CAPÍTULO DIECIOCHO

«Viaje sin incidentes, hermoso y fragante;

senda que acaba al encuentro de los amantes».

WILLIAM SHAKESPEARE, Noche de Reyes

Georgina se despertó sola poco antes del amanecer. Se dio cuenta de que Jeremy se había ido en cuanto notó que faltaba el delicioso calor que generaba su cuerpo. Tampoco percibía su olor. Su aroma único le resultaba ya familiar y reconfortante.

La sensación de abandono amenazó con abrumarla. Estuvo a punto de llorar. Al momento sintió repugnancia por sí misma. ¡Ya estaba bien de lágrimas! Parecía que era lo único que hacía con él, lloriquear. Había llegado el momento de madurar y dejar de comportarse como una cría. Parpadeó en la oscuridad.

Ciertamente, su marido se había marchado y eso no favorecía sus esfuerzos por calmarse. Al fin y al cabo le había dicho que quería dormir a su lado toda la noche, todas las noches. Georgina quería volver a sentir sus brazos rodeándola, protegiéndola, acariciándola. En los brazos de Jeremy se sentía a salvo. ¿Dónde estaba? ¿Por qué había salido de la cama? Intentó no pensar en aquella duda insidiosa y ofensiva.

Recordó que unas horas antes se había revestido de calma y serenidad, cubriéndose con ellas como si fuera una capa, cuando se dispuso a ejercer su deber como esposa. Sabía que Jeremy se preocupaba por ella por la manera en que le hablaba y por cómo la trataba. También sabía que era tierno, amable y comunicativo, y que ponía todo su empeño en ser dulce y bueno con ella.

En las últimas horas había hecho un descubrimiento: las relaciones sexuales entre los miembros de un matrimonio no se parecían nada a lo que ella había pensado. Jeremy resultó ser un amante suave y dulce. Cuando se introdujo en su interior, le gustó. De hecho, había transitado por cada parte del encuentro sexual sin sufrimiento alguno, y hasta con algún atisbo de placer. Y desde luego él había gozado mucho.

Se sentía orgullosa de ser capaz de darle placer. Si bien sabía que era su obligación como esposa, había algo hermoso en ser capaz de hacerle gozar.

¿Se sentiría desilusionado porque no era virgen? ¿Adónde había ido? ¿Debería ir a buscarlo?

Se sentó en la cama y tiró de la manta para cubrir su piel desnuda.

—¡Jeremy! —Lo llamó alzando la voz.

—Lamento haberte despertado, cariño. —Su voz llegaba desde el fondo de la estancia. Estaba arrodillado, desnudo, junto a la chimenea—. El fuego estaba apagándose y he tenido que avivarlo. No quería que mi esposa se despertara en una habitación fría tras su primera noche en Hallborough.

—Ah… —La inundó una oleada de alivio. Después de todo, no la había dejado sola. Se acomodó sobre un costado para contemplar el espléndido cuerpo de su marido, iluminado por las llamas. Era la más pura representación de la belleza masculina, pensó, estudiándolo sin recato. El orgullo la incendiaba al recrearse en la visión de sus musculosas piernas y sus anchos hombros. Era un gran placer saber que ahora era su marido.

Jeremy se puso en pie lentamente y caminó hacia ella, relajado, magnífico en su desnudez. El sexo se balanceaba, pesado y poderoso, ante sus ojos. Jeremy era un hombre grande, y su engrosado miembro no se quedaba atrás.

—Creí que te habías ido a dormir a otro sitio. —La voz le salió más temblorosa de lo que le hubiera gustado.

—Te dije que dormiría a tu lado. Que quería tenerte siempre lo suficientemente cerca como para tocarte cuando alargara la mano —respondió él con firmeza.

Ella asintió con la cabeza.

—¿Quieres que duerma en otro sitio, Gina?

Percibió una nota de frustración en su voz.

—¡No! —Le tendió la mano, instándole a acercarse.

—¿Qué ves cuando me miras como ahora mismo?

—Mmm… Veo a un hombre hermoso. Eres muy atractivo, Jeremy, y creo que me deseas otra vez.

—Estás en lo cierto, Gina. Tengo que ser sincero contigo, te lo mereces. Si vuelvo a meterme en esa cama, contigo mirándome así, no podré evitar… —Tomó su sexo con la mano y se lo acarició—. Quiero estar dentro de ti tan profundamente como pueda. Lo deseo muchísimo, pero tengo miedo de asustarte.

«¡Dios bendito!».

Aquellas palabras tan francas fueron directas a su corazón. Lo deseaba. Movió la cabeza.

—Eso está bien… Me parece bien. No me asustas. Vuelve a la cama —insistió, apartando las sábanas para exponer su propia desnudez.

Jeremy emitió un ruido sordo, un gemido ahogado antes de saltar a la cama y envolverla con sus firmes brazos. Ella se vio apretada contra el duro y palpitante torso masculino. Notó que tenía la piel fría por haber tenido que levantarse para avivar el fuego, desnudo y sin cubrirse.

—Estás helado —murmuró contra su hombro.

—Y tú ardes —repuso él—. Caliente, suave y hermosa. —La besó con pasión, sumergiendo la lengua en su boca. La blanda presión que hizo para conquistar sus labios anunció lo que le haría después. Las manos de Jeremy buscaron las suyas con decisión y entrelazó sus dedos a la altura de la cabeza.

Le gustaba que le tomara las manos de esa manera, no sabía bien por qué. Era como si apreciara la sensación de que era su protector, siempre ocupado en mantenerla a salvo. En esa posición no encontraba necesario pensar, ni siquiera desear. Solo se preocupaba por entregarse a un cúmulo de sentimientos y emociones, por sentir su piel contra la de ella.

