Capítulo 8

Durante los veinte minutos que duró el trayecto hasta la casa, Erin permaneció en silencio. Tyler había intentado iniciar en más de una ocasión una conversación con ella, pero había desistido antes de siquiera abrir la boca, porque comprendió que no tenía caso.

Erin se había emperrado en quedarse callada y, además, él le había prometido guardar silencio.

Aun así, y a pesar de lo contradictorio que podía ser para él, Tyler disfrutaba de su cercanía. El perfume que manaba de su piel era suave, y a Tyler le recordó un prado florecido en primavera. Una mezcla deliciosa que rápidamente envolvió el interior de su vieja camioneta y subyugó el olor de su loción de afeitar importada de Francia.

Estacionó frente a la casa; Tyler se agachó un poco para mirar por la ventanilla y notó que las luces estaban todas encendidas.

—Olvidaste apagarlas —mencionó ladeando la cabeza y mirándola a la cara.

Erin continuó mirando hacia el frente e ignoró su comentario. Colocó su mano en la manija de la puerta y, con la otra, sujetó su bolso con fuerza.

—Espera —dijo él de repente. Se bajó rápidamente de la camioneta y se plantó frente a la puerta del acompañante. La abrió para ella y a pesar de que sabía perfectamente que Erin no necesitaba su ayuda para descender del vehículo, le ofreció su mano de todos modos.

Ella observó el brazo extendido y la sonrisa en el rostro de Tyler.

«Solamente está tratando de ser amable contigo», se dijo Erin mientras decidía qué hacer. Pero lo sucedido en el bar, los reproches y luego la manera en la que la había tocado mientras bailaron fueron razón suficiente para rechazar su ayuda.

Se apeó de la camioneta y se hizo a un lado, lo más lejos que pudo de él.

Tyler cerró la puerta y giró hacia ella.

—¿Quieres que te acompañe hasta la casa? No voy a pedir que me invites a pasar.

—No es necesario —respondió tajantemente.

—Está bien, me marcho entonces.

—Buenas noches, comisario Evans.

Él frunció el ceño.

—¿Me tratas de usted nuevamente?

—Creo que es lo mejor —replicó ella.

—Buenas noches, Erin, que duermas bien. —Se quedó mirándola por unos segundos, los suficientes para incomodarla y con rapidez se subió a su camioneta.

Erin se quedó allí, sus dedos apretaban la correa del bolso con fuerza. Los latidos de su corazón volvían lentamente a su ritmo normal. Le temblaban las piernas y la extraña sensación en el estómago no había desaparecido aún.

Inhaló y exhaló profundamente un par de veces; cerró los ojos, pero al hacerlo lo único que vio fue el rostro de Tyler Evans. Los abrió de inmediato; aquel hombre no tenía derecho a meterse en sus pensamientos.

Sacudió la cabeza y se dirigió a la casa de sus vecinas para recoger a Apollo; el perro se mostró feliz de verla, no así la señora Montgomery quien había estado espiando su llegada desde la ventana que daba a la calle. No le había agradado verla en compañía del comisario Evans.

Le pidió que le avisara a Olivia que se había sentido mal y que por eso se había marchado antes del Blue Shadow. Pearl le dijo que le daría su recado y la despidió, echándola prácticamente de su casa con perro y todo.

Erin le dio poca importancia a la descortesía de su vecina, ya Olivia le había hablado de su amargo carácter debido a su traumático divorcio. Sintió pena por la mujer; al parecer, cada uno cargaba con su propia cruz.

Seguida de Apollo entró por fin a la casa, arrojó el bolso sobre el sofá y se quitó los zapatos. No tenía apetito, por lo que sólo sirvió un poco de comida para Apollo porque ignoraba si la señora Montgomery le había dado de comer. El perro apenas olió el cuenco cuando ella lo llenó con el balanceado. Al menos sí lo había alimentado.

No eran las diez aún; en Lexington, a aquella hora apenas comenzaba con su rutina de escritura nocturna. Podía intentarlo; no había escrito nada jugoso en los últimos tres días, además no tenía sueño.

Buscó el ordenador portátil y se ubicó en un rincón del sofá en el que Apollo ya estaba dormitando.

Abrió el documento y buscó el manuscrito en el que estaba trabajando; había dejado en una escena amorosa, la había abandonado porque no había sabido cómo seguirla.

