Capítulo 19

La ambulancia había llegado a toda velocidad, y los paramédicos a duras penas habían dejado que Tyler acompañara a su hermano al hospital. Los signos vitales eran débiles, mínimos, pero todavía estaban allí. Había perdido mucha sangre.

En el hospital, consideraron que lo mejor era inducirlo a un coma farmacológico para poder estabilizarlo e intentar salvarle la vida. Además de la gran cantidad de sangre perdida, el funcionamiento renal parecía comprometido y no podía respirar sin un respirador. Los médicos sólo hablaban de «pronóstico reservado».

Mimie había dejado la casa para instalarse a cuidar a su muchacho, que ahora la necesitaba más que nunca. Tyler pasaba horas en el hospital, hostigando a los médicos, pero también reflexionando sobre lo sucedido. El nudo que tenía en la garganta le impedía llorar. No había derramado ninguna lágrima todavía; el dolor y la angustia las llevaba acumuladas en sus entrañas. En su mente no dejaba de proyectarse como si fuera una macabra película de terror, el momento en que había llegado a su casa y había encontrado a Erin con las manos ensangrentadas; después cuando había salido al jardín y había descubierto a su hermano malherido entre los brazos de Mimie sintió que el suelo se abría a sus pies. No podía entender qué era lo que había pasado; no se lo dijeron hasta unas horas después. Alguien se había metido en la casa y había disparado. De inmediato supo que esa bala estaba dirigida a Erin; que Rick había estado en el momento equivocado y en el lugar equivocado. Su hermano yacía ahora inconsciente en una habitación llena de flores y augurios.

Y él le había fallado una vez más; no había estado allí para protegerlo y evitar su padecimiento.

Abrazó a Mimie quien no cesaba de llorar y clamar por su niño. Deseó que aquel momento terminara de una vez.

Alzó la vista y pensó en Erin. No había hablado con ella desde lo sucedido; estaba tan conmocionada como él.

Erin se había desmayado en sus brazos y cuando finalmente había logrado que reaccionara; sólo pudo balbucear tres palabras:

«Es mi culpa.»

Después todo fue caos, angustia, llanto y desesperación.

La había necesitado y mucho, pero prefirió llevar su dolor en soledad. Rick era su mayor preocupación en aquel momento. Mimie estaba exhausta de pasar las noches en un camastro en el hospital. Tyler no creía que pudiera resistirlo; cargaba sobre sus hombros una pena muy grande y, a sus casi sesenta años, todo dolor se hacía más pesado.

Sabía que Erin estaba contenida; tenía a Jon y a Olivia. Él no se encontraba en condiciones ni siquiera de brindarle una palabra de consuelo. Solo se limitó a contemplarla mientras se aferraba al brazo de Jon Kellerman y ocultaba su dolor detrás de sus gafas oscuras, cuando habían pasado por el hospital.

—Erin, ¿quieres ir a saludar a Tyler y a Mimie? —le había preguntado Jon en esa oportunidad. Rick estaba solo en su cama, la familia había ido a la cafetería a desayunar algo y despejarse.

Ella no supo qué contestarle; no había hablado con ellos en los últimos días; no podía hacerlo. La culpa que la embargaba era demasiado abrumadora. ¿Cómo podía enfrentarse a Tyler y decirle que lo sentía? ¿Y a Mimie? Simplemente no podía hacerlo. El sentimiento de culpa la había paralizado; lo único que deseaba era irse y desaparecer.

Jon la sacó del hospital y la llevó a su casa. Erin no había dormido ni había probado bocado desde hacía más de cuarenta y ocho horas; Jon no iba a permitir que Erin se dejara abatir como lo había hecho cuatro años atrás.

Le pidió a Olivia que se hiciera cargo de Apollo y se quedó con ella; una vez más, Jon se había convertido en su más grande apoyo. Le preparó una sopa, pero Erin apenas bebió unos sorbos.

—No tengo hambre, Jon —le dijo apartando el plato a un lado.

