Capítulo 17
Erin ni siquiera se enteró de que Tyler la había visto en los brazos de Jesse; cuando se recuperó de su malestar, Jon le dijo que el comisario se había marchado sin decir nada y con cara de pocos amigos. Jesse le comentó a Jon sobre el desvanecimiento de Erin, y él le aconsejó que se marchara a su casa.
Erin accedió gustosa, no quería aplazar su visita a Brittany y, aunque la muchacha no la esperaba hasta el día siguiente, decidió que iría a verla esa misma tarde.
Por fortuna, se sentía mejor y, después de descansar un rato, salió hacia la casa de los Hall. Esperaba obtener respuestas en aquella visita; podía ser la última, y quería aprovecharla al máximo.
Cuando llegó y vio que la propia Brittany era quien le abría porque era el día libre de la mucama, Erin supo que aquello era una señal. Tenía que actuar con cautela y, sobre todo, no revelar las verdaderas intenciones de su visita.
—La esperaba mañana —le dijo Brittany dudando si debía dejarla entrar o no.
—No podré venir mañana —le sonrió—, por eso decidí adelantar mi visita; espero que no te moleste.
Brittany se encogió de hombros y le dio a entender que le daba lo mismo.
La invitó a pasar y, como hacían casi siempre, se sentaron en el jardín.
—¿Tu padre está en el hospital?
Brittany asintió.
—¿No te aburres todo el día aquí sola? —le preguntó Erin en un intento por iniciar una conversación amena. A pesar de que la joven había accedido a recibirla, sabía que sus visitas le eran, prácticamente, indiferentes. Era una pena, en verdad quería ayudarla, pero parecía que ella se empeñaba en continuar con el dolor que lentamente iba consumiendo su vida.
—Me gusta la soledad. —Se dio vuelta y la miró con aquella mirada fría que podía helar la sangre de cualquiera.
—Entiendo. —Erin se quedó observándola durante un instante. Aquella jovencita retraída y solitaria había perdido un hijo de la manera más horrenda; era precisamente ese suceso lo que la había convertido en lo que era hoy. Ignoraba si había sido un hijo deseado; tampoco sabía si lo había engendrado con amor; supuso que sí, por eso le había dolido tanto la pérdida. Debía ir con cuidado y tantear el terreno; su embarazo había sido un secreto celosamente guardado durante aquellos años. Miró hacia la casa; sabía que la empleada no estaba, no se veía a nadie más, era la ocasión perfecta para llevar a cabo su plan.
—¿Te importaría si paso al tocador? No me he sentido muy bien últimamente, debe ser que no me acostumbro aún a este calor agobiante…
—Suba las escaleras, es la cuarta puerta a la derecha —le indicó con displicencia.
Erin sonrió para sus adentros mientras atravesaba el jardín en dirección a la casa. Entró por el ventanal y lo cerró; miró la escalera, pero no subió a la segunda planta; en cambio, avanzó hacia la cocina. La casa era enorme, y el eco de sus zapatos retumbaba en las paredes y en el techo. Pasó por una puerta que, supuso, era la de la cocina y siguió de largo. En una casa como aquella debía de existir un sótano o una habitación apartada de las demás y, si sus sospechas eran acertadas, estaba segura de que la encontraría. Continuó por el pasillo de lustrosas baldosas negras y blancas; debajo de la escalera que llevaba a los cuartos de servicio vio una puerta, y se detuvo. Su instinto le decía que allí era dónde tenía que buscar. Se acercó y comprobó que estaba cerrada; maldijo en silencio, no esperaba que estuviera abierta, pero no se amilanó. Cuando estaba en la academia uno de sus compañeros le había enseñado a forzar cerraduras con un simple gancho; aquella artimaña le había sido útil cuando llegaba tarde tras alguna fiesta y el campus ya estaba cerrado.
Se sacó la hebilla que sujetaba el rodete en lo alto de su cabeza; sería el utensilio perfecto para llevar a cabo aquella tarea. Se agachó e introdujo la punta de metal, la movió hacia arriba y hacia abajo mientras que con la otra mano movía la perilla hacia la derecha. La puerta cedió sin problemas; miró por encima del hombro y comprobó que continuaba sola en la inmensidad de aquella casa.
