Capítulo 18
Todos en la estación se quedaron sorprendidos ante la repentina aparición de Erin, quien se suponía que debía permanecer en observación unas cuantas horas más.
Jon la reprendió por su imprudencia apenas la vio, pero Erin hizo caso omiso a sus palabras. Jesse, en cambio, la saludó con un efusivo abrazo, mientras desde un rincón, Tyler los observaba.
Ella le sonrió, pero sólo encontró una fría mirada como respuesta. Las palabras de Mimie parecieron borrarse de su mente en ese momento.
Jon se le acercó.
—No debiste salir del hospital sin permiso médico.
—Jon, no tengo tiempo para sermones; si vine hasta aquí es porque se está cometiendo un grave error —le dijo y apartó los ojos de Tyler para tratar de enfocar su mente en lo que había ido a hacer.
—¿De qué hablas?
—¿Has leído el informe del perfil?
Jon asintió.
—Anthony Hall no es el asesino, Jon; sólo está protegiendo a su hija.
Los tres hombres se quedaron atónitos.
—Mi perfil delineaba una dicotomía; había un punto que no me permitía cerrar el informe definitivamente y, cuando me enteré lo del embarazo de Brittany y fui a la casa, todo empezó a cuadrar. Brittany cometió los homicidios con la única intención de que nadie olvidara lo que le había sucedido; conocía a dos de las víctimas porque asistían al coro de la iglesia con ella. Probablemente las llevó engañadas a su casa; nadie sospecharía nada malo de la pobre Brittany; una vez allí las asesinó a golpes en el sótano. Es en ese momento cuando entra en juego su padre; fue él quien se deshizo de los cadáveres. Por eso decía que los crímenes parecían haberse cometido por dos personas diferentes: ella las mataba y él las arrojaba a la orilla del río. Anthony Hall adora a su hija, la ha criado desde la muerte de su esposa cuando ella apenas tenía tres años; creo que tienen una relación simbiótica, hasta enfermiza; jamás permitiría que algo malo le sucediera a Brittany, por eso confesó. Pero fue ella la que empuñó ese martillo y golpeó a Priscilla Caller, Katie Lorenz y Ruthie Quarrymen hasta causarles la muerte. Ella misma se sentía muerta por dentro: había perdido a su hijo y la capacidad de volver a engendrar —aclaró y aprovechó para tomar un respiro; comenzaba a creer que había sido un error dejar el hospital sin permiso. Se sentía mareada y extremadamente cansada, y no sabía si era por su estado o por los golpes que había recibido.
—¿Estás segura? —Jon nunca había dudado de su habilidad; seguía siendo tan eficiente como antes y haberla buscado había sido una sabia decisión.
—Absolutamente —afirmó Erin con un suspiro.
—Bien, hablaré con Hall y lo enfrentaré con la información que tenemos; los resultados de las pericias estarán listos mañana temprano. Debemos encontrar algo que pruebe que fue Brittany quien asesinó a las muchachas; sabes perfectamente que un perfil psicológico no sirve de nada en la corte.
Erin asintió.
—¿Podría hablar con ella?
—Erin, no creo que sea conveniente, además no te veo nada bien, quiero que ya mismo regreses al hospital. —Alzó su mano en un gesto adusto—. Y es una orden.
—Yo puedo llevarla de regreso —se ofreció Jesse.
—Quizá Tyler pueda hacerlo. —Los ojos de Erin buscaron los de Tyler, esperando una señal de su parte, pero lo que él dijo no fue exactamente lo que ella quería oír.
—Ve con el agente Widmore. —Le lanzó una fugaz mirada a Jesse—. Creo que es lo más apropiado. Yo voy a ver a mi hermano.
¿Apropiado? ¿Qué diablos quería decir con aquello? Erin estuvo a punto de responderle, pero ni siquiera tuvo la oportunidad; Tyler abandonó la estación tras dar un fuerte portazo.
Se hizo un silencio pesante, Erin tenía ganas de llorar por no saber por qué Tyler la trataba de aquella manera. Agradeció la mano que Jon le dio.
—¿Estás bien?