—Erin, tienes que comer algo —insistió él a sabiendas de que sería inútil.

Erin negó con la cabeza.

—No puedo, Jon. No puedo. —Había comenzado a llorar nuevamente. Levantó ambas piernas sobre el sillón; las rodeó con sus brazos y hundió su cabeza entre las rodillas para poder llorar.

Jon no lo soportó más. Dejó el plato sobre la mesa y se sentó a su lado; la obligó a levantar la cabeza.

—Erin, mírame; sé lo mucho que te duele la situación de Rick Evans, pero no fue tu culpa… No lo fue —le dijo tratando de imprimirle fuerza a sus palabras.

Ella lo miró con sus ojos empapados e irritados de tanto llorar.

—Esa bala era para mí, Jon… Soy yo quien debe estar en esa cama en ese hospital.

Jon la asió de los hombros y le dio un fuerte sacudón.

—Escucha, ¡no vuelvas jamás a decir una barbaridad como esa! —le estaba gritando, pero no le importó—. ¡Rick fue una víctima desgraciada en toda esta maldita historia, pero la víctima principal sigues siendo tú! ¿Me oyes? ¡No voy a dejar que te hundas como la otra vez, Erin! ¡No te voy a dejar!

Los gritos de Jon sólo hicieron que se sintiera peor de lo que ya estaba; nada cambiaría el terrible hecho de que Rick estaba herido por su culpa, era una amarga verdad que tendría que cargar por el resto de su vida. Cuando mirase el rostro de Tyler reconocería a Rick en él; ya no podría siquiera verlo a los ojos sin traer a su mente el momento en que Rick había caído en sus brazos.

Por eso había tomado una decisión.

Se limpió el llanto del rostro y respiró profundamente.

—Jon, quiero regresar a Lexington. Ya no tengo nada que hacer aquí —dijo cuando estuvo un poco más serena.

Jon se quedó en silencio unos segundos; se estaba nuevamente enfrentando a la misma situación de cuatro años atrás. Erin volvía a escapar, presa de una culpa que no merecía sentir.

—Erin; ¿es lo que realmente quieres hacer?

Ella asintió.

—¿Y Tyler?

Erin cerró los ojos y se mordió los labios.

—Tyler estará mejor sin mí; no creo que quiera volver a verme después de lo sucedido. —Era doloroso, pero real—. Yo… yo no tengo las fuerzas suficientes para enfrentarlo; él necesita consuelo y yo no podría brindárselo.

—Erin…

Ella no lo dejó hablar.

—¿No lo entiendes, Jon? No podría siquiera mirarlo a los ojos, ni a él ni a Mimie; lo mejor que puedo hacer es dejar la ciudad; quizás el tiempo y la distancia nos hagan bien a ambos.

—No lo dices en serio; tú amas a ese hombre —replicó Jon tratando de hacerle ver que cometería un gran error si se marchaba de Wichita.

—Más que nada en el mundo, pero también sé que le causé un gran dolor. Tyler adora a Rick y yo lo puse en peligro. ¡Vamos! ¡Todavía no sabemos si va a sobrevivir! ¡Está en coma, por Dios!

—Deberías hablar con él, no creo que piense así…

Erin volvió a interrumpirlo.

—Me iré de Wichita y es mi última palabra —dijo con firmeza a pesar de que le temblaban los labios—. ¿Cuento contigo o no?

Jon dejó escapar un suspiro de alivio.

—Sabes que siempre vas a contar conmigo.

—Bien, quiero irme hoy mismo —resolvió—. Pero quiero hacer algo antes y espero contar con tu aprobación.

—¿De qué se trata?

—Quiero ir a ver a Brittany Hall.

Jon no podía hacer nada por impedir que fuera, por eso decidió acompañarla.

* * *

Tyler dejó caer su pesado cuerpo sobre la cama que era de Rick. Había regresado del hospital hacía apenas una hora; logró que Mimie aceptara que por esa noche se quedara una enfermera especialmente asignada y que se tomara un tranquilizante. Tyler se quedó a su lado hasta que se durmió.

