Capítulo 16

Cuando Erin por fin reaccionó se encontró dentro de la camioneta de Tyler. Todo daba vueltas a su alrededor cuando trató de incorporarse.

—¿Erin, estás bien? —Jon sujetaba su mano con fuerza mientras Tyler y Jesse, parados a su lado, la observaban con preocupación.

Ella asintió y movió apenas la cabeza, pero la verdad era que se encontraba pésimamente mal. Recordó lo último que había visto antes de desmayarse y se estremeció.

—Esa chica… la tijera, Jon —dijo con un hilo de voz.

—Lo sé, lo sé, Erin.

Los ojos azules de Erin buscaron a Tyler, deseaba un abrazo suyo en ese momento en que su cuerpo entero temblaba como una hoja al viento, pero no se atrevió a pedírselo.

—Será mejor que regreses a la casa —dijo Tyler y apartó a Jon para tomar posesión de su camioneta.

Jon, evidentemente molesto, se movió a regañadientes. Sin embargo, tenía que reconocer que el fastidioso comisario Evans tenía razón: Erin no se encontraba bien, y le preocupaba no sólo su desmayo sino el hecho de que aquel homicidio fuese diferente de los demás. El mismo Jesse se lo había confirmado: no era obra del mismo autor. La víctima entraba dentro del target del asesino, pero la causa de la muerte apuntaba a alguien más. No había habido golpes, sólo una puñalada certera en el corazón con un par de nuevas y afiladas tijeras.

Era normal que Erin reaccionase como lo había hecho; de repente el pasado se le había venido encima.

Tyler la acomodó en el asiento del pasajero bajo la atenta mirada de Jon y de Jesse.

—Trata de dormir, mañana te espero en la estación —le dijo Jon asomándose por la ventanilla entreabierta. No quería dejarla marchar; temía por su seguridad. Después del anónimo que había recibido, ese nuevo asesinato parecía estar dedicado especialmente a ella. Miró a Tyler y, sin mediar palabra, con un gesto que él entendió de inmediato, le pidió que cuidara de ella.

Tyler asintió. Encendió el motor de la camioneta y se alejó de allí a toda prisa.

Esa noche volvieron a dormir abrazados, y Erin lloró sobre su pecho, sin siquiera saber el motivo exacto de su llanto. Estaba asustada, conmocionada por lo sucedido, pero, al mismo tiempo, al igual que Tyler, creía que finalmente habían encontrado la manera de probar la inocencia de Rick. Pero esa esperanza a la cual se habían aferrado con fuerza, se disipó cuando descubrieron que quien había matado a la jovencita no era el asesino que buscaban.

¿Por qué parecía todo tan complicado? El destino estaba tendiéndoles una trampa, y un asesino cruel estaba jugando con ellos. Sin embargo, Erin sentía que las reglas del juego habían cambiado. Alguien estaba tratando de decirle algo; alguien quería que no olvidara lo sucedido cuatro años atrás.

A la mañana siguiente, Tyler se despertó temprano para prepararle el desayuno a Erin, que seguía durmiendo. Mientras ponía a calentar el café, no había podido apartar de su mente la escena del crimen de la noche anterior. Él conocía a la perfección las circunstancias que habían llevado a la muerte de Adam Gardner. Sabía que Erin le había clavado una tijera en el pecho para salvar su vida. No podía ser coincidencia la muerte de aquella pobre jovencita; alguien la había usado para asustar a Erin. El anónimo, la llamada misteriosa y el incidente en la cabaña habían sido sólo el aperitivo. Comenzaba a dudar, por primera vez, de que Anthony Hall estuviera detrás de todo aquello. No tenía un motivo real para atacar a Erin, mucho menos ahora que se había acercado a su hija para tratar de ayudarla. Quién había estado asustando a Erin tenía que conocer su pasado, aunque no era difícil enterarse de lo sucedido cuatro años atrás. Él mismo lo había descubierto en cuestión de segundos buscando en la red.

Cuando se dio vuelta para poner unas tostadas en la mesa descubrió a Erin apoyada en el marco de la puerta.

—Parecías tan concentrado que no quise interrumpirte. —Con una sonrisa se acercó a la mesa. Ya se había vestido y estaba lista para comenzar una nueva jornada de trabajo, sin embargo, Tyler notó la palidez de su rostro.

—Pensaba llevarte el desayuno a la cama —le dijo y le sirvió café en la taza.