Ella negó con la cabeza.
—Deja que Jesse te lleve al hospital; cuando el médico te permita irte quiero que vayas a tu casa, no deseo verte aquí hasta que estés completamente recuperada.
Erin obedeció sin chistar, no tenía ni las ganas, ni las fuerzas para protestar.
Ya en el hospital, recibió el reto del doctor Neiman delante de Jesse y, por un momento, Erin temió que a él se le escapara lo de su embarazo. La obligaron a recostarse, y una de las enfermeras revisó que todo estuviera bien con ella; le agradeció a Jesse por haberla llevado y, cuando la enfermera dijo que necesitaba descansar, encontró la excusa perfecta para pedirle a Jesse que se fuera a su casa. Él se marchó aunque era evidente que su voluntad era quedarse a su lado, aunque tampoco insistió.
Erin apoyó la cabeza en la almohada cuando se quedó sola y se cubrió con las sábanas.
Se acarició el vientre por debajo de la bata del hospital y cerró los ojos. Todavía no sentía a su hijo moverse dentro de su vientre, pero ya lo amaba.
Cuando estuviera repuesta y con las fuerzas suficientes como para enfrentarse a Tyler, lo buscaría, y él tendría que darle una explicación. Nunca en su vida se había sentido tan estúpida como cuando había sugerido que fuese él quien la llevara de regreso al hospital y sólo había recibido una seca respuesta.
Odiaba cuando le hacía aquello, sus altibajos la confundían: podía ser dulce y apasionado un momento y, al siguiente, convertirse en el más tonto de los hombres. Erin no podía creer que aquel cambio repentino sólo tuviera que ver con celos; jamás le había dado motivos para que estuviera celoso de Jesse. Hurgó en su mente en busca de una señal que le permitiera dilucidar el momento exacto en el que Tyler había cambiado su actitud, pero después de mucho repasar no halló una respuesta que la satisficiera.
Maldijo en silencio; amaba a Tyler, pero no estaba dispuesta a soportar sus desplantes.
* * *
Tyler no se sorprendió cuando vio a Jon estacionar su auto fuera de su casa; en realidad, lo estaba esperando. Ahora que todo se había aclarado, sólo faltaba que alguien viniera y oficializara el retiro de los cargos en contra de Rick. Lo vio conversar unas palabras con el agente que había custodiado a su hermano durante los últimos días y, cuando se dirigía a la casa, Tyler salió al porche para recibirlo.
—Tyler, buenas tardes. —Se quitó las gafas; las llevaba puestas a pesar de que ya estaba oscureciendo.
—Kellerman. —Fue un saludo un tanto seco, pero no estaba de humor; lo único que lo confortaba en ese momento era que había conseguido probar la inocencia de su hermano; por lo demás, no podía estar tranquilo. Alguien intentaba hacerle daño a Erin, y ella prefería la compañía de Jesse Widmore a la suya.
Jon le entregó unos papeles.
—Rick ya no tiene nada que ver con los homicidios: su nombre ha quedado oficialmente limpio.
Tyler los leyó por encima; él no necesitaba de ningún papel para creer en la inocencia de su hermano; a pesar de que por un segundo había dudado, sabía que tarde o temprano, sería por fin exento de toda sospecha.
—¿Me permitiría pasar?
Tyler lo invitó a entrar; Mimie les llevó un café a la sala y, sin preámbulos, Jon le soltó lo que había ido a decirle.
—No me gustó la manera en la que trataste a Erin esta tarde. —Lo tuteó por primera vez; se sintió con el derecho suficiente como para hacerlo, sobre todo, si estaba lastimando a Erin.
Tyler se movió inquieto en su sitio; no le gustaba que le reclamaran, pero sabía que Jon Kellerman no era un hueso fácil de roer: se sentía el ángel guardián de Erin y haría cualquier cosa para protegerla.
—No fue mi intención hacerlo. —No tenía sentido seguir ocultando el motivo de su comportamiento—. Llegué a pensar que Erin me amaba.
Jon dejó la taza de café sobre la mesita y lo miró fijamente. ¿Había entendido mal? ¿Aquel tonto le había dicho que Erin no lo amaba? ¡No podía creerlo!