Después había entrado en la habitación de Rick porque necesitaba estar allí para rodearse de sus cosas. Respiró hondamente, aún podía sentir su olor. Sus ojos grises se pasearon por el escritorio en donde Rick se sentaba a leer sus libros de aventuras. La mayoría habían sido regalo de él; se los llevaba cuando lo visitaba en el clínica de salud mental, porque sabía que era lo único que lo entretenía y le hacía olvidar donde estaba.

Sobre una repisa él había colocado unos cuantos muñecos que representaban a los personajes de Star Wars. Allí estaban, ordenados uno al lado del otro, Anakin Skywalker, Obi-Wan Kenobi, R2-D2 y el favorito de Rick: Yoda. Sonrió al recordar la vez que Yoda se había caído al suelo y él lo levantó y lo dejó entre los demás muñecos. Rick de inmediato lo cambió de sitio, porque no era allí dónde debía estar.

Eran pequeñas manías que las que lo hacían extrañarlo. Tenía que ser fuerte, tenía que encontrar al que había disparado contra Rick. Aunque sabía que, en definitiva, esa bala la buscaba a Erin. No podía detener su investigación; no cuando estaba dando sus frutos.

Cerró los ojos y entonces pensó en Erin; tan frágil y atormentada. Sabía que estaba sufriendo tanto como ellos; la había visto entrar al hospital desde la confitería, apenas lograba sostenerse en pie junto a Jon Kellerman.

Sabía que debía sentirse terriblemente angustiada tras lo sucedido, y él ni siquiera se había acercado para ver cómo estaba o si necesitaba algo. Pero no era sólo el dolor lo que no le permitía pensar con claridad.

También era la culpa.

Existían dos culpables del atentado contra Rick. Uno, estaba relacionado con Adam Cragen; lo podía jurar sin temor a equivocarse.

El otro, se encontraba allí, llevando lo mejor que podía el hecho de que su hermano estuviera en coma con pronóstico reservado.

Se levantó de un salto; no tenía caso quedarse en aquella habitación lamentándose por lo que había sucedido.

Tenía una cosa importante que hacer.

Hallar al hombre detrás de los atentados contra Rick y contra Erin. Era lo único que tenía prioridad en su vida en ese momento: «Te encontraré, maldito bastardo y haré que pagues por tanto dolor aunque sea la última cosa que haga en mi vida».

* * *

Miró la ventana de la habitación de Rick Evans en el hospital. Lamentaba su suerte; él había sido su primer error.

Y no le gustaba cometer errores; se suponía que la bala sólo iba a asustarlo, y él aprovecharía la confusión para secuestrar a la zorra de Erin.

Pero todo su plan se había venido abajo en un solo segundo; desplomándose como si fuera un castillo de naipes. No iba a dejar que aquella equivocación lo distrajera; su objetivo seguía siendo el mismo: vengar la muerte de su hermano y acabar con la vida de Erin Campbell.

Las reglas habían cambiado, pero el juego seguía siendo el mismo.

El gato cazando al ratón.

Y la presa no tardaría en caer entre sus garras.

Llamó a un muchacho y le dio cinco dólares para que llevara las flores para Rick al hospital. Se cercioró de que el niño no pudiera reconocerlo. Cuando vio que las había entregado, se esfumó. Aquel gesto fue una muestra de respeto hacia, quien por culpa de un error, se había convertido en una involuntaria víctima.

Ya no podía equivocarse.

La venganza iba a cumplirse.

Tarde o temprano.

* * *

Erin le pidió a Jon que la esperara en el pasillo. Acompañó a la enfermera hacia una pequeña sala pintada de blanco; allí, en una de las mesas, divisó a Brittany Hall. Mientras caminaba hacia ella pensaba en las vueltas de la vida y en lo cruel que podía llegar a ser el destino a veces; era en aquella misma institución dónde Rick había pasado cuatro años de su vida, pagando por haber agredido a Brittany.