Apoyó la espalda en uno de los cojines y colocó ambas manos sobre el teclado. Sus dedos estaban inquietos; sintió el cosquilleo y sonrió.

Comenzó a escribir y llenar las páginas en blanco casi sin darse cuenta; las palabras parecían salir a borbotones de su mente; fluían sin ningún freno. Sin dudas, la inspiración estaba de su lado aquella noche.

Escribió durante casi dos horas sin detenerse; temía hacerlo y estancarse una vez más como ya le había ocurrido.

Había conseguido cerrar el capítulo; aquella escena amorosa entre los protagonistas de su novela finalmente había surgido sin ningún problema.

Leyó las páginas escritas y le agradó el resultado.

Ignoraba de dónde había salido la inspiración, pero, si tenía más noches productivas como aquella, podría entregar el manuscrito en la nueva fecha acordada.

Guardó el archivo y apagó el ordenador. Sin hacer ruido para no despertar a Apollo, subió las escaleras y entró a su habitación. Unos pocos minutos más tarde, y con su ropa de dormir, ya estaba metida en la cama.

Pero no logró conciliar el sueño de inmediato.

Estaba inquieta y nerviosa.

La actitud de Tyler Evans hacia ella era lo que la desconcertaba. En el bar se había puesto furioso, como era de suponer tras saber que ella casi había provocado que fuese retirado del caso. Pero luego, cuando estaban bailando tan cerca uno del otro; esa furia se había desvanecido por completo. Parecía que en una sola noche había visto dos caras del mismo hombre.

Y Erin no sabía a cuál de las dos le temía más.

* * *

Se movió inquieta en la cama; estaba boca abajo y las sábanas habían ido a parar al suelo. Había pasado una noche fatal; no había podido conciliar el sueño fácilmente y, cuando por fin lo había logrado se había despertado en medio de una pesadilla. No recordaba mucho del sueño, sólo que estaba en un lugar desconocido a la orilla de un lago y que sonreía feliz, luego había escuchado el eco de pasos acercándose y una voz masculina que decía su nombre.

Pero, cuando se dio vuelta, se vio a sí misma cayendo en un profundo abismo. La voz seguía llamándola y, a pesar de sus vanos intentos por aferrarse a la luz, la oscuridad se la iba devorando poco a poco.

Y se había despertado con una intensa sensación de ahogo. Entonces se lavó la cara y regresó a la cama en donde volvió a dormirse cerca de la madrugada.

No podía levantar los párpados, su único deseo era continuar durmiendo; necesitaba un sueño reparador antes de iniciar una nueva jornada de trabajo; faltaba media hora para las ocho, quizá podía dormir unos cuantos minutos más antes de poner un pie fuera de la cama.

Estiró un brazo, levantó la sábana del suelo y se cubrió hasta la cabeza.

Un par de segundos después un golpeteo persistente martilló en sus oídos.

¿Jon había venido por ella? No recordaba que él le hubiese mencionado algo al respecto. Quizá había surgido algo en el caso o, Dios no lo quisiera, había sido hallada una nueva víctima.

Se destapó y lanzó un bufido antes de alzarse de la cama. Ni siquiera se molestó en ponerse las pantuflas, tampoco se miró al espejo para revisar su aspecto. Se acomodó el cabello mientras bajaba las escaleras con parsimonia. Volvieron a golpear, esta vez con más ímpetu, y Erin tuvo que acelerar el paso. Apollo ya se encontraba agazapado junto a la puerta preparado para recibir al intruso.

—¡Jon, vas a despertar a media ciudad!

Pero, cuando abrió la puerta, se encontró con Tyler Evans de pie en el porche de la casa.

Fue entonces que se dio cuenta, primero, de que llevaba puesto tan sólo sus pantaloncitos cortos y su camiseta para dormir; y, segundo, de que tenía el cabello todo alborotado y seguramente su aspecto era bastante deplorable.

¿Qué demonios hacía aquel hombre allí parado frente a la puerta?

Apollo se puso enseguida a oler sus botas.

Tyler se quitó las gafas, las puso en el bolsillo de su camisa gris, miró primero al perro y después le sonrió a Erin.

—Buenos días.

Erin trató de acomodarse el cabello como pudo; habría deseado tener en ese preciso momento un espejo a mano.

—¿Qué hace usted aquí?