—¿Pero cómo puedes decir semejante barbaridad?
—Pensé realmente que ella correspondía mi amor, pero ya no puedo estar seguro… No después de lo que vi.
—¿Y qué fue eso que viste?
—Creo que sólo un tonto no se da cuenta de que algo pasa entre ella y el agente Widmore.
Jon entrecerró los ojos y se quedó en silencio unos segundos. ¿Erin y Jesse? No podía creer aquella patraña.
—Estás equivocado, no hay nada entre ellos; sí he notado que Jesse tiene interés en Erin, pero, créeme: no es recíproco.
—Sin embargo, lo que he visto me demuestra lo contrario —insistió Tyler; quería creer en lo que Jon le decía, pero sus ojos eran su mejor testigo—. El otro día estaba a punto de entrar a la oficina y me detuve cuando los vi abrazándose, muy acaramelados. El idiota ese, incluso, le olía el cabello y ella parecía encantada —lo dijo con una rabia que ya no pudo seguir conteniendo.
Jon negó con la cabeza.
—Eso no puede ser cierto; Erin te ama, ella misma me lo dijo.
—Los vi y le juro que me fue muy difícil aguantarme sin hacer nada, habría querido irrumpir en la oficina y romperle la cara a Widmore, pero me tragué la bronca y me fui.
—Y ahora descargas esa bronca con Erin cada vez que te acercas a ella —replicó Jon comprendiéndolo un poco más, aunque estaba convencido de que todo había sido un malentendido.
Tyler se puso de pie, dio un par de vueltas por la sala y regresó a sentarse.
—¿Qué quiere que haga? Me cae como una patada en el hígado que ese hombre esté cerca de Erin, veo cómo la mira y cómo la trata, se desvive por ella y…
Jon se acercó y le puso una mano en el hombro.
—Tyler, créeme, es a ti a quien Erin ama; no sé qué has visto, pero seguramente lo has malinterpretado. Ella está desconcertada y dolida por tu actitud. Acepta un consejo de alguien que la quiere mucho: búscala y aclara todo esto; además, si no estuviera convencido de que te ama, no te estaría soltando este sermón; ya ha atravesado por una historia de amor dolorosa y quedó devastada.
Tyler se quedó callado, sopesando lo que acababa de oír. Seguiría el consejo de Jon; no podía continuar así, le estaba haciendo daño a Erin y a sí mismo.
—¿Hablarás con ella?
Él asintió.
—Muy bien. Quisiera hablarte de otro asunto, mucho más grave, me temo —dijo Jon preocupado.
—El atentado que sufrió Erin —respondió Tyler adivinando sus pensamientos.
—Sí; está visto que no era Anthony Hall quien estaba detrás del anónimo y los demás hechos; alguien más quiere lastimarla.
—He estado investigando por mi cuenta; creo que la respuesta está en el pasado de Erin, sobre todo, en lo sucedido con Adam Gardner.
—¿Has averiguado algo importante? —preguntó Jon con interés.
—He leído los expedientes del caso en busca de un posible sospechoso y creo que lo hallé. Estoy convencido de que quien está haciéndole esto a Erin es alguien del círculo más íntimo de Adam Gardner. Sucede que no se sabe nada de su familia. El hombre no existía hace cinco años. De repente, apareció y de la nada armó una empresa financiera. Necesito indagar en su pasado, necesito saber más de él.
Jon asintió. Le gustaba la teoría que Tyler acababa de plantearle; sin dudas, la persona que estaba tras Erin quería hacerle pagar por la muerte de Adam Gardner, hacer justicia con su propia mano. Lo que le parecía extraño era el hecho de que hubiera esperado cuatro años para salir de las sombras. ¿Por qué precisamente ahora? No habría sido difícil investigar el paradero de Erin después de su alejamiento del FBI. Si decidía atacar ahora debía de tener un motivo muy fuerte o la oportunidad perfecta.
