Uno
MIENTRAS pagaba la cuenta y daba satisfacción por los daños en su cuarto, Red fue abordado por el receptor de apuestas, un hombrecito de turbante que despedía un aroma exótico.
—Felicitaciones, señor Dorakeen —dijo—. ¡Vaya, qué buen aspecto tiene esta mañana!
—Ocasionalmente lo tengo —contestó Red volviéndose—. Rara vez recibe atención especial, sin embargo.
—Quiero decir, felicitaciones por su ganancia.
—¿Cómo? ¿Aposté algo?
—Sí. Apostó por usted mismo en el próximo movimiento pasado de la década negra, Chadwick contra Dorakeen. ¿No lo recuerda?
—¡Ay! —Se masajeó el puente de la nariz—. Sí, empiezo a recordar. Perdóneme, me encuentro todavía algo confuso por lo de ayer. ¡Qué idiotez haber...! Espere un minuto. Si gané, significa que anoche hubo un atentado fracasado contra mi vida.
—Así parece. Se recibió la noticia de que usted había salido ganador. ¿Quiere dinero en efectivo o lo acredito en su cuenta?
—Acredítemelo en mi cuenta. ¿De modo que no hubo detalles particulares?
—Ninguno. —El hombre exhibió un documento—. Si firma aquí, le daré un recibo y su ganancia será depositada.
Red garrapateo su firma.
—¿No hubo perturbaciones en la vecindad que pudieran tener relación con esto?
—Sólo los daños que, según tengo entendido, ocurrieron en su cuarto.
Sacudió la cabeza.
—Lo dudo. No hubo... restos.
—¿Querría hacer una apuesta sobre el quinto movimiento?
—¿Quinto? Sólo hubo tres contando el que acaba de pagarme.
—El registro señala que ha sobrevivido a cuatro atentados.
—Temo que no entiendo, y no voy a confundir todavía más las cosas con una nueva apuesta.
El receptor se encogió de hombros.
—Como guste.
Red cargó la mochila y se alejó. Apareció Mondamay llevando a Flores consigo.
—Sí, realmente fue estúpido —declaró Flores mientras se acercaban a la puerta—. ¡Hacer una apuesta!
—Acabo de admitirlo; claro que la persona que era yo ayer tenía un problema.
—Pues heredaste una parte nada desdeñable de él. Chadwick tuvo literalmente todo el tiempo del mundo para centrar su puntería sobre ti. ¿Crees que podremos cruzar la playa de aparcamiento?
Mondamay hizo coincidir sus circuitos con los de Flores.
Por cierto hoy tiene un aspecto algo diferente, dijo, pero ¿a qué se refiere cuando dice no ser el mismo que ayer?
No he estado con él lo bastante como para hacer observaciones que me permitan comprender el fenómeno, fue la contestación. Pero desde que lo conozco tuvo tres ataques semejantes y, en cada ocasión, al recobrarse, luce varios años más joven y actúa como si fuera alguien diferente.
Advertí que parecía más joven cuando lo vi en el S Once, pero no sabía de cierto a qué punto de su vida había llegado. Siempre había sido mayor cuando me visitaba en el pasado. ¿De qué edad?
Pasados los cincuenta, diría yo. Quizás esté tomando algún medicamento para rejuvenecer que le suministren más arriba en el Camino.
Carezco de programas suficientes sobre farmacología como para saber si un tal tratamiento podría producir como efecto colateral los ataques que padece en términos de una fase maníaca seguida de un cambio de personalidad.
—No creo que permanecer aquí sea menos peligroso que partir —contestó Red.
Háblame de los cambios de personalidad, dijo Mondamay. ¿Consisten en una irracionalidad temporaria o algo así? Me pareció algo cambiado desde nuestro último encuentro, pero no lo observé lo bastante esta vez como para llegar a alguna conclusión.
Parecen estables cada vez: un aspecto más juvenil, un mayor entusiasmo... Se muestra menos conservador, más dispuesto a correr riesgos, algo más veloz en las respuestas (mentales y físicas) y, quizás, un poco más cruel, arrogante, audaz... "Arrojado" es quizá la palabra adecuada.
Entonces ¿cabe la posibilidad de que esté por hacer algo... arrojado?
Creo que sí.
—Yo iré en busca del coche delante de ti, Red —declaró Mondamay adelantándose hacia la puerta de la recepción.
—No es necesario.
—De cualquier manera...
—De acuerdo.
—¿Dónde vamos? —preguntó Flores al salir al encuentro de una mañana soleada.
—Camino arriba.
—¿Para atacar a Chadwick?
—Probablemente.
—¿Al S Veintisiete? Es todo un recorrido.
—Sí.
No había nadie alrededor cuando fueron hacia el vehículo y entraron en él.
—Revisaré todos los sistemas antes del encendido —anunció Flores después de haber sido depositada en su nicho.
—Adelante.
—Red, tienes buen aspecto esta mañana —declaró Mondamay—, pero ¿cómo te sientes realmente? Oí sin querer que no recuerdas con claridad lo que hiciste ayer. ¿No crees que tendríamos que buscar algún lugar apartado del Camino donde pudieras descansar?
—¿Descansar? ¡Diablos, no! Me siento perfectamente.
—Quiero decir mentalmente, emocionalmente. Si la memoria te falla...
—No tiene importancia, no tiene importancia. No te preocupes. Siempre me siento algo confuso después de un ataque.
—¿En qué consisten esos ataques?
