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Aprender a decir «no»

 

 

Un día el rey llevó a su maestro de cetrería dos magníficas crías de halcón que le habían regalado. Con mucha ilusión, le dio órdenes para que los adiestrase para la caza.

Pasados unos meses, el instructor le entregó al rey un halcón perfectamente amaestrado, pero le comunicó que el otro era defectuoso y no conseguía aprender. No se había movido de la rama desde el día de su llegada; no cazaba y había que llevarle el alimento despiezado a la boca.

El rey llamó a todos los sanadores del reino pero nadie pudo hacer volar al ave. Enrabietado, publicó un edicto ofreciendo una recompensa a cualquiera que fuese capaz de lograrlo.

A la mañana siguiente, desde la ventana de sus aposentos el rey vio volar grácilmente al halcón por los jardines del palacio.

Traedme al autor de este milagro —pidió el rey.

Y, para su sorpresa, le pusieron delante a un sencillo campesino.

—¿Cómo hiciste volar al halcón? ¿Empleaste alguna suerte de magia?

Intimidado, el hombre respondió:

—No fue difícil, majestad. Sólo corté la rama y el pájaro, antes de caer al suelo, comenzó a volar.

 

 

En el mundo de la psicología existen tratados enteros sobre el espinoso tema de saber decir «no». A muchas personas les cuesta horrores negarle algo a los demás. Al parecer, los japoneses experimentan especialmente esa dificultad y su vida es más complicada por ese motivo.

Pero lo cierto es que a todos nos ha afectado alguna vez este problema. Amigos que nos piden dinero, familiares que nos invitan a un bautizo... requerimientos que nos cuesta rechazar y que acabamos aceptando sólo porque no sabemos decir «no». Y una y otra vez nos encontramos con que nos arrepentimos de haber prestado ese dinero o de estar en una ceremonia absurda vestidos con un traje que odiamos.

Vamos a ver aquí algunos principios cognitivos que nos permitirán mejorar nuestra habilidad para decir «no». Básicamente se trata de comprender que:

 

a) Nadie puede hacer feliz a nadie
b) Lo mejor que podemos dar a los demás es alegría
c) Las mentirijillas forman parte de la vida
d) Aceptar un «no» es la mejor prueba de amistad

 

 

NADIE PUEDE HACER FELIZ A NADIE

 

Éste es uno de los principios fundamentales de la psicología racional: nadie puede hacer feliz a nadie. Y este hecho está en la base de la capacidad de decir «no».

Como hemos visto, la salud mental se basa en la comprensión profunda de que necesitamos muy poco para estar bien. Una vez cubiertas las necesidades básicas, la felicidad es algo mental: o activamos nuestra mente para estar genial o no lo hacemos. En realidad, sólo depende de nosotros.

Un error típico que solemos cometer es pensar que si vamos a visitar al abuelo a la residencia... le haremos feliz. ¡Falso! La plenitud del abuelo sólo depende de él. Más bien, de su mente. Una persona realmente fuerte no necesita migajas emocionales de nadie. Y, por el contrario, para un individuo débil, no hay atenciones suficientes en el mundo para sacarle de la depresión.

Las personas adultas —se empieza a serlo a partir de los doce años— dejamos de necesitar a los demás. ¡Y eso es genial! Porque a partir de entonces se abre una enorme capacidad para disfrutar y colaborar, amar y compartir: ¡sin dependencias absurdas!

El hecho de que «nadie necesita a nadie» conlleva que sea innecesario hacer favores o cumplir las expectativas de los demás. Las personas que nos piden cosas no las necesitan, lo sepan o no. Podemos negarnos con total tranquilidad. Su felicidad no depende de ello.

 

 

LA ALEGRÍA, EL MEJOR REGALO

 

Por otro lado, la mejor ayuda que podemos prestarle a alguien es estar radiantes y felices y contagiarle parte de esa energía. De esa forma le estamos mostrando el camino de la fortaleza mental mediante el ejemplo. Y eso implica cuidarse a uno mismo.