Entró y tanteó con la mano en busca de algún interruptor; finalmente lo encontró y encendió la luz. Descendió los escalones con cuidado; el lugar era bastante pulcro, pero tétrico. De inmediato se dio cuenta de que no era un lugar muy frecuentado. Solo había cajas apiladas una al lado de la otra en estantes de madera que llegaban hasta el techo. Cuando llegó al último escalón, sintió el olor. Le provocó náuseas, y tuvo que sostenerse con fuerza de una viga de madera. No era sólo humedad; el penetrante olor a lejía era casi imposible de tolerar; mucho más para ella, a quien cualquier olor desagradable le provocaba unas terribles ganas de vomitar. Se cubrió la boca con la mano y siguió caminando. Había tres bolsas de basura en un costado, estaban atadas. Se acercó y miró dentro de una. Revistas viejas, latas vacías, nada relevante. Hurgó en otra; parecía estar llena de ropa sucia; la revolvió y la desparramó por el suelo. Estaba a punto de ver qué había en el interior de la tercera bolsa cuando algo llamó su atención: envuelta en una especie de manta de lana descubrió una caja de madera. La abrió y cuando vio lo que contenía, dejó escapar una sorda exclamación.
Un martillo con rastros de sangre seca en la parte metálica y en el mango.
Lo volvió a guardar en su sitio y colocó las bolsas donde las había encontrado. Observó el suelo con atención; descubrió unas diminutas manchas de sangre en un rincón; quien había limpiado con la lejía no lo había hecho muy bien. Allí había evidencia y Erin ya no tenía dudas.
Su corazón se detuvo cuando escuchó el ruido de un auto acercarse; observó a su alrededor y se cercioró de que todo estaba como lo había encontrado. Subió las escaleras a toda prisa, apagó la luz y salió al pasillo. Cerró la puerta con llave, se ató el cabello y se dirigió hacia la sala.
Se topó con Anthony Hall, que entraba a la casa, y que abrazaba a su hija.
—Buenas tardes, señor Hall —saludó Erin tratando de mantener la calma; no era sencillo después de lo que había descubierto.
Él la saludó con un leve movimiento de cabeza.
—¿Se siente mejor? —le preguntó Brittany.
Erin la miró y no le respondió; por un segundo se quedó completamente en blanco; por fortuna, logró reaccionar a tiempo para no despertar sospechas.
—Sí, Brittany, gracias. Creo que será mejor que me marche; tu padre te hará compañía a partir de ahora. —Se encaminó hacia la salida, pero Anthony Hall la detuvo. El corazón de Erin saltó dentro de su pecho.
—¿Le gustaría quedarse a cenar?
Ella sonrió, aliviada.
—No, gracias, tengo trabajo que hacer —se excusó, sobre todo porque sabía que aquella invitación a cenar era sólo un gesto de cortesía; no le caía simpática al padre de Brittany por frecuentar a los hermanos Evans.
—Será otro día, entonces.
«Imposible», pensó Erin mientras se despedía. Después de lo que acababa de descubrir, ya no volvería a pisar aquella casa nunca más.
* * *
Tyler estacionó la camioneta a un costado de la cabaña, se bajó impetuosamente y le dio una patada a uno de los tiestos que Mimie había preparado con tanto cariño.
Se pasó una mano por la cabeza. No había podido borrar de su mente la imagen de Erin entre los brazos del imbécil de Jesse Widmore. Después de presenciar semejante escena había salido de la estación y había conducido hasta el lago porque necesitaba alejarse y, sobre todo, rumiar su rabia lejos de la gente. Miró el tiesto que acababa de romper; un montón de tierra negra y unas flores de color rojo, cuyo nombre no recordaba, se habían convertido en su saco de boxeo; en realidad, le habría gustado romper la bonita cara del agente Widmore. Podría haberlo hecho cuando los había descubierto tan acaramelados en la oficina, pero prefirió irse sin armar escándalos.
