Capítulo 20
Erin no esperaba levantarse a la mañana siguiente y encontrarse con Jesse. Él había llamado a su puerta temprano, y no tuvo más remedio que invitarlo a desayunar.
—Jon no quiere que te dejemos sola; no sé si lo sabes, pero ha puesto a vigilar esta casa. Hay algunos agentes de incógnito en el pueblo —le informó terminando de beber su café.
—Me tranquiliza saberlo. —Miró su reloj; tenía muchas cosas que hacer, y la sorpresiva aparición de Jesse estaba demorando sus planes.
Él notó su inquietud.
—No quiero importunarte, Erin, sólo vine para saber cómo habías llegado. Jon me dejó pendiente de ti mientras regresa.
Erin le sonrió; no quería parecer grosera con él, sólo estaba cumpliendo con su deber.
—No es eso, es que tengo que bajar al pueblo; la despensa está vacía y debo avisar de mi regreso…
—Entonces he llegado en el momento justo, deja que te lleve —se ofreció poniéndose de pie y preparándose para salir cuando ella lo dispusiera. Cuando lo hizo su chaqueta se levantó revelando su arma reglamentaria; él la miró y le sonrió—. Debemos estar preparados.
Erin sabía que así era; después de lo ocurrido con Rick, ninguna precaución estaba de más. Jesse se había ofrecido a llevarla a la ciudad, y no encontró valor para negarse. Él le agradaba. No le haría mal un poco de compañía.
—Está bien, deja que busque mi bolso. Ya regreso.
La observó mientras subía las escaleras; luego contempló la casa, era agradable aunque demasiado alejada de todo. Le había costado encontrar el camino hasta allí, pero había valido la pena. Tenía a Erin cerca y en aquel lugar nadie se entrometería entre ellos.
Salieron rumbo al pueblo, llevando a Apollo con ellos.
Jesse la llevó a todas partes. Primero, pasó por el correo para saludar a la señora Greta y agradecerle que hubiera cuidado de su casa durante su ausencia. La anciana aprovechó para entregarle la correspondencia atrasada. Unos cuantos folletos y el cheque que cada tres meses le enviaban desde la editorial. Se alegró con la cifra de cinco dígitos estampada en el papel; las ventas de sus novelas iban más que bien y aquel dinero le venía de maravilla. Todos los meses además recibía una pequeña cantidad de sus padres, y, aunque les había pedido que no lo hicieran, el dinero le seguía llegando igual. Seguramente el FBI también pagaría por su trabajo, pero estaba segura de una cosa; ya no regresaría. Debía subsistir de ahora en más con el dinero de las regalías de las ventas de sus libros y la cantidad que le enviaban sus padres, que ahora necesitaba más que nunca.
Pasó por el periódico. Luego Jesse la llevó a hacer las compras. Aún le faltaba lo más importante, la visita al doctor Linnear; no era obstetra, pero era la única opción que tenía. Seguramente él le recomendaría algún especialista en alguna ciudad cercana.
Le dijo a Jesse que debía pasar por el consultorio del doctor Linnear y cuando él se ofreció a bajarse y acompañarla no supo que decir o hacer para negarse.
Afortunadamente, el lugar estaba vacío; el doctor la atendió enseguida, mientras Jesse la esperaba en la recepción.
El doctor Linnear le dio la bienvenida y la felicitó por su estado; le dijo que debía cuidarse mucho durante los primeros tres meses ya que eran lo de más riesgo y la derivó a un obstetra en Charlottesville.
Salió con ella y cuando vio a Jesse que la estaba esperando, estrechó su mano y dijo:
—Puede quedarse tranquilo, Erin y el bebé están en perfecto estado, aun así le recomendé que visite a un especialista lo antes posible.
Erin se quedó de una pieza y Jesse sonreía confundido mientras estrechaba la mano del doctor. Cuando salieron de la consulta, Erin se detuvo en medio de la acera y lo enfrentó.
—Lamento que te hayas enterado de esta forma; no quería que nadie lo supiera…
Jesse no podía ocultar que la noticia le molestaba, le costó mucho sonreírle.
—No te preocupes —le dijo y luego la abrazó—. Te felicito, estoy seguro de que serás una madre increíble.
Erin sabía que él no estaba siendo sincero.
—Gracias, Jesse.
—¿Ya lo sabe el padre? —preguntó una vez que estuvieron dentro del auto.