—No lo sé. No me es posible recordarlo.
—¿Qué los ocasiona?
Red se encogió de hombros.
—Vaya uno a saber.
—¿Se presentan en algún momento especial? ¿Siguen alguna secuencia?
—Nunca me fue posible discernir nada al respecto.
—¿Consultaste alguna vez a un médico?
—No.
—¿Por qué no?
—No quiero que me curen. Mi estado mejora cada vez que padezco un ataque. Despierto recordando cosas de las que me había olvidado; gozo siempre de una nueva perspectiva...
—Un momento. Me pareció que dijiste que tu memoria sufría una mengua en cada ocasión.
—En lo que a lo inmediato se refiere, así es. Pero en cuento al resto, gano terreno.
—Todos los sistemas en orden —anunció Flores.
—Perfectamente.
Red puso en marcha el motor y se dirigió a la salida.
—Me has confundido todavía más —declaró Mondamay en el momento en que evitaban a un individuo andrajoso vestido con la túnica de los cruzados, ganaban la autopista y pasaban junto a un viejo vehículo conducido por un joven que entraba en la playa de aparcamiento—. ¿Qué quieres decir con "en cuanto al resto"? ¿Qué recuerdas? ¿Tienes alguna idea sobre la naturaleza del proceso por el que atraviesas?
Red suspiró. Tomó un cigarro y lo mordió, pero sin encenderlo.
—Pues bien, recuerdo haber sido un viejo —comenzó—. Muy viejo... Caminaba por una tierra baldía y rocosa. Era casi de mañana y había niebla. Los pies me sangraban. Llevaba un cayado y andaba apoyado en él.
Trasladó el cigarro de una de las comisuras de los labios a la otra y miró por la ventanilla.
—Eso es todo —dijo.
—¿Todo? Eso no puede ser todo —irrumpió Flores—. ¿Estás tratando de insinuar que creciste hacia atrás para llegar a ser lo que eres, que por cierto yo desconozco? ¿Que comenzaste en la ancianidad?
—Eso es lo que acabo de decir. Sí —contestó Red fastidiado.
—Cuidado con la curva. ¿Quieres decir que no recuerdas nada en absoluto antes de ser el viejo que andaba por una tierra baldía? ¿O...? ¿Qué fue lo que recuperaste esta vez?
—Nada racional. Sólo unos sueños delirantes con formas que se movían alrededor de mí en la niebla y miedo y otras cosas por el estilo. Yo seguí adelante.
—¿Sabes dónde ibas?
—No.
—¿Te encontrabas solo?
—En un principio.
—¿En un principio?
—A cierta altura del camino tuve compañía. No recuerdo bien las circunstancias, pero había una anciana. Nos ayudábamos mutuamente en los lugares espinosos: Leila.
—Había una Leila contigo en una ocasión en que me visitaste años atrás. Pero no era una anciana...
—Esa misma. Nuestros caminos se han separado y vuelto a unir muchas veces, pero ella, al igual que yo, está sometida a un tiempo reversible.
—¿No tuvo ella intervención en tus relaciones con Chadwick?
—No, pero lo conocía.
—¿Tiene idea alguno de vosotros dos a dónde os dirigís con esa orientación del tiempo tan extraña?
—Ella parece creer que esta es sólo una fase de un ciclo vital más amplio.
—¿Y tú no lo crees así?
—Quizá lo sea. No sé.
—¿Sabe Chadwick todo esto de ti?
—Sí.
—¿Es posible que sepa más al respecto que tú mismo?
Red sacudió la cabeza.
—No hay cómo averiguarlo. Supongo que cualquier cosa es posible.
—¿Por qué razón te detesta tanto?
—Se quejaba de que mi partida arruinaba un buen trato comercial.
—¿Era cierto?
—Supongo que sí. Pero había cambiado la naturaleza de la empresa y ya no me resultaba tan interesante. De modo que eché a perder las operaciones y me fui.
—¿Pero él sigue siendo un nombre rico?
—Sumamente rico.
—Pues entonces sospecho que los motivos no son exclusivamente económicos. Quizá celos de tu creciente bienestar.
—Posiblemente, pero nada se resuelve con eso. Son sus objetivos lo que me preocupa, no sus motivos.
—Simplemente estoy tratando de comprender al enemigo, Red.
—Lo sé. Pero no hay mucho más que pueda decirte.
Se zambulló en el pasaje subterráneo y giró hacia la izquierda para ascender por la rampa de acceso. Una sombra que cubría el vehículo no desapareció cuando salieron ala luz.
—Tu cuarto estaba hecho un estropicio esta mañana —observó Mondamay.
—Sí, así es. Es lo que siempre ocurre.
—¿Y ese dibujo que parecía un carácter chino trazado a fuego en la pared? ¿Suele ése ser el aditamento acostumbrado?
—No. Eso sólo era... un carácter chino. Significaba "buena suerte".
—¿Cómo explicas su presencia?
—De ninguna manera. No me es posible. Fue algo extraño.
Mondamay emitió un sonido quebrado de tono sumamente alto.
—¿Qué es lo que te hace gracia?
—Recuerdo algunos libros que una vez dejaste... con ilustraciones que tuviste que explicarme.
—Me temo que...
—Figuras con leyendas.
Red volvió a encender el cigarro.
—No le veo la gracia —dijo.
La extraña sombra se adhería a la caja del camión, Mondamay silbó otra vez, Flores comenzó a cantar.