Alzó la cabeza, y sus ojos grises recorrieron la fachada de la cabaña; después de la noche que había pasado con Erin en aquel lugar, había estado yendo casi todas las tardes para terminar de una vez por todas con los arreglos que hacían falta. Había mandado a instalar el agua caliente, el gas y el teléfono; hasta había contratado un proveedor de Internet. Las ventanas ya estaban listas, faltaban las cortinas, pero había preferido esperar porque quería que fuera Erin quien se encargara de elegir las adecuadas. Había apresurado la remodelación con una única idea en mente: pedirle a Erin que se mudara con él; pero ahora aquel pensamiento le parecía sólo una burla.
Erin no pensaba quedarse en Wichita; era doloroso, pero real; nunca le había mencionado la posibilidad de dejar su antigua vida en Lexington para mudarse allí. Y, después de verla entre los brazos de su compañero, comprendió que tampoco le importaba él. Había sido su paño de lágrimas, un hombro donde llorar sus penas y un cuerpo caliente donde saciar su pasión. Pero era evidente que también había hallado consuelo en los brazos de Jesse Widmore. ¿Por qué demonios había llegado a creer que lo que tenían era importante? Lo había sido para él desde el primer momento, pero, al parecer, no había sido así para Erin. Ella nunca le había dicho qué sentía realmente por él, pero hasta hacía unas horas habría podido jurar que lo amaba, que los momentos pasados juntos habían sido fantásticos. ¡Y él había estado a punto de confesarle su amor! ¡Qué gran error habría cometido si lo hubiera hecho!
Subió los escalones con paso cansino; nunca antes se había sentido tan sólo en aquella cabaña. Dejó caer su cuerpo en el banco-columpio, se reclinó hacia atrás y cerró los ojos.
Tampoco nunca antes le habían roto el corazón de aquella manera. Sabía que tanto Mimie como Rick se decepcionarían; ambos tenían la esperanza de que Erin y él terminaran juntos; no se lo habían dicho abiertamente, pero sabía interpretar las indirectas y los comentarios que le hacían cuando de Erin se trataba.
Él había estado dispuesto a sacrificar su libertad y a sentar cabeza de una buena vez; había conocido a una mujer maravillosa y la había elegido para pasar el resto de su vida a su lado.
Pero el destino no estaba de acuerdo con él.
Se restregó los ojos con fuerza; no era un hombre debilucho y nunca había llorado por una mujer, pero poco le importaba a esas alturas del partido.
Había perdido a la mujer que amaba y, en la soledad de aquella cabaña donde la había hecho suya, lloró como un niño por primera vez en su vida.
* * *
Erin conducía de regreso a la estación; era tarde, pero no podía hablar con Jon por teléfono ni esperar hasta el día siguiente. Estaba nerviosa, visiblemente alterada; acababa de descubrir al autor de los homicidios y, lo que era más importante para ella, el perfil que había elaborado no era erróneo. Ahora todo encajaba, cada pieza estaba en su sitio. Rick sería finalmente exonerado de los cargos, y la paz volvería a la ciudad. Sin dudas, la noticia causaría un gran impacto.
Miró a través del espejo retrovisor; no faltaba mucho para llegar a la estación, pero el camino esa tarde le pareció más extenso que nunca. De pronto notó que un auto venía tras ella; no podía asegurar que la estaban siguiendo, pero se puso intranquila. Giró en una curva, y el auto hizo lo mismo; aminoró la marcha y se movió un poco hacia la derecha para ver si la sobrepasaba y continuaba su camino, pero siguió detrás de ella.
Se alarmó. Sacó su teléfono móvil del bolso y marcó el número de Tyler. Pero él no atendió, sólo le saltaba el maldito buzón de voz. Miró la hora. ¿Dónde demonios estaba metido? No tuvo más remedio que dejarle un mensaje, con la esperanza de que cuando lo oyera no fuese demasiado tarde.