Se acercó y se sentó justo frente a ella.

—Hola, Brittany.

Pero la joven ni siquiera levantó la cabeza.

—He venido a despedirme; me marcho de la ciudad, pero no quería irme sin decirte adiós —le dijo extendiendo su brazo por encima de la mesa.

Brittany se movió para evitar que ella la tocara, pero seguía cabizbaja y sumida en el más profundo silencio.

Erin suspiró.

—Brittany, quiero que sepas que lamento como terminó todo. Mi intención era buena, quería ayudarte, pero cuando descubrí la verdad no pude quedarme callada.

Brittany movió la cabeza hacia un lado. Erin sabía que la estaba escuchando y que entendía perfectamente todo lo que ella le decía, pero parecía estar decidida a no hablarle.

—Sé que has sufrido mucho y pienso que fue ese mismo dolor lo que desató en tu interior la locura; no quiero justificarte porque es terrible lo que has hecho, pero deseo que sepas que comprendo por todo lo que has tenido que pasar.

Entonces Brittany por fin levantó la cabeza y la miró.

Erin sintió un escalofrío; sus hermosos ojos celestes lucían vacíos; apagados.

—Todavía no ha terminado —dijo de repente.

La frialdad que se reflejaba en su mirada.

—No ha terminado —repitió y extendió un papel sobre la mesa.

Erin vio un anónimo compuesto por letras recortadas de revistas. «Ahora es mi turno. Tú ya has hecho lo tuyo.»

—Tienes más de estos, ¿verdad, Brittany?

Asintió. Sacó una pila con, por lo menos, una docena de mensajes. El más viejo estaba fechado unos días después de la salida de Rick Evans de la cárcel. «Es hora de ajustar las cuentas. Nuestro hijo necesita que hagas algo por él.» Otro decía: «No dudes. Sabes qué hacer. Es nuestro hijo el que te lo pide». Uno de los últimos: «No dejes que pierdan la inocencia. Tú la perdiste, pero también a tu pequeño. Hazlo por él, ahórrales el sufrimiento».

Erin sabía que había algo más ahí. ¿Quién le enviaba los anónimos a Brittany? ¿Era la misma persona que había atentado contra ella? También decía «nuestro hijo». Nunca había sabido nada del padre del niño que Brittany había llevado en su vientre y que había perdido a causa de esa terrible golpiza. Podía serlo; decía «ahora es mi turno». Y lo que había sucedido demostraba que estaba actuando de algún modo.

—¿Sabes quién es? —preguntó Erin.

Brittany había perdido algo de su fachada dura y fría cuando le había dado los anónimos, era como si esa confesión le permitiera expiar su culpa por los asesinatos. Después de que lanzó la pregunta, Erin vio que sus ojos volvieron a endurecerse.

—Me alegro de que Rick Evans esté en el hospital —dijo con la frialdad de antes—. Ojalá esta vez muera.

Luego, se marchó de allí.

Erin le contó a Jon lo sucedido; le entregó los anónimos que guardó, cuando Brittany se alejó y los dejó sobre la mesa. Kellerman se comprometió a investigar, aunque las cosas las seguirían desde Quantico.

* * *

Fue duro despedirse de Olivia; el poco tiempo que había pasado en Wichita le bastó para encariñarse con ella. Iba a extrañarla.

—¿No hay nada que pueda decir o hacer para que te quedes? —insistió ella mientras ayudaba a meter su ropa en la maleta.

—No, debo irme, es lo mejor para todos. —Guardó su ordenador portátil y se cercioró de que no olvidaba nada.

—¿También para Tyler?

Erin se quedó quieta, aquel había sido un golpe bajo. Prefería no hablar de él para que su partida fuera menos angustiosa, pero no había podido apartarlo de su pensamiento ni por un segundo.

—Sé que me has pedido que ni siquiera te lo nombrase, pero… Erin, deberías al menos despedirte, ¿no crees?