Tyler pasó por alto el hecho de que ella ni siquiera le había devuelto el saludo. Prefirió dedicarse a contemplar su aspecto mañanero. Lo del cabello revuelto le resultó divertido, sobre todo, el esfuerzo que en vano hacía ella por acomodarlo en su sitio. La vestimenta era otra cosa; entre la estrecha camiseta que resaltaba sus pechos dejando muy poco a la imaginación y los pantaloncitos cortos con pequeñas florecitas en color violeta que dejaban al descubierto sus esbeltas piernas, Tyler casi se olvidó del motivo que lo había llevado a golpear su puerta esa mañana tan temprano.

—¿Va a responder o no? —inquirió Erin y se movió inquieta en su sitio. Luego le ordenó a Apollo que se apartara de él y de sus botas.

Él le clavó la mirada y ella no pudo evitar sonrojarse. Debía de estar horrible, y sin embargo, el modo en que Tyler la miraba, le hizo saber que aún podía sentirse admirada y deseada por alguien.

Pero ella no quería despertar esa clase de sentimientos en ningún hombre.

—Necesito que vengas conmigo.

—¿A dónde? —Frunció el ceño—. ¿Han hallado a una nueva víctima?

Tyler negó con la cabeza.

—¿Entonces a dónde demonios quiere que vaya con usted? Yo puedo llegar a la estación de policía perfectamente sin su ayuda, para eso me han rentado un auto…

—No es a la estación donde quiero llevarte —interrumpió él—. Pero es importante que vengas conmigo, por favor.

Tyler se había puesto serio de repente, y Erin supo que la urgencia de que ella fuera con él era real. El hecho de que ignorase el sitio hacia donde quería llevarla pasó a un segundo plano.

—Está bien, pero deje que primero me dé un baño y desayune. —Había aceptado y ni siquiera sabía por qué. Quizá había sido la angustia que percibió en sus ojos o la ansiedad en sus palabras, pero lo cierto era que estaba a punto de ir con Tyler Evans hacia un lugar que desconocía.

—La esperaré.

—Será mejor que pase.

Tyler miró al perro en busca de su anuencia para entrar a la casa. Apollo lo observó detenidamente con sus ojos oscuros y, cuando él puso un pie dentro de la casa, dejó de hacerle caso.

Cuando Erin desapareció por las escaleras, Tyler se dedicó a contemplar la casa. Había un poco de desorden y, sin dudas, contrastaba con la imagen de sobriedad e integridad que Erin no se cansaba de mostrar. Le gustó aquella dicotomía; y, muy a su pesar, estaba descubriendo que había muchas cosas que le agradaban de ella. Posó sus ojos en Apollo; el perro ya no estaba encima de él, pero no dejaba de mirarlo; bueno, quizá no todo de ella le gustaba, pensó.

Desistió de sentarse en el sofá porque estaba demasiado nervioso; comenzó a caminar por la sala. Vio las carpetas del caso esparcidas sobre la mesa y unos cuantos papeles más por encima. También estaba el ordenador; se acercó, pero lamentablemente estaba apagado. No estaba bien lo que había pensado, no tenía ningún derecho a fisgonear en sus cosas, pero la curiosidad que sentía por aquella mujer era demasiado grande. Presentía que ocultaba algo; lo había percibido en la profundidad de sus ojos que, a pesar de ser de un azul vivo e intenso, siempre estaban teñidos de un atisbo de melancolía.

Además estaba el hecho de que al tal Jon Kellerman le había costado convencerla para que aceptara trabajar en el caso.

Pues sí, tenía curiosidad de saber más de ella, no tenía caso negarlo.

Se giró sobre sus talones cuando la escuchó bajar de prisa las escaleras.

Había vuelto la Erin de todos los días, con su falda estrecha, su camisa sin arrugas y su infaltable chaqueta, de la que colgaba su identificación. Se iba recogiendo el cabello aún mojado a medida que bajaba las escaleras.

Alzó la vista y se topó con los ojos grises de Tyler, se terminó de arreglar el cabello y se detuvo.

—Voy a desayunar algo rápido; ¿desea un café?

—No, gracias.

Erin se dirigió a la cocina, consciente de que él iba detrás de ella. Sacó una taza de la alacena, preparó el café y lo bebió, todo bajo la atenta mirada del comisario.

—No va a decirme dónde pretende llevarme, ¿no es así?

—Lo sabrás cuando lleguemos, quédate tranquila, no hay nada de qué temer.

