Capítulo 6

Fue difícil para Tyler sacar a Rick de la casa esa tarde sin que Mimie sospechara. Tenían una cita con el psiquiatra, y había cumplido con la promesa que le había hecho a su hermano de no contarle nada.

Había salido de la estación de policía una vez que los federales se marcharon, dejó dicho a Charity que si lo necesitaban que se comunicasen con él por teléfono, y le había dedicado una mirada desdeñosa al perro de la agente Campbell, que jugaba con una vieja pelota de béisbol en un rincón de la recepción. No le desagradaban los perros, pero aquel ejemplar negro y peludo era, decididamente, una amenaza para sus botas.

Miró a su hermano mientras conducía hacia el hospital. Rick lo necesitaba más que nunca, y él estaba primero en su lista de prioridades en aquel momento.

Rick parecía estar sereno, con la vista perdida en el camino. Apenas había pronunciado palabra desde que habían salido de la casa y dejaron a Mimie con una mentira.

Tyler estacionó su camioneta Ford frente al hospital Kansas Spine; no tenían cita previa, pero esperaba que el doctor Beaner los recibiera de todas formas.

Entraron al consultorio y de inmediato los ojos de la gente se posaron en los dos hermanos Evans. Tyler hizo caso omiso a las miradas curiosas y tomó a Rick por el brazo para conducirlo hasta el ala de psiquiatría.

Una vez allí le anunció a la recepcionista que no tenía cita con el doctor, pero que necesitaba verlo con urgencia. La mujer le hizo señas de que se sentara y esperase a ser atendido.

Tyler obedeció, se ubicó junto a Rick en un rincón de la sala de espera; el recinto no era muy amplio y enseguida se llenó de gente. Muchos de los allí presentes se dedicaron a murmurar frente a sus narices, y Tyler trató de concentrarse en otra cosa para no armar un escándalo.

La puerta de la consulta se abrió, y el doctor Beaner salió para entregarle unos papeles a la recepcionista. Lo saludó levemente con un movimiento de cabeza y Tyler aprovechó la ocasión para acercarse a él.

—Doctor Beaner, necesito que vea a mi hermano… es importante.

El médico bajó sus gafas por el puente de la nariz y lo observó. Notó su angustia y su prisa y, a pesar de que muchos no aprobarían lo que estaba a punto de hacer, decidió atenderlo.

—Adelante —les indicó—. Volveré en un momento.

A toda prisa, Tyler buscó a su hermano y se perdió con él detrás de la puerta del despacho del doctor Beaner.

—Siéntate —dijo Tyler a Rick una vez dentro.

Rick obedeció y observó a su hermano mayor.

—¿Qué sucede? —preguntó Tyler evidentemente nervioso.

—Tengo miedo de lo que pueda llegar a decirnos el doctor Beaner —respondió Rick—. No quiero volver a ese lugar, Tyler, no quiero.

Tyler puso una mano en el hombro de su hermano y sonrió.

—Tranquilo, no volverás, te lo prometo.

En ese momento, la puerta se abrió y el médico entró con una carpeta. Tyler supuso que se trataba de la historia clínica de Rick.

—Muy bien, según este registro su hermano debía regresar a verme dentro de dos semanas —indicó el doctor mirando a uno y a otro alternadamente.

—Así es, doctor, pero Rick no se ha sentido bien últimamente.

El doctor fijó su atención en el menor de los hermanos.

—¿Qué sucede, Rick?

Rick puso ambas manos encima del escritorio; de repente había comenzado a temblar.

—Son las lagunas mentales, doctor. Han regresado y esta vez con más frecuencia; los medicamentos ya no me hacen efecto.

El doctor Beaner revisó la historia clínica del nervioso muchacho que tenía sentado frente a él. Era su paciente desde que había regresado a la ciudad y era la primera vez que lo veía tan mal.

—La dosis que te receté debería ser suficiente para controlar esos lapsus de memoria —aseveró—. ¿Cuándo comenzaron a hacerse más frecuentes?

—No lo sé, hace un mes quizá.

—Debió venir antes.

—Fue culpa mía, doctor —intervino Tyler.

El médico no dijo nada.

—¿Has tenido alguna experiencia traumática? ¿Algo que pudiera provocar las lagunas mentales? —preguntó en cambio a Rick.

Rick no respondió de inmediato.

—No lo sé.

—Trata de recordar —insistió el médico.

Rick negó con la cabeza.