Erin lo probó y lo felicitó, era sólo un café bien hecho, pero, sin dudas, estaba mejorando, se desempeñaría muy bien en la cocina muy pronto. La mujer que estuviera a su lado sería muy afortunada. Se reprendió a sí misma por empezar tan temprano con aquella clase de pensamientos que sólo la angustiaban.

—No deberías tener esa clase de iniciativas; las mujeres solemos malacostumbrarnos cuando un hombre nos cuida y nos mima demasiado. —Lo observó mientras él se sentaba a su lado. No la había besado aún, y se preguntaba cuánto tiempo más tardaría en hacerlo—. Aunque confieso que un desayuno en la cama habría sido estupendo. —Le sonrió y el beso que había estado ansiando recibir llegó sin previo aviso.

—Una muy estimulante forma de comenzar la jornada —dijo ella y lo miró a los ojos.

—Y puede terminar mejor —señaló él con un guiño—. Te llevaré a la estación y después iré a casa a ver a Rick.

Erin habría querido acompañarlo, pero sabía que Jon no vería con buenos ojos que lo hiciera; Rick estaba bajo vigilancia y ya había trasgredido un par de reglas; causarle un nuevo problema a Jon era lo que menos deseaba.

Tenía algo importante que hacer aquella mañana. Iría al hospital en donde Brittany había sido atendida luego de la agresión. La había visitado varias veces en las últimas semanas y seguía creyendo que su problema no era sólo emocional, había algo más y estaba convencida de que si revisaba su historial clínico lo averiguaría. Pero para eso debía primero pedirle autorización a Jon; necesitaba una orden de registro y él tenía muchas influencias en el ámbito judicial.

Llegó a la estación de policía cerca de las nueve luego de que Tyler la dejara en la puerta. Se despidieron con un beso breve, y cuando Erin entró a la oficina y notó la expresión de desconcierto en el rostro de Jon supo que no habían sido lo suficientemente discretos.

—Veo que tu relación con el comisario ha mejorado… notablemente —comentó apenas Erin entró.

No había reproche en la voz de su jefe y amigo; sí un dejo de preocupación.

Respiró hondamente y caminó hacia la ventana. Ya no tenía sentido seguir ocultándoselo.

—Jon, no vas a creerlo, pero, contra todo pronóstico, me he vuelto a enamorar. —Lo dijo con la voz cargada de emoción.

Jon se acercó a ella y la miró a los ojos.

—¿Amor, Erin? ¿Estás segura?

Ella asintió enérgicamente con la cabeza.

—Tyler ha logrado que mi corazón vuelva a latir, sé que suena como la frase de una de mis novelas románticas, pero es la verdad; tú mejor que nadie sabes por todo lo que he pasado. Pensaba que nunca más volvería a dejarme tentar por las redes del amor. —Estaba siendo demasiado cursi, lo sabía—. No lo busqué, ni siquiera entraba en mis planes interesarme por un hombre.

—Lo sé, me lo has dicho cientos de veces, por eso no entiendo cómo es que ese hombre ha logrado lo imposible. —Hizo una pausa y sonrió apenas—. ¿Qué tiene Tyler Evans que no tengamos otros que ya hemos hecho el intento y no hemos conseguido nada?

Erin frunció el ceño.

—No sabía que tú habías hecho el intento —comentó sorprendida.

—Lo hice, durante años, sólo que tú nunca te diste cuenta —respondió Jon un poco en broma, un poco en serio. No estaba haciendo un reproche, después de todo, él la había amado en secreto y jamás se había atrevido a dar el gran paso. Y ahora era tarde para hacerlo.

—Jon, yo…

—No te preocupes, siempre supe que me veías como un amigo y he aprendido a conformarme con ello. —Le acarició la mejilla y ella apoyó su mano encima de la suya.

—Eres el mejor amigo que una mujer puede tener: eres dulce, comprensivo, divertido y siempre has estado a mi lado. Aun cuando estuvimos separados, no hubo un solo día que no pensara en ti, en llamarte y pedirte que fueras a verme —reconoció haciendo un enorme esfuerzo por no llorar.

—¿De verdad? Esos cuatro años fueron una tortura para mí, no sólo había perdido a uno de mis mejores elementos dentro del FBI sino también había perdido a mi amiga, a la mujer que… —Se detuvo cuando se dio cuenta de lo que había estado a punto de decir—. Muchas veces tuve el impulso de tomar mi camioneta y buscarte, pero no lo hice; creí que necesitabas estar sola y sanar las heridas.