Erin no estaba tan segura. Últimamente la cercanía de aquel hombre le infundía un gran temor, no porque pensara que él pudiese hacerle daño, sino porque no comprendía lo que le sucedía cada vez que la miraba o le hablaba. La verdad era que no sabía qué esperar de un hombre como Tyler Evans. Él la confundía, y ella no podía permitirlo. Por eso era mejor adoptar una postura de distancia y frialdad; debía mantenerlo alejada de ella, al menos en el ámbito personal porque tenían que trabajar juntos casi a diario en pos de un objetivo en común: encontrar al asesino de Priscilla Caller y Katie Lorenz.

Bebió su café, dejó la taza en el fregadero y revisó el cuenco de Apollo para ver si él se había alimentado.

—Tengo que llevar a Apollo a casa de mis vecinas —le indicó.

Tyler se sorprendió.

—¿Las Montgomery cuidan de tu perro?

—Sí, Olivia se ofreció a hacerlo, y creo que, dadas las circunstancias, la mejor opción era aceptar —le dijo a sabiendas de que él captaría la indirecta.

Tyler no dijo nada, pero sí se dio por aludido; lo que no podía creer era que a Pearl Montgomery aquella bola de pelos negros le cayera en gracia.

—Te espero en mi camioneta —le dijo saliendo al exterior. No pisaría la casa de Pearl Montgomery ni por todo el oro del mundo. Esa mujer y él no podían estar cerca ni a cien metros sin que saltaran chispas.

Erin se encogió de hombros, recogió su bolso y salió detrás de él con Apollo.

Tyler se metió en la camioneta y espió a Erin a través del espejo. El perro la seguía mientras movía el rabo. Puso sus manos en el volante y comenzó a golpetear los dedos, hasta que la vio regresar.

Le abrió la puerta del acompañante y, nuevamente, Erin tuvo dificultad para subirse por culpa de su estrecha falda. Farfulló en silencio, y Tyler aguantó la risa.

Erin colocó el bolso sobre su regazo, miró el reloj, faltaban diez minutos para las ocho.

—¿Nos llevará mucho tiempo? Tengo que avisarle a Jon que llegaré tarde. —Sacó el teléfono móvil dispuesta a llamarlo en ese mismo momento.

—No es necesario que le avises ahora —respondió él—. ¿Acaso necesitas reportarte con tu jefe por cada cosa que hagas o dejes de hacer?

Erin respiró hondamente para no contestarle con una grosería. Lo miró y le dijo:

—No, pero seguramente Jon se preocupará si me retraso.

«Lo llama “Jon” con demasiada confianza», pensó Tyler. Eso indicaba que eran bastante cercanos. Podía jurar incluso que tenían algo más que una relación laboral; aquel hombre no debía de ser sólo su jefe. ¿Sería su amigo? ¿Sería algo más?

Apretó el acelerador, aquella idea no le agradaba en lo absoluto.

—Haz lo que quieras —dijo mientras apartaba la mirada para tratar de concentrarse en el camino.

Erin lo observó de soslayo. Se había enfadado de repente; eran aquellos cambios de humor los que la dejaban desconcertada; por eso decidió que no era lo más indicado llamar en ese momento a Jon, guardó el teléfono dentro del bolso y recostó la cabeza en el asiento. Ella también se dedicó a observar el camino que con gran rapidez iban dejando atrás.

Unos cuantos minutos más tarde, la vieja camioneta se adentró en una zona poblada por casas un poco más antiguas de las que había visto en la zona de College Hill. La mayoría parecía haber sido construida a fines del siglo xix. Eran bonitas, sin ser demasiado suntuosas. Unas enormes encinas decoraban las aceras y brindaban una importante cantidad de sombra.

De pronto, Tyler detuvo la camioneta frente a una de las casas, apagó el motor y la miró:

—Hemos llegado, es aquí.

Erin miró la casa, tan elegante como las demás y luego lo miró a él.

—¿Dónde estamos?

—En mi casa.

Los ojos de Erin se abrieron exageradamente y, antes de que pudiera decir algo, Tyler habló:

—Mi casa, en donde vivo con mi hermano y Mimie, una mujer que nos cuida y que es como una madre para nosotros.

Su respuesta tampoco la tranquilizó. ¿Por qué la había llevado allí?

—No entiendo…

—Erin, te he traído hasta aquí porque quiero que conozcas a mi hermano.

Erin negó con la cabeza.

—No creo que sea correcto; será llamado a prestar declaración y deberá hacerlo en la estación de policía.

