Dos
SE acercó a la base de la torre, oscuro, más oscuro que la noche misma iluminada por la luna, silencioso.
Durante largos segundos se quedó mirando hacia arriba con fijeza. Luego tendió la mano y tocó el muro. Retiró las manos, cerró los puños, hizo con ellos un movimiento de bombeo. Surgieron las garras.
Sin otro ruido que el de las uñas en la pared, comenzó a trepar, sombra sobre sombra, deslizándose hacia arriba por la superficie del edificio. Su respiración no era tensa. Por debajo de la oscuridad, no había expresión en su cara. Este era el lugar. El automóvil que lo había traído estaba aparcado en la playa abajo. No había la menor prisa. La noche era joven. El conductor esperaría.
Evitó las ventanas, aunque la mayor parte de ellas estaba ya a oscuras. Hizo una pausa bajo el balcón del primer tramo elevado mientras escuchaba.
Nada.
Levantó la cabeza y examinó la zona.
Vacío.
Siguió trepando hacia la izquierda; un viento ligero lo acariciaba a su avance. Un pájaro asustado emitió un único graznido y abandonó su nido desvaneciéndose en la noche a sus espaldas.
Al llegar al segundo tramo disminuyó la velocidad de su marcha y repitió la operación. Había estudiado un mapa de la torre; conocía la localización de los cuartos; también sabía que las ventanas estaban enrejadas. Sería más sencillo y más rápido abrir la puerta de un solo puntapié y entrar tan sorpresivamente como fuera posible...
Se detuvo para escuchar por debajo del tercer tramo, se movió para observarlo y luego se irguió y pasó por sobre la barandilla. Al hacerlo una figura surgió del pozo de la escalera a su derecha, inhaló el humo de un cigarrillo recién encendido, lo dejó caer y lo pisó. Agazapado como un búho sobre la barandilla vio que la pequeña figura ahora inmóvil también lo observaba. Un solo brinco, un solo movimiento de sus manos y todo habría acabado...
—Buenas noches, Archie —dijo una voz con suavidad.
Se abstuvo. Colocó la mano derecha sobre la barandilla a su lado.
—No creo haber tenido el placer —respondió su ronca voz.
—Es cierto, nunca nos conocimos. Sin embargo he visto tu fotografía junto con varias otras de nuestros colegas. Pensé que quizá tú habrías visto la mía en circunstancias algo parecidas.
Una cerilla relumbró. Archie miró la cara.
—Me es familiar, sí —declaró—. El nombre, sin embargo, se me escapa.
—Me llamo Timyin Tin.
—Vaya, entiendo que nos encontramos aquí con el mismo propósito. Ya puedes irte. No necesito ayuda.
—No nos encontramos aquí con el mismo propósito.
—No comprendo.
—Considero que esta tarea me pertenece. Tu presencia, aunque no sea tu culpa, me ofende. Por tanto, te pido que te vayas y dejes este asunto en mis manos.
Archie rió en silencio.
—No tiene sentido discutir quién ha de matarlo.
—Me alegro de que pienses así. Te deseo las buenas noches entonces y con eso se termina la cuestión.
—No es eso lo que quise decir.
—¿Qué quieres decir entonces?
—Tengo mis órdenes. He sido condicionado para odiar a ese hombre. No, la tarea me pertenece. Vete tú. Será llevada a cabo.
—No puedo irme ¡ay! Es para mí una cuestión de honor.
—¿Crees que eres el único en abrigar esos sentimientos?
—Ya no.
Archie se movió ligeramente sobre la barandilla. Timyin Tin se volvió hacia la derecha.
—¿No deseas poner fin a esto?
—No. Tampoco tú ¿no es así?
—Es cierto.
Archie flexionó los dedos aprontando sus garras.
—Entonces es demasiado tarde para ti —dijo y brincó hacia adelante.
