Epílogo

 

 

Escribo estas últimas líneas desde la terraza de mi refugio de montaña en Colungo, en la sierra de Huesca. Anochece y una luz anaranjada cubre el horizonte. La visión de la naturaleza desplegada ante mis ojos me dice que la vida tiene mucho que ofrecernos, tanto que si abriésemos la mente a todo ello nuestro cerebro no lo podría asimilar: «se colapsaría de tanto goce, de tanta sincronía neuronal», tal y como lo definen los neurólogos.

Ahora mismo me viene a la mente Ana Amalia Barbosa, la profesora tetrapléjica, y su ejemplo abre una grieta en mi mente por la que se cuela la certeza de que todos podemos ser tan felices como deseemos.

La vida ofrece infinitas posibilidades de disfrutar, y aquí mismo, ahora que se cierra la noche en Colungo, entro en un estado de abundiálisis. Sé que seré inmensamente feliz hasta que me muera.

La mente es flexible, y si practico con perseverancia, mis neuronas se acostumbrarán a transitar por los canales de la armonía. Cualquier perturbación emocional es fruto de una visión errónea, de la carenciálisis, que no es más que humo, ideas absurdas que puedo apartar.

Una y otra vez insistiré en dominar mi mente como si de un joven caballo se tratase. Partiendo del encabritamiento propio de la neurosis llegaré a la fluidez gloriosa del cerebro para lograr su mejor rendimiento.

Con una mente cognitivamente engrasada, potenciaré todas y cada una de mis facetas vitales a un nivel casi sagrado. Podré repasar mi vida y apreciar que es grande.

Todos mis avatares —goces o adversidades— serán aventuras con las que crecer y hacerme más fuerte y feliz. Hasta la enfermedad será un camino más hacia la plenitud.

Querido lector: te espero en el camino de la plenitud racional. No importa lo que tardes en recorrerlo; lo que cuenta es avanzar a un ritmo constante. No te detengas. Irás haciendo músculo mental y la vida se irá abriendo ante ti como un cerezo en flor. Ve puliendo tu mente. Sintonízate con la armonía una y otra vez. Escribe poemas a cada paso. Procura no pelearte ni indignarte jamás. Que la incomodidad sea terreno fértil para ti. El planeta te agradecerá tu nueva actitud vital y te recompensará con sus múltiples tesoros.

Te veo por aquí.