—No quiero que lo interrogues —le dijo él en una nueva interrupción—. Quiero que lo conozcas, que hables con él, no como agente del FBI, sino como mujer.

Erin pensó que aquello no tenía sentido alguno; estaría violando todas las reglas si lo hacía. Rick Evans era, muy a pesar de su hermano, uno de los sospechosos de los homicidios. No era justo ni sensato que la hubiese llevado hasta allí engañada.

—No puedo hacerlo, es contra las normas —explicó ella tratando de hacerlo entrar en razón.

Tyler soltó el volante, se movió en su asiento y le clavó la mirada.

—¿Lo harías si te pidiera que hablaras con él en calidad de psicóloga forense?

—Puedo hacerlo, pero no aquí en tu casa, sino en una sala de interrogatorios.

—¿Qué más da dónde sea? Rick se pondría nervioso en un lugar frío e impersonal como ese, en cambio, aquí está en su ambiente, donde se siente seguro y protegido —argumentó Tyler no dispuesto a perder la batalla con ella.

Erin se quedó en silencio durante unos segundos. En sus siete años como agente del FBI nunca se había enfrentado a un dilema similar. Había quebrantado las reglas en un par de ocasiones, pero nunca había interrogado a un sospechoso en su propia casa, menos de manera extraoficial.

—Si te hace sentir mejor, podemos guardar el secreto y no decirle nada a Kellerman.

—No —saltó enseguida ella. Una cosa era aceptar lo que él le pedía, pero otra muy distinta era ocultárselo a Jon—. Tendrá que saberlo, es la condición que impongo para acceder a su petición.

Tyler sonrió.

—Está bien, como quieras. —Se bajó rápidamente de la camioneta y corrió hasta su puerta. La abrió y extendió su brazo—. Ven, seguramente Rick ya está levantado.

Erin dejó que él sostuviera su mano y la ayudara a bajar de la camioneta. Con la otra mano apretó con fuerza el bolso contra el pecho, porque aquel simple contacto había disparado algo en su interior. Tyler se quedó mirándola un instante a los ojos y ella creyó que él la besaría. Sus rostros estaban tan cerca, tan próximos a cometer una locura, que Erin se apartó de inmediato cuando se vio con los pies ya en el firme suelo de concreto.

La condujo a través de un camino empedrado, subieron los escalones del porche y, antes de abrir la puerta, Tyler se dio vuelta y la miró.

—Olvídate de todo lo que oíste sobre mi hermano hasta ahora; cuando hables con él podrás comprobar que no son más que habladurías.

Erin asintió. Trataría de hacerlo, pero no le sería fácil; podía dejar de lado los maliciosos comentarios de Pearl Montgomery, pero no lo que le había contado Olivia después.

Ya dentro de la casa, Erin descubrió que era tan encantadora como lo era por fuera. Paredes pintadas en verde oscuro y pisos de madera lustrados. Muebles antiguos y modernos convivían en perfecta armonía en la sala y le daban un aspecto sobrio y alegre a la vez. Había muchos adornos hechos con troncos y flores secas, que a Erin le parecieron encantadores.

Una puerta de cristal entreabierta conducía a la cocina y, de allí, provenía el ruido de tazas y el delicioso aroma del café. Una voz femenina canturreaba una melodía que reconoció como un blues.

—Esa es Mimie que prepara el desayuno —le dijo Tyler con una sonrisa en los labios.

Dos segundos después, una mujer robusta y morena de unos cincuenta años apareció por la puerta de cristal.

—Tyler —alzó una mano en un gesto desaprobatorio—. ¿Por qué no me dijiste que vendrías acompañado?

—Mimie, ella es Erin, trabaja para el FBI y ha venido a conocer a Rick —le explicó.

Erin se dio cuenta de que la mención del FBI inquietó a la mujer.

—Hola, señora Mimie —saludó con una sonrisa.

La mujer la miró de arriba abajo, estudiando su aspecto, luego la miró a los ojos y recién entonces su rostro se relajó.

—Hola, cariño, Mimie a secas, por favor —dijo al ver la señal que le había hecho Tyler de que estaba todo bien y que le devolvió el alma al cuerpo.

—¿Dónde está Rick? —preguntó Tyler incapaz de ocultar su impaciencia.

—En su habitación, estaba a punto de llamarlo para el desayuno; ve tú, si quieres, mientras yo atiendo a tu… amiga.

Tanto Erin como Tyler percibieron el tono que usó Mimie para referirse a ella como una «amiga».