Había sarcasmo en sus palabras. Erin no podía culparlo: sabía de sus sentimientos hacia ella, y se venía a enterar de la peor manera que ella estaba esperando un hijo de otro hombre.
—No —fue lo único que pudo decir.
Jesse encendió el motor.
—¿No crees que debería saberlo?
Ella miró hacia otro lado, no quería tener esa conversación, mucho menos con él.
De repente, él tomó su mano y la miró fijamente.
—Si no quieres saber nada de Evans yo puedo apoyarte, puedo…
Erin lo detuvo.
—No sigas; no quiero que digas algo de lo que te puedes arrepentir luego, estaré bien… Mi hijo y yo estaremos bien.
Jesse soltó su mano, se aferró el volante con fuerza y echó a andar el auto. No mencionó más el asunto, prefirió quedarse en silencio.
Erin esperaba un hijo de Tyler Evans.
No esperaba una bomba como aquella; un embarazo no entraba dentro de sus planes. Aquel niño era un obstáculo y él sabía deshacerse de los obstáculos que se interponían en su camino.
* * *
Tyler bajó a desayunar temprano. No había podido dormir bien, pensando en Erin. Salió a caminar por el pueblo. Alguien debía conocer a Adam Cragen ahí. Recordaba que en Wichita había trabajado en una gasolinera alejada del centro de la ciudad. Con la foto que tenía de él, decidió circular para ver si alguien lo recordaba.
Subió a su auto alquilado y encendió la radio para hacer la recorrida menos tediosa. Sintonizó una estación de música country; la apagó cuando comenzó a sonar una canción que hablaba de amor. No quería pensar en Erin en ese momento; necesitaba concentrar sus fuerzas en lo que estaba haciendo. Erin y lo que sentía por ella eran su debilidad. La extrañaba y saber que estaba a tan sólo unos kilómetros de allí era una tortura.
Su prioridad en ese momento era atrapar al que había atentado contra su hermano, el mismo hombre que quería dañar a Erin; ya habría tiempo para buscarla y recuperar el tiempo perdido. Vio una gasolinera que, además, arreglaba autos. Decidió empezar por allí. Se estacionó, le mostró su placa al hombre que estaba afuera, y fue derivado con el encargado.
—¿Qué puedo hacer por usted, comisario? —preguntó el hombre intrigado.
—A raíz de un caso en Wichita, necesito saber sobre el pasado de este hombre. —Extendió la fotografía de Adam Cragen—. Allí trabajaba en mecánica y en gasolineras, por eso decidí averiguar aquí.
—¡Es Adam! ¿Está bien?
—Me temo que no. Murió hace varios años, vivía con el nombre falso de Adam Gardner. Lo mató una oficial del FBI.
—Dios, pobre Adam… Trabajó aquí. Era un buen muchacho; terrible seductor, no había una dama que se le resistiera. Y él tampoco se le resistía a ninguna: casadas, viudas, comprometidas, solteras, colegialas; todo entraba dentro del espectro de Adam. Lo contrario de su hermano… No recuerdo el nombre. Eran muy unidos, ¿sabe? De hecho, cuando el hermano se fue a Baltimore, él decidió marcharse, probar suerte en otro lado. No quería vivir en Clinton, donde habían crecido juntos, si no podían estar juntos.
—¿Habían vivido todo el tiempo aquí?
—Bueno, no exactamente. El hermano había sido adoptado por una familia que vivía a unos kilómetros de aquí. No querían que se vieran, pero los muchachos se las ingeniaban. Cuando… ¿cómo se llamaba?; nunca fui bueno con los nombres, se marchó a Baltimore, Adam se entristeció. Y yo perdí a mi mejor mecánico.
—Le agradezco la información. ¿Recuerda algo más que pueda serme de utilidad?
—Tal vez pueda servirle saber que Adam estudiaba economía por las noches. Soñaba con ser un mago de las finanzas.
—Parece que iba a perder a su mecánico, de todos modos.
—Sí, así parece.
—Le agradezco su ayuda.
—Es curioso cómo funciona el destino, ¿no? Su hermano estudiaba para entrar al FBI en Quantico, y una agente de esa fuerza mató a Adam. Extraño, ¿no le parece?
—Tiene razón. No lo entretengo más. Ha sido de gran ayuda.
—Me alegra haber sido útil, comisario.