—No lo recuerdo.

Tyler notó que Rick se estaba alterando, le tocó la mano y lo obligó a que lo mirase.

—Cálmate, Rick, todo estará bien.

—Sin dudas hubo un disparador que desató el cambio de conducta —explicó el doctor Beaner cerrando la historia clínica de Rick—. Te recetaré un medicamento más fuerte. —Escribió en un papel con rapidez y se lo entregó luego a Tyler.

Él lo leyó, pero era imposible entender la caligrafía.

—Que empiece a tomarlo hoy mismo —indicó el doctor—. Notarás el cambio en un par de días. —Miró a Tyler—. Si ve que no mejora, deberá traerlo nuevamente.

Tyler guardó la prescripción dentro del bolsillo de su camisa y se puso de pie. Rick hizo lo mismo. Saludaron al doctor Beaner y abandonaron el Kansas Spine bajo la atenta y curiosa mirada de la gente.

Estaban a punto de subir a la camioneta cuando Rick se detuvo de repente. Tyler notó que él miraba hacia el estacionamiento del hospital. Giró la cabeza y vio a Anthony Hall apearse de su coche y caminar hacia el área de urgencias.

El médico se detuvo y los miró.

Los separaban unos cuantos metros, pero aun así Tyler percibió el rencor en la mirada del padre de Brittany Hall.

—Ven, Rick, será mejor que regresemos a la casa, Mimie debe de estar preocupada por nuestra ausencia —dijo arrastrando a su hermano dentro de la camioneta.

En el camino, Tyler se detuvo en una farmacia para comprar el medicamento para Rick.

Nunca imaginó que allí se toparía con Erin Campbell.

Ella salía de la farmacia cargando un par de bolsas. Hacía calor, demasiado, y a pesar de que continuaba con la misma ropa que llevaba por la mañana, estaba muy hermosa.

Tyler no podía negarlo, aquella mujercita irritable y sobria era dueña de una belleza singular. Se detuvo en la acera unos segundos sólo para contemplarla a sus anchas aprovechando que ella aún no había detectado su presencia.

Su rostro estaba un poco enrojecido por el salvaje sol de Kansas, pero lucía suave y terso, con unas cuantas pecas surcando las mejillas y la pequeña nariz. Los labios no eran carnosos como a él le gustaban, pero estaba seguro de que sus besos serían deliciosos. Pero si algo sobresalía en el rostro de la agente del FBI eran sus ojos.

Tyler aún no había conseguido discernir de qué color eran exactamente, tal vez una exótica mezcla de azul con violeta; y podía jurar que cambiaban de tonalidad acorde al estado de ánimo de su dueña.

Carraspeó y comenzó a avanzar cuando se dio cuenta de que ella lo había visto. Se acercó y le ofreció ayuda con las bolsas.

Erin accedió gustosa y lo siguió hasta el sitio en donde estaba estacionada su nueva adquisición.

Tyler lanzó un silbido de admiración.

—¡Vaya! Bonita máquina. —Colocó las bolsas dentro del Honda Fit cuando ella le abrió la puerta. Apollo que se encontraba en el asiento trasero, se colocó de inmediato en la parte delantera. Tyler frunció el ceño.

—Gracias —sólo dijo ella.

Él apartó la vista del perro y sonrió, parecía que Erin llevaba prisa o estaba tratando de huir de él.

Erin se metió en el auto, encendió el motor y se asustó cuando Tyler se asomó por la ventanilla abierta. También Apollo reaccionó ante aquella intromisión, y Erin tuvo que sujetarlo para que no le saltara encima al comisario.

A él poco pareció importarle y, de repente, a Erin le pareció que él estaba demasiado cerca. Empujó a Apollo hasta su sitio y se reclinó en el asiento.

—¿Desea algo más? —preguntó resoplando su flequillo en un gesto displicente.

Él negó con la cabeza.

—Nos vemos más tarde —dijo Tyler sonriéndole, y Erin descubrió que, cuando lo hacía, una arruga se dibujaba en su mejilla derecha, cerca de la comisura de sus labios.

—Hasta luego. —Arrancó el auto y se marchó a toda prisa.

Erin no tenía intención de regresar ese día a la estación de policía. El mismo Jon le había dicho que era mejor que se quedara en casa revisando los archivos del caso; no la quería cerca cuando le comunicara al comisario Tyler la decisión que había tomado.

