que bastaba alzar la mano para poder rozarla.
—Para mí lo es.
Erin notó su enojo, sus ojos grises habían adquirido un brillo intenso, y la vena en su frente se marcó casi exageradamente.
—Creo que esta conversación no tiene sentido, si has venido por lo de tu hermano ya te he dicho que seguiré viéndolo. —Quiso darse vuelta para entrar a la casa y dar por terminada aquella ridícula escena, pero Tyler le sostuvo el brazo y la tomó desprevenida. Erin no tuvo tiempo de reaccionar cuando él se atrevió a cruzar la barrera, y la apretó contra su cuerpo.
En el mismo instante en que él la había sorprendido, había pensado en apartarse de inmediato, pero su cuerpo pareció tener pensamiento propio y se rebeló en su contra.
Erin comprendió entonces el verdadero significado de la palabra rendición.
Los destellos en los ojos de Tyler y su respuesta a ellos le habían hecho darse cuenta de que por mucho tiempo había dejado encerrada a la mujer que habitaba en su interior en favor de la profesional que había en ella. ¿No podía ser las dos cosas? Quizá había perdido la práctica, quizá el temor a una nueva relación se lo impedía.
Existía una razón más que poderosa para alejarse de un hombre recio como Tyler Evans y no caer presa de su encanto. Erin había perdido la ilusión de volver a enamorarse; cuatro años antes, una calurosa noche de agosto había comprendido lo ciega que se podía ser al entregar su corazón al hombre equivocado.
No tenía ni las ganas ni las fuerzas para cometer de nuevo el mismo error; sin embargo, allí estaba, entre los brazos de Tyler Evans.
Y lo peor era que, después de mucho tiempo, se sentía bien estando junto a un hombre.
No dijeron absolutamente nada; Erin podría haber protestado y exigido que la soltara, pero las palabras se quedaron atrapadas en su garganta.
El deseo en los ojos de Tyler ya no la asustó. La excitó.
Su mundo estructurado, aquel que había construido para alejarse de los hombres y de las trampas del amor, pareció estremecerse y volverse cabeza abajo.
Cuando Tyler la besó y su lengua rozó la suya; Erin apretó sus hombros duros y musculosos para aferrarse a algo sólido. El beso la condujo a un estado de semiinconsciencia y se encontró respirando su aroma, una mezcla de loción y olor masculino. Él profundizó el beso, y ella respondió con el fuego que Tyler animaba a cada caricia, a cada roce.
La mano de Tyler se deslizó hasta su cuello y más abajo, hasta meterse debajo de la estrecha camisa y tocar la suave tela del sujetador. La presión de su mano contra su pecho despertó una pasión olvidada y sueños dormidos.
Sueños perdidos una noche de agosto.
¿No había decidido ya que no debía meter a un hombre en su vida?
¿No sabía que no debía meterse ella misma en una situación que no podría traer más que consecuencias dolorosas?
Se apartó bruscamente de él, y se sintió avergonzada por haberse dejado llevar por el deseo, aunque sólo hubiera sido por unos breves instantes.
Tyler no trató de sujetarla a la fuerza, pero no se apartó.
—¿Qué te pasa?
Erin se acomodó la camisa dentro de la cintura de la falda y se pasó la mano por la nuca. No lo miraba a los ojos, no podía hacerlo.
—Vete —le pidió.
—Erin, ¿qué sucedió? —insistió él mientras intentaba recobrar el aliento; aún tenía en sus labios el sabor de su boca, el calor de su piel.
—No puedo… no puedo —balbuceó al borde de las lágrimas.
Cuando finalmente logró soltarse entró a la casa y cerró la puerta de un golpe, erigiendo nuevamente una barrera entre ambos.
Tyler se quedó mirando la puerta, esperando en vano que ella regresara.
—Hola, Tyler.
Se dio vuelta de inmediato, Olivia lo observaba con atención, en sus brazos llevaba al perro de Erin.
—Hola, Olivia, ¿cómo estás?
Ella se acercó; percibió que él estaba algo aturdido y agitado.
—Muy bien, ¿y tú?
Tyler sonrió y bajó los escalones.
—Bien, debo irme, que sigas bien. —Pasó a su lado a toda prisa y subió a la camioneta.
Olivia se quedó en el porche meditando sobre lo que acababa de ocurrir y, cuando Erin le abrió la puerta y observó que se encontraba en el mismo estado de turbación que Tyler, ya no hubo lugar para las dudas.