—Me parece acertado que lo hagas; mantenme al tanto; aún debo cerrar el caso de los asesinatos. Mañana obtendremos los resultados de las pruebas y podremos dar por terminada esta pesadilla.
—Para mi hermano, para Mimie y para mí también fue una pesadilla —manifestó Tyler.
Jon percibió cierto reproche en sus palabras, pero no podía culparlo.
—Lo sé, pero comprende que estábamos cumpliendo con nuestro deber, por fortuna todo terminó bien para Rick…
—Gracias a Erin.
—Gracias a Erin —concordó Jon—. A propósito, pasará la noche en el hospital; sería bueno que hablaras con ella lo antes posible.
—Mañana iré a verla a primera hora —le aseguró.
Tyler lo invitó a cenar por insistencia de Mimie, pero Jon prefirió retirarse.
—Simpático —comentó Mimie una vez que Jon se marchó.
—Es un buen hombre —dijo Tyler sonriéndole.
—Y tiene mucha razón: ¡si no hablas con Erin y resuelves todo este embrollo yo misma te llevaré a verla arrastrado de una oreja si es necesario!
Tyler soltó una carcajada y la abrazó.
—No será necesario —respondió y condujo a Mimie hacia la cocina donde los esperaba Rick para cenar.
* * *
Estaba sentado dentro del auto y con la mirada clavada en el edificio de cinco plantas donde funcionaba el hospital Kansas Spine.
No comprendía por qué demonios la había dejado con vida. Habría sido sencillo acercarse a ella después de haberla sacado del camino para terminar con lo que había empezado.
No quería pensar que había sentido lástima, porque ella no la había tenido con su hermano la noche que lo mató. Tampoco quería pensar en su belleza.
Había planeado y esperado ese momento durante mucho tiempo; sabía que la espera tendría su recompensa.
Paciencia y astucia. Dos virtudes que había sabido cultivar con esmero y que pronto iban a rendir sus frutos.
Arrojó el cigarrillo por la ventanilla y sacó una foto del bolsillo de su camisa. Aquella imagen lo acompañaba a todos lados, para hacerle recordar cuál era su misión en la vida.
Hacer justicia; evitar que la muerte de su hermano quedase en el olvido.
Acarició la foto de Adam con el dedo índice.
Él no esperaba que la zorra de Erin Campbell lo asesinara. En un funeral vacío, lloró la muerte de su hermano. Esa tarde supo que él sería el elegido para vengar la muerte de Adam. Él sería el verdugo de la mujer que había acabado con su vida.
Esa necesidad de venganza se acrecentó cuando Erin Campbell fue declarada inocente; su hermano había muerto, y nadie iba a pagar por su muerte.
No podía permitirlo. Por eso ideó un plan y, aunque llevarlo a cabo le llevaría un tiempo considerable, sabía que valdría la pena.
Y allí estaba, cuatro años después, a tan sólo unos pocos metros de la mujer que había desgraciado la vida de su familia.
Podía bajarse del auto, entrar al hospital y llegar hasta ella sin ningún problema. Sabía dónde estaba y le bastarían sólo sus dos manos para acabar con su vida.
Pero no; no sería esa noche en que la zorra muriera. Quería para ella una muerte lenta y dolorosa.
Esperaría un poco más.
Después de todo, decían que la venganza era el placer de los dioses.
¿Acaso él no era una especie de Dios?
Tenía la vida de Erin en sus manos. Cuando él lo decidiera, ella finalmente dejaría de existir.
Respiró hondamente y guardó la fotografía de su hermano.
Sus ojos volvieron a posarse en la fachada del hospital.
«Ya te llegará la hora, maldita zorra».
* * *
Erin ya estaba de pie, esperando que Olivia viniera por ella, la había llamado inmediatamente después que el doctor Neiman le había dicho que podía irse. Miró con impaciencia su reloj, no sabía si eran las ganas de dejar aquel hospital o qué, pero los minutos parecían correr más lentamente.
Se giró sobre sus talones cuando escuchó que alguien se acercaba.
Su corazón dejó de latir por una milésima de segundo, cuando vio a Tyler avanzar hacia ella.
—Buenos días —le dijo él con una sonrisa en los labios.