Timyin Tin retrocedió y se volvió flexionando las rodillas, manos abiertas, dedos extendidos, palmas enfrentadas hacia adelante en el nivel de los hombros. Archie giró, mano derecha cruzada sobre el pecho, dedos curvados hacia fuera, pulgar levantado, mano izquierda extendida, el peso sobre la pierna izquierda, pierna derecha flexionada. Timyin Tin se volvió hacia un costado, mano derecha en la vecindad del hombro izquierdo, la izquierda cruzada por sobre el cuerpo y trasladada hacia adelante, dedos en una nueva posición.
Archie amagó un golpe con el pie, cortó dos veces el aire con la mano derecha y asumió inmediatamente una posición defensiva con los brazos cruzados. Timyin Tin había retrocedido, brazos paralelos y extendidos hacia adelante, con las manos en un movimiento de rotación. Archie se había quedado corto en la evaluación de su contrincante y había errado sus golpes. Ahora asumió una nueva posición: cabeza hacia atrás, brazos levantados, pierna derecha extendida. Timyin Tin formó un cesto con los brazos por delante y se inclinó ligeramente hacia adelante girando.
—Esta vez casi me atrapas —dijo Archie.
El hombrecito sonrió al tiempo que los dedos de la mano izquierda asumían una nueva configuración y el hombro descendía dos centímetros y medio. Archie cambió de prisa la posición del brazo izquierdo y movió los pies para lograr un nuevo estado de equilibrio.
Timyin Tin se abanicó la cara lentamente con la mano derecha mientras bajaba la izquierda con los dedos curvados hacia arriba. Archie dio un salto mortal hacia atrás y avanzó asestando un golpe con el pie. Timyin Tin paró el puntapié con un movimiento hacia arriba del brazo izquierdo que hizo hacer al hombrón una voltereta en el aire que él prolongó voluntariamente hasta quedar fuera de tiro y asumir una posición agazapada de defensa que abandonó luego moviendo las manos de prisa. Trazó luego un círculo hacia la izquierda pasando por docenas de posiciones con una velocidad enceguecedora. El cuerpo de Timyin Tin lo siguió fluidamente; sus manos parecían moverse con mas lentitud, pero siempre asumían la actitud adecuada.
Finalmente Archie hizo una pausa y quedó inmóvil enfrentándolo. También Timyin Tin se detuvo frente a Archie, que hizo un único movimiento con la mano derecha. Timyin Tin se lo devolvió como un espejo. Durante medio minuto permanecieron perfectamente inmóviles. Entonces Archie volvió a mover la mano derecha. Timyin Tin movió la mano izquierda. Se observaron mutuamente durante medio minuto más; luego Archie volvió la cabeza. Timyin Tin se tocó la nariz. Una expresión de desconcierto apareció en la cara de Archie. Luego se inclinó lentamente y apoyó la palma de la mano izquierda sobre el suelo. Timyin Tin hizo girar la mano izquierda, palma hacia arriba, y la llevó tres centímetros hacia adelante. Archie hizo aletear sus orejas y preguntó:
—¿Cuál es el sonido de una mano que aplaude?
—Una mariposa.
Archie se irguió y dio un paso adelante. Los ojos de Timyin Tin se estrecharon. Permanecieron en esta posición un minuto entero.
Timyin Tin dio rápidamente dos pasos a la izquierda y lanzó un puntapié al aire. Retorciendo el cuerpo y echándose hacia atrás, Archie evitó por una fracción de segundo la adopción de una posición que habría convertido su mandíbula en blanco del puntapié. Con ambos brazos extendidos, garras en plena flexión, giró dos veces recobrando al mismo tiempo el equilibrio. Por entonces Timyin Tin había dado dos pasos adicionales hacia la izquierda.
El sudor bañaba la frente de Archie cuando se inclinó hacia adelante e inició un amplio movimiento en círculo alrededor del hombrecito; con las garras curvadas, arañaba ligeramente el aire.
Timyin Tin se volvía lentamente para seguirlo; su mano derecha parecía colgar exánime en el nivel del hombro. Cuando Archie estuvo a punto de saltar, hizo una reverencia muy baja. Archie se abstuvo e hizo una pausa.
—Por cierto, ha sido un placer —observó.