* * *

Erin llegó a la casa cerca de las siete de la tarde; llevaba consigo toda la información preliminar de la investigación para comenzar a diseñar el perfil del sospechoso.

Llevó las bolsas de las compras a la cocina y dejó las carpetas en el sillón de la sala. Se quitó los zapatos y los dejó desperdigados encima de la alfombra. Necesitaba una ducha antes de sentarse a trabajar.

Puso un poco del alimento balanceado de Apollo en su cuenco nuevo y se dirigió hasta el baño.

Treinta minutos después, estaba fresca, limpia y olía a agua de azahar. Apollo había acabado con su ración de alimento y ya se encontraba ubicado en su sillón favorito. No estaba dormido, sino que observaba atentamente cada movimiento que hacía Erin. Pero, cuando alguien llamó a la puerta, saltó del sillón y corrió para ver quién venía de visita esta vez.

Erin dejó escapar un soplido de fastidio, esperaba que no fuera nuevamente la señora Montgomery; la mujer no le caía muy bien, y no estaba con ánimos de ser cortés con ella en ese momento.

Se asomó por la mirilla y descubrió aliviada que se trataba de Olivia; no vio a su madre por ninguna parte, por eso decidió abrirle.

Al hacerlo, Apollo saltó encima de las piernas de la joven. Erin sonrió, al parecer su perro estaba haciendo más vida social que ella; no sólo se había ganado la simpatía de su vecina, sino también la de Charity, la secretaria del comisario Evans.

—Hola, Erin, espero no molestar —dijo Olivia colocando su abundante melena ondulada sobre uno de los hombros, mientras se agachaba para juguetear con Apollo.

—Para nada, acabo de llegar. Pasa. —Erin recogió los zapatos del suelo y los dejó en un rincón.

Olivia entró seguida del animal. De inmediato sus ojos negros se posaron en las carpetas esparcidas encima del sofá.

—Tienes trabajo, debí suponerlo.

Erin recogió todo y lo colocó sobre la mesita.

—Me gusta traerme el trabajo a casa. ¿Deseas tomar algo? Estaba a punto de servirme una cerveza, pero si quieres beber un refresco…

—¿Bromeas? Una cerveza me caería estupendamente, trabajo como camarera en un bar, estoy acostumbrada a las bebidas alcohólicas —explicó.

Erin no entendió a qué se refería con eso de que estaba acostumbrada a las bebidas alcohólicas, pero no tardó más de un par de minutos en regresar de la cocina con un par de latas de cerveza.

—Si quieres un vaso, te lo puedo traer.

—No te molestes —le sonrió—. Así está bien.

Erin se sentó frente a ella y subió ambas piernas encima del sillón.

—Antes que nada quería pedirte disculpas por el comportamiento de mi madre hoy a la mañana —dijo Olivia evidentemente contrariada—. No suele irse de boca de esa manera, mucho menos frente a extraños, pero desde que ha puesto sus ojos en el doctor Anthony Hall, anda defendiendo a su hija a capa y espada.

Erin bebió un sorbo de cerveza y luego dijo:

—No te preocupes.

—No estoy de acuerdo con ciertas actitudes de ella. Hasta cierto punto la comprendo. —Hizo un mohín con los labios—. El divorcio la ha convertido en una mujer un tanto amargada. Mi padre se largó hace más de un año con una mujer mucho más joven que él. Y que mi madre, por supuesto —explicó tratando de justificar las acciones de Pearl Montgomery.

Erin no dijo nada, podía entender el proceder de la madre de Olivia, pero inculpar a alguien de un crimen era una cosa bastante diferente.

—Dime, ¿cuál es tu trabajo dentro del FBI? —preguntó curiosa Olivia.

—Pues mi especialidad es la psicología forense; soy perfiladora.

Los ojos negros de Olivia se abrieron desmesuradamente.

—¿Como Clarice Starling en El silencio de los inocentes?

Erin soltó una carcajada.

—Algo así; mi tarea consiste en elaborar un perfil del sospechoso, estudiar su mente para tratar de conocer los motivos que lo llevaron a cometer el crimen… Comprender por qué lo ha hecho.

—Suena apasionante.

Erin admiraba el entusiasmo que demostraba Olivia. Le resultaba difícil encontrar a alguien que creyera que su trabajo fuese apasionante.

—Suele ser un trabajo extenuante y sobre todo muy estresante, no es sencillo hurgar en la mente de un asesino; créeme, he visto cosas horribles en los años que trabajé como agente del FBI.