En vez de pensar que el abuelo te necesita, piensa que él sólo necesita activar su propia fortaleza mental; muéstrale con tu optimismo, con tu racionalidad, que él también puede lograrlo con sus solas fuerzas, que son las únicas que valen. Cuando quedéis para comer o dar un paseo, muéstrale lo bello que es vivir a través de tu sonrisa. No caigamos en la creencia irracional de que algo distinto a nuestra propia mente juega un rol en la felicidad.

Por estas dos razones —nadie necesita a nadie y el mejor regalo es la alegría—, podemos decir «no» en cada momento de nuestra vida, porque los demás no necesitan de nuestra ayuda. También podemos decir «sí» y ser altruistas, pero, como veremos a continuación, se tratará de actos de colaboración, no de arrogante asistencia.

 

 

Las ONG

 

Cuando expongo estas ideas racionales en público muchas veces me preguntan acerca de las ONG, ya que estas organizaciones se dedican a la «ayuda». Yo creo que hay que tener mucho cuidado con ellas porque a veces entran en comportamientos irracionales.

Desde un punto de vista cognitivo, nadie necesita a nadie —excepto los niños pequeños, claro—. Los países africanos, por ejemplo, no necesitan ayuda, ni los indigentes, ni los drogadictos, ni los parados... Ni nadie tendría por qué prestarles ninguna asistencia. Los humanos somos como cualquier otro animal en libertad: tenemos sobradas capacidades para obtener todo lo que necesitamos. ¡Todos y cada uno de nosotros! Otra cosa es la justicia: ¡eso sí que nos conviene!

Lo ideal en la ayuda al Tercer Mundo sería dejar de expoliarlos, de colocar títeres en los gobiernos y de azuzar guerras. Pero eso no es ayuda: es justicia, amor y racionalidad, que es donde las ONG podrían desempeñar un trabajo excelente. Es mejor ir a la raíz del problema que poner tiritas en heridas que se desangran.

Pero a muchas personas pertenecientes a ONG les encanta pensar que ayudan a los «necesitados», como un regalo de Dios, y eso les hace sentirse superiores. Éste es un enfoque neurótico.

Otro ejemplo son los subsidios de desempleo que tenemos en España. No es una «ayuda», sino sanos mecanismos que organizamos entre todos para facilitarnos la transición de un empleo a otro, por lo que se trata más bien de una «colaboración».

Otra cosa es la cooperación. ¡Eso sí me gusta! Yo he trabajado sin cobrar dinero en organizaciones cooperativas. Durante un tiempo eché una mano en un albergue para indigentes, en su mayoría alcohólicos graves. Y puedo asegurar que lo que obtuve de ellos fue mucho más que lo que yo les aporté. Aprendí muchísimo de esas personas, de su modo de vida, de su problemática. Además hice amigos increíbles entre los otros voluntarios. En ningún momento sentí que «ayudaba» a nadie: aprendía y ejercía una labor social que quizá un día necesite yo.

Y lo mismo se aplica a mi queridísima organización de los Voluntarios de Sant Joan de Déu, el hospital infantil de Barcelona. Les doy formación de vez en cuando, pero considero que en realidad es un intercambio por la labor que realizan: les enseño claves de la cooperación racional, conozco a personas maravillosas y, por último, contribuyo a una asistencia que quizá algún familiar mío necesite algún día.

Sé que distinguir «ayuda» de «colaboración» no es fácil, pero vale la pena el esfuerzo porque la filosofía de fondo lo cambia todo. Veamos algunos detalles al respecto:

 

• Colaborar es pasarlo bien, crecer y aprender.
• La colaboración evita hacer por el otro lo que éste podría hacer por sí mismo.
• Colaborar implica que el otro tiene fuerza y también entrega mucho a cambio.
• Ayudar, sin embargo, implica que el otro no sabe o no puede; que somos superiores al «ayudado» o dependientes del que «nos ayuda».

 

El ejemplo claro de «ayuda nociva» es el de esas madres —yo he conocido a muchas— que se afanan por hacerles todo a sus hijos, más allá de la edad razonable, para tenerlos siempre bajo sus faldas, rehenes de su asistencia. Esas madres desean secretamente que sus hijos no crezcan. Con sus maniobras superprotectoras están criando chicos neuróticos y dependientes.

 

 

Las responsabilidades confundidas

 

En muchas familias se da continuamente ese tipo de «ayuda nociva» y se acaba con un panorama de responsabilidades confundidas. Pondré un ejemplo.