—Te quiero mucho, Jon, nunca lo dudes. —Lo abrazó y apoyó la cabeza en su hombro. Él era su jefe, su mentor, pero, por sobre todas las cosas, era su amigo del alma, el que había estado en los peores momentos de su vida.

Cuando se separaron, Erin percibió que él también había hecho un gran esfuerzo por no llorar: sus ojos verdes estaban húmedos. Se le hizo un nudo en la garganta.

—¡Me parece que hemos roto las ilusiones de tu madre de vernos juntos algún día! —bromeó Jon de repente, y soltó una carcajada.

Erin también se rió ante aquel comentario, que, lejos de ser divertido, tenía algo de verdad. El sueño de Vera Campbell siempre había sido ver casada a su hija con Jon Kellerman. ¿Qué diría su madre cuando supiera que se había enamorado perdidamente de otro hombre que, para colmo, no se parecía en nada a su adorado Jon? Ya pensaría en aquel asunto más adelante, ahora tenía otras prioridades.

—Jon, necesito que me consigas una orden de registro lo antes posible.

Jon arqueó una ceja.

—¿Para qué la quieres?

—Quiero revisar el historial clínico de Brittany Hall, hay algo que no me termina de cerrar; he pasado tiempo con ella y, no sé, llámalo intuición u olfato detectivesco, pero necesito revisar todo lo que hay del caso de agresión que sufrió cinco años atrás.

—¿Qué sentido tiene hurgar en eso ahora?

—Ya te lo dije, hay algo que me hace ruido. ¿Puedes conseguirme la orden?

Jon sacó su móvil del bolsillo y habló a Washington; cuando colgó le dijo que tendría la orden lista para esa misma tarde.

—El juez Wellington me debe un par de favores.

Erin le sonrió y le dio un efusivo beso en la mejilla.

—¡Gracias!

—Agradécele al juez, no a mí.

Jesse llegó en ese momento con novedades sobre la cuarta víctima. Su nombre era Candance Sutcliffe, de diecisiete años y, lo único que la relacionaba con las otras tres adolescentes asesinadas, eran la edad y el lugar en donde había sido arrojado el cadáver. Ni siquiera vivía en el área y no estudiaba, sino que parecía trabajar en la calle como prostituta.

Los datos desconcertaron a todos; parecía un crimen de oportunidad, pero todos sabían que la muerte de Candance había tenido un propósito claro y contundente.

Enviarle un mensaje a Erin.

* * *

Tyler lamentó que, cuando él llegó a la estación de policía esa tarde, Erin se estuviera marchando. Se cruzaron en la recepción y se saludaron con un roce de manos y una intensa mirada. Pensaban que nadie se daba cuenta de lo que sucedía entre ellos, pero Charity no era tonta. Lo había notado desde el primer día y se alegraba por su jefe.

Tyler se metió en la oficina donde lo esperaba Tom.

—Han descubierto la identidad de la cuarta víctima —le informó Tom apenas él puso un pie dentro del recinto.

Escuchó los detalles y no se sorprendió en lo más mínimo. El asesinato de Candance Sutcliffe no tenía nada que ver con los tres anteriores, y aquel hecho lo inquietaba sobremanera. Sentía que Erin corría un riesgo real, y la imperiosa necesidad de protegerla era más fuerte que cualquier razonamiento. Tenía que descubrir quién estaba detrás de todo aquel juego macabro y empezaría a investigar por su cuenta en ese mismo instante; no tenía sentido perder más tiempo.

La vida de la mujer que amaba estaba en peligro.

Empezaría por el principio. Hizo una llamada a Charles Rubenstein, el fiscal del distrito. Él era el único que podía ayudarlo; ya lo había hecho antes, y sabía ser eficiente además de discreto.

Cuando colgó, sonrió satisfecho: había conseguido lo que quería.

—Tom, estoy esperando un paquete muy importante de parte del fiscal Rubenstein; si lo recibes tú, guárdalo bajo siete llaves —le indicó mientras se ponía de pie, dispuesto a marcharse.

—No se preocupe, lo haré. A propósito, mi esposa me pidió que lo invitara a cenar una noche de estas. Me dijo que puede venir acompañado si lo desea.

El comentario de Tom lo dejó perplejo.

—Gracias, Tom, lo tendré en cuenta.