—¿Cuántos años llevas como agente especial?

—Después de graduarme como psicóloga forense entré a la academia. Me convertí en agente del FBI cuando tenía veintitrés años y ocho meses; cinco años después fui aceptada en la Unidad de Ciencias de la Conducta y estuve allí dos años hasta que me retiré, fueron siete años en total.

Olivia frunció el ceño.

—¿Te retiraste? ¿Cuándo?

Erin sabía que había hablado de más y ahora tendría que dar explicaciones que no tenía ganas de dar.

—Hace cuatro años.

—Y regresaste.

—Sí, no pensaba hacerlo, ya me había construido una nueva vida lejos de Quantico, pero mi jefe vino a buscarme.

—¿Y qué hiciste luego de tu retiro?

A Erin le sorprendió que ella no le preguntase la razón de su alejamiento. Le sonrió.

—Me mudé a Lexington, una pequeña ciudad en el este de Virginia, con Apollo. Allí comencé a escribir novelas románticas, tuve la suerte de que una importante editorial confiara en mí y publicase mis libros.

—¡Wow! —exclamó Olivia—. ¡Eres escritora! ¡Y de novelas románticas! Adoro las novelas románticas.

—Puedo hacer que la editorial te envíe alguno de mis libros si te interesa —le ofreció.

—Me encantaría.

—Mañana mismo hablaré con mi editora.

—¿Y, dime, has dejado algún galán allí donde vivías?

Erin casi se atragantó con el último sorbo de la cerveza. Dejó la lata encima de la mesita y tardó unos segundos en responder.

—No, no dejé a nadie.

Olivia frunció el ceño.

—¿Una autora de novelas románticas sin un amor? Es una triste paradoja; puedo presentarte a alguno de mis amigos…

Erin la detuvo.

—No hace falta, estoy bien así.

Olivia notó de inmediato el cambio de humor. Había tocado un tema doloroso.

—¿Has sufrido por amor? Perdona mi intromisión, pero cuando empiezo con el interrogatorio ya no puedo detenerme.

Una sonrisa amarga se dibujó en sus labios.

—Digamos que no he sido afortunada.

—Pero has estado enamorada alguna vez…

Erin asintió.

—¿Qué sucedió? —se atrevió a preguntar Olivia.

Erin volvió a guardar silencio, sus manos comenzaron a moverse inquietas sobre su regazo.

—Conocí el amor una vez —dijo por fin—, pero las cosas no salieron bien…

—Te destrozaron el corazón —se aventuró a decir Olivia.

—Olivia, no te enojes, pero prefiero no hablar del asunto —le pidió con los ojos humedecidos. Ya había dicho demasiado, mucho más de lo que hubiese imaginado revelarle a nadie jamás.

—Está bien, comprendo, pero quiero que sepas que a pesar de que apenas nos conocemos puedes confiar en mí, no soy para nada como mi madre, sé guardar un secreto y prestar un oído cuando alguien lo necesita —le dijo sinceramente.

—Gracias, lo tendré en cuenta.

—Además creo que te haría bien salir un poco, ¿por qué no vienes esta noche al Blue Shadow? Es el bar donde trabajo, es un lugar tranquilo, con un ambiente relajado, los tragos irían por mi cuenta, por supuesto…

Erin la interrumpió.

—Te agradezco la invitación, pero esta noche no, estoy agotada, fue mi primera jornada de trabajo y lo único que quiero es meterme en la cama temprano.

—Bien, pero debes prometerme que irás una de estas noches, hasta el más acérrimo de los trabajadores tiene derecho a divertirse, está escrito en la Biblia —aseveró poniéndose seria.

Erin volvió a sonreír y las ganas de llorar que la habían invadido hacía tan sólo unos segundos se desvanecieron por completo.

—Esta mañana vi que te fuiste con dos hombres, muy guapos, por cierto, sobre todo el más joven de ellos —comentó Olivia cambiando de tema.

—Esos eran Jon Kellerman, mi jefe, y Jesse Widmore, mi nuevo compañero de trabajo —explicó sintiéndose un poco menos tensa ahora que la conversación había tomado otro rumbo.

—Jesse; ¿qué hace él en el FBI? ¿Lo mismo que tú?

—No, él es experto en crímenes violentos, digamos que su campo de investigación se complementa con el mío.

—Entiendo, pues a mí me parece muy guapo.