Una madre despierta todos los días a su hijo para ir a la escuela, y eso que ya tiene doce años. Un día el chaval le dice que le despierte una hora antes porque tiene un examen y quiere repasar. La madre se olvida y le llama a la hora habitual. El joven entra en cólera:

—Pero ¡qué desastre! ¡Te dije que me levantaras una hora antes! ¡Ahora voy a suspender el examen! ¡Eres lo peor!

En más de una ocasión he aconsejado a estos muchachos:

—Oye, ¿sabes una cosa? Si quieres que esto no vuelva a suceder, encárgate tú mismo de tus asuntos. Nadie mejor que tú sabe lo que es más importante en cada momento.

No hay que ayudar a los jóvenes —ni a los mayores— si eso impide que aprendan las habilidades que les corresponde: esto es fundamental en educación. Dejemos que sean completamente responsables de sus decisiones y experimenten así nuevos aprendizajes. Por supuesto que podemos dar consejos, pero dejemos que sean ellos quienes dirijan sus vidas. Pueden aceptarlos o no. En eso consiste la libertad.

Por cierto, en esas familias disfuncionales superprotectoras suele haber montones de cruces de responsabilidades. Por ejemplo, si el marido se echa una amante, la madre le cuenta entre lágrimas el problema a su hijo de doce años. Cuando se les indica el error, se excusan así:

—¡Es que necesitaba apoyo!

Estas personas harían bien en comprender que a su hijo no le corresponde ninguna responsabilidad en ese asunto. Es ella quien se tiene que encargar de sus problemas y su hijo de los suyos. El cruce de responsabilidades en la familia no es bueno para nadie.

Pero, claro, como en su filosofía personal creen que todos necesitan a todos, todo el tiempo, porque tienen tantas necesidades... al final la confusión, la debilidad, las obligaciones artificiales, los reproches y las exigencias están por todas partes. Todos debilitan a todos.

 

 

Muchas putas y mucho alcohol

 

Yo amo a mi padre. Es un hombre amable como pocos. Entrañable a más no poder. Pero si ahora, a sus más de setenta y seis años, decidiese empezar a ir con prostitutas y beber hasta reventar, yo no tendría ninguna objeción. ¡Es su vida y ésa sería su decisión soberana! Eso sí: no le financiaría su aventura. Creo que intentaría comprender el motivo de esa deriva y seguramente le sugeriría alternativas, pero si persistiese en ello, le daría un abrazo y le pediría que pusiese por escrito sus andanzas. ¡Seguro que no serían aburridas!

Todos somos libres de escoger nuestro camino. ¿Quién dice que mi padre debería vivir como un cartujo? ¿Acaso ésa es la receta de la felicidad? No lo es. ¡Y aunque lo fuera! Mi padre tiene derecho a ser infeliz si eso es lo que desea.

Cuando ayudamos a alguien, generalmente intentamos imponer nuestra visión del mundo y eso es poner restricciones a la libertad del que recibe la ayuda. Si yo le pagase a mi padre una subvención de dos mil euros al mes, no creo que le dejase que lo malgastara en putas y drogas. La «ayuda errónea» siempre intenta imponer el camino ideológico del que ayuda. Para ayudar así, es mejor colaborar y dejar que cada uno tome sus decisiones y las asuma.

 

 

BENDITAS MENTIRIJILLAS

 

Existe una frase, de cuyo autor no me acuerdo, que me gusta repetir: «Para estar bien contigo mismo tienes que decirte la verdad; para estar bien con los demás, no».

¡Menos mal que sabemos mentir! De hecho, las personas que no saben hacerlo —por ejemplo, los que sufren el síndrome de Asperger— pueden tener problemas por este motivo, ya que son capaces de decirle a una chica con sobrepeso que acaban de conocer: «Pero ¡qué gorda estás; nunca había visto a nadie así!».

De vez en cuando tenemos que decir alguna mentirijilla simplemente porque el mundo no es perfecto, ¡ni lo será nunca! No somos todo lo maduros que desearíamos y nos ofendemos con facilidad, nos ponemos absurdos, nos enfadamos y tenemos toda una miríada de reacciones neuróticas. Es normal.

