Dos
HABÍA dejado su vehículo en una parada de la carretera a varios días de distancia y una separación de mundos. Era excesivamente alto y delgado, con un gran mechón de pelo negro por sobre la derecha de la frente; su vestido era en exceso llamativo, para ser usado en las montañas de Abisinia. Llevaba pantalones de caqui, camisa color púrpura; aun sus botas y su cinturón eran de cuero teñido de púrpura lo mismo que su mochila. Varios anillos de amatista adornaban sus dedos inusitadamente largos. Mientras pedía ser transportado a lo largo de la senda rocosa aparentemente ajeno al viento helado, parecía casi ser un joven romántico de Wanderjahr, sólo que el siglo XIX se encontraba a ochocientos años del futuro. Los ojos hundidos le ardían en la cara enflaquecida; buscaba oscuras señales en el camino y las encontraba. No había descansado en todo el día e incluso comía mientras andaba. Ahora sin embargo hizo un alto en el camino, pues dos picos distantes que finalmente coincidieron en una línea le indicaban el término de su jornada.
A varios centenares de metros por delante el sendero se ensanchaba formando un terraplén que se abría como un receso en la ladera de la montaña. Volvió a ponerse en movimiento yendo en esa dirección. Cuando llegó a la zona nivelada, entró en el receso. Mientras avanzaba por el desfiladero, muros de roca se elevaban a uno y otro lado.
Por último, pasando por un portón de madera, entró en un pequeño valle. En su extremo más alejado había un estanque. Algo más cerca había un corral junto a una de varias cavernas. Allí estaba sentado un negro calvo de baja estatura. Era enormemente gordo y sus dedos gruesos acariciaban la arcilla que giraba en una rueda de alfarería operada con pedal.
Levantó la vista observando al forastero que lo saludó en árabe.
—...y la paz sea contigo —replicó en esa lengua—. Ven y refréscate.
El forastero vestido de púrpura se acercó.
—Gracias.
Dejó caer su mochila y se acuclilló frente al alfarero.
—Me llamo John —dijo.
—...Y yo soy Mondamay, el alfarero. Perdóname. No es mi intención ser grosero, pero no puedo dejar la olla en este momento. Faltan todavía algunos minutos para que se forme de manera adecuada. Te conseguiré comida y bebida no bien termine.
—Tómate el tiempo que te sea preciso —dijo el otro sonriendo—. Es un placer ver trabajar al gran Mondamay.
—¿Oíste hablar de mí?
—¿Quién no ha oído de tus ollas de forma perfecta y horneadas hasta lograr una asombrosa superficie vidriada?
La cara de Mondamay permaneció inexpresiva.
—Eres amable —observó.
Al cabo de un tiempo Mondamay detuvo la rueda y se puso de pie.
—Perdóname —dijo.
Arrastraba curiosamente los pies al andar. John, con sus largos dedos metidos en un bolsillo púrpura observó sus espaldas mientras se alejaba.
Mondamay entró en la cueva. Varios minutos después volvió con una bandeja cubierta.
—Te traigo pan, queso y leche —dijo—. Perdóname que no los comparta contigo, pero acabo de comer.
Se inclinó, no sin gracia considerando su corpulencia, para colocar la bandeja ante el forastero.
—Degollaré una cabra para tu cena... —empezó.
La mano izquierda de John volvióse indistinta. Sus dedos increíblemente largos se hundieron por debajo del omóplato derecho del otro. Penetraron allí arrancando un enorme colgajo. Su mano derecha, que sostenía una pequeña llave cristalina, se hundía ya en la superficie metálica expuesta. La llave entró en el ojo que allí había. La giró.
Mondamay quedó inmóvil. Una serie de ásperos ruidos de relojería se sucedieron en alguna parte del interior de la forma inclinada. John apartó la mano y retrocedió.
—Ya no eres Mondamay, el alfarero —dijo—. Te he activado en parte. Asume ahora una posición erguida.
De la figura que se encontraba ante él surgió un suave chirrido acompañado de ocasionales ruidos crepitantes. Lentamente se enderezó; luego volvió a quedar inmóvil.
—Ahora quítate tu disfraz humano.
La figura ante él se llevó lentamente las manos a la nuca. Allí permanecieron un momento y luego se apartaron y se adelantaron arrancando la oscura seudocarne de lo que se reveló una pirámide metálica escalonada cubierta de abundantes lentes. Luego las manos se trasladaron a lo que parecía ser el cuello, ejerciendo presión allí y tironeando hacia abajo. Metal. Se reveló aun más metal. Y cables y ventanas de cuarzo tras las que relumbraban luces minúsculas, y placas, pitones y rejillas...
Al cabo de dos minutos toda la falsa carne había sido arrancada y el que había sido conocido como Mondamay se erguía luminoso, resplandeciente y crujiente ante el hombre alto.
—Dame acceso a la Unidad Uno —ordenó éste.
Como el de una caja registradora, un cajón de metal surgió del pecho del autómata. John se inclinó hacia adelante con sus resplandecientes anillos de amatista e hizo ajustes en los controles que contenía.
—¿Por qué me haces esto? —preguntó Mondamay.
—Ahora estás del todo activado y debes obedecerme. ¿No es eso lo correcto?
—Sí, lo es. ¿Por qué me has hecho esto?
—Cierra Unidad Uno, enderézate y ve al lugar donde estabas cuando te encontré.
Mondamay obedeció. El hombre se sentó y empezó a comer.
—¿Por qué te activé? —dijo John al cabo de un tiempo—. Porque —se contestó a si mismo— en este momento soy el único hombre del mundo que sabe lo que eres.