Erin sonrió, era más que evidente que a Olivia le había encantado el agente Widmore. Ella había tachado de su vocabulario la palabra «romance», pero no le costaba nada presentárselo a Olivia cuando se diera la ocasión. Le caía bien, y con ella sucedía algo que hacía mucho tiempo no experimentaba: podía reírse y pasar un buen rato.

—Es un joven bastante serio —comentó Erin—. Pero supongo que no puedo hablar mucho de él, hace apenas un par de días que lo conozco.

—¿Y ese poco conocimiento te permite decirme por ejemplo si tiene novia, está comprometido o casado?

—No lo sé, pero puedo averiguarlo.

—Me harías un gran favor. —Olivia buscó la mano de Erin y le dio un par de golpecitos—. Estoy segura de que pronto encontrarás un hombre que te mueva la estantería.

Las palabras de Olivia le causaron gracia.

—No es mi prioridad en este momento —respondió esperando que ella no retomara el tema, no estaba preparada para seguir hablando de su pasado y de su historia de amor frustrada.

—Cambiarás de opinión cuando conozcas al hombre de tu vida.

Erin no le dijo nada, sus ojos se desviaron hacia los expedientes que había traído de la estación de policía.

—Olivia, ¿puedo hacerte una pregunta?

—Todas las que quieras —respondió acomodándose mejor sobre el sofá.

—¿Conoces a Rick Evans?

Olivia le clavó sus enormes ojos negros.

—Sí, mi jefe, Connor, es el mejor amigo de su hermano, Tyler, el comisario, a quien seguro ya habrás tenido el placer de conocer.

No podía decirse que haber conocido al comisario Tyler Evans hubiera sido precisamente un placer, pero Erin dejó que Olivia continuara.

—Tiene un hermano menor, Rick. Él no es como los demás muchachos; es especial, no sé si me entiendes.

—¿A qué te refieres?

—Tiene un ligero retraso mental, al parecer su madre contrajo alguna enfermedad cuando lo estaba esperando y nació con ese problema. Si te lo encuentras en la calle parece un muchacho normal, un poco tímido y callado, pero nada más. Cuando sus padres murieron, Rick tenía unos doce años, creo. Su hermano y una mujer negra que ha trabajado para ellos desde hace años se encargaron de su cuidado. Nunca necesitó un trato especial, iba a la escuela como los demás niños, era un poco lento de aprendizaje, pero se las apañaba bastante bien.

—¿Qué fue lo que sucedió hace cinco años?

Olivia dejó escapar un suspiro.

—Una tragedia. Fue una noche de verano después de una fiesta que había organizado un grupo de chicos, todos amigos de Brittany Hall. La fiesta se prolongó casi hasta la madrugada, y Brittany regresó a su casa sola. Lo que sucedió después sólo ella y el propio Rick lo saben, pero el asunto es que parece ser que Rick, que se había colado en la fiesta, la siguió. No era un secreto para nadie que Rick estaba enamorado de ella. Rick se acercó a Brittany y quiso darle un beso, ella lo rechazó y él simplemente enloqueció. La golpeó hasta dejarla inconsciente. Luego llamó por teléfono a Tyler y él fue quien llevó a Brittany al hospital. Rick fue acusado y condenado por agresión y debido a su discapacidad fue enviado a una institución mental en donde estuvo encerrado durante cuatro años.

Erin escuchó la historia con atención. Ignoraba que el hermano del comisario padeciera un retraso mental, tal condición sumada al hecho de que la muchacha que amaba lo rechazara pudo ser el disparador para que él la atacara. Aun así le pareció extraño.

—Te has quedado pensativa de repente.

—Es una historia terrible.

—Sí, pero no creo que Rick tenga que ver con los asesinatos, olvida lo que dijo mi madre, ella vive bajo la influencia de Anthony Hall, el padre de Brittany, que odia a Rick y se ha encargado de hacerle la vida imposible desde que regresó a la ciudad.

—Sin embargo tiene antecedentes de violencia —puntualizó Erin cruzándose de brazos.

—Supongo que tú sabes más del tema ya que es tu trabajo, debes conocer cómo piensa un asesino, pero Rick no es un criminal, sólo es un muchacho diferente que cometió un terrible error y que ahora vive señalado por todos. —Olivia miró su reloj—. Me encantaría quedarme, pero, si no me voy ya mismo, Connor es capaz de despedirme.

Erin y Apollo acompañaron a Olivia hasta la puerta.