Salió de la oficina, miró a Charity, la secretaria, y descubrió una sonrisa cómplice en sus labios. ¿Cuánta gente más sabía lo que estaba pasando entre Erin y él? No es que quisiera mantenerlo en secreto, pero no era de la clase de hombres a los que les gustaba ventilar sus sentimientos a los cuatro vientos, mucho menos cuando aún no le había dicho a Erin lo que sentía por ella.

* * *

Erin llegó al hospital Kansas Spine con la orden de registro, y la muchacha que la atendió se puso nerviosa cuando ella le pidió el historial médico de Brittany Hall. No podía impedirle que hiciera su trabajo, llevaba una orden federal.

La condujo al subsuelo donde funcionaba el archivo y la dejó sola en aquel enorme recinto apenas iluminado por un par de tragaluces en lo alto de uno de los muros.

La muchacha ni siquiera le había dicho por dónde empezar. Debía de haber cientos de archiveros, todos catalogados por fecha. Atravesó el primer pasillo, miró hacia un lado y hacia el otro, pero descubrió que allí estaban los expedientes más antiguos. Siguió buscando, el pasillo se extendía por unos cuantos metros, parecía no terminar nunca y de repente se sintió demasiado sola. Decidió saltearse unas cuantas filas, debía encontrar los archivos del año 2005. No sabía si era ella o el lugar, pero se sentía afectada; no había aire acondicionado, y la temperatura superaba seguramente los treinta grados. Se quitó la chaqueta y la dejó encima de unos archiveros.

Tuvo que recorrer dos filas más antes de encontrar los del año 2005. Había al menos diez archiveros, y no tenía más remedio que revisar todos. Respiró hondamente y se llevó una mano a la frente para secarse el sudor; se recostó contra la pared cuando le sobrevino el mareo. Se abrió el cuello de la camisa y trató de respirar pausadamente. Un par de minutos después, ya más repuesta, se dispuso a continuar.

Iba por el cuarto archivero cuando creyó escuchar el ruido de una puerta que se abría. Se paralizó; había estado demasiado tiempo a solas, dentro de aquel lugar poco ventilado y extremadamente caluroso; podía ser su imaginación, pero lo dudó. Confiaba en su instinto que le decía que había oído bien. Su corazón dejó de latir durante unos segundos cuando el sonido de pasos retumbó en todo el lugar. Instintivamente se llevó la mano a la cintura, pero sólo llevaba su identificación; su arma reglamentaria continuaba en el cajón de la mesita, al lado de su cama. Le habían enseñado que nunca saliera sin ella, pero no había creído prudente llevarla; sólo iba a revisar unos archivos.

Los pasos resonaban cada vez más fuertemente y, cuando vio una sombra gigante recortarse contra la pared donde ella estaba recostada, contuvo el aliento.

Respiró aliviada cuando comprobó que se trataba de la misma empleada que la había atendido antes.

—¿Encontró lo que buscaba? —le preguntó mientras se cruzaba de brazos.

Erin se despegó de la pared y negó con la cabeza.

—Aún no, pero estoy en el sitio correcto, los archivos del año que busco están en este sector.

—Muy bien, cuando termine le voy a tener que pedir que me avise; no puede retirar archivos del hospital, no está permitido, pero podemos entregarle una copia si lo desea —le informó.

—Gracias.

Cuando volvió a quedarse sola continuó con la búsqueda. Tuvo que hurgar en dos archiveros más antes de dar finalmente con el historial clínico de Brittany Hall. Se dirigió hacia el área más iluminada y comenzó a leerlo.

El ataque había sido feroz; según el expediente, había recibido la mayoría de los golpes en el torso y en el rostro. A Erin aún le costaba creer que alguien como Rick hubiera cometido un acto tan violento. Sin dudas algo había actuado de disparador y había provocado que atacara a Brittany con tanta brutalidad.

Siguió leyendo: tres costillas rotas, laceraciones severas en todo el cuerpo; fisura de dos dedos y una hemorragia cerebral que mantuvo a Brittany inconsciente por casi una semana. Aun así sabía que tenía que haber algo más.

Cuando llegó a la última hoja, supo finalmente que había encontrado lo que buscaba: adosado al expediente había un reporte ginecológico. Según las palabras del perito, a Brittany se le había practicado un legrado porque, al momento de la agresión, estaba embarazada de cinco semanas.