Si somos inteligentes y flexibles, nos daremos cuenta de que es estúpido y contraproducente decir TODA la verdad en TODO momento. En ese sentido, a la hora de decir «no», bienvenidas sean las mentirijillas. Hay mucha gente que prefiere una negativa «indirecta» antes que la verdad a bocajarro.

Otro de los principios de la psicología racional es que no hay que exigirse nada a uno mismo, así que recurramos a las mentirijillas con toda tranquilidad. Si nos piden ayuda para una mudanza, es legítimo aducir que tenemos que trabajar todo el fin de semana. En la mayoría de los casos, el otro se imaginará que la verdadera razón es otra, pero preferirá la mentira suave a la verdad pura y dura.

 

 

Desdecirse no es tan malo

 

Desdecirse no es una costumbre muy aconsejable. Lo sé. Sin embargo, hay excepciones.

Tal vez por nuestra dificultad para decir «no» hayamos accedido a un plan que no nos apetece. Mi consejo es escribir un mensaje con una excusa y echarse atrás con la conciencia tranquila. Es posible que el otro se enfade ante el cambio de planes, pero la vida es así: imperfecta. Además, muchas veces cedemos ante la pesadez del amigo. Ahora se merece que le enviemos ese mensaje deshaciendo los acuerdos: por pesado.

Por lo tanto, aunque sea mucho mejor aprender a decir «no», a veces nos veremos en situaciones en las que es mejor recular, así que afinemos nuestra capacidad de poner excusas y desdecirnos de lo pactado. Si el otro es muy racional, entenderá nuestra maniobra. Si no, es su problema; que se relaje.

 

 

ACEPTAR UN «NO» COMO PRUEBA DE AMISTAD

 

Y una última estrategia para aprender a decir «no» es entender las negativas como maravillosas pruebas de amistad. Se trata de decirse: «Si mi amigo me quiere de verdad, no le importará que le niegue esto o lo otro». Un verdadero amigo no es aquel al que le mueve el interés, sino el amor. Si por el hecho de que le negamos algo material se enfada o nos retira su amistad, se trata de una falsa amistad. Y, en ese caso, ¿para qué mantener esa relación?

Diciéndole «no» a alguien ponemos a prueba su amistad. En ese sentido, negar favores es buenísimo.

 

 

Dejar una relación

 

Muchas veces me han preguntado cómo dejar una relación causando el mínimo daño posible. Mi consejo es que en el momento de dejarlo se ponga de manifiesto que un «no» a ser pareja abre una increíble puerta a ser buenísimos amigos. De la misma forma que le negamos un favor a un amigo pero le abrimos mil formas de colaborar.

Sé que esto de la «amistad posrelación» se dice con frecuencia y no consuela nada, pero eso es porque no es una propuesta sincera, intensa. Como veremos a continuación, si después de una relación de pareja nos entregásemos a construir la mejor relación de amistad del mundo, al otro no le dolería tanto.

El dolor del abandonado procede precisamente de que uno se dice que ha sido «abandonado», que lo ha perdido todo. Pero si se convence de que con el cambio se gana una relación sólida para toda la vida, la cosa es diferente.

Yo aconsejo decir —y sentir— algo así:

—Querida compañera de vida: te agradezco los maravillosos momentos que hemos tenido. Me han aportado mucho. ¡He ganado tanto con esta relación...! Ahora vamos a cambiar nuestra forma de darnos el uno al otro. Te propongo que, a partir de ahora, establezcamos una relación de amistad fantástica, como pocas se han visto. Para siempre. ¡Y no puedo decirlo más en serio! ¡Nuestra amistad va a ser un compromiso básico para mí!

»Nos tendremos el uno al otro como apoyos incondicionales (acicates y catapultas) para tener vidas superplenas. Yo estaré a tu lado en cualquier proyecto para que lo lleves a cabo con fuerza y alegría. Y, por otro lado, me tendrás para consolarte en las penas y para compartir las alegrías. ¡No habrás conocido una relación de amistad igual! ¡Te aseguro que valdrá la pena!

»Me comprometo a que ninguna pareja futura limite nuestra relación fraternal. Para que alguien esté conmigo, tendrá que aceptar esta condición. No permitiré que nadie ponga en peligro nuestra amistad.»