—Recuerda que la invitación para que vengas al Blue Shadow sigue en pie —le dijo Olivia.

Erin asintió mientras sonreía.

—Adiós, cariño —rascó el lomo de Apollo—. ¿Te lo has llevado al trabajo?

—No tuve más remedio, me dio pena dejarlo solo en la casa, pero creo que fue un error haberlo hecho.

—¿Por qué lo dices?

—Digamos que la obsesión de Apollo por las botas vaqueras del comisario Evans no fue una buena manera de presentarme ante él.

Olivia soltó una carcajada.

—Si quieres yo puedo quedarme con él durante el día, no creo que a mi madre le moleste.

—No puedo pedirte semejante favor…

—Me encantaría cuidarlo, suelo estar en casa la mayor parte del día y no entro a trabajar en el bar hasta las nueve, para esa hora tú ya estás de regreso.

La idea la tentaba, pero no podía afirmar que a la señora Montgomery le diese gusto.

—No te preocupes por mi madre, se enojará al principio, pero estoy segura de que terminará por conquistarla también a ella. —Levantó al perro y este comenzó a lamer su rostro—. ¡Creo que fue amor a primera vista!

—No lo dudo, se ve que te adora. No quiero causarte molestias, pero la verdad es que no puedo andar con él de arriba abajo, mucho menos llevarlo todos los días a la estación de policía; lamentablemente no a todos le cae simpático Apollo.

—Dale un poco de tiempo a Tyler, es un poco hosco y antipático, pero es un buen hombre.

—Supongo que sí.

—Bueno, debo marcharme. Gracias por la cerveza —dejó al perro en el suelo—. Tráemelo mañana antes de irte y no te preocupes, estará bien en mi casa.

—Gracias, Olivia, de veras.

Se despidieron, y Erin y Apollo entraron a la casa. Estaba anocheciendo y ya era hora de encender todas las luces.

Regresó luego a la sala, se sentó en el sofá con las piernas dobladas y tomó una de las carpetas del caso. Junto a ella tenía una pequeña libreta y un bolígrafo y, antes de empezar a leer el expediente, anotó un nombre y lo encerró en un círculo.

Rick Evans.

* * *

—¿Quién demonios se cree que es usted para tomar semejante decisión? —Tyler se levantó bruscamente de su silla y golpeó el escritorio con la mano.

Jon sabía que aquella conversación sería de todo menos sencilla, aun así aquel hombre tan terco como una mula debía entender las razones por las cuales él le estaba pidiendo que se apartara de la investigación.

—Es lo mejor, comisario —dijo sin moverse de su sitio. Estaba de pie junto a la ventana, lejos del alcance de la furia de Tyler Evans, ya que no sabía cómo podría reaccionar.

—Desde un principio aclaré que este era mi caso y usted estuvo de acuerdo —espetó mirándolo fríamente con sus ojos grises.

—Eso es verdad, pero también es cierto que usted nos ocultó información relevante en el caso.

Era evidente hacia dónde apuntaba aquella conversación.

—La agente Campbell habló con usted, ¿verdad?

Jon asintió.

—Erin sólo expuso un hecho que no puede ser pasado por alto; su hermano va a ser indagado como un posible sospechoso y no es prudente que usted comande la investigación.

Tyler farfulló un par de maldiciones. Sabía que la charla informal que había tenido con la dichosa perfiladora le traería problemas.

—No puede investigar a mi hermano basándose solamente en habladurías de gente que no tiene mejor cosa que hacer que perjudicar a los demás.

—Su hermano tiene antecedentes penales, fue condenado por agresión. En este caso, las víctimas fueron golpeadas hasta morir y además el primer homicidio ocurrió pocos días después de que su hermano saliera de la institución mental donde estuvo recluido.

Tyler se quedó callado. Sabía que todas las sospechas señalaban a su hermano, pero Rick era inocente y él tenía que probarlo y, si lo alejaban del caso, jamás tendría la oportunidad de hacerlo.

—Por favor —su tono de voz furibundo dio paso a uno más calmado—, no puede sacarme del caso. Si todos creen que mi hermano es culpable, la única manera de exonerarlo es hallar al verdadero asesino. Si quiere le cedo el mando de la investigación, pero permítame colaborar, prometo no interferir, sólo deseo probar la inocencia de Rick.

