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Liberarse de los malos hábitos

 

 

Un hombre muy devoto iba a misa todos los días y cumplía con todas las normas de la Iglesia. En una ocasión se produjo un diluvio y las calles y las casas de su ciudad se anegaron. El hombre subió a la azotea de su hogar, pero el nivel del agua subía más y más. Allí arriba, de rodillas, le pidió ayuda a Dios.

Al poco, apareció una barca militar. Un soldado le ofreció subir a bordo.

—No, gracias. Dios me salvará —dijo el beato.

Poco después, el agua cubrió también la azotea y el hombre tuvo que ponerse a nadar. Al cabo de una hora, otro bote pasó por allí. Esta vez le lanzaron un chaleco salvavidas, pero él lo rechazó.

—No, gracias. Dios me salvará —gritó desde el agua.

Al final del día, un helicóptero con un potente foco lo descubrió nadando ya exhausto. Inmediatamente, tiraron una cuerda para rescatarlo.

—No, gracias. Dios me... glu, glu, glu.

El beato, agotado, se hundió y desapareció en las aguas.

Cuando se despertó, estaba delante de Dios.

—Señor, ¡dijiste que me salvarías pero me dejaste morir! —exclamó quejoso.

—Lo intenté —dijo Dios—, pero rechazaste mi ayuda.

—¡No fue así! —dijo el beato.

—Mira —explicó Dios—. ¡Te envié una barca, un salvavidas y hasta un helicóptero! ¡Si eso no es ayuda, no sé qué puede serlo!

 

 

Paula tenía el hábito de practicar sexo de forma compulsiva. Era una mujer muy guapa e inteligente, médico, y hacía uso de su soltería retozando todos los días con alguno de sus muchos amigos con derecho a roce. Y en ocasiones lo hacía con dos hombres diferentes en un mismo día. Pero, según me contó, con muchos de ellos no disfrutaba. Lo percibía más bien como algo rutinario; cuando esos ligues abandonaban su casa, se liberaba: ¡por fin sola! Aunque prefería ese entretenimiento compulsivo que el vértigo de no tener nada que hacer.

Durante la primera sesión me confesó:

—¡No sé por qué lo hago! Me doy cuenta de que se trata de una compulsión, como quien se da atracones de comida.

—Yo creo que sí lo sé, Paula. Lo haces porque esas noches sientes que necesitas la distracción del sexo. Si no dispones de esa aventura, te sientes vacía. Tienes el típico miedo a la no-acción —le indiqué.

—¡Tienes razón! ¡Tengo justo esa sensación! Si me falla uno de mis ligues, tengo que buscar rápidamente a otro en mi agenda porque siento que piso en falso —reconoció—. Pero ¿cómo lo supero?

—Pensando correctamente. Yo te enseñaré.

Todos nos hemos visto arrastrados alguna vez por la fuerza de un hábito nocivo, como devorar comida basura, quedar con gente que no nos conviene o jugar a videojuegos en vez de hacer algo productivo. Decimos que son compulsivos cuando realizamos estas acciones para llenar un vacío neurótico, es decir, un vacío que no existe.

Los hábitos «llena-vacíos» nos impiden tener una vida realmente fascinante, ya que estas conductas —al ser compulsivas— acaban siendo grises, «rutinarias», como decía Paula, más una obligación que algo que se escoge libremente. Y muchas veces nos pueden ocasionar problemas serios, como el juego patológico, el sexo arriesgado o engordar de forma poco saludable.

Pero lo cierto es que casi todos tenemos algún mal hábito de ese tipo, aunque sea menor. Veamos cómo liberarnos de ellos de una vez por todas.

 

 

TOCAR LA PIEDRA DEL PODER

 

En una película de Indiana Jones, el intrépido profesor iba en busca de unas piedras que otorgaban un poder descomunal. Látigo en mano, recorría la selva y arriesgaba la vida con valentía. El premio valía la pena. Paula y yo fuimos también en busca de «las piedras del poder». A diferencia de las de Indy, las nuestras eran reales y otorgaban fuerza emocional y una vida emocionante, dulce y plena. Además, con sólo tocarlas, eliminaban las costumbres o hábitos nocivos.