Regresó a toda prisa a su auto, entró y tomó su teléfono móvil. No podía creerlo, el enemigo había estado más cerca de lo que jamás hubieran imaginado.
Marcó el número de Jon, pero no contestaba y se impacientó. Volvió a intentarlo llamando a la estación en Wichita. Soltó un suspiro de alivio cuando Charity le pasó con Jon Kellerman.
—¡Jon; el hermano de Adam Gardner estudió en Quantico!
—¿Cómo dices?
—Ha estado cerca todo este tiempo; por eso conocía tan bien los movimientos de Erin —dijo sin poder contener la rabia y la impotencia.
—¿Qué más has conseguido averiguar?
—He hablado con un antiguo empleador de Adam, y conocía la historia de su familia. Solo que no recuerda los malditos nombres. Pero sabe bien que su hermano quería entrar al FBI.
—¿Nada más?
—Nada más.
—Mandaré ya mismo un boletín a Quantico para que lo investiguen, lo más probable es que se desempeñe como empleado o incluso como agente, si es que fue admitido.
—De seguro lo fue. Conoce demasiado bien el caso como para ser alguien de afuera, algún cadete resentido. Tenemos a nuestro hombre, Jon; el maldito hermano de Gardner, Cragen o como te guste llamarlo —soltó Tyler. Escuchó la voz de Charity de fondo.
—Espera —dijo Jon—. Acaba de llegar el informe de balística; el proyectil que hirió a tu hermano provino de una Glock; es una de las armas reglamentarias que usamos en el FBI…
—Entonces es un agente.
—Es probable, aunque pudo conseguirla en el mercado negro.
—Tiene que ser alguien con acceso al caso; sabía dónde estaba Erin y dónde atacarla. ¿Han obtenido alguna huella de la piedra y la nota que arrojaron a través de su ventana?
—A propósito de ello; hemos confirmado que fue Anthony Hall; pero ahora sabemos que ese incidente no está relacionado con el atentado a Erin y el de tu hermano.
Tyler no se sorprendió. Siempre había tenido la firme sospecha de que había sido Anthony Hall el autor de aquella canallada.
—Bien, eso no nos ayuda mucho. Debemos encontrar a este tipo y descubrir bajo qué identidad ha estado escondido todo este tiempo —aseveró mientras arrancaba y se alejaba de la gasolinera.
—Sí, cada minuto que perdamos juega en nuestra contra. ¿Qué harás ahora?
—¿Has hablado con Erin?
—No, aún no, pero está vigilada las veinticuatro horas, además envié a Jesse esta mañana para que esté con ella. —Sabía que aquello no sería del agrado de Tyler, pero él sólo pensaba en proteger a Erin.
—Bien —fue lo único que respondió Tyler antes de colgar.
Jesse Widmore estaba con Erin; seguramente aprovecharía para ganar terreno ahora que él no estaba. La idea le disgustó sobremanera; nunca le había caído bien Widmore, y no era sólo por su evidente interés en Erin.
Miró la hora: era cerca del mediodía. Tenía una cita con una muchacha que parecía dispuesta a dar información a cambio de zalamería. Tal vez ella sí conocería el nombre que faltaba para este rompecabezas.
* * *
Erin invitó a Jesse a almorzar. Le incomodaba el hecho de que ahora él supiera de su embarazo; ni siquiera sabía cómo mirarlo o qué decirle. Percibía que la noticia no le había gustado y que había fingido lo contrario.
Cerca del mediodía recibió una llamada de Jon.
—¡Qué bueno oírte! —le dijo ella mientras sacaba un recipiente con verduras de la nevera.
—¿Cómo estás?
Erin notó la preocupación en su voz.
—Bien, tratando de sobreponerme. Jesse está aquí conmigo, acabo de invitarlo a almorzar —le contó.
—Tyler me llamó hace un par de horas.
Escuchar su nombre hizo que su corazón latiera más a prisa.
—Ha estado haciendo sus propias averiguaciones —le dijo al ver que ella se había quedado en silencio—. Averiguó que el hermano de Adam Gardner había estudiado en Quantico.
—¿Cómo?
—Sí, yo también me quedé atónito cuando me lo dijo. El maldito ha estado metido entre nosotros todo el tiempo.
—¿Es un agente federal?
—Es lo que estamos tratando de saber. Hay algo más, el arma con que disparó a Rick es una de las nuestras. Si es agente, usó su arma reglamentaria. Si no, la consiguió de alguna otra manera.