Jon lo meditó por unos segundos; presentía que, si no accedía a su petición, el comisario les haría la vida imposible, después de todo debían usar la dependencia de la estación de policía mientras durase su estadía en la ciudad. No era la primera vez que pasaba por alto alguna regla del protocolo; quizá la decisión que estaba a punto de tomar terminaría por convertirse en un problema grave en el futuro y, si eso ocurría, el único responsable sería él, pero aun así no lo dudó.

—Está bien, no voy a apartarlo del caso, pero quiero que entienda que no podrá interferir de ninguna manera, su hermano será debidamente investigado como cualquier otro sospechoso.

Tyler dejó salir por la nariz todo el aire que había contenido en los pulmones.

—Gracias, sé que al dejarme dentro está rompiendo algunas normas, pero no quiero perjudicar a nadie. Se lo debo a mi hermano —agregó con un dejo de tristeza en la voz.

—Si es inocente, no tiene de qué preocuparse.

—Lo es —aseveró Tyler.

—Bien, quizá lo llamemos para someterlo a un interrogatorio, le voy a pedir que cuando eso suceda usted no se encuentre presente.

Tyler lo comprendía y aceptó sin poner ninguna objeción. Ya había conseguido lo que quería, continuar en el caso, ahora debería dejar que los federales hicieran su trabajo y sobre todo hacer hasta lo imposible por dar con el verdadero culpable.

—Ahora debo retirarme, ya es tarde —dijo Jon yendo hacia la puerta—. Mañana comenzaremos con los interrogatorios, queremos citar nuevamente a todos los que han prestado ya su testimonio.

—No son muchos —informó Tyler—. Les hemos tomado declaración a los amigos y familiares de Priscilla Caller, aún no lo hemos hecho con los allegados de Katie Lorenz, apenas hemos recibido el informe de la autopsia hace unas pocas horas.

Jon asintió.

—Mañana echaremos manos al asunto, nuestros chicos en Quantico ya están trabajando con los datos que les hemos enviado, seguro tendremos resultados pronto. —Abrió la puerta y antes de salir miró a Tyler por última vez—. Nos vemos mañana, comisario.

—Hasta mañana, agente Kellerman.

Tyler dejó caer su cuerpo en la silla y de sus labios brotó un suspiro de alivio.

La jugarreta de la dichosa perfiladora no había funcionado, si lo quería fuera del caso, el tiro le había salido por la culata.

Salió de la oficina, Charity ya se había retirado a su casa. Miró su reloj, faltaban algunos minutos para las ocho, seguramente Mimie estaría esperándolo con la cena lista.

Pero esa noche no tenía ganas de ir a la casa, necesitaba un poco de soledad y el único sitio donde podía encontrarla era en la pequeña cabaña que había adquirido unos meses atrás. Había pensado mudarse en un futuro cercano, pero decidió posponer todo tras el regreso de Rick. Sin embargo y, a pesar de la mala cara de Mimie que no veía con buenos ojos que él, su niño grandote, se pudiera ir a vivir lejos de sus faldas, había pedido un crédito al banco y había comprado la cabaña. Se había enamorado la primera vez que la vio y supo en ese instante que tenía que ser suya. Con el dinero del préstamo pudo comprarla y hasta le sobró para invertir en la remodelación; tarea que se encargaba de hacer él mismo; le encantaba trabajar con las manos y regocijarse luego con los resultados.

Se subió a la camioneta, encendió la radio que en ese momento estaba trasmitiendo un partido de béisbol entre el equipo los Broncos del Dorado y los Wingnuts de Wichita. No era fanático de los deportes, pero lo dejó en aquella sintonía.

La cabaña estaba emplazada a orillas del Lago Beech en donde adoraba pasar toda una tarde pescando. No estaba lejos de la ciudad, sólo unos cuantos minutos de distancia. Debía tomar el camino a Greenwich, pero sin pensarlo dos veces se desvió de su destino.

Ni siquiera supo por qué tuvo la necesidad de hacerlo, pero cuando entró en la calle dónde vivía Erin, ya no pudo dar marcha atrás. Pasó por delante de la casa de Pearl Montgomery, vio estacionada la camioneta de Anthony Hall en la entrada y no le sorprendió en lo más mínimo. El romance que mantenían estaba en boca de todos en la ciudad.

Miró hacia ambos lados de la casa y en la que vivía Erin sólo podía ser la que estaba ubicada a la izquierda. Aminoró la marcha y observó con atención. Notó que todas las luces estaban encendidas, aún era temprano, pero igualmente le pareció extraño. Su nuevo coche estaba estacionado en la calle y no había ningún vehículo cerca, por lo que supuso que estaría sola.

