Uno

RED giró de pronto hacia la derecha para tomar un estrecho desvío sin disminuir la marcha.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó Flores.

—Doce horas de conducir son bastantes —contestó—. Ahora quiero dormir.

—Echa atrás el asiento y yo me hago cargo de la conducción.

Él sacudió la cabeza.

—Quiero salir de este maldito coche y tener un verdadero momento de descanso.

—Entonces, por favor, usa un nombre falso cuando te inscribas.

—No hay donde inscribirse. Acamparemos. Esta es una zona abandonada. No habrá problemas.

—¿Mutantes? ¿Radiación? ¿Trampas explosivas?

—No, no y no. Estuve ya antes aquí. Todo despejado.

Al cabo de un tiempo disminuyó la velocidad y cogió por otro desvío estrecho y de superficie irregular. El cielo se cubrió de un crepúsculo rosa y púrpura. A la distancia una ciudad derruida se divisó a la luz del sol poniente. Volvió a girar.

—"...Et que leurs granas piliers, droits et majestueux, rendaient pareils, le soir, aux grottes basaltiques" —observó Flores—. Vas a acampar en un museo de la muerte.

—No en realidad —replicó él.

Se encontraba ahora en un camino de tierra. Por un tiempo se prolongó a lo largo de una ladera de una montaña, pasó por un destartalado puente que cruzaba un desfiladero, rodeó un risco y llegó a un llano desde el que se divisaba nuevamente la ciudad. Se dirigió a un campo en el que habían esparcidos aquí y allí fragmentos herrumbrados de diversas maquinarias, en su mayoría, vehículos terrestres y aéreos abandonados. Se detuvo en una zona despejada.

La sombra de curiosa forma que ahora yacía sobre el techo del vehículo adquirió el contorno de un reptil oscureciéndose y espesándose...

—Altera el aspecto del camión de modo que se asemeje a uno de estos viejos desechos —dijo Red.

—De vez en cuando tienes una idea atinada —observó Flores—. Tardará unos cinco o seis minutos en llevar a cabo un trabajo de decadencia más o menos decente. Deja el motor en marcha.

Cuando la alteración empezó, la forma se contrajo súbitamente para convertirse en un círculo, se dejó caer del vehículo y se fue rodando velozmente por sobre el terreno en dirección de una nave aérea aplastada. Red y Mondamay abandonaron el coche y comenzaron a armar una barrera. El aire se estremecía alrededor de ellos con una ligera anunciación de frío. En el Este se estaba formando un muro de nubes. En alguna parte empezó a zumbar un insecto.

Entretanto, en el cuerpo del camión iban apareciendo zonas de deterioro que se acentuaban y se retorcían. Aquí y allí se veían resquebrajaduras. Sobre la superficie del vehículo resplandecían fragmentos de color herrumbroso cada vez más integrados. La máquina se torció hacia un costado. Red volvió a ella y sacó un paquete de raciones y un saco de dormir. El motor se detuvo.

—Ya está —dijo Flores—. ¿Qué aspecto tiene?

—Ya no hay esperanzas para él —contestó Red teniendo el saco y abriendo una lata de alimentos—. Gracias.

Mondamay se aproximó, se detuvo y dijo suavemente:

—No detecto nada de naturaleza manifiestamente hostil en un área de 100 kilómetros.

—¿Qué quieres decir con "manifiestamente"?

—Entre los desechos hay algunas bombas sin detonar y armas que no fueron disparadas.

—¿Alguna de ellas por debajo de nosotros?

—No.

—¿Radioactividad? ¿Gases venenosos? ¿Bacterias?

—Nada.

—Entonces, creo que la situación me es tolerable.

Red empezó a comer.

—¿Dices que intentas desde hace mucho de alterar las cosas de modo que se reproduzca una situación pasada que recuerdas? —preguntó Mondamay.

—Es cierto.

—A juzgar por algunas de las cosas que dijiste de tu memoria ¿estás seguro de que la reconocerías si te toparas con ella?

—Más seguro que nunca. Ahora recuerdo todavía más.

—Y si encuentras el camino que buscas ¿lo seguirás e irás a destino?

—Sí.

—¿Cómo es el punto de llegada?

—No sabría decírtelo.

—Entonces ¿qué esperas encontrar?

—A mí mismo.

—¿A ti mismo? Me temo que no entiendo.

—Tampoco yo enteramente. Pero se me va haciendo más claro.

El cielo se oscureció y, cuajado de estrellas, pareció más bajo. La luna erraba sin timón junto al horizonte oriental. Red no encendió otra luz que la de su cigarro. Bebió vino griego de un vaso de cerámica. Se levantó un viento fresco. Flores canturreaba algo apenas audible que podría haber sido Debussy. Oscuridad sobre oscuridad, una cinta de sombra se deslizó junto a la pierna extendida de Red.

—Bel'kwinith —musitó, y el viento pareció hacer una pausa, la sombra quedó paralizada y una impureza del cigarro hizo que éste siseara y refulgiera por un instante. —¡Al diablo! —exclamó entonces.