La noticia era inquietante. Erin sintió que ya no podía estar segura en ninguna parte, ni siquiera allí. Después de todo estaba rodeada de federales. Observó a Jesse, quien, sentado en la mesa escuchaba atentamente la conversación.
—¿Erin, sigues ahí?
—Sí, Jon, disculpa; es sólo que saber que ha estado tan cerca me aterra…
Jon respiró profundamente.
—Lo atraparemos, Erin; te lo prometo.
—Sí, Jon, lo atraparemos.
Se despidieron afectuosamente y, cuando colgó, Erin tuvo la fuerte sensación de que ni siquiera Jon estaba seguro de que aquella pesadilla terminase pronto.
—Oí que mencionabas algo de un agente federal; ¿qué te dijo Jon? —le preguntó Jesse no bien ella terminó la conversación telefónica.
—Al parecer el que ha disparado contra Rick y ha estado acechándome es alguien del FBI; no sé sí Jon te lo mencionó, pero creemos que se trata del hermano de Adam Gardner. Debes de haber oído de él. Todos en Quantico saben lo que sucedió hace cuatro años entre él y yo.
Jesse asintió en silencio.
—La teoría es que su hermano quiere vengarse de mí por su muerte. —Hizo una pausa y se sentó—. No lo culpo… Yo tampoco he conseguido superar lo sucedido.
—Leí sobre el caso en la prensa —dijo Jesse mirándola fijamente—, pero, cuando supe que íbamos a trabajar juntos, estuve haciendo preguntas sobre ti —le confesó.
Erin le sonrió.
—No te preocupes, yo habría hecho lo mismo.
—Parece que has logrado sobreponerte a la tragedia; estás esperando un hijo y, tarde o temprano, Tyler lo sabrá y te buscará… Serás feliz con él y te olvidarás de Adam…
Ella negó con la cabeza.
—Lo sucedido esa noche marcará mi vida para siempre; no importa el tiempo que pase, el dolor nunca desaparecerá. Le quité la vida a un hombre; eso es algo imposible de olvidar…
Jesse no dijo nada, sólo se quedó mirándola con sus enigmáticos y profundos ojos claros.
Erin se sintió de repente vulnerable.
—¿Qué más te dijo Jon?
—Que el arma con la que le disparó a Rick es de las nuestras. Eso refuerza la hipótesis de que el asesino se ha infiltrado en Quantico y nos ha estado pisando los talones. Tyler, aparentemente, está recabando datos sobre el pasado de Adam; tiene una pista, pero no sé nada más.
—Entonces no hay dudas; el hermano de Adam es nuestro hombre —afirmó él sin dejar de mirarla.
—Sí; al parecer no ha conseguido superar la muerte de su hermano. —Erin se entristeció—. Habría querido verlo y decirle cuánto lo sentía, pero nunca tuve la oportunidad de hacerlo.
—¿Y crees que eso hubiera bastado para que olvidara lo sucedido?
Erin notó el cambio en la expresión de Jesse.
—No sé, pero tiene que saber que esa noche Adam había enloquecido, estaba dispuesto a matarme… Y nunca supe por qué. —Se puso de pie y fue hasta el fregadero; no le gustaba tener aquella conversación.
—Quizá yo pueda decírtelo.
De pronto un tenso silencio los envolvió.
¿Acaso…? ¡Dios!
No podía ser verdad lo que estaba pensando; sin embargo, los datos que le había dado Jon se agolparon en su cabeza, como las fichas de un dominó que iban cayendo abruptamente: Jesse era un agente federal, el arma que usaba era la misma con la que había disparado a Rick, estaba cerca de ella, demasiado cerca muchas veces, y conocía cada uno de sus movimientos.
A Erin se le heló la sangre. Sus ojos se posaron en el cuchillo que estaba a tan sólo unos centímetros del alcance de su mano. Temía darse vuelta y enfrentarse con la verdad más terrible. Movió su brazo para intentar hacerse con el cuchillo.
—Ni siquiera lo intentes, zorra.
Erin cerró los ojos, la garganta se le había resecado de golpe.
Era Jesse…
Ya no había dudas; tampoco escapatoria.
Lo sintió acercarse, su corazón dejó de latir cuando él la tomó del brazo y la dio vuelta bruscamente. Erin se retorció de dolor.