Una de las razones por las que duele tanto que alguien nos deje —sentimentalmente hablando— es porque creemos que se trata de «todo o nada»; pero si transformásemos la relación de pareja en una amistad extraordinaria, no experimentaríamos esa «pérdida total» porque no habría tal.

¿Y por qué hacemos esa tontería de borrar las relaciones pasadas, de hacerlas desaparecer? Si las mantuviésemos como activos esenciales de nuestra vida sería maravilloso: ¡nadie nos conoce mejor que nuestra ex pareja! ¡Pocos amigos nos pueden querer más!

 

 

El anillo de compromiso

 

En mi última relación de pareja fui yo el que lo dejó. Fuimos a cenar, le expuse mis razones y le propuse establecer la mejor relación de amistad del mundo. Y, para sellarlo, le regalé un anillo que había comprado unos días atrás.

Así como regalamos un anillo para simbolizar un compromiso de amor sentimental, ¿por qué no regalar un anillo cuando dejamos una relación para expresar la voluntad de amor futuro en un momento todavía más crucial? Estoy convencido de que las parejas que se separan evitarían los odios, los divorcios dolorosos, las peleas por los hijos... si fuesen capaces de adquirir un compromiso de amor fraternal.

 

 

Amor de madre

 

Un día un paciente me hizo la siguiente pregunta:

—Rafael, tú siempre dices que la vida es muy hermosa, ¡incluso que no puede serlo más! Pero ¿qué me dices de la pequeña tragedia de perder a una madre? Cuando uno despide a la persona que más te ama, ¿no se pierde una fuente de amor incondicional que es única?

Aquella pregunta me obligó a reflexionar. Es verdad que el amor de madre es incondicional, porque se trata de una entrega total. Casi todas las madres darían la vida por sus hijos, y eso difícilmente lo encontraremos en un amigo o en una pareja.

Aquella reflexión ocupó mi mente durante unos días. Estaba caminando por la montaña y pensé lo siguiente: «Si el amor de madre es una cosa única y maravillosa... ¿por qué narices no lo practicamos más?, ¿por qué no lo ampliamos a más gente?, ¿por qué lo limitamos a una sola persona y no lo multiplicamos?».

Y desde entonces intento amar a mis amigos, a mis familiares y a mi ex novia como si YO fuese su madre. ¡¿Por qué no?! Ser capaz de tener un interés tan grande e intenso por alguien sólo puede beneficiarnos. Ser capaz de arriesgar la vida por los demás es hermosísimo y nos vincula a ellos de una manera única.

Eso no significa darles todo a esas personas —al igual que una buena madre no le da todo a su hijo porque lo estaría malcriando—, pero sí tener el firme compromiso de amarlas incondicionalmente, de incluirlas en nuestra vida para siempre, apoyarlas y defenderlas.

En fin, «amar como una madre» es hacer que nuestros amigos íntimos sean parte integrante de nosotros mismos, trozos de nuestro cuerpo. Esa entrega, en realidad, nos multiplica y nos amplía; nos hace ser más que uno solo; ¡nos convierte en seres múltiples y casi plenipotenciarios!

Nada impide que podamos amar a nuestras ex parejas como una madre. Con ese nuevo compromiso no se produciría sensación de abandono. Y todos ganaríamos: una nueva manera de entender las relaciones tras la ruptura de pareja y, por qué no, las relaciones humanas en general.

 

En este capítulo hemos aprendido que:
 
• Las claves para aprender a decir «no» son:
a) Nadie puede hacer feliz a nadie.
b) Lo mejor que podemos dar a los demás es alegría.
c) Las mentirijillas forman parte de la vida.
d) Aceptar un «no» es la mejor prueba de amistad.
• «Ayudar erróneamente» es hacerle el trabajo al otro; lo mejor es que cada uno tome sus decisiones y se haga cargo de sus responsabilidades.
• «Cooperar» es sumar fuerzas, crear mecanismos de colaboración, sin que nadie imponga su ideología.
• Poner fin a la relación entre dos personas tras una ruptura de pareja es un desperdicio. Lo mejor es inaugurar una nueva relación de amistad profunda.