Miró nuevamente por el espejo retrovisor y se desesperó cuando vio lo que pretendía hacer quien la estaba siguiendo. Apretó el volante con fuerza y pisó el acelerador, pero no consiguió evitar que el coche de atrás la golpeara con violencia.
Estaban intentando sacarla del camino y, para su desgracia, lo estaban logrando. Erin hizo un esfuerzo sobrehumano para controlar el auto, pero, cuando fue golpeada por segunda vez, el Honda Fit derrapó y terminó incrustándose contra el poste de un buzón de correo.
Se golpeó la cabeza contra el parabrisas; escuchó al auto de su atacante pasar por su lado muy despacio. Quiso mirar, pero le dolía mucho el cuello y apenas pudo moverse; nunca sabría quién había sido el maldito desgraciado.
Cuando lo escuchó alejarse logró calmarse un poco. Instintivamente se llevó una mano al vientre y comenzó a llorar. El golpe había sido fuerte y temía lo peor. Trató de no moverse demasiado, buscó el teléfono y llamó al 911.
* * *
Cuando anocheció, Tyler decidió regresar a la casa; no iba a quedarse a pasar la noche en la cabaña. Se subió a la camioneta y vio el teléfono móvil en el asiento del pasajero. Descubrió que Erin lo había llamado hacía apenas media hora. Dudó un instante antes de escuchar su mensaje, pero la necesidad de sentir su voz aunque fuese a través del teléfono fue más fuerte que él.
¡Tyler, cielos! ¿Dónde diablos estás? ¡Me están siguiendo y tengo mucho miedo! Estoy en la autopista 54, a unas diez millas de la casa de los Hall. ¡Por favor, apenas escuches este mensaje, ven por mí!
El teléfono móvil fue a parar al suelo de la camioneta; Tyler encendió el motor y abandonó el lugar a toda velocidad. Una intensa puntada en el pecho le decía que Erin estaba en peligro.
En su mente sólo repetía una frase: «¡Dios, no permitas que nada malo le suceda!»
* * *
Erin abrió los ojos y descubrió que se encontraba en un sector de la sala de emergencias del hospital. Lo último que recordaba, antes de perder la conciencia, fue a los paramédicos que le decían que todo iba a estar bien mientras intentaban sacarla del auto.
Echó un vistazo a su alrededor: dos cortinas a ambos lados de la cama la protegían de las miradas indiscretas. Se miró a sí misma: tenía el brazo vendado a la altura de la muñeca y, cuando se tocó la cabeza, descubrió que también estaba cubierta con una venda. No sentía ningún dolor, sólo una pesadez en el cuerpo y un ligero mareo. Necesitaba hablar con un médico y saber que todo estaba bien con su bebé.
Una de las cortinas se abrió y un hombre cincuentón que vestía un guardapolvo blanco se acercó a su cama.
—Buenas noches, soy el doctor Neiman —se presentó mientras revisaba la pantalla del aparato que la monitoreaba—. ¿Cómo se siente, señorita Campbell? —Le tomó el pulso y le sonrió.
—Bien, no siento dolor, pero estoy algo mareada.
—Es normal, sufrió una contusión muy fuerte, pudo haber sido peor.
—Doctor… —Erin se tocó el vientre.
El doctor Neiman le dio una palmadita en el hombro.
—Quédese tranquila, el golpe no afectó al feto, hemos hecho los exámenes correspondientes y su bebé no corre ningún peligro.
Las palabras del médico le devolvieron el alma al cuerpo.
—¿No ha venido a preguntar nadie por mí?
—Sí, de hecho, hay un hombre en el pasillo que insiste en verla.
Erin tomó la mano del doctor.
—¿Puedo pedirle un favor?
—Por supuesto.
—No mencione a nadie lo de mi embarazo.
—Quédese tranquila; le diré a su amigo que puede pasar a verla. Le recomiendo que trate de descansar, la dejaremos en observación al menos veinticuatro horas más.
—Está bien, doctor, gracias.
Cuando se quedó sola trató de acomodarse el cabello que sobresalía por debajo del vendaje; debía de estar horrible. Cruzó las manos sobre su pecho y esperó la llegada de Tyler.
