Uno
RED había encargado bandejas de comida —grandes trozos de carne vacuna y puercos enteros— y estaba sentado atragantándose y balanceándose; de vez en cuando se ponía de pie y se paseaba, se detenía y jadeaba junto a la ventana enrejada. La noche estaba fresca. La luna, que todavía no se había remontado, empalidecía al oriente. Se enjugó la boca con el dorso de la mano y emitió extraños sonidos con la garganta.
Durante medio minuto se presionó los ojos con la palma de las manos. Luego se las miró fijamente un tiempo prolongado. La luz parecía volverse más brillante, pero él sabía que no era así. Se arrancó el resto de ropas que le quedaban y volvió a concentrarse en la comida deteniéndose sólo para enjugarse el sudor que le impedía la visión.
Las luces comenzaron a bailar. La realidad parecía presentarse y ausentarse en sucesivos fulgores coloreados. El calor era abrumador...
Sintió que el cambio comenzaba.
Volvió a echarse en la cama y permaneció inmóvil aguardando.
Llegó un sonido como el del viento en un trigal y todo parecía estar dando vueltas.