CAPÍTULO TREINTA Y TRES

«Caridad y Misericordia, espero que no
sean nombres paganos».

CHARLES DICKENS, Martin Chuzzlewit

¿Sabes? Creo que una fiesta de Navidad sería lo más apropiado, querida. Jeremy está casi recuperado y sin duda es la ocasión perfecta para presentarte, ahora que estáis felizmente casados. Invitaremos también a tu familia. —Lady Bleddington le dio una cariñosa palmadita en la mano—. Hubo una época en la que estaba desesperada por resolver este asunto —aseguró, frunciendo los labios en gesto de mudo reproche a su díscolo nieto.

Georgina sonrió antes de concentrarse de nuevo en los poemas de Keats, aunque había leído y releído esa página más veces de las que podía recordar.

La abuela de Jeremy era una anciana dulce y cariñosa, a la que le encantaba hablar. Sus temas preferidos eran su matrimonio, su muerte, que auguraba próxima, y el terrible incidente en el que Jeremy había resultado herido. La posibilidad de que hubieran engendrado un heredero le causaba la mayor excitación que había experimentado en las últimas décadas y todos se veían obligados a estar pendientes de ella. En cualquier caso, el afecto que sentía por su nieto era evidente y se preocupaba por él y por Georgina como…, como cualquier abuela. Tras sus imparables peroratas se ocultaban el afecto y la bondad.

—¿Qué opinas, querida Georgina? —repitió lady Bleddington en tono esperanzado.

—¿De qué, lady Bleddington? —Cerró el libro, perdido ya cualquier atisbo de esperanza de poder seguir leyendo.

—Oh, me encantaría que me llamaras abuela. Después de todo, ahora es como si lo fuera. —Siguió bordando con afán, casi con ferocidad, una rosa amarilla en una funda de cojín—. Siempre deseé tener una nieta, pero Clarissa y Henri… Solo tuvieron a Jeremy… —Se quedó en silencio y pareció un poco triste, como si estuviera perdida en los recuerdos, pero enseguida volvió a concentrarse en la costura.

Georgina se inclinó y le apretó la mano con suavidad.

—Gracias por recibirme con tanta amabilidad. No conocí a ninguna de mis abuelas, así que usted será la primera. —Le vaciló la voz—. Cuando estábamos en Hallborough, Jeremy me mostró un retrato de su hija, Clarissa. Era muy hermosa.

—Es cierto. Una joven dulce y hermosa, pero tuvo la desgracia de elegir un mal marido. Se casó con un hombre al que solo le importaba su dinero. —Lady Bleddington le devolvió el suave apretón en la mano—. No tuvo tanta suerte como tú, nuestro Jeremy te ama. Es evidente en sus ojos cuando te mira. Incluso puedo observarlo cuando habla de ti. Has elegido bien, y no estoy siendo parcial porque sea mi nieto. Creo que cualquiera que os viese juntos lo apreciaría. —La anciana subió la mano para acariciarle la barbilla—. Me hace feliz ver a Jeremy tan bien casado. Tú lo tranquilizas, haces que irradie una luz que no tenía desde que era niño.

Ella asintió con la cabeza. Le temblaron los labios por la emoción.

—Él hace lo mismo conmigo. Es mi salvador, ¿sabe? Lo amo con todas mis fuerzas.

—Ya lo sé, querida. —La anciana la abrazó con cariño antes de retirarse y volver a bordar alegremente, como si hubieran estado discutiendo sobre algo tan mundano como el clima.

Hubo una dilatada pausa antes de que volviera a hablar.

—¿Eso significa que sí haremos la fiesta, querida?

—Sí, abuela, sí. —Esbozó una amplia sonrisa—. Una fiesta es lo más adecuado.

Jeremy estaba acurrucado contra la espalda de Georgina, con los labios posados en su cuello y la mano entre los pechos. La abrazaba con la suavidad de un hombre cariñoso. Un hombre que desprendía aquel aroma incomparable, a clavo y a virilidad. Su hombre, ante Dios y el mundo, pensó ella. Un hombre vivo, muy vivo, gracias a los ángeles del cielo. Había estado muy cerca de perderlo por culpa de aquel demonio de Strawnly. ¿Qué más les haría aquel monstruo? ¿Intentaría extorsionarlos otra vez? Cambió de postura en la cama.

—¿Qué te preocupa? —Jeremy estaba medio dormido, pero notaba a su mujer inquieta. Al hacer la pregunta movió los dedos en busca de su seno.

—Solo estaba pensando. —Cubrió la enorme mano de Jeremy con la suya, más pequeña—. Siento haberte despertado. Vuelve a dormir.