Entonces comprendió lo que se ocultaba detrás de aquel odio que Brittany aún sentía por Rick; no sólo la había atacado a ella, sino que había matado al hijo que llevaba en su vientre y le había arrebatado la posibilidad de ser madre algún día. Había revisado el expediente del caso esa misma tarde y no había ninguna mención al embarazo de Brittany, ni siquiera durante el juicio. No era difícil comprender por qué aquel tema no había salido a la luz. Brittany tenía quince años al momento del ataque, no tenía novio conocido, y revelar la noticia de su embarazo habría sido un escándalo. Erin podía jurar que su padre había hecho hasta lo imposible por mantener aquella verdad oculta; era uno de los médicos más importantes dentro del plantel del hospital y, seguramente, se había valido del favor de alguno de sus colegas para preservar la dignidad de su hija.

Mientras se ponía la chaqueta se preguntó qué más estaría dispuesto a hacer Anthony Hall con tal de proteger a su única hija.

Se llevó una copia del expediente, abandonó el hospital y, cuando se subió a su auto, el malestar que estaba aquejándola desde hacía un par de días regresó. Apretó el volante con ambas manos y respiró profundamente varias veces hasta que pasó. Últimamente se cansaba con facilidad y por las mañanas la atacaban las nauseas. Condujo hacia la casa con prudencia, se detuvo en una señal de stop, y sus ojos azules se clavaron en una mujer que pasó por delante de su auto. La enorme barriga evidenciaba un embarazo bastante avanzado.

Lo que acababa de pasar por su mente no podía ser real; buscó en su bolso el pequeño calendario que llevaba dentro de la billetera y contó los días desde su último período. Si los cálculos no le fallaban, tenía un atraso de más de una semana; solía ser regular, pero en el último tiempo su vida se había vuelto un caos y quizá esa era la razón por la cual aún no había menstruado.

Tenía que ser eso; no podía estar embarazada. Pero, a medida que analizaba la situación, comprendió que era algo factible. Emprendió de nuevo la marcha, sus ojos estaban fijos en el camino, pero no podía dejar de pensar. Fue sumando los hechos mentalmente: tenía un atraso de varios días, las náuseas, los mareos y el cansancio eran síntomas completamente nuevos para ella; había tenido relaciones con Tyler y no se había cuidado.

Se detuvo frente a una farmacia y resolvió comprarse un test de embarazo; aún guardaba la esperanza de que todo se debiera al estrés de los últimos días.

Lo primero que hizo al llegar a su casa fue encerrarse en el baño; con manos temblorosas rompió la caja del test de embarazo y siguió las instrucciones.

Unos minutos después, la impaciencia le carcomía las entrañas mientras esperaba el resultado. Miró su reloj por enésima vez y decidió que ya era hora.

Se sentó en el sanitario y, cuando juntó el valor suficiente, se dispuso a ponerle fin a aquella incertidumbre. Contempló las dos finas líneas rojas durante un largo rato. Dejó caer la prueba al suelo y acarició su vientre.

Ya no había dudas.

Estaba embarazada; iba a tener un hijo de Tyler; del hombre que amaba. Ni siquiera sabía cómo sentirse al respecto y, en la soledad del cuarto de baño, se echó a llorar.

* * *

A la mañana siguiente, cuando Erin llegó a la estación de policía, le contó a Jon lo que había descubierto en el historial médico de Brittany Hall. A Jon también le sorprendió lo del embarazo, pero concordó con ella cuando le expuso los motivos por los cuales se había mantenido en secreto.

Jon notó a Erin algo extraña: más pálida que de costumbre y con mal semblante. Le preguntó qué le sucedía, pero ella sólo le respondió que no había dormido bien la noche anterior. Por supuesto, no le creyó, pero la conocía lo suficiente como para darse cuenta de que lo estaba evadiendo.

Ambos estaban en la oficina cuando les llegó el barullo desde la recepción. Vencidos por la curiosidad, salieron y descubrieron que el motivo de la algarabía se debía a la visita de Cindy, la esposa de Tom, que había llevado a su pequeña hija recién nacida para presentarla formalmente en la estación donde trabajaba su padre.

Jon se acercó de inmediato y felicitó a la madre. Erin permanecía alejada observando la escena y el corazón le dio un vuelco cuando vio a Tyler entrar por la puerta. Una sonrisa de oreja a oreja se dibujaba en su rostro.

Tom le mostró orgulloso a su pequeño retoño, y Tyler sostuvo a la niña en brazos con cuidado.

—¿Me parece a mí o ha crecido desde la última vez que la vi? —preguntó meciendo a la criatura en sus brazos.