—Adam te amaba; se desvivía por ti y no podía soportar que lo engañaras —le dijo mientras la sujetaba con fuerza contra el fregadero.
—Yo no… no lo engañaba —balbuceó Erin presa del terror.
—Lo sé —dijo con calma, pero la sacudió con violencia—. Adam era un poco crédulo. —Rió con una risa macabra.
—¿Qué dices? —Erin ni siquiera se dio cuenta de que había comenzado a llorar—. ¡Nada tiene sentido de lo que dices!
—Me gustas, Erin. Me gustas, aunque siempre elijas al hombre equivocado. —La empujó contra la mesa y, al hacerlo, Erin golpeó su vientre con el borde de madera. La obligó a sentarse y él se quedo de pie frente a ella.
—Jesse, por favor; no me hagas daño; no quise que todo terminara de esa manera. Adam quería matarme, sólo me defendí. —Ahora por fin comprendía que esa noche había luchado por salvar su vida; que matar a Adam había sido su única salida. Se había dado cuenta, quizá, demasiado tarde.
Jesse la miró de lado y sonrió.
—¿Sabes? Cuando te conocí, yo estudiaba en Quantico y tú eras la brillante egresada. Me volví loco por ti, pero mi hermano decidió que yo no podía tenerte. Te sedujo y me arrebató la posibilidad de estar contigo. —Sacó el arma de la cartuchera y la apoyó en el hombro desnudo de Erin—. Eres muy hermosa. —La deslizó hacia abajo por el pecho y se detuvo—. Es realmente una pena que tengas que morir, pero debo vengar la muerte de Adam; la justicia falló y te dejó libre, me toca a mí hacerte pagar. ¿Lo entiendes, verdad?
Ella no dijo nada.
—¡Responde! —le gritó fuera de sí.
Erin asintió con la cabeza, cuando él apretó el arma contra su pecho.
El grito atrajo la atención de Apollo, que entró corriendo a la cocina. Jesse lo miró y le apuntó con el arma.
—¡No, no lo hagas! —suplicó Erin en medio del llanto.
Luego Jesse la miró y le ordenó que se pusiera de pie. Apollo comenzó a saltar alrededor de ellos, y Erin oró para que se quedara quieto y no pusiera más nervioso a Jesse.
—Llévalo al cuarto de baño y enciérralo.
Erin levantó a Apollo en brazos y comenzó a caminar hacia las escaleras. Widmore le pisaba los talones.
—Cualquier movimiento, y el perro terminará bajo tierra —le advirtió sonriendo burlonamente.
Erin subía los peldaños lentamente, aún tenía el cuerpo dolorido por los golpes que había sufrido en el atentado. La tensión acumulada en los músculos le impedía moverse con normalidad. Apretó la cabeza de Apollo contra su pecho y le susurró al oído una y otra vez mientras iba hacia el cuarto de baño que todo estaría bien.
Jesse la obligó a encerrarlo y la llevó de regreso abajo.
—Ahora tú y yo vamos a dar un pequeño paseo. —Se acercó por detrás y le puso el arma en la nuca.
Un mareo la detuvo.
—¡Camina!
—No… no me siento bien. —Se llevó la mano al abdomen, se había golpeado con la mesa y temía por la salud de su bebé.
—No me vengas con ese teatro. —La agarró del brazo y la arrastró hasta la puerta—. Escúchame bien, zorra; saldremos de aquí y subiremos a mi auto. No intentarás nada porque él pagará las consecuencias —la amenazó mirando su vientre—. No tengo nada que perder y lo sabes. ¿Estamos de acuerdo?
Ella asintió; ante todo debía proteger la vida de su hijo.
Jesse metió la pistola en la cartuchera, tomó a Erin por el hombro y la apretó contra su cuerpo.
—Actúa normal; no quiero que los agentes que Jon dispuso se den cuenta de nada.
Salieron al porche. Erin miró hacia todos lados, no vio a nadie, pero sabía que los hombres que Jon había enviado estaban allí. Sin embargo, no pudo hacer nada. Dejó que él la llevara hacia su auto y la metiera dentro.
—¿A dónde me llevas? —le preguntó ella una vez que él se ubicó a su lado.
La miró, entornó los ojos y luego sonrió.
—A tú última morada, zorra.