—¿En qué estabas pensando? —Insistió y, al hacerlo, se acurrucó más cerca para susurrarle al oído. Ella notó que le dibujaba el lóbulo con la punta de la lengua y se estremeció al percibir la palpitante erección contra sus nalgas.

—En él.

Jeremy se quedó paralizado abrazado a ella. Lo oyó suspirar, y el suspiro atravesó el aire como una flecha ardiente. La urgente erección se hizo algo menos urgente.

—¿Y si vuelve y nos pide más dinero? No soporto la idea. —Se volvió para poder mirarlo a los ojos. Quería ver su expresión.

Al principio el ademán de Jeremy era casi violento, pero se relajó con rapidez.

—No pienses en eso. —Le dio un fuerte abrazo y enseguida le acarició la espalda al tiempo que la besaba en la frente, estrechándola todavía con más fuerza—. No vuelvas a preocuparte por él, Gina. Te lo digo en serio, no lo hagas. —Se apartó para poder mirarla a los ojos. A pesar de que sus caricias eran suaves y tiernas, los ojos de Jeremy mostraban una expresión que la hizo estremecerse—. No volverá a pisar Inglaterra.

—¿Por qué lo sabes? —No pudo contener la pregunta. Se daba cuenta de que él no quería hablar de ello. Pero tenía que saberlo…

Jeremy meneó la cabeza y soltó un suspiro de frustración. Georgina se imaginó que le enfurecía pensar en aquel tipo.

—No puede regresar. Son muchos los que lo matarían si les dieran la oportunidad, y él lo sabe. —Georgina vio que Jeremy cerraba los ojos como si le doliera la cabeza—. No fuiste la primera mujer a la que atacó. Encontré a padres y maridos de chicas a las que violó… Y también está Luc, el hombre que rescató a Marguerite. A Strawnly le ha llegado la hora. O ya está muerto o lo estará muy pronto. —La miró con el ceño fruncido; su voz volvió a ser fiera—. No me gusta que pienses en él, que tengas miedo.

Ella le tomó la cara entre las manos.

—Lo has entendido mal, no te enfades. No temo lo que pueda hacerme. Mi único miedo es perderte en otra reyerta o que te desafíe; sé muy bien que me defenderías. De verdad, Jeremy, casi te mató y eso me aterró más que cualquier otra cosa ante…

La hizo callar con un arrebatado beso de sus ardientes labios. Fue un beso posesivo que decía con exactitud a quién pertenecía.

No le importó, sino todo lo contrario, que la interrumpiese de esa manera, y respondió con todo su ser. Dio la bienvenida al calor, a la humedad de la lengua de su hombre, que se enredó con la de ella en una evidente declaración de intenciones. Fue un beso de amor y posesión mutuos.

Jeremy se estremeció, y no fue por el frío propio de la estación. La casa de sir Rodney era un lugar muy agradable y el sol invernal, muy acariciador para ser diciembre. No, sus escalofríos tenían otro origen y lo asaltaban cada vez que pensaba en que Gina estaba preocupada y aterrada por las posibles argucias de aquel loco, Strawnly. Intentaba espantar aquellas horribles imágenes, pero las visiones acechaban su mente cuando menos lo esperaba…

Oyó que se abría la puerta.

—Señor, las personas que esperaba ya han llegado —anunció el anciano mayordomo.

—Gracias, Wiggins, hágalos pasar, por favor.

Wiggins se alejó y regresó al poco con dos personas. Con una de ellas Jeremy tenía una deuda.

—El señor Ned Smith, el cochero, y… —Wiggins hizo una pausa y miró en dirección al despeinado niño con cierto temor, como si aquella criatura pudiera morderle o algo peor; como orinar en la alfombra, por ejemplo.

—Danny.

El niño dejó de observar al mayordomo y lo miró. Se puso en pie y sonrió de oreja a oreja de manera diabólica. Wiggins se dio la vuelta y salió de la estancia meneando la cabeza.

—¡Danny, por fin! ¡Hace tiempo que quiero darte las gracias, jovencito! Nos ayudaste de muchas maneras, pero sobre todo jugaste un papel primordial en la liberación de mi mujer. Solo por ello ya mereces una recompensa. ¿Qué tienes que decir? —Tenía pensado que, tras la entrevista, lo enviaría directamente a las cocinas para que se diera un buen baño antes de llenarse el estómago con una comida caliente.

—Gracias, señor Greymont. Cuando una dama está en peligro, lo correcto es ayudarla. Me encantó echar una mano a la señora Greymont.