—Tres centímetros —respondió Cindy mientras aprovechaba para sentarse.

Erin observaba todo desde su rincón; ver a Tyler cargando un bebé después de confirmar su propio embarazo fue como recibir un golpe en medio de la cara, sin previo aviso, sin anestesia. Lucía tan bien con la hija de los Gibbons en los brazos, que Erin pensó que sería un muy buen padre algún día. De repente, él reparó en ella y la miró con tal intensidad que Erin creyó que iba a desplomarse allí mismo.

—Erin, ven, acércate —le pidió.

Todos la miraron, y se sintió atrapada; no tuvo más opción que hacer lo que Tyler le solicitaba.

Él le ofreció cargar a la niña, se negó diciendo que no tenía experiencia, pero la propia Cindy la ayudó. No pudo evitar soltar una lágrima cuando la tuvo en sus brazos; estaba despierta, y sus ojos oscuros la miraban; Erin tocó su manitazx, y la pequeña Marianne la enroscó alrededor de su dedo índice. Tyler, que estaba detrás de Erin, aprovechó un momento de distracción de los demás y le susurró al oído.

—Te ves preciosa.

Erin cerró los ojos, apenas podía contener la emoción. Tampoco podía soltar a la pequeña Marianne; le parecía una muñeca de abundante cabello rojo y ojos color chocolate. La tonalidad del cabello era herencia de su padre, en cambio, tenía los ojos de su madre. Se encontró queriendo saber a quién se parecería el niño que llevaba en su vientre. ¿Tendría los ojos grises de Tyler? ¿O heredaría los suyos?

—Comisario, Cindy y yo queremos pedirle que sea el padrino de nuestra Marianne —anunció Tom, y pasó un brazo por el hombro de su esposa.

Erin miró a Tyler, él se había emocionado ante aquella petición. Se había quedado sin palabras.

—Acepta, ¿no? —preguntó una Cindy expectante.

—Por supuesto que sí, será un honor ser el padrino de esta cosita tan hermosa. —Acarició la mejilla sonrosada de la pequeña Marianne y le lanzó una fugaz mirada a Erin.

Ella le regresó la niña a su madre y, al hacerlo, sintió un extraño vacío en los brazos. No podía estar pasándole aquello; se encontraba demasiado sensible, eso era todo. Había estado leyendo la noche anterior en Internet sobre los primeros meses del embarazo, y la exagerada sensibilidad era uno de los síntomas.

Cuando Tom y su esposa se marcharon, la estación de policía quedó sumida en el silencio; sin dudas, la visita de Cindy y su pequeña hija había alegrado la mañana. Había sido bueno olvidarse del trabajo durante unos minutos y contemplar el rostro inocente de la recién nacida.

Jon les pidió a todos reunirse en la oficina para hablar sobre los últimos avances del caso. Tyler se dispuso a sentarse junto a Erin, pero Jesse se le adelantó y tuvo que conformarse con un lugar al otro lado de la mesa.

—El equipo de Quantico está investigando si se hizo algún depósito importante de dinero en la cuenta de Sonny Copeland; si, como sospechamos, alguien lo contrató para atacar a Rick, debió de pagar muy bien por sus servicios —refirió Jon y cruzó ambas manos encima de la mesa.

—Intenté hablar con Rick; quizá Copeland le dijo algo antes de atacarlo, pero no lo recuerda —dijo Tyler, que se sentía algo fuera de la investigación al estar tan estrechamente relacionado con el principal sospechoso.

—No debes presionarlo —sugirió Erin—. No creo que ese tipo le haya dicho algo antes de agredirlo; es de la clase de sujeto que ataca sin previo aviso.

Tanto Jon como Jesse concordaron con ella, sin embargo, Tyler no dijo nada. Había notado a Erin rara aquella mañana, parecía incluso que le esquivaba la mirada. No veía el momento de poder quedarse a solas con ella para preguntarle qué le sucedía.

—¿Alguna novedad del último homicidio? —preguntó Jon dirigiéndose especialmente a Jesse.

—Muy poco; hemos tratado de rastrear las tijeras; no son muy comunes, las hojas son de aluminio, no de acero inoxidable.

Erin se llevó una mano a la boca.

—¡Dios mío!

Jon sabía el motivo de su asombro. El mismo material del que estaban hechas las tijeras con las que Adam Gardner la había atacado.

—Hay más de diez tiendas en la ciudad que las venden —añadió Jesse al notar la perturbación de Erin.

