Dos
MIENTRAS el amanecer se abría camino por sobre la silenciosa y quebrantada línea del horizonte, Strangulena se agitó en la barcaza que navegaba por el Río de Este. Lenta, suavemente, apartó la piel que los cubría y se quitó de la frente un mechón de su pelo llameante. Con las yemas de los dedos se tocó los lugares más sensibles del cuello, los hombros y los senos donde ya estaban haciéndose visibles los signos del ardor de su amante. Sonriendo entonces, flexionó los dedos y se volvió lentamente sobre su lado izquierdo.
Toba, tan pesado y oscuro como la noche que partía, con la mejilla apoyada en la palma de su mano derecha, le sonrió.
—¡Dios de los cielos! ¿No duermes nunca? —preguntó ella.
—No con una dama que ha estrangulado a más de un centenar de amantes una vez que se han dejado caer al lado de ella.
Los ojos de la mujer se estrecharon al mirarlo.
—¡Entonces tú sabías! ¡Desde un principio lo sabías! ¡Me engañaste!
—Gracias a Dios y a las anfetaminas, sí.
Ella se sonrió y estiró su cuerpo.
—Eres bastante afortunado. En realidad, normalmente no espero siquiera que se dejen caer a mi lado. Por lo general escojo cierto momentos y se corren y parten al mismo tiempo, por así decir. Recién iba a ocuparme de ti ahora porque la arquitectura me distrajo. No obstante...
Estirándose puso en contacto la unidad de control y la barcaza inició la marcha. Se volvió hacia el otro lado.
—¡Mira como la luz baña las ruinas de Manhattan! ¡Me encantan las ruinas! —Se sentó de pronto y levantó un rectángulo oblongo de madera tallada y pulida. Lo sostuvo a la distancia de su brazo extendido y miró a través de él—. Ese conjunto de allí... ¿No es una composición magnífica?
Toba se levantó a su vez e inclinándose hacia adelante, rozó con su barbilla el hombro de ella.
—Es... este... interesante.
Ella sostuvo una pequeña cámara con la mano izquierda, miró a través de ella y a través del rectángulo se echó hacia adelante y luego hacia atrás y presionó un botón.
—Lo tengo.
Dejó la cámara y el rectángulo a su derecha.
—Me pasaría la vida contemplando ruinas pintorescas. De hecho, es lo que hago. La mayor parte del tiempo. Siempre resultan mejor desde el agua. ¿Lo habías notado?
—Ahora que lo mencionas...
—Eras demasiado bueno para ser cierto ¿lo sabías? Vestido de harapos, revisando la basura a orillas del agua, sucio e iletrado, un producto de la civilización en decadencia... Te vi al pasar. Me engañaste. ¿Cuál es tu profesión? ¿Eres arqueólogo?
—Bueno...
—Y tenías noticias sobre mí. Mantén el brazo derecho así levantado, pero sube la cabeza.
Giró sobre sí, quedó tendida sobre el estómago y, levantando su propio brazo derecho, asió su mano.
—Muy bien, señor Toba. Empieza a hacer fuerza como si en ello te fuera la vida. Quizá sea así.
—Vaya, señora mía...
Su brazo comenzó a inclinarse hacia atrás. Afirmó la muñeca y se puso en tensión. Por un instante el movimiento se detuvo. Cerró fuertemente las mandíbulas y se echó hacia la izquierda.
De pronto cayó hacia atrás con el brazo inmovilizado sobre la cubierta.
Ella le sonrió desde lo alto.
—¿Quieres probar con la izquierda?
—No, gracias. Mira, creo todo lo que oí decir de ti. Tienes... este... gustos exóticos y eres lo bastante fuerte como para satisfacerlos. No tengo otro remedio que admirar a los que obtienen lo que quieren. Esta era la única manera que tenía de conocerte, sin embargo. Tengo una oferta para ti de las que se dan sólo una vez en la vida. No puedes permitirte el lujo de rechazarla.
—¿Incluye una buena ruina?
—¡Pues no te quepa la menor duda! —dijo él apresuradamente.
—¿... y un hombre apetitoso?
—¡Uno de los mejores!
Ella lo tomó de la mano y de un tirón lo puso de pie.
—¡Rápido! ¡Mira la luz del sol sobre esa torre quebrada!
—¡Sí que es bonito!
—¿Cómo se llama?
—Dorakeen. Red Dorakeen.
—Me suena familiar...
—Ha andado mucho por el mundo.
—¿Es llamativo?
—¿Tienes que preguntar siempre?
—No me vendría mal una nueva barcaza con algunas incrustaciones de marfil...
—Ya no digas más. ¡Vaya! ¡La luz del sol a través de lo que queda de ese puente!
—¡Rápido! ¡La cámara! Eres un hombre muy afortunado, Toba.
—¡Si no lo sé yo!