Allí estaba de nuevo, comportándose dulcemente con ella como si nada hubiera pasado.
—Hola —sólo pudo decir más confundida que nunca.
—¿Cómo te sientes?
—Mejor, el doctor me acaba de dar el alta, estoy esperando que Olivia venga por mí —le informó desviando la mirada y dándole la espalda. No quería mostrarse débil frente a él; no podía olvidar cómo la había tratado.
Lo escuchó acercarse y comenzó a temblar.
—Llámala y dile que no es necesario, deja que sea yo quien te lleve a tu casa.
Erin se dio vuelta para decirle que no hacía falta; pero cuando se topó con sus ojos fue incapaz de negarse.
Se encontró unos segundos después marcando el número de Olivia para avisarle que se iría con Tyler.
—¿Nos vamos?
Erin asintió.
Él puso un brazo alrededor de su cintura y la condujo por el pasillo del hospital. Erin podía movilizarse perfectamente, pero Tyler la estaba cuidando como si fuera a romperse en cualquier momento.
Se subieron a la camioneta y antes de encender el motor, él se puso de costado y la miró.
Estuvieron mirándose a los ojos durante unos cuantos segundos hasta que por fin, él abrió la boca.
—Erin, quiero pedirte disculpas, sé que me he comportado como un patán contigo y, si no me perdonas, lo voy a entender.
Erin sintió su corazón galopar vertiginosamente dentro de su pecho; un nudo en la garganta le impidió articular palabra.
—Estaba ciego de celos, no podía soportar la idea de que tuvieras algo con ese engreído de Widmore.
—¡No tengo nada con él! —saltó ella de inmediato.
—Ahora lo sé, pero cuando te vi en sus brazos…
—¿Qué tú qué?
Tyler respiró hondamente y subió una pierna encima del asiento; aquella conversación sería larga.
—El otro día te vi a ti y a Widmore abrazados en la oficina.
A Erin le vino a la mente la ocasión en la cual había estado a punto de desmayarse, y Jesse la había sujetado para ayudarla. Era eso lo que él había visto y había malinterpretado. No recordaba mucho de aquel abrazo; ella estaba bastante mareada y a juzgar por la reacción de Tyler, Jesse se había sabido aprovechar de la situación muy bien.
—¿No dices nada?
Erin sonrió tibiamente.
—No es lo que parece; ese día no me sentía muy bien; me levanté de la silla y estuve a punto de perder el conocimiento, Jesse sólo estaba allí y me ayudó a no caer; nada más.
Tyler ya sabía que no había nada entre ella y Jesse, pero fue necesario oírlo de los labios de Erin, para que su corazón se tranquilizase.
—He sido un imbécil —reconoció sintiéndose avergonzado.
—El más grande de los imbéciles —concordó ella dejando de lado el enojo y la angustia de las últimas horas. Él estaba reconociendo que se había equivocado, y ese era ya un paso importante.
—¿Me perdonas?
Tyler puso cara de cachorro mojado y la hizo reír.
—¿Eso significa que sí me perdonas?
Erin se mordió los labios y comenzó a juguetear con el dobladillo de su falda. Luego de unos segundos, alzó la vista y decidió que ya lo había hecho sufrir demasiado.
—Lo perdono, comisario Evans.
Tyler acercó su rostro al de ella y la besó en la boca. En cuantos los labios masculinos tocaron los de ella, su sangre se precipitó como un torrente dentro de sus venas. La abrazó olvidándose que Erin aún estaba convaleciente. La sintió retorcerse entre sus brazos y cuando se dio cuenta de que ella estaba sintiendo dolor, la soltó.
—Lo siento… me dejé llevar.
Erin acarició su rostro, pasó su dedo índice por la pequeña marca que se formaba cada vez que él sonreía, lo miró directamente a los ojos y le dijo:
—No pasa nada; extrañaba tus besos, Tyler.
Él tomó su mano y besó delicadamente sus dedos.
—¿Cuánto tiempo tardarás en restablecerte del todo? —le preguntó con una chispa de picardía en sus ojos.