Dejó a Apollo en el suelo de la sala, y el perro comenzó a dar saltos alrededor de Erin.
—¿Cómo se ha portado?
—Bien, lo he sacado a pasear y creo que ha conquistado a todas las damiselas de cuatro patas de la zona —comentó intentando sacarle una sonrisa a Erin.
Ella sólo asintió, ni siquiera miró a Apollo que seguía tratando de llamar su atención.
—Acabo de toparme con Tyler —comentó Olivia estudiando su reacción.
Erin se puso más nerviosa de lo que estaba.
—Noté que estaba algo inquieto, ¿sucedió algo?
—No… no sucedió nada.
—¿Segura?
Erin no respondió; en ese momento sentía ganas de echarse a llorar en el hombro de una amiga, pero no se sentía con derecho a hacerlo; después de todo, Olivia no tenía la culpa de sus traumas.
—Erin, ya sabes que puedes hablar conmigo de lo que sea. La otra noche en el Blue Shadow te vi en los brazos del comisario…
—Solo estábamos bailando —se apresuró a aclarar.
—Sí, pero tanto Connor como yo creemos que hay algo entre los dos; lo percibimos de inmediato.
—No… eso no es verdad. —Erin continuaba negando la realidad en su afán de autoprotegerse.
—Erin. —Olivia cerró la puerta y caminó hacia el interior de la sala; no estaba dispuesta a marcharse hasta hablar con ella—. Sé que no nos conocemos desde hace mucho, pero te aseguro que puedes confiar en mí; soy muy buena escuchando, mis clientes del bar siempre me lo dicen, sobre todo, los que se emborrachan y terminan contándome la historia de sus vidas.
Erin fue hasta el sofá y se sentó, Apollo se ubicó a su lado. Alzó la vista y la miró.
—Olivia, no es falta de confianza; es muy doloroso para mí hablar de ello, no me siento aún preparada para hacerlo…
—Pero hay algo entre tú y Tyler, ¿verdad? La química cuando uno está cerca del otro es más que evidente.
—No sé qué pasa realmente entre nosotros; ni yo misma lo puedo explicar. Nuestra relación no comenzó bien, hubo tirantez desde un principio, pero en un momento dado desapareció. No quería interesarme en nadie… No quiero —se corrigió—. Vine a Wichita a hacer mi trabajo y, cuando termine, me marcharé; mi mundo no está aquí.
—Sin embargo, Tyler te interesa.
Erin soltó un suspiro.
—Mucho más de lo que puedo aceptar.
Olivia sonrió.
—¿Y por qué no puedes aceptar que te gusta y que le gustas? Déjate llevar, olvida cualquier dolor del pasado; Tyler es el presente y un presente bastante sexy, debo reconocer —alegó divertida.
—Haces que suene sencillo, pero no creo poder hacerlo.
—Debieron de lastimarte mucho en el pasado, Erin.
Erin pensó que Olivia ni siquiera podría llegar a imaginarse por todo lo que había tenido que pasar; la experiencia sufrida cuatro años atrás la había marcado para siempre; al punto de negarse a sí misma la posibilidad de ser feliz con otro hombre.
Olivia comprendió que Erin no estaba preparada para contarle lo sucedido, por eso se puso de pie y le sonrió.
—Debo irme a trabajar. —Se acercó y la abrazó.
Erin se aferró a su abrazo con fuerza y no pudo evitar derramar algunas lágrimas.
—Gracias por todo, Olivia; y perdona mi silencio.
—Espero que algún día puedas sacar esa angustia de tu pecho; te hará bien escupirla hacia fuera, sólo debes encontrar el valor para hacerlo. —Le dio unas palmaditas en el hombro—. Vuelvo a ofrecerte mi oreja; cuando quieras.
—El día que finalmente decida exorcizar los fantasmas de mi pasado, será hablando contigo; eres la única amiga que tengo aquí, y agradezco tu amistad.
—Bueno, me voy porque no quiero echarme a llorar yo también, a Connor no le gusta que atienda a los clientes del bar con cara compungida. —Le dio otro abrazo y se marchó.
Erin se quedó en el sofá y acarició la cabeza de Apollo; aquello siempre la relajaba, pero su corazón estaba demasiado inquieto. No podía apartar a Tyler de su mente; su cuerpo entero se estremeció al recordar su beso, su manera de mirarla y acariciarla.