Apenas lo vio, se echó a llorar. Tyler se acercó hasta ella y apretó su mano con fuerza.
—¿Cómo estás?
Erin esperó a calmarse para poder hablar.
—Bien, pudo haber sido peor. —Se llevó la mano de él a la cara y la besó—. Tuve mucho miedo…
A Tyler le temblaron las piernas; se sentó en la cama y trató de mostrarse fuerte frente a ella, pero la verdad era que estaba devastado, había estado a punto de perderla y se había dado cuenta de que sin Erin, la vida dejaba de tener sentido para él.
—¿Quién fue?
—No lo sé, comenzó a seguirme cuando me fui de la casa de los Hall —le contó sin soltar su mano ni un segundo.
—¿Pudo haber sido Anthony Hall?
Erin lo dudaba, aunque luego de lo que había visto en el sótano, ya no estaba segura de nada.
—Tyler, tengo una fuerte sospecha sobre quién asesinó a esas jovencitas.
Él la miró; había certeza en sus ojos azules; parecía saber de lo que estaba hablando.
—¿Qué dices?
—Necesito que venga Jon; debe actuar de inmediato. —Comenzó a agitarse y Tyler se vio obligado a llamar a una enfermera.
—Debe tranquilizarse, de otro modo tendremos que sedarla —le advirtió la enfermera tras encontrarla en un evidente estado de excitación.
—No se preocupe, yo me encargo de que descanse —dijo Tyler.
—¡Erin! ¿Qué te sucedió?
Jesse entró atropelladamente y se acercó a ella. De inmediato, Erin notó el cambio en el semblante de Tyler; la repentina llegada de su colega no le agradó en lo más mínimo; mucho menos le gustó cuando él se sentó al otro lado de la cama y acarició su rostro.
—Estoy bien, Jesse, no te preocupes. —Le sonrió y, cuando volvió a mirar a Tyler, se topó con un témpano de hielo en sus ojos grises.
—Cuando me enteré, me volví loco —le dijo Jesse olvidándose de que Tyler también estaba con ellos.
—¿Cómo lo supo? —preguntó Tyler, curioso.
—Encontraron la identificación y se comunicaron con la estación de policía; le avisé a Jon, debe de estar en camino.
Erin asintió. Era con Jon con quien necesitaba hablar.
—Creo que mejor me voy. —Tyler ya no la miraba con ternura o preocupación, y a Erin su cambio de humor la confundió. Podía entender que Jesse no le cayera bien, pero no tenía ningún motivo para sentir celos de él. Quiso detenerlo, pero fue inútil; Tyler se marchó después de que un frío «cuídate» salió de sus labios.
—¿Pudiste ver quién te hizo esto? —le preguntó Jesse una vez que se quedaron a solas.
Erin negó con la cabeza; en ese momento en lo único que podía pensar era en la extraña actitud de Tyler hacia ella. Dejó que Jesse continuara hablando, pero ella ya no lo escuchaba.
* * *
Tyler pasó por la estación porque Tom le había avisado que tenía sobre su escritorio el paquete que le había enviado Charles Rubenstein, el fiscal de distrito.
Entró raudamente a su oficina, tratando de apartar de su mente el hecho de que había dejado a Erin con Jesse en el hospital, porque necesitaba concentrarse en su propia investigación. Encontró el paquete, se sentó en una silla y lo abrió.
El caso por la muerte de Adam Gardner constaba de unas cuantas carpetas; abrió la primera y, cuando vio que se trataba del informe de la autopsia, la cerró sin siquiera leerla; no había nada allí que pudiera ayudarlo. Lo que buscaba era un nombre. Alguien con motivos suficientes como para acercarse a Erin y querer lastimarla. Leyó por encima los informes policiales que hablaban sobre el hecho; no le interesaba saber nada más sobre lo sucedido aquella noche, le bastaba con saber que Erin había actuado para salvar su propia vida.
Finalmente encontró lo que buscaba: los datos de la víctima.