—También para mí —respondió Timyin Tin.
—Parece que flores blancas cayeran sobre mi mortaja. Tus manos están tan pálidas.
—Para abandonar el mundo en primavera con flores como cortejo de honor debe reinar la paz.
Timyin Tin se irguió lentamente. Archie comenzó a trazar con la mano izquierda la lenta figura de un ocho, haciéndola avanzar de manera gradual. Puso en tensión la derecha.
Timyin Tin dio súbitamente dos pasos hacia la izquierda. Archie se movió como si fuera a trazar un círculo en la dirección de las agujas del reloj y, cuando el otro comenzó a girar, lo siguió de prisa. Una brisa fresca los bañó a ambos cuando Archie comenzó a lanzar un puntapié con la pierna izquierda, pero lo pensó mejor, trasladó su peso y atacó con la pierna derecha. Timyin Tin extendió ambas manos con las palmas hacia abajo y luego, lentamente, empezó a bajar la derecha. Archie movió la cabeza en un lento círculo. Luego sus hombros iniciaron un contramovimiento. Sus manos trazaron dibujos una en torno de la otra avanzando, retrocediendo, atacando...
Timyin Tin se inclinó hacia la derecha y luego hacia la izquierda mientras se mano derecha todavía seguía descendiendo con extrema lentitud. Volvió a inclinarse hacia la izquierda...
—¿Cuál es el color del trueno? —le preguntó Archie... Luego hacia la derecha, la mano todavía en descenso.
Archie lanzó otro puntapié y luego embistió, garras extendidas; sus manos describían amplios semicírculos una en torno de la otra.
Timyin Tin echó atrás la cabeza sobre el hombro mientras su pierna izquierda se dirigía igualmente hacia atrás. Su cuerpo se volvió de lado mientras su mano izquierda se convertía en una V que cogió a Archie por debajo de la axila izquierda. Su mano derecha ascendió hacia la entrepierna del otro. Sólo por un instante sintió su peso mientras se volvía a la izquierda. Luego Archie desapareció en la noche por sobre la barandilla.
—Contemplad —contestó Timyin Tin.
Varias veces le latió el corazón se quedó contemplando la noche. Luego volvió a hacer una reverencia.
De una costura exterior de la pierna derecha del pantalón, extrajo un tubo del diámetro de un lápiz. Por un momento lo sopesó en la mano y luego apuntó con él al cielo. Apretó un botón en uno de sus lados y de su extremo surgió un delgado rayo rojo.
Con un movimiento de la muñeca, dirigió el rayo hacia la barandilla. Rebanó una delgada línea a través de diez centímetros de piedra. Lo apagó y se dirigió al lugar donde había trazado la incisión. Pasando el pulgar a lo largo de la ranura, miró hacia abajo por sobre la barandilla por primera vez. Hizo una señal de asentimiento y se apartó volviendo a guardar el tubo en su bolsillo.
Se dirigió en silencio hacia las escaleras. Miró hacia arriba y por un momento su visión vaciló, pues el oscuro interior del pozo de la escalera le recordó un frío corredor de piedra de un edificio con el que otrora estuvo familiarizado.
Subió las escaleras lentamente manteniéndose junto al muro de la izquierda. Pasó por delante de una puerta y se trasladó hacia la siguiente.
Cuando hubo llegado a la puerta indicada, se detuvo. Por debajo de ella todavía brillaba una luz pálida. Tenía el tubo en la mano, pero aún se mantuvo inmóvil escuchando. Dentro había un ligero movimiento suave, el crujido de un mueble, silencio.
Levantó el arma y apuntó con ella cerca de la jamba, donde debía estar la barra. Luego se detuvo otra vez y la bajó. Se movió hacia adelante. Suave, muy suavemente, con extremada lentitud probó la puerta. No estaba cerrada con llave.
Dio un paso a un lado. Volvió a levantar el arma y la abrió de un empujón.
Se dejó caer de rodillas. El tubo se le cayó de las manos.
—No lo sabía —dijo.
Se inclinó hasta tocar el piso con la frente.