Negó con la cabeza.

—Connor me dijo que está destrozado por lo de Rick; dice que no lo ha visto llorar en ninguna oportunidad; pareciera que estuviera tragándose todo su dolor.

Olivia no se daba cuenta el daño que le hacía a Erin saber aquello; por eso había pedido que no le hablaran de él.

—No sigas, Olivia, por favor —le suplicó.

Olivia se acercó y la abrazó, ya no volvió a mencionar el tema. La acompañó hasta su auto con Apollo en brazos.

—A ti también voy a extrañarte, chico —dijo frotando su nariz en la fría y húmeda trufa de Apollo.

Erin los miró a ambos.

—Nosotros también te extrañaremos, Olivia.

—Recuerda que me prometiste enviarme tu nuevo libro apenas salga de la imprenta —le recordó haciendo un gran esfuerzo en no llorar.

—Sí, te enviaré también ejemplares dedicados de mis primeros libros; te prometo que será lo primero que haga cuando llegue a Lexington.

—Bien; te tomo la palabra. Llámame de vez en cuando, ¿sí?

Erin asintió. Metió a Apollo dentro del auto y luego se despidió de Olivia con un cálido abrazo.

—Debo irme, Jon me espera en el aeropuerto; tiene que entregar el auto a la agencia de alquiler y regresar para terminar con el papeleo, él se quedará un par de días más.

—Parten todos.

—Nuestro trabajo terminó aquí, Olivia. Sabíamos que tarde o temprano esto sucedería.

—Sí, pero tenía la esperanza que al menos tú decidieras quedarte —le dijo haciendo alusión a Tyler una vez más.

—Debo irme, Olivia.

—¿Y el loco que te acecha y atacó a Rick? ¿Qué sucederá con él?

—No te preocupes; Lexington es un poblado pequeño, perdido en el este de Virginia, no va a encontrarme allí. Además el FBI está tras él; lo atraparán tarde o temprano.

—Espero que así sea —deseó Olivia con toda su alma. La observó subirse a su auto y se le hizo un nudo en la garganta. Le parecía tan injusto que Tyler y ella tuvieran que separarse cuando se amaban tanto.

Pero quizá Erin tenía razón, y la distancia fuese el mejor remedio para la angustia que ambos estaban atravesando por la situación de Rick.

Erin encendió por última vez el motor del Honda Fit; apretó el volante con fuerza y miró a Olivia.

—Adiós; te llamaré apenas llegue a Lexington —le prometió.

Olivia asintió mientras no hacía nada por detener las lágrimas que empezaron a bañar su rostro.

—Adiós y cuídate mucho.

Y de ese modo, Erin se marchó de Wichita, poniendo distancia entre Tyler y ella; pero mientras se alejaba sabía que no importaba cuántos kilómetros los separaban; llevaba a Tyler en su corazón y lo que era más importante: su semilla crecía sana y fuerte dentro de su vientre.

* * *

Tyler también había dejado la ciudad aquella mañana; la visita al orfelinato donde se había criado Cragen aún estaba pendiente, pero ya no podía aplazarla más. Había llegado a Clinton y había alquilado un auto para moverse en la ciudad. Esperaba que su visita fuese fructífera y, si no era así, estaba dispuesto a no marcharse de allí hasta conseguir una pista firme sobre quién podía querer vengar a Adam.

Se detuvo a un lado de la carretera, cuando divisó un motel que anunciaba que tenían habitaciones libres. El viaje desde Kansas lo había dejado agotado; no estaba acostumbrado a moverse en aviones; es más, había sido su primera experiencia volando y aún le duraba el cosquilleo en el estómago. En el hotel, le dieron un cuarto. Sintió alivio cuando descubrió que, a pesar de no ser muy elegante, tenía baño propio. Arrojó el bolso de viaje en donde había metido unas pocas prendas antes de salir de Wichita y se dio una ducha rápida. Un poco más relajado y oliendo a limpio buscó su teléfono móvil y marcó el número de la estación. Había dejado todo en manos de Charity y Tom, pero no estaba de más supervisar cómo iban las cosas, aunque hacía sólo unas horas que había dejado la ciudad. Además quería saber de Erin.