La piedra del poder emocional representa al «gran amor por la vida». Para activarla tenemos que focalizarnos en buscar SIEMPRE la alegría de hacer TODO con pasión, incluidas las pequeñas cosas, las simples actividades cotidianas.

Las personas que sienten la necesidad de hacer actividades «llena-vacíos», tienen que renunciar a ello en el momento de la compulsión, apostar por una vida más plena y orientarse hacia la pasión por las pequeñas cosas. El siguiente esquema ilustra el proceso a seguir:

 

 

El penúltimo doble paso es el más importante: «sustituir por la alegría en lo pequeño» junto con «apostar por una vida más plena». Para cumplimentar ese paso, a mis pacientes les ayuda llevar a cabo una meditación/visualización que podemos hacer caminando mientras escuchamos música. Me estoy refiriendo a «la visualización de la vida plena» que detallé en mi libro Las gafas de la felicidad.

Se trata de convencerse a uno mismo —visualizando— que podemos aprender a disfrutar de cada uno de los nueve ámbitos de nuestra vida hasta extremos que nunca habíamos imaginado: de trabajar con pasión, del amor a la familia, del deporte, del ocio, de las amistades, de la espiritualidad, del aprendizaje, de la pareja y de la amistad.

En nuestra imaginación, nos vemos gozando de cada pequeña cosa porque prestamos atención a lo que tenemos entre manos. ¡Les sacamos jugo a todas nuestras facetas! ¡Nos proponemos tener grandes vidas! ¡Ésa es la verdadera piedra del poder de la vida!: aprender a emocionarse con todo. ¡Donde esté la piedra del poder, que se quiten las grises compulsiones!

En esta visualización hay un momento en que nos podemos ver con un álbum de fotos en las manos. Se lo mostramos a alguien y le explicamos la vida que tenemos: ¡qué relaciones familiares más deliciosas!; ¡qué vida de ocio en la montaña, en el mar, en el cine o en salas de conciertos!; ¡cómo gozamos en el trabajo!...

Mis pacientes aprenden a hacer «la visualización de la vida plena» cada vez que se les pasa por la cabeza un hábito compulsivo. Acto seguido, llevan a cabo el segundo paso: escoger una tarea cualquiera para realizarla con pleno disfrute.

Estas dos actividades —la visualización y llevar a cabo una tarea pequeña— sustituyen de forma efectiva a cualquier compulsión. ¡Comprobado! Esta simple maniobra en dos pasos eliminará la sensación de vacío y nos permitirá descubrir todo un conjunto de nuevos hábitos mucho más constructivos.

 

 

GLORIOSOS DOMINGOS POR LA TARDE

 

En mi libro Las gafas de la felicidad hablé también de la «neura del domingo por la tarde», una depre muy extendida en todo el planeta que se reduce a sentirse mal cuando se acaba el fin de semana porque parece que ya no hay nada que hacer, que algo se muere.

Yo la experimenté algunas veces en mi juventud, pero desde hace muchos años está más que enterrada. Las personas que todavía la sufren lo hacen porque sienten ese vacío absurdo, ese miedo a no hacer nada. El mismo temor que despierta los hábitos nocivos del sexo o el juego compulsivo.

Sin embargo, mis actuales domingos por la tarde son gloriosos, uno de mis momentos favoritos de la semana. Suelo quedarme en casa, me preparo una buena taza de té y sintonizo mi canal de radio preferido. Con este escenario fantástico, enciendo el ordenador y escojo alguna tarea que me apetezca hacer. Muchas veces se trata de tareas mecánicas, como ordenar archivos o responder e-mails, pero lo hago disfrutando intensamente del momento: té humeante, buena música y dulce trabajo constructivo. Junto al ordenador siempre tengo papel y boli para anotar el título de las canciones que me descubre el programa de radio. Luego las busco en Spotify y las añado a mi biblioteca de música.

Más o menos a los cuarenta y cinco minutos me tomo un merecido descanso para distraer la mente: miro mi facebook, escribo algún whatsapp simpático a un amigo o salgo a la calle a dar un pequeño paseo. Mis tardes de domingo son deliciosas y provechosas. Todo lo opuesto al vacío absurdo que lleva al hábito compulsivo. El secreto es aprender que cada sencillo instante de nuestra vida puede ser glorioso. Tan sólo hace falta ponerle pasión y amor al momento presente, valorar las pequeñas tareas, darse cuenta de que depende de nosotros hacerlas «gloriosas».