—El doctor me recetó unos analgésicos; según él será cuestión de un par de días —le respondió rozando la pierna de Tyler con la suya—. No me duele mucho, sólo cuando me aprietan demasiado…
—Tendré que ser cuidadoso, entonces. —Se movió inquieto ante el roce atrevido de la rodilla de Erin.
—Deberás serlo. —Estuvo a punto de contarle de su embarazo, pero se arrepintió en el último momento.
Tyler se moría de ganas de hacerla suya nuevamente, enterrarse en su cuerpo y dormir enredado en sus brazos, lo necesitaba para asegurarse que ella le pertenecía en cuerpo y alma.
—Erin… —tomó su rostro y la miró, sintió cómo ella se estremecía—, no sé qué habría sido de mí si algo malo te sucedía, cuando escuché tu mensaje, me volví loco de desesperación pensando que ese maldito te había hecho daño.
Erin tragó saliva. ¿Era ese su modo de decirle que la amaba? No sonaba tan bonito como un «te amo», pero no le importó.
—Estoy aquí, a tu lado —le dijo con lágrimas en los ojos.
Y ahora tenía que decírselo, era la ocasión perfecta. Pero su teléfono móvil sonó y borró de un plumazo la magia del momento.
—Tengo que atender.
Tyler la soltó y lanzó un bufido. ¡Qué inoportuna resultaba cierta gente!
—Hola, Jon. —Miró a Tyler y vio el gesto de fastidio en su rostro.
Exactamente cuatro minutos después; Tyler había llevado la cuenta, Erin terminó de hablar con su jefe.
—Llegaron los resultados del laboratorio; la sangre hallada en el sótano de los Hall pertenece a dos de las víctimas, pero lo más importante es que encontraron una huella parcial en el mango del martillo: es de Brittany; ella las mató.
—Y tú ya lo sabías.
Erin asintió.
—Créeme que habría preferido equivocarme; Brittany ha sufrido mucho; la pérdida de su bebé fue terrible para ella. —No podía evitar sentir pena por la joven.
—Sí, lo lamento mucho, saber que los golpes que le dio mi hermano provocaron semejante daño es muy doloroso; no le he dicho nada a Rick, creo que es mejor que no lo sepa.
Erin estuvo de acuerdo con él. Rick también había sufrido demasiado ya. Todo había finalmente terminado, o al menos casi todo.
—¿En qué piensas?
—El caso de los asesinatos se resolvió; al menos, tres de ellos —puntualizó Erin pensando en Candance, la cuarta jovencita que había sido asesinada para mandarle un mensaje a ella—. Además, aún no sabemos quién me atacó.
Tyler encendió el motor y se puso en camino.
—Creo que tenemos una pista firme; se lo comenté a Jon, y está de acuerdo conmigo.
—Cuéntame.
—¿Qué sabes de la familia de Adam Gardner?
A Erin le sorprendió su pregunta.
—No mucho, nunca conocí a sus padres. Adam y yo sólo estuvimos saliendo durante cinco meses. Mencionó varias veces a un hermano, pero nunca llegué a conocerlo. Me lo iba a presentar unos días antes de lo sucedido. —Su rostro se entristeció—. ¿Crees que es él quien quiere lastimarme?
—No lo sé, pero es un comienzo. Investigaré todo lo que pueda para desentrañar esto, Erin. Te lo prometo.
Erin no necesitó preguntarle el motivo que tendría el hermano menor de Adam para hacerle daño. Había estudiado la mente criminal durante varios años como para darse cuenta de qué pensaba el hermano de Adam de ella.
Buscaba no sólo justicia, sino venganza.
Y no descansaría hasta lograr su objetivo.
Se acercó a Tyler y apoyó la cabeza en su hombro.
—Todo va a estar bien, lo atraparemos —le prometió él apartando la vista del camino por un instante para verla a los ojos.
Erin asintió y se aferró a él con fuerza. No le había dicho que lo amaba, tampoco que iban a tener un hijo. Había cosas más urgentes que resolver; su vida corría peligro.
Bajó su mano derecha para tocar su vientre, y una lágrima rodó por su mejilla.