Tyler subió las escaleras de dos en dos, y Erin fue arrastrada hacia la cocina. Allí la recibió el aroma penetrante del café y el perfume de un tentador pastel de chocolate recién horneado. A Erin le parecía increíble que alguien se levantara tan temprano para preparar un desayuno así, se veía que cuidaba a los hermanos Evans como si fueran sus propios hijos.

—Sabes, me sorprendí cuando Tyler me dijo que eras del FBI —le dijo Mimie mientras la invitaba a sentarse—. Si no hubiese visto la identificación que cuelga de tu chaqueta nunca lo habría creído. —La miró fijamente—. ¿De verdad eres agente federal?

Erin asintió.

—Así es; psicóloga forense y perfiladora, para ser más exacta.

—¡Pero si eres una niña!

Erin sonrió y agradeció el cumplido.

—Tengo treinta y cuatro años, Mimie.

La morena abrió muy grandes los ojos del color del ébano.

—¡Estás mintiéndome!

—Le juro que es la verdad, no soy ninguna niña, créame.

Tyler entró en la cocina y le gustó la escena que encontró. Mimie y Erin conversaban animadamente, con una sonrisa en los labios.

—Rick bajará en un momento —anunció y se sentó junto a ella.

Erin asintió; la llegada de Tyler volvió a inquietarla.

—Le estaba diciendo a Erin que no puedo creer que tenga treinta y cuatro años. Mírala, Tyler, ¿no parece una jovencita de esas que acaban de salir de la universidad?

A Erin se le subieron los colores a la cara cuando él sonrió ante el comentario de Mimie.

—Tienes toda la razón, Mimie —concordó Tyler, y consiguió que Erin sólo se ruborizara más.

—Tyler cumple treinta y ocho dentro de tres meses —informó Mimie y se ubicó al lado de él y le asió el hombro—. Es un hombre hecho y derecho, pero sigue siendo mi niño, el mismo que a los nueve años se trepó a la encina que está frente a la casa para atrapar un nido de pájaros y terminó yéndose de bruces al suelo; estuvo más de un mes con el pie escayolado.

Ahora fue el turno de Tyler para avergonzarse.

—Mimie, no creo que a Erin le interese conocer las peripecias de cuando era niño.

La mujer sonrió; le dio un ruidoso beso en la mejilla y se dedicó a servir en una bandeja el desayuno para Rick.

Por unos cuantos segundos y, aprovechando que él estaba atento a la llegada de su hermano, Erin se dedicó a observarlo. No le fue difícil imaginárselo como un travieso niño de nueve años trepando al árbol que se encontraba al frente de la casa. Si se lo miraba con atención aún conservaba cierto aire de niño en su rostro, sobre todo cuando se reía y le aparecía una graciosa arruga justo al lado de la comisura de los labios.

Tyler giró de repente, y Erin tuvo que apartar la vista.

—¿Te apetece un café? —preguntó Mimie al tiempo que servía las tazas.

—Me encantaría. —Había tomado uno antes de salir de su casa, pero aquel café olía tan delicioso que tenía que probarlo.

También se animó con un pedazo de pastel de chocolate y rechazó el panecillo de canela porque ya había comido suficiente. Mimie era una excelente pastelera, virtud de la cual ella, lamentablemente, carecía.

Cuando finalmente Rick apareció, el ambiente se tornó tenso. Erin lo observó y, al mismo tiempo, se sintió estudiada por él.

Tendría unos pocos años menos que su hermano; llevaba el cabello largo hasta los hombros, ondulado en las puntas y en un tono más claro que el del comisario. Era extremadamente delgado y tan alto como él.

No tenían el mismo color de ojos; mientras los de Tyler eran grises, los de él eran castaños oscuros; aun así, vio que se parecían mucho.

Tyler se levantó y se acercó a su hermano.

—Rick, ella es Erin, la mujer de la cual te hablé.

Rick apenas le sonrió.

—Hola, Rick. —Erin también se puso de pie y estiró el brazo—. Encantada de conocerte.

—Ty me dijo que eres del FBI —dijo Rick con cierto recelo.

—Tu hermano te dijo la verdad; soy agente especial del FBI, pero también soy psicóloga forense —respondió ella.

Tyler observó su sonrisa, podía derretir hasta el témpano más gélido con ella.

Rick también pareció sentirse subyugado por su belleza porque extendió su brazo y estrechó su mano.