Jeremy la cubrió con su cuerpo, urgiéndola a separar las rodillas para buscar su sexo instintivamente. Estaba muy húmeda, preparada para recibirlo. Y dobló las piernas, encantada de sentir aquel peso sobre su cuerpo.

—Ya no estoy helado —dijo Jeremy, jadeante, al tiempo que se hundía en ella.

—Ahhh…

Algo pareció excitar a Jeremy más que en el encuentro anterior. Quizá fue su gritito, quién sabe. Lo cierto es que a ella le pareció más abandonado a los movimientos. Esta vez la acariciaba con más fuerza.

—Eres maravillosa. —Él comenzó a gemir con la respiración entrecortada, más excitado con cada envite.

A Georgina le encantaban los gemidos que emitía Jeremy cada vez que se hundía en ella. Saber que lo hacía disfrutar de aquella manera hacía que se sintiera poderosa. No conocía demasiado bien la fisiología masculina, en especial cuando se trataba de sexo, pero no se requería de una mente brillante para entender que aquel ahogado gemido quería decir que le gustaba lo que sentía al clavarse en su interior.

Cuando se retiraba, ella apretaba sus músculos internos en torno a su miembro, intentando retenerlo dentro.

—¡Santo Dios, sí! Apriétame así. ¡No pares! ¡Gina!

Mientras la penetraba con creciente rapidez, se inclinó para apoderarse de sus pezones, succionando con fuerza primero uno y luego el otro. La sensación era increíble. Ser amada por Jeremy era sublime. Ella solo podía describir la sensación como… No podía describirla, era imposible. Arqueó la espalda para moverse con él. El miembro encajaba perfectamente en su interior y quiso que jamás se detuviera, que siguiera taladrándola con fuerza. Usó sus músculos una vez más para estrecharlo con fuerza y oyó que él gemía.

—Voy a correrme…

Entonces Jeremy le soltó una de las manos para introducirla entre sus cuerpos. Sus dedos, largos y experimentados, se deslizaron sobre la parte más sensible del sexo de Georgina mientras seguía bombeando con fuerza.

—Córrete conmigo, Gina. ¡Córrete conmigo, por favor!

Ella notó algo. Los movimientos, las palabras de Jeremy y la dulce fricción en la cúspide de su sexo hicieron que se viera envuelta en un rugido profundo que atravesaba su cuerpo de pies a cabeza. La consumieron unas intensas convulsiones y no tuvo más remedio que gritar. Él parecía cabalgar sobre la ola final de su liberación, porque enseguida se puso rígido y disparó su semilla con un duro envite. Lo único que ella pudo hacer fue pegarse a él y dejarse llevar por la satisfacción que latía en cada parte de su ser. Se dejó llevar por su cuerpo, permitió que los sentidos tomaran el mando.

Por fin recuperó la conciencia y se dio cuenta de que ambos habían dejado de moverse y descansaban tumbados sobre la espalda, uno junto a otro. Jadearon al unísono durante un buen rato, incapaces de hacer otra cosa que respirar.

Fue ella la que reaccionó primero.

—Yo… Yo… —Se vio incapaz de detener las lágrimas. Se tapó la boca mientras lloraba, consumida por completo por la emoción que la embargaba.

—He sido demasiado brusco, ¿verdad? —preguntó atemorizado—. Te he asustado.

—¡No! —Se estremeció, mirándolo.

—Puedes decírmelo, Gina. Sé que me convierto en una bestia cuando foll…, es decir…, cuando mantengo relaciones sexuales. ¡Lo siento! —Parecía compungido e inseguro de sí mismo—. ¿Quieres que me vaya? Puedo pasar la noche en otro…

—¡No lloro por ti! ¡No has hecho nada malo! Jeremy, por favor, no me dejes sola —gimió. Sabía que resultaba patética con aquella histérica súplica, y no podía reprocharle que quisiera marcharse.

—Entonces, ¿qué te ocurre? ¿Por qué estás tan alterada? —Se inclinó sobre ella con el ceño fruncido.

Ella intentó proporcionarle una respuesta tranquila, esperando poder apaciguarlo de esa manera.

—Me ha ocurrido algo… Jamás había sentido nada igual…

—¡Te has corrido! —la interrumpió—. Has tenido un orgasmo, has alcanzado el clímax, el placer supremo. ¿Tengo razón? ¡Por favor, dime que estoy en lo cierto! —La miró suplicante mientras esperaba la respuesta.

Finalmente ella asintió con la cabeza.

—Jeremy, me gustó. Fue muy bueno, muy muy bueno. —Todavía seguía necesitando llenar los pulmones de aire. Incluso ahora tragaba el aire compulsivamente, sin recuperarse del todo tras aquella increíble experiencia—. No sabía que…

La besó con fuerza, interrumpiéndola otra vez.

—Eso es lo que se supone que debes sentir. Lo que quiero que sientas. ¡Es jodidamente bueno, siempre, todas las veces!

—¿De verdad?

—No miento. De verdad. —Comenzó a besarla en las mejillas, en los rastros de las lágrimas—. Me complaces de tantas maneras, Gina… Poder proporcionarte placer es la más satisfactoria de todas.

De pronto su expresión cambió, y la miró con cierto arrepentimiento.

—¿Qué ocurre ahora, Jeremy? Vuelves a mirarme con el ceño fruncido.

—Me temo que jamás tendré suficiente de ti. Soy un inmenso patán. Querré hacer esto durante todo el tiempo. Gina, sé que querré.

—No me importa —susurró ella contra sus labios—. Y no eres un patán. ¿Puedes conseguir que vuelva a sentirlo? ¿Puedes hacer que sienta eso tan maravilloso la próxima vez?

Él curvó los labios en una pícara sonrisa antes de susurrar «Sí» contra su boca.