Erin hundió su cuerpo en el asiento y dio vuelta la cara. Él iba a matarla, a ella y al hijo que llevaba en su vientre. Cerró los ojos y pensó en Tyler; ni siquiera había tenido la oportunidad de contarle que iba a ser padre. Y ahora nunca lo sabría, al menos no de sus labios; se enteraría más tarde a través de un frío informe de autopsia. Su cuerpo se retorció tembloroso. Ni siquiera tenía fuerzas para luchar por su vida, no esta vez. Se sentía demasiado débil, y Jesse llevaba un arma. Miró la Glock; la había dejado sobre la guantera mientras conducía. Quizá podía esperar a que él se distrajera y podría robársela. Era arriesgado, pero lo intentaría.
Miró el paisaje que iban dejando atrás; reconoció la carretera que conducía al Parque Nacional Jefferson. Ignoraba a dónde la estaba llevando exactamente, pero, si seguían adentrándose en aquella zona de valles profundos y altas colinas, sería muy difícil que alguien pudiera hallarlos. Contaba con la ventaja de que apenas era mediodía, pero si los alcanzaba la noche, ya nada ni nadie podría salvarla. Si no moría en manos de Widmore lo haría en el fondo de algún barranco.
El tiempo se le estaba agotando; miró de reojo la pistola y lo miró a él. Parecía concentrado en el camino.
Quizá era el momento de hacer algo.
* * *
Estaba ansioso en la cafetería en la que se había citado con la muchacha al mediodía. Ya eran las 12:05, y ella no aparecía. Finalmente, la vio entrar y buscarlo con la mirada.
—Hola, comisario. No sé si le dije mi nombre; me llamo Linda.
—Hola, Linda. Un gusto verte de nuevo. —El acto había comenzado.
—A mí también me da gusto verlo, comisario —insistía con el término—. A las niñas buenas, nos gusta ayudar a la ley.
—¿Qué has traído para mí? —preguntó con su mejor sonrisa.
—No tan rápido; es usted más travieso de lo que creía. Primero, ordenemos.
La dejó elegir un plato disimulando su ansiedad. Ella quiso la ensalada Cæsar con aderezo aparte y un agua mineral. Tyler, obligado a pedir, eligió una hamburguesa Clinton con muchos pepinillos. Tomaría una cerveza.
El coqueteo siguió, mientras esperaban. Cuando Linda, probó el bocado de su ensalada, extendió la otra mano sobre la mesa. Tyler se la acarició casi como si no se diera cuenta de que estaba haciéndolo. Ella, entonces, buscó en su bolso una carpeta.
—Tengo que devolverla al registro, así que mejor no la manchamos, comisario.
—Tendré el mayor de los cuidados.
Tyler comenzó a leer, mientras Linda comía alegre. La cara de Tyler, sin embargo, comenzó a oscurecerse como si una tormenta se avecinara. Adam Cragen tenía un hermano menor. Se llamaba Jesse. A la edad de diez años, cuando Adam ya tenía catorce, Jesse había sido adoptado por la familia Widmore. Soltó el expediente. Agitó las hojas como si quisiera arrancarlas; deseaba que lo que había leído no fuera verdad. Una foto voló delicadamente sobre la mesa. Allí estaban Adam Cragen y Jesse Widmore, dos niños todavía, juntos, sonriéndole a la cámara.
¡Dios mío! ¡Erin!
Arrojó unos dólares sobre la mesa y salió a toda velocidad. No escucho lo que Linda le decía ni le importó que lo mirara desconcertada.
Corrió hacia su auto y una vez dentro marcó el número de Jon. Gracias al cielo, él atendió de inmediato.
—Agente Kellerman.
—Jon… es Jesse Widmore, acabo de comprobarlo. —Encendió el motor, no podía perder tiempo, cualquier segundo de retraso podía ser fatal.
—¡Demonios! ¡Él está con Erin ahora! Me dijo que lo había invitado a almorzar. ¡Yo mismo lo mandé con ella! —Jon no podía evitar culparse.
—Me voy a Lexington ahora mismo —le dijo Tyler atravesando la calle a toda velocidad—. Si me doy prisa puedo llegar antes de que anochezca.
—Bien, yo enviaré refuerzos. Me pondré en contacto con los agentes que vigilan a Erin, para que actúen de inmediato. Roguemos por que esté bien… Tiene que estar bien —dijo Jon angustiado.
—¿Qué harás tú?