—¿Qué quieres decir? —le preguntó Mondamay— ¿Al diablo qué?

—Lo de acabar con Chadwick.

—Creí que ya habíamos discutido todo eso. Ninguna de las alternativas te pareció lo bastante atractiva.

—No vale la pena —dijo—. Ese gordo tonto no se lo merece. Ni siquiera pelea por sí mismo.

—¿Tonto? Una vez dijiste que era un hombre muy inteligente.

Red resopló por la nariz.

—¡Ah, los seres humanos! Supongo que es lo suficientemente inteligente si puede hablarse de inteligencia en este caso. Con todo, se reduce a una nadería.

—¿Qué vas a hacer entonces?

—Salirle al encuentro. Y obligarlo a que me diga unas cuantas cosas. Creo que sabe más sobre de mí de lo que deja entrever. Cosas que quizá ni yo sepa.

—¿Lo dices por las cosas que estás recordando?

—Sí. Y quizás estés en lo cierto. Yo...

—He detectado algo.

Red se puso de pie.

—¿Cerca?

La sombra retrocedió hacia la parte trasera del vehículo.

—No, pero se acerca hacia aquí.

—¿Animal, vegetal o mineral?

—Comprende una máquina. Se acerca cautelosamente. ¡Métete en el camión!

No bien Red saltó del vehículo, el motor se puso en marcha. Las portezuelas se cerraron de un golpe. Una ventanilla comenzó a cerrarse. Se inició otro cambio de forma.

Flores de pronto fue dictándole las palabras de Mondamay.

—¡Qué hermosa máquina aniquiladora! —exclamó—. Echada a perder en parte por los aditamentos orgánicos. No obstante, el diseño es acabadamente artístico.

—¡Mondamay! —gritó él cuando el camión comenzó a sacudirse—. ¿Puedes oírme?

—Claro, Red. No iba a abandonarte en un momento así. ¡Vaya, qué rápido se acerca!

El camión crujió y se retorció. El motor chisporroteó dos veces. Una portezuela se abrió y luego se cerró de un golpe.

—¿Qué demonios es?

—Un gran aparato parecido a un tanque equipado con un asombroso despliegue de armas y guiado por un cerebro sin cuerpo que está, según creo, algo loco. No sé si se encontraría por aquí o si fue enviado para esperar tu llegada. ¿Lo conoces?

—Creo que en algún lugar de la ruta oí hablar de carromatos de guerra de ese tipo. Aunque no sé bien dónde.

El cielo se encendió como si hubiera llegado una súbita aurora y una ola de llamas avanzó sobre ellos. Mondamay levantó un brazo y la ola se detuvo como si se hubiera topado con un muro invisible; ardió ruidosa durante medio minuto y luego se extinguió.

—Cuenta con energía atómica, por cierto. Hermosa factura —comentó.

—¿Por qué estamos todavía vivos?

—Lo bloqueé.

El brazo de Mondamay resplandeció por un momento y la cima de una colina distante se encendió.

—Justo enfrente de él —observó—. Ese cráter lo demorará. Es mejor que ahora te vayas, Red. Flores, llévatelo.

—De acuerdo.

El camión giró y retrocedió el camino recorrido por el campo todavía cambiando de forma mientras avanzaba a los tumbos.

—¿Qué diablos estás haciendo? —gritó Red.

El cielo volvió a refulgir, pero la pequeña bola de fuego fue interceptada, filtrada, oscurecida, obligada a volver atrás.

—Tengo que cubrir de modo adecuado tu retirada —dijo la voz de Mondamay— antes de estar en libertad de vérmelas con él. Flores te llevará al Camino.

—¿Vértelas con él? ¿Cómo te propones hacerlo? Ni siquiera puedes...

Se produjo una enorme explosión seguida de una onda expansiva. El camión se sacudió pero siguió avanzando hacia el camino de tierra. Iban rodeados de una nube de polvo.

—...en pleno funcionamiento otra vez —dijo la voz de Mondamay—. Flores logró analizar mis circuitos y me dirigió para que pudiera repararme a mí mismo.

Hubo una nueva explosión. Red estaba mirando hacia atrás, pero la zona donde habían levantado el campamento estaba llena de humo y polvo. Por un momento quedó ensordecido y, cuando recuperó el oído, se dio cuenta de que la voz que ahora se dirigía a él era la de Flores.

—...vamos? ¿A dónde vamos?

—¿Eh? Lejos de aquí, espero.

—¡Próximo destino! ¡Coordinadas! ¡Rápido!

—Oh. S Veintisiete, décimo octava salida, cuarta a la derecha, segunda a la izquierda, tercera a la izquierda. Es un gran edificio blanco. De un estilo semejante al gótico.

—¿Lo captaste? —preguntó ella.

—Sí —dijo la voz de Mondamay a través del estruendo. Si puedo encontrar el Camino, trataré de seguirlos cuando termine aquí.

Se produjo otra explosión seguida de ininterrumpidas ondas expansivas. Llegaron al camino de tierra y siguieron adelante.