—Sigue trabajando sobre esa pista, Jesse —le indicó Jon—. Erin, ¿por qué no nos cuentas lo que has descubierto hoy? No está ligado directamente con el caso, pero Erin cree que puede ayudar, y confío en su intuición.

Cuando pudo calmarse tras el impacto de saber que Candance Sutcliffe había sido asesinada con el mismo tipo de tijeras que ella había clavado en el pecho de Adam, habló.

—He revisado el historial médico de Brittany Hall. —Observó de soslayo a Tyler; él seguía desaprobando sus visitas a la joven, pero ambos preferían no mencionar el asunto para no terminar discutiendo.

Jesse frunció el ceño.

—No entiendo, ¿es eso relevante para nuestra investigación?

Erin lo miró, notó el desconcierto en su rostro.

—No puedo afirmarlo aún, pero lo que he descubierto sí es importante. Brittany Hall estaba embarazada cuando fue atacada, cinco años atrás.

Tyler se puso blanco como un papel.

—¿Embarazada? Nunca se mencionó que ella estuviera embarazada.

—Sí —asintió ella—. Su historial clínico lo confirma; supongo que su padre prefirió ocultar el hecho; la vergüenza por la que habría pasado su hija si se hubiera sabido, habría terminado por devastarla. El odio que siente Brittany por Rick es enfermizo, no ha mermado, al contrario, ha crecido con el paso del tiempo, y ahora conocemos el verdadero motivo.

Jon concordó con ella, Jesse tuvo que aceptar que quizá aquella información podía estar relacionada con el caso de los asesinatos; Tyler, en cambio, se había quedado en silencio, sopesando lo que acababa de escuchar. Ahora comprendía la actitud de Anthony Hall y de su hija hacia Rick; jamás lo perdonarían. Aquella revelación podía quizá cambiar el curso de la investigación y torcer las sospechas hacia otro lado.

—Seguiré visitando a Brittany para ver qué más logro averiguar —informó Erin y obtuvo el consenso tanto de Jon como de Jesse, no así el de Tyler que, más que nunca, estaba en contra de aquel plan.

Nunca lo había considerado seriamente, pero, si lo que estaba pensando era verdad, Erin también corría peligro en casa de los Hall. Sintió un pinchazo en el pecho; se estaba exponiendo demasiado, y no le agradaba. Ya era suficiente que un loco la estuviera acechando como para que, además, se fuera a meter en la boca del lobo.

Se puso de pie y, tras mirar a Erin, dijo:

—Iré a tomar un poco de aire. —Abandonó la oficina y la dejó en compañía de los dos federales.

—Creo que iré a hacer lo mismo —dijo Jon y se levantó pesadamente de su silla—. Regreso en un rato.

A Erin, quedarse a solas con Jesse no le entusiasmaba demasiado, sobre todo ahora que ya no era un secreto para nadie que ella le interesaba.

Él le preguntó sobre el avance del perfil, y Erin le contó todo lo que tenía hasta ese momento; al igual que el caso, no había avanzado mucho, pero ya no estaba tan a ciegas como antes; estaba segura de que podría tenerlo listo esa misma tarde; sólo debía hacer una visita primero.

* * *

Tyler se encontraba en la terraza; contemplaba el paisaje citadino que se expandía metros abajo cuando sintió unos pasos que se acercaban. Se dio vuelta y vio que Jon se encaminaba hacia él mientras encendía un cigarrillo.

—Espero no molestarlo —le dijo y se paró a su lado para disfrutar también del panorama.

Tyler lo perforó con sus intensos ojos grises. No creía que él hubiera subido hasta allí sólo para fumar.

—Vayamos al grano, ¿qué es lo que quiere?

Jon lo escudriñó detenidamente. No podía negar que aquel hombre tenía su carácter; quizá había sido precisamente su temperamento lo que había hecho que Erin se fijara en él.

—Muy bien —le dio una pitada al cigarro—. Quiero hablarle de Erin.

Tyler no se sorprendió; en realidad, esperaba tener aquella conversación algún día. Sentía que para obtener el amor de Erin tenía que hablar primero con Jon Kellerman, como una especie de rito de iniciación, y lo aceptaba como tal; estaba dispuesto a escuchar lo que él tenía para decirle.

—Yo también quiero hablarle de ella —respondió Tyler sin amilanarse. Jon Kellerman no era el padre de Erin, pero parecía un adolescente a punto de tener la primera charla con el padre de la chica que pretendía.