—Lo repito una vez más, estoy en deuda contigo, Danny.

Se inclinó para hacerle una divertida reverencia. Danny le respondió con otra. Ahora tenía una mirada de temor en su delgada cara cubierta de suciedad. Notó que el crío intentaba sostenerle la mirada, pero acabó bajando la vista para luego mirar a su alrededor, fijándose en todos aquellos enseres valiosos, pruebas de una riqueza que él no alcanzaba ni a imaginar. Solo había conocido la pobreza y el hambre en las violentas calles de Londres.

—¿Tienes familia?

—No, señor. En el hospicio siempre me han dicho que no tengo padres.

—¿Sigues viviendo en el hospicio?

El niño frunció el ceño.

—Me escapé de allí, señor, eran malos. Consigo más comida por mi cuenta y… —Su voz se desvaneció y apenas se atrevió a mirarlo a hurtadillas, temiendo haber dicho demasiado.

—Entiendo. —Le puso un dedo en los labios—. El señor Smith me ha dicho que se te dan bien los caballos. Que vienes todos los días a ayudar en los establos. Cree que tienes mucho potencial, Danny.

—Oh… —Danny no pareció demasiado impresionado al principio, aunque al cabo de un rato cambió de opinión sobre la respuesta—. ¿Eso es bueno, señor?

—¿Sabes lo que significa la palabra «potencial», Danny?

—No, señor. —Meneó la cabeza.

—Quiere decir que posees capacidad, habilidad y esperanza de alcanzar el éxito si tienes la voluntad y la inteligencia de querer aprender. Así que esta es mi oferta: tendrás un lugar en mi casa, cobrando un sueldo como parte de la plantilla, y aprenderás bajo la tutela del señor Smith, aquí presente, hasta convertirte en cochero. Un trabajo honesto, Danny; los cocheros siempre tienen empleo. Además, tendrás alojamiento cómodo y confortable mientras quieras, alejado de las calles. Jamás tendrás que volver a preocuparte por las comidas. —Ladeó la cabeza para mirar al niño.

Danny se mantuvo en silencio, pero Jeremy notó en él un leve temblor de temor. Calculaba que el muchacho tendría doce o trece años y no sabía aceptar demasiado bien los halagos. Lo más seguro era que nunca hubiese recibido ninguno y que fuera receloso con las atenciones de los extraños.

—Imagino que necesitas tiempo para pensarlo, Danny, es lo normal. Un hombre debe tomar sus decisiones con la cabeza y pensar con cuidado cada paso a seguir, para no precipitarse. ¿Por qué no vuelves cuando hayas decidido lo que quieres hacer?

—Esto… Acepto, señor. No necesito pensarlo. Quiero trabajar para usted. —Al muchacho le temblaba la voz mientras retorcía la gorra de paño entre las manos. Apareció una lágrima en sus ojos, y luego otra—. Gra… gracias, señor. Mu… muchas gracias…

Finalmente, se desmoronó por culpa de las emociones y enterró la cara en la chaqueta de Ned. El hombre le puso un brazo sobre los hombros y le dio una palmadita.

—¿Ves, Danny? Ya te dije que todo se arreglaría —le consoló Ned—. ¡Venga, chico! Ahora eres aprendiz de conductor.

Danny se secó las lágrimas e intentó mantener la dignidad delante de su nuevo amo. Ned mantuvo el brazo sobre sus hombros y le dio las gracias al amo con un gesto de cabeza.

Jeremy tendió la mano y la fuerza con que el chiquillo la estrechó le pareció un buen augurio para su futura relación. Pensó que el destino juntaba a la gente de la manera más extraña. Debía la vida a ese niño de las calles y se sentía muy satisfecho consigo mismo al poder hacer algo por él, al arrancarlo de la miseria. Lo más divertido era que aquello era también un punto de inflexión en su vida: por primera vez se comportaba con paternal generosidad.

Cuando por fin acabó la entrevista, Jeremy le dijo a Ned que quería hablar con él. El anonadado pero esperanzado Danny se dirigió a las cocinas, todavía sin poder creerse su nuevo estatus.

—Tengo un trabajo para ti, Ned. ¿Posees talento de actor?

—Perdón, ¿señor Greymont?

—Ya te lo iré explicando. Tenemos que deshacer un entuerto, Ned. Necesito tu ayuda y, casi con total seguridad, la de tu nuevo pupilo. Pero ni siquiera podrás comentar esto una vez que el trabajo esté realizado y, si te preguntan, deberás negar cualquier conocimiento de los hechos. ¿Tengo tu palabra?

—No lo dude, señor, puede contar conmigo.