—Ty quiere que hable contigo; me dijo que no importa que seas un federal —le explicó.

Erin lanzó una fugaz mirada a Tyler.

—¿Por qué no olvidamos por un rato que soy un agente? Podemos ser solamente Rick y Erin mientras charlamos, ¿te parece?

Sin dudas, sabía cómo romper el hielo, pensó Tyler, al escuchar cada una de sus palabras.

Rick asintió y se sorprendió no sólo a la propia Erin sino a también a Mimie y a su hermano.

—¿Quieres que hablemos en el comedor? Está por empezar mi programa favorito.

—Me encantaría.

Mimie le llevó el desayuno, y Rick se sentó en el lugar de siempre, frente al televisor que ya estaba encendido. Erin se ubicó a su lado y le hizo señas a Tyler para que esperara en otro lado.

—Ven, cariño, dejémoslos solos.

Tyler fue arrastrado por Mimie al interior de la cocina, pero desde allí observaba la escena a través de la puerta de cristal.

—Va a estar bien, ¿verdad? —preguntó Mimie a Tyler.

—Sé que la presencia del FBI te preocupa, pero necesitaba que Erin conociera a Rick; desafortunadamente, ha sabido de él por la fuente equivocada.

Mimie no necesitó preguntar de quién se trataba.

—Tal vez ella pueda ayudarnos a probar que él no tiene nada que ver con los homicidios; no me preguntes por qué, pero en este momento es en la única persona en la cual confío.

Mimie sonrió.

—Es bonita.

—Sí, pero ese no es el motivo por el cual confío en ella —le aclaró y apartando por un segundo la vista de lo que estaba sucediendo en la sala.

Mimie se puso a ordenar, y en sus labios afloró una sonrisa divertida que Tyler no alcanzó a ver.

* * *

Erin percibió de inmediato que el retraso mental que padecía Rick no era grave. Su capacidad intelectual era la misma que la de un muchacho de su edad; lo supo al hacerle unas cuantas preguntas que él respondió sin titubear. Quizá se distraía con facilidad y se quedaba callado de improviso sin ninguna razón aparente, pero fuera de eso no encontró ninguna anomalía seria, por supuesto que para hacer un diagnóstico sería necesario llevar a cabo algunas pruebas, pero ella no estaba allí para eso. Notó que colocaba la cuchara siempre en el mismo sitio, también lo hizo con el panecillo de canela, cada vez que le daba un mordisco, volvía a colocarlo en el punto exacto donde estaba antes. Era un acto mecánico y lo hacía sin darse cuenta.

—Rick, ¿podemos hablar de lo sucedido hace cinco años?

Él la miró; la expresión de su rostro cambió de repente. Sus ojos incluso se habían oscurecido.

—Me duele recordarlo.

Erin trató de tocar su mano; Rick quiso apartarla, pero finalmente se lo permitió.

—Rick, puedes contarme todo lo que quieras, pero si algo te causa dolor, no es necesario que lo hables conmigo. Solo quiero ayudarte…

—Fue por culpa de los olvidos.

Erin frunció el ceño.

—¿Olvidos?

Rick asintió nerviosamente con la cabeza.

—Hay ocasiones en las cuales me despierto y no recuerdo dónde estaba un minuto antes —le explicó mientras acomodaba la cuchara en su sitio por enésima vez.

—¿Sufres de lagunas mentales? ¿Desde cuándo?

—No lo sé exactamente.

—¿Las sufrías de niño?

—No, empezaron mucho más tarde.

Erin se sorprendió. No era común que alguien con el nivel de retraso que él tenía sufriera de lagunas mentales o pérdida de la memoria. Tal vez algún medicamento se las provocaba.

—Dime, Rick, ¿tomas muchos medicamentos?

—Tres diferentes desde que tengo uso de razón —respondió.

Erin asintió; la causa de los lapsus de memoria podía ser alguna de las drogas que tomaba.

—¿Las sufres a menudo?

—Sí, de un tiempo a esta parte han empeorado, muchas veces ni siquiera sé como llegué a un lugar, simplemente abro los ojos y allí estoy.

Erin se quedó meditabunda; mientras sopesaba lo que Rick acababa de revelarle; un detalle que, por supuesto, su hermano mayor había pasado por alto contarle.