Charity atendió su llamada.

—¿Cómo está todo por allí? —preguntó mientras probaba la cama; demasiado blanda para su gusto.

—Bien, comisario, no se preocupe —respondió Charity—. Tom y yo nos encargaremos de todo durante su ausencia. ¿Cuándo piensa regresar?

—No lo sé, Charity; el tiempo que me lleve encontrar a la persona que busco.

La muchacha hizo una pausa antes de preguntar:

—¿Se trata del hombre que hirió a Rick. Es él a quién está buscando?

—Sí, Charity, así lo creo, y aunque sea la última cosa en el mundo que haga, lo voy a encontrar.

Charity comprendía las razones que tenía el comisario Evans para querer hallar al sujeto, sólo esperaba que no decidiera hacer justicia con sus propias manos; lo apreciaba y no quería que nada malo le sucediera.

—Dime; ¿has sabido algo de Erin?

Charity sabía que no tardaría en preguntarle por ella; lamentablemente las noticias que tenía para darle no eran muy buenas.

—Se ha marchado esta mañana y tengo entendido que también se irá el agente Widmore. El agente Kellerman será el único que se quedara para investigar el atentado y unos anónimos que aparecieron.

Tyler guardó silencio: no esperaba aquello. Sí sabía que el FBI se marcharía una vez resuelto el caso de los asesinatos, pero le quemaba el corazón que Erin se hubiera marchado sin siquiera despedirse. Los anónimos eran nuevos, pero no formaban parte de su investigación.

—Bien, Charity, debo colgar. ¿Puedo pedirte un favor?

—Lo que quiera.

—Pasa por la casa y ve si Mimie está bien, mantente pendiente de ella durante mi ausencia. Infórmame de algún cambio en la salud de mi hermano. Trataré de regresar lo antes posible, pero no quiero perder contacto mientras estoy afuera.

—Déjelo en mis manos; en un rato pasaré a verla y me quedaré con ella.

—Gracias, Charity.

Colgó y se quedó mirando la nada durante un largo rato.

Erin se había ido sin saber cuánto la amaba; ya fuera por las terribles circunstancias o por su cobardía, no había podido confesarle su amor. Y ahora ya no estaría en Wichita cuando él regresara. Quería pensar que al menos estaría a salvo; pero al mismo tiempo temía que el hombre a quien buscaba la encontrase. Si había ido hasta Wichita siguiendo su rastro, nada le impedía ir tras ella y acabar con lo que había comenzado.

Tomó su teléfono nuevamente; sólo había una persona con la que podía hablar.

—Jon, soy Tyler; me acabo de enterar que Erin se marchó de Wichita.

—Sí, su trabajo allí ya terminó —respondió Jon desde el otro lado de la línea.

—¿Dónde se ha ido?

—Regresó a Lexington; yo mismo la subí al avión esta mañana; por cierto, te busqué para avisarte de su partida, pero Charity me dijo que no estabas en la ciudad.

—Estoy en Clinton, siguiendo la pista de Adam Gardner. Hemos hecho un avance: el hombre vivió en Wichita con otro nombre.

Escuchó que Jon soltaba un profundo suspiro.

—Tyler, no cometas una imprudencia; deja que nosotros nos encarguemos de este vengador.

—Jon, ese maldito mató a una jovencita inocente con el único propósito de recordarle a Erin lo de Adam Gardner; además hirió a mi hermano y hará lo mismo con Erin si no lo detenemos, no me pidas eso.

—¿Has averiguado algo más? —preguntó Jon resignándose a que no había nada que dijese que lo hiciera cambiar de opinión.

—Iré al orfelinato en donde se crió apenas cuelgue contigo. —Hizo una pausa, se peinó el cabello mojado que caía sobre su frente y retomó la conversación—. Jon, me preocupa Erin. No quiero que nada malo le suceda.