Descubrió que Adam Gardner era un importante financiero, que había construido una fortuna de un año a otro. Siguió leyendo y encontró datos sobre su familia: no tenía. Aparentemente, no había datos previos de Adam Gardner hasta que había incursionado como financista. Lo que sí decía el reporte era que su empresa estaba llena de deudas y que estaba al borde de la quiebra. Tyler presentía que, quien estaba acechando a Erin, tenía que ver con su pasado, un pasado que había compartido con Adam Gardner. Alguien quería que lo sucedido con él no quedara en el olvido.
Después, aunque en un principio lo había descartado, volvió sobre el informe de la autopsia. Había una foto de Gardner. La miró. En ese momento supo que él conocía a ese hombre.
* * *
Jon escuchaba detenidamente todo lo que Erin le contaba; había llegado al hospital apenas se había enterado del atentado y, al hacerlo, se encontró con la noticia de que ella había descubierto al presunto autor de los homicidios.
—Todo cuadra ahora, Jon, mi perfil no estaba equivocado —le dijo con una sonrisa en los labios.
Él meditó unos segundos.
—Lo que dices tiene sentido, pero no por eso voy a pasar por alto lo que has hecho —la reprendió, aunque al mismo tiempo acariciaba cariñosamente su mano—. Haberte metido en esa casa a investigar sin autorización no es una práctica que avalemos.
—Brittany estaba sola, su padre llegó más tarde, pero no se dio cuenta de nada.
—¿Estás segura? ¿No pudo haber sido él quien te sacó del camino?
Erin negó con la cabeza.
—No lo creo; no se expondría tan groseramente a ser visto arremetiendo contra un agente federal. Por otro lado, presumimos que el autor de la agresión está relacionado con el último homicidio. —Le aterraba tan sólo pensarlo, pero alguien quería hacerle daño, y ahora ya no era sólo a ella; se miró el vientre y agradeció en silencio que su hijo estuviera bien.
—¿Sucede algo? Te has quedado callada de repente.
Erin se mordió el labio inferior. Necesitaba tanto contarle a alguien la dicha que sentía por llevar en sus entrañas al hijo del hombre que amaba, sin embargo creyó que era más prudente callarse. Jon podía contárselo a Tyler, y eso era algo que le correspondía a ella. ¿Y si le decía lo del bebé y Tyler se sentía obligado a responderle? Ella no quería presionarlo; no iba a atarlo a su lado sólo para que cumpliera con un deber; quería tenerlo en su vida con certeza de que la amaba y de que deseaba al hijo que venía en camino. Se dio cuenta, tristemente, de que no estaba segura de ninguna de las dos cosas.
Miró a Jon; él presentía que algo sucedía más allá del atentado y la amenaza que pendía sobre su cabeza, pero no tenía ánimos de hablar del asunto.
—Supongo que este nuevo descubrimiento podría liberar de toda culpa a Rick —le dijo. Prefería ocuparse del trabajo y olvidar que su vida personal no era tan perfecta como había soñado.
—Debemos primero allanar la casa de los Hall y buscar evidencia; si descubrimos que el martillo es el arma homicida y que la sangre hallada en el sótano es de las víctimas, nada impedirá que hagamos nuestro trabajo. La orden de allanamiento debe de estar en camino, yo mismo me encargaré de supervisarlo todo, pero primero quería pasar a ver cómo estabas.
—Yo estoy bien, el doctor me dijo que deberé permanecer otro día más en observación, lamento perderme lo de mañana, me habría gustado estar con Brittany.
—Tú piensa en recuperarte; Jesse y yo nos ocuparemos de todo —le dijo preparándose para retirarse.
—Lo que más me alegra de todo esto es que finalmente se demostrará que Rick es inocente.
—Sí, pero ¿dónde estuvo esa noche en la que regresó con los zapatos enlodados?
Erin se dio cuenta entonces de que nunca le había mencionado a Jon lo que Tyler le había dicho.
—Estuvo en la cabaña de su hermano, está a unas pocas millas de la casa de Ruthie Quarrymen.
—¿Y esto lo sabes porque…?
Erin se sonrojó.