Miró a Rick mientras él terminaba de desayunar y sonreía con su serie de ciencia ficción preferida: Star Wars. Le costaba creer que fuese un asesino; mucho más uno tan violento y despiadado como el que había acabado con las vidas de Priscilla Caller y Katie Lorenz, pero no podía negar el hecho de que Rick padecía de lagunas mentales y que, según sus propias palabras, se habían agudizado en los últimos tiempos.

Él podría haber cometido los homicidios y, luego, no recordarlo; había visto casos similares, no sería la primera vez que un criminal hubiese matado a alguien y luego no recordara nada de lo sucedido. Y ese era su gran temor; que Rick formara parte de ese grupo. Por si fuera poco había atacado a Brittany Hall cinco años atrás de una manera brutal. Tenía los antecedentes, un problema mental que complicaba todo, y muchos indicios parecían apuntar hacia él.

Aun así, Erin no creyó que Rick Evans fuera culpable.

Tal vez, si insistía con lo sucedido hacía cinco años podía enterarse de algo más.

—Rick —le rozó el brazo para llamar su atención.

Él la miró con sus enormes ojos castaños.

—Me gustaría que me contaras qué sucedió con Brittany Hall.

Rick sacudió la cabeza hacia un lado y hacia el otro con violencia.

—No.

—Creo que te haría bien hablar de ello…

—¡No!

Estaba agitado y alzó considerablemente la voz.

—¡Rick, cálmate, no quise asustarte! —le pidió.

La puerta de cristal se abrió de repente y tanto, Tyler como Mimie, aparecieron de inmediato.

—¿Qué sucede? —preguntó Tyler evidentemente molesto.

Erin lo miró y vio la rabia en sus ojos.

—Nada, estábamos bien, quise que me hablara sobre lo sucedido con Brittany Hall, y se puso así. —Erin se levantó de la silla cuando Tyler se arrodilló junto a su hermano y lo abrazó para tratar de calmarlo.

—¡No te traje aquí para que trataras de sonsacarle información! —le espetó él alzando la voz.

—Tyler, cálmate —le pidió Mimie al ver el estado en el cual se encontraba Erin.

—Perdón, no fue mi intención perturbar a Rick, sólo intentaba ayudarlo.

Mimie se acercó y la asió de los hombros para reconfortarla, mientras Tyler trataba de hacer lo mismo con su hermano.

—No le agrada hablar de ese tema —le explicó Mimie.

Erin asintió; estaba al borde de las lágrimas; observó a Rick que temblaba sin control entre los fuertes brazos de su hermano. Ella lo había puesto así y se sintió terriblemente culpable.

—Creo que me equivoqué, nunca debí permitir que te acercaras a él —dijo Tyler y la miró con frialdad nuevamente.

—Será mejor que me marche, no tiene caso que siga aquí. —Se separó de Mimie y salió de la casa casi corriendo. Cuando llegó a la acera recordó que había llegado en la camioneta de Tyler. No le importó, conseguiría un taxi y, si no lo conseguía, se iría caminando hasta la estación.

En el interior de la casa, Tyler batallaba entre salir a buscarla y calmar a su hermano.

—Fuiste muy duro con ella, Tyler —le reprochó Mimie mientras mesaba el cabello de Rick con ternura.

—No debí traerla, no sé en qué demonios estaba pensando cuando lo hice. —Apartó a Rick y, como lo notó más calmado, le dijo—: No te preocupes, no volverá a verte.

Rick negó con la cabeza.

—¿Qué sucede?

—Quiero seguir viéndola —soltó Rick contra todo pronóstico.

—Pero, Rick…

—Ty, hay algo en ella que me gusta; quizá sea su manera de hablarme o de mirarme; hacía mucho que alguien no me miraba así. No había reproche ni odio en sus ojos, sólo comprensión.

—¿Estás seguro? —Tyler no entendía la reacción de su hermano.

—Sí, perdí el control cuando mencionó a Brittany, pero creo que ella podría ayudarme; además, no me gustó el modo en que la trataste, al echarle la culpa de mi reacción.

—En realidad, no quería culparla a ella, sino a mí mismo.

—Ninguno de los dos tiene la culpa. Ve a alcanzarla y dile que regrese, que quiero seguir viéndola.

Tyler se puso de pie, no iba a contradecir a su hermano a pesar de que ya no estuviera tan seguro de que la ayuda de Erin Campbell fuese beneficiosa para él.

Salió de la casa, llegó hasta la acera y miró hacia ambos lados. No había señales de ella.

Se había marchado.

Él la había echado.