—Ella está bien, dentro de lo que cabe. El atentado contra Rick la dejó devastada; decidió regresar a Lexington porque allí tiene su vida ahora.

A Tyler se le hizo un nudo en la garganta.

—Él puede encontrarla; lo sabes.

—No te preocupes; Jesse la visitará a diario, y hemos puesto vigilancia alrededor de la zona; nadie se acercará a ella sin que lo notemos —le aseguró.

Las palabras de Jon, sin embargo, no lo tranquilizaron. No podía obviar el hecho de que Jesse Widmore estaba cerca de ella; sabía que tenía que dejar los celos de lado, pero no podía, era más fuerte que él.

—Tyler, debo recordarte que el caso del atentado a Rick no lo manejas tú; nos hemos hecho cargo nosotros y estamos haciendo todo lo posible por encontrar al responsable; están analizando la bala en Quantico, y yo mismo me encargaré de interrogar a los testigos. Unos vecinos dicen haber visto a un sujeto vigilando la casa unas horas antes.

—No puedo quedarme con los brazos cruzados —le espetó Tyler entrando en un estado de exasperación. Llevar a la justicia a ese criminal era lo único que podía hacer por su hermano y por Erin.

—Créeme que te entiendo, si estuviera en tu lugar haría lo mismo, pero temo que cometas alguna estupidez.

—No lo haré, sólo quiero hallar a ese maldito bastardo. —Hizo una pausa y respiró hondamente—. No me quites la oportunidad de hacer algo por mi hermano…

Tras unos segundos de silencio, Jon habló.

—Está bien, pero el caso lo manejamos nosotros; cualquier cosa que averigües me lo informas de inmediato, ¿de acuerdo?

—De acuerdo. Tengo que colgar…

—¡Espera! ¿Quieres que le diga algo a Erin de tu parte?

Tyler dudó un instante; lo que tenía que decirle a Erin debía hacerlo en persona, cuando toda aquella pesadilla terminase por fin.

—Dile… dile que se cuide mucho.

—¿Nada más?

—Nada más.

No bien colgó; buscó el papel en donde tenía apuntada la dirección del orfelinato y abandonó la habitación a toda prisa.

* * *

Llegó a Lexington cuando la noche empezaba a caer; a medida que el taxi se acercaba a su destino y se abría paso a través de las Montañas Azules, Erin se dio cuenta cuánto había extrañado aquel lugar que había sido su hogar los últimos cuatro años. Sin embargo, regresaba con el corazón hecho pedazos y el rabo entre las piernas.

No iba ser sencillo retomar su solitaria vida en Lexington, mucho menos olvidar los días en Wichita. Los momentos maravillosos y los más dolorosos se quedarían para hacerle compañía durante mucho tiempo. Había conocido el paraíso en los brazos de Tyler, pero también había vivido un infierno. Temía cerrar los ojos porque cada vez que lo hacía veía a Rick desangrándose frente a ella. Reprimió las ganas de llorar; el embarazo la había vuelto más sensible de lo normal. Acarició su vientre, y Apollo comenzó a olisquearla. Parecía que el perro presentía su estado. Apoyó la cabeza en su regazo y volvió a dormirse.

Su vida había cambiado; ya no era la misma, sin embargo regresaba a Lexington cargando en su corazón un terrible sentimiento de culpa una vez más. Primero había sido la muerte de Adam y ahora el estado desesperante de Rick.

Trató de apartar aquellos amargos pensamientos de su mente; tenía un motivo maravilloso para seguir adelante. Un hijo que la vida le había regalado en el momento menos esperado y que —estaba segura— llegaría para alegrar sus días. Tenía menos de dos meses de embarazo y se moría de tener a su bebé en brazos. Quería que se pareciera a su padre; que tuviera sus ojos, así cuando mirase a su hijo vería a Tyler. Un profundo suspiro de escapó de sus labios.