—Tyler me lo dijo la tarde en que fui a reclamarle que había estado indagando sobre mi pasado; después de que recibí tu llamada…
—Y de que me cortaste y me dejaste con la palabra en la boca…
—Lo siento, pero es que estaba bastante enfadada.
—Y supongo que el enfado se te pasó cuando te encontraste con el comisario. —Una sonrisa cómplice se dibujó en sus labios.
—Algo así. —Apenas pudo responder al recordar lo que había sucedido en la cabaña semanas atrás. Fue allí probablemente en donde habían concebido a su hijo; lo intuía y por eso aquel lugar tendría siempre un significado especial para ella.
—Veo que te estoy incomodando, será mejor que me vaya. —Se inclinó sobre ella y le dio un beso en la frente—. Descansa, mañana vendré a verte y a ponerte al tanto de la investigación.
Erin tomó su mano.
—Gracias, tú también descansa.
Cuando se quedó sola, y sin motivo aparente, se echó a llorar. Estuvo derramando sus lágrimas hasta que finalmente se quedó dormida.
* * *
A la mañana siguiente recibió la visita de Mimie; la mujer estaba feliz porque Tyler le había contado que, si todo resultaba como suponían, su niño sería finalmente absuelto de todos los cargos.
Le agradó ver a Mimie, siempre se sentía bien con ella.
—Tyler llegó muy tarde a la casa anoche —le contó mientras se sentaba a su lado y hundía el colchón con su peso.
Erin alzó las cejas.
—¿Sí? Vino a verme ayer, pero se fue temprano.
—Lo noté bastante preocupado, se asustó mucho con lo que te sucedió. —Acomodó el borde de la sábana.
—Yo también me asusté mucho.
Mimie sonrió comprensivamente, luego la expresión de su rostro cambió.
—Me aterra pensar que hay alguien allí fuera que quiere hacerte daño.
—Son los gajes del oficio, Mimie —le dijo para tranquilizarla, aunque ella estaba aterrada también; sentía que estaba luchando a ciegas; no saber quién quería lastimarla hacía más angustiante la situación. Le gustaba conocer al enemigo y se sentía en desventaja al no saber nada de él.
—No me gusta meterme en la vida privada de mis niños, pero creo que el malhumor de Tyler se debe a algo más, ni siquiera quiso cenar anoche. —Hizo una pausa—. ¿Pasó algo entre él y tú?
—No, estaba todo bien hasta hace un par de días cuando de buenas a primeras empezó a mostrarse esquivo conmigo; ayer cuando vino a verme estuvimos muy bien, pero algo cambió cuando llegó Jesse a verme. Se fue enojado.
Mimie dio un suspiro de alivio.
—Pensé que era algo peor; Ty está celoso, eso es todo.
—No tiene motivos para estarlo; no hay nada entre Jesse Widmore y yo, somos sólo compañeros de trabajo —le explicó ella.
—Sabes, es la primera vez que lo veo interesado verdaderamente en una mujer; reconozco que mi niño tiene su temperamento, pero es el hombre más tierno del mundo.
Erin se llevó una mano a la garganta; otra vez tenía unas enormes ganas de echarse a llorar.
—No es fácil para él expresar con palabras lo que siente, le cuesta mucho sacar fuera lo que guarda en el corazón; lo conozco como si lo hubiera parido y sé que está loco por ti y que su temor más grande es perderte.
Erin ya no pudo ni quiso contener las lágrimas, Mimie le estaba diciendo que Tyler la amaba, y aquellas palabras que le habría gustado oír del propio Tyler, venían de la mujer que había convivido con él durante los últimos veinte años. Erin comenzó a creer entonces que él sí sentía amor por ella.
—A veces me dan ganas de darle un coscorrón; es tan terco y desconfiado y… —No pudo terminar la frase, se arrojó a los brazos de Mimie a llorar.
—… y lo amas con todo tu corazón —dijo Mimie terminando la frase por ella.
Erin asintió.
No importaba en ese momento que Tyler hubiese estado hosco con ella las últimas horas; tampoco que tuviera la absurda idea de que podía haber algo entre Jesse y ella.