* * *
No sabía nada de Gardner, pero debía empezar por algún lado. Recordaba que había visto fotografías de él en la carpeta del caso y también en Internet, cuando había buscado información sobre Erin. Volvió a mirar en la pantalla, en las imágenes que mostraba el buscador. No lo podía reconocer, pero había algo en esa mirada que le resultaba familiar. Vio las fotos de la autopsia, distintas de las de Internet: en estas no tenía barba. El hombre que estaba sobre esa fría camilla de metal, afeitado, era alguien que Tyler conocía bien. Aparentemente, Adam Gardner había vivido en Wichita.
No recordaba el nombre con el que ese hombre había vivido en su comunidad; definitivamente, no era Gardner, pero no lo recordaba. Llamó a Tom con urgencia.
—¿Dónde es el incendio? —preguntó divertido Tom.
—Aquí —dijo Tyler y le mostró la fotografía—. ¿Reconoces a este hombre?
—Un momento… Sí, trabajaba en una finca, un poco alejado de la ciudad. Creo que lo arresté una vez: estaba ebrio y haciendo un disturbio en la calle. Nada grave. ¿Cómo se llamaba?
—Vamos, Tom. Tú nunca olvidas un nombre.
—Cragen. Adam Cragen.
Tom buscó la ficha de cuando lo habían arrestado.
—Por lo menos, conservó el nombre de pila. Mira las fotos. —Tyler se las mostró.
—Cambió el color de su pelo, se dejó la barba, incluso parece tener una pequeña cicatriz sobre el labio que antes no tenía.
—Así es. Parece que Adam quería desaparecer de Wichita. Ahora resta averiguar por qué.
Buscó en los antecedentes que tenía en la comisaría. Adam Cragen se había criado en un orfelinato en Clinton. Llamó allí para ver si podían darle alguna información, pero le resultaron esquivos. Pensó, recostado en su silla, qué hacer.
Minutos después, había tomado la decisión: iría a Clinton y hablaría con ellos en persona. El caso de los asesinatos ya estaba resuelto, Brittany había sido detenida acusada de la muerte de las tres adolescentes y enviada a una institución mental hasta que se celebrase el juicio en su contra. Por su parte, Anthony Hall, que había sido acusado como partícipe necesario de los asesinatos y conspiración para cometer asesinato por haber atentado contra la vida de Rick, también esperaba ser enjuiciado.
Sin embargo, había algo que lo inquietaba: la tarea del FBI en Wichita había terminado, ya nada los retenía allí y la idea de que Erin se marchase, lo aterraba. Había estado a punto de confesarle su amor, pero la inoportuna llamada de Jon Kellerman se lo había impedido. Tenía que hablar con ella antes de que fuera demasiado tarde.
Erin iba a almorzar con Rick ese mediodía; podía aprovechar y soltarle de una vez todo lo que guardaba en su corazón.
Salió decidido de la estación; habían acordado encontrarse en su casa y hacia allí se dirigía. Sabía que Rick se iba a alegrar mucho de verla; por diferentes circunstancias, no habían podido reunirse desde que su hermano había sido liberado, y ya era hora.
También era hora de que Erin por fin supiera cuánto la amaba. No iba a permitir que se marchara simplemente porque ya no podría concebir la vida lejos de ella.
Se subió a la camioneta y echó un vistazo a su reloj, a esa hora Erin ya estaría en su casa reunida con Rick y ayudando a Mimie a preparar el almuerzo.
Se sintió feliz; Erin lo esperaba en casa, en familia; y Tyler quiso creer que aquella jornada podía ser la primera de muchas otras.
* * *
Rick abrazó a Erin durante unos cuantos minutos, estaba feliz de volver a verla, y ella sentía lo mismo. Lo encontró mucho más tranquilo, y él le contó que las lagunas mentales habían remitido; le habían vuelto a cambiar el medicamento lo que parecía dar resultados.
La tomó de la mano y la llevó al jardín, mientras Mimie terminaba de preparar el almuerzo. Erin quiso ayudarla, pero Rick la acaparó sólo para él.