 

 

UNA VIDA MÁS PLENA

 

La gran motivación para zafarse de los hábitos negativos es pensar que, eliminándolos, estaremos más cerca de llevar una vida mucho más plena. Si a partir de ahora abandonamos las actividades «llena-vacíos» para alimentar el amor por la vida, ¡a lo grande!, nos dirigiremos hacia un gran destino.

Así lo hizo Paula. Le resultó fácil abandonar el sexo descabezado cuando se dio cuenta de que podía sustituirlo por algo mucho mejor: ser mucho más feliz en general, llenar su vida sólo de actos significativos que la impulsaran hacia la plenitud. ¡Trabajar cada instante por una vida dulce, intensamente preciosa!

Cada noche, al llegar a su casa, pensaba lo siguiente: «Voy a tener una vida maravillosa, interesante y plena. Y lo puedo conseguir desde ya mismo contribuyendo con una tarea pequeña realizada con amor». Y se visualizaba durante unos diez minutos en lo que iba a ser su nueva vida de seguridad y fortaleza. En sólo unas semanas ni se acordaba ya de la compulsión. Así de fácil.

El siguiente esquema resume una vez más los dos pasos para acabar con los hábitos inadecuados:

 

 

 

UNA VIDA APASIONANTE, SIEMPRE

 

Otro paciente, un chaval de diez años, inteligentísimo, me decía lo siguiente:

—A veces me siento mal porque desearía vivir en el mundo de Harry Potter. Me encantaría vivir en Inglaterra, en una escuela para magos. Y cuando veo que estoy aquí, en Barcelona, me entristezco.

Y no en pocas ocasiones ha habido personas que me han preguntado:

—Rafael, ¿no es cierto que, después de la juventud, la vida es aburrida? Porque ya lo has descubierto todo y no queda más que repetición y tedio.

A todos los que piensan que la vida adulta es monótona les respondo que eso es así sólo porque se convencen de ello. Y esto hace que no activen la ilusión por lo que tienen entre manos. Lo único cierto es que cuanto mayores somos, MÁS oportunidades de gozar hay.

Sólo por poner un ejemplo: yo, de niño o de joven, ni sospechaba lo increíble que podía llegar a ser el trabajo, la ciencia y el estudio. Ese intensísimo goce sólo lo he podido adquirir en la edad adulta porque únicamente ahora mi mente es capaz de apreciar mis oportunidades y las maravillas de la vida fugaz.

Si nos apasionamos con nuestras tareas, por pequeñas que sean, si nos planteamos metas estimulantes, pequeños retos, si hacemos las cosas con amor... la vida es una aventura maravillosa ¡siempre y en todo lugar! ¡Hasta el extremo que uno quiera!

Hace años que ya no tengo «pasatiempos». No pierdo el tiempo jamás, en el sentido de que mi vida está llena de tareas apasionantes: cosas que hacer con amor para contribuir a mi felicidad. Por supuesto que descanso y me divierto, pero no se trata de matar el tiempo sino de tomar fuerzas para volver a mi apasionante vida. ¡Ahora disfruto mucho más que cuando era niño o joven porque conozco muchas formas de ponerle amor a la vida!

También ha desaparecido de mi vida la experiencia del aburrimiento. Por ejemplo, cuando viajo en tren o en avión, lo normal es que en las salas de espera esté frente a mi ordenador, enfrascado en algo interesante. Me pongo los auriculares con mi música favorita, con un café a un lado, y paso fantásticas jornadas de... ¡espera! ¡Viajar es apasionante incluso durante los tránsitos!

Todos los momentos pueden ser gloriosos si nos concentramos con ilusión en el amor por la vida y en las diferentes tareas que pueden iluminarla. No necesitamos ningún hábito nocivo porque no hay ningún vacío. La vida está siempre llena.

 

En este capítulo hemos aprendido:
 
• Los hábitos «llena-vacíos» buscan tapar un vacío interior absurdo, que es un miedo a no hacer nada, a aburrirse.
• La clave para acabar con esos hábitos consta de dos pasos:
a) Ser ambicioso y querer tener una vida muy dulce e intensa.
b) Activar el amor por las pequeñas tareas.