—Tomaré el primer vuelo a Virginia; quiero comandar el operativo yo mismo.
—Bien, nos veremos allí, entonces. —Colgó y apretó el acelerador.
Lo esperaba un largo camino hasta Lexington; no conocía la zona muy bien por lo que se detuvo en una gasolinera para comprar un mapa. Tenía por delante setenta y cuatro millas y una angustiante necesidad de salvar a Erin de las garras de Jesse Widmore.
No era un hombre muy devoto, nunca lo había sido, pero le pidió a Dios que cuidara a Erin mientras él llegaba a su lado.
* * *
—Lamento mucho que Evans no supiera que esperabas un hijo de él —dijo Jesse fingiendo pesar—. Cuando se entere, será demasiado tarde.
Erin lo escuchaba y cada palabra que él le decía se clavaba en su pecho como un aguijón; hiriéndola y haciendo más pesado su dolor. Ni siquiera lo miraba; sus ojos azules seguían observando la pistola atentamente. Pensaba una y mil maneras de quitársela sin que se diera cuenta. Si se equivocaba estaba perdida y ya no tendría oportunidad.
Él hizo una maniobra con el auto y dobló en una curva; abandonaron la carretera principal para adentrarse en un camino lateral que conducía al corazón de las montañas. Erin sabía que allí, unos años atrás, habían construido unas cuantas cabañas para los turistas. Quizá tenía suerte y estaban ocupadas.
El auto pegó un salto que provocó que ambos se sacudieran con violencia. Erin vio la ocasión perfecta para llevar adelante su plan. Se inclinó sobre Jesse e intentó alcanzar el arma mientras él maniobraba con el volante para no salirse del camino.
Pero cuando Erin consiguió hacerse de la pistola, él detuvo el auto de golpe, y ella cayó hacia delante. La pistola se zafó de su mano y fue a parar al suelo, debajo del asiento.
Él la tomó del cuello y la tironeó hacia atrás.
—¿Qué te dije, zorra? ¡Vas a arrepentirte!
La arrojó contra el asiento del pasajero y se agachó para recuperar el arma. Erin subió las piernas y se acurrucó contra la puerta. Sintió una fuerte punzada en el estómago y se echó a llorar cuando vio la mancha de sangre en el asiento.
Jesse soltó una carcajada.
—¡Parece que ese bastardo no vendrá al mundo después de todo!
—¡Cállate! ¡Cállate! —le gritó presa de un ataque de pánico. Estaba sangrando y sentía que con cada gota se iba apagando la vida de su hijo.
—Eres patética, Erin Campbell; ¿lo sabías? ¡Y pensar que por un instante lograste encandilarme con esos ojos azules y esa carita de niña bonita y atormentada!
Erin se cubrió los oídos y apretó los ojos con fuerza. Los abrió, horrorizada, cuando él la agarró del brazo y la arrastró fuera del auto. Ella se tropezó con unas piedras y cayó al suelo.
—¡Vamos, levántate! —le ordenó, apuntándole con el arma.
Erin se incorporó, pero cuando intentó ponerse de pie, no pudo. Le dolían las piernas y el resto del cuerpo. También se había golpeado la mano dislocada con la caída.
Widmore se arrodilló junto a ella.
—Si no te levantas, te dispararé aquí mismo. —Apoyó el cañón de la pistola en su panza.
Erin sacó fuerzas de donde no tenía y logró ponerse de pie. Él la agarró con fuerza del brazo y la condujo por un camino pedregoso. Erin, de vez en cuando, levantaba la cabeza, esperando que hubiera alguien allí. Era verano y estaban en temporada alta, existían muchas posibilidades de que se topasen con algún turista.
Pero cuando se iban acercando al área de las cabañas, un cartel acabó con todas sus esperanzas.
Lo había planeado muy bien, sabía perfectamente a dónde la estaba llevando.
Miró al cielo; el sol quemaba en lo alto; debían ser ya más de las tres de la tarde. Se preguntó si alguien se preocuparía por su ausencia; ante los ojos de los federales que la vigilaban, ella había salido a dar un paseo con el agente Jesse Widmore. Nada les había hecho sospechar que estaban frente a un secuestro.
Pensó en Jon, en Tyler; ellos seguían buscando pistas para dar con el hermano adoptado de Adam Gardner; esperaba que cuando se toparan con la verdad, no fuese demasiado tarde para ella.