—Conozco a Erin desde hace casi diez años; la vi crecer como mujer y como profesional y puedo decir que estoy muy orgulloso de sus logros —dijo y arrojó el cigarrillo al suelo—. He estado a su lado en sus mejores momentos, pero también en los más dolorosos.

Tyler percibió que lo que unía a Jon con Erin era mucho más que un sentimiento de amistad; sintió celos de él. También la amaba, podía verlo en su mirada y en el tono de su voz mientras hablaba de ella.

—Fue a mí a quien llamó cuando sucedió lo de Adam. —Hizo una pausa para soltar un suspiro—. Cuando llegué a su departamento esa noche, la vi tirada sobre el cuerpo sin vida de Adam mientras trataba de revivirlo; tenía las manos y la ropa manchadas de sangre. Me costó mucho alejarla de él, no quería soltarlo, incluso cuando llegaron los forenses no se separó de su lado en ningún momento.

Tyler trató de imaginarse aquella dramática escena y, al hacerlo, se le estrujó el corazón. Era terrible por todo lo que había tenido que pasar Erin.

—Aquella experiencia la dejó devastada, ya nunca volvió a ser la misma y, a pesar de que fue declarada inocente, el sentimiento de culpa nunca la abandonó. Fue la culpa la que la llevó a alejarse de todo lo que había conseguido con tanto esfuerzo; se había ganado un nombre dentro del FBI, tenía una carrera prometedora como perfiladora, pero no pudo continuar; la presión fue abrumadora. Los medios ponían en tela de juicio su capacidad como psicóloga forense, y esa fue la gota que colmó el vaso.

—Erin me lo contó, aunque yo ya lo sabía. Cuando usted se negó a hablarme de aquel suceso, decidí investigar por mi cuenta.

Jon asintió.

—Supuse que lo haría; es usted un hombre tozudo, comisario Evans.

—Le expliqué por qué necesitaba conocer el pasado de Erin.

—Sí, me dijo que ella le importaba —miró a Tyler directamente a los ojos—. ¿Qué siente exactamente por Erin, comisario Evans?

Tyler respiró hondamente; estaba preparado para dar el siguiente paso. No era sencillo abrir su corazón, pero estaba dispuesto a hacerlo; por primera vez en su vida, Tyler Evans iba a hablar de sus sentimientos más profundos.

—La amo. —Soltó el aire contenido en los pulmones tras decir aquellas dos palabras.

Una sonrisa se dibujó en los labios de Jon; era precisamente lo que quería que Tyler le dijera. Sabía que Erin no era para él, no lo había sido nunca y, si aquel hombre había conseguido que ella abriera su corazón al amor nuevamente, se merecía una oportunidad.

—Me alegra saberlo. —Le dio una palmadita amistosa en el hombro—. No sé si es el hombre indicado para ella, pero tiene mi voto de confianza. ¿Puedo llamarlo Tyler, verdad?

Tyler relajó su cuerpo y trató de sonreír. La prueba de fuego había sido superada con éxito.

* * *

Mientras tanto, en el interior de la estación, Erin seguía leyendo algunos informes bajo la atenta mirada de Jesse, que sólo lograba inquietarla.

—¿Puedo hacerte una pregunta?

Erin alzó la vista; no habían cruzado palabra en los últimos veinte minutos.

—Por supuesto.

—¿Qué hay entre el comisario Evans y tú?

El papel que Erin estaba leyendo se le cayó de las manos. Se levantó de la silla para recogerlo y, al querer incorporarse, la asaltó un intenso mareo. Trató de aferrarse a la mesa, pero fueron los brazos de Jesse los que evitaron que terminara cayendo de bruces al suelo.

—¿Erin, estás bien?

Jesse la sujetó de la cintura y Erin apoyó la cabeza en su hombro. La voz de Jesse sonaba lejana y las piernas ya no le respondían. Ni siquiera se dio cuenta de que él la abrazaba y enterraba el rostro en su cabello para oler su perfume. Solo sabía que había perdido el control de su cuerpo y que él no debía soltarla, al menos hasta que aquella sensación de vértigo desapareciera por completo.

Erin creyó escuchar pasos acercándose, pero estaba demasiado aturdida para darse cuenta de lo que sucedía a su alrededor.

Tyler se quedó de una pieza cuando al abrir la puerta de la oficina descubrió a Erin en los brazos del presumido de Jesse Widmore.