Detuvo la camioneta a unos metros y apagó el motor.

¿Qué demonios estaba haciendo allí? No lo sabía, pero de repente había sentido la urgencia no sólo de pasar, sino de quedarse a mirar. Quizá su intención fuera bajarse, llamar a la puerta y enfrentarla por lo que le había dicho a su jefe y que casi provocó su alejamiento de la investigación, pero en ese momento no lo creyó prudente. Era un tema que debía tratar con ella en la estación de policía, no en la intimidad de su casa.

Notó que la cortina de una de las ventanas se movió. Se quedó quieto, desde la casa ella podía verlo, a pesar que se había estacionado en un lugar poco iluminado.

Entonces la vio.

Erin estaba observando a través de la ventana; llevaba el cabello suelto sobre los hombros y tenía puesto lo que parecía ser una bata.

No lo había visto, podía jurarlo y aún estaba a tiempo de marcharse antes de que ella descubriera que la estaba espiando, pero no lo hizo. No podía apartar la vista de la silueta femenina que se recortaba contra el cristal de la ventana. La luz del interior estaba encendida y la oscuridad reinante afuera dibujaba las líneas de su cuerpo aunque estuviera cubierto con una bata.

Dejó escapar un suspiro.

Era condenadamente hermosa, no podía negarse. Mucho más ahora que veía cómo su dorada cabellera caía libre a un costado de su rostro.

Vio que ella inclinaba la cabeza y una bola de pelo negro saltaba contra la parte baja del cristal. Después Erin le sonrió a su perro y, tras correr la cortina, se alejó.

El maldito animal había hecho que ella se apartara de la ventana. Dio unos golpecitos al volante, estaba inquieto cuando debía estar molesto con aquella mujer.

Metió la llave en el encendido, sabía que tenía que irse de allí, no tenía caso quedarse y jugar el papel de tonto porque así era exactamente como se sentía.

Se largó a toda velocidad haciendo que las llantas de la camioneta chirriaran contra el asfalto.

* * *

Erin estaba en la cocina preparándose un café cuando escuchó el ruido proveniente de la calle, parecía que alguien tenía prisa. Con la taza llena regresó a la sala para seguir leyendo los expedientes del caso; faltaban algunos datos aún de la segunda víctima, como el informe de la autopsia y los reportes policiales de la escena del crimen al momento del hallazgo del cadáver.

Con lo que tenía era suficiente para empezar; apuntó unos cuantos datos en su ordenador portátil y leyó la lista de posibles sospechosos, aquellos que la policía local se había encargado de interrogar a su debido tiempo.

No era muy larga, sólo había tres nombres.

Ken Bentley, uno de los compañeros de Priscilla Caller, con quien, según el informe policial, había discutido acaloradamente un par de días antes de su muerte.

Gill Murray, vecino de Priscilla, una de las últimas personas en verla con vida.

Y, por último; Sherman Payne, profesor de la secundaria en donde no sólo asistía Priscilla sino también Katie Lorenz.

Por supuesto, el nombre de Rick Evans no aparecía en la lista.

A la mañana siguiente iría a visitar la casa de Priscilla Caller; uno de sus métodos a la hora de perfilar a un sospechoso era conocer a la víctima en profundidad.

Terminó de hacer algunas anotaciones, abrió el archivo del manuscrito en el que estaba trabajando y el que debía entregar en un plazo no mayor a los dos meses, e intentó escribir algo.

Estuvo unos cuantos minutos divagando en la misma línea, no podía avanzar. La escena en cuestión la tenía completamente estancada. Era la primera escena de amor entre los protagonistas de la historia y, a pesar de que ya llevaba escritas tres novelas románticas, no podía entender por qué aquella escena en particular le estaba dando tantos dolores de cabeza.

Media hora más tarde, y con apenas dos párrafos escritos, decidió que aquella noche tampoco sería productiva.

Llevó la taza de café al fregadero y subió a su habitación, pasó por al lado de Apollo que yacía dormido sobre la alfombra y se metió en la cama.

Un pensamiento angustiante la asaltó.

¿Habría hablado ya Jon con el comisario Evans? ¿Lo habría apartado del caso? ¿La odiaría él por haberse entrometido?

Cerró los ojos y trató de no pensar más en aquel tema.

Sin embargo, y durante un largo rato, no pudo quitarse al recio comisario de la cabeza.