Subió las piernas encima del sofá y se abrazó a sí misma. Apollo la miró fijamente y, cuando ella comenzó a llorar nuevamente, apoyó la cabeza en sus pies y se quedó a su lado.
* * *
Connor alzó la vista del vaso que estaba sirviendo a un cliente en la barra cuando oyó la puerta abrirse y cerrarse con violencia.
Tyler se encaminó a una de las mesas y dejó caer su largo y fuerte cuerpo en la silla. Lucía agotado.
Connor salió de detrás de la barra y fue a saludarlo.
—Hola, amigo.
Tyler apenas lo miró.
Connor notó de inmediato la expresión de desconcierto en su rostro. Era la primera vez que lo veía así, y se preocupó. Le hizo señas a Olivia para que se encargara un momento de la barra y tomó una de las sillas para sentarse frente a él.
—Mala noche, ¿eh?
—Sírveme una cerveza bien fría —le dijo—. No, mejor algo más fuerte; un vodka, tráeme una botella de vodka.
Hacía mucho tiempo que Tyler no buscaba ahogar sus penas en el alcohol, por eso Connor prefirió esperar antes de atender su orden.
—Tyler, ¿qué sucede? No te veo bien, pero no creo que beber sea la solución.
—Deja que sea yo quien decida qué es lo mejor para mí —le espetó con ira. Esa noche parecía estar enfadado con el mundo entero.
Él mismo buscó la botella y le sirvió un trago que Tyler se bebió de un solo tirón. Espiró con fuerza y apoyó el vaso vacío en la mesa.
—Sírveme más.
Connor dudó, Tyler no era sólo un cliente, era su mejor amigo, y no estaba dispuesto a que terminara esa noche embotado por el alcohol.
—¿Por qué no me cuentas qué es lo que pasa? ¿Es el caso o son los del FBI que te tienen a mal traer?
Tyler movió la cabeza hacia un lado y hacia el otro, su mano derecha sostenía el vaso vacío.
—Sólo hay una persona que me tiene a mal traer, amigo —dijo sonriendo con ironía.
Connor sospechaba de quién se trataba, pero prefirió esperar a que él se lo dijera.
—Cuéntame; el bar no está muy concurrido, y Olivia puede ocuparse de atenderlo —dijo y apoyó los codos en la orilla de la mesa.
—Nunca voy a entender a las mujeres —soltó y le hizo señas de que llenara su vaso una vez más.
Connor lo hizo y lo instó a que siguiera hablando.
—Son seres misteriosos, amigo, pero no me estás contando nada nuevo —contestó Connor.
—¡Y Mimie pretende que siente cabeza y arme una familia! Aunque te parezca irónico, la idea ya no me disgustaba tanto… pero creo que he puesto los ojos en la mujer equivocada. —Se bebió el segundo trago, pero esta vez se tomó su tiempo para hacerlo.
Connor sonrió.
—¿Has pensado seriamente en sentar cabeza? Es algo difícil de creer, sobre todo viniendo de ti —tuvo que reconocer.
—Pues no sé si pensaba en algo tan definitivo, pero al menos quería hacer el intento de acercarme, de tantear el terreno; estuve cerca, pero…
—¿Pero qué?
Tyler hizo un gesto con las manos.
—No sé qué sucedió; logré acercarme, y vaya si lo logré, pero me alejó de ella tan rápido que me descolocó. —Frunció el entrecejo, había total confusión en su mirada—. La sentí vibrar en mis brazos, Connor, le estaba pasando lo mismo que a mí, sin embargo me apartó y lo único que me dijo fue que no podía. La noté muy angustiada, como si de repente una nube negra se hubiera interpuesto entre los dos. Hay algo en ella… algo que la atormenta y que no le permite dejarse llevar por lo que siente.
—Quizá deberías intentar averiguar qué es eso que le impide acercarse a ti; si la mujer realmente te interesa, creo que debes hacer el intento, hermano. —Connor se puso de pie cuando vio que el bar lentamente se iba llenando de gente. Tomó la botella—. Me la llevo conmigo, no tiene caso que sigas bebiendo.
Tyler asintió, dos tragos habían sido suficientes, aunque estaba seguro de que lo que le había ayudado había sido la charla con su amigo.
Connor tenía razón, si quería comprender a una mujer como Erin, primero debía conocerla; descubrir qué se escondía en su mirada triste y desolada para conseguir entrar en su corazón.