Dos

EL carro aéreo de Sundoc lo depositó en el techo del laboratorio. Entró en el escotillón y descendió hasta el sexto piso. Cargado, médico ingeniero en jefe, le salió al encuentro y lo condujo a su oficina donde puso en funcionamiento la pantalla mural. Sundoc se sentó en una cómoda silla reclinable y apoyó sus pies calzados de sandalias sobre una mesita. Llevaba shorts y un suéter oscuro de cuello subido. Se tomó las manos por detrás de la cabeza y contempló la imagen del hombre en la pantalla.

—Muy bien, háblame de él —dijo.

—Aquí mismo tengo todo el archivo.

—No quiero ese maldito archivo. Quiero que tú me hables de él.

—Pues claro —contestó Cargado sentándose a la mesa de despacho—. Su nombre es Archie Shellman; el soldado que acopió más condecoraciones durante la Tercera Guerra Mundial y un maestro en las artes marciales. Lo encontramos hace un S y medio atrás. Había sido soldado de infantería en un comando especial. Perdió una pierna. Conclusión. Graves daños psiquiátricos...

—¿Por ejemplo?

—En un principio depresión, seguida de un profundo resentimiento producido por la prótesis. Luego paranoia. Finalmente, ataques maníacos. Cultivaba la cultura física a la perfección. Desarrollo extremado de la parte superior del cuerpo, presumiblemente para compensar...

—Eso está claro. ¿Y entonces?

—Terminó por matar a algunos civiles. En realidad, liquidó a medio pueblo. Se alegó insania. Fue internado. Se controló el ciclo maníaco-depresivo mediante farmacoterapia. Siguió paranoide no obstante. Todavía levantaba pesas...

—No está mal. Mejor que otros que me habías mostrado antes. ¿De modo que lo liberasteis y volvisteis a armarlo?

Cargado asintió.

—Una protética más allá de todo lo que hubiera podido desear. Terminó por consentir que le reemplazáramos todos los miembros cuando le aseguramos que le podríamos devolver los originales en caso de no estar conforme. Pero lo estuvo.

Tocó el panel de control y la figura de la pantalla se movió. Ojos oscuros, mandíbula fuerte, cejas espesas, algo pálido... El hombre estaba vestido sólo con shorts. Sus movimientos eran extremadamente graciosos al acercarse a un depósito de pesas y comenzar una vigorosa ejercitación. Fue acrecentando el ritmo hasta que comenzó a moverse a una velocidad tremenda.

—Resulta convincente —dijo Sundoc—. ¿Algún rasgo especial?

Cargado operó un control. La imagen del gimnasio se desvaneció para dar lugar a otra.

Shellman permanecía inmóvil. Al cabo de unos instantes, Sundoc advirtió que la piel del hombre estaba oscureciéndose. Lo estuvo observando quizá dos minutos hasta que la tuvo casi por completo negra.

—Efecto de camaleón —dijo Cargado—. Muy conveniente en caso de ataque nocturno.

—Al igual que la pomada para lustrar zapatos. ¿Qué otra cualidad tiene?

La imagen volvió a cambiar. Esta vez se vio un primer plano de las manos de Shellman.

De pronto, los puños se cerraron. Siguió un movimiento de bombeo por unos instantes hasta que se abrieron plenamente. Unas uñas metálicas de varios centímetros se curvaban ahora hacia afuera.

—Garras extensibles. Sumamente poderosas. Podrían despanzurrar a un hombre de un solo manotazo.

—Eso me gusta. ¿Puede hacer lo mismo con los pies?

—Sí. Sólo un momento...

—No te molestes. ¿Ha conservado toda su destreza para el combate?

—Por supuesto.

Más imágenes. Archie Shellman, con aspecto casi de aburrimiento, arroja por tierra a karatekas, boxeadores y luchadores con facilidad y eficacia. Archie Shellman permite que se le asesten fuertes golpes sin cambiar siquiera de expresión...

—¿Es tan corpulento como parece? Esa es la primera secuencia en que se ven otras personas.

—Sí. Un centenar de kilos y lo bastante alto como para resultar esbelto. Puede volcar un automóvil, derribar una puerta pesada de un puntapié y correr durante todo el día. Tiene una visión nocturna casi perfecta. Tiene también apegos...

—¿Y su mente?

—Toda tuya. Desarrollo de gratitud por el nuevo cuerpo recibido y el deseo fortalecido de usarlo en combate. Le hemos bloqueado la depresión, pero la respuesta maníaca está disponible si consideras que ha de serte útil. Se considera el más rudo e implacable de los bípedos...

—Quizá lo sea.

—Muy probable, y apreciaría la oportunidad de probarlo y demostrar su gratitud a la vez.

—Me pregunto si... De todos los ciborgs que me mostraste, éste por cierto, es el de más categoría. Tengo algunas fotografías del que debe ser su víctima. ¿Recomendarías sólo incitarlo al ataque o piensas que no estaría fuera de lugar algo de odio condicionado?

—Oh, un cierto grado de condicionamiento para que la acción se le convierta en deber. De ese modo no descansará hasta cometerla él personalmente. Ya conoces nuestro lema: "La sola eficacia no nos basta."

—Perfecto. No bien sepa dónde debo enviarlo, lo someteré a una prueba. Puede que aquí tengamos a un ganador.

—Este... no es que me incumba, claro, pero ¿qué hay de tan especial en el hombre que pretendes que persiga?

Sundoc sacudió la cabeza al alcanzarle a Cargado las fotografías de Red Dorakeen.

—Que me condenen si lo sé —dijo—. Hay alguien en algún lugar que sencillamente no lo quiere nada.