¿Cómo haría para vivir sin él? ¿Qué iba a hacer con todo el amor que tenía en su corazón?

Minutos después, el taxi la dejó en la casa. Encontró la llave donde la había dejado la señora Greta y entró. Estaba a oscuras, pero Tyler había conseguido que dejara de temerle a las sombras que dibujaba la oscuridad. Encendió la luz y se emocionó por estar de vuelta.

Tendría que hacer compras y anunciar que estaba de regreso, también debía visitar a un médico para que controlara su embarazo. Pero todo eso podía esperar hasta el día siguiente; estaba agotada y lo único que deseaba era tirarse en la cama. Subió a la habitación; abrió la ventana para que entrara la luz de la luna y se recostó.

Imaginándose cómo sería el rostro de su bebé, se quedó dormida.

* * *

Aguardaba en una salita en planta baja. El banco era de madera con apoyabrazos curvados y estrechos en los que no podía descansar sus brazos. Una muchacha de no más de veinticinco años le sonreía tímida detrás de sus gafas. Era quien lo había recibido.

—¿Qué desea, señor?

—Necesito hablar con el responsable de la institución.

—La directora no está disponible —dijo con una risita, dejando en evidencia que mentía—. De todos modos, si puede decirme quién la busca…

—Soy el comisario Evans, de Wichita. La esperaré, no tengo apuro.

—¿Y por qué asunto es? Digo, para anotarlo en el recado.

—Busco información sobre Adam Cragen, un muchacho que creció aquí, hace ya por lo menos veinte años.

—Tome asiento, comisario —destacó cada sílaba de la última palabra y le sonrió.

Luego de unos minutos de espera en el banco, la joven lo llamó y le indicó dónde quedaba la oficina de la directora.

—Adelante, comisario Evans.

—Buenos días.

—Buenos días. ¿En qué puedo ayudarlo?

—Busco información sobre Adam Cragen; entiendo que fue criado aquí.

—Es así. Adam vivió con nosotros hasta la mayoría de edad. Luego, trabajó aquí en Clinton varios años, pero se fue por un episodio confuso con una mujer con la que salía. Ella alegaba haber recibido golpizas de él. Creo que viajó a Wichita, de donde es usted. Espero que no se haya metido en nada malo.

—Adam está muerto hace varios años, señora. Cambió su nombre, y fue asesinado. Creo que alguien quiere vengar su muerte. Por eso, necesito saber sobre su pasado.

—No hay nada más que pueda decirle, comisario. No, a menos que tenga una orden judicial.

—No la tengo. Es sólo una corazonada, nada firme.

—Entonces no puedo ayudarlo. Lamento que haya venido hasta aquí.

—Soy yo quien más lo lamenta, señora. De todos modos, descuide. Gracias por la información.

Cuando salía, cabizbajo, la joven lo llamó.

—¡Pst!, comisario, ¿cómo le fue? —le hablaba en voz baja.

—No obtuve lo que precisaba.

—Sí, suele ser un poco estricta. En especial, si le hablan de Adam. Creo que tenía un cariño especial por ese muchacho. Pero son habladurías. Yo sólo empecé a trabajar hace dos años.

Tyler asintió.

—Sabe qué, mañana al mediodía, si acepta tomar un trago conmigo, puedo tal vez conseguirle algún dato. Extraoficialmente.

—Extraoficialmente estaré allí.

Arreglaron verse en una cafetería. Tyler pensó que Erin estaría celosa, pero él no quería más que la información.

Volvió al hotel. Le costó dormirse; en su mente se mezclaban momentos trágicos y felices. Rick desangrándose en los brazos de Mimie, y Erin con sus manos manchadas de sangre. Rick saliendo de la cárcel, libre de toda culpa, y Erin entregándose a él en la cabaña. Trató de pensar en los ojos de Erin y en la sonrisa de Rick. Se dio vuelta. Cuando apoyó el rostro en la almohada pudo por fin conciliar el sueño.