—Se cometieron muchos errores en relación conmigo...
—Oh, de eso no me cabe duda. No sé si existen futuros paralelos, pero sí sé que existen muchos pasados que conducen al tiempo del que vengo. No todos ellos son accesibles. Los caminos laterales suelen convertirse en terreno silvestre cuando no hay quien lo transite. ¿No sabes que el Tiempo es un supercamino real con múltiples salidas y entradas, múltiples rutas y sendas secundarias, que los mapas no cesan de cambiar, que sólo unos pocos saben encontrar las rampas de acceso?
—Tengo conocimiento de ello, aunque no soy uno de los que se orientan fácilmente.
—¿Cómo es que lo sabes?
—No eres el primer viajero que conozco.
—Sé que aquí, en tu ramal, una hipótesis que los hombres inteligentes del mío encuentran risible es absolutamente veraz: a saber, que la Tierra fue visitada mucho tiempo atrás por criaturas de otra civilización, criaturas que dejaron diversos artefactos tras de sí. Yo sé que tú eres uno de ellos. ¿No es así?
—Es correcto.
—Sé todavía más, sé que eres una máquina mortal de fantástico refinamiento. Fuiste diseñado para destruir cualquier cosa, desde un único virus a todo un planeta. ¿No es ello correcto?
—Efectivamente es así.
—Fuiste abandonado. Y como nadie entendía tu funcionamiento, decidiste disfrazarte y llevar esta vida sencilla. ¿No es así?
—Así es. ¿Cómo fue que te enteraste de mi existencia y adquiriste la llave de comando necesaria?
—El que me emplea sabe muchas cosas. Me enseñó los vericuetos del camino. Me habló de ti. Me procuró la llave.
—Y ahora que me encontraste y la usaste ¿qué quieres de mi?
—Dijiste que no soy el primer viajero con que te topaste. Lo sé porque conozco la identidad del otro hombre. Su nombre es Red Dorakeen y no demorará en venir a buscarte en este ramal. Me hace falta una gran suma de dinero que se me pagará por liquidarlo. En asuntos de violencia siempre prefiero trabajar con intermediarios, sean humanos o mecánicos. Tú vas a ser mi agente en este caso.
—Red Dorakeen es mi amigo.
—Así me lo dijeron. Lo cual será motivo de que no sospeche nada en este caso. Ahora... —Buscó en su mochila y sacó una delgada caja de metal. La abrió y ajustó un par de botones. La unidad emitió un sonido semejante al de un silbato—. Acaba de hacer reemplazar un parabrisas —dijo John colocando la caja sobre una roca—. Una pequeña unidad emisora se ocultó entonces en su vehículo. Ahora no tengo más que esperar que entre en este ramal; puedo seguirle el rastro con esto y asestar el golpe cuando se me antoje.
—No quiero servirte de agente en esto.
John dejó de comer, atravesó el espacio que los separaba y de un manotón destruyó la olla que Mondamay había estado fabricando.
—Tus deseos carecen de importancia —dijo—. No tienes otra alternativa que obedecerme.
—Eso es verdad.
—Para que no intentes prevenirlo de modo alguno. ¿Entendido?
—Entendido.
—Entonces, no me discutas nada. Harás lo que se te diga lo mejor que esté en tus posibilidades.
—Así será.
John volvió a la bandeja y siguió comiendo.
—Me gustaría disuadirte —dijo Mondamay al cabo de un momento.
—No me cabe duda.
—¿Sabes por qué tu empleador desea matarlo?
—No. Ese es asunto suyo. A mí no me concierne.
—Debes tener algo muy especial para que se te haya elegido para desempeñar tarea tan exótica.
John se sonrió.
—Me considero adecuado.
—¿Qué sabes de Red Dorakeen?
—Conozco su aspecto. Sé que probablemente vendrá por aquí.
—Evidentemente eres un profesional de cierta clase que tu empleador no consiguió sin gran esfuerzo.
—Evidentemente.
—¿Te has preguntado por qué? ¿Qué hay en tu futura víctima que merezca semejante consideración?
—Oh, quería que yo me hiciera cargo del asunto porque es posible que la víctima ya sepa que se la persigue.
—¿Cómo pudo enterarse?
—Hubo recientemente en su línea temporal personal un intento contra su vida.
—¿Cómo fue que fracasó?
—No hubo un desempeño eficaz según tengo entendido.
—¿Qué fue del pretendido asesino?
El nombre de púrpura levantó la vista y miró fijamente a Mondamay.
—Red lo mató. Pero te aseguro que entre esa persona y yo no hay comparación posible.
Mandamay permaneció en silencio.
—Si estás tratando de asustarme, de hacerme sentir que lo mismo podría sucederme a mí, estás perdiendo el tiempo. No existen muchas cosas que yo tema.
—Esa es una ventaja —dijo Mondamay.
John se quedó con Mondamay casi una semana entera y destruyó cincuenta y seis cuencos delicadamente trabajados para comprobar que esto no perturbaba a su sirviente mecánico. Aun cuando ordenó al robot que los destruyera él mismo personalmente, no obtuvo el equivalente de una respuesta emocional, de modo que abandonó ese medio para producir dolor en su cautivo. Luego, una tarde, la máquina sibilante emitió un áspero zumbido. John se apresuró a ajustaría, realizó una lectura y la ajustó aún más.
—Se encuentra a unos trescientos kilómetros de aquí —dijo—. No bien me bañe y me cambie de vestido, te permitiré que me lleves a su encuentro para que se pueda terminar con este asunto.
Mondamay no contestó nada.