Lo único importante era que la amaba.
Tyler Evans la amaba, y Erin pensó que era bueno llorar de felicidad de vez en cuando.
* * *
El allanamiento en la casa de los Hall fue todo un éxito, encontraron no sólo el martillo con restos de sangre seca sino que hallaron también una caja con las identificaciones de las víctimas. Se recogieron muestras de las manchas de sangre del suelo del sótano, y la casa se convirtió rápidamente en la principal escena del crimen. Era indudable que los homicidios se habían llevado a cabo en aquel lugar; faltaban los resultados de los análisis de ADN para confirmarlo, pero tenían lo suficiente como para poner bajo arresto a Anthony Hall.
Jesse se acercó con una expresión de alegría en su rostro.
—Jon, no vas a creerlo, Anthony Hall está dispuesto a confesar.
Jon soltó un soplo de alivio; si lo hacía, le ahorraría a todos tiempo y dinero.
—Bien, llevémoslo a la estación para tomarle declaración.
—¿Qué hacemos con su hija? Está en la cocina contenida por la empleada.
—No podemos dejarla sola, que alguien de los nuestros se quede con ella.
—Muy bien. —Jesse se dirigió a la cocina, y Jon abandonó la casa. Si Anthony Hall quería cantar, él estaba dispuesto a escuchar.
Efectivamente, cuando Anthony Hall fue interrogado confesó no sólo ser el autor de los crímenes, sino también haber mandado matar a Rick cuando estaba detenido. Contó todo con lujo de detalles y el motivo que lo había llevado a cometer los homicidios. Jon no se sorprendió; lo había hecho con el único propósito de inculpar a Rick Evans, por eso el primer crimen sucedió después de su retorno a la ciudad. Aún faltaban los resultados de las pericias, pero estaba seguro de que confirmarían su declaración. Anthony Hall, completamente devastado, sólo podía pensar en el bienestar de su hija. Logró tranquilizarse solamente después de que Jon le prometió que se ocuparían de ella.
* * *
Erin miró consternada a Olivia y a Connor que habían pasado a saludarla.
—Todos en la ciudad hablan del asunto, no puedes imaginarte cómo quedó mi madre cuando lo supo.
—La noticia nos sorprendió a todos —agregó Connor sosteniendo la mano de su novia y mirándola comprensivamente; había estado toda la tarde consolando a su madre, que había visto sus sueños de convertirse en la señora Hall desvanecerse en cuestión de horas—. Pero me alegro por Rick; fueron retirados todos los cargos en su contra; finalmente Tyler tendrá un poco de paz.
De repente, Erin se quedó en silencio. Las imágenes se sucedieron como ráfagas y, luego, se quedó perpleja.
—Necesito salir de aquí. —Quitó las sábanas olvidándose de la presencia de Connor y se levantó de la cama—. ¿Me ayudas a vestirme, Olivia?
Olivia no supo qué hacer; Erin se veía bien, sólo algunos magullones en la cara y una venda en la mano derecha, pero no tenía el alta médica.
—No sé…
—Me iré de todos modos —le dijo firmemente y con urgencia.
Olivia miró a Connor, le dijo que la esperara fuera y ayudó a Erin a vestirse.
—Deberías hablar con el doctor antes de irte, no puedes salir así; parece que estuvieras huyendo.
Erin soltó un resoplido de fastidio.
—No estoy huyendo, Olivia, simplemente necesito ir a la estación; están cometiendo un grave error.
—¿A qué te refieres?
—No puedo decírtelo ahora, ayúdame —le pidió al ver que ella con su mano vendada no podía prender los botones de su camisa.
—Lista.
—Supongo que has venido en auto.
—Connor me trajo.
—Bien, vamos, rápido, el tiempo apremia.
Olivia y Connor siguieron a Erin a través del pasillo del hospital. Una de las enfermeras trató de detenerla, pero ella le mostró su identificación y le cerró la boca.
Durante el trayecto hasta la estación de policía, Olivia trató de indagar qué estaba sucediendo, pero Erin no dijo absolutamente nada.