Conversaron durante casi una hora, sentados en el suelo, sobre la hierba.
—Te extrañe mucho —le dijo él mirándola con sus enormes ojos castaños.
Erin acarició su mano.
—Yo también, Rick.
—¿Cuándo vas a casarte con mi hermano?
Erin se quedó boquiabierta. Después de unos segundos le contestó.
—El lento de tu hermano aún no me lo pide.
—Le diré que te lo pida hoy mismo.
—No, Rick, no debemos presionarlo; ya se dará cuenta de que es imposible vivir sin mí. —Le guiñó el ojo, y Rick se echó a reír.
De pronto, Erin se sintió intranquila. Creyó ver una sombra junto al encino que daba a la calle. No supo por qué, pero tuvo un terrible presentimiento.
—Rick, será mejor que entremos. —Se puso de pie, se sacudió la hierba del vestido y lo instó a que se levantara.
Rick obedeció, y se encaminaron hacia la casa; pero de repente Rick se detuvo porque se le había desatado el cordón de una de sus zapatillas. Se agachó. Cuando lo hizo, la sombra que Erin había creído ver cobró vida. Un hombre vestido completamente de negro y con el rostro cubierto salió de detrás del árbol y alzó el brazo derecho.
Cuando Erin vio la pistola, lo primero que hizo fue decirle a Rick que corriera hacia la casa.
Rick la miró y se puso de pie, no entendía que estaba pasando.
—Erin…
—¡Rick, por favor, entra a la casa!
Los ojos azules de Erin seguían atentamente los movimientos del hombre de la pistola.
Rick se dio vuelta y el estruendo del disparo retumbó en sus oídos. Lo sucedido después, Erin lo vivió como si se encontrase dentro de una película que corría en cámara lenta.
Vio el cuerpo de Rick desplomarse en el suelo. Se lanzó encima de él; cuando lo tocó, sintió la sangre brotar de su pecho.
—¡Rick, háblame! ¡Rick! —Las lágrimas le nublaban la visión. Alzó la vista un segundo, pero el hombre que había disparado ya no estaba allí.
Rick abrió los ojos y apretó la mano de Erin; de sus labios brotó un hilo de sangre.
—Rick, no; tú no. —Lo veía, mientras él hacía un gran esfuerzo por decirle algo.
—Erin… —susurró su nombre antes de cerrar los ojos.
Con manos temblorosas estrechó su cuerpo aún caliente entre sus brazos. Llamó con urgencia a una ambulancia. ¡Rick estaba al borde de la muerte por su culpa, al igual que Adam había fallecido tiempo atrás! Sintió que se moría con él; se separó y trató de revivirlo, una y mil veces, pero él nunca reaccionó.
—¡Rick!
Erin vio a Mimie correr hacia ellos; la mujer iba tambaleándose mientras se acercaba. Cayó de rodillas y asió el cuerpo de su niño para abrazarlo.
Erin se apartó hacia un lado; se miró las manos cubiertas de sangre; la sangre de Rick… Trató de limpiárselas con la falda de su vestido; pero seguían sucias.
La voz melodiosa de Mimie llegó a sus oídos; la mujer estaba cantando una canción que hablaba del alma inocente de los niños que iban al cielo. Nunca la miró a ella, parecía no verla. Erin se dio cuenta de que estaba de más, Mimie necesitaba estar a solas con él y despedirse a su manera.
Se puso de pie como pudo y comenzó a caminar. Ni siquiera sabía a dónde estaba yendo; avanzaba hacia delante como un robot, sus brazos laxos caían a ambos lados de su cuerpo. Llegó hasta la cocina y escuchó frenar la camioneta de Tyler. Se detuvo, fue incapaz de dar un paso más.
Tyler entró en la casa, encontró a Erin en la cocina. Se acercó a ella y entonces notó la sangre en sus manos. La asió con fuerza de los hombros.
—¡Erin! —Ella estaba con la mirada perdida y sollozaba incontroladamente—. ¡Dios mío, Erin! ¿Qué ha sucedido?
Erin no pudo responderle; un segundo después, se desvaneció entre sus brazos.